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Capítulo 16

Quisiera hablar ahora de las circunstancias que permiten que las señoras salgan a pasear por los alrededores hasta la distancia de una hora, se hospeden en sus casas nativas por un año, y frecuenten los baños cuando el estado de su salud lo exige (pequeñas bañistas). Son circunstancias de índole sanitaria debidas a que el lugar en el que está fundada esta Real Casa es melancólico y malsano, secuela de la insalubridad del aire que inficiona los pulmones y causa fiebres intermitentes; una Real Casa edificada en las tierras pantanosas llamadas El Lagunajo. 

 

Y quizá no sea ocioso decir que cerca de El Lagunajo se encuentran Las Tierras Raras (Lantánidos) donde El Turco Generoso vivió una infancia idílica, pródiga en juegos, observada por Alma Agobiada y sus Lacayos Ingentes. Y este cúmulo oneroso de personalidades, esta capacidad asociativa que roza la hierogamia respetuosa, nos lleva al Gran Macabro o sea a la confluencia, que alguien señalaría muchos años después, entre mis poemas desaforados y la obra de Ligeti. A Dios hay que buscarlo, no es un ser evidente; nadie espere hallarlo en los Jardines de los Senadores, sí, en cambio, resolviendo el problema de los Generales Bizantinos; lecciones digresivas a cargo de quien fue un pequeño vehículo, de quien fue una palabra en un libro, de quien fue un pez mudo, y luego respondería a un único seudónimo: Dositeo Espermio. 

 

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“Capítulo 16” es el resultado de una relectura atenta del diccionario geográfico de Pascual Madoz y un comentario de Félix de Azúa acerca de mi poesía. El título me ha sido propuesto por el deseo de dar término a la novela Vórtex aún necesitada de muchos capítulos.

 

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11 de enero de 2019
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A vueltas con la necesidad y el libre albedrío (I)

"Hay libertad en nuestra voluntad y en muchas ocasiones tenemos el poder de suspender el consentimiento de nuestra voluntad. Ello es tan evidente que podemos considerarlo como la primera y más general de las nociones innatas". 

Hace ya tiempo citaba aquí este texto de los Principios de Filosofía de Descartes a fin de poner de relieve la importancia que en la historia del pensamiento ha tenido siempre el problema de la polaridad entre la necesidad implacable que se asumía como imperante en el orden natural y la potencial libertad que se atribuía a ser humano. En aquella ocasión focalizaba el problema en un texto escrito por dos matemáticos, aunque vinculado a cuestiones cuánticas, del que existen ya varias versiones y que lleva el casi provocativo título de "Free Will Theorem", teorema de la libre volición o libre albedrío, que resumo brevemente:

Se parte de la situación en la que un experimentador ha de proceder a determinada medición (relativa al spin de una pareja de partículas entrelazadas, pero esto ahora es lo de menos) y que puede hacerlo en cualquiera de las tres direcciones perpendiculares x, y z. El teorema viene a decir: supongamos que a la hora de elegir la dirección en la que efectivamente procede a medir, el experimentador es libre en el sentido de no hallarse determinado a escoger una u otra dirección por información (consciente o inconsciente); en ese caso el comportamiento de las partículas, la respuesta que dan al observador, tampoco se halla determinada por la información procedente del pasado de la que son receptoras. En suma, supuesta la libertad del observador, el teorema nos dice que la partícula carece de historia, o al menos, según la explicita declaración de los autores, no está determinada por historia alguna.

Me ocupaba en aquella ocasión de esta fascinante (¡y polémica!) tesis con cierto detalle, incluyendo en nota un esbozo de la demostración. Y espero tener aun oportunidad de volver sobre el asunto. Pero de hecho el Free Will Theorem es tan sólo una de las últimas y sofisticadas manifestaciones de un problema que es posiblemente tan viejo como el ser humano, pero que, como tantos otros asuntos adopta nueva forma cuando se plantea en el marco de esa singular modalidad de abordaje de los problemas que nace en Jonia con los pensadores que Aristóteles denominaba "los físicos" y que no son otros que los filósofos conocidos como presocráticos, quienes (además de ocuparse de la physis, la naturaleza) se vieron conducidos por su propia reflexión como físicos a abordar asuntos que concernían al ser del hombre, uno de los cuales es precisamente el que ahora estoy evocando. 

La aparición de la idea de una necesidad natural, añadida al postulado de que tal necesidad es cognoscible, abre de entrada las puertas a una disciplina que efectivamente constituía ya el embrión de una física. Surge sin embargo el problema de hacer compatible tal necesidad con la exigencia de que los humanos puedan ser considerados responsables de sus actos, lo cual implica que tengan libertad de elección. El problema se acentúa aun con la idea de un Dios creador, pues entonces la acción libre del hombre implica no sólo autonomía frente a la condición natural, sino también frente a la pro-videncia de su creador. Desde Boecio, hasta Spinoza, pasando por Luis de Molina y Descartes, la filosofía no ha dejado de reflexionar sobre el tema. En cuanto a la ciencia, hacía abstracción del problema del libre albedrío, concentrándose en la elucidación de las leyes de la mecánica, con un presupuesto ontológico que encuentra expresión mayor en el radical determinismo de Laplace. 

Sabido es que una quiebra radical del esquema surge cuando la física cuántica encuentra razones para hablar de verdadero azar, de procesos auténticamente estocásticos. Ello lleva a un científico como Arthur Stanley Eddington no sólo a poner en tela de juicio el determinismo que hasta entonces había defendido, sino a sostener que "la ciencia retira su oposición moral al libre albedrío". 

La polaridad entre determinismo natural y libre albedrío toca asimismo a investigaciones que se hallan en la intersección de la paleontología, la genética y la lingüística. La matriz común del hombre con otras especies, reflejada en el grado de homología genética con las mismas ¿suprime el carácter singular que atribuíamos al lenguaje humano, considerado como irreductible a las funciones de un código de señales? Y obviamente, la cuestión emerge también cuando se habla de la posibilidad de que el cerebro pueda ser moldeado hasta el extremo que no haya más deseo, voluntad y hasta capacidad de elucidación que aquella que desde el exterior se cree. Algunas de las inquietudes que provoca la inteligencia artificial van en este sentido: si el ser humano pueda crear una máquina inteligente ¿por qué no va a ser capaz de moldear hasta hacerlo irreconocible aquel ser que ya era inteligente? Cierto es que inmediatamente surge la objeción de que el ser mismo que moldea no es un resultado de tal ser moldeado, es decir: el propósito de acabar con la pretendida autonomía de un ser humano es quizás resultado de una libre decisión de otro ser humano... 

Me iré ocupando en las columnas siguientes de algunas de estas etapas. Quiero hacer desde ahora una precisión, reforzando la idea a la que aludía tangencialmente unas líneas atrás:

La filosofía no coincide con el mero uso de la capacidad de razonar, ya sea sobre cosas abstractas. Pues en tal caso la filosofía sería una cosa presente en toda cultura y no tendría sentido preguntarse por las condiciones de su nacimiento, como ha hecho la gran historiografía filosófica, cuya tesis central no hay hoy por hoy razón de poner en tela de juicio: la filosofía tiene arranque en las costas jónicas como consecuencia de que también allí tiene arranque la concepción de la naturaleza que posibilita una física ya sea embrionaria, luego una metafísica (las preguntas filosóficas surgen de una inquietud provocada por las respuestas científicas). Como toda obra del espíritu, la filosofía (la reflexión tras la física) es riqueza potencial de todo ser de lenguaje y por ello se universaliza, pero ello no es óbice para asignarle un origen que la marca.

El interrogarse sobre la libertad es un universal antropológico, es decir, algo que se da allí dónde se dé un ser de lenguaje, pero no es un universal antropológico el hacerlo de manera filosófica o meta-física. La cuestión universal de la libertad sólo toma forma filosófica en razón de que, en el propio sendero trazado por los pensadores jónicos, la interrogación sobre el ser de las cosas naturales da paso a una interrogación que abarca también la cuestión del ser de razón: de ahí que Eddington, Schrödinger o el evocado Simon Kochen, se añadan a los Demócrito de Abdera o Descartes, a la hora de intentar establecer el estado de la cuestión sobre el problema.

 

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10 de enero de 2019
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Serendipia musical

La expresión hilo musical implica modorra, como si una especie de mecedora auditiva nos invitara a relajarnos dentro de un ascensor o una cabina de esthéticienne con Richard Clayderman y Enya. Un drenaje linfático acompañado por las gaitas new age de la irlandesa siempre me resultó una tortura: cómo abandonarse si sus melodías me enervaban los epitelios. En su día, poner banda sonora a la vida cotidiana supuso un avance, un lujo que pretendía hacer más elegante y fluida la atmósfera. Se buscaba un aire de neutralidad, sonidos pastosos, pianos sencillos, o la tan recurrida Kiss FM, con sus tópicos que a veces ni se escuchan de tan acostumbrados al oído. Centros comerciales, salas de espera, peluquerías, aviones de Iberia que aterrizan con música española… se rinden a unas fórmulas musicales que balancean y modulan el ánimo. Pueden llegar a taladrarte los oídos, o devolverte un recuerdo que ni sabías que conservabas. Bach y Satie ejercen de gran acompañamiento en el tiempo de la enfermedad, y sus poderes balsámicos se utilizan en el tratamiento del alzheimer o contra los rigores de la quimioterapia.
La secuencia es la siguiente: una vez que el sonido impacta en el oído, se transmite al tronco cerebral y, después, a la corteza auditiva primaria. Estos im­pulsos viajan a redes distribuidas por ­todo el cerebro importantes para la percepción musical, y luego viene nuestra respuesta.
Algunos investigadores han descubierto que el mal sabor de los menús de los aviones se debe –en parte– al ruido en cabina, mientras que en cadenas de moda como H&M o Maison Kitsuné la secuencia musical es un atractivo comparable a la propia ropa.
El hilo musical se ha transformado hoy en “diseño de música de fondo”, y el actor más grande de esta industria, Mood Media, suministra música a 560.000 comercios en todo el mundo, de Sainsbury’s a KFC. Su trabajo consiste en crear identidades musicales diferenciadoras y cohesivas en forma de playlists. Hoteles bou­tique que reciben al huésped con bossa nova susurrada, voces femeninas haciendo covers de los Doors o Nirvana en concept stores, restaurantes que acompañan un plato con sones exóticos de world music… “Me sorprendería que alguien escogiese un Renault en lugar de un Volkswagen sólo porque le pongan música francesa en el concesionario”, le leo al profesor Adrian North, que lleva dos décadas estudiando este terreno. Los mecanismos que activan la emoción y la memoria son más complejos y sutiles. Por ello, si cuando tomamos una decisión de compra suena aquella melodía con la que un día el placer se instaló en nuestro paisaje, el golpe de serendipia nos hará sentir doblemente dichosos, colmados por el higiénico sentimiento del acierto.
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9 de enero de 2019
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El barco fantasma

El velero de cuatro palos amanece anclado en las quietas aguas de la bahía de San Juan del Sur, y los fuertes vientos de finales de diciembre lo hacen girar desde el costado de estribor hasta dejarlo de proa a la costa. Es el Sea Cloud, un buque para cruceros de lujo que puede alojar a sesenta pasajeros.  

"Una leyenda romántica", con sus camarotes que conservan el estuco historiado en las paredes, los muebles de teca, sus ricos tapices, baños y chimeneas de mármol, y las llaves de los grifos de oro puro. La lista de pasajeros es un secreto bien guardado, y hay entre ellos "poderosos empresarios y altos directivos de multinacionales".

Cuando llega la noche de despedida de año, el Sea Cloud parece arder con toda su arboladura encendida con ristras luces, pero el viento no trae música de fiesta, aunque en un tiempo fue un cabaret flotante, cuando se llamaba Angelita.

Fue botado en Bremen en 1931, encargo del magnate financiero Edward Hutton y su cónyuge Marjorie Post, dueña de General Foods y emperadora del cornflake. El presidente Franklin Delano Roosevelt y su esposa Eleonora pasaron allí su luna de miel. Su primer nombre fue Hussar V, con 110 metros de eslora, el yate más grande del mundo para entonces.

En 1955 lo compró el Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, presidente vitalicio de la República Dominicana, Padre de la Patria Nueva, Primer Anticomunista de América, entre sus más de veinte títulos oficiales. Se propuso él mismo para Premio Nobel de la Paz, pero con nula fortuna.

El velero llegó a puerto en Ciudad Trujillo al tiempo de celebrarse la "Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre", montada para conmemorar sus 25 años en el poder, y lo bautizó con el nombre de su hija Angelita, quien fue coronada reina de la feria en medio del calor infernal del Caribe vistiendo un abrigo hecho de 600 pieles de armiño ruso que valía 80.000 dólares.

Quien más disfrutaba del barco era, sin embargo, Ramfis, el primogénito, quien figuraba a la cabeza de "La Cofradía" un grupo de alegres disolutos del que formaba parte su cuñado Porfirio Rubirosa, el más famoso playboy internacional de aquel tiempo, casado con Flor de Oro Trujillo, otra de las hijas del Paladín de la Libertad.

Las fiestas hasta el amanecer eran continuas, con el velero anclado o en travesía. Se alternaban las orquestas románticas y las que tocaban merengues ripiaos, y no eran raro ver en ellas a Yul Brynner, Kim Novak o Zsa Zsa Gabor. Algunas veces comparecía el propio Salvador de la Dignidad Nacional, y hay quien atestigua haberlo visto pasearse en cueros por la cubierta, deseoso de mostrar sus atributos masculinos.

No faltaba Radamés, hermano menor de Ramfis, bautizados ambos con nombres de personajes de Aida de Verdi; tampoco otros miembros de aquella fauna que buscaba blanquearse la piel porque les horrorizaba el color atezado que los denunciaba como mulatos: los hermanos del Protector de Todos los Obreros, Héctor Bienvenido, alias Negro (para su mala fortuna), o Amable Romeo, alias Pipí, patrón de burdeles, los que sólo podían funcionar al amparo de la "tarjeta de Pipí" que él extendía.

El Campeón de la Democracia Continental fue muerto a tiros en 1961, y Ramfis cargó el ataúd en el velero, e igual hizo subir a bordo numerosos cajones llenos de billetes, tras saquear el Banco Central. Partieron rumbo a Cannes, pero cerca de las Azores el barco fue interceptado por la marina de Portugal, y obligado a regresar al puerto de origen con su carga, cadáver y dinero.

La inmensa fortuna familiar conseguida en base a robos, estafas y desmanes de poder se disipó para siempre. Ramfis murió en un accidente de automóvil en España, conduciendo un Ferrari; Rubirosa murió en París, cuando chocó al volante de otro Ferrari; a Radamés le pasaron la cuenta sicarios del narcotráfico en Colombia. Amable Romeo, Pipi, vio desaparecer su imperio de burdeles y murió añorando sus gallos de pelea en Miami.

Angelita tiene una estación de gasolina en Miami y predica en las esquinas la llegada del Reino.

Cuando me asomo a la bahía la mañana del 2 de enero, el Sea Cloud ha desaparecido del paisaje. Un barco fantasma, me digo, que llega a las costas de Nicaragua cada fin de año y me lo imagino alzando velas para seguir paseando por los mares, hasta el fin de los siglos, el féretro del Generalísimo Rafael Leónidas Trujillo, dictador perpetuo.

 

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8 de enero de 2019
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‘Voxeros’ del odio

Extranjeros y mujeres. O mujeres y extranjeros. Da igual. Van en el mismo saco porque ambos colectivos encarnan la diferencia para la extrema derecha dura, misó­gina y xenófoba. Hay que poner cara a los enemigos, o, mejor dicho, hay que ­inventárselos. Ir a por ellos cargados de sinrazón. Cabalga la emoción, machote, y alarma a los que desean vivir permanentemente alarmados, se jalean unos a otros. Porque a Abascal y su cuadrilla de jinetes apocalípticos –“odiadores profesionales”, les llama con acierto Irene Montero– les inviste una autoridad de cartón piedra, pero suficiente para ­sentirse guardianes de la moral. Una moral oscura y casposa, que reprimen porque no les interesa comprender, ­henchidos por su docena de escaños ­voxeros, claves para que la derecha gobierne Andalucía.
Con qué labios mantecosos denuncian a “esas pelandruscas” que quieren anular a los hombres. Que dedican las mejores horas de su vida a poner falsas denuncias de malos tratos, ellas que han roto todos los platos. No les importan los datos oficiales, como que tan sólo un 0,8% de las denuncias por violencia de género son falsas. Cifras manipuladas, dirán, sólo hay que anotar los datos a favor. Y en su contrapoética, el propio Abascal ha anhelado que su hijo varón esté protegido en el futuro igual que una chica, que no le echen ningún muerto encima, vaya. Qué pensamientos tan torturados.
Alarman acerca de la cruzada feminista, una nueva conspiración judeo-masónica-comunista que atenta contra la dignidad de los varones. Saben que eso tiene tirón. Y hasta algunos colegas demócratas bromean sobre los incon­venientes que pueden surgir hoy al subir con una mujer en el ascensor, solos los dos; no vaya a ser que te denuncie. “Los chistes de feminismo salen más ­caros que los chistes sobre la monarquía”, afirma el tan comentado anuncio. Aquí están ellos para arreglar tal de­saguisado.
Su discurso conecta con las bajas pasiones de una España cuestionada, desigual, cabreada y que vive a golpe de titular. Su percepción de la realidad está hiperventilada, alimentada por ritos tribales que hacen retroceder 40 años nuestro grado de civilización. El sabio Teodor Todorov, tras recoger el premio Príncipe de Asturias, recordó que ser civilizado no tiene nada que ver con tener estudios superiores o con tener un alto cociente. “Ser civilizado significa ser capaz de reconocer plenamente la humanidad de los otros, aunque tengan rostros y hábitos distintos a los nuestros; saber ponerse en su lugar y mirarnos a nosotros mismos desde fuera”.
Vivimos una regresión intelectual, una peligrosa antipedagogía que involuciona a valores y contextos que parecían superados. Pero los voxeros se agarran a las hinchadas velas de Trump, Bolsonaro, Salvini, Le Pen y compañía, por no ir más atrás. Y juntos y unidos, ansían que mujeres y extranjeros, extranjeros y mujeres, regresen allí de donde nunca hubieran tenido que salir: sus casas.
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8 de enero de 2019
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Propios y extraños

El pasado 25 de diciembre por la tarde el paseo de Gràcia estaba razonablemente vacío, a excepción de la esquina de la Pedrera, donde tres guías explicaban a sus respectivos grupos, uno japonés, otro anglosajón –en Bicing– y un tercero que parecía chino, los pormenores y las fatigas de Gaudí, ajenos a las migas de turrón que se desparramaban por las mesas de los comedores del Eixample. A aquella hora muerta de la tarde, cuando todos se habían cansado ya de comer y beber y la luz vespertina parecía de bombilla, las expediciones de turistas hacían suya la ciudad a pesar de esos letreros que intentan ahuyentarlos como el de “Gaudí hates you”.
El ideal de ciudad cosmopolita y afrancesada se despeñó a causa de la avaricia de los empresarios que salieron a despachar Barcelona al mundo. Hicieron tan bien su trabajo que es ya la cuarta ciudad más admirada y visitada del Viejo Continente, por detrás de París, Londres y Roma. No olvido aquellos viajes que organizaba Pujol a Tokio o Nueva York a primeros de los noventa para vender el “Catalonian design” con el espaldarazo de los Juegos Olímpicos. Se hacía acompañar de un muestrario de diseñadores y jóvenes modernos, y agasajaba a los invitados con tapas de pan con tomate y jamón. Hoy, los hijos y nietos de aquellos primeros japoneses que aprendieron a beber del porrón atienden pacientes para entrar en Vuitton, Hermès o Chanel. Hacer cola en el paseo de Gràcia para gastarse un mínimo de trescientos euros –lo que vale un pañuelo de seda– y departir con un dependiente que te invita a champán resulta encantador para los visitantes, que puntúan con un 8,4 sobre 10 la oferta comercial de la ciudad, según datos de Turisme Barcelona.
El dinero de argentinos, rusos, coreanos o israelíes engrosa diariamente las arcas mientras la ciudad barrunta impuestos antiavalanchas. “Barcelona empieza a ser más de los otros que nuestra. Esto nos provoca dosis de orgullo e histeria”, escribe Màrius Carol en Els barcelonins (i les barcelonines) (Elba). Los visitantes educados quieren asombrarse con las fantasías de Gaudí y comprar hasta reventar. Y he ahí una fortaleza –que para los turismofóbicos es debilidad–: los barceloneses son unos estupendos vendedores. Y me refiero a quienes no anteponen su espíritu de botiguer y venden experiencias. Los comerciantes genuinos estimulan los cinco sentidos con un relato atractivo y proyectan la vocación necesaria para vender emociones, en lugar de encumbrar el valor material de un enser que acabará arrinconado en un almacén de objetos perdidos. Piénsenlo: la propia palabra, turista, cada vez nos suena peor, más sucia y barata, por ello hay que desconectarla del espíritu depredador que se carga, y se caga, en la belleza del adoquín modernista, o sea, de los bárbaros.
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8 de enero de 2019
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365 narices

El home dels nassos fue un personaje mitológico en nuestra infancia. Acababa el año, y los abuelos nos hablaban de ese individuo que se paseaba por las calles con tantas narices como días. Nos horrorizaba la idea de un ser monstruoso, recauchutado de fosas nasales, y aún más la de encontrárnoslo al doblar la esquina. Pero Nochevieja parecía una fecha excepcional en la que hasta la decadencia era bienvenida, y así se nos quedó grabada, con un poso de excentricidad y otro de temor, aunque la más simple matemática nos enseñara a enderezar el equívoco de la nariz. Entonces aún creíamos que todo era posible, que Fin de Año era una fecha importante, que nos traería fortuna, hasta que comprobamos que empezaba enero y seguía haciendo frío. Los propósitos continuaban envueltos en papel de regalo, y la voluntad se mostraba mala com­pañera, infiel, voluble; dicho a la manera del ingenioso Jules Renard: “Más de una vez he intentado estar triste todo un día. No lo he logrado. ¡Ni siquiera eso!”.
La escasez de certezas es una de las mayores luchas del ser humano. Proyectamos, y a la vez nos fustigamos. Queremos ser algo y nos autoboicoteamos, o aplazamos metas, o abandonamos. Vivir instalados en la duda –¿me mantendré o perderé el trabajo, la pareja, la habilidad, el prestigio?, ¿me curaré o no?– resulta insoportable, y no sólo para los obsesivos que protegen sus días con una agenda milimetrada. La ilusión de control impide vivir; se parece a fotografiar lo que ves en lugar de disfrutarlo al momento, quizás porque en ambos casos uno no sabe muy bien cómo hacerlo. Por ello es preferible tenerle simpatía al estado de confusión, en vez de blindarnos ante aquellas circunstancias en las que la estabilidad se difumina.
El pensamiento rápido no discurre, decide, pasando de forma superficial por los conflictos a fin de obtener una respuesta inmediata. Al contrario, los hay que defienden la ambigüedad como un aguijón de lo más positivo, que “mejora nuestras decisiones, promueve la empatía y dispara la creatividad”. Lo afirma Jamie Holmes, investigador de la Universidad de Harvard y autor de Nonsense: The power of not knowing (Crown). Hay irresoluciones que abruman y encogen. Pero convivir con la incertidumbre, captar la belleza que posee todo lo que escapa a nuestra voluntad, es un ejercicio saludable, en las antípodas de aquellos que se jactan de no cambiar de opinión, de tenerlo todo claro clarito y de tomar decisiones ipso facto. A mí me producen desconfianza los que no admiten grises, quienes desconfían de la equidistancia o no te permiten militar tan sólo en el asombro diario. Quienes se acostumbran a la fealdad, a tanto logo de partido en las fotos, a tanta cortina de cretona de fondo, mientras firman pactos de gobierno asumiendo una posición moral de mil narices sin esfuerzo, mal avenidos con la bella incertidumbre. Pobres homes dels nassos.
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8 de enero de 2019
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El inquietante Brian Evenson

En la contratapa de los libros del norteamericano Brian Evenson (1966) se encuentran frases elogiosas de Jonathan Lethem y Peter Straub, autores que dan claves para la recepción de este escritor: escribe ficción literaria pero le interesan los géneros populares, sobre todo el horror. Los adictivos cuentos de Evenson -en Fugue State (2009), Windeye (2012) y A Collapse of Horses (2016), todos con la prestigiosa editorial independente Coffee House Press- atrapan como pocos la sensación de lo inquietante, de lo siniestro, sin tanta necesidad de la parafernalia tradicional del género. Su obra puede entenderse como uno de los mejores ejemplos de esa cosa tan escurridiza llamada ficción extraña (weird): trabaja con la disonancia cognitiva, con juegos especulativos en los que sus protagonistas van revelando de a poco su deterioro mental. El nuevo libro de cuentos, Songs for the Unraveling of the World, sale este año y es de los más esperados.   

            En su versión más básica, un cuento de Evenson puede leerse como un capítulo perdido de La dimensión desconocida: en "The Sladen Suit", unos marinos en un barco en problemas necesitan reparar las averías, y descubren un traje de buzo que puede permitirles explorar los problemas. Dos de ellos se ponen el traje y desaparecen. Cuando le toca al tercero, este descubre que el traje es un portal a otra dimensión. En "Windeye", un niño está fascinado porque una de las ventanas de su casa puede verse desde afuera pero adentro no existe; en "Discrepancy", una mujer se descubre fuera de sincronía con el mundo: las palabras que escucha llegan minutos después de que estas se pronuncian.  

            Los mejores cuentos narran una experiencia de disolución mental. En "A Collapse of Horses", el narrador se golpea la cabeza en el trabajo y comienza a ver cosas raras en su casa, desajustes que lo sumen en el desasosiego (no está seguro si tiene tres o cuatro hijos), y trata de hacérselas saber a su esposa, que le responde con evasivas. Todo se sume en la incertidumbre: dudamos de dónde realmente se está narrando -¿desde la casa? ¿desde un psiquiátrico?-, y si el incendio que menciona el narrador y se ha llevado a su familia ha ocurrido en verdad o no.

            Evenson es capaz de captar lo sublime de una experiencia terrorífica, a través de cuentos que se muerden la cola, a la manera de un grabado de Escher ("Past Reno", "In the Greenhouse"). En "Black Bark", un kafkiano cuento de cowboys, Rawley y Sugg están buscando una cabaña y no la encuentran; Sugg está herido y sale a explorar y reaparece misteriosamente, contando un cuento que Rawley tarda en descifrar (ese relato dentro de un cuento, enigmático como un koan, es el corazón de "Black Bark").

Evenson puede situar sus cuentos tanto en espacios salvajes que remiten al mundo medieval ("The Adjudicator") como en fábricas polvorientas del futuro ("Dust"). Hay toques fantásticos y también de ciencia ficción; por ahí asoman Lovecraft y Poe, y también maestros contemporáneos del género (Laird Barron, el mismo Straub). Evenson señala el camino del horror contemporáneo: aquel en el que experimentamos durante un instante un desajuste de la realidad (unos caballos de los cuales no podemos concluir si están vivos o muertos; un pedazo de carne que un padre le muestra a su hijo en un sótano, sin que el niño pueda decidir si ese pedazo es de un animal o un ser humano), y a partir de ahí ya no podemos cerrar la fisura que se abre entre el mundo y nosotros.

(La Tercera, 6 de enero 2019)

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6 de enero de 2019
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Destinos errantes de Andrea Jeftantovic en seis cruces de palabras

 

 

Se nota en la prosa de Andrea Jeftanovic “la lectura atenta de los clásicos de su tierra, Chile, y sobre todo la voz de los poetas, que brinca y serpentea en su prosa. Esto dije de su colección de crónicas viajeras Destinos errantes en la presentación en la Furia del Libro el mes pasado. Y en la revista de libros Ojo en Tinta, donde salió publicada ayer mi presentación transformada en reseña.

 1.      Mujer y viajera – Novelista, cuentista, académica de la Universidad de Santiago, estudiosa de la literatura, experta en Damiela Eltit… y viajera. Andrea Jeftanovic pertenece a esa cofradía que mujeres que viajan para contarlo, acompañadas o solas. Y muchos de esos viajes hacia el conocimiento del mundo y de la complejidad de las sociedades actuales están contados y reflexionados en su relato de no ficciónDestinos errantes. No es un manifiesto feminista, pero es un valioso autorretrato de la viajera que no pide perdón ni permiso, que se anima en esquinas peligrosas, en países en conflicto, y se encara con los machistas. Los viajeros por muchísimos años eran los hombres: los Ulises. Sus Penélopes los esperaban tejiendo y destejiendo sueños. Esta Penélope viajera se adentra en la Cuba de la postrevolución (Sin embargo, Cuba), por ejemplo, y se acuesta oronda en la cama donde, dicen, durmió Fidel su sueño de la revolución de los barbudos.  

 2.      Centrípeto y centrífugo – Andrea Jeftanovic lo explica bellamente: viajar es otra forma de leer: leer para mirar el mundo y entenderse a uno mismo. Viajar para cambiar y para encontrarse. Movimiento hacia adentro y afuera. Por eso usa la metáfora de los movimientos con los ojos para afuera, como queriendo salirse de su órbita, y hacia adentro, mirando cada vez con más atención el propio centro. Así viaja al Rio de Janeiro de Clarice Lispector (Los Ríos de Clarice Lispector), a los paisajes y calles y parques de sus novelas y a la forma de mirarse como mujer después de leer a la gran escritora brasileña. Este capítulo de búsqueda del mundo interior de la buceadora de lo íntimo para encontarse en calles ajenas es bello y profundo.   

 3.      On campus y Off campus – en California, la estudiante Andrea desmelena su cabellera leonina en noches de juerga y música y en clases con famosos académicos. Vivir la juventud y leer hasta desgañitarse las lagañas. Es muy original su relato de la experiencia de alumna universitaria pasando párrafo a párrafo de la vida en las aulas y en las noches (California al desnudo). El lado A y lado B de la vida. La experiencia de estudiar y de vivir como estudiante en su seria y salvaje variante norteamericana.  

 4.      Palestino-israelí y serbo-croata – En Tel Aviv y Jerusalén hablando con ciudadanos de ambos bandos del miedo en el conflicto eterno de Medio Oriente (El círculo íntimo palestino-israelí). Y en el túnel de Sarajevo, donde transita en el viejo camino para soportar el asedio serbio, obtener comida y medicina y tratar de mantener viva una ciudad que fue encuentro de culturas (Sarajevo underground). Lo hace usando otra estructura original: sumergiéndose en círculos del infierno dantesco. En estas dos zonas dolidas esta descendiente de judíos y de serbios se busca en los orígenes. Su relato se entreteje con visitas a la biblioteca de su barrio, al mundo de judíos y palestinos y serbios y croatas en Chile. Y a un recuerdo de infancia: En el antiguo Club Yugoeslavo, que expulsa a su familia serbia cuando se convierte en Club Croata. Los antiguos amigos de la piscina hoy son enemigos. En vez de lamentarse o insultar, la cronista viaja para entender el origen de esos odios que llegan tan lejos.

 5.      Memoria y relato – Dos hermanos ciclistas. Uno detenido desaparecido que alucina con reparar bicicletas tras la tortura: algo tan prosaico y pequeño hace más terrible el horror. Y la escena del hermano, que en la tele de la dictadura aparece entrevistado tras ganar la vuelta ciclística a Chile. Dice que se lo dedica a su hermano desaparecido. La pantalla se va a negro. Como tantas historias mínimas que cuentan las tragedias de países lejanos, esta acerca el silencio escalofriante de la dictadura a los lectores actuales (Pájaros de acero). Es un viaje desde su propio recuerdo de niña de tres años el 11 de setiembre de 1973 para entender el pasado y entendernos en él.

 6.      Errante y chilena.  En el título del libro se puede intuir una de las identidades de la autora. Aunque se asiente y se asimile y enriquezca la tierra a la que llega, el judío es un ser errante, en constante búsqueda. El viajero en el fondo es un sin patria. Pero Andrea Jeftanovic es siempre y muy cariñosamente chilena. Se nota en su prosa la lectura atenta de los clásicos de su tierra, y sobre todo la voz de los poetas que brinca y serpentea en su prosa. Es desde este fin del mundo, desde este rincón curioso abierto al mar y a la montaña Por eso estas historias de cuatro continentes son historias de una mirada, de una tierra, de una generación, de una identidad que se construye viajando. En Destinos errantes viaja lejos teniendo siempre el terruño propio como faro.  

 

 

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3 de enero de 2019
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El sentido de la vida

El sentido de la vida es algo parecido al horizonte. No le decimos a nadie que lo “oteamos”, ni siquiera a nosotros mismos, aunque a veces lo hagamos; es un verbo marginal, grandilocuente. Observamos la línea perfecta donde parece juntarse el universo que nunca alcanzaremos. Tan sólo es un efecto óptico, a pesar de su nitidez. ¿Qué cantidad de postales cursis con atardecer rosado se habrán vendido a lo largo de la historia? Cuánta complacencia se habrá derramado ante esa conjunción de cielo y mar brochada de colores, puestas de sol ­azucaradas que traen una ilusión de finitud, de que existe un destino. Únicamente los niños pueden tocarlo en sus dibujos, capaces de humanizar la idea de lejanía que nos acompañará cada vez que nos quedemos sumidos en un mar de extrañeza y digamos “¡qué absurdo es todo!”.
En el pensamiento racional, el sen­tido de la vida está en nacer, crecer y ­morir con cuatro certezas porque el resto son preguntas sin respuesta. Claro que hemos experimentado, incluso nos arriesgamos por carreteras secundarias. Y nos desmelenamos alguna noche para comprobar que, al fin y al cabo, ­nada se mueve excepto el páncreas ­resacoso.
Nos preguntamos por el sentido de la vida practicando asanas de yoga, matriculándonos en cursos disruptivos, probando buenos vinos, viajando a la Conchinchina cuando tan sólo basta con esperar a que llegue Navidad –un poderoso imán capaz de rejuntar a la ­familia más díscola– para que el sentido de la vida se siente a la mesa dispuesto a celebrar el vínculo que nos mantiene
en pie.
Familia: nido, aliento, confianza en pijama y zapatillas, odio transitorio y secreto, manías incorregibles, colchón para caídas, placidez, rutinas, fantasmas, también ratonera. Un ente complejo y a la vez doméstico alimentado por la crianza común, un mapa compartido de nombres, costumbres y pucheros que cartografía nuestra existencia, aunque a veces lo olvidemos.
El Pew Research Center desvela estos días el resultado de una doble encuesta realizada a escala nacional en Estados Unidos en la que más de ocho mil ciudadanos buceaban en las cosas que aportaban sentido a su existencia. Y siete de cada diez, sin importar diferencias sociodemográficas, respondieron que la familia era la mayor fuente de satisfacción y realización personal, por delante de la religión, la carrera profesional, las causas sociales, las aficiones o los viajes.
Chesterton definía a la familia como “el lugar donde nacen los niños y mueren los mayores, donde la libertad y el amor florecen, ni una oficina ni un comercio ni una fábrica”. Libertad y amor. Porque sean biológicas o de elección, numerosas o monomarentales, tradicionales, extravagantes, recosidas, inmaduras, gais o trans, esta noche un grupo de personas que se quieren colmarán esa especie de ausencia que se queda en la noche de los días más cortos del año. Y darán sentido a su vida.
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26 de diciembre de 2018
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El Boomeran(g)
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