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Juego de palabras

Si alguien aún tiene dudas sobre las escasísimas posibilidades de que sirva para algo ese plan inventado por el presidente del gobierno llamado “Alianza de civilizaciones”, hará bien en leer la soberbia autobiografía de Ayaan Hirsi Ali, Mi vida, mi libertad (Galaxia Gutenberg).

Aunque nacida en Somalia, antes de cumplir los dieciséis años Ayaan Hirsi Ali ya había vivido en Etiopía, Kenya y Arabia Saudita debido a la condición de activista político de su padre. En sus desplazamientos conoció con exactitud la situación de las mujeres en los países árabes y en aquellos otros en donde iban tomando el poder los Hermanos Musulmanes. Su relato es sobrecogedor.

Sin la menor duda, para los musulmanes las mujeres son como el campesinado para la aristocracia feudal: una masa amorfa, más próxima al animal que al humano, a la que se explota sin piedad. Dado que en esos países sólo hay dos tipos de hombre, el jefe y el súbdito, las mujeres ocupan el lugar de los esclavos.

Para muchas mujeres las humillaciones, ablaciones, violaciones, asesinatos y explotaciones, resultan soportables porque han asumido el papel de animal sucio y lúbrico que les asigna el Corán. Aceptan los castigos y las agresiones del mismo modo que las bestias que lamen la mano que les da de comer. Pero para una mujer inteligente y valiente como Ayaan Hirsi, eso era imposible. En cuanto llegó a la mayoría de edad escapó del infernal campo de concentración islámico y emigró a Europa.

Su historia posterior parece una novela. Tras estudiar Ciencias Políticas la inmigrante semianalfabeta acabó como diputada del Parlamento holandés. Más tarde fue el objeto de la ira xenófoba de los nacionalistas quienes trataron de quitarle la nacionalidad. Finalmente, tras realizar una película con Theo van Gogh sobre las mujeres musulmanas, éste fue asesinado y ella vive desde entonces con guardaespaldas para protegerse de la vesania islámica.

¿Alianza de Civilizaciones? En absoluto: la lucha de la civilización contra la barbarie. O sea, lo de siempre.

Artículo publicado en: El Periódico el día 13 de enero de 2006

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15 de enero de 2007
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Los madriles

Por lo visto, Madrid es una de las pocas ciudades a las que puede nombrarse con un plural. Pronunciado con el debido acento, los madriles suena como el título de una zarzuela escrita con el gracejo castizo tan característico en coloquios y tertulias pasajeras. Una ingeniosa invención para una ciudad que quiso ser muchas ciudades. Quizá en su día la acuñaron vecinos asombrados de ver crecer los arrabales de la ciudad, resignados a perder de vista los barrios que edificaban los recién llegados. Los publicistas modernos podrían haber patentado la expresión como sinónimo de la diversidad cultural, mestiza y desinhibida que identifica a la capital de España.

En contra de los monocordes patrones identitarios que ondean en la periferia ibérica, allí donde tan política es la denominación de origen, los madriles podría ser sinónimo de la practicidad comunitaria de lo posmoderno. Un espacio urbano designado por la utilidad de un presente incesante, en donde gracias a razón y a comunicación se prescinde del farragoso entusiasmo que en otros lugares inspiran las genealogías míticas, las fantasías épicas y las toponimias clasistas. Hay una distinguida complacencia en esta ciudad de individuos a los que sólo conmueve el poderoso flujo de su singular historia personal.

En los madriles. En ningún otro lugar podría pasar más desapercibida la proclamación de los ecuatorianos. Quizá fuera inevitable recordarlo, pero en Madrid parecía una gentileza, y no una obviedad, mencionar la procedencia de los muchachos que ETA asesinó en Barajas.

Paseando con los madrileños por el Paseo Recoletos, entre la Plaza Colón, la Plaza Cibeles y la Puerta de Alcalá, podía corearse cualquier consigna contra la prepotencia criminal del Movimiento Vasco de Liberación Nacional. A esta agotadora y ofensiva reiteración de lo dicho ya tantas veces, a esta cansada aunque decidida aglomeración, pertenecen sin más preámbulo los que van llegando a la ciudad.

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14 de enero de 2007
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¿HAY QUE SEGUIR COMPRANDO LIBROS?

Yo sigo comprando libros. Otros, muchos, me llegan sin tener que comprarlos. Es algo parecido a una enfermedad. Una vieja enfermedad que convive conmigo hace ya muchos años. Una enfermedad que de momento, y por los síntomas, no parece tener cura. Algunos seguimos aumentando la biblioteca, contra el espacio, contra el tiempo y contra la realidad. Ya tenemos, hace mucho, muchos más libros de los que nunca podremos leer. Y sin embargo seguimos comprando. Seguimos acumulando la posibilidad de lecturas. Conozco algunos escritores que supieron terminar con esa enfermedad, con el viejo rito de acumular libros, de construir una biblioteca que no tiene fin. Por ejemplo, Manuel de Lope, apenas tiene en casa unos centenares de libros. Dice que no le hacen falta. Incluso para algún dato, para alguna consulta, ni acude a internet ni espera encontrar la solución en su casi inexistente biblioteca. Llama a un amigo que, ese sí, tiene el viejo vicio de guardar los libros y además saber usarlos. De Lope, compra y pide un libro, lo termina y prescinde de su presencia. Él es así.

Vargas Llosa, sí era partidario de tener una amplia biblioteca. Al menos lo era de joven. Creo que ahora mantiene que con tener dos mil libros ya puedes dar por satisfecho tu afán por tener lo esencial. Dicen que Gabriel García Márquez era poco partidario de conservar los libros, de hacer una gran biblioteca y que incluso le gustaba mostrar un cierto desapego al libro. Si su mujer y él estaban leyendo el mismo libro, no le importaba cortar las hojas para que su mujer pudiera seguir leyendo casi al tiempo. Yo creo que ahora cuidará más los libros. Tendrá una biblioteca de libros completos.

Bryce Echenique, en uno de sus traslados de casa, de ciudad o de las dos cosas, decidió no abrir las cajas de los libros trasladados. Ahí los dejó, encajados, escondidos, hasta que un día decidió regalarlos. Huir de su tentación. También prohibió a las editoriales que le mandaran libros a casa. Tiene los que compra o los que no puede evitar que le regalen los amigos, conocidos o saludados. ¡Otra lacra!

El que tenía bastantes libros, revistas, fotos y otros fetiches culturales era Guillermo Cabrera Infante. Al menos así le pareció a su amigo el actor, Alan García. Cuando una vez estuvo en la casa londinense de Guillermo, preguntó eso que muchas veces te preguntan algunos que se cuelan en tu biblioteca: ¡Cuántos libros! ¿Los has leído todos? Cuando su querido amigo también le hizo esa pregunta, Guillermo se quedó unos segundos en silencio, pero terminó contestando: solamente una vez.

Canetti, como tantos, se murió sin haber leído la mayor parte de los libros que su biblioteca contenía. Pero no dejó de comprar hasta el último día, siempre tenía la esperanza de leerlos algún día.

¿Y que pasa  con nuestros libros? ¿Los quieren como nosotros los quisimos nuestros herederos? Pues no es lo más normal. Lo normal de esas bibliotecas que son parte de la vida de las personas, de esos espacios que tanta información da de nosotros, acabe en algún saldo, en algún librero de viejo. Ese es un digno destino. Los hay peores, los hay vendidos al peso. Incluso expulsados sin misericordia del lugar que ocuparon en nuestras vida.

Esto se me estaba ocurriendo cuando quería reflexionar sobre un texto que he leído hace poco: Contra el ignorante que compraba muchos libros, un rescatado texto de Luciano por el editor, librero y bibliófilo Chus Visor, traducido del griego por Manuela García Valdés. De ese libro hablaré el lunes. Ahora me voy a poner orden, a buscar espacio a los libros que han llegado en estos días.

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12 de enero de 2007
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Con la música a otra parte

No me canso de contarlo. Hace ya varias décadas, un amigo con quien compartía estudios de filosofía estuvo acudiendo a mi casa durante un par de meses para ayudarme con un texto de Descartes. Solíamos comenzar hacia el mediodía y acabábamos a la happy hour, cuando la copa es un puro esplendor. Andaba yo entonces muy colado por Schubert, de quien sonaba siempre en el tocadiscos alguna de sus sonatas para piano, rectamente calificadas por Brendel de "sonámbulas". Mi amigo nunca había oído otra composición que el "¡Ay de mí!" de los sanfermines, ni se había interesado jamás por la música, de modo que no le molestaba tenerla de fondo. Una vez concluido el trabajo seguimos viéndonos asiduamente.

Cierto día íbamos metidos en un taxi y hablando a gritos los dos al mismo tiempo cuando el conductor encendió la radio para que no le molestáramos. Lo que sonó nos sumió en el silencio. Era el cuarteto D.112 de Schubert, uno de los más infrecuentes. Mi amigo, con un gesto de pánico, gritó señalando al chófer: "¡Esto es Schubert!". Horrorizado, un racionalista como él acababa de descubrir que era posible reconocer un estilo sonoro, una grafía invisible, en un fragmento diminuto y sin haberlo oído nunca antes, como si fuera el binomio de Newton. Hoy es uno de los más brillantes filósofos de la universidad española y un auténtico loco de la ópera.

Que podamos reconocer una figura sonora (me permito esta palabra por su fácil comprensión) y relacionarla o distinguirla de otras es un misterio que ha llamado la atención de los filósofos y psicólogos cognitivos. Distinguir una palabra de otra, un idioma de otro, una imagen de otra, es arduo de explicar, pero mucho más difícil es averiguar en qué consiste esa capacidad innata para retener constructos sonoros en la memoria de modo indeleble. Los niños que apenas balbucean ya adoran la música y cualquier octogenario puede cantar sin fallos de tonalidad una canción aprendida en la infancia, aunque quizás no recuerde ya ni el nombre de sus abuelos. El enigma se multiplica si a esa retentiva le añadimos la capacidad de la música para inducir emociones.

Debo a la generosidad de Fernando Peregrín la información del New York Times en la que se resumen los trabajos de Daniel Levitin, psicólogo cognitivo de la Universidad McGill de Montreal. En su laboratorio sobre percepción musical ha llevado a cabo experimentos que ponen de relieve cuáles son las zonas cerebrales afectadas por la música. La neurociencia y los psicoacústicos proponen explicaciones naturalistas al proceso musical que si bien están en fase de esbozo pueden llegar a dar un apoyo científico a la descripción de las emociones musicales y a explicar, por ejemplo, el éxito de la música tonal. De momento, lo más interesante de los experimentos de Levitin me parece la constatación de la sorprendente fortaleza de la memoria musical. Cientos de cobayas han reconocido composiciones o compositores con tan sólo oír dos notas, medio segundo de música.

¿Cuál es la causa de que algo tan sutil quede archivado en el cerebro como si se tratara de una información esencial para la vida? Los animales (y nosotros en tanto que animales) retienen aquello que es útil para su alimentación, reproducción y supervivencia. ¿Cómo puede ayudarnos a sobrevivir una sinfonía? Steven Pinker lo niega: para él se trata tan sólo de un estímulo placentero y nada más. Levitin, en cambio, lo relaciona con la evolución de los rituales reproductivos. No obstante, si fuera tan sólo un "placer" Pinker debería explicar cómo y con qué finalidad se produce ese placer. En la versión de Levitin, y dado que la música y la danza no deben de tener historias evolutivas muy distintas, nos falta una descripción que permita el tránsito de las ceremonias de la fertilidad a la asombrosa arquitectura de la Misa en Si menor de Bach. En todo caso, según los estudios cognitivos, la música se va perfilando como mucho más que un espectáculo ritualizado o un fenómeno cultural local. Quizás sea más bien algo tan profundamente decisivo para nuestra supervivencia como el propio lenguaje.

Que la música determina nuestras vidas incluso cuando creemos no estar oyendo nada, me parece evidente. Voy a permitirme un capricho melómano para celebrar el año nuevo y ya me perdonarán: hay algo arcaico, atávico, heroico, en el modo de hablar entrecortado, agujereado por silencios tensos, entonado perpetuamente en esdrújulas, del presidente del Gobierno. Es una música tan peculiar que ha contagiado a la vicepresidenta, la cual habla cada vez de un modo más sincopado y espástico. El presidente, además, suele dar el compás con la mano derecha: arriba, abajo, arriba, abajo. También con la izquierda o con ambas, según sea la dinámica del discurso.

Ésta es una música que, como la de Wagner, carece de desarrollo lógico y aunque parece un flujo arrebatado es inmóvil. Su unidad no está construida según la armonía clásica sino mediante la técnica del leit motiv: la paz, la lí-bertad, la démo-cracia, la sóli-daridad. A veces el motivo se dobla: el pró-ceso depaz, la á-lianza de cí-vilizaciones. Entonces intervienen ambas manos, plim, plam, plim, plam. Como en los interminables monólogos de Wotan, el público escucha desconcertado tratando de encontrar un hilo racional, la consecuencia, la finalidad, pero no hay acción, no pasa nada, todo está detenido: los leitmotiv se suceden como una serie de carteles publicitarios sin evolución interna, como un conglomerado de imágenes, que era de lo que Adorno acusaba a Wagner.

El reproche es malévolo porque tanto Adorno como Nietzsche como Thomas Mann acusaron a Wagner de disfrazar mediante un discurso heroico de cartón piedra unas píldoras homeostáticas de voluptuosidad que sólo buscaban el escalofrío de las clases acomodadas. Este tipo de música no persigue el placer del entendimiento sino la pura emoción visceral. En consecuencia, los fieles se estremecen de gozo y los infieles se aburren como setas.

Muy distinta era la música de Aznar, como es lógico. Aquel oratorio sacro cantado por un bajo profundo que proponía caminos de salvación en la lucha contra el paganismo y a favor del triunfo de Roma, se desarrollaba en un escenario barroco y levemente tenebroso, sobre telones de oro con calaveras sonrientes y diversos comparsas llamados El Miércoles de Ceniza o La Venganza de Israel. El caso es que respondemos, lo queramos o no, a la música de los estadistas, a la opera buffa de Berlusconi, a la petite chanson de Ségolène, al Yellow submarine de Blair, a la estridente tenora de Carod, o al fastidioso solo de gaita, sin principio ni fin, de Fraga.

Aquellos cuyo cerebro ha desarrollado las zonas más sensibles a la sonoridad ordenada son quienes, creo yo, más gozan y sufren el discurso público y el arte de los solistas parlamentarios, su inconfundible timbre a veces crispante, a veces solazante, en raras ocasiones sublime, casi siempre estupefaciente. Sin embargo, según están demostrando los científicos antes mencionados, ni los sordos se libran de obedecer al escondido poder de la música.

Artículo publicado en: El País, 12 de enero de 2007

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12 de enero de 2007
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PLACER, PURO PLACER

Por fin, tengo en mis manos Borges de Adolfo Bioy Casares. Casi 1.600 páginas en la edición española de Destino. Son más o menos 42 años recopilando los encuentros entre los dos escritores bonarenses. En realidad son siempre las mismas cuatro palabras que introduce el relato «como en casa Borges». Lo que viene después es digno de las muestras publicadas en Ñ: placer, puro placer de dos monstruos con clara adicción a la literatura.

El libro se va a quedar en la mesita al lado de mi cama más de un año. No puede ser de otra manera. Es un libro para picar. Ya voy picando en tres idiomas, pues se mezcla el castellano, el francés y el inglés al servicio de la maldade. Primeras muestras:

Bioy sobre el último poeta francés galardonado con el premio Nobel: «… Saint-John Perse dijo: j’exècre la lune. Mirándola: te imaginas qué imbécil. Negar la luna es negar la literatura: media poesía del mundo esta vinculada a la luna. Además, cómo se van a refutar las tres o cuatro cosas esenciales: la luna, el mundo, el cielo.»

Borges, hablando de bibliotecarios: «¿Qué intelectuales son esos? Son clasificadores, ubicacionistas.»

Borges sobre Virgilio: «La Eneida es muy linda. Tiene versos lindos. Lástima que tienda a la ópera, que sea un poco wagneriana, un poco d’annunziana. Es claro, como Virgilio escribía sobre algo que no sentía, exageraba, echaba las manos a los superlativos. El olor del infierno es inmundo. Cuando hay tormenta, las olas del mar llegan al cielo y dejan seco al fondo.»

Borges, en contra de su entorno más cercano: «Dolce hogar. Oxymoron.»

Bioy: «Rimbaud escribió el poema más inspirado, de mayor impulso (le bateau ivre), pero sus aciertos son momentáneos.»
Borges: «Es un momentáneo.»

Bioy: «Mallarmé también tiene poemas agradables.»
Borges: «Frecuentemente es ridículo.»

Borges describiendo el Papa: «ese alto funcionario.»

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12 de enero de 2007
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UN SIMPLE CLIC

El presidente de Venezuela, coronel Hugo Chávez, vestido en uniforme de combate, anunció al cabo de un desfile militar de fin de año la clausura de Radio Caracas Televisión (RCTV), una emisora a la que sentencia a muerte bajo la acusación de golpista.  Un verdadero golpe de estado en contra de la libertad de expresión.

No me cabe duda que RCTV merece el calificativo de golpista, pues la emisora estuvo del lado de quienes quisieron derrocar a Chávez en 2002. Pero igual lo merece el propio Chávez, quien surgió a la palestra pública gracias, precisamente, al golpe de estado que intentó en contra del presidente Carlos Andrés Pérez en 1992, diez años atrás. Un golpe de estado fue, pues, la puerta del poder que hoy tiene para cerrar un medio de comunicación, revocando el permiso de uso de la frecuencia que según la ley es propiedad del estado. De modo que el que peca y reza, al menos debería empatar.

Deben ser abominables las diatribas de RCTV en contra de Chávez, a quien los dueños del canal sentenciado no lo quieren en el poder, igual que de abominables son las propias diatribas de Chávez en contra de sus adversarios, de cualquier color ideológico que sean. Seguramente yo me cambiaría de canal a la hora que RCTV da las noticias, como me cambio de canal cada vez que Chávez me aparece en la pantalla con su boina roja. Qué bien iría el mundo si suprimir algo que no nos  gusta dependiera nada más de nuestras voluntad de espectadores, haciendo uso de un simple clic. Espectadores, que desgraciadamente rima con dictadores.

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12 de enero de 2007
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DESDE EL MAL

A mis hijos les he inculcado, a falta de otras ocurrencias más afinadas, el dicho de “no hay mal que por bien no venga”.

Literalmente: el mal no viene. No viene a por nosotros expresamente.

En la adversidad, la actitud doliente llevaría inexorablemente a una multiplicación del sentido de fracaso y a una ácida combustión de la autoestima. Y de la esperanza en el porvenir personal, que viene a ser equivalente.

El mal, tomado como posible bien, todavía irrevelado, se hace en cambio, objeto de observación interesante. ¿Cómo sacar un insólito provecho de la desdicha? ¿Cómo lograr ventaja en la marea de la frustración?

En primer lugar, acotando el golpe. La creencia que una contrariedad se ceba especialmente en nosotros, sañudamente en nuestro sujeto, desalienta para vivir o desdice el liento.

Son más los efectos del movimiento del mundo y la existencia quienes nos hieren anónimamente que una mente ensañada que conoce nuestro nombre. El tormento sobreviene como la tormenta. Desde un lugar ajeno y sin ninguna determinación concreta. Tiene demasiado quehacer el Mal como para enviscarse individualmente, sobrevuelan demasiadas contradicciones sobre el devenir el mundo como para creer que se engolosinan con nuestra vicisitud particular. Las cosas, malas y buenas, pasan o no por encima de nuestra identidad y al margen de nuestros ínfimos sentidos. Sufrir es el resultado de un accidente genérico y no de una culpa privada, la consecuencia de una penitencia sin intención de enmendarnos ni atraída por ningún pecado.

Seremos nosotros alertados con la sentencia de “no hay mal que por bien no venga”, quienes del fenómeno sin intencionalidad creemos una deliberada oportunidad y quienes actuemos para transformar la energía del mal sin cabeza en la ocasión de un proyecto inteligente.

Los éxitos mejor constituidos se nutren de fracasos sin pies ni cabeza y no pocos cambios a mejor son gracias de lo peor. El factor clave se encuentra en el “no hay mal que por bien no venga”. ¿Que cómo llegará el bien? ¿Que qué bien sobrevendrá?

El pensamiento que indaga sobre lo adverso obtiene siempre por impulso biológico esencial, una suerte de célula madre que genera el cabo no sólo una reconstitución a secas sino una reedificación más sana y bañada en júbilo.

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12 de enero de 2007
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¡Que viva el folletín! (Primera parte)

Con los ojos rojos a causa del maratón, terminé esta madrugada de ver de un tirón los seis capítulos iniciales de la tercera temporada de Lost. Si algo me reafirmó el grito de mis hijas al final, ese ¡no puede terminar así! que comunicaba la angustia de ver a los protagonistas pendientes de un hilo a la vez que las comprometía a regresar al televisor cuando la temporada se reinicie (lo hará en febrero en USA), fue el profundo efecto que el género folletinesco sigue teniendo sobre nosotros. Admitámoslo: somos adictos a los relatos seriados, gozamos y sufrimos a la vez sometiéndonos al esquema del continuará… Lo que lamento, desde mi condición de escritor, es que le hayamos cedido el truco a la televisión, y en menor medida al cine. Los escritores de hoy en día no hacen esas cosas. Conversando ayer con Marcela Basch, escritora por mérito propio, se me ocurría que –al menos en la Argentina- los narradores que pretenden ser tomados en serio están convencidos de que esa seriedad les será concedida en la medida en que se alejen lo más posible de los géneros. Creen que alejarse de las modalidades populares del relato los convierte en artistas por definición. Yo creo que por lo general los convierte en narradores aburridos y en cómplices del asesinato de la industria editorial argentina, pero en fin, de los escritores nacionales que te aburren hasta producirte electroencefalograma plano hablaré otro día. (Continuará...)

Hace muy poco, el periodista de Clarín Andrés Hax me preguntaba por el fenómeno de los blogs. Entre otras cosas, le dije que me parecía que todavía estábamos empezando a entrever las posibilidades del formato. Al menos a mí me llevó varios años dejar de usar el ordenador tan sólo como una máquina de escribir electrónica, para al fin animarme a explorar su vasta gama de posibilidades. Yo, al menos, le veo una enorme posibilidad a los blogs en el terreno de los relatos seriados, entre otros motivos porque permitirían la interacción con los lectores. ¿Qué otra cosa es la enorme comunidad que comenta por internet las vicisitudes de Lost, sino “lectores” que arriesgan interpretaciones y proponen caminos a los creadores? ¿Cuánto hubiese dado Dickens por un sistema semejante, que le permitiese corregir errores, aclarar malentendidos y medir la temperatura de su público?

Cuando Stephen King publicó The Green Mile en seis pequeños volúmenes (creo que salían a razón de uno por mes, si mal no recuerdo), yo fui uno de los millones que reservó su ejemplar religiosamente y pasó a buscarlo en la fecha indicada –¡ni un día después! Yo fui también uno entre los millones que miraban Lost semana a semana en la TV por cable –ahora han empezado a emitir la versión doblada por la TV abierta-, y de hecho, tal como confesé al principio, me he pasado al fin al bando de los que ya no pueden esperar la emisión por TV y se bajan los capítulos de internet. (Estos también son millones.) Por otro lado, me consta que visito regularmente este blog y otros tantos en lo que sin dudas constituye un hábito. ¿No acudirían ustedes con la misma regularidad si además de artículos, citas y misceláneas encontrasen una ficción hecha y derecha? ¿Lograré convencer al responsable de este blog, el señor Basilio Baltasar, de hacer el experimento? Y más aún: ¿podré persuadir a mi editorial de publicarlo en formato de libro al estilo Stephen King en The Green Mile? (Continuará…)

Me encantaría colaborar para que la literatura, que fue su cuna, repatriase el recurso del folletín. Todos aquellos que somos adictos al relato seriado que hoy sólo explota la TV (y las pelis en partes como Matrix y Kill Bill), sabemos que siempre hay lugar en nuestra alma para un suspenso más.

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12 de enero de 2007
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El más alto testigo

La sospecha de que el capitalismo puede haber sido un accidente cultural ha estimulado a un grupo de historiadores a investigar el origen y desarrollo de las innovaciones financieras que en nuestro mundo regulan el hábito de la transacción. La curiosidad los ha llevado a buscar en las tablillas babilonias de 4000 años de antigüedad, en los registros de la dinastía Tang y en los documentos de la Roma imperial, los principios que fundaron la administración matemática de la necesidad.

Según los trabajos publicados ahora en España por Grupo Analistas y Ahorro Corporación (Los orígenes de las finanzas. Las innovaciones que crearon los modernos mercados de capitales, de Oxford University Press) los tres fundamentos de las finanzas son: la transferencia de valor a través del tiempo, la capacidad para contratar sobre resultados y la negociabilidad de los derechos. Es decir, la tradicional inclinación del hombre a necesitar préstamos, el instinto que lo lleva a reconocer una apuesta prometedora y la general predisposición al parloteo del cambalache. Si a todo ello añadimos el tenaz empeño puesto en controlar los riesgos de las operaciones en las que se embarca tanto el que presta como el que se endeuda, no nos será difícil rastrear la costumbre de consultar oráculos y la ancestral preocupación por los caprichos de Fortuna.

En las tablillas cuneiformes de la cultura sumeria, los más antiguos documentos estudiados, se encuentran fidelísimos testimonios sobre la actividad financiera de la antigüedad, el surgimiento del crédito y el cobro de los intereses devengados que han llegado a ser la verdadera constitución de nuestro sistema.

Marc Van De Mieroop, profesor de Historia Antigua del Oriente Próximo en Columbia University, cita en su estudio un contrato del año 1820 a.C.  Según consta en la tablilla de arcilla cocida, el señor Sin-tajjar ha reunido a cinco hombres como testigos del préstamo que hace al señor Nabi-ilishu. Lo curioso es que para formalizar el acuerdo entre los dos hombres, se hace constar que Nabi-Ilishu recibe los 9 gramos de plata del señor Sin-tajjar y del dios Shamas.

No sabemos muy bien qué significado deberíamos dar a este testimonio. Probablemente el señor Sin-tajjar fuera un hombre piadoso que atribuía su fortuna al dios de sus padres. A lo mejor citaba a dios en el contrato mercantil para amedrentar al deudor. También podría ser un sacerdote del templo que servía de almacén central para el intercambio organizado de productos agrícolas y servicios manufacturados. Quizá el dios Shamas fuera el único propietario de los excedentes que se prestaban (con su correspondiente interés) a los que por culpa de las irregulares cosechas necesitaban fondos para superar los ciclos estériles.

Algunas de las frases que han llegado hasta nosotros como expresión del más profundo sentimiento espiritual podrían tener su origen en estas rudimentarias fórmulas jurídicas: pongo a dios por testigo, no citarás el nombre de dios en vano, etc.

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12 de enero de 2007
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Diálogo sin interlocutores

La bomba que estalló el 30 de diciembre en el aeropuerto madrileño de Barajas hizo explotar algo más que el estacionamiento: acabó también con la unidad ante el terrorismo, quizá incluso con la unidad de la propia ETA, es decir, con los interlocutores que podrían realizan un diálogo en el futuro, o que podrían haberlo hecho en el pasado.

Empecemos por ETA. Su comunicado es un prodigio de incomunicación y solipsismo. Los etarras aseguran que su objetivo no era causar víctimas. Según ellos, eso fue un lamentable accidente que coincidió con los doscientos kilos de explosivos que colocaron. Además, aunque atribuyen al gobierno la culpa de los dos muertos, consideran que el alto al fuego “continúa vigente” y se ofrecen a “fortalecerlo e impulsarlo”. O sea, que lo de Barajas fue una cosquillita nomás.

Es verdad: sus afirmaciones son sencillamente ininteligibles. Pero tampoco los políticos españoles han estado especialmente brillantes. Revisemos sus reacciones:

El conservador Partido Popular llevaba nueve meses criticando que el gobierno ofrecía demasiado a los terroristas. La bomba echó por tierra esa hipótesis. El presidente socialista Zapatero aseguró el 29 de diciembre que la situación del proceso era “mejor que hace un año” y que mejoraría aún más, palabras que desde el día siguiente sonaron como una mala broma. Y la propia agrupación Batasuna admitió que no se esperaba ese atentado. Quizá a ETA no se le entiende de todos modos pero, sólo por si acaso, ¿alguien estaba hablando con ellos?

Y es que antes de dialogar con ETA, quizá sea necesario que los políticos españoles se pongan de acuerdo entre sí. Y tal vez eso sea aún más complicado, porque sus demandas son opuestas por el vértice: los partidos nacionalistas vascos han pedido al gobierno que retome el diálogo. Pero la derecha española le exige que lo rompa clara e inapelablemente.

Tironeado entre ambos extremos, el Partido Socialista ha reaccionado con ambigüedad. El ministro del Interior ha declarado liquidado el proceso de paz, pero no ha querido pronunciarse sobre lo que pueda ocurrir en el futuro. La dirigencia ha aceptado participar en una marcha en Madrid con el lema “contra el terrorismo” y a la vez en otra en el País Vasco “por la paz y el diálogo”, consignas que se han vuelto contradictorias. El presidente Zapatero se ha reunido con el  líder del Partido Popular, quien declaró tras el encuentro que no le había quedado claro nada.

Todo parece indicar que el PSOE no da por perdido definitivamente el proceso de paz. Tal vez deje que las cosas se enfríen un poco y trate de que ETA haga un gesto espectacular y muy tangible, como deponer las armas o pedir perdón a sus víctimas. Seguramente esperará que pasen las elecciones municipales que se celebran en cinco meses. Proceso como el irlandés han sobrevivido a atentados más brutales.

Y sin embargo, esos procesos contaban con una unidad política que no existe en España. Cualquier asomo de concesión por parte del gobierno será interpretado por el Partido Popular como una rendición ante los terroristas. Y eso es un arma de desgaste muy efectiva. En cambio, si el gobierno apostase al otro extremo y cerrase filas con el PP, pondría en riesgo las alianzas con los nacionalistas que le dan mayoría en el congreso.

A lo largo de 40 años, ni la dictadura ni la democracia han vencido a ETA con medios exclusivamente policiales. Pero una solución dialogada sólo será posible si cuenta con el respaldo de todas las fuerzas políticas españolas y vascas, por encima de sus intereses coyunturales. Antes de cualquier posibilidad de diálogo presente o futura con el terrorismo, la clase política española tiene pendiente un diálogo que no parece dispuesta a entablar.

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12 de enero de 2007
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