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Los cincuenta años de ‘El Eternauta’

La Gran Novela Argentina sigue siendo una quimera. Me sorprende que las primeras candidatas que vienen a mi mente cuando pienso en el asunto ni siquiera sean novelas, al menos en el sentido estricto del término. Una es Operación Masacre, de Rodolfo Walsh, que objetivamente es un libro de no ficción pero que puede ser leído como narrativa pura. La otra candidata es una historieta, que en estos días de septiembre cumple 50 años de su publicación: El Eternauta, escrita por Héctor G. Oesterheld y dibujada por Solano López. Juan Sasturain recordaba días atrás en Página 12 una coincidencia que no es tal: existe una versión de Operación Masacre en historieta, dibujada por… Solano López. Otra coincidencia que no es tal: tanto Walsh como Oesterheld fueron víctimas de la dictadura.

El Eternauta es en su piel un relato de ciencia ficción, al estilo puro y duro de los años 50. Narra una invasión extraterrestre, sólo que en este caso ya no desde el punto de vista de los estadounidenses –los marcianos tienen una rara tendencia a estacionar sus naves cerca de la Casa Blanca-, sino desde un grupo de personas sencillas que viven en los suburbios de Buenos Aires. Leída desde hoy, perturban sus elementos anticipatorios: la ciudad ocupada, el enemigo superior en número y en tecnología, la necesidad de organizarse para ofrecer resistencia. La creación de “la glándula del miedo”, que los invasores implantan en el cuerpo de sus soldados para asegurarse de que cumplirán órdenes ciegamente. (Durante los 70 todos los argentinos fuimos implantados. Algunos han logrado extraer la glándula con trabajo y esfuerzo pero muchos la conservan aún, es fácil darse cuenta, cuando las papas queman vuelven a actuar como corderos o como turba enloquecida que cree que hay que matar para no morir.) Y algo todavía más escalofriante: el hecho de que la esposa y la hija de Juan Salvo se conviertan en las primeras desaparecidas, al final del relato original. Salvo cree que no están muertas porque no ha encontrado sus cadáveres. (Como no se han encontrado los cadáveres de la mayoría de los desaparecidos.) Entonces las busca. Por todo el universo. Por la eternidad toda. Con el mismo empecinamiento de las Madres y de las Abuelas.

La Gran Novela Argentina debería ser una historia excepcional, que más allá de su argumento puntual ayude a narrar quiénes somos, y por qué somos de esta manera y no de otra. Hace ya medio siglo que Oesterheld y Solano López expresaron la tragedia nacional, un mal que no cesa. 

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5 de septiembre de 2007
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El buey solo bien se lame

A poco que uno emprenda un viaje por España descubre con alegría el éxito enorme que ha tenido el nacionalismo, esa vieja ideología española, la única del pensamiento político de los dos últimos siglos peninsulares. Por fin está cuajando de verdad. Con un poco de suerte, en España vamos a tener más naciones que Europa.

Es estupendo ver cómo espabilan los políticos aragoneses, navarros, andaluces, baleares, gallegos, valencianos, asturianos o murcianos. Basta con dar un vistazo a la prensa comarcal para descubrir que todos tienen un montón de derechos históricos y están decididos a que nadie les quite el pan de la boca. Menos los castellanos. Esos andan un poquito retrasados por miedo a Madrid, pero cuando se lancen será para echar cohetes.

Mientras tanto, en Catalunya ya casi todos los políticos son independentistas y empiezan a discutir qué clase de independencia venden unos y otros. Los de Esquerra se están quedando un poco viejos y ya solo piden un referendo de autodeterminación, como si fueran del PNV. Los de Convergència, la derecha católica de toda la vida, les hacen una competencia muy elegante. Su portavoz, Felip Puig, dice lo que todos sabíamos: que los de Convergència no se pasan a Esquerra porque tienen estudios, pero que vienen a ser lo mismo. Y la mitad de los socialistas se montan en el carro con el truco del catalanismo, que, como el soberanismo, es otro nombre para la misma cosa. Solo el PP y Ciutadans afirman ser españoles, pobre gente. ¡Pero si españoles ya no quedan en ninguna región de España! ¿Para qué los necesitamos? Aquí andamos sobrados de talento.

Yo también me he hecho secesionista.Autosecesionista. Lo único que me preocupa es que en los últimos 30 años hemos conseguido que en Barcelona no funcione absolutamente nada, aunque todo sea más caro que en ningún otro lugar. Seguro que es por culpa de los españoles, pero lo cierto es que aquí solo han mandado y cobrado los nacionalistas, incluidos los socialistas nacionalistas. Durante 30 años. ¡Qué talento! ¡Qué eficacia! ¡Menudo futuro nos espera!

Artículo publicado en: El Periódico, 1 de septiembre de 2007.

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5 de septiembre de 2007
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El conjuro del gatillo

La escritura conoce dos supersticiones funestas: la musa indispensable y el bloqueo invencible. “Tengo el dedo en el gatillo, pero no sé en quién creer”, canta Bruce Springsteen en la televisión y de nuevo me digo que si quiero escribir tendría por lo menos que apagar la tele, pero hay algo que me hace conservarla prendida. Es como un mecanismo de autodefensa que lo protege a uno de enfrentarse al león, y que cuando por fin apague la tele me llevará a dar una vuelta a la cocina, o a abrir un libro, o a preguntarme qué clase de música necesito para sentarme de una vez a escribir. La palabra bloqueo me pone los pelos de punta, ahora mismo toco madera para no contraer esa superstición barata, que es el mejor pretexto para oficializar la esterilidad.

“¿Y qué tal si lo que hago para sobrevivir mata las cosas que amo?”, prosigue el Boss, y entonces sí que apago la tele. Son ganas de joder, me digo. Pero si los ladrones y las putas igual matan lo que aman y nunca se bloquean, ¿por qué a los narradores, colegas naturales de éstas y aquellos, tendría que pasarles diferente? Escribir una historia se parece a asaltar un banco y enfrentar toda suerte de eventualidades. Va uno huyendo de todos sus monstruos, más los demonios que la historia engendra, sin saber hacia dónde ni por qué, o ya en el mejor caso creyendo erróneamente que sabe algo. ¿Para qué escribiría, si tanto conociera?

Uno jamás de queja de bloqueo cuando encuentra algo nuevo de qué escribir. Algo que no conoce, ni acaba de entender, ni sabe bien a bien por qué persigue, pero están esas chispas insinuándose como una marquesina secreta. Hay el placer profundo de una profanación en el acto para otros irresponsable de abordar ciertos temas desde la novatez. Ser deslumbrado por cotidianidades extranjeras y narrarlo de pronto con las manos temblonas es un poco volver a nacer y dejar la constancia en un acto reflejo injertado en impulso consciente. Cuando eso pasa, monstruos y demonios se quedan tan atrás en mi persecución que hasta me doy el lujo de meter reversa y hacerles señas puercas para provocarlos. No tiene tanta gracia ir desafiando el reglamento de tránsito si no se escucha alguna sirena detrás.

Según afirma la canción de Thelonius Monk y Cootie Williams —con el seguro aval de legiones de licántropos—, uno puede gozar de la tarde y flagelarse un poco durante la cena, pero los pelos brotan por ahí de la media noche. “Sentí pelos”, decimos los mexicanos para dar pleno énfasis al susto por el que acabamos de pasar. ¿Y qué se busca al arrimarse a una ficción, sino sentir siquiera algunos de esos pelos que de noche nos sacan a la bestia sedienta de pasiones inmencionables? Ahora bien, si tomamos en cuenta que las musas son al fin animales, como bien lo demuestran los ímpetus selváticos de la mía, ¿quién no se explica que las musas acudan no al llamado del narrador que durante el tal bloqueo jura precisarlas, como al aullido de la bestia intempestiva que recién despertó y ya pide sangre?

Así como el efecto de los estupefacientes parece facilitar el arribo de la musa, cuando en realidad lo dificulta, la musa no hace más sencillo el trabajo, ni abre por sí misma las puertas y ventanas selladas de la historia, sino que pone cuantas piedras puede en el camino. ¿Por qué? Porque sabe que a uno le gustan los problemas, de otra manera no participaría de este juego que consiste en joder al menos una vida de verdad para arreglar algunas cuantas de mentiras. Uno quiere partrullas veloces y policías diestros que le obliguen a pensar rápido y volar en consecuencia. ¿Bloqueo? ¿Quién es el papanatas que va a bloquearse con el botín encima y la policía atrás?

Se escribe contra todos, empezando por uno mismo y terminando en esa bruja vestida de musa que insiste en apostar contra quien la invocó. Existen miles de conjuros efectivos para llamar a una musa, pero no hay uno solo que permita ahuyentarla, ni existe garantía de que no será bruja disfrazada, ni hay método científico que lleve a distinguir unas de otras. De todas las supersticiones disponibles, elijo sólo aquellas generosas que me confirman en mis prejuicios. Hace un rato dejé de esperar a la musa y he salido a cazarla con una escopeta. Un poco más de fe y mañana cenamos Afrodita a la plancha.

Videos de pie de página:

Bruce Springsteen, She's The One.

The Jeff Beck Group, Ain't Superstitious.

Ella Fitzgerald, 'Round Midnight.

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4 de septiembre de 2007
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LAUTRÉAMONT

Dos buenas noticias en forma de libro llegan a casa esta mañana, casi tarde, en la que, después de leer algunos blogueros, no he dejado de sorprenderme sobre lo que piensan de mi sexualidad. ¿Me están descubriendo otro, desconocido, diferente a ese heterosexual convicto y confeso que he sido durante una ya no corta vida? En fin, no perderé las esperanzas. De ese otro que se irrita, insulta y amenaza, intentaremos conocer su verdadera identidad y actuar como se merece. Otro día hablaré de Quevedo, de Valle o, incluso, de Cela, que nada, poco, tienen que ver entre sí, y nada con alguno que pretende ser de su estirpe, ¿literaria?, ¿humana? Hoy no toca. Hoy toca recibir con poca pompa, ninguna circunstancia, pero mucha alegría de lector dos libros que llegan como dos soles, como dos lunas.

Editados los dos por Vertical, ese relativamente nuevo sello editorial de Norma, que ya nos ha dado unas cuántas alegrías literarias. Ahora llega con un doble acercamiento a uno de los más misteriosos y fascinantes escritores del pasado siglo. A uno de esos raros que parecen haberse inventado su biografía. A un escritor en que el misterio de su vida ayudó al misterio y fascinación de su obra. Una obra que apenas pudo ver publicada en vida. Una de las obras “escándalo” del pasado siglo y que sigue manteniendo su aroma a flor del mal.

Se vuelven a publicar Los cantos de Maldoror del conde de Lautremont, llamado Isidoro Duchase, nacido en Montevideo en 1846. Aristócrata, viajero, misterioso escritor que terminó en una fosa común en un cementerio parisino en 1870, después de haber muerto en la soledad de una habitación de hotel. Son Los cantos de Maldoror uno de esos libros que nos conmovieron en nuestra juventud. En esa edad de descreídos preuniversitarios que perseguíamos lo prohibido, lo maldito en tantas cosas. Todavía conservo la edición de 1970 editada por Barral, con la traducción de Aldo Pelegrini. Volveré a leerlo en esta nueva traducción.

Y la segunda o primera alegría que tiene que ver con el misterioso conde es la novela de Ruy Cámara, Cantos de otoño. Una biografía novelada de nuestro admirado Isidore Ducasse. Una novela sobre el tenebroso Conde que viene precedida de buenas críticas, de premios y lectores. Y además una traducción de Basilio Losada, una garantía. En fin, un buen doble refugio, lleno de emociones para huir de miserias y miserables.

Abro el primer “canto” que en traducción de Pelegrini así comenzaba:

“Quiera el cielo que el lector, animoso y momentáneamente tan feroz como lo que lee, encuentre sin desorientarse su camino abrupto y salvaje a través de las ciénagas desoladas de estas páginas sombrías y rebosantes de veneno; pues, a no ser que aplique a su lectura una lógica rigurosa y una tensión espiritual equivalente por lo menos a su desconfianza, las emanaciones mortíferas de este libro impregnarán su alma, igual que el agua impregna el azúcar. No es aconsejable para todos leer las páginas que seguirán…”

Quedan avisadas las almas tímidas… y los sin alma.

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4 de septiembre de 2007
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REVÉS Y NEURASTENIA

La neurastenia que impulsa tan obsesivamente a la recreación del pensamiento negativo debería comportarse también insistentemente en la complacencia sobre el trance feliz. Pero no. La neurastenia es un perverso animal tendente a abastecerse con la adversidad y sus tegumentos. O aún no se ha entendido bien de qué modo se podría sacar provecho a esta desabrida energía.

De ser menos golosa la neurastenia con el dolor y más propicia a sorber destilaciones alegres se lograría, acaso, un equilibrio justo. Pero, ciertamente, tratándose de algo existencial, es mucho pedir que la actitud nerviosa fuera ecuánime.

De otra parte, a una racha de desdichas no sucede necesariamente una racha afortunada de similar duración. Por muchas desventuras que se padezcan no se gana –como sostienen las ingenuas religiones- una compensación de temporadas lucientes.

La secuencia de lo que pasa, pasa por encima de estas burdas consideraciones de la razón puesto que la arbitrariedad es su máxima guía. Cabe decir, sin embargo, que hay grupos, familias y personas que soportan abusivamente los reveses y un suceso tras otro repite reproduce demasiado el mal. Otros grupos, familias y personas, en cambio, discurren por la vida sin que aparentemente les ocurra nada demasiado nefasto o simplemente ni célebre ni infausto, sólo la temporalidad.

¿Explicaciones? No habiendo explicación posible sólo cabe la resignación. La resignación es la base natural de la relajación y también, si se expresa intelectualmente, la posición más lúcida. Todo lo que pasa, al no ser eterno tenderá a desaparecer y esta  garantía ayudaría por sí sola a mejorar las cosas. Ante cualquier dolor, nuestra resistencia crece sabiendo que se disipará, como también ante cualquier fracaso sufriríamos incomparablemente menos asumiéndolo como un tránsito. ¿Un tránsito hacia la victoria? Nada lo avala pero desde el hundimiento cualquiera se conforta más fácilmente si conoce que su descenso no seguirá la misma deriva insoportable.

Soportar, en fin, es el mensaje. Un soportar sin neurastenia, limpio y a secas, confundido con el estoicismo. Por sí sola la resignación estoica se vuelve duramente combativa, por sí sola la resistencia sin neurosis introduce una semilla de luz y salud que contagia espontáneamente el aire de la vida (l´air du temps).

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4 de septiembre de 2007
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El insoportable encanto de releer

En estos días no leo: releo. No fue un plan que adoptase a conciencia, sino tan sólo algo que ocurrió. Me encontré hurgando en la biblioteca en busca de algunas novelas que –eso sentí- necesitaba releer mientras escribía mi propia novela. Nunca antes fue así, por lo general durante la escritura de una novela sólo logro leer textos que me aportan información para mi relato: libros de no ficción, de manera excluyente. Esta vez ocurrió distinto. Releí La insoportable levedad del ser, estoy releyendo El paciente inglés (sin duda alguna la novela que más veces he releído en mi vida de adulto) y releeré dos de los libros más románticos de Haruki Murakami: Norwegian Wood (esa a la que en español le pusieron Tokio Blues, vaya sacrilegio) y Sputnik Sweetheart.

La explicación que me doy es simple: imagino que debo estar deseando que algo de la brillantez de estos libros, por mínimo que sea, se derrame sobre lo que hago. (Pensamiento mágico, que le dicen.) Tampoco tengo dudas sobre el hilo invisible que conecta relatos y autores en apariencia tan disímiles. Todos ellos tienen un estilo depuradísimo, pero también algo más importante: una mirada sobre el fenómeno humano que derrama ternura y lirismo. Sin negar nuestros aspectos más oscuros, encuentran belleza en los gestos más pequeños, en las vidas que la Historia pasa por alto –y a menudo por encima.

Son faros, más que libros. Si todavía no están en condiciones de releerlos, por favor léanlos por primera vez. Y cuando lo hagan, permítanme envidiarlos.

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4 de septiembre de 2007
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VI. ASIGNATURA PENDIENTE

No se consiguió todo, por supuesto, con la paz lograda en base a los Acuerdos de Esquipulas de 1987. Se callaron los fusiles, terminó la sangría que dejó saldos pavorosos de muertos, heridos y discapacitados; las fuerzas insurgentes pasaron a organizarse como partidos políticos legales, y sus representantes están ahora en los parlamentos y en los gobiernos municipales. Hay paz política, pero no hay paz social.

Con la guerra no terminó la pobreza ni la marginación, y parte de la violencia se trasladó a las pandillas juveniles de los maras, en Guatemala, El Salvador y Honduras. Veinte años después, los déficit en educación, salud, vivienda, electricidad, agua potable, integración social, siguen siendo abismales. Los planes de ajuste económico que han traído estabilidad monetaria, y las políticas radicales de libre mercado, no han significado el estrechamiento de los abismos que separan a los ricos de los pobres. Ahora hay siempre muchos pobres, muchos de ellos más pobres que antes, y los ricos son más ricos.

De manera que hace falta un segundo impulso para hacer posible la paz definitiva en Centroamérica, una región, que de paso, se haya cada vez más olvidada precisamente porque no es escenario de matanzas y destrucción. Y ese segundo impulso tiene que ver con la paz social, que a su vez depende la justicia económica. Asignatura pendiente.

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4 de septiembre de 2007
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EL MÁS ELEGANTE

“No quiero poseer nada hasta que encuentre un lugar en donde yo esté en mi lugar y las cosas estén en el suyo. Todavía no estoy segura dónde está ese lugar. Pero sé qué aspecto tiene. Es como Tiffany’s.”

Eso lo decía Holly Golightly en Desayuno en Tiffany´s, esa obra maestra de Truman Capote. Y todos recordamos inmediatamente que en el cine Holly fue una de  los seres más elegantes y hermosos de los que uno ha estado enamorado, Audrey Hepburn. Elegante y delgada que no se le ocurriría ponerse diamantes hasta haber cumplido los 40 porque era una horterada: incluso a esa edad resulta peligroso…Había que ser como una vieja elegante, es decir tener, arrugas y huesos, que sí van bien con las canas y los diamantes.

Esa chica de pueblo tan elegante, y mezclen la novela, la película, a Holly con Audrey, fue capaz de seducir a lo más moderno y elegante de la sociedad neoyorkina. Esos relajados y elegantes que se mezclaban con chicos como Truman Capote. O con chicos que también vinieron de pueblo como Warhol. La aristocracia americana, y más los elegantes neoyorkinos, pueden ser como de la tribu de Philadelphia, tan hermosa de pinta y de huesos como la otra Hepburn, Katherine, pero les encanta mezclarse con los elegantes que salieron de mundos humildes. En ese mundo de las noches de “El Morocco” de New York. Y también en las noches elegantes y un poco canallas de París. O en esas otras tan decadentes y locas como las romanas de la Dolce Vita, estaba con normalidad un español alto, aristócrata, culto, guapo, cosmopolita y sin el mal gusto ético y estético del franquismo, José Luis de Vilallonga.

Los primeros recuerdos que tengo de él vienen del cine.

Creo que fue en su papel de aristócrata brasileño en Nueva York, en ese maduro elegante capaz de enamorar a Audrey/Hepburn, ¿ese tipo tan elegante es un español? No podía ser mayor la admiración. Después de besar a Audrey , besó a la joven Jeanne Moreau en Les amants de Louis Malle. Y sigue apareciendo en películas de Fellini, Agnes Vardá, Bolognini, Siodmak o Fred Zinneman... Además nos vamos enterando de que escribe. Que está cercano a las organizaciones antifranquistas del exilio y que además, de cerca, dicen que es simpático, relajado, gran contador de historias y generoso. Tantas cualidades ya me comenzaban a parecer demasiadas. Me empezaba a cargar el elegante aristócrata. Y llegó aquella película documental de Jaime Camino, La vieja memoria donde cuenta su paso obligado por un pelotón de fusilamiento franquista porque su padre, elegante y duro marqués barcelonés, quiso que así se forjara como un hombre “duro”. Aquello me conmovió. Me hizo ver al jovial Vilallonga como una figura trágica.

No fue trágica su vida, aunque su muerte haya sido demasiado solitaria. Fue una vida con mujeres, caballos, juego de polo, famosos, hermosas, ricos y excéntricos del gran mundo… Y, también, en los años finales llena de problemas económicos. Vivió de su elegancia. Fue un mal actor pero nadie como él daba ese tono de nobleza decadente. Pertenecía a un mundo en extinción. Lo sabía y nunca dejó que la nostalgia le atacara. “la nostalgia fue un error”, así se llamaba uno de sus libros.

Tuve la suerte de conocerlo. Lo frecuenté poco pero hay unos cuántos encuentros, algunas comidas- muchas veces en compañía del escritor Manuel de Lope- estaban llenas de un mundo tan fascinante como elegantemente desmitificado. La elegancia, esa rareza que poco tiene que ver con el dinero

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3 de septiembre de 2007
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Yo, el jurado

Ser jurado de un concurso es una experiencia terrible. (La mayor parte del tiempo.)

Acabo de debutar en esos menesteres en la ciudad de Mendoza. Después de un silencio de años, la Dirección de Cultura resucitó su concurso de poesía y cuento corto, que en otras épocas supo premiar a escritores que terminaron consagrándose como maestros. (El caso de Antonio Di Benedetto, por ejemplo. ¿Todavía no han leído Zama?) Vaya a saber qué les llevó a suponer que yo podía ser parte del jurado; vaya a saber uno qué me inspiró a decir que sí. Lo cierto es que a las pocas semanas de haber aceptado, tocaron a mi puerta con una caja llena de originales. Como las bases apuntaban a premiar no un cuento aislado sino una colección, cada una de las carpetas que tornaban la caja en un yunque tenía tres, cuatro, cinco relatos, seis…

Me sorprendió el buen nivel general. Pero en seguida me ganó la angustia. No podía dejar de preguntarme por las personas que estaban detrás de esos originales, escondidas bajo un seudónimo. ¿Cuánto habrían trabajado en cada cuento, cuánta vida, cuánta pasión habrían invertido en esas líneas? ¿Qué ilusiones estarían depositando en el concurso? ¿Se trataba de su primer intento… o de la última oportunidad que se permitían a sí mismos? Yo he estado alguna vez del otro lado, y les aseguro que he sufrido como un perro. Ahora que me tocaba estar del lado del jurado sufrí de manera diferente –aunque no con menor intensidad.

Es muy difícil aseverar que tal cuento es mejor o peor que otro cuando uno debe juzgar estilos, temas, tonos tan distintos. ¿Es mejor un buen cuento fantástico que un buen cuento realista? Creo que todos –organizadores, participantes y jurado- aceptamos las reglas del juego cuando son claras y confiables porque asumimos que el de los concursos es un mal necesario. Para un escritor novel o que está en los comienzos de su carrera, no existen muchas otras maneras de hacerse notar, de reclamar para sí la atención de los lectores saturados de oferta: un premio es una noticia, y las noticias concitan el interés de la gente –hasta de aquella que habitualmente no compra libros. En un mercado atiborrrado de ediciones que se renuevan mes tras mes, el escritor que no cuenta con el apoyo de una editorial poderosa, o de un lanzamiento que ponga a su libro en el mapa, está casi perdido. Con sus bondades y sus pegas, los premios se convierten casi el único aliado del artista emergente.

La parte reconfortante de la historia llega al final, cuando además de penar por aquellos que quedaron en el camino uno empieza a sentir la satisfacción del deber cumplido. En presencia de los textos seleccionados –fueron tres autores, en este caso; el resultado se develará en los próximos días- yo sentí alegría. Porque conocí a tres escritores de gran calidad de quienes no tenía noticia. Porque sentí que, aunque más no fuese en modesta medida, colaboraba a darles un espaldarazo que merecen. Y porque podía anticiparme a la alegría que imagino sentirán ante el reconocimiento, casi como si fuese mía. Como lector, no hay nada que agradezca más que el descubrimiento de nuevos escritores que valen la pena.

Mi paso por Mendoza fue brevísimo, pero aun así tengo mucho que agradecer. A Silvia Cicchiti, de la Dirección de Cultura, por su invitación. A Miriam Di Gerónimo y Mirta Sánchez, mis compañeras en el jurado. A Mimí y a Patricia Rodón, poeta y periodista excepcional. Mientras estaba allí me enteré de que otras localidades mendocinas también estaban lanzando concursos de poesía y de narrativa. ¿Vieron que no son sólo los malos ejemplos los que provocan imitación?

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3 de septiembre de 2007
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El etéreo retorno

Queridísimo cliente,

Escribo la presente desde un punto lo bastante lejano para que nadie ose imaginar que soy yo quien remite, de modo que si intentas atribuirme estas líneas no sólo te será imposible incriminarme, sino que encima de eso despertarás sospechas ominosas en torno a tu reciente salud mental. Sin la cual, a propósito, difícilmente podríamos tú y yo entrar en lo nuestro, pero debes saber que necesitas límites. No puedo permitirte ir por la vida como un ejemplo de equilibrio emocional e higiene irreprochable en materia de pensamiento, palabra, obra y emisión. Me darías un asco terrible, Darling. No lo tomes a mal, pero prefiero verte solo y desesperado mordisqueando la pata de la cama por mí que a mi lado, panzón y satisfecho.

Odio tener que comenzar así lo que debió haber sido una postal ligera y afectuosa, pero he de recordarte que mi misión no es darte afecto, ni aligerar tus hombros de pesadumbre alguna, sino concretamente escatimarte ambos servicios. Sé que hay mujeres que entregan su vida por un hombre y le hacen mucho bien, pero no hay bien que pueda ser apreciado si antes no se conoce la desdicha que yo te dosifico. Eso hacemos las musas: proveer insatisfacción y amargura, a partir de un borroso espejismo de empatía. ¿Recuerdas a cada una de esas chicas amables que con palabras lindas te dijeron que no? Pues yo soy todas ellas en una. Soy la que se acostó con todos tus amigos excepto tú, que eras un caballero. Soy la que nunca quiso bailar contigo y la que casi se dejaba besar, pero sólo para encelar a otro menos patentemente enamorado. Soy esa que detestas y aquella que aún extrañas, la mejor y la peor bajo la misma piel. Así que ya lo sabes, entre más me maldigas, más me estarás rezando.

“Miénteme más, muñeca”, titulaste la última entrega, y entendí que era a mí a quien invocabas. Perdona si exagero, pero había un tonito de rencor en esas líneas que muy difícilmente me iba a pasar de noche. Lo sabías, ¿no es cierto? Sería también por eso que me diste la espalda durante el texto entero, en un acto evidente de desesperación que a la distancia me pareció patético. ¿Recuerdas todavía lo que te dije en mi carta anterior? ¿Y después de eso crees que, cerca o lejos de ti, podría darme el lujo de quitarte de encima la mira y el cañón?

Entiendo que me taches de mentirosa. Supones que me empeño en negar que un día, no sé cuándo, me arrebataste Un Beso Inolvidable, y lo único que yo realmente niego es recordarlo. Es posible, Mi Vida, que así haya sucedido, pero esas cosas se me olvidan más pronto que el rostro de un taxista a media noche, aun si a la mañana siguiente despertó el pobre diablo junto a mí. ¿Entiendes ya quién soy, Amor Mío? ¿Te das cuenta que a cada nueva decepción te obligas a justificarme de modo más abyecto y lastimero, sin que yo colabore con al menos un guiño que te reconforte, porque soy algo así como una perra en celo que tiene el corazón en la entrepierna? ¿Sabes siquiera a qué me dedicaba justo antes de firmar contrato contigo?

No sé si ahora recuerdes la mentirota que escribiste sobre tus canes y yo, acto vil que ya un buen samaritano te advirtió cuánto me lastimaría. ¿Desde cuando me gruñen Boris o Don Vittorio, rata pestilente? ¿Basta con que me ausente un par de días para que me calumnies con esa saña de eunuco despechado? ¿Querías mentiras, Mi Amor? Búscalas, entonces. Te he espolvoreado algunas en esta carta. Encuéntralas y táchalas, por falsas, o en su defecto cólmate el coco de fantasmas. Lo que te haga sentir más miserable será lo que te ponga a trabajar y eche a andar ese humor negro y psicótico sin el cual esta vida sería repugnantemente satisfactoria y no tendrías ni que voltear a verme. Menos con esos ojos que me agarran de almuerzo incluso y más aún cuando no estoy. Te envío un besito, Baby. Póntelo donde más cosquillas sientas. Con cariñito,

Tu Afro.

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3 de septiembre de 2007
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El Boomeran(g)
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