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¿IZQUIERDA-DERECHA: 7-3 ó 4-6?

Cable de la agencia EFE: «Chávez inicia gira buscando una alianza de izquierda». En un texto neutral, com debe ser todo lo que entrega una agencia de noticias, se habla de «una gira en la que se reunirá con otros cinco gobernantes de la izquierda latinoamericana». Los cinco gobernantes de izquierda son los de Nicaragua, Brasil, Ecuador, Argentina y Bolivia.

¿Es Lula da Silva, presidente de Brasil, con su política financiera ortodoxa un hombre que pertenece a la misma izquierda que los líderes de Bolivia o de Venezuela? La pregunta no es mera retórica. Es la clave para entender la América Latina de hoy, un continente que combina un amplio abanico de discursos de izquierda y unos precios altísimos de las materias primas. Nunca las políticas sociales han sido tan fáciles de comprar: hay plata, la plata de las exportaciones. Esto explica, quizás, los resultados de los diez comicios del año 2006.

Empezando con la de Michelle Bachelet en Chile, que ganó en enero, hubo diez elecciones este año. Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Venezuela optaron o confirmaron su opción de izquierda. Perú, Colombia y México confirmaron una opción de derecha. Chile, Costa Rica y Brasil también optaron por la izquierda, pero una izquierda tan distinta de lo que tiene Bolivia y Venezuela que existe la tentación de buscar nuevos conceptos. El domingo pasado, en avión –gran lugar para leer- vi en el diario chileno La Tercera una clasificación entre carnívoros (radicales) y vegetarianos (moderados). Carnívoros: Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Venezuela. Vegetarianos: Chile, Perú, Costa Rica y Brasil. En aquella visión Colombia y México son «excentricidades» con un alimentación mixta. Pero el cambio de concepto permite, para un diario que no tiene gran amor por la izquierda, esbozar un resultado 4-6 en lugar del contundente 7–3, resultado final del partido izquierda contra derecha.

Después de una catástrofe (el sueño de comprar armas y de utilizarlas) la izquierda latinoamericana ofrece la mayor diversidad (con diferencias más que matices) de todas las izquierdas del mundo. La riqueza es fenomenal. Hasta tal punto que, conociendo la potencia de los mitos y la tentación de crear héroes en la tierra que inventó el caudillismo, creo necesario empezar a poner un poco de orden. Prescindir de la palabra izquierda e inventar nuevas descripciones. No sé si la dieta es lo más obvio: todos son un poco vegetarianos y carnívoros. En lugar de hacer clasificaciones, hay que empezar por una descripción y una valoración. Es lo que hace un excelente artículo (en inglés) de Open Democracy sobre Hugo Chávez. Es un largo texto dedicado a los mitos y las leyendas. No comparto todo lo que se dice pero me parece la mejor manera de preguntarnos algo obvio: ¿es Chávez lo mejor que ofrece la izquierda en America Latina?

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7 de diciembre de 2006
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VERTICAL Y HORIZONTAL

El conocimiento profundo era superior al superficial y, en general, lo hondo alcanzaba más respeto que lo plano.

De hecho, las personas se dividían en las que demostraban o no fundamento, siendo la fundamentación equivalente a la cimentación y la cimentación sinónimo de un arraigo en lo cabal.

Igualmente, el linaje significaba un arraigo en la historia de la herencia familiar. La sangre provenía de arriba como de un manantial que se derramaba desde el cielo y traspasaba la historia a través de los cuerpos infundidos por su corriente.

Las familias se desplegaban en el tiempo y los abuelos veían en sus nietos una continuidad vertical que provenía desde sus ancestros y se hundía en la tierra siempre prometida.

¿Qué ocurre sin embargo ahora? El conocimiento no recibe una inspiración vertical y honda al modo que llevaba consigo el aprendizaje a través de la lectura de libros.

El saber procede de las superficies de las pantallas, de los panoramas de los viajes, de las fachadas de los edificios.

Igualmente el linaje puro y vertical se reemplaza por la mancha en horizontal. Las familias no trazan una línea de descendencia sino de evanecescencia.

Se descomponen y componen en puzzles horizontales que encajan entre sí las piezas no para formar una torre o árbol genealógico sino un plano, retama o rizoma al ras.

La horizontalidad gana a la verticalidad. La metáfora de la feminidad extensiva se impone al tropo del semental.

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7 de diciembre de 2006
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Piedras

Me compré la Trilogía de Deptford, de Robertson Davies (1913-1995), por culpa de Rodrigo Fresán, que sabía lo que hacía. Quedé enganchado al primer libro, Fifth Business, ya desde el estudio introductorio de M. G. Vassanji. "Las tendencias de Robertson Davies como escritor se apartaban de las modas o de los usos de su tiempo", decía Vassanji. Eso ya me gustó: nunca fui de los que se suben al tren de las conveniencias de la hora. Pero lo que me atrapó definitivamente fue lo que decía a continuación. "Cuando la visión preponderante sobre el hombre era, en la literatura, la de una criatura víctima de una desesperanza que no había fabricado; cuando esa criatura era considerada poco menos que un destello involuntario de conciencia, o como alguien condenado a una lucha en contra de un mundo insoportable, o como víctima de circunstancias históricas, Davies escribió una novela sobre la responsabilidad moral".

Fifht Business arranca a comienzos del siglo XX, en un pueblito canadiense llamado Deptford. Allí dos niños, Dunstan Ramsay y Percy Boyd Staunton, juegan en la nieve. Dunstan es hijo de una familia trabajadora, Percy es rico de nacimiento. Como Percy no tolera que su trineo caro y lujoso funcione peor en el terreno que el trineo viejo y casero de Dunstan, se enoja y opta por la agresión: prepara una bola de nieve con una piedra en su interior. El disparo no llega a destino, porque Dunstan intuye el ataque y se agacha a tiempo. La bola pega así en la nuca de la señora Dempster, la mujer del pastor baptista, embarazada de meses. La pedrada induce el parto prematuro y deja a la señora Dempster al filo de la locura. Lo que Fifth Business cuenta a partir de ese comienzo es la vida de Dunstan, de Percy y del prematuro Paul Dempster, cuyas vidas han sido unidas de manera inextricable por culpa de una piedra.

La novela me resultó una gran lectura, por su prosa cálida y precisa y porque me involucré con el destino de sus personajes como si fuesen míos. Me sedujo la debilidad por los santos que Dunstan convierte en obsesión, desde que imagina que la señora Dempster es una santa sui géneris; imaginé que la historia de Giges y del rey Candaules que figura en Herodoto y que Davies retoma en Fifth Business debe haber influido en otro canadiense a quien admiro, Michael Ondaatje, que la utiliza en The English Patient. Pero lo que más me conmovió fue, como Vassanji sugiere, su planteo sobre la responsabilidad moral. Dunstan ni siquiera es aquel que lanzó la pedrada, sino el que la esquivó, un acto reflejo que cualquiera de nosotros encontraría justificable a todas luces. Pero Dunstan, impiadoso consigo mismo, no quiere justificarse ni desvía la mirada: sabe que su reacción hizo posible que la señora Dempster fuese herida y que Paul naciese antes de tiempo, y por ende se siente responsable de algún modo por estos destinos a los que la pedrada lo unió. Dunstan es uno de los personajes inolvidables de la novelística del siglo XX, porque rechaza plegarse al relativismo imperante así como su creador, Robertson Davies, huyó en su momento de las modas y de lo conveniente, y porque nos insta a hacernos cargo de nuestra propia responsabilidad moral en este mundo, una responsabilidad que depende tanto de lo que hacemos como de lo que elegimos no hacer.

La piedra con que Fifth Business comienza y termina es, de algún modo, la misma piedra con la que tantos querían lapidar a la pecadora evangélica. Así como entonces no estábamos libre de pecado, tampoco ahora. Piedras es todo lo que pasa entre nosotros. ¿Cuándo será la hora en que abramos la mano y dejemos caer la piedra, cuándo será el tiempo en que utilicemos la mano abierta para acariciar, para estrechar, para sostener al otro?

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7 de diciembre de 2006
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Un kazajo en América

Aunque parezca mentira, esta es una película interesante. Uno lo dudaría al ver a uno de los personajes desnudo con el culo encima de la cara del otro. O durante la escena en que el protagonista sale del baño de una casa elegante preguntando dónde puede tirar su bolsita de caca. Quizá resulte superficial el momento en que tres borrachos ponen el video casero en que Pamela Anderson le hace una mamada a Tommy Lee. Pero todo eso, damas y caballeros, no es más que una radiografía del país más poderoso del mundo.

Porque Borat -o según su título entero, Borat: Lecciones Culturales de América para Beneficiar Gloriosa Nación de Kazajistán- no es una comedia en sentido estricto, sino una mezcla en el punto exacto entre pachotada y documental que nos hace ver cuánto de comedia bufa tiene la realidad. El método es simple: introducir un personaje ficticio en un contexto cotidiano y filmarlo. El resultado es estremecedor. Básicamente, lo divertido de esta película no es Sacha Baron Cohen imitando al supuesto “segundo mejor reportero de Kazajistán informando desde Estados Unidos”, sino lo que les hace decir a los estadounidenses.

Mi escena favorita es la del rodeo, donde Borat es el encargado de cantar el himno nacional norteamericano antes de comenzar el espectáculo. Lleva una camisa de barras y estrellas, y se deshace en una elegía a América. El público aplaude emocionado. Borat continúa con una mención a la guerra contra el terrorismo, que los asistentes reciben con beneplácito. Borat termina diciendo “Ojalá que Bush se beba la sangre de todos los niños y mujeres iraquíes hasta que ese país quede convertido en un desierto durante quinientos años”. El público vuelve a aplaudir.

Pero eso no es todo. Borat pregunta en una tienda de armas qué resultará más efectivo para matar a un judío. Le dan una 9 mm. Pregunta en una tienda de autos qué coche tiene “imán de chochitos”. Le proponen el Hummer. Se extraña de que las mujeres puedan escoger legalmente con quién se acuestan. Su instructor de manejo concuerda con él. En suma, Borat es antisemita, misógino, machista, ultraderechista, caricaturesco y homófobo, pero a ninguno de sus interlocutores se le ocurre que todo pueda ser una broma.

Previsiblemente, el estreno de la película ha causado una andanada de demandas y escándalos públicos, alguno de ellos por parte del ofuscado presidente de Kazajistán. Sin embargo, Borat tiene cubierto el tema legal. Filmaron con un abogado en el equipo técnico que iba señalando qué cosas se podían decir y hacer y dónde estaban los límites de cada escena. No hubo referencias reales a Kazajistán, sobre todo porque nadie en el equipo sabía nada de Kazajistán. Y las acusaciones de antisemitismo, quizá las más graves, no proceden por una razón: Sacha Baron Cohen es judío.

Michael Moore decía que “en un país de ficción, el documental es el único género literario posible”. Sacha Baron Cohen podría añadir que en un mundo absurdo, la comedia escatológica es el único documental realista. Borat no es una película sobre algún país asiático, sino sobre Estados Unidos. Y recurre a la mejor herramienta para la crítica social: el sarcasmo. Al poner en escena a ese reportero idiota que no entiende nada, obliga a los personajes reales a hacer explícitas sus creencias, sus manías y sus prejuicios. Lo poco que el reportero dice es precisamente lo único más allá de dudas, porque precisamente él no es real. Sin embargo, ha convertido a la realidad en su escenario. Al burlarse de ella, nos desvela lo que oculta de ridículo y también –lo más interesante- su rostro más intolerante, agresivo y perturbador.

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5 de diciembre de 2006
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LO VIEJO Y LO NUEVO

Acabo de descubrir lo que hizo Arcadi Espada ayer en su blog. Es una broma sencilla pero que funciona muy bien: reproducir dos artículos de El País, uno sobre Fidel Castro y otro sobre Augusto Pinochet, sin cambiar nada al texto salvo la inversión de los apellidos. Castro se encuentra hospitalizado en el hospital militar de Santiago de Chile y se lamenta la ausencia de Pinochet en el desfile militar de la Plaza de la Revolución, en La Habana. Según la visión de Espada, no hay que añadir una sola palabra para expresar que un dictador es un dictador, no importa que sea de derecha o de izquierda.

Pero creo necesario añadir una cosita, pues estoy en Santiago de Chile y pasé ayer frente al hospital militar donde se encuentra el general Pinochet (apodado Castro). Vale la pena decirlo de manera sencilla: el tema de Castro vs Pinochet no importa un carajo. Los dos hombres ya murieron. Ayer, frente al hospital militar, había como cincuenta pinochetistas agrupados con retratos del general y banderas chilenas. Una especie obviamente amenazada, casi desaparecida, que gritaba cada vez que se encendía una cámara de televisión. La realidad era el entorno: la ciudad no les hacía caso. Los paseantes, las micros (que son guaguas en La Habana y autobuses en otras partes de América Latina), el flujo normal del tráfico en un día de calor. La presencia de unos jóvenes socialistas permitió la grabación de los insultos y golpes buscados por algunos equipos de televisión. Pero, por favor, ¿de qué hablamos? La vida sigue.

Es más interesante concentrarse en lo que se hizo en el mismo momento en otra parte de la capital chilena: la publicación del último informe de la CEPAL. Es un trabajo sobre la pobreza. Para la CEPAL hay pobres indigentes y pobres no indigentes. Ambas poblaciones disminuyeron en los últimos cuatro años, el mejor periodo para América Latina en el último cuarto de siglo. Con esto ya no hablamos de los dinosaurios como Castro o Pinochet. La pregunta es: ¿cuál es la forma política, el estilo de gobierno favorecido por el boom de las materias primas y el mejor estado general de las economías? Venezuela, Ecuador, México acaban de contestar a la pregunta con tres opciones. Y vemos en todas partes que, más allá de lo que hicieron Fidel y Augusto, la vieja democracia representativa tiene dificultades para sobrevivir como solución pertinente.

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5 de diciembre de 2006
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FIN DEL ADULTESCENTE

Durante los últimos diez años ha predominado la plaga del “adultescente”. El adulto que con más de treinta años no abandona el lugar de sus padres y se comporta, de hecho, como si se tratara de un adolescente.

En Italia, en Francia, en España (Eduardo Verdú, Los Adultescentes ) no ha dejado de hablarse de ello. La cohorte general de esa época, sin embargo, va estableciéndose, obtienen empleos más o menos permanentes y algunos han comenzado a tener hijos dentro de matrimonios registrados legalmente.  La generación que viene detrás, la que actualmente se encuentra en los 16 a 20 años no piensa de la misma manera ni encuentra a los padres tan encantadores como para seguir indefinidamente en casa.

De su experiencia se deduce que los padres son relativamente felices bajo el mismo techo y el techo mismo se les cae encima. Empiezan a proyectar una emancipación a la americana que empieza antes de terminar la universidad (en Estados Unidos al ingresar en ella) y que gracias a empleos temporales y viviendas compartidas propicia, como poco, una relativa independencia antes de haber cumplido los 20 años.

Esta generación desfamiliarizada, instruida en las composiciones mecano y más propensa a distanciarse de la paternidad, inaugura en el sur de Europa una tendencia individualista que prende la mecha de una inédita organización meridional del consumo, la sociedad, la política y la cultura. Pronto se sentirá su influencia.

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5 de diciembre de 2006
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VARIACIONES SOBRE TEMA MEXICANO

He superado la Feria del Libro de Guadalajara. He regresado casi entero y me han vuelto a crecer los libros. Muchos eran esos modernos clásicos mexicanos con  los que siempre cargo: López Velarde, Owen, Gorostiza, Novo, Villaurrutia y el, para mí, incorporado Carlos Pellicer. Y otros, esos maduros que nunca defraudan, Monsiváis o José Emilio Pacheco, cada uno a lo suyo. Y ya casi cerrada la feria, dos hermosos libros de un poeta del que apenas conocía el nombre, Alí Chumacero. Creo que todavía vivo, autor de pocos libros porque ha preferido publicar a otros- “ser pastor de la palabra ajena”- y excelente lector. Algo que no es tan fácil como parece. Me han gustado los poemas y los pensamientos sueltos de este poeta que ya es de los míos. Dice Chumacero de sí mismo: “Más que un escritor soy un lector, de manera que he leído muchos libros y he escrito muy pocos. Esto se agradece. Cuántos lectores quisieran que unos escritores hubieran escrito menos y hubieran leído más libros”.

Encontré muchos más, pero no creo que se tengan que compartir todos los encuentros. Sí, algunos reencuentros. Esos que se producen en las librerías de viejo, en los rastros, en los lugares donde habitan libros que han sido desechados por otros y deseados por muchos. Buscar al azar en una librería de viejo es un placer que se tiene o no se tiene. Se comparte o no. Es un vicio que tiene mucho de privado aunque seamos muchos los que lo practicamos. En uno de esos lugares me volvía a encontrar con Juan José Arreola, ese viejo confabulario que tantos placeres me supo dar. Y el azar me llevó a encontrarme con el mundo de Arreola, su despacho, sus objetos, cuadros y libros puestos en venta. Algo que pasa con mucha frecuencia. El mundo de un escritor, sus objetos o libros guardados en vida, no sirve para los herederos. Quizá no tienen por qué. A cada uno su propia vida, sus manías, sus lecturas, sus objetos… No es fácil heredar las pasiones ajenas, aunque sean de familia.

Arreola en venta. Y yo pongo en saldo otra de sus fabulaciones, una muy corta llamada “Armisticio: Con fecha de hoy retiro de tu vida mis tropas de ocupación. Me desentiendo de todos los invasores en cuerpo y alma. Nos veremos las caras en la tierra de nadie. Allí donde un ángel señala desde lejos invitándonos a entrar: Se alquila paraíso en ruinas”.

No lo alquilan. Lo saldan. Se terminó el armisticio.

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5 de diciembre de 2006
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Bond royale

La nueva de Bond se estrena aquí en Buenos Aires este jueves, pero yo ya la vi. En España la estrenaron antes, y yo, que estaba entonces por allí, no podía perdérmela. (Ah, ese placer tan infantil como intenso de ver o conseguir cosas antes que los demás…) La intuición no me falló: Casino Royale es una pasada, como dirían mis amigos españoles. Por supuesto que no se trata de una película de Ingmar Bergman, pero todos aquellos que ansían ver una peli de acción y de espías que no insulte su inteligencia no deberían perdérsela. (Es mejor que las películas del ciclo de Bourne, por ejemplo, y eso que aquellas eran buenas.) Atrás quedaron los tics de las películas bondianas de las últimas décadas, que tanto aprendimos a odiar: no existe autoparodia, ni villanos over the top decididos a conquistar el mundo, ni gadgets electrónicos improbables. Este Bond no es más que un ex militar ansioso y sobreentrenado a quien le han dado un cargo nuevo en el que le gustaría brillar, aunque todavía esté lejos de poder hacerlo; como M (otra vez Judi Dench) le dice con todas las letras, todavía es mejor peleando, destruyendo y matando que operando como agente. Durante Casino Royale, veremos más de una vez en los ojos del actor Daniel Craig la angustia de un hombre que no está del todo a la altura de su misión, y que sufre por ello. (Tratando de meterse en semejantes zapatos, a Craig no le debe haber costado nada actuar esa angustia.)

La película esquiva cada una de las tentaciones que su camino consabido le pone delante durante el relato. Hay escenas de acción que quitan el aliento (una persecución que ocurre a poco del comienzo es electrizante), de duelo elegante con su enamorada Vesper Lynd (Eva Green, una chica Bond que, ¡por fin!, tiene el talento más grande que las tetas) y hasta de simple suspenso, despojado de todo componente titilante o violento: por primera vez en el cine –así como ocurría en la novela-debut del personaje, titulada como el film-, el momento más tenso en una película de James Bond tiene lugar durante… una partida de naipes.

Hay un villano interesante, que por un lado no aspira a otra cosa que –como los villanos de la vida real- a ganar más dinero y conservar la vida en el proceso, y que incluso en los momentos más proclives al lugar común le hurta el cuerpo al bulto: Le Chiffre (el actor danés Mads Mikkelsen, una inspirada elección de casting) no quiere torturar a Bond con rayos láser o sofisticaciones por el estilo, le basta con una soga con un peso en su extremo. Y además los pequeños momentos de complicidad con el espectador, durante los cuales uno se entera cómo Bond adquirió algunos de sus memorables manierismos –su Aston Martin, por ejemplo- son intensamente disfrutables. Mi favorita es la secuencia en que un barman le pregunta a este Bond a medio hacer si quiere su martini batido o revuelto (la liturgia establece que Bond sólo los bebe shaken, esto es batidos), y 007 lo mira con resentimiento y le dice: “¿Le parezco un tipo al que una cosa así podría importarle?”.

En lo que hace a Daniel Craig… ¡El tipo está muy bien! Supera a todos los últimos Bond con holgura, y aunque no tiene mucho que ver con el prototipo Connery comparte con el escocés la sensación de amenaza que trasunta sin siquiera moverse: una mirada de esos ojos gélidos, y cualquier hombre sensato se echaría a temblar. Tal como M sostiene, se ve como un hombre más tentado de recurrir a la violencia que a la sutileza; en las películas por venir se verá si además es capaz de transmitir la gravedad que sólo se adquiere mediante la experiencia.

Por lo pronto, cuando regresé a Buenos Aires hurgué en mi biblioteca por otras razones y descubrí que conservo las viejas novelas de Ian Fleming que pertenecían a mi abuelo, y que yo leía cuando era demasiado pequeño para que me dejasen entrar al cine a ver a Bond seduciendo a Pussy Galore. Mi Bond, pues, siempre fue más literario que cinematográfico. Confieso que estoy tentado de releer aquellos libros. Todo lo que puedo decir, por el momento, es que al menos el Bond de Daniel Craig responde a la descripción de “irónico, brutal y frío” con que su autor imaginó, ¡hace ya tantos años!, a este agente con licencia para seducir.

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5 de diciembre de 2006
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FIL

La Feria Internacional de libro (FIL) de Guadalajara es la librería que sueña cualquier país de iberoamérica. Se estima que medio millón de personas la visitó este año, en su edición número veinte. Lo que me gustaría conocer es el número de libros que entraron huérfanos al enorme pabellón de exposiciones, para luego salir en las manos de un lector. La FIL es una librería que vende los libros con la fiebre de una apuesta. Todos los visitantes –entre ellos, un sinnúmero de estudiantes- saben que las casas editoriales no regresarán a sus países con toneladas de libros importados a grandes costos. Venden todo, y entonces los precios bajan, poco a poco. La hazaña es comprar en el último día (el domingo 3 de diciembre). Pero, por si acaso, también hay que pasarse por la feria los días anteriores para comprobar que no se ha agotado la mercancía.

Detrás del comercio, claro, está el placer fenomenal de tocar, hojear, oler más libros y de más países que en cualquier librería del mundo hispanohablante. Es un éxtasis consumido en extraños templos. Para las casas editoriales no basta armar pilas de libros, también se construyen formas indefinidas que son iglesias o prostíbulos (no se sabe) para los fieles de la literatura.

Lo de la iglesia o el prostíbulo no es una metáfora gratuita: el stand de Random House Mondadori tenía representantes vestidos de monjes un día, y al día siguiente chicas vestidas con monos rojos y con las siguientes palabras en el culo: «Leer es sexy». La feria de libro es machista, sí. Se nota nada más entrar, en una serie de enormes retratos de autores colgados en el techo. Cada fotografía viene con una citación. Hablan Augusto Monterroso, Juan Gelman, Juan Goytisolo, Cinto Vintier, etc. Entre doce retratos solo hay dos de mujeres (Olga Orozco y Nélida Piñón), muy bien tapados por los otros. En el resto de la feria, pues cuelgan retratos así en todas partes, no mejora la proporción de autoras.

La gran tendencia es el gris. Muchos stands son grises. Los más visibles: los arcos del triunfo construidos por Ediciones B, del grupo Zeta, con una gran bóveda, y por Editorial Cordillera, que optó por líneas rectas y ángulos. Al parecer, lo más importante para todos los stands es esconder, hasta el último día antes de la inauguración, la estantería o el librero, es decir el dispositivo que uno tiene en su casa para guardar sus libros. Hay que inventar algo, sorprender, ser distinto. Las opciones extremas son tres:

1. Escasez: la Cámara del Libro Cubano, en plena coherencia con la situación económica que aguanta su pueblo, solo tiene un gran lema en la pared, «Leer es crecer», antes de invitar a los visitantes a inclinarse para mirar un único estante, a la altura de las rodillas: José Martí, Fidel Castro y Federico Engels conviven con CDs de la nueva trova cubana (la nueva… de los años setenta).

2. Despegue: la editorial Anaculta, con el lema «Hacia un país de lectores», propone estantes colgados a enormes alas grises que se parecen más a una aeronave de principios del siglo XX que a una librería del siglo XXI.

3. Desnudez: las Ediciones del Ermitaño despliegan gigantescas fotografías de autores que participaron en el proyecto de su colección “Minimalia”. Son retratos en blanco y negro en los que aparecen escritores con mujeres desnudas en sus brazos. Claro que la cosa viene con unas palabras sobre la relación entre la escritura y el deseo, un análisis del triángulo escritor/modelo/fotógrafo, pero la verdad es que las modelos están completamente desnudas y son de una belleza que supera cualquier arquitectura de stand.

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4 de diciembre de 2006
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