Skip to main content
Category

Blogs de autor

Blogs de autor

EL INFIERNO TAN TEMIDO…

            El Papa Juan Pablo II había mandado a clausurar por decreto no sólo el infierno, sino también el purgatorio, presente igualmente en mis pesadillas infantiles, y el limbo, un castigo que ni la mejor buena voluntad me hizo nunca comprender en aquellas sesiones de adoctrinamiento de la iglesia parroquial, eso de que los niños a quienes sorprendía la muerte sin haber sido bautizados debían ir a un lugar apartado y triste, donde su castigo eterno era la soledad. Deduzco que si el infierno ha sido restituido con toda su pompa flamígera, también va a ser reabierto el purgatorio, y quién quita también, el limbo.

            El Papa Benedicto, por lo que puede verse de lejos, lo que quiere es una iglesia de creyentes militantes, un partido de cuadros intransigentes, como el que quiso en su día Lenin, que supo copiar no pocas de sus reglas disciplinarias de las concebidas por San Ignacio de Loyola. Y dentro de esa cerrada defensa de la fe que regresa a sus orígenes y no quiere saber nada de veleidades modernas, entre ellas la ciencia, el infierno recupera toda su majestad, y Benedicto pretenderá de nuevo aterrorizar a los niños con aquellas mismas imágenes de llamas eternas que me hicieron despertar a mí con graves sobresaltos cada noche. Mejor consuelo serán los versos atribuidos a Santa Teresa:

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte…

Leer más
profile avatar
14 de mayo de 2007
Blogs de autor

Nada más difícil que lo fácil

El tren para Reims tenía que salir a las once de la mañana, pero el panel anunciaba su anulación. Debíamos cambiar los billetes para tomar el siguiente, a las 12.30 horas. Gran enfado de cientos de personas que trabajan a una hora de París. El panel añadía que la anulación se debía a "movimientos sociales en la zona de Reims". Intrigado por la frasecita acudí a Información, donde, tras una escaramuza cortés, admitieron que estábamos ante una huelga salvaje encubierta. "Un aviso para Sarkozy", dijo mi informador guiñando un ojo.

El nuevo presidente ha anunciado que impondrá servicios mínimos en los sectores estratégicos, algo que existe desde hace años incluso en Italia. Los sindicatos aristocráticos, pilotos de avión, maquinistas de tren, controladores del transporte público, ya están afilando el hacha. Todos aquellos que, con el fin de mantener sus privilegios, no vacilan en utilizar a los trabajadores como rehenes en huelgas que para nada perjudican a los ricos, van a echar un pulso al nuevo presidente. A esta odiosa extorsión la llaman movimientos sociales. Fariseísmo de los portavoces. Es el ambiente de la Gran Bretaña de Margaret Thatcher.

Durante los últimos días, grupos de ultras han destrozado la plaza de la Bastilla, han quemado coches, han arrasado comercios. Una vez más, castigan con su ira a la gente desvalida, a los trabajadores. En aquellos lugares donde han desatado su vesania aparecen pintadas que dicen: "fachos", es decir, nuestro familiar "fachas".

Ellos creen aludir a los votantes de Sarkozy, pero están firmando sus actos. En efecto, los únicos fascistas son ellos, que no dudan en utilizar la violencia contra gente inocente con el único fin de expresar su narcisismo ideológico. Fachas, sin duda. El Partido Socialista los ha condenado, pero los pequeños partidos antiliberales dudan en dar su opinión. Conocemos de memoria esta liturgia de sacristanes.

Va a ser muy difícil enterrar los tópicos revolucionarios de hace medio siglo, pero solo quienes puedan abandonarlos sobrevivirán al siglo XX. Y mira que es fácil...

Artículo publicado en: El Periódico, 12 de mayo de 2007

Leer más
profile avatar
13 de mayo de 2007
Blogs de autor

SOBRE VALLEJO

No sé cómo llamarlo: huida, destierro, exilio, renuncia, auto-despide. No importa la palabra, lo que acaba de hacer el escritor Fernando Vallejo, al renunciar a su nacionalidad colombiana es un acto de súper-rico. Lo pensé varios días. Creo que su decisión se parece a una mala broma si pensamos, por ejemplo, en el músico Mstislav Leopóldovich que acaba de morir. Al salir  de la Unión Soviética no tenía más que su violonchelo, y los maestros del Kremlin le retiraron la nacionalidad soviética unos años después. A pesar de recuperarla, utilizó pasaportes de Mónaco y de Suiza hasta el final de su vida, pero siempre decía que no aceptaba otra nacionalidad. Era un apátrida peleándose con su país.

Hay que recordar lo que pasó: Rostropóvich perdió su nacionalidad por apoyar a Alexander Soljenitsin. Fue un castigo. Soljenitsin también perdió su nacionalidad soviética, tal como el poeta Joseph Brodsky. Y la lista de escritores que encontraron la misma suerte es larga: Vasily Aksyonov, Vladimir Voinovich, Lev Kopelev, Georgi Vladimov, Valeri Tarsis. Para ellos fue una vida jodida, trámites sin fin.

El tema no es frívolo. Basta leer lo que escribe la ONG Human Rights Watch sobre el uso de la nacionalidad por gobiernos para entender el tremendo privilegio de Vallejo. No renuncia a nada, renuncia a algo que le sobra. No es necesario escribir una carta pública para anunciarlo al resto del mundo. Quizá, hay que hacerlo. Decir que su país es un país asesino e imbécil, tal como lo afirma Vallejo, se puede entender; pero despojarse de su nacionalidad como acto de protesta tiene poco sentido. Mejor callarse e irse.

Otra cosa es incorporarse a otra cultura hasta tal punto que uno toma la nacionalidad que va con una cultura, como el caso del poeta TS Eliot renunciando a ser americano para sentirse inglés de verdad. Es lo que me molesta de la carta de Vallejo: se va para México sin tener los motivos de un TS Eliot establecido en Inglaterra. Recuerdo de lo que me decía el escritor Bruce Chatwin, que no soportaba a Margaret Thatcher. Después de provocar un caudal de críticas sobre Inglaterra terminaba siempre de la misma manera: “Right or wrong, my country” (No importa si se equivoca, es mi país).

Leer más
profile avatar
11 de mayo de 2007
Blogs de autor

Espías

En Washington visité el Museo de los Espías, en la esquina de las calles 8 y F. Como la mayoría de los museos americanos, parece más bien un parque temático: te ponen películas y cada habitación está ambientada en una época diferente. Pero lo mejor son los juegos.

Nada más entrar, me pidieron que escogiese una identidad falsa. A lo largo de la visita, te hacen pruebas para ver si eres coherente con tu papel, y por lo tanto, si sobrevivirías como espía. Entre el menú de opciones, yo me pedí el personaje de Sandra Miller: era una norteamericana de 62 años propietaria de una tienda de ropa en Australia. Estaba de visita en Innsbruck, Austria, supuestamente para adquirir muestras de trajes típicos alemanes. Pero en realidad, iba en busca de un microfilme con los planos de un arma secreta soviética.

A lo largo del museo, pasé con éxito dos controles: di mis datos con exactitud y seguridad, recibí mis instrucciones con discreción y actué con destreza. En el último control, la computadora me felicitó: “ha cumplido su misión con éxito, agente Miller” me dijo.

El problema fue que, al salir del museo, seguía siendo Sandra Miller. Traté de dejar de serlo un rato, pero no conseguía evitarlo. Caminé por el borde de la vereda, por si alguien trataba de secuestrarme desde algún portal. Me detuve después de doblar cada esquina para saber si me seguían. Y en un semáforo en la esquina de 14 y F, encontré pegada una publicidad de cerveza Mannheim ¿No les parece extraño? Pues debería, porque no existe ninguna cerveza con ese nombre. Sin duda era la señal de algún agente. Washington –acababa de saberlo- sigue siendo la ciudad que alberga más espías en el mundo. Y están por todas partes.

Visité el memorial de Abraham Lincoln de puntillas, escondiéndome detrás de cada columna. Cuando parecía que me habían descubierto, rodaba por el suelo. Me costaba un poco, porque tenía 62 años y un problema de cadera, pero había sido rigurosamente entrenada para estos casos. En todo mi recorrido por el monumento, nadie sospechó que mi nombre era Sandra Miller.

Finalmente, en un basurero del National Mall, encontré el microfilme. Para ojos inocentes, podía confundirse con una hamburguesa medio mordida envuelta en una servilleta del McDonald. Pero yo sabía lo que era en realidad. El único inconveniente fue que tuve que vaciar el basurero para encontrarlo, y eso atrajo a un policía en bicicleta.

-Disculpe ¿me puede explicar qué está haciendo? –dijo el guardia.

-Estoy buscando muestras de trajes típicos alemanes –le contesté, siguiendo mis instrucciones al pie de la letra.

-¿Y tiene que hacerlo aquí?

-Sí, es que en Australia no hay.

-Si se sigue haciendo el gracioso tendré que multarlo. ¿Me podría decir su nombre, por favor?

-Sandra Miller, 62 años. Es la primera vez que vengo a Innsbruck.

No conseguí evitar la multa, pero el microfilme salió intacto. Ahora lo guardo en una caja de galletas que en realidad es un refugio nuclear, en espera de entregarlo a mis superiores. Este trabajo no es fácil. El clima en Australia es demasiado caluroso, y he descubierto que mi marido es un cerdo y lleva veinte años engañándome, pero una mujer de verdad no puede eludir la llamada del deber y abandonar su puesto. El futuro de América está en mis manos.      

Leer más
profile avatar
11 de mayo de 2007
Blogs de autor

II. EL OJO OMNIVIDENTE

Extraño. Nunca soñaba de niño con el cielo que me prometían en las sesiones sabatinas de doctrina cristiana, tras amenazarme con el infierno. En esas sesiones del templo parroquial, los niños éramos instruidos en la fe y el deber de la templanza a través de láminas donde el averno se abría a nuestros pies, y el cielo brillaba con fulgores dorados y coloraciones celestes arriba de nuestras cabezas. Y es que las fantasmagorías nocturnas que se encienden en la cabeza de un niño, son atizadas por lo terrible, y nunca por la bienaventuranza. Por la amenaza, y no por el halago. Y la felicidad prometida por el cielo pintado en las láminas de la catequesis era demasiado abstracta, al contrario de los tormentos infernales de las llamas eternas.

Y para que todo anduviera en orden y las tentaciones fueran mantenidas a raya, en otra lámina el ojo todopoderoso de Dios vigilaba dentro de un triángulo, capaz de ver al mismo tiempo en diversas direcciones, como el big brother de Orwell: un niño saltando el cercado ajeno para robarse una fruta, otros huyendo de la escuela para pasar una tarde feliz. La idea es que el gran ojo fuera reconocido en su poder de paralizar las acciones pecaminosas de todos aquellos candidatos al infierno, para darle una última oportunidad de ser librados del castigo del fuego diabólico.

Leer más
profile avatar
11 de mayo de 2007
Blogs de autor

LA MIRADA ATENTA

La alabanza de la virtud de escuchar se corresponde con el homenaje de la mirada atenta. El maestro encarna al profesional que mejor calibra el grado de atención y vive necesariamente de esa oferta.

La mirada atenta trasmite respeto y entrega puesto que de tal préstamo el profesor obtiene confianza. Gracias a su crédito el saber que procura  comunicarse encuentra las puertas abiertas y a su depositario trasluciendo  el bienestar que ese suministro le proporciona interiormente.

De la mirada atenta nace la imantación primordial entre emisor y receptor que, como en los funcionamientos articulados, crea una fuerza de doble sentido. El docente va deshilando su sabiduría sobre la apertura que tiende  discente y éste ovilla el contenido al compás el discurso que va recibiendo. Entre los dos componen una manufactura que no sólo multiplica el número de los productos disponibles sino que simultáneamente los transforma puesto que en cada discípulo la enseñanza adquiere diferentes caracteres y hasta consecuencias imposibles de prevenir. La vitalidad del conocimiento es similar a la de cualquier ser vivo. Nace, se expone, se conmueve, se incorpora a la concurrencia de los demás y traza su destino.

Todas las clases son clases de biología porque su materia prima es un organismo. Cuando este organismo no actúa bien por consumición del locutor o por la ausencia de la mirada propicia, la clase es un cementerio. Toda mirada atenta atesta el aula de placer. El tedio es su tumba.   

Leer más
profile avatar
11 de mayo de 2007
Blogs de autor

Un ramillete de historias en flor

¿A qué género pertenecen sus historias familiares? Imagino que, de verse obligados a escribirlas, tendrían entre manos un ramillete de opciones –lo que los franceses saben llamar bouquet. En casi toda familia hay alguna historia trágica, o al menos muy triste. (Pienso en mi padre abandonado por su padre. En mi madre muerta joven, de un cáncer de pulmón que funcionó como las consunciones de antaño.) En todas, también, hay pasos de comedia o personajes bufonescos. (La prima de mi madre, que en todas las reuniones repite las mismas anécdotas: “¿Te acordás, Marce, cuando la tía Gorda se ponía esos vestidos con corbata y ustedes la usaban como servilleta?” O mi abuela paterna, a quien se le torcía siempre la peluca como a Tootsie cuando se acuesta con Jessica Lange.) En todas las familias hay algún misterio. (El padre de mi padre. ¿La vida privada de mi tío, el del Opus Dei?) En todas hay furibundas historias de amor y también momentos de desesperación sorda, como en una obra de Edward Albee. Y vueltas de tuerca, y golpes de efecto, y reveses de fortuna dignas de novela dickensiana. E instantes épicos, por cierto. Los que vivimos en países que han sufrido hecatombes una y otra vez sabemos que la Historia, en su versión con mayúsculas, suele jugar con nuestra minúscula historia como Dios a los dados. En la Argentina no hay muchas familias cuyos relatos no estén cruzados por desaparecidos, quiebras económicas y otras variantes de la violencia urbana.

Ojalá todo el mundo escribiese la historia de los suyos. No sería una cuestión de talento, sino un ejercicio de la crónica. Facilitaríamos mucho la tarea de historiadores, sociólogos y demás científicos. Durante el proceso de escritura, nos veríamos obligados a salir de nosotros mismos y ponernos en el lugar del otro (esto es lo que ocurre, aunque más no sea de modo inconsciente, cuando se convierte al otro en personaje propio), y eso ayudaría a que lo viésemos bajo una luz nueva, siempre más tolerante. Y al hacer circular los textos se haría evidente que cada familia es un mundo, y que todos nos parecemos bastante más allá de diferencias circunstanciales –lo cual también contribuiría, y mucho, al entendimiento y a la concordia.

No existe máquina narrativa más rica ni más poderosa que la familia. Sin ella no habría melodrama, ni romance, ni comedia, ni misterio, ni drama. Y conste que cuando hablo de familia no me refiero tan sólo a los lazos de sangre. Como buen fan de Dickens, soy de los que creen en las familias del corazón. Porque a veces nos tocan familias de esas que mejor olvidar, pero aun así nos las arreglamos para encontrar sucedáneos, reemplazando padres, abuelos y hermanos por versiones putativas que se vuelven tan fuertes, o incluso más, que las refrendadas por la sangre. 

Como dice la canción: no podemos vivir con ellas, y tampoco sin ellas.

Leer más
profile avatar
11 de mayo de 2007
Blogs de autor

PAN TOSTADO

Una distancia incalculable separa al pan cocido del pan tostado. Apenas se requieren unos segundos al fuego para traspasar la frontera pero ese periodo es suficiente para matar en el pan su primera inocencia y convertir el producto en una seña relativa al orden más intencional de la alimentación.

El pan sin tostar resulta explícito, demasiado hermoso, obviamente simbólico y saturado de evocaciones históricas, poéticas, místicas o penitenciarias.  El pan tostado, en cambio, constituye un paso inequívoco hacia la abrupta civilización. Por sí mismo, el pan tostado representa un fuerte dato de lo civilizatorio.

En todo Occidente se consumen diferentes clases de pan pero un punto que anula las diferencias se dibuja en el tostado. Todos somos ciudadanos en el pan tostado puesto que inequívocamente remite a nuestro encuadramiento, nuestro domicilio censado, nuestros hábitos precisos concentrados en el color del pan y su nuevo olor.

El tostado origina una escena doméstica donde su presencia hace las veces de una documentación intervecinal. Forma parte de un ritual bien definido y en él se instaura como su base fundacional.

El pan crudo dice poco o en demasía mientras que el pan tostado pronuncia un lenguaje  articulado en el definido sistema de la cotidianidad. El pan crudo es infinito mientras el tostado es concreto. En el primero se superpone a la mano del hombre la mano de Dios pero en el segundo ha sido eliminada la voz divina por completo. El pan cocido pertenecerá a la trascendencia pero el pan tostado encarna la máxima inmanencia. Un pan duro sin tostar todavía despierta reverencia pero el pan duro tostado se acerca al deshecho.  De este modo puede considerarse al pan sin más como el super-pan destinado a los milagros históricos mientras el pan tostado se afana sólo en brindar un cobijo transitorio. 

Leer más
profile avatar
10 de mayo de 2007
Blogs de autor

El fin del mundo, más o menos

En obediencia al giro cósmico de la rueda de Fortuna cuyos ciclos son imposibles de medir (tantas son las generaciones humanas que los separan), las sociedades opulentas reciben el castigo a su felicidad bajo la forma de terribles catástrofes, pero sólo las opulentas son castigadas, porque las miserables viven la catástrofe todos los días, incluidos los domingos.

En ocasiones, el desastre obedece a razones comprobables. La peste negra arrasó las ciudades más ricas y sabias de Europa, en la Italia norteña, con un bacilo que llegó de oriente en las pulgas de las ratas, un emigrante clandestino escondido en las tripas de un polizonte. El pánico al castigo divino aún perduraba en una película de Elia Kazan con inmigrantes ilegales, peligros de plaga pestífera y ratas similares a sus víctimas.

Otras veces la destrucción llega por obra de un agente discreto, pero se convierte en un pánico general e induce a creer que el Juicio Final está al caer. En estos casos la plaga o el desastre es una metáfora de la culpabilidad: la culpa de ser tan ricos, tan sabios, tan avanzados, tan poderosos o tan guapos. Tal fue el caso de la tuberculosis durante el romanticismo, según el sagaz ensayo de Susan Sontag sobre la enfermedad y sus metáforas. También lo fue, al inicio de su expansión, el sida, aunque rápidamente las comunidades más afectadas supieron introducir racionalidad en el análisis y detener un terror que podía convertirse en muy peligroso.

Durante el largo dominio de la brutal burguesía del Segundo Imperio, ese periodo en el que se amasaron las primeras grandes fortunas plebeyas, gigantescas acumulaciones de capital logradas con el crimen, la estafa, el robo (aunque también la audacia e inteligencia de los burgueses), todo ello acompañado por sangrientas revoluciones y represiones que influirían decisivamente sobre Karl Marx, el castigo divino fue la sífilis y su herencia.

Como la peste en las ratas, la sífilis se ocultaba en la sangre de las prostitutas y fluía por toda actividad sexual que no fuera del gusto de la iglesia y el Estado. Difundido desde la ciencia médica, el pánico a la espiroqueta y a la sexualidad perversa fue tan intenso que duró más de cien años. Todavía en mi bachillerato (Hermanos de La Salle, Barcelona) hube de leer un pasmoso ensayo de Monseñor Thiamer Toth, obispo húngaro, que bajo el título de Juventud y pureza explicaba la lenta liquefacción de la columna vertebral en los masturbadores masculinos.

El horror a la infección degenerativa iba unido a un permanente horror corporal. La burguesía opulenta veía el cuerpo humano como un saco de miasmas, infecciones, putrefacciones y descomposiciones, humores malignos que acababan por ocupar el cerebro. Los locos furiosos, los delirantes, las histéricas, los desenfrenados, eran tenidos por pecadores en la etapa final del vicio.

Todos los escritores del ochocientos narraron el terror a la degeneración de la sociedad burguesa minada por un mal secreto e ignominioso. La sífilis, como los actuales transgénicos, producía una descomposición invisible de los genes que corrompía fatalmente la herencia. Lo cierto es que aquella sociedad era cada día más poderosa, más opulenta y que estaba haciendo del planeta entero su finca privada. No importa: la obcecación por el castigo, la perturbadora presencia de una culpabilidad difusa, imponía en los burgueses imperiales el pavor a la destrucción universal. Es decir, la de su clase social.

No hay nada más asombroso que asistir por vía de novelas o documentos de la época a las onversaciones habituales en aquellos salones. Cada cinco frases aparecía el diagnóstico médico. La medicina era la ciencia dominante y aunque su lenguaje nos parece hoy cosa de sacamuelas, en su momento fue la verdad absoluta. Cuando muere Jules Goncourt, seguramente de sífilis, el parte médico firmado por una eminencia dice que la causa ha sido una "perimeningitis encefálica difusa". Palabras divinas que se acompañan con esta descripción: "Une désagrégation du cerveau à la base du crâne, derrière la tête".

En sus reuniones, Zola, Flaubert, Maupassant, los Goncourt, Daudet, no cesan de hablar de sus enfermedades con un lenguaje aldeano: "una fiebre cerebral", "una tisis de laringe", "un enfriamiento de las meninges". Todos ellos sufren sucesivamente o al tiempo hepatitis, cólicos, gastritis, neuralgias, gripes, comezones, migrañas, rampas, sarpullidos, reumatismos, insomnios o depresiones nerviosas y lo comentan con arrobo, dando un lugar distinguido al aspecto de las deyecciones.

En uno de los mejores estudios que se han escrito jamás sobre la literatura francesa, el soberbio Le pays de la littérature, de Pierre Lepape, figura un delicioso capítulo sobre Zola en donde el autor expone con maestría la presencia majestuosa de los médicos del Segundo Imperio. El prestigio de la medicina era tan elevado y general como el que actualmente pueda tener la ecología. Zola, un decidido partidario de la ciencia y el progreso, quiso acabar de una vez con la poesía y otras pamplinas, para construir una novela científica según el método experimental de Claude Bernard, modelo mayúsculo de los médicos parisienses. El único modo de evitar la destrucción de la raza y el fin del mundo (el suyo), era, decía, exponer científicamente la causa de la decadencia. A ello dedicó los 19 volúmenes de su anatomía patológica de la Francia burguesa.

Esa ciencia literaria, sin embargo, no era sino un disfraz de la moral tradicional. La novela científica exponía la verdad de la degeneración genética francesa y por tanto era la única actividad artística moralmente respetable. El resto era histeria: "Cuando oyen sonar la música, las mujeres lloran. Hoy necesitamos la virilidad de la verdad para alcanzar la gloria futura", dice en su Carta a la juventud. Y con la arrogancia de quien nada sabe de la ciencia, pero se cree un experto, añadía: "Que los poetas sigan haciendo música mientras nosotros trabajamos". La degeneración genética producida por el frenesí sexual, el alcohol y la sífilis eran la causa científica del fin del mundo (del suyo). Poesía tenebrosa inspirada por una culpabilidad flotante. Había ganado demasiado dinero.

Cada sociedad alucina su fin-del-mundo metafórico. Ahora que nuestros cuerpos son una mercancía de lujo, ¿qué culpabilidad tortura a los opulentos, los sabios, los guapos? ¿Qué peste negra va a destruir sus privilegios? Bien podría ser una sífilis de la tierra, el llamado "cambio climático", fenómeno que afecta al planeta desde que existe y que se acelera debido a la imparable e implacable hipertecnificación. La tierra está degenerando, es una bolsa de miasmas, sus casquetes polares están podridos, su atmósfera envenenada, la infección fluye por sus aguas, pronto morirá. En esta leyenda, como en la leyenda de la tuberculosis o de la peste negra, se toma la parte por el todo. Si llegara ese fin-del-mundo sólo afectaría seriamente a una parte discreta de los habitantes del planeta. El resto seguiría como siempre malviviendo, o puede que algo mejor. Hace muchos siglos un meteorito asfixió buena parte de la vida zoológica, pero sólo a los bichos más grandes. Eso no ha impedido la invención del teléfono.

La denuncia de un cambio climático universal y catastrófico cuya causa serían "las naciones ricas" o "los gobiernos reaccionarios" y cuya víctima abarcaría a "todo el planeta" con ese añadido demagógico de "en especial los más pobres" es nuestra leyenda del castigo divino, nuestro mito del fin del mundo (opulento). Habrá víctimas del cambio climático como hubo apestados, tuberculosos y sifilíticos, pero puestos a lo peor, la hecatombe climática, si la hay, dejará con vida y buenas perspectivas a una parte bastante amplia del planeta: la que todos los días vive el fin del mundo sin sentir la menor culpabilidad.

Artículo publicado en: El País, 10 de mayo de 2007

Leer más
profile avatar
10 de mayo de 2007
Blogs de autor

ENTRE CUERNOS

En ese sitio estoy: entre cuernos. No yo que soy un cobarde convicto y confeso, sino mis lecturas. Sobre todo la recuperada del opúsculo de Michel Leiris. Me complace haber recordado a un autor que algunos que por aquí pasean también siguieron, también vuelven con placer a sus elucubraciones, a su peligrosa propuesta de estar en la literatura. Por lo que leo, querido Sánchez Paulete, sí conoció los toros, las corridas en directo- no existía ni el Canal + -y que no le gustaron, pero le impresionaron. Dicen que le pareció “una carnicería repugnante”, pero que asistió al rito como un “testigo deslumbrado”. No es poco premio, no es poca emoción que algo te deslumbre. No estamos tan acostumbrados a recibir deslumbramientos cada día. Por eso pidió el mismo riesgo, la misma emoción, parecidos excesos y sentimientos cuando eres un escritor. También lo podemos pedir como lectores.

Creo que otro día seguiré con tauromaquia y literatura. También, pintura, cine, fotografía, música… esa rareza de la tauromaquia nos deja muchos motivos para volver, para gozar. Ahora, simplemente, copiaré algunas páginas -podían ser otras distintas- del arriesgado escritor francés para que sirvan de ejemplo, de paseíllo de una faena corta y auténtica y también arriesgada (es que el escritor es algunas veces valiente).

Dice Leiris que la tauromaquia “persigue un fin esencial: además de obligar al hombre a ponerse seriamente en peligro (armándole de una indispensable técnica), a no deshacerse de su adversario de cualquier manera, impide que el combate sea una simple carnicería, tan puntillosa como un ritual, presenta un aspecto táctico (poner la bestia en estado de recibir la estocada, sin haberla fatigado, sin embargo, más de lo necesario)…”

Y así la literatura que le importa, la que le interesa es ese género mayor “que comprendería las obras en las que está presente el cuerno, bajo una u otra forma: riesgo directo asumido por el autor sea de una confesión sea de un escrito subversivo, estilo en que la condición humana es vista de frente o tomada por los cuernos, concepción de la vida comprometiendo su postura frente a otros hombres”….Y sigue el texto de “la literatura considerada como una tauromaquia”.

Estoy, a pesar del sentir de muchos amigos, deseando volver a sentir ese peligro, ese riesgo- con reglas- donde en unos minutos un hombre se juega todo… quizá con ventaja, pero con todo el riesgo de poder caer ante un animal con cuernos. Volveré a la plaza de Madrid donde tantas tardes gocé y sufrí… Si por aquí pasa mi desconocida amiga, la lectora porteña que nunca fue a los toros, me encantaría observar sus sensaciones de virgen ante esa brutalidad, y otras cosas, tan nuestra… La tauromaquia como literatura… Qué poco tiene que ver con aquellas cosas que escribió Hemingway. Al que quiero por otros escritos, por otras cosas, por otras tardes.

Leer más
profile avatar
10 de mayo de 2007
Close Menu
El Boomeran(g)
Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.