Sergio Ramírez
Se celebra este año el veinte aniversario de los Acuerdos de Esquipulas, firmado en agosto del año 1987 entre los presidente centroamericanos. Para entonces había una guerra de alta intensidad en Nicaragua, entre el gobierno sandinista y la Resistencia Nicaragüense (los contras), otra en El Salvador donde el gobierno enfrentaba la insurgencia del Frente Farabundo Martí (FMLN), y aún otra en Guatemala, de menor dimensión militar pero no por eso menos trágica para la población, donde los alzados en armas eran los guerrilleros de la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG).
Un año antes de que se firmaran los acuerdos, la guerra envolvía de una u otra manera a toda la región, pequeña y explosiva como la región de los Balcanes. Toda la región, porque si había guerras en Guatemala, El Salvador y Nicaragua, los contras tenían sus bases en Honduras, y toda su retaguardia logística, y había también en Honduras bases militares de Estados Unidos, que respaldaban a los contras; y lo mismo en Costa Rica, se había dado la existencia de redes logísticas de ARDE, una de las organizaciones de la contrarrevolución.
Era una guerra que no parecía tener un fin previsible, ni pareció tenerlo aún después que se firmaron los acuerdos, porque siguieron creciendo los enfrentamientos en el campo de batalla, y aumentó el número de víctimas, de muertos, heridos, discapacitados y desplazados, lo mismo que los daños materiales, de los que ya se perdía la cuenta.
Y entonces, cuando parecía menos previsible, cristalizaron los esfuerzos de paz.