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Los cuernos informáticos

Una de las ventajas de vivir en México es que aquí las computadoras son mujeres. Para quienes almacenamos fobias no negociables contra el término orden, es gran consuelo no tener que someterse a los caprichos de un ordenador. Que era el caso de HAL, el maligno procesador de 2001 que a muchos nos dejó para siempre aquejados de suspicacia. Ahora bien, se equivoca quien piensa que una computadora hembra es necesariamente más amigable que un ordenador macho. Yo que vivo con dos, cada una orgullosamente incompatible con la otra, puedo decir que entre ambas me desquician la vida un poco más de lo que me la ordenan. Dice el proverbio árabe que quien tiene dos chicas pierde la cabeza, y quien tiene dos casas pierde el alma, pero no ha habido un alma caritativa que lo actualice y nos deje saber qué es lo que pierde el dueño de una Mac y una PC.

  —Pierde el tiempo, Mi Amor. Y eso sí que es fatal, porque al fin puedes hasta vivir más ligero sin cabeza ni alma que te estorben, ¿pero sin tiempo? Wendy Carlos, conocida hace tiempo como Walter y convertida en una laboriosa señora de su casa que programa computadoras y sintetizadores, igual que otras prefieren tejer colchas y carpetas, dice a sus críticos que la llegada de un nuevo procesador a su vida, lejos de facilitarle las cosas, le suma un 14 % de tiempo de trabajo al proyecto. La gente pierde tanto el tiempo peleando por dinero que cuando lo consigue ya no le queda tiempo para gastarlo más que en medicinas. Tú mismo vives, aún en el exilio que compartes conmigo, en permanente angustia por el paso del tiempo. Mira el reloj: son las dos de la tarde y apenas vas en el segundo párrafo. ¿Son esas las ventajas de traerte la MacBook a la cama?

  —Siempre creí que nunca me metería con una Mac. Su misma pulcritud me parecía chocante, sus fanáticos infumables, su personalidad falsamente amigable. De entrada, abominaba la idea de una computadora que me hiciera la vida tan sencilla. Desconfío de los seres serviles, más todavía cuando son robots. Había, por contraparte, una cachondería inexplicable en el cinismo sádico de una y otra PC, quizá precisamente porque me parecían poco confiables, e inclusive traidoras naturales. Se duerme más contento con una callejera conocida que con una virtuosa amurallada.

  —Las Mac no son exactamente serviles, pero ninguna oculta sus propósitos matrimoniales. Mírala aquí, en tu cama. Hace tres meses que en esta casa puede perderse todo menos la MacBook. Y mientras tanto la otra permanece apagada por semanas. ¿Sirve de algo decir que en la Vaio también recibes correo, y que a este paso va a tardarse en llegar el triple que una carta desde el Mato Grosso? ¿Por qué no le haces frente al problema y como un caballero las presentas?

  —¿Comunicarlas? Nunca. Son irreconciliables como la morenaza y la pelirrojota, y si un día se entendieran sería para contagiarse las peores mañas. Además, no sé cuántos días tendría que pasarme aprendiendo a instalarle el Windows a la Mac, cuando precisamente de ahí vengo huyendo. Si alguien se encuentra en el camino a Bill Gates, dígale que hace tiempo no sabe de mí.

  —¿Por qué entonces no vendes la Vaio?

  —Porque a veces con ella me siento extrañamente libre, y porque armado de un buen antivirus me aventuro a recorrer los sitios para forajidos digitales, a lo largo de noches libérrimas en las que nada cunde como el desorden y no hay lenguaje informático que se atreva a ponerme límites racionales...

  —Tranquilo, Mi Rey, no tienes que gritar para que entienda. Ya me di cuenta que la Vaio es tu amante y no quieres que nadie se lo vaya a decir al señor Gates. ¿Tú crees que él no tiene otra MacBook en la cama? ¿Sabes cuánto se excita la gente con esas cosas?

  —Sí, pero no, Afrodita... —intento iluminarla mediante un par de señas que apuntan justamente a este monitor.

  —Vaya, pues, lo que no quieres es que le llegue el chisme a Miss Mac. Mira Querido, si te enteraras sólo de la mitad de lo que ella te sabe, la echarías ahora mismo por la ventana. A menos que esperaras a saberlo todo, y entonces te aventaras junto a ella.

  —¿Debería temerme que estás celosa de mi computadora?

  —De una no, de las dos. Y ellas también están celosas de mí, así que estás en manos de las tres. A ver cómo haces para contentarnos.

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21 de agosto de 2007
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SILICON LIFE

Desde hace tiempo vengo leyendo que la evolución de los ordenadores inteligentes se predice ya con un grado de acierto casi absoluto. “La inteligencia de silicio va evolucionar de tal manera -dice Gordon E. Moore, ex chairman de Intel Corp.-  que se hará difícil llamar computers a los computers”. Pero la inteligencia de los ordenadores no se detendrá ahí. Muchos científicos aseguran que las máquinas llegarán a ser pronto mucho más inteligentes que Albert Enstein o Stephen Hawking juntos. Y cuando se posea estas máquinas se podrá a la vez producir otras aún más sofisticadas. Finalmente, siguiendo la ley de Moore (“La complejidad de los computers se duplica cada 18 meses”), hacia la mitad del siglo podrán existir máquinas que lleguen más allá de nuestra capacidad y conocimiento. Esto es lo que ha pronosticado Raymond Kurzweil, presidente de la Kurzweil Tecnologies Inc., y autor del  famoso libro The Age of Intelligent Machines. Dice Kurzweil que “las máquinas alcanzarán la capacidad del cerebro humano -100.000 millones de neuronas y 100 billones de conexiones- con un PC de 1.000 dólares alrededor del año 2.019. Para el 2.030 con menos de 1.000 euros dispondremos de un artefacto con el poder de unos mil cerebros humanos; en el 2.050, aproximadamente, por ese precio la potencia será equivalente a mil millones de cerebros humanos”.

Y no acaba ahí la cosa. La  continuación de este progreso –asegura Robert E. Newnham, un científico de la Universidad de Pennsylvania- conducirá a crear nuevas formas de vida, una silicon-life, dice, que puede transformar la civilización. Toda nuestra ciencia y nuestro arte, e incluso el concepto de nosotros mismos, proceden de lo que nuestros sentidos nos dicen sobre el mundo. Pero seres que pueden ver las ondas electromagnéticas y oír las luces, que pueden sentir el vasto vacío mediante átomos de acero, tendrán una muy distinta percepción de la realidad. Lo que aprendamos de ellos puede ser más impredecible y formidable que todos los descubrimientos obtenidos mediante microscopios, telescopios, rayos X y otros instrumentos de alta tecnología empleados para amplificar nuestros sentidos.

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21 de agosto de 2007
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EL DELITO DE VESTIR COMO INDÍGENA

Tengo a la vista un recorte de prensa en el que de manera escueta se informa que Rigoberta Menchú, la indígena guatemalteca galardonada con el Premio Nobel de la Paz, fue expulsada de un hotel de lujo en el balneario de Cancún, al confundirla con una vendedora ambulante. Acudía al hotel para sostener una entrevista de prensa, y se hallaba en Cancún asistiendo a un foro internacional.

Rigoberta, como la habrán visto ustedes en las fotos, viste siempre como lo hacen las indígenas de su etnia maya en Guatemala, un traje muy colorido que se parece al que usan las indígenas mexicanas que venden en las calles de Cancún, y a la entrada de los hoteles, suvenires a los turistas.

No sé si será este el primer caso de la expulsión de un lugar público, pues los hoteles lo son, de una personalidad de rango mundial, solamente porque viste de manera diferente, de acuerdo a su propia identidad. No me imagino a Rigoberta entrando a un hotel de Cancún vestida de sandalias y shorts, de gorra y camiseta playera con la insignia de los Bulls de Chicago. En su manera de vestirse está representada la dignidad de la causa que ha defendido, y la identidad y los derechos de los indígenas que son mayoría discriminada y segregada en Guatemala, como se ve que lo siguen siendo en los balnearios exclusivos de México.

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21 de agosto de 2007
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Un extraordinario jardín de canciones

Me enamoré de la música de Charles Trénet de manera un tanto insólita. Por supuesto, conocía sus canciones más populares como la mayor parte de la gente: desde Que reste-t-il de nos amours? a La Mer (que mis hijas conocen como Beyond the Sea gracias a Finding Nemo), y desde Ménilmontant a Je Chante, se trata de melodías que llevamos grabadas en la memoria sin que sepamos dónde y cuándo las oímos por primera vez; a esta altura, no sería desatinado decir que forman parte de nuestro inconsciente colectivo.

Mi amiga Silvina Senn supo por este blog que yo estaba viviendo una etapa de febril Brelmanía (como en, admiración ferviente por las canciones de Jacques Brel) y desde su refugio parisino me avisó de la llegada a Buenos Aires de un espectáculo que supuso me gustaría: el cantante Jacques Haurogné y el pianista Ezequiel Spucches iban a presentarse en Clásica y Moderna, con un repertorio lleno de joyas de la canción francesa.

Haurogné y Spucches revisitaron clásicos como Les Féuilles Mortes de Jacques Prévert y Ne Me Quitte Pas de mi adorado Brel (canción que me hace llorar cada vez que la escucho, como el Aleluya de Leonard Cohen en versión de Jeff Buckley), alternándolos con la interpretación que hizo Spucches de autores argentinos como Alberto Ginastera. (Ezequiel tocó una Danza del Gaucho Matrero prodigiosa: esas manos parecían tener vida propia.) Pero el grueso del espectáculo se lo dedicaron a las canciones de Trénet. La voz de Haurogné brilló en Le Jardin Extraordinaire y también en Y’a d’la joie, es un cantante de técnica impecable. Tratándose de un pianista de formación clásica, Spucches mostró una versatilidad infrecuente: se movió como pez en el agua entre las formas tradicionales de la canción francesa y el swing del jazz que la música de Trénet suele demandar al mismo tiempo.

Al escuchar Au Bal de la Nuit por primera vez, me dije: esta es una canción de Brel. Estaba segurísimo, la canción tenía todas las marcas del belga, la melodía juguetona, el fraseo, los versos insolentes y perfectos. Cuando descubrí que en realidad era una canción de Trénet, entendí que no habría habido Brel sin Trénet y que era hora de que yo hiciese los deberes. Al llegar a casa en la madrugada me puse a googlear como loco, tanto para desasnarme respecto de su historia (me quedé pensando en un aspecto que la película La Mome / La Vie en Rose también soslayaba respecto de la vida de la Piaf, esto es la actuación de los artistas franceses durante la ocupación alemana) como para escuchar todas las canciones que pudiese. Y aquí estoy todavía, espiando apenas la punta del iceberg: ¡Trénet tiene registradas más de mil canciones!

Así que tengo Trénet y Brel para rato, y a través de ellos acceso a algunas de las más maravillosas canciones que se hayan escrito nunca: las más alegres, las más románticas y las más tristes. Déjenme, pues, agradecer a Silvina, a Haurogné y a Spucches como se debe, y de paso al Boomeran(g) que ofició de tejido conectivo, porque el descubrimiento de un artista maravilloso es un regalo de esos que no tienen precio.

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21 de agosto de 2007
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AGENTE OFICIOSO

Con toda nostalgia pongo punto final al tema de Oscar, paradigma de los gatos, o como diría Cervantes, honra y prez de la gatería andante. Para un gato ayudar a un anciano morir, es tanto como desfacer un entuerto, que es a lo que se dedicaban los caballeros andantes, socorrer a los desvalidos.

Lolichka me ayuda a aclarar en su mensaje, que Oscar no es ningún visitante extranjero a las camas de los ancianos moribundos del Centro de Reposo y Rehabilitación de Providence, sino que vive allí mismo desde recién nacido, y que también suele dar la bienvenida a los residentes cuando llegan por primera vez.

Es, pues, un gato casero, lo que hace que sus funciones de ángel de la muerte puedan ser vistas desde dos ángulos diferentes: uno, como un viejo empleado amable del asilo, que ha crecido allí,  al que todo mundo le tiene confianza, y que por eso recibe cordialmente a los que llegan, y así mismo se acerca a sus camas para despedirlos cuando se van. Y dos, como un gato artero, que se aprovecha de la confianza recibida para subirse abusivamente a la cama de quien él mismo ha señalado como candidato al viaje final, asumiendo un papel odioso que nadie le ha dado.

Hasta la vista, Oscar.

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20 de agosto de 2007
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MELANCOLÍA Y UN POCO DE VINO

¿Por qué razón todos aquellos que han sido hombres de excepción, bien en lo que respecta a la filosofía, o bien a la ciencia del Estado, la poesía o las artes, resultan ser claramente melancólicos?... Así empieza un texto clásico de Aristóteles, Problema XXX, que hace unos meses fue  rescatado en una cuidada edición, como es norma de la casa, por la editorial El Acantilado. El breve texto está lleno de intuición, pero también de conocimientos que entonces eran considerados científicos. Un texto todavía tan vivo, tan vigente como la propia melancolía.

Hace unos días, desde que presentimos que se acerca el final de la vacación, que los días ya no son esperanzas abiertas, que cada día es cuenta atrás, que volveremos al tiempo de lo conocido, nos volvemos más melancólicos. ¿O no les pasa a todos? ¿Será que los melancólicos somos seres especiales? Somos los melancólicos más creativos. ¿Seré un elegido por ser melancólico?

Los poetas del “spleen”, que así llamaron los padres poéticos de la modernidad a la melancolía, eran depresivos y bebían absenta. Creadores melancólicos. Los de la antigüedad, la tribu Aristotélica, lo que hacían eran beber vino. Y esos, esos que algunos brutos llaman borrachos, en realidad es que son unos melancólicos.

Sigamos con Aristóteles: “...el vino tomado en abundancia parece que predispone a los hombres a caer en un estado semejante al de aquellos que hemos definido como melancólicos, y su consumo crea una gran diversidad de caracteres, como por ejemplo los coléricos, los filantrópicos, los compasivos, los audaces”… Ya está. Eso es lo que me pasa. Que bebo. Que bebo el vino de las tabernas gallegas. Que bebo el vino de las mejores bodegas y de otras de menos excelencias. Me acabo de dar cuenta de que yo, más que melancólico, soy un bebedor que es capaz de llegar a la melancolía y así me hago la ilusión de que me acerco a los hombres de excepción, a los poetas y otros bebedores.

De repente, leyendo a Aristóteles sobre la melancolía, se me bajaron todos los humos melancólicos. Se me bajaron las ilusiones de ser un artista.

Así también me recordé cuando presumí de poeta -éramos tan jóvenes que nos permitíamos engañar y engañarnos- ante alguna mujer que me gustaba. Lo creyó. Sobre todo lo creyó porque la invité a beber absenta. También es posible que le dijera algún poema de Jaime Gil de Biedma, melancólico, bebedor. Y sin embargo poeta.

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20 de agosto de 2007
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Insondables debates estivales

Debo de ser el único ocioso, quiero decir, sin obligación profesional, que escuchó con mansa devoción a esos portentos públicos, Pizarro y Álvarez. El primero por ser el jefe de Endesa, causante junto con otro señor (de quien nada se puede decir porque es inexistente) del bonito número de lupanar llamado Barcelona a les fosques. La segunda por ser titular de Fomento y encargada del catatónico estado de aeropuertos, trenes, autopistas y cabaña porcina de la Ciudad de los Prodigios. Fueron horas, pero valió la pena. Los estudios de antropología dan mucha y buena información para luego comprar el pan, ir al cine o consentir caprichos a la amada de un modo justo y benéfico. Quiero decir que no me importaba averiguar si eran culpables o no (sin duda lo son), sino conocer sus maneras y averiguar si se les caen los espaguetis por encima cuando comen.

La ministra Álvarez tiene el furor impío de la plebe, pero con peor educación. Digamos que es un cruce entre la Pasionaria y Fraga Iribarne. Que personajes como esta buena mujer tengan cargos de gobierno dice mucho sobre cómo se selecciona al personal. Sin embargo fue redimida por un majadero de Esquerra que la comparó con “un señorito andaluz que fuere a dar limosna a Barcelona”. Los señoritos andaluces jamás han dado limosna, eso es propio de clases medias. Hay que ver lo paletos que son los de Esquerra.

Pizarro, en cambio, me pareció un virtuoso. Su intervención dio esplendor al abogadillo del estado que llegó a jefe de una gran empresa corsaria europea. Un tiburón, uno de esos expertos que si trabajara para la Generalitat, Barcelona ya sería Berlín. Pero, claro, no puede porque no tiene el nivel C de catalán. Verle disparar sin piedad crueles obuses contra los diputados catalanes, cuyas intervenciones iban de la queja llorica al sentimentalismo indigesto, era patético.

Como escribió Alfredo Abián, agudo director adjunto de La Vanguardia, fue como ver a unos aficionados a la esgrima agitando sus infantiles floretes frente a una descomunal Tizona. Y para colmo, de la Corona de Aragón.

Artículo publicado en El Periódico, 18 de agosto de 2007.

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20 de agosto de 2007
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LA CULPA ES DE PAPA

Es el ensayo más inesperado del verano. Un artículo del novelista Paul Greenberg, A Fish Tale (un cuento de pez), publicado por el suplemento de libros del New York Times. No sé si el artículo es todavía de libre acceso en el sitio, pero su tema es una pregunta que parece inverosímil: ¿En qué medida Ernest Hemingway tiene la culpa de la desaparición de los peces grandes? Los peces grandes de la pregunta son los peces marlines (azul, negro, etc.), el pez vela, el pez espada, es decir los “peces perciformes, grandes y comestibles que se pescan como deporte”. Todos estos peces han sido resumidos en uno solo: el pez gigantesco de El viejo y el mar.

Según un artículo de la revista científica Nature del año 2003, el 90% de estos peces desaparecieron durante el último medio siglo. Y como siempre frente a una catástrofe se busca un culpable. Greenberg no dice que Papa Hemingway sea el único responsable, pero sí lo define como un hombre cuya actividad contribuyó de manera notable a vaciar el mar de sus peces grandes.

Sobre lo que hizo Hemingway tenemos muchos datos. Descartando sus mentiras, que fueron muchas, quedan el diario de su barco, El Pilar, y las fotografías, las famosas fotografías del gran escritor al lado de un pescado colgado por la cola desde una grúa. Greenberg se dedicó a recopilar las fotografías en los archivos. Sabiendo que solo se sacaba fotografías con los pescados muy grandes, y conociendo la voluntad de no posponer la hora del coctel, Greenberg estima que Papa se sacó fotografías con el 10% de los pescados. Llega así a un número de 40 animales, que corresponde al balance del propio escritor en su declaración más razonable: 91 peces marlines sacados del agua en los años 1932, 1933 y principios de 1934 (el dato figura en un artículo de Esquire de agosto de 1934).

Ahora, un poco de matemáticas: el ratio normal de Hemingway, según las fotografías, es de cuatro peces marlines por un atún de aleta azul; su actividad de pescador abarca veinticinco años; entonces podemos calcular un balance final de 800 peces marlines y 200 atúnes de aleta azul. Si quitamos la mitad (Papa devolvía los peces al agua en muchos casos), e incluimos este dato: la tercera parte de los peces devueltos no sobreviven a las heridas del combate, quedan 530 peces marlines y 130 atúnes de aleta azul. Eliminamos los marlines blancos y con rayas (por ser pequeños), quedan 250 marlines y los 130 atúnes.

¿Cual habría sido la descendencia de estos peces, pregunta Greenberg, al final de cuatro generaciones? (generaciones de peces, claro, no de escritores). Llega el resultado escalofriante: el impacto de la pesca de Hemingway queda hoy en la ausencia de 78.000 marlines azules y 18.000 atúnes de aleta azul. No es poco si se conoce la estimación de la población mundial: entre 100.000 y 400.000 para estos marlines, y entre 20.000 y 30.000 para estos atúnes de ala azul.

Claro, Greenberg no acusa a Papa de manera directa (no se puede presumir lo que habría sido la vida de los peces faltantes) pero denuncia las malditas fotografías del escritor al lado de sus pescados tanto como la publicidad dada a la hazaña del viejo en la novela. “Los pescadores buscan una fotografía a la Hemingway” dice Greenberg al hacer un pronóstico: los textos de Papa serán utilizados en el futuro como documentos históricos, para contar cómo era el mar cuando había peces grandes.

Por mi parte, no echaré la culpa de nada al gran escritor. El artículo de Greenberg me obligó a releer las tres crónicas de Hemingway sobre la pesca publicadas en Esquire. Descubrí una teoría tonta en la crónica de agosto de 1934: todos los marlines, dice Papa, blancos, negros, con rayas, hembras y machos son en realidad varias etapas en la vida de un solo pez, el marlín. Sabía de literatura y también de pesca, pero de zoología, nada.

Ahora voy por Greenberg: no debería enfocarse tanto en los peces. Existe también la literatura. En abril de 1936, poco antes de salir para la guerra de España, Papa publica otra crónica, una maravilla, sobre estos pescados: “son unas cosas extrañas y salvajes, dice, con una velocidad increíble y también con potencia y belleza”. Y da, de manera muy convincente, su razón para pescar: ver y sentir la potencia de estos peces grandes, lo que “sin pescarlos sería imposible”.

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20 de agosto de 2007
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Sexo es futuro

Parece una paráfrasis de la broma sobre el abogado en el fondo del mar. ¿Cómo llamarían a diecinueve escritores hablando de sexo? De llevar la broma hasta el final, habría que llamarlo un buen comienzo. O una orgía literaria, en todo caso.

El buen comienzo, imagino, habrá que atribuírselo a Diego Grillo Trubba, que compiló los cuentos, y a la Editorial Sudamericana por asociarse en la aventura. El resultado es el libro En celo, que se presenta a sí mismo con dos cerditos que la pasan bomba en la portada y una bajada aclaratoria que da cuenta del meollo del asunto: “Los mejores narradores de la nueva generación escriben sobre sexo”.

A muchos de esos autores argentinos los conocía ya, y los valoraba: Mariana Enríquez, Patricia Suárez, Pedro Mairal, Florencia Abbate. A otros los conocía tan sólo de nombre, por lo que celebré la oportunidad de perder la virginidad respecto de su obra: Juan Terranova y Washington Cucurto, por ejemplo. Los otros fueron una completa sorpresa. El primer nombre que me viene a la mente es el de Marina Mariasch, pero es justo que los mencione a todos: Pablo Alí, Gisela Antonuccio, Maximiliano Tomás, Oliverio Coelho, Joaquín Linne, Josefina Licitra, Hernán Arias, Gabriel Vommaro, Natalia Moret, Alejandro Parisi, Félix Bruzzone y Mariela Ghenadenik.

Me gustó que llevaran la premisa hacia sus variantes menos convencionales: sadomasoquismo, transexualismo, zoofilia –o para ser más preciso en la referencia al cuento La chica del setter, humanofilia-, sexo entre machos necesitados de cariño (Cucurto dixit) y un largo etcétera. A esta altura del partido todavía consideramos al sexo como la porción oculta del iceberg, un territorio inexplorado sobre el que depositamos parte generosa de nuestras fantasías. El sexo es la máquina de disparar la imaginación que tenemos más a mano, o al menos aquella a la que recurrimos más a menudo. Es democrático por naturaleza, en tanto nivela al común de la gente y a los profesionales de la imaginación, condenándolos a la misma plataforma de partida: en este dominio todos tenemos iguales oportunidades, y nadie cuenta con particulares ventajas. Coincidirán conmigo en que se trata de una de las materias más difíciles para un escritor. Enfrentados a la página o al documento en blanco, un escritor está en la misma situación del amante primerizo: muerto de miedo, desnudo, en semitiniebla y condenado a hacer el mejor uso posible de sus discretos talentos naturales.

Que empujasen esta piedra angular de la imaginación a sus extremos me llenó de esperanza. En realidad ya estaba entusiasmado desde la premisa. La idea de animar a diecinueve escritores a meterse con una de las experiencias más transformadoras, divertidas e insondables de la vida me producía fascinación. No sé ustedes, pero yo estoy un tanto desencantado de tanto dar con libros que no sé de qué me hablan, que no puedo remitir a ninguna de las cuestiones esenciales de mi vida, ni las más ligeras ni las más profundas. La semana pasada leí en Radar una entrevista a uno de mis héroes, el canadiense Leonard Cohen. El periodista le mencionaba algo dicho por Elvis Costello. Según Costello, hay tan sólo algunos pocos temas de los que vale la pena hablar: quiero a alguien, perdí a alguien, alguien murió. Yo agregaría, en estos tiempos tan virtuales: la aventura de transformar mi circunstancia tanto como la circunstancia me transforma. Cohen reafirmaba la idea, diciendo que en líneas generales todos llevamos el mismo tipo de vida. El artista talentoso que se decide a lidiar con esas áreas comunes (en lugar de irse por las ramas, en vez de esconderse detrás de sus textos) tiene una gran posibilidad de crear obras inolvidables, que nos conmuevan pero que además nos construyan. Según Cohen, la música popular debe versar sobre esos temas. Yo creo que la literatura también, por lo menos la que no se contenta con ser un placer de iniciados, la que defiende ya no su deber, que como tal no existe, sino su derecho a ser popular.

Lo que estos escritores hicieron a partir del argumento del sexo me entusiasmó, porque me alentó a creer que harán lo mismo en el territorio de la literatura: llevarla a sus límites sin dejar que se aparte nunca del cuerpo, sufrirla y gozarla en sucesivo o en simultáneo, transexualizarla, vivirla y morirla en sincronía, dejar que nos transforme y transformarla en el mismo acto. Este es uno de los tanto aspectos en que sexo y literatura se parecen: independientemente de los motivos que nos llevan a practicar ambas disciplinas, y aun cuando no lo busquemos con deliberación, su ejercicio puede redundar en la creación de algo que tendrá vida propia –y que en el mejor de los casos nos sobrevivirá.

Como lector disfruté con En celo, me pareció un magnífico juego previo. Por fortuna en la tapa dice Cuentos 1, lo cual significa que no deberé esperar mucho para que procedan al acto.

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20 de agosto de 2007
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LOS ACTUADORES

En el lenguaje psiconalista se habla de sujetos “actuadores”.

Son estos, individuos que pasan a la acción antes de procesar la información y casi repentinamente.

No se trata, en absoluto, de personajes histriónicos como podría evocar superactuación como palabra vecina a la actuadora.  Efectivamente actúan por encima de lo más juicioso pero con el afán no de destacar sino por el urgente impulso de hacer o cambiar algo.

Podrían llevar a cabo la actuación de manera cabal o menos apresurada si antes se procuraran tiempo para sopesar sus pros y sus contras, el carácter de sus efectos y el tamaño de sus consecuencias, pero limitados para la elaboración mental, acuciados por su emoción, esperan resolver en marcha. Actúan sin cálculo ni garantías y, a menudo, suelen pasarse de la raya. Y no sólo en perjuicio de los demás a los que frecuentemente arrollan sino de la propia circunstancia. Son gentes tan buenas como indica esta franca espontaneidad del gesto pero, a la vez, sumamente temibles. Se comportan como huracanes y el remedio a sus destrozos es frecuentemente tan grave como irreversible, tan insujetables son para el sujeto como desbordantes para el receptor. ¿Habrá que cuidarse de estos “actuadores”? No hace falta decir que sí pero descubrirlos requiere, con frecuencia, que el estropicio se haya cumplido. Entre tanto el actuador muestra por su conducta un talante tan natural, limpio y directo que induce fácilmente al amor. Su amor, al cabo, o su emoción auténtica determina, sin bridas, la involuntaria crueldad que acarrea su desbordamiento.

Por ello dice Proust, refiriéndose a la prevención de sus padres respecto al “actuador” temperamento de Bloch: “... el instinto o la experiencia les habían enseñado que los impulsos de nuestra sensibilidad ejercen poco dominio sobre la continuidad de nuestras acciones y nuestra conducta en la vida, y que el respeto a las obligaciones morales, la lealtad a los amigos, la ejecución de una obra y la sujeción a un régimen tienen más firme asiento en la ciega costumbre que en aquellos momentáneos transportes, fogosos y estériles”. Acaso ni una ni otra cosa pero, por el bien del alma, ¡atención a los cándidos “actuadores”!

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20 de agosto de 2007
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