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¿Quién es el argentino más grande?

El lunes por la noche una llamada me obligó a poner en pausa el DVD de Little Miss Sunshine. Mientras esperaba la oportunidad de retomar la visión hice zapping y me quedé anclado en Telefé, donde se estrenaba un programa: El gen argentino. Producido por Cuatro Cabezas y conducido por Mario Pergolini, El gen argentino propone al público una votación para decidir por simple mayoría quién sería “el argentino más grande”.

Habían pasado pocos minutos del comienzo de la emisión cuando Pergolini verbalizó el extrañamiento que yo estaba sintiendo como espectador: me resultaba insólito ver un programa de la televisión abierta que en horario central discutía a Berni, Borges, Cortázar y Arlt, cuando por lo general la TV abierta es el reino de los reality shows y de los concursos de baile y de patinaje. Aquí tenemos una frase: Argentina año verde, que apunta a aquellas cosas que imaginamos que nunca ocurrirán en nuestro país. Pues bien, el lunes a la noche El gen argentino me trasladó a la Argentina año verde.

Con un panel a modo de coro griego integrado por Felipe Pigna, Jorge Halperín, María Seoane y Gonzalo Bonadeo, el programa ofreció no pocas curiosidades. Algunas simpáticas, como el hecho de que alguna gente haya votado a García Márquez y a Neruda, nacionalizándolos de hecho como argentinos. Otras, sin embargo, fueron más bien perturbadoras. El hecho de que alguien haya votado a Carlos Saúl Menem, y peor aún: a los dictadores Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera como candidatos al puesto de argentino más grande, me hizo correr un escalofrío por la espalda. De todos modos me parece correcto que la producción no haya anulado esos votos por cuestiones ideológicas. Aunque no resulta difícil imaginar qué manos hay por detrás de esas elecciones, recordar que existe gente que considera que el hombre que vendió la Argentina al peor postor y los asesinos de masas con uniforme son ‘grandes’, nos ayuda a no dormirnos en los laureles. Nos guste o no, la Argentina sigue siendo en buena medida el país de la impunidad.

Cualquier método de selección supone arbitrariedades, y en este sentido El gen argentino no fue la excepción. Que en el rubro de Historia y Política del siglo XX Eva Perón y el Che deban eliminarse la una al otro suena a cuello de botella anticipado. Del mismo modo, que en un rubro llamado Artes, Ciencias y Humanidades deba dirimirse entre Jorge Luis Borges y René Favaloro (un cardiólogo a quien se considera la mezcla perfecta del profesional destacado y del hombre solidario) parece forzado: ¿quién podría decir si es más importante el talento artístico que el servicio público, o viceversa?

En el fondo se trata de un juego, y así hay que tomarlo. Un juego positivo, en la medida en que nos lleva a recuperar la imagen y los hechos de aquellos argentinos que estuvieron a la altura de sus circunstancias y marcaron la diferencia, convirtiéndose en imprescindibles para nuestra historia. Lástima que haya en la lista tantos muertos que no deberían estarlo. Rodolfo Walsh, Carlos Mugica, el obispo Angelelli. Y lástima también que algunos de sus verdugos figuren en las mismas listas.

Algún día aprenderemos.

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29 de agosto de 2007
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UMBRAL

Morimos también a través de los demás. Unas veces porque su desaparición nos despedaza o nos mutila la existencia y otras porque el mundo se deshace con sus ausencias. En ocasiones los dos destrozos se suman.

La muerte de Umbral para los amigos periodistas es el final de una época. Lo que sigue será de otro modo y, para algunos, acaso deteriorado porque su pérdida anuncia desde su altura la culminación de un horizonte generacional que transfigura el porvenir del periodismo y la habitual referencia que unos y otros profesionales se intercambian como componentes de la misma especie. Pero también los lectores de un par de generaciones han de sentir que no tener a Umbral en los periódicos, en la vida pública, en las librerías evoca no sólo su defunción sino el fin de una función histórica de cuya representación formaban parte y que no podrá en adelante volverse a repetir.

En un determinado momento de la vida de cada cual se registra la impresión de que aquello que ya no está, la moda que no se estila, el vocabulario que no se emplea, los autores y personajes que no aparecen, no da precisamente lugar a la alborozada llegada de un sustituto, mejor o peor sino, simplemente, que lo perdido constituye una pérdida absoluta, una irremisible pérdida.

Pérdida sin remisión, sin reemplazo, sin ocasión para algo nuevo. Lo nuevo sólo sigue siendo nuevo para quien posee la disposición de reinaugurarse pero ciertamente la facultad para otro estreno adicional decae y con ella se recibe la certera información de que la vida efectivamente termina.

La muerte de Umbral ayer, medio tapada con la muerte de Puerta, une dos nombres que mencionan inesperadamente la entrada a otro espacio. Ese otro espacio tras el umbral o la puerta será regenerador para la población más joven y, sin embargo, degenerador para todos los que habrían preferido que el mundo detuviera su paso a cambio de no experimentar que un amigo, un personaje compartido, una etapa, una historia mostraran su fin.

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29 de agosto de 2007
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Perdón… ¿muerden sus monstruos?

Todo el mundo tiene uno en su casa, cuando menos; la mayoría escondemos, con irregular éxito, un pequeño ejército. Algunos con aspecto preferible y hasta cierto talante seductor, otros tan espantosos como un espejo en high-definition a media travesía de peyote. Cuando alguien —amigo, familiar, amante reincidente— se ufana de realmente conocerlo a uno, da a entender que se ha visto las caras con ellos. Pues al final son ellos, antes que uno, quienes toman las decisiones importantes de una vida que es más suya que de uno. Porque claro, uno es suyo, por más que al mencionarlos anuncie lo contrario, con la incomodidad de quien oculta un par de brontosaurios en el sótano. “Mis monstruos”, presumimos, como si soportarlos y alimentarlos fuera ya un mérito que nos dignificara, o existiera la posibilidad de echarlos a patadas.

—Uno es sus monstruos, Darling. Poco queda en su ausencia que valga la pena, como no sea esa plasta de nata pastosa a la que los aficionados llaman felicidad. Tú que tienes pavor a despertar en un cuarto con las paredes acolchonadas, imagina la pesadilla de abrir un día el ojo y descubrir que todos los monstruos se te fueron. ¿Qué te parecería peor, despertar loco o ñoño? ¿Ir a dar al final de una película de Spielberg o a la mitad de una de Polanski?

—Tal vez me sentiría mejor al principio de una de Woody Allen, pero de nuevo tengo opiniones encontradas. Seguramente hay una mayoría de monstruos que acabará llevándome donde le dé la gana y hará el cargo automático a mi karma. Tú misma eres un monstruo goloso y manipulador. Cada vez que me empeño en complacerte, no hago sino mimar mis zonas más nocivas, pero de lo contrario eres capaz de enviar a una manada de dobermans en mi busca.

—¿Dobermans? Ni cuando era pobre. Para el caso, te mandaría gárgolas y quimeras. Tú también me podrías lanzar una pareja de psicoanalistas que harían lo imposible por sacarme a empujones de tu vida, pero los monstruos siempre dejan resaca. Por alguna razón necesitas volver y probar otra vez mordidas y zarpazos. Necesitas destruir lo que construiste, dinamitar la dicha que conforme se acerca te provoca una náusea inconfesable. Te entregas a tus monstruos para que te hagan todo el daño que necesitas, pobre del terapeuta que se enfrente a tus enemigos íntimos.

—Suele uno parecerse más a sus enemigos que a sus amigos. ¿Cómo podríamos aborrecer sus defectos si no los conociéramos desde adentro? ¿Cómo no reprobarlos, sino para aprobarme a sus costillas? Uno puede tener amigos mediocres, pero en los enemigos eso no se perdona. Ahora bien, si pretendiera declararte la guerra recurriendo a profesionales del ramo, antes que perros y terapeutas de presa te lanzaría todo un task force de exorcistas.

—¿Debo entender eso como un piropo, Azuquítar?

—Entiéndelo como una capitulación. No puede uno pasarse el día combatiendo a los enemigos que más necesita. Podría convencerme de que eres etérea e imaginaria si no supiera que eres animal, como todos los monstruos. Nos olemos, querida Afrodita, igual que tantas bestias sudorosas de miedo y deseo nocturnos. Huelo que estás aquí, como los demás monstruos, sólo para evitarme la pena de ser feliz y la desgracia de sentirme conforme. ¿Quién, que no fuera un enemigo íntimo, querría convertirme en esa porquería narcisista?

—Pensamientos así podrían convertirte en agente de seguros jurídicos automotrices, o en vendedor de biblias a domicilio. Yo era una porquería narcisista, acabé con mis monstruos y mi vida cambió. Llame ahora y fumíguelos en las próximas cinco semanas, garantizado. Nada hay más apestoso, Honey, que la nueva moral de un adicto en retirada.

—¿O sea yo?

—O sea tú sin mí. Tu animal exiliado del mío. Ese cuello sin estos colmillos.

A los monstruos se les combate la vida entera, sólo para al final morir con ellos. No es raro, por lo tanto, que quienes aseguran perseguir la inmortalidad no la quieran tanto para su triste persona como para esos fieros y alebrestados animales sin los cuales todo el camino de la existencia parecería más un túnel recto equipado con rieles, engranes y poleas de simetría asquerosamente impecable. Líbreme, al cabo, el Cielo de tener que vivir entre monstruos domésticos y esperpentos falderos. Si me han de espantar mañana, que me infarten de una vez.

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28 de agosto de 2007
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VIAJES

La revista americana Traveller tiene poco que ver con la literatura. Sus temas favoritos son «Las veinte mejores playas del mundo» o «Comer sin arriesgar su salud en Oriente». El viaje del que habla su marca es el viaje del turista americano, con plata y perjuicios. Esto no impide, de vez en cuando, poner en su contenido algo de cultura como es el caso en el último número con nada menos que la lista de los mejores libros de viaje. Los mejores y punto, lo que es un desafío grande y, a mi juicio, un fracaso, pero de estos fracasos productivos. Queda algo a pesar de la catástrofe.

Son 86 libros. (Tengo que hacer una confesión, solo leí 32, aunque conocía a todos menos dos). La proporción del inglés es fenomenal: 73 de los 86. Hay tres libros en francés; tres en polaco; de español, nada; y uno en portugués. Y aun peor sólo tres libros son dedicados al ámbito iberoamericano.  Es una lista creada por grandes escritores (John McPhee, Gore Vidal, Jonathan Raban, Paul Theroux, Nurrudin Farah, Jan Morris, etc.) que dan una clara ventaja, literaria y geográfica, al mundo anglo-sajón pero que se equivocan al hacerlo.

V.S. Pritchett aparece con un libro sobre Londres y no por su admirable recorrido de España (The Spanish TemperA viaje por España); no figura Graham Greene (a pesar de su Lawless Roads, Caminos sin ley, sobre México); y tampoco se encuentra A visit to Don Ontavio, Una visita a Don Otavio, de Sybil Bedford. Esta V.S. Naipaul con sus libros sobre la India aunque A way into the world, un camino en el mundo, que va de Trinidad a Venezuela es lo mejor de su producción.

A pesar de todo, ya lo he dicho: queda algo en la amplia lista y vale la pena imprimirla pues hay obras de primer rango que me interesaron. Saque los diez mejores de los 86 y creo, de verdad, que se trata de lecturas imprescindibles, pues el placer siempre es imprescindible. (Pongo la fecha de publicación original entre paréntesis)

Arenas de Arabia
Wilfred Thesiger (1959). Aventura, escritura: el libro del desierto.

Oveja negra y halcón gris
Rebecca West (1942). Sobre los Balcanes, insuperable, explica el "limpiare étnico" de los Serbios a final del siglo XX.

El gran bazar del ferrocarril
Paul Theroux (1975). El libro sobre el viaje en ferrocarril.

India: millón de motines ahora
V. S. Naipaul (1991). El mejor de los tres libros del maestro sobre la India.

En la Patagonia
Bruce Chatwin (1977). Queda como una obra maestra.

Vida en el Mississippi
Mark Twain (1883). Todos somos un poco Huckelberry Finn. Homenaje al gran río.

Viaje a Oxiana
Robert Byron (1937). Un modelo de aventura y erudición, dedicado a la arquitectura árabe en oriente.

El mar y Cerdeña
D. H. Lawrence (1921). Lo que se puede hacer en nueve días, es decir con poco tiempo y mucho talento.

Los trazos de la canción
Bruce Chatwin (1987). El libro sobre la literatura de viaje, y un poco sobre Australia.

Entre los bosques y el agua
Patrick Leigh Fermor (1977). La boda perfecta entre juventud y aventura.

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28 de agosto de 2007
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I. PEQUEÑOS BALCANES

Se celebra este año el veinte aniversario de los Acuerdos de Esquipulas, firmado en agosto del año 1987 entre los presidente centroamericanos. Para entonces había una guerra de alta intensidad en Nicaragua, entre el gobierno sandinista y la Resistencia Nicaragüense (los contras), otra en El Salvador donde el gobierno enfrentaba la insurgencia del Frente Farabundo Martí (FMLN), y aún otra en Guatemala, de menor dimensión militar pero no por eso menos trágica para la población, donde los alzados en armas eran los guerrilleros de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).

Un año antes de que se firmaran los acuerdos, la guerra envolvía de una u otra manera a toda la región, pequeña y explosiva como la región de los Balcanes. Toda la región, porque si había guerras en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, los contras tenían sus bases en Honduras, y toda su retaguardia logística, y había también en Honduras bases militares de Estados Unidos, que respaldaban a los contras; y lo mismo en Costa Rica, se había dado la existencia de redes logísticas de ARDE, una de las organizaciones de la contrarrevolución.

Era una guerra que no parecía tener un fin previsible, ni pareció tenerlo aún después que se firmaron los acuerdos, porque siguieron creciendo los enfrentamientos en el campo de batalla, y aumentó el número de víctimas, de muertos, heridos, discapacitados y desplazados, lo mismo que los daños materiales, de los que ya se perdía la cuenta.

Y entonces, cuando parecía menos previsible, cristalizaron los esfuerzos de paz.

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28 de agosto de 2007
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GAFAS NEGRAS

No se conoce ya personaje famoso que no aparezca en público con gafas de cristales negros. No sólo tras unas simples gafas de sol para protegerse de los destellos de los focos, para paliar las acciones del sol o para enmascarar las marcas de la edad y los estragos de la noche, sino gafas negras para desaparecer tras su opacidad  y mutilar en su porte la región más propensa a delatar estados de ánimo. Las gafas negras declaran la renuencia a mantener una total y franca relación con los otros. Los otros, desde la perspectiva del personaje, forman parte de un coro consumista o depredador ante el cual trata de blindarse y soslayarse.

El personaje no entregará toda su imagen a la foto ni al vídeo ni al grupo de fans, no ofrecerá gratuitamente información completa sobre sí al barullo que le acosa.

Las gafas negras del famoso persisten en cualquier lugar, a la luz del sol y bajo la luz eléctrica, entre el resplandor o entre las tupidas sombras.

En realidad el personaje consiste precisamente en esa figura parcialmente tapada que trata de sustraerse al escrutinio de sus emociones reflejadas especialmente en la mirada. Y sustraer esas valiosas emociones personales al posible expolio de la mirada vulgar o la observación sin rango. La categoría del artista, la actriz, el cantante, le lleva no malbaratar sus estados de ánimo ni regalar el patrimonio de su sentimentalidad. Porque tras las gafas negras no sólo se esconden los ojos sino la parte más sustantiva y delicada de su talante circunstancial y de sus circunstancias. Sale la Pantoja provista de sus gafas negras y con ellas se cumple el sentido estricto del anti-faz, gafas contra la presencia de la faz, contra las facciones más comprometidas o delatoras. El velo de los tuaregs desempeña la misma función de las gafas velando al extraño su intimidad. El velo y el abanico de las mujeres han poseído igual misión en los juegos del cortejo o en la variable relación social. Pero también, quienes no llevan gafas, se valen por momentos de la mano para taparse los ojos o la boca con la misma intención de recatarse. Estos recatos, efectivamente, no se tasan en el mercado pero las del personaje llegan a cotizarse por millones y su peripecia sentimental será capaz de enhebrar una sucesión de capítulos uno a uno obtenidos de la meticulosa exploración tras la pantalla de las gafas.

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28 de agosto de 2007
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Parábola del tren y la 4×4

Se me cruzaron en la cabeza dos historias que en apariencia nada tienen que ver entre sí.

En los últimos días me viene fastidiando el caso de Daniel Varizat, un ex funcionario de la provincia argentina de Santa Cruz enrolado en las filas del oficialismo. (O sea: kirchnerista.) Santa Cruz está en crisis desde hace meses, por una larga y compleja serie de motivos. La cuestión es que, desoyendo los consejos del gobierno para que funcionarios y ex se mantuviesen a prudente distancia de las protestas que sacuden las calles de la provincia, este Varizat fue a tomar un café en la confitería de un hotel que estaba a pasos del pandemónium. La gente lo reconoció cuando se subió a su 4x4. Fueron muchos los que rodearon el vehículo y le dijeron de todo menos bonito. Una situación desagradable para cualquiera, según imagino. El hecho es que Varizat puso primera y arrolló a los manifestantes, dejando muchos heridos, algunos de ellos de consideración. No mató a nadie por casualidad. La grabación del hecho, que los argentinos hemos visto por TV una y mil veces, no dejan mucha duda sobre la alevosía con que Varizat arroja varias toneladas de acero importada contra topes de carne y hueso.

Por más que trato de ponerme en su lugar, no logro imaginar qué pasa en la cabeza de un hombre que decide arremeter contra ciudadanos de pie al volante de un vehículo contundente. Trato de sentir su miedo, el desconcierto al verse rodeado de rostros desconocidos que lo increpan, el temor al linchamiento. Pero el hecho de tratarse de un ex funcionario, o sea de un servidor público, lo torna todo más inexplicable. ¿Cómo puede alguien que juró trabajar en servicio de la gente pensar que ha encontrado una razón válida para agredirla? El hecho de que Varizat presentase una denuncia ante la Justicia me parece descaro: si aquí existe un criminal, aunque más no sea fallido, no es la gente sino el dueño de la 4x4. En consecuencia, el silencio del gobierno me duele. Puede que Kirchner tenga motivos para estarle agradecido a Varizat, pero lo que Varizat hizo al volante de la 4x4 lo hace inmerecedor de cualquier defensa. Kirchner es el presidente electo de los argentinos: si a alguien le debe explicación es al pueblo que lo votó, muy por encima de sus ex funcionarios, por entrañables que le parezcan. El comportamiento de Varizat es inexcusable. Y por eso el Gobierno debería repudiarlo con todas las letras.

El domingo leí un artículo de Página 12 sobre Barbarita Flores, la niña tucumana cuya imagen se hizo omnipresente hace cinco años, cuando fue víctima de una desnutrición injustificable. A diferencia de otros veintiún niños que sucumbieron al hambre, Barbarita sobrevivió. Hoy está mejor, aunque su familia flota apenas por encima de la línea de la pobreza. Me conmovió leer el texto de Eduardo Tagliaferro, que cuenta entre otras cosas cómo Barbarita sigue escapando de las cámaras aun hoy. La semana pasada el gobernador tucumano llegó hasta su barrio y Barbarita se escondió de la TV, metiéndose en su cama debajo de una frazada. Me pareció un signo de dignidad: ella sabe que su carita se hizo conocida como símbolo de una carencia, pero Barbarita no es un símbolo ni una carencia, es una niña, un ser humano al que en todo caso le gustaría ser reconocido por otros motivos.

Pero lo que más me conmovió fue un dato que quedó perdido dentro de la crónica. Juan Samuel Flores, padre de Bárbara, recordó ante Tagliaferro que en lo peor de la crisis llegó hasta ellos un hombre que llevaba una bolsa de comida. “Venía de Buenos Aires y había viajado en tren”, dijo Flores. Un hombre cuyo nombre no figura. Un ser anónimo que al descubrir la dimensión de la crisis decidió hacer algo concreto, que al menos en ese momento marcó una diferencia.

Entre el hombre de la 4x4 que se cree con licencia para matar y el hombre de a pie que se sube a un tren para viajar mil kilómetros llevando comida, queda comprendida nuestra Argentina. Una es la parte que queremos enfrentada a la Justicia, respondiendo por sus crímenes. La otra es la parte solidaria, decidida a cambiar las cosas –empezando por la cultura del individualismo y de la impunidad- aquí y ahora: el ejemplo que ojalá cunda.

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28 de agosto de 2007
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Palestina hecha cuadritos

Hace ya mucho que la historieta se consagró como una modalidad artística tan digna de validación como la pintura, la literatura y el cine. (Cuyos recursos narrativos, dicho sea de paso, combinó para crear un medio nuevo.) Lo que resulta reciente es su incursión en otros territorios, por ejemplo el de la historia y el del periodismo.

El triunfo de Maus, de Art Spiegelman, no fue sólo artístico. Publicada en dos partes entre 1987 y 1991, Maus contaba un hecho de la Historia con mayúsculas –el genocidio de los judíos a manos de los nazis- empleando recursos típicos de los comics: allí los judíos eran ratones y sus victimarios gatos. Pero Spiegelman intercalaba además el relato con los recuerdos de su infancia, marcada por un padre que escapó del Holocausto por los pelos. (La parte en que el ratoncito Art dice que él creía que todos los padres se despertaban por las noches aullando en plena pesadilla, me marcó para siempre. Me apropié de la experiencia para prestársela a Miranda, la niña de La batalla del calentamiento, cuya madre también había escapado por los pelos de un genocidio que conozco de cerca.) Spiegelman acercó la historieta al género de las memorias, que los comics todavía no habían explorado, y a través del prisma de su experiencia se permitió hablar del mundo que nos tocó en suerte. Después de Maus, ya nada fue lo mismo.

Desde entonces han sido muchos los que utilizaron el medio para narrar historias reales, a veces autobiográficas, siempre políticas. Mencionaré apenas dos ejemplos: uno del propio Spiegelman, In the Shadow of No Towers, que recrea la forma en que vivió el ataque a las Torres Gemelas y sus consecuencias; y también Persépolis, de Marjane Satrapi, que narra la infancia de la autora en Irán después de la revolución. (La serie prosiguió hasta Persépolis 4, con Satrapi hablando de su regreso a Irán y su posterior exilio en Francia.)

La que cayó en mis manos estos días es una obra casi contemporánea de Maus: se llama Palestine y su autor es Joe Sacco. Nacido en Malta y criado en los Estados Unidos, Sacco es un autor indefinible. Parte periodista a lo Seymour Hersh, parte historietista a lo Robert Crumb, Sacco merecería ser descripto como un novelista a secas, con la peculiaridad de que además de escribir dibuja sus historias –y de que además habla de historias reales, que sólo puede contar involucrándose personalmente con los hechos y con sus personajes. En Safe Area Gorazde, elegida por la revista Time como el mejor comic del año 2000, Sacco cuenta sus viajes a Bosnia después de la guerra. Palestine describe los dos meses que Sacco pasó en los territorios ocupados durante la primera Intifada, entre fines de 1991 y 1992.

Su modalidad de trabajo es la del periodista e historiador: Sacco va al lugar de los hechos, realiza entrevistas y toma fotografías. El comic resultante de la investigación y de la experiencia humana está narrado en primera persona. Sacco es uno más de los personajes, nunca en el papel protagónico pero incluyéndose en los cuadros para que su subjetividad no resulte escamoteada: quiere que quede claro que está contando lo que él ha visto, y por tanto nadie le puede discutir. A menudo incluye comentarios irónicos en medio de situaciones espesas, tratando de ponerse a salvo a la vez que piensa que lo que le está pasando le vendrá bien al comic que planea crear.

El resultado es poderosísimo. Palestine es el relato más acabado que conozco de la vida en los territorios ocupados. En buena medida por el peso de las historias que refiere, pero también por el dibujo detallista que nunca excluye el humor, Palestine es el libro que hay que leer si uno quiere saber qué significa –y a qué precio- existir en ese lugar doliente del planeta. La secuencia de páginas en que describe el proceso a que se somete a un palestino detenido es escalofriante: los dibujos son simples y los cuadritos son iguales entre sí, otorgándole a la página un look rutinario en que la única rutina es la de la tortura. (El episodio se llama, de acuerdo al eufemismo que se emplea oficialmente, Presión moderada.)

Yo estuve allí en el año 2000, a comienzos de la segunda Intifada. Leyendo Palestine sentí que había vuelto al lugar sin moverme de casa. (Al igual que Sacco y que tantos periodistas que deben haber pasado y pasan por allí, yo también esquivé balas mientras pensaba qué bonita quedaría la historia que escribiría… si sobrevivía, claro.) La elocuencia con que Palestine me transportó al lugar tan amado como sufrido es testimonio del poder de la historieta como medio –y también del talento de Joe Sacco, un autor al que les recomiendo vivamente.

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27 de agosto de 2007
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ESNOBISMO PARISIENSE

Acabo de leer un diccionario, un diccionario completo pues sólo tiene 222 páginas lo que llena una excelente tarde. Es el Dictionnaire de littérature à l’usage des snobs et surtout de ceux qui ne le sont pas de Fabrice Gaignault (ed. Scali). Una recopilación completa de la manera de hablar de literatura en París sin utilizar las valoraciones reconocidas por todos. Un diccionario que huye frente a los premios y considera sospechoso al éxito comercial. En pocas palabras: un diccionario literario muy culto y también entregado al esnobismo.

A mi juicio es un estudio etnográfico valioso y vale la pena resumirlo. Su contenido abarca lo que supondría un montón de comidas y de aperitivos sin llegar a una cosecha tan completa. Autores, movimientos literarios, lugares: es una visión completa del mundo que se puede resumir en pocos rasgos. Un mundo de derecha, claro: los dos autores más citados son André Malraux y Paul Morand. Dentro de la izquierda, el esnob teme encontrar a las masas que no pueden entender su geografía, su visión del mundo y sus odios.

Geografía. El planeta literario es pequeñísimo. El esnob sólo conoce a: el Beat Hotel y el Hotel Ritz en París, los cafés italianos, El Chelsea Hotel en Nueva York, el City Lights Bookstore (la librería de San Francisco), Harrar (la ciudad de Rimbaud en Etiopia), St FLorent-le-Vieil (la ciudad donde vive Julien Gracq, el último clásico francés) la Santa Maddalena Foundation (que hospeda escritores con becas en Toscana), la trocha favorita de Rilke para sus paseos cerca de Trieste, la casa de Malaparte en Capri y tres ciudades: Tánger, Trieste y Venecia.

Revistas literarias. Sólo hay tres, todas en inglés: Granta, McSweeney’s y The Paris Review.

Movimientos literarios. Son exquisitos si son del pasado (ser un militante contemporáneo sería rozar el ridículo para un esnob). Basta con recordar los siguientes: la mesa redonda del Hotel Algonquin en Nueva York (las acid-tongued wits, las malas lenguas acidas de Parker y Benchley), el grupo alrededor del Manifiesto culinario futurista (con su famoso Basta la pasciutta!, Ya basta la pasta!), la Beat generation, el grupo de Bloomsburry, el Club des longues moustaches (club de los bigotes largos, escritores franceses del fin del siglo XIX, principio del XX: Miomandre, Vaudoyer, Jaloux, Régnier, etc.), los Dirty realists (movimiento inventado por Bill Budford), los Hussards (escritores franceses de derecha de los años 50), la llamada “escuela del Montana” y por fin el Vorticism inglés antes de la Segunda Guerra Mundial.

Escritores anglo-sajones. Es una obvia fascinación, imposible de resumir. Incluye a ingleses y americanos. Hay de todo: aristocracia inglesa (la familia de la duquesa de Devonshire con Nancy Mitford), homosexuales de moda (como Christopher Isherwood), poetas (Sylvia Plath), innovadores (con gran papel de Lovecraft y Burroughs).

Odios. Ser es rechazar para un esnob y una lista de las diez novelas insoportables le ayuda a establecerse aparte: Bella del Señor de Albert Cohen, El extranjero de Albert Camus, El amante de Marguerite Duras, El principito de Antoine de Saint Exupery, La condición humana de André Malraux, Las  uvas de la ira de John Steinbeck, El viejo y el mar de Ernest Hemingway, Nausea de Jean-Paul Sartre, La espuma de los días de Boris Vian y En la carretera de Jack Kerouac.

Última nota: claro que no existe el mundo iberoamericano. O casi no existe. Apunta cinco apellidos, no más: Max Aub, Nicola Gómez Dávila, José-Carlos Llop, Silvina Ocampo y Bernardo Soares (uno de los seudónimos de Pessoa).

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27 de agosto de 2007
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IV. EL OJO DE LA MUJER RECONOCE A SU REY

Lot y su familia salen apuradamente de Sodoma, porque los dos ángeles los urgen a que no pierdan tiempo, y les prohíben volver la vista atrás, orden que desobedece la mujer de Lot, por lo que queda convertida en estatua de sal. El gran poeta nicaragüense Carlos Martínez Rivas, en su poema Beso para la mujer de Lot,  dice que ella, al volver la vista, no hacía sino buscar desesperadamente a su amante:

  Hacia allá partían como flechas tus miradas,
  buscando... Y tal vez lo viste. Porque el ojo
  de la mujer reconoce a su rey
  aun cuando las naciones tiemblen y los cielos lluevan fuego…

No sería nada extraño que le pusiera los cuernos al viejo Lot en medio de aquella extendida disipación de costumbres. Y esto nos lleva al siguiente episodio entre Lot y sus dos hijas, aquellas a quienes había ofrecido a los licenciosos violadores. Después de que se alejan de la ciudad en llamas, van a dar a una cueva donde duermen las siguientes noches, y entonces las dos muchachas se ponen de acuerdo para emborrachar al padre con vino, y así dormir con él, una cada noche. Y de estos turnos incestuosos con el viejo ebrio, quedaron ambas preñadas.

Sodomías, violaciones, adulterios, incestos. Los justos que los ángeles querían sólo estaban en la ortodoxia de la mente divina, no en la levadura humana.

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27 de agosto de 2007
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