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Blogs de autor

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FORMATOS

En la prensa escrita, la idea de producir diarios compactos es muy atractiva, pues todos los editores miran el éxito de editores en Holanda y Alemania. Tarde o temprano, claro, la idea tenía que pasar a los libros y, tal como se hizo en EE UU después de la Segunda Guerra Mundial, el grupo Orion anuncia en El Reino Unido la publicación de clásicos acortados.

Podemos adivinar cómo y dónde las tijeras del editor-verdugo golpeará los seis primeros libros de la serie: Anna Karenina de Tolstoi, Vanity Fair de Thackeray, David Copperfield de Dickens, El Molino junto al floss de Elliott, Moby Dick de Melville e Hijas y esposas (Wives and Daughters) de Gaskell. Ya escribí en este blog que me parece un error eliminar lo que sobra, pues una creación literaria incluye siempre algo de sobra.

La descripción de los textos clásicos, por el editor de estos libros, como algo “largo, lento, y para hablar bien claro, aburrido” es una etapa más en la revisión del estatuto de la literatura. Se puede ver de manera negativa. Para mí, es también el síntoma de algo positivo. Con la existencia de las pantallas como lugar de lecturas y con la velocidad creciente de la comunicación siempre discontinua, van a aparecer nuevos formatos. Por eso leo con sumo interés todo lo que tiene que ver con las novelas escritas para el teléfono en Japón. Alimento mi frustración tanto con Le Figaro como Wired. Al no leer el japonés, es imposible imaginar el ritmo, el flujo, la arquitectura de obras literarias que invaden un nuevo medio. Y claro, es difícil imaginar lo que podemos hacer con el alfabeto romano ¿Quién va a escribir El conde de Monte-Cristo para pantallas de teléfonos celulares? Dentro de poco vamos a tener la versión abreviada de la novela de Dumas. En lugar de lamentar aquella pérdida sería bueno celebrar el invento de los capítulos más cortos del arte novelístico.

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27 de abril de 2007
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Réquiem por David Barba

David Barba, personaje habitual de este blog, ha muerto. Al menos, eso publicó la prensa catalana el miércoles 25 de abril en su página de Sucesos (pinche, por ejemplo aquí). Según los diarios, una grúa se llevó al depósito el coche de David sin darse cuenta de que su cadáver yacía en el interior. La triste carga que llevaba el vehículo sólo fue descubierta cinco días después. Lo más extraño del caso es que David no tiene coche.

Acicateado por la curiosidad del detalle, decido llamar por teléfono a David y, de paso, darle el pésame:

-¿Hola, David?
-Sí.
-Oye, hermano, lo siento. He leído lo de tu muerte en el periódico y estoy conmocionado ¿Qué te puedo decir? Yo siempre te había visto muy vivo y esto...
-Ya, imagínate como estoy yo.
-Claro.
-Lo peor es que el diario dice que vivo en Mataró, y se equivocan con mi edad.
-También lo noté. Y de tus libros, nada ¿Eh? Me temo que tu obra literaria no será inmortalizada por la historia.
-¿Y no crees que el de la nota sea un homónimo?
-David, por favor, afrontémoslo. Será menos doloroso así. Si el periódico dice que estás muerto, no hay más que hablar ¿Tú vas a saber más que el periódico?
-Tienes razón. Por cierto, también dice que mi familia estuvo buscándome y pegando carteles por la calle. Me he sentido muy culpable al respecto.
-Pues ya puesto, también podrías sentirte mal por no decirme que tenías coche. Podrías habernos llevado de excursión alguna vez ¿no crees? Siempre íbamos en el de Rosa o en bus.
-Lo siento, es que no lo sabía.
-Difícil de creer, pero ya no importa. En realidad, ya nada importa. Los amigos y yo vamos a tomar una cerveza en tu memoria esta noche ¿Quieres venir?

Esa noche, los viejos amigos nos reunimos en el viejo bar donde Barba solía colarse en los baños de señoritas. Pero esta vez, la ocasión no es festiva. Todos mostramos una gran tristeza, porque de verdad apreciábamos al occiso y queremos recordarlo solemnemente. El único inconveniente es que Barba no para de hacer el payaso alrededor. Le mete mano a las camareras, le roba la cerveza a los chicos, se pone a hablar de sexo tántrico…

-Barba ¿Puedes dejar de tocar las narices? –le dice Toño, pero los demás lo acallamos.
-Toño, por favor, más respeto con los muertos.
-¡Pero si no para de joder!

Barba hace muecas obscenas con las manos y la lengua, pero todos sabemos que no está ahí, y así se lo explicamos a Toño:

-¿Alguna vez en algún lugar del mundo has visto hablar mal de un fallecido?
-No, pero…
-¿Quieres ser el primero?
-Es que…
-Basta ¿Quieres? Recordemos a nuestro amigo con seriedad. Por ejemplo, ¿Recuerdan cuando Barba ligaba vestido de mujer en mi despedida de soltero?

Y todos reímos de sus antiguas ocurrencias, que ya nunca volverán. Es un momento nostálgico, y aunque David interrumpe constantemente para hacer gárgaras con el vino blanco o detallar el sistema reproductivo de las amebas, a todos nos embarga la emoción. Donde quiera que estés, David, te echaremos de menos.

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27 de abril de 2007
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II. LA VISITA DE LOS ÁNGELES

            El Anticristo, que es puertorriqueño, se llama José Luis de Jesús Miranda, y le ha sido prohibido ya entrar en otros países centroamericanos, ante la protesta de las jerarquías católicas, y también de las evangélicas, alertas frente a las fatalidades que anuncian las escrituras, pues ya sabemos que la llegada del Anticristo no es sino aviso del final de los tiempos. El anuncio de su inminente visita a Nicaragua ha despertado un verdadero debate nacional, y el Anticristo recibe rechazos encendidos en los medios de comunicación, lo mismo que adhesiones de manifestantes por las calles, que desfilan uniformados con camisetas negras. Y dada la íntima afinidad del presidente Daniel Ortega con el cardenal Miguel Obando y Bravo, que ya se ha declarado opuesto a la llegada de quien se hace llamar el Apóstol, lo más probable es que no pase de la terminal del aeropuerto.

            Según se cuenta, al Anticristo boricua se le aparecieron un día dos ángeles luminosos que le susurraron: “Mira, el rey de reyes viene a ungirte para el ministerio”. Luego sintió que a sus espaldas le hablaba un ser sin rostro, que le ordenó que tomara la Biblia porque iba a explicarle sus misterios. Desde entonces nunca más necesitó estudiar la Biblia, ni tiene por qué orar. Cuando llega la hora de enfrentarse a la feligresía, ya el tema de su sermón aparece grabado de manera indeleble en su cabeza.

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27 de abril de 2007
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Ansiedad

El relato de Roncagliolo sobre el chico que le endosaba un original de 700 páginas para que leyese me dejó pensando. Es verdad que el hecho de estar de este lado de una barrera imaginaria hace que los inéditos piensen que los éditos podemos hacer algo por ellos. (Claro que podemos. Todo lo que hace falta son dos requisitos: que consideremos que el texto que nos entregan es bueno de verdad, y que nosotros, los éditos, seamos generosos.) Por supuesto, a menudo el tiempo y la oportunidad juegan su parte. Supongo que si algunos autores populares leyesen cada inédito que les llega, se quedarían sin horas para dedicar a la vida y a su propio trabajo. Y el hecho de que alguien nos erija en jueces también es delicado: ¿cómo hace uno para decirle a un desconocido que su obra, en la que invirtió tanto esfuerzo y tantos sueños, no le gustó? ¿Qué pasa si simplemente somos inadecuados para la tarea? Si alguien me diese un texto “vanguardista” como el que recibe Santiago en su ¿fantasía?, yo sería el peor de los jueces respecto de sus méritos.

El cuidado con que los éditos –yo, bah: ¡no puedo hablar por los demás!- nos conducimos depende de que recordemos con cuánta elegancia, o no, digerimos nosotros mismos el rechazo. Lo cual me lleva al punto que motiva este texto. Más allá del tono ominoso del relato de Roncagliolo, la ansiedad del escritor que lo acosaba me recordó mi propia y muy presente ansiedad. Días atrás le envié un guión inédito a un par de personas que son importantes para mí: porque confío en su criterio, y porque sé que no vacilarían en expresarme sus objeciones en caso de que las hubiese. Leyendo el texto de Santiago, se me ocurrió que era necesario decir que los inéditos no son los únicos en sentir ansiedad cuando esperan que alguien –amado, o cuanto menos respetado- juzgue su obra. Con cada libro nuevo, con cada guión nuevo, la experiencia se repite en mí. Cada hora sin que suene el llamado es un suplicio. Cada día sin respuesta, una pequeña muerte. Cada semana sin la noticia esperada, una temporada en el infierno. (Aguante Benedicto.)

No creo que exista autor alguno, por popular y/o respetado que sea, que no tiemble un poco cada vez que entrega su original a amigos, maestros y potencial editor, y luego el texto publicado a la prensa y al público. Nadie está tan convencido de la dimensión de su talento para pasar por completo de las reacciones que su obra dispara. Todos escribimos para que nos digan algo, quien sea, lo que sea: ¡esa reacción es la única prueba de nuestra existencia que consideramos válida!

Yo sé muy bien lo que siente el ¿imaginario? acosador de Santiago en su angustiada espera. Todos hemos sido él, en algún momento. Y lo que es todavía más importante: todos lo seguiremos siendo.

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27 de abril de 2007
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LO INTELIGENTE

Más o menos a la vez van apareciendo una colección de anuncios cuyo reclamo central es la inteligencia.

En una cadena de televisión se habla de “entretenimiento inteligente”, en una inmobiliaria de “la elección inteligente” y en el nuevo Mercedes clase C de su “agilidad inteligente”. No basta con que los artículos sean buenos, amables y baratos, es necesario que nos presten inteligencia, confirmen la nuestra y nos abracemos ambos no sólo en plena felicidad sino en su punto inteligente.

Al consumidor tratado como un  necesitado sucede el nuevo sujeto consumidor con mayor discernimiento, perspicaz y cínico. Todos los consumidores fueron antes gentes desabastecidas o faltas de ciertos complementos. La oferta en la actualidad se dirige no al burdo bienestar físico, sino a la  elegancia de lo mental.

Tras la larga temporada de ofertas basadas en amueblar nuestro alrededor, lo nuevo es el “amueblamiento” interno. A la sensualidad sigue la sensibilidad, a la cantidad la calidad elegante (otro término en boga) y al peso el seso.

Los publicitarios no son otra cosa que nosotros mismos reflexionando sobre nosotros mismos. Gentes de nuestra vecindad poniendo atención a nuestros silencios y nuestras voces.

En este caso la voz “inteligencia” se refiere al deseo de ser tan listo como para no ser timado, presentarse tan instruido e insumiso como para dilucidar pertinentemente respecto a las novedades, ser un ciudadano tan evolucionado como para merecer el reconocimiento de los productores que también, de su parte, se presentan como seres conscientes de que hoy, desde un edificio a un electrodoméstico, desde un sillón hasta un juguete, no tienen lugar en el mundo sin mostrarse inteligentes. La tecnología ha dejado de polarizarse en su antigua dirección pragmática y ahora procura mejorarse en la multidirección de la mente y la visión complejas.

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26 de abril de 2007
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¿JOSELITO O BELMONTE?

Parece que nuestros abuelos, los aficionados a la tauromaquia, que entonces era rito nacional, se peleaban entre los de Joselito o Belmonte. También se habían enfrentado los de Wagner y los de Verdi en la ópera. Y así se seguían enfrentando las dos- o las que sean- Españas. Esa manera de ser de uno y frente a los del otro es algo que no creo que esté en los genes o será que yo soy muy “puta”. Me gusta una y la contraria, me gusta, gustaba, Curro Romero y Antoñete, los Beatles y los Rolling, Edit Piaf y Chavela Vargas, Buñuel y Wilder, Nico y Jane Birkin, Albert Plá y Teresa Berganza…No sé, la lista podría ser interminable y no me apunto a un bando frente a otro. Por ejemplo, me gusta Juan Benet sin dejar de gustarme Pío Baroja, Juan Filloy o Borges, Neruda o Rilke, Ezra Pound o Pessoa, Angel González o Valente, Gamoneda o Gil de Biedma… No entiendo de contrarios. Me gustan, o no, sin que tenga que seguir una corriente, sin tener que definirme ni por una estética, ni por una ética. Me gustan, igual de poco, pero me inquietan, Dios y el Diablo. Más cielo o infierno, que purgatorio. Nada el limbo. Tenía tan poco éxito que lo han quitado.

¿Por qué hablo hoy de esto?... Sencillamente porque han pretendido que me definiera en la nueva narrativa española. Tenía que decir si era de los “pop”, de Agustín Fernández Mallo, Kiko Amat o Mercedes Cebrián, frente a los que tienen más deuda con nuestra historia, con la memoria dura de nuestro pasado, del español o del europeo, como pueden ser Ricardo Menéndez Salmón, Oscar Esquivias o Isaac Rosa… No pienso leer a unos para enfrentarme a los otros, afirmar unos frente a los otros. Y ante la duda, siempre la literatura. Y esa también está en los navegantes solitarios, sobre todo en ellos, en esos que uno nunca sabe ni con quién enfrentarlos, ni con quién compararlos. Entre los citados hay nombres de esos, por más que por razones de marketing o de hallazgo cómodo de algún crítico se les quiera poner en bandos enfrentados. Queda la literatura. Por eso creo que, más allá de los enfrentamientos, de la última narrativa española también quedarán, aunque no los vea tanta gente, solitarios y raros como  Gonzalo Hidalgo Bayal o como Ramiro Pinilla. Caso aparte es Enrique Vila Matas, a ése no hay quién le compare, al menos para mal…

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26 de abril de 2007
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I. ¿HA NACIDO EL APOCALÍPTICO ANTICRISTO?

            En los últimos tiempos los viejos cines art-deco de Managua, y todos los demás que se construyeron después, se han convertido en templos evangélicos y albergan así a las más variadas denominaciones. Resulta extraño vivir en una ciudad donde en las marquesinas, en lugar de las películas del día, se anuncian funciones religiosas. Sobreviven unos pocos de esos cines que siguen cumpliendo la función de tales, pero solo exhiben películas pornográficas; un doble destino contradictorio, servir a Dios y al diablo.

            Pero hay otros que ahora sirven al Anticristo, como ocurre con el antiguo cine María en el sur de la ciudad, que antes pasaba solo películas mexicanas y hoy, remozado, es el templo de la secta Creciendo en Gracia que, según las cuentas de su obispo local, se halla extendida por 33 países de la tierra. Los feligreses del Anticristo tienen por símbolo el número 666, la cifra cabalística que identifica a la bestia según el Apocalipsis: “Aquí hay sabiduría: el que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis" .

                Como premio por su ingreso, los fieles reciben un tatuaje gratis con el 666 el primer día que se presentan al templo.

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26 de abril de 2007
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El perfume de la aventura

Pablo de Santis y yo fuimos a la misma escuela, el Colegio Marianista de Buenos Aires. (Aznar fue alumno de los Marianistas en España, lo cual nos pone en situación difícil: deberíamos escribir un nuevo Ulysses y acabar con el hambre del mundo para reivindicar a la congregación de semejante mácula.) En parte por el recuerdo, y además porque no cambió nada en estos años, imagino que si Pablo se pusiese hoy el blazer y la corbata podría mezclarse entre la estudiantina sin que lo notasen. Su aspecto de Dorian Grey ayuda a que olvide que se ha convertido en un hombre grande –y en todo un escritor.

Autor de El palacio de la noche y de La traducción, Pablo acaba de ganar el flamante premio Planeta-Casa de América con un relato llamado Enigma en París. Basta leer en los medios las líneas que consignan la trama de esta novela –una convención de detectives que se reúne en la Ciudad Luz a fines del siglo XIX, cuando la Torre Eiffel todavía estaba en obras- para entender que Pablo lo ha hecho otra vez, encendiendo esa maquinaria narrativa que es su marca de fábrica. En este tiempo tan peculiar, en que tantos escritores destruyen la literatura desde adentro al reinvindicarla como un coto de caza privado o un privilegio privativo de su clase, Pablo de Santis apuesta al relato que todo lo transforma –empezando por el escritor mismo. Amante por igual de las tramas librescas de Borges y de las peripecias de los héroes de H. G. Oesterheld, lo que Pablo persigue cuando escribe es el perfume de la aventura.

El premio recibido es para mí una muy buena noticia. Todavía la estoy saboreando cuando me entero de que la Cámara en lo Criminal Federal declaró esta mañana la inconstitucionalidad de los indultos que Menem concedió graciosamente a los genocidas Videla, Massera y compañía.

Dos tiros para el lado de la justicia. A esto lo llamo yo un buen día.

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26 de abril de 2007
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PLATOS

Por si faltaba poco han vuelto a destacar a varios cocineros españoles como los mejores del mundo. ¿Será posible continuar incrementando los espacios televisivos dedicados a preparar recetas ante la absorta mirada del espectador?

Seguro que no pocas personas encuentran un consuelo y compañía atendiendo las operaciones de los telecocineros cortando o pelando sobre el banco, calentando en el horno o en el fogón, pero otros somos incapaces de contener una molesta sensación ante estos obscenos protagonistas de platos innumerables y sus exorbitados comentarios sobre el seguro regusto del guiso, la salsa o el puré en preparación. Una blanda secreción de consejos y comentarios superfluos pringa la pantalla y, se supone, que también el interior de los estómagos que atienden las palabras y humaredas que se emiten, como si cocinar fuera el más allá de la creación y degustar el resultado la forma más destacable de recrearse aquí.

Asumo que estas palabras fuera de lugar no responden sino al rechazo que opone mi organismo a la melopea de los sabores compuestos y los descompuestos afanes a propósito de ofrecer placer al paladar. El paladar representa el área más animalizada de las observables sin abrir la criatura en canal y la boca en sí uno de las cavidades de peor imagen. Por la boca se accede a la calavera y de la calavera nace el olor oscuro. En esta obligada y menesterosa oquedad, de por sí ominosa, se introducen los alimentos y no sólo los alimentos netos que nos proporcionan vida y salud, sino estas composiciones de concurso que responden no ya a la mera fruslería sino a la falsa intriga, el camelo y la pretenciosidad.

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26 de abril de 2007
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El manuscrito

Al terminar mi charla en una universidad de Granada, me voy a la cafetería a tomar una cerveza. Como siempre en estos casos, comento las conferencias del día con los otros ponentes. Conversaciones de colegas. Hasta que descubro en un rincón a un chico tímido que ya había visto durante la charla. Lo recuerdo porque lleva una mochila enorme, casi de su tamaño. Él me mira de reojo pero está claro que no se decide a acercarse a mi mesa. Me acerco yo.

-Hola ¿Puedo ayudarte?

Él ni siquiera se atreve a levantar la cabeza para mirarme.

-Me llamo Óscar. Quiero publicar mi novela, pero no sé qué hacer.

Debe tener unos 19 años. Me enternece porque me recuerda a mí mismo a su edad.

-Bueno, puedes dejarla en editoriales, agencias, premios. Mientras más la lean, más posibilidades tendrás.

-Ya lo he hecho –responde, casi con lágrimas en los ojos-. La he dejado en 16 editoriales y nadie me ha contestado.

-Así es el comienzo. Todos lo hemos pasado. Quizá te sirva que la lea algún amigo dentro del medio literario y le dé un empujón. Un escritor por ejemplo.

Por primera vez, me mira a los ojos y noto una luz en sus pupilas: es el resplandor de la ilusión.

-¿La leerías tú? –me dice.

-Eehh... bueno, no te puedo prometer nada porque tengo mucho trabajo... –a cada palabra que pronuncio, las lágrimas van asomando a sus párpados.- Pero bueno, quizá pueda intentarlo...

Como un relámpago, saca de su mochila un enorme volumen encuadernado. Descubro que eso era lo que hacía enorme la mochila. Dentro de ella, no hay nada más.

-Tiene sólo 750 páginas –me dice.

-Genial –trato de sonreír-. ¿Y cuál es la trama?

-No tiene trama, ni signos de puntuación. Verás cómo te gusta. Es supervanguardista.

-Mmmh... vanguardista. Mis favoritas.

Esa noche, me tomo unas cervezas con los escritores amigos en un bar del Albaicín, el barrio antiguo, frente al Alcázar. Me han dicho que es un barrio muy seguro. Pero a medianoche, mientras regreso a mi hotel, siento que una sombra me persigue. Acelero el paso, pero la sombra acelera tras de mí. Cuando empiezo a correr, la oigo acercándose, casi respirándome en la nuca. Al final, en la esquina del hotel, tropiezo y ruedo por el suelo. Estoy a su merced. Me llevo las manos a la cabeza para que no me golpee en la cara. Cuando llega hasta a mí, descubro que es Oscar:

-Hola. ¿Ya leíste mi novela?

-Ah, hola –le digo tratando de levantarme-. Verás, no. Pensaba leerla con calma en casa. Merece una lectura pausada.

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

-Ya, pero son 750 páginas.

Sonríe y me dice:

-Mejor léela antes de irte. Te gustará.

La luz de la farola le da un matiz siniestro a su rostro.

A la mañana siguiente, descubro que el manuscrito no cabe en mi maleta. Es tan gordo que tengo que escoger entre él y mi computadora. Termino por dejarlo. Al bajar a recepción para devolver las llaves, oigo a mis espaldas una voz familiar.

-Veo que no traes el manuscrito ¿Lo terminaste?

Oscar está de pie entre la puerta y yo. Ya no tiene la mirada tímida. De hecho, incluso parece más grande que ayer.

-¡Hola! Qué sorpresa. Precisamente estaba a punto de bajarlo para llevármelo. Sólo quería pedir una bolsa aparte...

-No te preocupes. Te traje otra copia, por si acaso. Esta tiene la letra más grande, para que sea más cómoda de leer.

-Gracias, qué considerado.

Cuando trato de irme, se ofrece a llevarme al aeropuerto. Me niego cortésmente pero insiste. Hacemos todo el camino en silencio. Yo voy sentado atrás y noto que me observa desde el retrovisor. Al llegar, trato de despedirme, pero me escolta hasta el mostrador de facturación. Me pide que facture mi maleta y lleve el manuscrito en la mano.

-No se te vaya a perder –sugiere.

Cuando el avión despega, lo veo en la pista de aterrizaje haciéndome adiós con la mano. Respiro aliviado. Como no tengo nada más, trato de leer la novela en el camino, pero no entiendo nada. Ya que no tiene signos de puntuación, no sé dónde terminan las oraciones. De hecho, no terminan. Ni narra nada. Esta versión tiene más de 800 páginas. Más un prólogo teórico.

Agotado, al salir del avión, abandono el manuscrito en el asiento. Pero cuando me acerco a la salida, veo a Oscar ahí, junto a la entrega de equipajes, con una enorme mochila en que se adivinan las esquinas de un manuscrito gigante.

Corro en retroceso. Me escondo en el baño. Cuando siento sus pasos frente al water, escapo y me oculto en una librería. Poco después, vuelve a acercarse. Creo que me olfatea. De momento, estoy encerrado en una cabina de Internet del aeropuerto, esperando que se canse y se vaya, pero sé que ronda por acá con su manuscrito. Tengo miedo.             

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25 de abril de 2007
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El Boomeran(g)
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