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La autoficción o el arte de navegar la memoria

En mi cabeza sucede el desorden del plano cartesiano, me cuesta trabajo concentrarme y cuando intento leer la presbicia me agota. Tal vez la mirada y la memoria tienen un vínculo mucho más profundo de lo que pensamos y el órgano que los vincula se llama lenguaje. Por eso el envejecimiento puede ser un veneno para la escritura y también lo es ese frasco donde se contiene el estado de ánimo. En este sentido y en otros la memoria es uno de los temas favoritos de nuestro tiempo literario, tanto o más que este hecho: la felicidad casi nunca produce buena literatura. Hay que vivir. Darse cuenta de que el mundo es una mierda forma parte de ese goce. Quizá es un prejuicio, pero cuando pienso en la potencia del infierno que se proclama en La Divina Comedia y luego comparo lo que sucede en el cielo, al final me queda claro el daño que la bondad y los colores pastel pueden provocarle al arte.  

Detenido ante la imagen de la belleza del mal y la cursilería del bien, alguna sinapsis me lleva a pensar que nunca quise escribir temas biográficos, a pesar de que la autoficción es una de las estéticas favoritas de los tiempos que corren. Hay tantas historias en el mundo, la prensa, los archivos y el paisaje que andar exhibiendo nuestras miserias personales me resulta un poco bochornoso. En la era del exhibicionismo la literatura íntima se confunde con el branding de sí mismo. Cuántas novelas hay tan bien contadas como Esto también pasará, de Milena Busquets, pero para los ojos de un voyeur y puestos a escoger, hubiera preferido más chicha sobre la relación con su madre, llena de luces y oscuros, tan pública como privada ¿Hay valentía en el acto de contar tu vida? y si decides hacerlo ¿tiene el lector derecho a cuestionar la intimidad que se cuenta públicamente? ¿Es la autoficción una licencia para matar que a su vez le otorga una pistola al lector? Pensando en el duelo, trato de enfocar los ojos y todo me resulta doblemente problemático ¿Por qué contar las glorias de la juventud, los hechos de la infancia o la memoria del padre o la madre desde un asiento que lleva el letrero Expiación? ¿Qué mérito tiene hablar sobre uno mismo? ¿Cómo cambia nuestra mirada tras los lentes del tiempo? ¿Existe el derecho al arrepentimiento? ¿Quién borrará las ideas que ya no tengo? Pasamos más tiempo con nosotros mismos que con el mundo y para sobrevivir-nos inventamos a un yo que, a su vez, se convierte en la mejor versión de lo que somos privadamente. En lo público queremos ser vistos de una forma suficiente y simple, para que los demás nos toleren. La expectativa en el otro no es el otro, sino la idea que tenemos de él. Ese es el origen de casi todos los fracasos. En lo privado nos miramos al espejo con cada defecto supurando en la cara, las cuencas llenas de ojeras, el cerebro cabeceando después de un día largo en la oficina, la imposibilidad de concentrarse y un mensaje diciéndote: aún te quedan treinta años de vida activa. Si ahora estás cansado cómo vas a estar dentro de dos décadas. Creo que no escribo autoficción porque el resultado sería un gran bostezo. O tal vez porque eso significaría contar una historia que contiene tanto daño que no me atrevo a dejar tal testimonio ante los vivos que formaron parte de la acción. Pudor.

            Ya sé que hay historias fascinantes de hermanos gemelos que le dan la vuelta al mundo o mares de por medio o libros que están poniendo en jaque a un universo que ya no pertenece a esta idea, porque resulta que estoy teniendo problemas de atención. Olvido lo que quiero decir en este segundo y lo que siento es más cansancio. Hay que tomar en cuenta que el verano acaba de terminar y es lunes y por eso tengo un agotamiento terrible que me hace imposible reflexionar sobre (ahora recupero la idea) la autoficción como estética. A la cabeza me vienen libros que, a su vez, han sido influenciados por otros libros de autoficción. Hablo principalmente del éxito internacional de Emmanuel Carrere y la manera en que este influyó algunos libros de la literatura contemporánea que se hace en español como el reciente X, de este sujeto que ya no me acuerdo y cuyo nombre conozco perfecto porque lo quiero y lo admiro en su libro sobre las islas y que aparece justo ahora en mi mente para decirme que se llama Bruno Hernández Piché o Bruno H y que aquel libro se llama Robinson ante el abismo: recuento de islas (la memoria es un archipiélago) y que la novela que presenta ahora es la revelación del año y se titula La mala costumbre de la esperanza, una novela de no ficción ¿No será acaso Truman Capote el papá de Carrere? En mi grupo de wsp de la escuela preparatoria un amigo manda un chiste soez de la prisión donde vivía Elba Esther Gordillo. Por coincidencia el apodo de ese amigo es Gonzo, que es abogado y no hace ningún tipo de periodismo. Gonzo, así se llama desde 1989. O tal vez, el periodismo se convirtió en la mejor literatura de principios del siglo XXI y por eso los novelistas caminan hacia los trabajos de investigación hechos en primera persona, pero desprovistos de emociones y bajo el rigor de los datos, informes periciales o declaraciones juradas.

            En la misma línea literaria donde el autor pone su biografía al servicio de la narrativa, pienso también en la impecable y dolorosa nueva obra de Jorge Volpi, Una novela criminal; en la burla que Juan Pablo Villalobos hace de la autoficción en su No voy a pedirle a nadie que me crea o un libro que está escribiendo mi hermano sobre un miembro de los zetas que está oficialmente muerto pero que en realidad vive en una prisión de alta seguridad y cuyas múltiples vidas  ponen en duda a la verdad y la historia oficial. Con la memoria pasa lo mismo, es tan fragmentaria que la verdad resulta siempre una ilusión o al menos un pedazo del prisma. Iba a continuar hablando de esta influencia y este tipo de estética a partir de otro modelo que es el de la memoria prestada en las novelas sobre el tema de los padres que escribieron Marcos Giralt, Guadalupe Nettel, Patricio Pron, Alejandro Zambra e Inés Bortagaray, pero mi proclividad a la procrastinación me llevó a contestar un wsp con mi agente quien me recomienda a otro agente y al mismo tiempo entra un mensaje de una terapeuta a la que escribí el fin de semana, porque creo que mi déficit de atención se agudiza conforme pasan los días y es que tal vez ya lo tenía de niño, pero este año se puso punk  porque se murió mi mamá, dejé a mi hija en Madrid y me mudé de país, ya que me trasladaron de una ciudad a otra por razones de trabajo. Me interrumpe otro wsp de la terapeuta para que hablemos dentro de una hora porque quiero contarle que he gastado mucho dinero en pasajes de avión por no revisar cuidadosamente los horarios o ciudades de origen que elijo queriendo otros, pero tengo que interrumpir esa idea porque debo terminar un proyecto para la oficina que requiere de toda mi atención y la son las siete de la tarde. Regreso un par de horas después al teclado con todas las tareas hechas. No hay nada que me produzca más satisfacción que mi jefe lo sepa. Al teléfono, la madre de mi hija dice que tengo que terminar lo que empiezo. Tengo que terminar lo que empiezo, pienso. La memoria es un pozo que come sus orillas. El esfuerzo que significa tener demasiadas cosas en el plato convierte a ese plato en un pozo, también. Pero eso no es todo, la vista cansada me lleva a leer noticias que creo haber leído ya, porque todas las noticias sobre Donald Trump se parecen y porque la presbicia me obliga a usar unos lentes multifocales que me afectan la cabeza (me duele un montón) aunque no sé si eso es en realidad consecuencia de mis lecturas nocturnas frente a una pantalla brillante (la tecnología y sus múltiples ventanas abiertas también están modificando el modo en que construimos nuestra memoria y jodemos la salud). Total que una de las estéticas de la literatura contemporánea es la autoficción y, como sucede con los activistas con TDA, toco demasiados palos sin terminar de contar nada, sin atinar a una causa. Aunque a la mente me venga la cuarta transformación o el meme de la musa, escribir no ayuda ni siquiera cuando me doy cuenta que soy el protagonista principal de decisiones que no sólo me afectan a mi sino a la vida de los demás. En el fondo de mi cabeza aparece una escenografía (también fragmentada) que representa a los países que construyen el imaginario iberoamericano de la década de los setentas, donde hubo un D.F. en el que creció Guadalupe Nettel, pero también el Santiago de Chile de Alejandro Zambra y el Buenos Aires montonero de Patricio Pron. No descarto a la España dictatorial de la infancia de Marcos Giralt o los viajes en carretera de la familia en uruguaya en la que creció Inés Bortagaray, pero esta idea ya no cupo en la frase anterior.

            Novelas respectivas como El cuerpo en que nací, Formas de volver a casa, El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia, Tiempo de vida o Prontos, listos ya entierran la idea de generaciones para edificar el concepto de memoria de una estética común. No hay manifiesto sino coincidencia: la memoria de los padres. Se trata de una coincidencia temporal en temas muy puntuales que luego se desvanecen como nubes. En su siguiente libro, cada autor se irá a temáticas diametralmente opuestas. De aquí la importancia de estudiar las estéticas de la memoria que suceden hoy por encima de las literaturas nacionales o los proyectos de generación.

Si la autoficción es una forma de memoria, la coincidencia estética de estos tres o cuatro autores tiene que ver con una posibilidad preciosa: en un mundo que apela a la individualidad existen algunos fenómenos donde se encuentran más afinidades que desavenencias. Lo digo por dos cosas: una es el tema (los padres) que en realidad es una preocupación por la identidad. La segunda cosa es que el verdadero tema contemporáneo es la memoria. Si entendemos esto y que el aumento en la expectativa de vida (científicamente comprobado) es una constante, entenderemos que la autoficción es en realidad un pretexto para trabajar con el derecho al olvido y al recuerdo como el leitmotiv capaz de detener a una sociedad tan veloz. La memoria es un freno que adora la lentitud.

Llevo un par de líneas aguantando la concentración cuando entra un grupo de wsp que tiene la foto del escritor Ignacio Padilla y que reúne a todos sus compañeros de la Universidad Iberoamericana que lo recuerdan a dos años de su partida. Su obsesión temática por los impostores es en realidad una obsesión por la memoria que quería construir de sí mismo y las historias que pudieron ser de otro modo. Ignacio fue una obra en sí, pero nadie se dio cuenta hasta el final de su muerte, esa muerte que seguirá extendiéndose conforme vayan escribiéndose las seis o siete novelas que se harán sobre la complejidad del Ignacio sujeto. Se de algunos proyectos en marcha y puedo decir que suman una lista larga. A diferencia de Pron o Zambra o Nettel, la principal ficción de Padilla no estaba en el recuerdo sino en traer a la realidad un personaje multiple del que queda mucho por investigar. Con esto quiero decir que su vida no era una sino infinitas al mismo tiempo. Supongo que gracias a su déficit de atención, se perdió aquella lección vital que dice que en la literatura puedes ser muchos personajes. La apuesta estética de Ignacio fue otra: la de creer que en la vida puedes ser muchos personajes literarios y que nadie se entere de los papeles que desempeñas ante unos y otros puede convertirte en una obra perfecta. Tanto o más que tus libros. Impostarte en una multiplicidad de personajes convierte a tu literatura en el ancla más realista, la que te mantiene conectado con la lucidez y a flote ante una sociedad que no toleras ¿Si uno elige la vida de un amigo muerto tiene licencia para matar? No es que quiera cambiar de tema, pero aquí me detengo porque de Ignacio Padilla, la memoria como tema y su TDA para las relaciones quedará para otro momento cuando los años me permitan tomar perspectiva y si es que logro mantener al órgano del lenguaje vivo y sin la erosión que producen los años. Tal vez por eso dejo  esta nota para el futuro. Se trata de una bomba de tiempo que abriré el mes de septiembre del 2045. Reto a los metadatos a que me lo recuerden en el momento preciso.

 Justo anoche terminé el renglón anterior y lo dejé flotando porque no tenía muy claro cómo cerrar este artículo. De pronto, compartido por alguien, aparece en El País un fragmento sobre el libro póstumo de Tom Wolfe titulado El reino del lenguaje. Entre otras cosas, en ese libro Wolfe se confronta con las teorías de Noam Chomsky, particularmente su idea de que nacemos con un órgano del lenguaje que va adquiriendo flexibilidad y funciones conforme crecemos, es decir, conforme se sedimenta la memoria. A partir de esta reflexión y para un ensayo futuro, pongo en está mesa (pública) de trabajo la siguiente anotación:

La dispersión y el déficit de atención son un modo atrofiado de este órgano de la memoria que, a su vez, es el origen de modos literarios preciosos como el fragmento, el epígrafe y cierto tipo de poesía. También de algunas obras narrativas que se producen bajo el efecto de substancias químicas o que se escriben por aproximación como La reclusión solitaria de Tahar Ben Jelloun. Redacto esto y el sentimiento de inquietud que produce la narrativa de Mario Bellatin me asalta la memoria de un golpe, porque las novelas de Bellatin son pastillas que trastornan las emociones y tuercen la memoria. Ahora bien, si existe un pensamiento literario podemos decir que una de sus ramas es algo que podría denominarse pensamiento distraído o pensamiento disperso. Se trata de un modo que se escribe, precisamente, por aproximaciones y que requiere tiempo para construir cuerpos literarios consolidados, donde con toda certeza habría que incluir a la crítica en primera persona.

 

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6 de septiembre de 2018
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Carlos Tóper

Mi amistad con Carlos Tóper Valdivieso viene de 1964, de cuando yo acababa de publicar De las condiciones humanas y él acababa de conseguir el premio Acanto por sus investigaciones en el campo de la ortopedia neonatal. Nuestro primer encuentro fue en una cena con amigos comunes; nos caímos bien y pronto se sinceró conmigo: tenía una molestia intermitente en la escápula derecha que le impedía conducir el Pegaso Z-103 y jugar al fléndit. Cuando volvimos a vernos, en la sauna Miraflores, me mostró la gran mancha de su escápula derecha y, unas semanas después, en la boda de Marta Loverdos de Altimira, desnudó su torso para mostrar, a todos los invitados, la depresión profunda en que se estaba convirtiendo la lesión escapular, una depresión que, de suyo, era más bien una oquedad, por no decir un monumental agujero. Quizá el gesto en la boda no fue bien interpretado y alguien, poco piadoso, acuñó el término "El orificio Tóper", que a poco se convirtió en "Tóper, El Orificio". Ahora, en la caja mortuoria, he tenido curiosidad por saber, con exactitud, en qué se había convertido el amigo Carlos Tóper y, efectivamente, como apuntó el capellán en el prolijo responso, sólo quedaba un aro, una franja de carne en forma de anillo; el orificio se había enseñoreado de su persona, que era algo así como el neumático de una rueda de bicicleta.

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6 de septiembre de 2018
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Defensa de la carrera de Periodismo

¿Es necesario estudiar periodismo para ejercer, prosperar y hasta brillar como periodista hoy? 

No. 

Muchos grandes periodistas, entre ellos los maestros de la crónica actual Leila Guerriero, Martín Caparrós, Juan Villoro y hasta los míticos Gabriel García Márquez y Elena Poniatowska estudiaron otras carreras o no terminaron ninguna. 

Muchas de las principales lecciones para ser un periodista excelente se pueden (y algunas, como la humildad y la empatía, se deben) aprender en la vida real, en las redacciones, en la calle. Esto lo dicen incluso los egresados de carreras de periodismo: lo principal lo aprendieron después, fuera de las aulas. 

Y después está el tema de la salida laboral. Según datos recientes del Nieman Lab de Harvard, en la última década aumentó de 70.000 a 90.000 los que salen de grados en periodismo. Pero en el mismo período, se perdieron 100.000 puestos de trabajo en el sector. Más profesionales para menos puestos. 

¿Y qué se enseña en estas carreras? En un reciente artículo en Red Ética de la Fundación Nuevo Periodismo, Hernán Restrepo publicó un artículo con un título polémico: “No voy a permitir que mis hijos estudien periodismo”. Además de abundar en los temas que mencioné más arriba, Restrepo se basa en dos argumentos: que no es necesario (ni legalmente ni en la práctica) haber estudiado periodismo para ejercer la profesión, y que los que terminan estas carreras tiene cada vez menos posibilidades de encontrar buenos empleos en los medios. 

¿Por qué? Para Restrepo, porque en la mayoría de las escuelas de periodismo se dan herramientas técnicas pero “se les ha olvidado enseñar los fundamental para un periodista, que es escribir bien”. En su experiencia, la mayoría ni siquiera sabe pensar con lógica y crítica y dominar las reglas de la gramática y la ortografía. 
Claro que hay carreras de periodismo, asignaturas o ramos, profesores, ejercicios, lecturas, nocivos para la formación de los reporteros o editores. Las malas escuelas de periodismo deforman, enseñan malas mañas, instauran vicios, achatan y desmotivan la creatividad y la originalidad. 

Pero… 

¿Contribuye, ayuda, fomenta el estudio universitario del periodismo a crear buenos profesionales, de calidad y exitosos, útiles para forjar sociedades más democráticas y justas? 

Mi respuesta es un rotundo sí. 

Obviamente, estoy hablando de buenas escuelas, buenas carreras de periodismo. También hay malas carreras de derecho, de medicina, de antropología y de negocios, pero la confusión entre aprender y aprender mal se produce mucho más en el campo del periodismo que en los otros. Creo que es porque hasta hace muy poco la carrera académica no era percibida como un sitio de crecimiento, de desafío, de éxito para personas con vocación periodística. Había la impresión, lamentablemente en muchos casos acertada, de que los periodistas que se “refugiaban” o “resignaban” a enseñar es porque habían fracasado en los medios o no querían someterse al trabajo duro de las redacciones.

Pero esto sucede cada vez menos. Por un lado, en las universidades se encuentra ahora campo fértil para investigar, para crear medios, para hacer periodismo y escribir sobre periodismo con profundidad y sentido crítico. Y porque en la mayoría de las carreras, las buenas, hay una combinación de profesores de planta con profesores por horas que en su “otra” vida son excelentes periodistas, que llevan adelante carreras muy estimulantes y ejemplares para los alumnos, y que con el crecimiento de la enseñanza del quehacer periodístico, también han desarrollado una vocación y un conocimiento sobre cómo enseñar lo que saben, lo que traen de su práctica. 

Hay muchas más carreras de periodismo, sí, pero por eso mismo, por la competencia, son cada vez mejores. En las que valen la pena sí se enseña a escribir bien, a pensar, a investigar y a no cometer errores, a hacer bien el oficio. 

Pero tanto o más importante que eso, quiero responder a la crítica, que he escuchado en muchos países, de “estudiar periodismo no sirve para nada”, con una respuesta que parte del título del texto de Restrepo. Él dice, espero que medio en broma pero no estoy seguro, que no va a “permitir” que sus hijos estudien periodismo. 

Yo nací y crecí en medio de las dictaduras del Cono Sur. Enseñé en una España en donde mis alumnos habían estudiado en colegios que venían de una tradición autoritaria, donde el profesor tenía la razón siempre y discutir o cuestionar no era permitido o no estaba bien visto. Trabajé en medios donde la línea editorial que imponía la dirección del medio y los intereses de los anunciantes y del gobierno llevaban a la autocensura, al servilismo. 

¿Cómo es esto de “no permitir”? ¡Liberen a Martín y Juanita (los hijos de Hernán)! Una de las funciones principales de una buena escuela de periodismo es enseñar, ayudar, acompañar, a que cada uno adquiera un criterio propio, independiente, crítico, reflexivo y basado en la investigación, la lectura de grandes textos del pasado y el análisis de lo que se está haciendo ahora. Es enseñarles a rebelarse ante los que no quieren “permitirles” hacer lo que sienten que quieren o deben hacer. 

Mi universidad, la Alberto Hurtado, tiene como lema “Bienvenidos a pensar”. A pensar bien y a escribir bien, que es el buen pensamiento hecho visible, se enseña y se aprende. 

Por supuesto que muchos empleadores prefieren periodistas novatos que no pasaron por estas escuelas de pensamiento crítico y de investigación seria. No tendrán su propio criterio ético, sus líneas rojas, su dominio de la forma en la que saben que debe hacerse el periodismo que vale la pena. Estarán preparados para servir, para obedecer órdenes. Para no tener otro criterio que el impuesto por el medio. Para dejarse “no permitir”. 

Yo estoy convencido de que en las carreras de periodismo que valen la pena, se enseñan los antídotos al periodismo servil. Por eso, aunque no sea obligatorio ni necesario, yo sí me alegraría que mi hijo quisiera estudiar periodismo. Además de aprender bien este, el mejor oficio del mundo, el periodismo es una escuela de vida. 

Este texto se publicó el 5 de setiembre de 2018 en la revista digital Puro Periodismo, de la Universidad Alberto Hurtado de Chile, donde soy profesor y donde dirijo el Diplomado en Escritura Narrativa de No Ficción.

Aquí, el enlace al boletín completo: https://tinyletter.com/puroperiodismo/letters/puroperiodismo-14-estudiar-o-no-estudiar-periodismo

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5 de septiembre de 2018
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Amarga recompensa

Nada más empezar las vacaciones me robaron. El mismo día en que estrenas un estado de ánimo expansivo e inquebrantable gracias a la fortuna de regresar al mar de todos los veranos, al deseo cremoso de la arena de Es Calo y de los tomates de huerto de Barbaria. Riquísima me sentía yo con mis dos semanas, todo hojas en blanco, el teléfono debidamente silenciado, cuando fui a comprar los billetes para el ferry y dejé mi equipaje al resguardo de mi sacrificada familia. “¿Dice papá que si tienes tú la bolsa?” me preguntó la niña al instante. Ese ligero temblor de piernas, palparte el cuerpo al acto, buscar donde no hay, perder la cabeza hasta aceptar que ya no tienes lo que tenías. Los ladrones observan sin ser vistos. Son magos haciendo desaparecer objetos en lugares de tránsito, rateros del descuido. El delito tiene alas en los pies. La pena resignada, en cambio, es de larga digestión.
En mi bolsa llevaba un iPad Pro, las gafas de ver, una cartera, un sombrero comprado en Los Angeles –¿cuándo regresaré yo a Venice Beach?– y un cuaderno de tapas rojas. Yo sí creo en las libretas y en su resistencia al tiempo. No escribo cualquier cosa en la primera página. Y además añado mi nombre, el teléfono y una llamada que anticipa el desastre: “si encuentra este cuaderno, llame aquí. Se dará recompensa”. Tras cinco días de melancolía fetichista en los que soñé con él, padeciendo al intentar recordar lo que contenía, me llamaron de una tienda de vinos. Un empleado lo había encontrado en la calle. “¡Qué alegría me da!” le dije, imitando a esas mujeres piadosas y educadas. Gratifiqué su llamada con 50 euros; debió parecerle poco. Si escribes la palabra recompensa, mójate.
Lo entendí al cabo de una semana: “Llamo desde una cabina, tengo poco crédito… He encontrado el iPad entre unos matorrales. Yo no se lo robé. No tengo trabajo”. Mi hija había activado la búsqueda del cacharro y tiró por lo alto con la recompensa. “Dice que dan un dinero, y un amigo policía me ha dicho que me tiene que dar lo que pone”. Le sugerí que quedásemos en una comisaría para resolverlo. Se negó. Justo estaba leyendo los Siete cuentos morales de Coetzee (Random House) cuando empecé a negociar con mis propios ladrones. Del resto de la bolsa, nada. Me sentí una astronauta y recordé a Ray Donovan y su manera de parecer bueno siendo amoral. Quedamos al cabo de cinco días, ya de regreso a casa. Eran dos; la piel llena de pústulas, los dientes de la calle. Uno llevaba el iPad escondido en el pantalón, el otro la funda con un cartón dentro. Les di la mitad del dinero, sintiendo la extraña sensación de pagar por lo que es tuyo. Secuestros exprés de objetos, hurtos de ida y vuelta, y no sé qué te deja más resaca, si la pérdida o la recuperación.
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5 de septiembre de 2018
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Identitarios

En el pueblecito de Zuoz, a nadie se le ha pasado por la cabeza separarse de la nación constitucional. Son arcaicos, pero demócratas 
 
Ocho millones de suizos viven dispersos en veintiséis cantones federales que vienen a ser como nuestras comunidades autónomas. Uno de ellos, el de los Grisones, es el más extenso y menos poblado debido a que lo conforman las tremendas montañas de los Alpes réticos y sus ciento y pico valles con sus respectivos pueblos cerrados al mundo durante siglos. En este cantón atávico y riscoso, subrayado por el Inn o Eno, tres son las lenguas oficiales: el alemán, el italiano y el romanche. Uno de sus valles más escarpados, la Alta Engadina, se encuentra acostado sobre altos macizos y es donde el romanche tiene mayor número de hablantes, un 15%. Para complicarlo un poco más, no hay un solo romanche sino cinco, el sursilvano, el sutsilvano, el surmirano, el putér y el vallader, con diferencias lingüísticas notables. Allí reposa el pueblecito de Zuoz, unas mil almas, donde, gracias a un amigo, he pasado parte del verano en una casa de madera colgada del monte y rodeada por un espeso bosque de coníferas.
 

Pues bien, el primero de agosto cayó un diluvio y supuse que se habrían suspendido los anunciados fuegos artificiales del pueblo. Sin embargo, a los grisones no les arredra una tonelada de agua veraniega. Téngase en cuenta que hasta hace un siglo la exportación mayor del cantón eran los mercenarios. Hubo guerreros grisones en todos los ejércitos europeos. Así que a las nueve en punto estallaban unas brillantes palmeras a la valenciana que humillaron e hicieron retroceder a la lluvia. No podía ser de otro modo. Esta gente rocosa, atada a sus tradiciones seculares, celebraba ese día la Fiesta Nacional Suiza. Aquí a nadie se le ha pasado por la cabeza separarse de la nación constitucional. Son arcaicos, pero demócratas.

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4 de septiembre de 2018
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Alexis Moskanter, virgen y mártir

Su vida es paralela a la de Richard Dadd, si bien Alexis Moskanter no llegó a matar a su padre. Lo intentó, pero lo único que consiguió fue que lo encerrasen siete años en un asilo psiquiátrico (Copenhague 1880-1887)

Inicia el fresco “Recuerda, Leteo” en una casa abandonada que heredó de su abuela y que su padre le quiso arrebatar alegando que su hijo era un trastornado (y que lo quería matar).

Parte del fresco, simbólico y dantesco, es de una obscenidad escalofriante, pero ni siquiera ahí pierde su aire profundamente sacro.

Escribió un poemario titulado “Yo acuso a Dios”. Al día siguiente se murió.

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4 de septiembre de 2018
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Camino al aislamiento

La expulsión de la Misión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (OACNUDH) por parte del régimen en Nicaragua, parece incomprensible para algunos, y un desacierto de fondo para otros. Pero en cualquier caso, no conduce sino al aislamiento internacional.
 

Antes de que la cancillería diera por terminada la presencia de la misión, ya el propio Daniel Ortega, en un discurso que presagiaba la decisión, había acusado al organismo de ser "instrumento de los poderosos que imponen su política de muerte...manejada por los que se han adueñado de continentes enteros, por los que han cometido genocidios sobre pueblos enteros...los que los transportaron desde África para que trabajaran...son infames".

La conclusión es, entonces, que las investigaciones que la misión de derechos humanos de las Naciones Unidas ha llevado adelante, no son sino un ardid malintencionado del viejo colonialismo europeo, urdido contra un indefenso país del tercer mundo. ¿Pero quién es el Alto Comisionado, bajo cuyo mandato se preparó el informe?

El diplomático jordano Zeid Ra'ad Al Hussein, quien ha sostenido una firme posición a favor de Palestina en el conflicto con Israel, y en 2015 declaró que Estados Unidos estaba obligado a llevar a juicio a los miembros de la CIA responsables de casos de tortura. Raro esclavista. Y la diatriba alcanza también a la ex presidenta de Chile, Michelle Bachelet, lejos también de cualquier credo olonialista, quien muy pronto sustituirá a Hussein.

Los organismos mundiales que tutelan los derechos humanos nacen de un largo proceso que ha llevado a las naciones a aceptar no sólo la necesidad de su existencia, como elemento de civilización, sino a acatar sus informes. Denigrar su trabajo y enseguida decretar su expulsión, significa ponerse al margen de la comunidad internacional, o de espaldas a ella.

Una acción así puede ser eficaz para contentar a los propios partidarios, pero no para convencer a los gobiernos y a la comunidad internacional. Y tampoco ayuda para nada a reconciliar al país, porque lo que viene a confirmarse es una voluntad de impunidad. Muy sabiamente, el jefe de la misión expulsada, el jurista peruano Guillermo Fernández Maldonado, ha propuesto la integración de una Comisión Internacional de la Verdad que lleve hasta el fondo en los hechos.

La retórica denigratoria que acompaña la expulsión, no tiene ningún peso frente a los señalamientos de acciones de represión oficial y paramilitar, consideradas en el informe como violatorias del derecho internacional y de los derechos humanos, lo cual incluye el uso desproporcionado de la fuerza, casos de ejecuciones extrajudiciales, de desapariciones forzadas, la obstrucción del acceso a la atención médica, detenciones arbitrarias o ilegales, la tortura y la violencia sexual, la criminalización de las protestas ciudadanas . Lo que tiene peso es el hecho mismo de la expulsión.

Y, seguramente, lo más irritante para el régimen es que el informe contradice la narrativa oficial del golpe de estado. "Golpistas" ha sido el título que conforme a esa narrativa se ha dado constantemente a los miles de participantes en las protestas populares.

Al cerrar las fronteras al escrutinio de los hechos violatorios de los derechos humanos, el régimen desconoce el orden internacional, en el que se basa hoy en día la convivencia entre las naciones de todo tamaño y poderío. ¿Puede Nicaragua vivir bajo una política de fronteras cerradas? ¿Puede el régimen valerse solo, aislado como está de la propia sociedad nicaragüense?

A lo largo de la historia, ha habido naciones que se han encerrado en sí mismas, ignorando a las demás. Pero se ha tratado de países vastos en su geografía, autosuficientes en sus recursos, y por supuesto poderosos, como ocurrió con China bajo la dinastía Tang y bajo la dinastía Ming. Pero Nicaragua es un país pequeño, interconectado de manera natural a las naciones vecinas, y miembro fundador tanto de la Organización de Estados Americanos como de las Naciones Unidas, y no puede renunciar a sus obligaciones internacionales sin afrontar consecuencias jurídicas y económicas.

La crisis que vivimos no tiene salida en el aislamiento, sino, por el contrario, en buscar, y no alejar, el respaldo internacional, que lleve a un diálogo nacional, ahora pospuesto por voluntad cerrada del régimen, y que ese diálogo abra las posibilidades de una salida democrática que, lejos de haber terminado, parece prolongarse de manera indefinida.

El camino escogido es cada vez más equivocado, y aleja las soluciones que pasan necesariamente por el restablecimiento pleno de la democracia, y el respeto sin condiciones a los derechos humanos.

 

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3 de septiembre de 2018
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En el tunel de Somport: otro reto filosófico generado por la física

En 1968, a la par que se fraguaba en París la atmósfera que conducía a los acontecimientos culturales y sociales conocidos como Mayo del 68, en la también por entonces políticamente convulsa California se confirmaba una hipótesis científica de primera magnitud.

A lo largo de la década de los cincuenta (en experimentos realizados mediante emisiones energéticas que iban de 100 a 1000 mega-electrón voltios) se había consolidado la conjetura de que la apariencia homogénea de neutrones y protones escondía una estructura compleja. Pero sólo en el evocado 1968, gracias al acelerador de electrones de Stanford (que permitía alcanzar niveles energéticos de 10000 mega-electrón voltios) se conseguía penetrar en el núcleo del átomo y descubrir que, efectivamente, la ausencia de carga del neutrón no es sino la expresión del equilibrio entre partículas más elementales, quarks, que comparten con el electrón -de momento al menos- la condición de soporte último de la organización de la materia, y que sí se hallan positiva o negativamente cargadas. Por su parte, la carga positiva del protón expresaba una composición no equilibrada entre tales partículas, las cuales, provisionalmente, pueden ser consideradas como auténticamente elementales.

Se repetía así la historia "leibniziana" de descubrir la pluralidad de lo aparentemente puntual. Al nivel de las partículas elementales seguían entonces dándose grandes incógnitas a las que nadie ha respondido. Nunca se ha conseguido localizar un quark fuera del lazo que le vincula a otros quarks, forjando protones o neutrones, es decir, nunca se ha conseguido apartarlo de ese reducido universo que es la magnitud de un protón o electrón, y nadie ha podido decidir si es una partícula realmente elemental o si su masa (a la cual sólo cabe hacer referencia si se explicita qué criterio se va a utilizar para determinarla) es ya un conglomerado de desconocidas partículas. 

Pese a la persistencia de terrenos ignotos, desde la época en que se avanzaban las hipótesis de la teoría cuántica sobre la estructura de la naturaleza (las conjetura por Bohr sobre la configuración del átomo de hidrógeno por ejemplo), en el plano estrictamente científico, el progreso ha sido enorme. Y sin embargo... en lo referente a lo esencial la interrogación no sólo persiste sino que los elementos de perplejidad se han acentuado. Quiero hoy señalar un caso: El avance que suponía el descubrimiento de nuevas partículas se completaba dialécticamente (me atrevo a decir) con el descubrimiento de las anti-partículas, entidades con las mismas características que las partículas (masa, magnitud, movimiento rotacional y monto de carga eléctrica), pero con el signo de la carga opuesto. El físico siciliano Etore Majorana, desaparecido misteriosamente en el mar Tirreno en 1938 (se ha hablado de una melancolía que le habría llevado al suicidio) consideró la hipótesis de un fermión (los fermiones son partículas así llamadas evocando a Enrico Fermi el maestro italiano de Majorana) cuya singularidad consistiría en ser su propia antipartícula (materia y anti-materia).Pues bien:

En el experimento NEXT (Neutrino Experiment with a xenon TPC) coordinado en el túnel de Somport en Canfranc por el físico español Juan José Gomez Cadenas se intenta probar que efectivamente hay una partícula que sería a la vez su antipartícula, a saber, el neutrino. En física, aun las hipótesis con mayores probabilidades de verosimilitud (en razón por ejemplo de que las alternativas entran en contradicción con fenómenos contrastados) no tienen verdadero peso hasta su confirmación experimental. Pero en todo caso, de llegar a buen puerto la hipótesis del proyecto NEXT, haría por así decirlo modestas algunas de las páginas más tremendamente especulativas de la historia del pensamiento filosófico. Estoy pensando por ejemplo en párrafos de la Ciencia de la Lógica de Hegel (pensador considerado por muchos como "el perro muerto" de la filosofía) en los que la identidad se revela hallarse internamente polarizada en una modalidad de diferencia que se muestra como oposición y finalmente contradicción.

Desde hace ya casi un siglo la física ha dado pie a tremendas interrogaciones sobre la esencia del orden natural. Pues resulta que, en presencia de determinados fenómenos, o bien decimos que las cosas no tienen propiedades independientemente de la constatación de las mismas por los físicos (tras los cuales alguno ve el nosotros designativo del hombre que sería efectiva medida de todas las cosas); o bien la propiedad que una cosa tiene podría ser alterada por el hecho de que hay una modificación en la propiedad de una segunda cosa, alejada de la primera y sin contigüidad de ningún tipo con la misma... y otros asuntos aun más sorprendentes, de los que se infiere que el comportamiento de las partículas no confirma los principios sobre los que se basaba nuestra concepción del orden natural. Pues bien: este caso de la partícula que sería su propia anti-partícula muestra que parte del trabajo actual de los físicos no viene a zanjar tales interrogantes, sino que aporta nuevos elementos de perplejidad.

Y sin embargo una suerte de fidelidad a principios ontológicos y epistemológicos que Einstein mismo consideraba irrenunciables nos empuja a reivindicar digamos al mundo de siempre, es decir, un mundo en el que las mismas causas conducen a los mismos efectos, la única forma de influir sobre un objeto separado es estableciendo algún lazo de contigüidad con el mismo, una peonza o bien gira a la derecha o bien lo hace a la izquierda, y desde luego...una partícula no se confunde con su propia antipartícula. Pero ello no puede hacerse de manera dogmática o ingenua; hay en todo caso que dar la vuelta a la interpretación de fenómenos que parecen testimoniar de lo contrario. Con arranque en la física y quizás jugada por los propios físicos, esta partida es sin embargo esencialmente filosófica, posterior a la física...literalmente meta-física.

 

 

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3 de septiembre de 2018
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Lleida no pasa por London

Lo leo en artículos y en redes, lo escucho a gritos en un plató, con un puntillismo fonético que resulta acaso más violento: “Lérida en castellano se dice Lérida, igual que Londres”. Mira que comparar la capital de la Terra Ferma con la imperial City, ¡qué pomposos son los clérigos de la corrección lingüística española! Estoy por empezar a pronunciar la voz árabe de Larida, o por utilizar el Leyda medieval, que tanto se parece a la fonética que gastaban aquellos voluntariosos al bajar con los esquís y el Moncler en la estación Yeida-Pirineus.
Ha habido un viaje en el tiempo, fractura de por medio, mareas de lazos amarillos combatidas con rojigualdas. Esa es la excusa de los que se autolesionan con los idiomas en lugar de gozar de su vaselina comunicativa. Las lenguas son puro amor de madre: un trasvase emocional desde la canción de cuna, una señal de pertenencia que trasciende al paisaje o la costumbre. Al llegar a un nuevo territorio, aprendemos a decir buenos días y gracias. Nos acercamos a lo autóctono y empatizamos con su habla desafiando el pudor. Desde que fenicios y griegos difundieran el alfabeto, la propagación de las lenguas ha permitido rastrear la historia humana. Cuando desaparece una, todos nos apagamos un poco.
Encuentro en La prosa de Màrius Torres (Edicions Universitat de Barcelona) un artículo publicado en marzo de 1936 en L’Ideal –lo firmaba como Gregori Sastre– en el que comentaba las siete consignas del comité de catalanización. De la séptima, “parleu català a tot arreu”, apostillaba: “Creo que con ‘hablad catalán en Catalunya’ es más que suficiente”. Este verano, en un debate de televisión, una contertulia sentada a mi lado afirmaba: “Es un dialecto del español”. Recordé aquel viejo ardor de estómago: cuando yo era Juana en el DNI y tenía que corregir cada dos por tres a quienes traducían mi nombre.
Me indignaba que mi lengua antigua fuera considerada de segunda, y, a pesar de los casi diez millones de personas que la hablan, de nada valía sacar las plumas: ¿qué podían importarles el origen del catalán, los sustratos que la cimentaron, incluso que palabras como ­añoranza, pincel u orgullo permearan al castellano?
Y ahora comparan mi Lleida con London –ahí está el quid de la cuestión, le otorgan el mismo tratamiento que a una ciudad extranjera–, aunque su denominación original fuera aprobada por real decreto hace 26 años. Mientras unos boicotean el fuet, otros repiten Gerona y Generalidad a modo de un activismo no menos furibundo. La im­posición de una lengua sobre otra, siendo ambas oficiales, promueve un discurso ideológico que no busca sino la justificación de un poder. Hacer polí­tica con la lengua es maltratarla, ol­vidar su naturaleza de canal y no de ­albañal. Porque atizar la discordia con los nombres de ciudades e instituciones demuestra una vez más que, en un conflicto, puede perderse incluso la vergüenza, pero nunca el respeto.
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3 de septiembre de 2018
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Tres periodistas en la revolución de Asturias

  A quien se le ocurrió unir los escritos de tres grandes periodistas, José Díaz Fernández, Josep Pla y Manuel Chaves Nogales,  referidos a un mismo suceso, la revolución de Asturias en octubre de 1934, tuvo una feliz idea.

                De los tres, José Díaz Fernández quizá sea el más tradicional. Pero sus reportajes no servirían como modelo en una escuela de periodismo debido a que concurren en él  dos circunstancias. La primera, que si bien desarrolló la parte más sustancial de su carrera de periodista en Madrid, él era asturiano de nacimiento y aunque trata honestamente de ser objetivo y dar únicamente información, su implicación emocional en lo que cuenta durante su recorrido por las cuencas mineras y los horrores que presenció, o más tarde su visión de la ciudad de Oviedo siendo literalmente volada a golpe de dinamita era demasiado intensa para que no se trasluzca en su escritura. La otra circunstancia que no hace de él un buen maestro es que era un innovador, un creador que iba más allá de ese modelo canónico que unos aprendices deben dominar antes de ser creadores a su vez. Pero el lector, sobre todo el lector actual,  puede tener la seguridad de que la información que va a recibir es veraz y un reflejo bastante verosímil de lo que fue aquella especie de locura sin precedentes en la historia de la crueldad de las guerras civiles españolas. Que ya es decir.

                De los otros dos elegidos, Manuel Chaves Nogales comparte con Goerge Orwell una cualidad que los honra a ambos: fueron tan ecuánimes a la hora de contar sucesos de la guerra civil española que ambos acabaron teniendo que huir porque a los dos bandos les hubiera gustado echarles el guante. Para fusilarlos. Pese a que sus escritos sobre la guerra civil española de 1936 tenían que ser forzosamente trágicos, dada la ferocidad con la que se comportaron ambos bandos, leer a Chaves Nogales es una delicia y causa verdadero asombro la elegancia de su castellano.

                En cuanto a Josep Pla, su lectura exige una cierta labor de ajuste porque era un hombre íntimamente ligado a Cambó y la LLiga y por lo tanto su escritura (para bien y para mal) no pretende ser objetiva. Lo cual no impide que sea un prodigio. En el presente volumen se recogen las crónicas que envió desde Asturias y el País Vadsco a  La Veu de Catalunya. Era probablemente uno de los hombres mejor informados del trasfondo de la vida política de su tiempo, y basta leer sus textos sobre la II República para comprobarlo.

                Leer su visión de los sucesos durante la revolución de Asturias y sus análisis sobre el papel jugado por los protagonistas de aquellos trágicos sucesos produce un cierto vértigo porque es un ejemplo perfecto de aquello que Octavio Paz llamaba la “palabra en el tiempo”, y que resumiendo mucho podría sintetizarse diciendo que los tiempos pasan pero la palabra permanece. El lector encontrará muchos otros ejemplos, pero reproduzco dos para ilustrar lo que digo sobre el vértigo.

                Por ejemplo en la página 133, hablando del papel jugado Cataluña en el proceso que desembocó en aquella sangrienta revolución dice: “Los hombres de Esquerra, que gobernaban en la Generalitat de Cataluña, a pesar de la magnífica posición de privilegio que disfrutaban dentro del régimen, privilegio que no había conocido ningún partido político catalán […] se han equivocado y lo han pagado caro […] No nos corresponde a nosotros emitir un juicio […] Diremos solo que Cataluña sigue con su historia trágica, y que solo eliminando la frivolidad política que hemos vivido últimamente se podrá corregir el camino emprendido”.     

                Y poco más adelante, hablando del mismo tema, insiste:

                “Hemos entrado en un periodo de transición de duración problemática. Un día u otro, sin embargo, cuando el caos administrativo que reina en Cataluña y que hemos heredado de la locura delirante de los hombres de Esquerra llegue a su punto culminante, habrá que sistematizar los instrumentos de gobierno. Debe ponerse de manifiesto, porque es un hecho trascendental, que en la prensa de Madrid, tradicionalmente desafecta a Cataluña, se ha iniciado una ofensiva general contra nuestras cosas que ya no tiene por objeto una crítica contra Esquerra, sino que se refiere a Cataluña como un todo…”.

                Aunque estas afirmaciones tengan unas alucinantes resonancias actuales, quien vea la fecha que figura al final verá que fueron escritas el 12 de octubre de 1934. Pero por eso digo que me parecen un magnífico ejemplo de palabra en el tiempo.

 

Tres periodistas en la revolución de Asturias

Manuel Chaces Nogales, José Díaz Fernandez, Josep Pla

Prólogo de Jordi Amat

Libros del Asteroide

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31 de agosto de 2018
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El Boomeran(g)
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