Sergio Ramírez
No se consiguió todo, por supuesto, con la paz lograda en base a los Acuerdos de Esquipulas de 1987. Se callaron los fusiles, terminó la sangría que dejó saldos pavorosos de muertos, heridos y discapacitados; las fuerzas insurgentes pasaron a organizarse como partidos políticos legales, y sus representantes están ahora en los parlamentos y en los gobiernos municipales. Hay paz política, pero no hay paz social.
Con la guerra no terminó la pobreza ni la marginación, y parte de la violencia se trasladó a las pandillas juveniles de los maras, en Guatemala, El Salvador y Honduras. Veinte años después, los déficit en educación, salud, vivienda, electricidad, agua potable, integración social, siguen siendo abismales. Los planes de ajuste económico que han traído estabilidad monetaria, y las políticas radicales de libre mercado, no han significado el estrechamiento de los abismos que separan a los ricos de los pobres. Ahora hay siempre muchos pobres, muchos de ellos más pobres que antes, y los ricos son más ricos.
De manera que hace falta un segundo impulso para hacer posible la paz definitiva en Centroamérica, una región, que de paso, se haya cada vez más olvidada precisamente porque no es escenario de matanzas y destrucción. Y ese segundo impulso tiene que ver con la paz social, que a su vez depende la justicia económica. Asignatura pendiente.