Marcelo Figueras
El lunes por la noche una llamada me obligó a poner en pausa el DVD de Little Miss Sunshine. Mientras esperaba la oportunidad de retomar la visión hice zapping y me quedé anclado en Telefé, donde se estrenaba un programa: El gen argentino. Producido por Cuatro Cabezas y conducido por Mario Pergolini, El gen argentino propone al público una votación para decidir por simple mayoría quién sería “el argentino más grande”.
Habían pasado pocos minutos del comienzo de la emisión cuando Pergolini verbalizó el extrañamiento que yo estaba sintiendo como espectador: me resultaba insólito ver un programa de la televisión abierta que en horario central discutía a Berni, Borges, Cortázar y Arlt, cuando por lo general la TV abierta es el reino de los reality shows y de los concursos de baile y de patinaje. Aquí tenemos una frase: Argentina año verde, que apunta a aquellas cosas que imaginamos que nunca ocurrirán en nuestro país. Pues bien, el lunes a la noche El gen argentino me trasladó a la Argentina año verde.
Con un panel a modo de coro griego integrado por Felipe Pigna, Jorge Halperín, María Seoane y Gonzalo Bonadeo, el programa ofreció no pocas curiosidades. Algunas simpáticas, como el hecho de que alguna gente haya votado a García Márquez y a Neruda, nacionalizándolos de hecho como argentinos. Otras, sin embargo, fueron más bien perturbadoras. El hecho de que alguien haya votado a Carlos Saúl Menem, y peor aún: a los dictadores Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera como candidatos al puesto de argentino más grande, me hizo correr un escalofrío por la espalda. De todos modos me parece correcto que la producción no haya anulado esos votos por cuestiones ideológicas. Aunque no resulta difícil imaginar qué manos hay por detrás de esas elecciones, recordar que existe gente que considera que el hombre que vendió la Argentina al peor postor y los asesinos de masas con uniforme son ‘grandes’, nos ayuda a no dormirnos en los laureles. Nos guste o no, la Argentina sigue siendo en buena medida el país de la impunidad.
Cualquier método de selección supone arbitrariedades, y en este sentido El gen argentino no fue la excepción. Que en el rubro de Historia y Política del siglo XX Eva Perón y el Che deban eliminarse la una al otro suena a cuello de botella anticipado. Del mismo modo, que en un rubro llamado Artes, Ciencias y Humanidades deba dirimirse entre Jorge Luis Borges y René Favaloro (un cardiólogo a quien se considera la mezcla perfecta del profesional destacado y del hombre solidario) parece forzado: ¿quién podría decir si es más importante el talento artístico que el servicio público, o viceversa?
En el fondo se trata de un juego, y así hay que tomarlo. Un juego positivo, en la medida en que nos lleva a recuperar la imagen y los hechos de aquellos argentinos que estuvieron a la altura de sus circunstancias y marcaron la diferencia, convirtiéndose en imprescindibles para nuestra historia. Lástima que haya en la lista tantos muertos que no deberían estarlo. Rodolfo Walsh, Carlos Mugica, el obispo Angelelli. Y lástima también que algunos de sus verdugos figuren en las mismas listas.
Algún día aprenderemos.