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Malas temporadas

Por 22 de diciembre de 2005 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

A menudo, los medios de comunicación nos pintan a los inmigrantes como si fuésemos caricaturas. Algunos piensan que somos todos delincuentes, otros ponen énfasis en lo nobles y trabajadores que somos, aunque ambas cosas dichas así sean obviamente falsas.
Hace como un año, un editor me dijo: “nadie mata como matan los sicarios colombianos. Nadie en este país sabía matar con tanta violencia. Pero yo no puedo poner eso en el periódico, porque es políticamente incorrecto”. En cambio, un redactor de otro medio me dice: “para mi editor, los asaltos cometidos por inmigrantes son noticia. Los que cometen los españoles, en cambio, no importan”. La verdad tiene muchas caras. Y los periodistas tenemos mucha cara.
En la ficción también hay estereotipos. Si uno sólo conociese el mundo según las películas españolas, pensaría que todos los cubanos/as se buscan la vida con sus habilidades amatorias. Que todos los ecuatorianos son bajitos. Y que todos los argentinos son profesionales liberales, porque los actores argentinos no hacen de inmigrantes sino de gente.
Por eso, me ha sorprendido la película Malas temporadas de Manuel Martín Cuenca, actualmente en cartelera en España. Entre los personajes, hay un cubano rico y un cubano piloto, que forman un triángulo amoroso con Leonor Watling. Ambos trafican con arte, y ambos están enamorados. Pero el hecho de que sean cubanos es un ingrediente de la historia que no los hace ser mejores ni peores. Es una cosa más que son, como guapos o ambiciosos o soñadores. Un adjetivo sin connotaciones de valor.
También hay una trabajadora social que trabaja con inmigrantes, en particular con refugiados, y está hasta las narices. Una de sus representadas le miente para que saque de la cárcel al psicópata de su hijo. Otro no la deja en paz preguntando por el caso de su hermano, y llega a la violencia. Y todos esperan que haga milagros. Pero la película no saca conclusiones de ello. Como en la vida, en Malas temporadas las cosas ocurren casi porque no podrían ocurrir de otra manera. Porque si eres una madre o un hermano lo natural es que defiendas a los tuyos, y actuar de otra manera sería transgredir reglas mucho más profundas. Los personajes están arrastrados por sus vivencias y el “mal” es sólo la confluencia de intereses a menudo opuestos en situaciones desesperadas.
Por supuesto, eso es lo obligatorio para una buena película. Y ésta es una buena película. Pero creo que además, Malas temporadas refleja el espíritu de una España que va acostumbrándose al inesperado aluvión migratorio de los últimos quince años. La integración comienza –y termina- en la cabeza de la gente, en la cultura. Y termina bien precisamente cuando los inmigrantes dejan de ser vistos como cuerpos extraños en una sociedad. Malas temporadas no es una película sobre extranjeros, aunque tenga personajes extranjeros, ni sobre españoles, aunque tenga personajes españoles. Es sólo una película sobre seres humanos.

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