Javier Rioyo
Será un clásico, pero es raro. La condición de raro literario nos tendría discutiendo mucho tiempo. Y no lo tengo. Al menos será raro Serra porque siendo uno de los más interesantes y originales escritores vivos de los nuestros, muy pocos conocen sus libros. Su mundo quimérico está transitado desde el principio por un viaje literario tan imaginativo y fantástico que cualquier camino que utilice el lector para llegar a su puerto será recompensado.
Una tremenda ironía me parece que estos días, por razones tan zafias, estemos hablando del Puerto de Andratx. Ese puerto, que ahora es zona de especuladores, es para los lectores de Serra el lugar desde donde inventa y crea sus peculiares mundos. Allí lo imaginamos, allí lo situaba Basilio Baltasar, “leyendo y escribiendo, como en la cubierta de aquel barco anclado en la bahía de Andratx, como aquel escéptico nombrado por Kant, a quien horroriza establecerse definitivamente en una tierra”.
No recuerdo cómo descubrí a Cristóbal Serra, seguramente por un azar, por algún olfato de buscador, cuando encontré ya en los años setenta aquella primera edición de un pequeño libro: Viaje a Cotiledonia. Un pequeño libro amarillo con un cotiledón dibujado en su portada. Después le seguí por otras rutas. También lo conocí en una mañana mallorquina. Una mañana de radio en la que le convencimos de que nos dejara su leve ironía, su profundo humor en aquellos micrófonos en compañía de Concha García Campoy.
Fui, lo sigo siendo, muy cortaziano. Y durante un tiempo muy cronopio. Hasta hice pintadas con spray, nocturnas y clandestinas, a favor de los cronopios en años en que casi todos mis amigos hacían pintadas antifranquistas. Yo lo era, pero de la sección cronopia. Fue entonces cuando descubrí que había un escritor en esa senda, y en otras muchas, que merecía no estar en el olvido. Hay mundos paralelos. Cortázar desde su isla parisina. Serra desde su puerto de Andratx. Como tengo mucha prisa y mucho viaje por delante, buscaré un texto de Cotiledonia para que mi blog de mañana sea una pequeña casa de citas para encontrarse con sus sátiras sobre nuestros mundos. O para ironizar sobre nosotros mismos. O para desear ser otros que no somos. Habré sido progre, sí, pero soñé mundos donde no estaban algunos que gritan mentiras y negocian dolores.