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Todos son iguales

Por 21 de mayo de 2007 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Cansada de los hombres y de sus tonterías, mi amiga Enea se ha comprado un muñeco inflable.

Es un modelo especial irrompible, con base de punching bag para poder golpearlo sin remordimientos. Tiene ojos azules, pero viene con varios recambios de colores diferentes, incluso unos violeta. Su cabellera está hecha de pelo de camello natural.

Al principio, Enea estaba feliz. Era el hombre perfecto. Siempre la escuchaba, y jamás se oponía a sus planes para un fin de semana o un viaje. Es más, era liberal. Si ella echaba una canita al aire, él no se lo recriminaba. Y aún así, le era rigurosamente fiel. Los padres de Enea también estaban encantados, aunque su padre lo creía demasiado tímido y su madre siempre esperaba que comiese más: “está muy flaco” decía.

Los problemas empezaron una noche, después de una ardorosa sesión de caricias. Él había hecho todo lo que ella quería, y como siempre, se había mostrado como un amante considerado e inagotable. Enea estaba tan feliz que decidió llevar su relación un poco más lejos. Le dijo:

-Creo que tenemos una relación excelente ¿no crees tú?

Él no le respondió.

-Quizá podríamos comprometernos un poco más. No quiero presionarte, pero quería comentarlo.

Silencio.

-¿Qué pasa? ¿No tienes nada que decir?

Nada.

-Ya me lo imaginaba ¿Te has dado cuenta de que nunca quieres hablar de nosotros? Cada vez que quiero que tengamos una conversación seria, te das la vuelta y te duermes. Me parece que vivimos una crisis de comunicación.

El muñeco siguió sin hablar, pero ella lo miró a los ojos –esa noche llevaba los verdes- y leyó en ellos la pregunta de él: “¿qué te pasa?” parecía indagar el muñeco.

-¡Nada! – respondió Enea furiosa-. ¡No me pasa nada!

Por supuesto que sí le pasaba algo, sólo que Enea consideraba que él debía saberlo. Sin embargo, para su desesperación, el muñeco no dijo una palabra en toda la noche.

Al día siguiente, al volver del trabajo, se lo encontró en la cama. No se había duchado ni afeitado, y tenía la televisión encendida en el fútbol.

-Creo que la rutina nos está afectando –comentó Enea-. Ya no eres el de antes.

Él dijo con su mirada lo que ella no quería oír: “cállate y tráeme una cerveza”.

Enea sufrió mucho durante los siguientes días, en los cuales, la actitud de él no cambió. De hecho, se volvió más frío y distante, como si fuese una pieza más del mobiliario.

Finalmente, ella decidió darle un ultimátum. Pensaba que si lo amenazaba con abandonarlo, él recapacitaría y cambiaría. Pero el día que se sentó frente a él (o más bien, que se interpuso entre la televisión y él) apenas pudo hablar. Él también quería explicarle algo, que llevaba pensando mucho tiempo. Hablaba poco, pero se daba a entender con claridad:

-Enea, lo siento, pero no estoy listo para una relación. Creo que tú eres demasiado buena para mí, y no quiero hacerte daño.

Enea se puso furiosa, lo pinchó con una aguja de tejer y tiró sus restos desinflados a la basura.

Y sin embargo, desde esa noche, le parece que su cama se ha vuelto demasiado grande y fría, como un desierto de hielo.

Mañana, Enea probará a comprarse un gato. Son más manejables.

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