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Blogs de autor

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EDICIÓN

Ya entregué como regalo de fin de año el enlace hacia el blog de Hikikomori. Es una vergüenza volver a hablar del mismo blog, pero tengo dos buenas razones:

1. Hubo un cambio en la imagen del supuesto autor en su blog. Al enlace «sobre mí» corresponde todavía una cara dividida en dos, pero es el collage de una japonesa. Vale la pena revisar el blog, ver que su autor consiguió un premio, etc., pero me parece más interesante la feminización de su imagen. De chico duro pasó a ser un Hello Kitty del ciberespacio.

2. Hikikomori ha escrito un post que es lectura imprescindible para cualquier autor que publica su primer libro. Cada frase es una joya de autenticidad. Y es pura verdad: un autor tiene que oír estas frases en el camino hacia la publicación de su libro. No hay nada más injusto: se trata de una obra suya, pero publicar es una tarea poco común para él; todos los otros protagonistas del asunto viven esta historia varias veces a la semana. Pelea entre varios veteranos y un neófito. Siempre pierde el mismo.

Hay otra lectura que pronto será interesante: un libro (en inglés) de Richard Posner, de próxima publicación, y del que encontré una reseña. Es un manual dedicado al robo literario: cómo y hasta dónde se puede llegar en la utilización citas y referencias de otro libro en el momento de publicar algo. Se publicará en EE UU, pero conocemos el papel de los gringos en el derecho internacional. The Little Book of Plagiarism (el pequeño libro del plagio) será una herramienta imprescindible y, de verdad, lo único que falta en el maravilloso post de Hikikomori, es una frase del editor preocupado por un posible plagio:

- ¿y esto de dónde lo sacaste?, es muy bueno: no parece tuyo.

(Para los que no lo sepan: Becker es un juez que comparte un blog con Gary Becker, el economista, premio Nobel de economía. No es un lugar de intensa alegría, pero ambos hombres son conservadores con una mente abierta. Siempre vale la pena su lectura).

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9 de enero de 2007
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Síncopes

Piensa John Updike que “la invasión de Irak era una idea quizá brillante que se ha convertido en una trágica chapuza desde el punto de vista estratégico y militar”.

Inmediatamente suponemos que se siente intimidado por Lila Azam Zanganeh, la articulista iraní nacida en Paris que le entrevista para Le Monde (el texto lo reproduce El País).
¿Qué otro motivo le obligaría a construir pensamientos enrevesados?

Si sus conocimientos bélicos le permiten imaginar invasiones estratégicamente agradables, debería citar sus fuentes.
¿Corea? ¿Vietnam? ¿Somalia?
Tampoco aclara cuál ha sido exactamente la tragedia. ¿La retransmisión de la masacre? ¿La muerte en Irak de tres mil norteamericanos desde el día que proclaman su victoria? ¿O, nuevamente, el chasco que se han llevado sus conciudadanos?

Updike no describe el significado que para él tiene la chapuza. Da a entender que los militares no han hecho bien su trabajo. Como si las legiones se hubieran dormido en los laureles. Pero ¿y los demás? ¿Ha sido el nuevo orden mundial de Washington una chapuza? ¿O acaso son chapuceros los mercenarios contratados en Irak como “guardaespaldas”?

Es asombroso comprobar cuántas suposiciones caben en una sola frase bienintencionada.
Sin citarlas, el novelista presta un considerable crédito a las razones que ampararon la brillante idea de invadir Irak: armas de destrucción masiva, sede del terrorismo integrista, solución definitiva al engorroso problema de Oriente Medio...

Lástima que un simple punto de vista haya arruinado tanta visión estratégica.

De hecho su nueva novela (Terroristas la publicará Tusquets en mayo) trata de eso. Updike, al parecer, y una vez ensayado su propio punto de vista, se mete en la piel de un joven estadounidense de origen árabe. "Quería ver a través de los ojos de un joven musulmán devoto e ingenuo".

No podía encontrarse nada mejor: un ingenuo inventa a un ingenuo.

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9 de enero de 2007
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¿HACIA LA MIEL?

Decía el tenebroso  Schopenhauer que "la vida es la historia de un sufrimiento". Y, por si faltaba poco, he ojeado El ocaso del pensamiento de Cioran.

Ante esta desaforada acumulación de pesadumbre y dolor surge un inocente ácido de incipiente felicidad. No una felicidad de orden intelectual o siquiera sentimentaloide sino un pulso de dicha puramente orgánica. La supervivencia instintiva hoza entre los montones de adversidad en busca de algún objeto donde se conserve un fragmento de ilusión. Esta dosis menuda y primera representa una golosina hallada sin planeamiento ni confianza, sobrevenida como una gota de miel, y succionar de ella reproduce la escena inaugural de la vida. La desesperada energía de un renacimiento contra la historia mortal

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9 de enero de 2007
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GELMAN EN FRANCÉS

Por primera vez, Gallimard publica poemas de Juan Gelman en francés. El poeta argentino tenía unas traducciones en pequeñas casas editoriales, pero nunca había conocido el prestigio de la tapa blanca con su arco de letras diciendo «DU MONDE ENTIER» (desde el mundo entero). No hay mucha lógica en el hecho de entrar en esta colección. Poetas entran o no entran sin modificación de su fama o patrimonio, pero adivino su orgullo íntimo de compartir la famosa marca “NRF” (nouvelle revue française) con Proust y tantos otros.

Tampoco existe, me parece, un método en la manera de escoger a los textos. Zoe Valdés tuvo una excelente recopilación, con un título escrito en dos idiomas Une habanera à Paris, con poemas sacados de varias épocas de su vida. Gelman tiene un título extraño en su uso hermético del francés: L’opération d’amour (La operación de amor, -de ninguna manera se puede traducir por «por amor» o «del amor»). Es un rescate de poemas que tienen como 25 años. Componen los libros Citas y Comentarios. Vienen con un prólogo del traductor, una advertencia final de Julio Cortázar. Es un buen libro, pero ofrece una imagen sorprendente de Gelman. Una imagen mística.

Gelman, lo sabemos todos, es un porteño con opiniones de izquierda. Es un hombre que espera una revolución social. Lo escribe en sus artículos y siempre lo hizo. Tuvo que exiliarse en México para huir del golpe militar. Uno de sus hijos está entre los desaparecidos de la dictadura. Y ha vivido una historia alucinante con el encuentro, años después, de su nieta nacida en las cárceles de esta bestia de gobierno militar. Dolor, protesta, venganza tendrían que ser los factores naturales de su arte. No es el caso en los poemas traducidos en Gallimard. Es amor. Un amor que camina por sí mismo, que no va a regañar, un amor de santo para la humanidad. La presencia continua de santa teresa tanto en los comentarios como en las citas, quizás, lo explica.

Tengo excelentes ensayos de Gelman en mi biblioteca: artículos escritos para el diario Página 12 y compilados bajo el título Miradas (Seix Barral). En uno de los textos, Gelman habla de Henrich Heine: dice que como poeta del amor «es el mas notable desde Petrarca en Europa». Una valoración acertada: este porteño sabe mucho del amor. No el amor cantado por los tangos sino el amor como mística de la vida interior. Gelman es distinto de lo que parece. Uno busca la revolución en su libro y casi no aparece, aparte de un texto sobre Federico Engels. Pero hay dos citaciones (citas dice Gelman) que me gustan. Una de William Burroughs: «la gracia me llegó en forma de gato» y otra en un sorprendente diálogo entre Proust y Colette (se conocieron, es bien documentado):

Proust: «Señora, sus libros son de un joven Narciso con el alma llena de lujuria»
Colette: «Señor, usted delira. Mi alma esta llena de frijoles y panceta»

Esta cita, para mí, es prueba de que Gelman en su exilio mexicano incorpora la mezcla de amor y de percepción sencilla de la vida que encontramos en el arte de Sor Juana Inés de la Cruz. Al leer Gelman en francés pensé en unos versos de Sor Inés. Podrían ser de este poeta que nunca más voy a leer como a un militante:

«No soy yo la que pensáis,
sino es que allá me habéis dado/
otro ser en vuestras plumas
y otro aliento en vuestros labios»

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8 de enero de 2007
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21 Babeles

Adivina, adivinanza. Tres historias dolorosas aparentemente inconexas resultan enlazadas por azar gracias a un acontecimiento violento que involucra un automóvil. Una de las historias es intimista, la otra es ultraviolenta y la última, de temática social, pero todas se regodean en el dolor y/o la sordidez. La imagen con algo de grano y unos toques de cámara subjetiva dan esa impresión de cuidadoso descuido que aporta realismo a la historia. ¿Qué película es de Alejandro González Iñárritu?

Pues todas. Es que son iguales entre sí.

Y su última entrega, Babel, no es una excepción. Aclarémoslo: no estamos hablando de la película casera de un estudiante de quince años. Como en Amores perros y 21 gramos, la acción es trepidante, la fotografía monumental, los personajes verosímiles y el guión muy bien construido. Casi el problema es que está demasiado bien, como una lección aprendida de paporreta por el mejor estudiante de la clase.

Y, para el que ha visto las películas anteriores del director mexicano, eso es exactamente Babel. Uno la ve con la sensación de que ya le sabe todas las mañas. Lo único que da grandes saltos de una película a otra es el presupuesto: empezó en México con Goya Toledo, siguió en EEUU con Sean Penn y ahora termina en Japón y Marruecos con Brad Pitt ¿Alguna idea revolucionaria para la próxima? ¿Qué tal Julia Roberts en Australia o Tom Cruise en la Antártida?   

Por supuesto, si Babel fuese la primera de la trilogía, gozaría como Amores perros del beneficio de la sorpresa, y sería tan impactante como lo fue aquella. Pero cuando uno ya se sabe el truco, empieza a fijarse en cosas que antes pasaban desapercibidas, como la cantidad de tragedias que le ocurren al pobre Brad Pitt. En alrededor de dos horas, al bueno de Brad se le muere un hijo, le disparan a su esposa, sus otros dos niños se ven envueltos en un confuso incidente en la frontera y terminan tirados en algún lugar del desierto de California. Y todas estas desgracias transcurren en tres países. El mundo está globalizado, sí, pero no tanto.      

¿Está el director plagiándose a sí mismo? No siempre. Algunos detalles (como las palabras finales que el público no llega a entender de la chica japonesa al hombre con que sostiene una relación platónica) más bien han sido tomados de Lost in translation de Sofia Coppola. Pero mayormente, sí, asistimos a su lenguaje habitual, con las mismas frases, los mismos giros y la misma lógica.

En un principio, ese lenguaje era un mazazo, porque venía acompañado de una nueva manera de entender el cine y el mundo. Pero en Babel, lo que queda es precisamente lo que ya no es nuevo. Lejos de la confusión de la ciudad bíblica, este filme de factura impecable tiene la uniformidad y la ausencia de sorpresas de una fábrica de jabones.

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8 de enero de 2007
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Como siempre, conspirando

En estos días iniciales del año uno hace lo imposible por no alentar ningún pensamiento que sea menos burbujeante que una copa de champagne, pero la realidad se las arregla para encarajinarnos el brindis. El homicidio de Saddam Hussein, por ejemplo, me inspiró vergüenza de pertenecer al género humano. No puedo evitar sentir el más profundo rechazo por la pena de muerte. La sola idea de una persona perdiendo la vida a mano de otras sin poder resistirse, hace que sienta piedad por esa víctima, más allá del calibre de sus propios crímenes. Yo no quiero a los genocidas Videla y Massera asesinados, los quiero juzgados y condenados por sus obras a una pena máxima que nunca debe ser mayor ni más cruel que la cadena perpetua. Se trata de hacer justicia con aquellos que han cometido faltas inexcusables, pero sin perder el alma en el proceso -ni convertirnos en el camino en aquello que rechazamos.

En las últimas horas de 2006 los argentinos nos vimos conmovidos por la desaparición de un hombre del que hasta entonces nada sabíamos, pero que en un abrir y cerrar de ojos pasó a ser el destinatario de todos nuestros rezos: el albañil Luis Gerez, que ya había declarado en juicios contra represores y se disponía a hacerlo nuevamente en el futuro inmediato, fue secuestrado por un grupo de hombres en el barrio de Escobar que fue siempre su patria chica. Su desaparición se volvía aún más escandalosa en la huella de su triste antecesor, Jorge Julio López, otro testigo de juicios contra represores de cuyo paradero sigue sin haber noticias. (A esta altura, creo que nadie sino los inconscientes y los optimistas irredentos conserva la esperanza de hallarlo con vida.)

En esta ocasión el Gobierno -tanto el nacional como el de la provincia de Buenos Aires, cuna de Escobar- se movió con premura, y en plena conciencia de la seriedad del asunto. El presidente Kirchner se comunicó con los ciudadanos por cadena nacional, un recurso que casi nunca había usado hasta ahora, para transmitir un mensaje con el que todos los argentinos de buena fe coincidimos: dijo que no existe Nación sin justicia, y que todo intento de obstaculizar esta justicia iba a encontrar la más cerril oposición no sólo del Gobierno formal, sino también de todos nosotros, los hombres y mujeres de a pie. Con la mayor de las claridades, Kirchner dijo lo que queríamos oír: que no existe el más mínimo margen para ningún tipo de amnistía para aquellos que han cometidos crímenes de lesa humanidad.

Gerez apareció a las pocas horas, golpeado, torturado y en estado de shock. Pero el feliz desenlace de este episodio no disipó las nubes que configuran nuestro cielo cotidiano. A casi diez días de su resurgimiento, seguimos sin saber nada sobre los responsables del hecho, lo cual refriega en nuestras narices algo que no por conocido deja de oler mal: el hecho de que estamos en manos de fuerzas policiales y servicios de inteligencia que cobijan a alguna gente de la que deberíamos protegernos, y que a su vez, por deliberación o por inoperancia, terminan encubriendo a aquellos que atentan contra el imperio de la ley. Y esto sin hablar de los militares y ex militares. En su artículo de ayer en Página 12, Horacio Verbitsky resaltaba el hecho de que los únicos juzgados y condenados en los últimos tiempos por crímenes durante la dictadura son hombres de la Policía, pero nunca militares. "Es difícil -sostiene- creer que ello ocurra por casualidad".

El otro hedor del caso Gerez se desprende de la utilización política del hecho. Todas las sospechas apuntan a Luis Patti, otro ex policía sobre el que pesan media docena de causas por secuestro, homicidio y apremios ilegales. (Gerez fue uno de sus torturados, y ya declaró en su contra en una causa.) Pero más allá de la responsabilidad presunta de Patti, la forma en que este asunto se está utilizando para impedir que el ex represor pierda todo su poder político en el partido de Escobar resulta casi tan asqueante como el caso policial, y reveladora del indigno estado de la política republicana. El país todo, pero en especial la provincia de Buenos Aires -que concentra el 40% del padrón electoral-, se maneja con prácticas políticas dignas de la Chicago de Al Capone, y el gobierno no termina de encontrar la forma de acabar con esta cultura, por el contrario, parece resignado a considerar la consagración de los menos malos como un triunfo soberano. Qué quieren que les diga, a mí la política del posibilismo me sigue revolviendo las tripas. Yo soy de los que sigue pensando que hay que pedir lo imposible, y ofrecer los brazos para colaborar con la construcción.

El mundo 2007 arrancó como la digna prolongación del mundo 2006. Pero yo sigo conspirando para que el tren cambie de vías, y me consta que estoy muy lejos de ser el único.

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8 de enero de 2007
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El alma rusa

Una vez, en Moscú, en los años de la glásnost, la recepcionista del hotel quiso saber qué había ido a hacer a Ulán Udé. Su ovalado rostro de matrona dejó escapar una voz áspera mientras buscaba en mi pasaporte el sello del visado que al parecer debían haber estampado en la frontera oriental. ¿Lo pregunta por curiosidad –dije- o es que se aburre en este hotel de mierda? Sacha, mi ayudante y traductor, como hizo tantas veces durante el viaje, me atribuyó la servil explicación que los bedeles rusos se creen en condiciones de exigir.

Antes de llegar al hotel, saliendo del fastuoso metro de Moscú, encontré en la calle a una mujer que podría ser mi madre. Vendía por cinco rublos las zapatillas de ir por casa. Es probable que al llegar la primavera vendiera el abrigo. Y luego, ya veremos.

¿Qué pueblo ha sido el más desgraciado de la Historia? Si se convocara un concurso de méritos para otorgar este triste galardón habría que despachar un abundante memorial de agravios. Hasta tal punto la desdicha deja marcas imborrables. Pero el pueblo ruso podría reclamar una especial consideración a su turbulento martirio. De la esclavitud con los zares a la esclavitud con los bolcheviques al caos mafioso de los antiguos funcionarios del KGB. Mientras la vecina Europa renquea y disfruta cíclicos períodos de esplendor, la vieja Rusia, la vieja Rusia de madera de Esenin, soporta con estupefacción un incomprensible calvario.

Vitali Shentalinski ha encontrado en los archivos de la antigua Unión Soviética abundante material sobre las molestias que se tomaban los chequistas con los escritores rusos. Leían exhaustivamente sus escritos, hurgaban en su vida privada, seguían de cerca sus devaneos amorosos, abrían su correspondencia y cuando creían saberlo todo sobre su vida, los encerraban. Luego los sometían a interminables interrogatorios, los torturaban con una gran perfidia profesional y después de obligarles a inventar patrañas sobre sus compañeros, les daban la oportunidad de rehabilitarse haciendo público su arrepentimiento.

Denuncia contra Sócrates reúne los recientes descubrimientos en los archivos literarios del KGB (Galaxia Gutenberg.-Círculo de Lectores, 2006) como si el autor quisiera dar nueva vida a los lúgubres lamentos de unos escritores obligados a sorber una y otra vez las heces de la humillación.

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8 de enero de 2007
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LO AGRIDULCE

En Las criadas de Genet, una de las sirvientas dice a otra refiriéndose al ama: "¡Me corrompe su dulzura!".

El paso de lo dulce a lo corrupto, de lo acaramelado a lo agrio, parece tan factible que no en vano los platos chinos juntan ambos sabores como atributos muy vecinos, tan próximos que el primero tiende irremisiblemente a fundirse en su vecino y acabar envueltos en el universo de la descomposición.

Los fines y principios de año reproducen esta ecuación que lleva pronto de lo azucarado a lo avinagrado, del espeso empalago de la festividad a la áspera realidad de la primera mitad de enero.

En ningún punto parece tan ajena  la Navidad como en este intervalo del año ni se experimenta náusea mayor hacia las cenas y comidas opíparas, los gastos sin tasa,  los regalos acumulados sin función ni gozo, atiborrados sobre sí y goteando unos sobre otros en una pila que ahora ha experimentado una putrefacción veloz.

Los recuerdos son residuos del pasado. Estrictamente: detritus. Por felices que hayan sido en su momento, la memoria de su sobredosis conduce a un olor agrio, trasunto inconfundible del  vómito.

Mejor devolverlo todo, echarlo fuera de sí, lo bueno y lo malo,  y empezar orgánicamente de cero. Enero es este cero.

Lo que este mes posee de áspero se corresponde con su trabajo de vigorosa higiene o depuración.

Fantaseamos  con un año mejor gracias a esta ruda experiencia de lo vacío, pelado y enteco, sin la tierna oscuridad adornada con palmatorias ni todavía con la firme claridad que para el fin de este mes marcará la tarde.

En lo desabrido de este periodo se halla el futuro mejor. O eso esperamos perdiendo las podridas galas y entregándonos a las dietas que asumimos como un aseo moral del cuerpo, demasiado pringado de dulzuras propicio para deslizarse en la vecindad de la desintegración.

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8 de enero de 2007
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Historias endemoniadas

El proceso que llevó a las naciones europeas a colonizar el mundo entero, a descolonizarlo luego y a dominarlo nuevamente mediante una colonización que ya no exige su presencia física en tierras colonizadas, es uno de los más enredados y duros de enjuiciar de toda la historia.

Durante trescientos años el mundo se dividió en parcelas que sirvieron a modo de fincas para la aristocracia metropolitana. Las dos Américas, África, Asia y el Pacífico pasaron a ser propiedad de unos caballeros que vivían a miles de kilómetros. Del mismo modo que esos caballeros explotaban a sus servidores nacionales, también explotaban a los coloniales. La distancia, sin embargo, hizo que la explotación colonial pareciera más perversa que la nacional, de modo que las rebeliones anticoloniales fueron recibidas con alborozo, en tanto que las revoluciones proletarias tuvieron peor prensa y éxito menor.

En la actualidad la explotación capitalista no ha disminuido ni un ápice, las colonias africanas, por ejemplo, siguen siendo tiranizadas por rufianes corruptos y las compañías del primer mundo siguen dominando el mercado del tercero mediante la corrupción. El consuelo de los anticoloniales es que el canalla que ahora asesina y arruina a los nativos es uno de los suyos.

El gran John H. Elliot acaba de publicar una historia monumental de dos de estos imperios coloniales, el anglosajón y el español, la América del Norte y la del Sur, bajo el título de Imperios del Mundo Atlántico (Taurus). La comparación es utilísima. Uno de los imperios dependía de la Corona, todos los indígenas eran súbditos del rey y obedecían a la misma religión. El otro era un imperio comercial y por lo tanto mucho más liberal y heterogéneo. El resultado es que la población indígena pudo sobrevivir y mezclarse en uno de los imperios (el “malo” según la visión romántica), pero fue arrasada o convertida en una curiosidad zoológica en el otro (el “liberal”).

Es difícil decidir quién lo hizo peor, pero Elliot destruye el tópico de la superioridad moral nórdica frente al inhumano verdugo sureño.

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8 de enero de 2007
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Dar en el clavo

Si uno recorre con desgana el dial de su radio puede oír cosas verdaderamente extrañas.

Una locutora, por ejemplo, habla como si ningún corte publicitario la estuviera apremiando. Es evidente que le sobra tiempo para mecer a sus oyentes pero hoy ha decidido poner los puntos sobre las íes. A eso le ayuda una voz absolutamente desprovista de sensualidad.

Creo que habla de la cabeza de Mahoma:
Llamadlos fundamentalistas, dice. Llamadlos integristas si queréis. ¡Pero cómo defienden a su Dios!
Creo que esta señora ha dado en el clavo.

Cada vez que un creyente se enerva proclamando la existencia de Dios, irritado por la incomprensión, pierde la oportunidad de fomentar una hermosa controversia religiosa. Que en modo alguno consiste en vislumbrar la huella que una figura transparente deja en el aire. Es bien sabido que la lógica del lenguaje impide dar consistencia a las simplezas del espíritu –aunque los secretos alborozos del alma provoquen estremecimientos a flor de piel.

Lo que pertenece a la respetable disputa teológica no es la existencia de Dios –que debe darse por supuesta- sino el plan de Dios. La investigación metafísica intenta enhebrar el hilo argumental que daría respuesta solvente a la pregunta: y todo esto ¿para qué sirve? (La vida, la muerte, el mundo…)

Los intérpretes oficiales de la iglesia europea suelen evitar una discusión de este calibre. Agotados por siglos de escolástica se han resignado a considerar como insondables los misterios de un plan cuya envergadura se les escapa. Y se conforman administrando medidas legislativas de carácter moral –o radiofónico.

Es una lástima que renuncien a elaborar las sofisticadas estrategias narrativas que en otro tiempo ayudaron a descifrar el lánguido discurrir de los pesares humanos.

La vitalidad del Islam, sin embargo, que tanto les obsesiona, procede del ímpetu con que sus clérigos creen haber comprendido el plan de Dios.

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5 de enero de 2007
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El Boomeran(g)
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