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La pianista francesa Hélène Grimaud

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Hélène Grimaud, la pianista que corre con lobos

 

En 2011, la pianista francesa Hélène Grimaud cometió un acto de rebeldía de los que se suelen pagar caro en el cerrado cortijo de la música clásica.
Había grabado con el poderoso director Claudio Abbado dos conciertos de Mozart, y en uno de ellos, el Nro. 23, había usado la cadenza del compositor romántico Ferruccio Busoni. En los conciertos de la época de Mozart, antes del estallido final de la orquesta, había espacio para que el pianista mostrara su destreza técnica en unos minutos de ejecución solista, usualmente variaciones sobre los temas centrales del movimiento.
El gran patriarca Abbado había pedido a Grimaud que tocara también la cadenza del propio Mozart, que en ocasiones se usa en este concierto. La pianista dice que lo tocó en deferencia al maestro. Cuando cada uno partió, la pianista recibió la noticia de que Abbado había elegido la cadenza de Mozart, y había ordenado a los técnicos que insertaran esa grabación en lugar de la de Busoni.
La joven intérprete se negó. Alegó que ella tenía el derecho de elegir la cadenza. Sabía perfectamente que Abbado había impulsado su carrera y la había elegido para grabar con él algunos de los conciertos más populares. Su grabación en video del segundo concierto de Rachmaninoff los muestra en estado de compenetración total, como un viejo maestro y su mejor discípula.
Pero Grimaud ya no era una joven promesa, y ante el estupor de funcionarios de la discográfica y críticos, no dio el brazo a torcer. Abbado decidió desinvitarla al Festival de Lucerna, que él dirigía, y a un concierto en Londres, para el que contactó rápidamente a otra pianista.
La menuda artista francesa no se quedó de brazos cruzados: pidió a los músicos de una orquesta cooperativa, que tocaba sin director, que grabaran con ella, entre otras piezas de Mozart, el concierto de la disputa. Esta vez, con la cadencia que ella quería, la que había tocado desde su infancia, la que representaba su propia visión de la obra.
No era la primera ni sería la última vez que Hélène Grimaud mostrara un espíritu indómito y lo que ella misma califica en su autobiografía como una incapacidad para la componenda: cuando está segura de algo, sus decisiones son inalterables. Ya como estudiante de 16 años en el Conservatorio de París, se negó a ejecutar el programa de fin de curso que su profesor le había indicado, lleno de piezas delicadas de sensibilidad francesa, un repertorio apropiado para la típica debutante gala, una muchacha rubia y apocada como ella.
En cambio, tomó el tren a su ciudad natal, Aix-en-Provence, y tocó con fuego y vigor romántico el segundo concierto de Chopin con sus antiguos compañeros del conservatorio de la ciudad. Cuando su profesor vio el resultado en un video, dejó pasar su falta y cambió su repertorio.
Desde entonces, y sobre todo desde que comenzó a grabar en sellos pequeños a los 17 años y en Deutsche Grammophon desde 2002, sus interpretaciones volcánicas, a la vez personales y en búsqueda profunda de la voz y presencia del compositor, jamás pasaron desapercibidas. Su primer álbum conceptual, Credo, en 2004, ya mostraba un camino propio: un recorrido por la espiritualidad del piano combinando obras de Mozart con piezas místicas de compositores contemporáneos.
En conciertos y grabaciones, el centro de su universo sonoro fue siempre el romanticismo alemán, y sobre todo las obras de Johannes Brahms. Brahms estará de hecho en el centro del programa que Grimaud presentará en el Palau de la Música el 27 de mayo. Tras la Sonata No. 30 de Beethoven, y antes de la Chacona del a Partita No. 2 de Bach, se adentrará en intermezzos y fantasías del genio romántico.
Hélène Grimaud combina desde hace un cuarto de siglo dos pasiones y actividades centrales, aparentemente incompatibles: las alfombras y candelabros de las salas de concierto, y el barro y las piedras de su refugio en la montaña, donde aúllan los lobos.
Por un lado, su carrera como concertista, la intensidad hipnótica de sus ejecuciones y la alegría palpable en sus encuentros con orquestas sinfónicas: en la memoria de los melómanos barceloneses se encuentran interpretaciones memorables, sacándose chispas con grandes formaciones orquestales, una sorpresa para quienes la ven por primera vez, con su andar tranquilo, su sonrisa modesta y sus vestidos blancos o negros, de telas amplias y flotantes.
Y, en su otra faceta, es la creadora de un refugio para lobos en peligro de extinción en Westchester County, en el Estado de Nueva York, con los que pasa muchos meses al año, que la reconocen como su madre humana, y a los que, en las fotos de su madurez, con el rostro afilado y el pelo suelto, cada vez se parece más.
En un largo perfil de T. D. Max para la revista The New Yorker titulado Her Way, el periodista la acompaña mientras acompaña de noche a su manada de lobos, y el jefe de la manada comienza a aullar a la luna amarillenta.
“Es un sí bemol”, dice la pianista, con un oído absoluto para la naturaleza salvaje de los animales indómitos y para la música, a la que entregó su alma y su inmenso talento.

Publicado en Cultura/s de La Vanguardia el 25 de mayo de 2024.

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27 de mayo de 2024

"El precio que pagamos" de David Grossman. Debate, 2024

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Así se destruye un país: Israel y su peligroso camino hacia la violencia total

La épica de una victoria inesperada y rotunda puede inspirar percepciones -y, si no se desafían, cronificarlas- que alimenten la confianza de forma desmedida. Durante su investidura como doctor honoris causa por la Universidad Hebrea de Jerusalén en 2017, David Grossman (Jerusalén, 1954) recordaba las palabras de Isaac Rabin cuando era jefe del Estado Mayor, pronunciadas tras la Guerra de los Seis Días en ese mismo lugar, el campus del monte Scopus, y que a él le causaron un escalofrío que recorrió su cuerpo de tan sólo trece años.

Según Grossman, la euforia por la magnitud de la salvación experimentada "confirió a la guerra y a sus efectos la condición de un relato moral que casi traspasaba los límites de la realidad y de la lógica". Al hilo del discurso de Rabin, asesinado a traición por un extremista israelí en 1995, Grossman subrayaba la asunción entonces de que el pueblo judío no estaba "acostumbrado ni ha sido educado para disfrutar del júbilo del ocupante victorioso", herencia secular de su pasado como minoría señalada, perseguida y amenazada que de repente pasó, en una semana, de la amenaza existencial a hacerse "casi con un imperio".

ARRASTRADOS AL ABISMO Aquella idea era aceptada por la mayoría, pese a que, desde ese instante, sostiene Grossman, se habían ya plantado las semillas del racismo y el nacionalismo que germinan en toda "ocupación militar", además de la "exaltación mesiánica". No existe ningún pueblo, reflexiona en este texto incluido en El precio que pagamos, junto con otros antes publicados casi en su totalidad en las páginas de Haaretz, así como otros leídos en ceremonias y actos cívicos, "vacunado contra la embriaguez del poder".

¿Y cuál es ese precio? Tres días después del ataque terrorista del pasado 7 de octubre, Grossman lo resumió así: el de "haberse dejado arrastrar durante años por un liderazgo corrupto que lo ha llevado hacia el abismo destrozando las instituciones judiciales y su misma integridad, (...) un liderazgo dispuesto a poner al país en peligro existencial solo por salvar a su primer ministro de ir a la cárcel".

Esta compilación urgente, en la estela de su anterior Escribir en la oscuridad (Debate, 2010), nos sumerge sobre todo en el estado de ánimo social previo al atroz ataque de Hamás. Su expresión más clara fueron las manifestaciones masivas contra el proyecto de ley que socavaba la independencia judicial. La tensión en la opinión pública fue tal que los pilotos de combate en la reserva y otros militares de la Fuerza Área firmaron una carta de protesta en junio de 2023 comunicando que suspendían su servicio, lo que ponía en jaque la seguridad de Israel.

CRÍTICA Y AUTOCRÍTICA En Reflexiones sobre la paz (2004), del título citado, Grossman recogía un comentario que circulaba de boca en boca — "La guerra con los árabes nos salva de una guerra civil"—, y en El precio que pagamos cobra nueva relevancia.

Y es que la amenaza exterior ha actuado como pegamento entre grupos antagónicos internos sin la cual el riesgo de implosión del país solo ha hecho que postergarse. Por eso la polarización extrema del año pasado despertó un temor genuino a la quiebra interna (Mi país es un cuerpo enfermo, 25 agosto de 2023). Si bien el autor, cuyo hijo Uri murió durante una operación militar al sur del Líbano en 2006, no escatima esfuerzos ni ocasiones en señalar el origen del cataclismo desde dentro en los sectores de derechas más radicalizados y en las "calamidades a lo Ceauescu" de la familia Netanyahu y sus acólitos —la colonización de los territorios ocupados dibuja unas fronteras inestables que provocan la "eterna tensión" y "sospecha perpetua" entre el impulso de invadir el territorio vecino y el temor de ser invadido—, no se olvida de la autocrítica.

Advierte sobre la permisividad, el cinismo, la desconexión de la política —o lo que llama un "sofisticado mecanismo de autoengaño"—, la apatía o el fatalismo de una parte importante de la población que conduce al desmantelamiento de las bases del Estado de Derecho. "La magnitud de los sucesos de octubre borra a ratos lo que estaba sucediendo antes", afirma, porque es un galimatías hablar de "democracia ocupante".

LA UNIÓN DE LOS PACÍFICOS Y así, El precio que pagamos lanza una advertencia también sobre el caos que se genera si la sociedad civil permite que una minoría se apropie de los símbolos nacionales (como la bandera), imponga preceptos religiosos ("que se enroscan como una venenosa hiedra alrededor de la política"), promueva la fuerza militar como principio básico y posibilite que estos y otros lugares comunes de la extrema derecha, con el beneplácito de los partidos situados en una órbita próxima, se afiancen en un parlamento y carcoman principios elementales ("la igualdad es el punto de partida de la ciudadanía y no la consecuencia de ella").

Una tierra antaño "imaginada, maravillosa y de ensueño" ha acabado desfigurada en la definición que da Grossman: "Un Estado judío es el que tiene la habilidad de vivir en cuerpo y alma en una dimensión ilusoria y enajenada al tiempo que niega absolutamente la realidad (¿Qué es un Estado judío?, julio de 2023). Las ochenta brechas que se abrieron en la valla "más sofisticada del mundo" el 7 de octubre de 2023 dan buena cuenta de ello.

Pone el broche a este libro Siempre os recordaremos, unas palabras en memoria de los torturados y asesinados al sur de Israel. No se extiende al contraataque masivo posterior en Gaza cuyo final todavía no imaginamos, pero nos cuenta el marco emocional, político y social previo, así como los miedos cervales que se han despertado. Aun así, decenas de miles de muertos en Gaza después, una reflexión de 2021 (Y a pesar de todo) no ha perdido vigencia: "La verdadera lucha no debe librarse entre árabes y judíos, sino entre los que en ambos lados aspiran a vivir en paz, en medio de una colaboración justa, y aquellos, también de ambos lados, que alimentan su mente y su ideología con el odio y la violencia".

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27 de mayo de 2024
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Sin principio de realidad

Manuel, que se hace llamar Fabrizio, que se hace llamar Marta, y que es personaje clave en la trama de Los Escorpiones le espeta a la protagonista, Sara, que se llama como la autora de la novela: “Tú y yo no somos de esa clase de personas que están bien”. Una afirmación que provoca que ella piense que “su patetismo es un espejo de la pobre alma humana en general y de la mía en particular, que tantas veces ha querido suplicarle a alguien que se quede”. En la descripción y la indagación del malestar espiritual o psíquico –lo que se alude como la “tecnocracia de la psique”– se encuentran las páginas más acertadas y deslumbrantes que podrían justificar parte del revuelo que ha suscitado la extensísima y ambiciosa novela de novelas de Sara Barquinero (Zaragoza, 1994).

Sus personajes –principalmente Sara y Thomas, los protagonistas que funcionan como hilo conductor a lo largo de los diferentes libros o pantallas que se van superando– han perdido cualquier principio de realidad que les permita interactuar de una manera más o menos sana o consciente con su entorno. De hecho, de lo que se trata es de adivinar el origen de la anhedonía y el Angst que les impide disfrutar del placer o de cualquier forma de vitalidad si no recurren a los porros, la cocaína u otras drogas más fuertes o al orfidal. Como personajes de un videojuego que premia con la empatía y la comunión con algo o alguien que descubra el sentido genuino de los días. La mayor parte del tiempo el suicidio parece la única opción.

Barquinero es doctora en Filosofía y, entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio de Ensayo Valores Universales de la Fundación Unir. En 2021 publicó la novela Estaré sola y sin fiesta. La presencia del pensamiento y las teorías de autores filosóficos de diferentes épocas constituye el cimiento más sólido sobre el que se alza toda la catedralicia construcción. Si se insiste en presentar la novela como emblema y espacio de reconocimiento de toda una generación, la llamada Z, es porque la autora incluye también un lenguaje propio de tribu o de iniciados que crecieron bajo la influencia constante de los videojuegos y la publicidad invasiva de marcas, y que vieron como el mundo se detuvo casi completamente cuando ellos llegaban a lo que les habían anunciado como los mejores años de su vida. Les cuesta creer que el futuro tenga alguna posibilidad. Sin duda, el libro consolida el universo estético y cultural de una generación a partir de malestares eternos que cada época ha lidiado como ha podido.

Así, entre crisis de angustia, y cuando “el principal problema de no dormir es que con el tiempo suficiente la realidad cobra la consistencia del sueño”, por lo que lo único que se puede hacer es drogarse y disimular – “Ninguna de tus reacciones frente a lo que debería importarte es genuina, siempre hay un punto de fingimiento o cinismo”–, los dos protagonistas se implican en una delirante investigación que pretende hallar los orígenes y mecanismos de funcionamiento de una Gran Conspiración promovida por una sociedad secreta o una empresa multinacional y poderosa descendiente de un club de caballeros masones. La familia D’Alessandro dominan locales de ocio, residencias para enfermedades neurológicas, laboratorios farmacéuticos, fábricas de máquinas tragaperras y videojuegos, salas de arte y productoras audiovisuales. Desde todas estas plataformas, el clan manipula el comportamiento presente y futuro de la humanidad para obtener una clientela interminable de consumidores de ansiolíticos, antidepresivos o somníferos.

El rastro de la conspiración a lo largo de los siglos se ilustra con una novela italiana escrita pocos años antes del ascenso de Mussolini, con un texto testimonial sobre los clubs nocturnos de finales de los setenta en New Orleans y con la recuperación de chats de foros suicidas en la Deep Web. También introduce formas narrativas que alteran la linealidad, partituras verticales herméticas, o estructuras que buscan efectos propios de las pantallas, como reproducir simultáneamente el pensamiento de dos personajes que se encuentran cada uno a un lado diferente de la puerta.

En todos estos registros, contextos y épocas, Barquinero consigue narraciones con diálogos y descripciones de las escenas y las acciones tan verosímiles que acogen a quien lee como invitado a una sólida estancia provista absolutamente de todo para dejarse llevar. Para personas que dudan entre la realidad y la ficción y se preguntan cuál de las dos tiene mayor consistencia, la autora se ha empleado a fondo en demostrar que es posible construir una realidad paralela y perceptible desde la literatura, de la misma manera que se construye una realidad virtual digital. La novela empezó a gestarse en 2016, mientras la autora estaba todavía en la universidad. Asegura que podría tener 500 páginas más. Como en el cuento de Borges en el que se pretende incluirlo absolutamente todo en un mapa, también en Los Escorpiones se corre el riesgo de querer recabar demasiada información. En el ejercicio abrumador que a veces puede resultar la lectura de la novela –un efecto del que probablemente la autora y la editora son conscientes–, quien lee desde su propia, incierta e incompleta realidad, se encuentra ante un desarrollo no exento de exhibicionismo. Al fin y al cabo, se trata de personas que no saben qué hacer con su existencia, pero han asumido que son símbolos de sí mismos y necesitan imaginar, percibir, sentir y gritar lo que hay detrás de un emblema.

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22 de mayo de 2024
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La más colosal de las mentiras

La noche del viernes 14 de junio de 2013 se celebró en la Casa de los Pueblos, que se alza frente a la desierta plaza de la Revolución en Managua, una fastuosa ceremonia en la que el empresario chino Wang Jing se hizo acompañar de una rutilante comitiva para presentar el proyecto del siglo, el canal interoceánico que su empresa HKND, inscrita en Gran Caimán, construiría en Nicaragua en un tiempo récord de cinco años, a un costo de 50.000 millones de dólares.

El decreto presidencial 840, que le otorgaba la concesión por 100 años para construir y operar el canal, había sido ratificado 72 horas antes por la Asamblea Nacional, y publicado en el diario oficial en idioma inglés, sin tiempo para una traducción decente.

El “Acuerdo Marco de Concesión e Implementación del Canal de Nicaragua”, mejor conocido como el tratado Ortega-Wang Jing, no establecía ninguna obligación para el concesionario, más que un magro pago anual de peaje. Nicaragua renunciaba a toda autoridad judicial, administrativa, laboral y de seguridad, migratoria, fiscal y monetaria en los territorios concedidos al canal a favor de HKND.

El concesionario también podía confiscar las tierras privadas que necesitara, y tomaría las públicas sin costo alguno, lo que dio pie a grandes movilizaciones campesinas de resistencia, reprimidas violentamente. Y las reservas del Banco Central quedaban en garantía de cualquier incumplimiento del Estado.

Los congregados aquella noche de gala eran todos estrellas refulgentes del mundo de los negocios trasnacionales. Bufetes de abogados de gran calibre en Estados Unidos, como McKinsey & Company, Kirkland & Ellis; firmas de cabildeo profesional expertas en doblegar voluntades en el Senado y en la Cámara de Representantes, como McLarty & Associates, fundada por Henry Kissinger y Thomas McLarty, jefe del gabinete de Clinton en la Casa Blanca, con una clientela que va desde al Paramount a la Nike, pasando por Wallmart y la General Electric.

Y también estaba Bill Wild, de la InfiniSource, presentado por Wang Jing como jefe del proyecto, con su cuartel general establecido en el Two International Finance Center de Hong Kong, desde donde dirigiría un contingente de 4.000 técnicos y expertos dedicados a elaborar los diversos estudios de factibilidad, con un costo de 900 millones de dólares.

Para el año 2019, el primer buque de 400.000 toneladas, naves capaces de cargar 18.000 contenedores, más grandes que las que puede admitir el canal de Panamá, estaría atravesando Nicaragua, convertida en el país más rico de Centroamérica, con un crecimiento anual del 14%, según el vocero oficial de Wang Jing, el boliviano Ronald MacLean, antiguo ministro de Finanzas del general Hugo Banzer.

Entretanto, una pantalla mostraba un segmento del mapa de Nicaragua con la ruta del Gran Canal marcada en rojo. Solo que el mapa estaba al revés. Poniéndolo al derecho, el trazo marcaba una ruta de 286 kilómetros de largo, 520 metros de ancho y 27,6 metros de profundidad, capaz de permitir el paso de los megabuques, pero también de convertir al Gran Lago de Nicaragua, parte de la ruta, en un colosal fangal.

50.000 obreros nicaragüenses trabajarían en las obras, ganando salarios nunca vistos.

El Consejo Nacional de Universidades, bajo el control del régimen, anunció cambios drásticos en los planes de estudio, que deberían incluir el chino mandarín, y nuevas carreras técnicas como ecología, hidrología, ingeniería náutica. La agricultura debía orientarse a producir los alimentos preferidos por los chinos, que llegarían por legiones.

En el paquete mágico venía también un ferrocarril interoceánico de alta velocidad, una autopista de costa a costa, aeropuertos internacionales, un puerto marítimo automatizado en cada extremo del canal, nuevas ciudades salidas de la nada, complejos hoteleros, áreas de turismo ecológico, zonas de libre comercio.

Cuando las luces del salón se apagaron en la Casa de los Pueblos y se deshizo la tramoya, los altos ejecutivos transnacionales se montaron en sus aviones y se fueron de Nicaragua para nunca más volver. Como estrellas de primera magnitud, habían cobrado altos honorarios por hacer acto de presencia, y adiós.

Pocos días después, una nutrida delegación de funcionarios del régimen y representantes de los gremios de empresarios viajaron a Pekín y otras ciudades chinas invitados por Wang Jing, y con gusto y asombro se fotografiaron junto a los volquetes y tractores que serían utilizados en las obras, con llantas gigantescas que los doblaban en estatura.

Wang Jing invertía dinero en aquella costosa campaña de relaciones públicas, con la mira puesta en sacar a Bolsa las acciones de HKND y levantar rápidamente el capital de 50.000 millones de dólares que decía necesarios para las obras. O, como ocurre en los más sonados casos de estafa que asombran al mundo por la osadía de sus perpetradores, juntar millones de dólares y salir de manera oculta por la puerta trasera.

El 22 de diciembre del año siguiente, volvió a Managua para dar por inauguradas oficialmente las obras, en un avión alquilado, al que había hecho pintar en el fuselaje las siglas HKND. Fue recibido en la pista del aeropuerto por Laureano Ortega, hijo de la pareja en el poder, y un nutrido séquito gubernamental. El montaje teatral seguía adelante.

El acto oficial de inicio de las obras se celebró en una finca ganadera cerca de la desembocadura del río Brito en el océano Pacífico, sitio escogido como salida del canal, y vecino al lugar donde se construiría uno de los supuestos juegos de esclusas.

Despojado del saco, Wang Jing se calzó el casco amarillo de protección para arrancar simbólicamente la primera de las retroexcavadoras que lucían en fila, listas para empezar a abrir la gran zanja que partiría en dos a Nicaragua.

Lo que aquellas máquinas hicieron fue remozar un viejo camino rural. Y no se trataba de ninguna retroexcavadora de llantas gigantes. Los equipos, maltratados por el uso, eran propiedad del Ministerio de Transportes y Obras Públicas, lo mismo que el casco amarillo que se puso Wang Jing.

Sobre aquel camino, otra vez abandonado, ha crecido el monte y en la época de lluvias es imposible de transitar debido a los lodazales. Unas cuantas vacas pastan allí donde hoy deberían estarse construyendo a ritmo febril las esclusas que alguien diseñaba en Hong Kong.

Las acciones de HKND que el impostor sacó a Bolsa para reunir los 50.000 millones de dólares, nadie se apuntó a suscribirlas. En 2015, Xinwei, su empresa de telecomunicaciones, acusada antes de fraude en Ucrania, según un artículo de Bloomberg Businessweek, sufrió una caída bursátil del 57%.

La figura de Wang Jing, nada más que aire, terminó de desinflarse. En septiembre de 2021, fue expulsado de la Bolsa de valores de Shanghái e inhabilitado durante 10 años “para desempeñar cualquier función administrativa en las empresas que cotizan en bolsa”, según publicó The Epoch Times.

Actualmente se encuentra desaparecido, y se rumorea que huyó a Estados Unidos.

Once años después de aquella noche de gala en la Casa de los Pueblos, la Asamblea Nacional, bajo instrucciones expresas del régimen, ha derogado la ley que amparaba el tratado Ortega-Wang Jing y anulado la concesión.

El canal interoceánico se disuelve ahora en la bruma de la mentira más colosal inventada nunca en Nicaragua.

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22 de mayo de 2024

William Somerset Maugham

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Escritor perdurable

 

En los 150 años del nacimiento  de Somerset  Maugham

En su juventud, después de haber viajado extensamente por Alemania e Italia mientras leía con avidez a los decadentistas ingleses, William Somerset Maugham llegó a Sevilla. El siglo XIX estaba a punto de terminar, él tenía veintitrés años, había publicado su primera novela, ‘Liza de Lambeth’, y era ya firme su resolución de abandonar los estudios de medicina. En Sevilla, el joven esteta se dejó bigote, se aficionó a los cigarros filipinos, y cuando acababa las clases diarias de guitarra española solía bajar por la calle Sierpes calándose un sombrero cordobés y anhelando desplegar al viento una capa con un ribete bordado de terciopelo rojiverde. También encontraba tiempo para montar por los campos cercanos un caballo prestado, ir a los toros y hacer “el amor con ligereza a unas criaturitas hermosas cuyas demandas no superaban los exiguos medios de los que yo disponía”. Su proyecto, en esa primera estancia larga en la capital andaluza, era dominar bien el español, hacer lo mismo en Roma con el italiano, y en Grecia y en El Cairo aprender el griego vernáculo y la lengua arábiga. Los placeres hallados en Sevilla, a la que volvió repetidas veces, le desviaron temporalmente de una entrega exclusiva a las letras, de modo que el joven William fue posponiendo su educación literaria y lingüística, con el resultado, diría él mismo años más tarde en su obra confesional y memorialística ‘The Summing Up’ (‘El recuento’), de que “nunca pude leer ‘La Odisea’ más que en inglés y nunca logré mi ambición de leer ‘Las mil y una noches’ en árabe”.

Sorprende, sin embargo, que estos lamentos provengan de uno de los escritores más cosmopolitas que han existido, genuinamente curioso de lo foráneo, viajero inagotable hasta después de cumplidos los ochenta, y observador minucioso y nada condescendiente de los modos de vida y las costumbres de los países del Sur occidental y el Lejano Oriente, escenarios frecuentes de sus ficciones largas y cortas. Esa extraterritorialidad le emparenta con su en parte contemporáneo Henry James, una figura colosal a la que trató mundanamente en los últimos años de la vida del autor de ‘Retrato de una dama’ y que asoma como una sombra conflictiva en la obra y en las reflexiones de Somerset Maugham, pues en cierto modo la literatura del británico es la réplica de trazo claro a los alambicados dilemas y a los rigores estilísticos que el neoyorkino establecido en Europa desarrolló; Maugham los llamaría en el citado libro “sermones” novelísticos, predicados por James en inglés y poco atendidos por los franceses, que son sus propios modelos. Y aunque Flaubert, Maupassant, Balzac, fueran también, por encima de los rusos, importantes para el Maestro norteamericano, la predilección del escritor de menor edad es más deliberada y casi militante; opuesto al gran influjo de Chéjov en la escritura de relatos en lengua inglesa, Maugham hace burla de los narradores de Inglaterra y América que “han transplantado la melancolía rusa, el misticismo ruso, la debilidad rusa, el desespero ruso, la futilidad rusa, la irresolución rusa, a Surrey o a Michigan, Brooklyn o Clapham”. Él nunca quiso seguir el molde ‘chejoviano’, y en su declaración de principios formales afirma el propósito de escribir relatos que avancen “en una línea ininterrumpida desde la exposición a la conclusión”, entendiendo que un cuento ha de reconstruir “solo un hecho, material o espiritual, al que por la eliminación de todo lo que no es esencial para su elucidación se le puede dar una unidad dramática”. Defensor por tanto de la narración que va al grano del sentido y aparta por innecesaria la paja del exceso verbal y la discontinuidad lógica, Maugham resume sencillamente sus aspiraciones diciendo que prefiere acabar sus cuentos “con un punto final antes que con puntos suspensivos”.

Como en toda proclamación de un artista, los mandamientos han de ser tomados con resguardo, quedando claro en “Lluvia””, magnifica selección de relatos de épocas y extensiones distintas,que ningún decálogo propio se cumple por entero. Así, por ejemplo, en el fascinante ‘La nave de la ira el autor crea con una pericia casi perversa una expectación incumplida, centrándose primeramente en lo que parece el retrato de un canalla desarraigado (Ginger Ted), un probo funcionario holandés (el señor Gruyter), y los hermanos Jones, dos misioneros, varados los cuatro a la fuerza en una remota isla del océano Índico azotada por una epidemia de cólera; un paisaje exótico y un elenco dramático recurrentes en la obra del escritor. El cuento, sin embargo, se adentra inopinadamente por un sendero episódico, la voluntad redentora y curativa del predicador baptista Owen Jones, y de su borrosa –e igualmente piadosa-  hermana la señorita Jones, y esa senda en apariencia colateral se hace predominante, hasta que el lector cae en la cuenta de que todo lo anterior, el color local y la riqueza anecdótica, queda desplazado a partir de una confusa expedición nocturna en barca a un islote, durante la cual el rudo tarambana inglés Ginger Ted se adueña de la historia contada y de la mente de la pudibunda señorita Jones, cuya soltería recalcitrante, fanatismo religioso, exacerbado temor al cuerpo masculino y voluntad no menos exasperada de vencer a la carne con los mandatos de la virtud, alteran las reglas del juego comedido entre los personajes centrales, ahora pendientes de lo que pasó o no pasó entre Ginger Ted y Miss Jones durante esa noche al raso en el peñasco. Digamos, por supuesto sin contar de antemano el imprevisto desenlace, que el escritor compone un motivo de acompañamiento, una especie de bajo continuo de malicia y velada insinuación, que desemboca en una apoteósica ‘finale’; el ‘happy end’ como farsa llevada al paroxismo.

En uno de los relatos destacados, ‘Red’, situado en Samoa y -como es del gusto de Maugham- marcado por las evocaciones nostálgicas de un paraíso desvanecido con las que los solitarios colonos distraen el tedio de sus veladas, generalmente alcohólicas, una frustrada pasión largo tiempo mantenida por el narrador queda resuelta en un inesperado giro de la historia, también característico del don de nuestro escritor para las tramas muy bien construidas, intrigantes y dadas a los golpes de efecto mitigados con elegancia. ‘Red’ tiene, por lo demás, alguno de los pasajes descriptivos más afortunados del autor, en que el preciosismo se hace irónico, a costa de los cocoteros curtidos y ondeantes diseminados al borde de las orillas como un “ballet de solteras mayores pero frívolas posando con afectación, con la coquetería de la juventud desaparecida”. En otros, como en ‘El señor Sabelotodo’, reproduce el esquema de sus accidentadas travesías marítimas en clave humorística, con la historia de ese fanfarrón inglés de nombre inverosímil, Mister Kelada, que en un viaje en barco desde San Francisco a Yokohama comparte el camarote con el narrador, a quien, en su imparable locuacidad, abruma y repele, hasta que, detrás del talante exhibicionista de Kelada, descubre a un hombre dispuesto a proteger sutil y ocurrentemente a una dama caída en falta conyugal.

Somerset Maugham obtuvo un éxito más duradero y multitudinario como novelista que como escritor de cuentos y de comedias, quizá porque la mayoría de sus novelas son grandes aparatos en los que prima una tendencia a la ornamentación anodina, la logomaquia y la falacia patética, cosas muy del gusto del lector cuantitativo. El cuento, por su naturaleza sucinta -muchas veces impuesta por los límites de paginación de las revistas norteamericanas donde casi todos aparecieron en primer lugar-, le inclina a la condensación y al orden narrativo, y él fue consciente de ello: “Como escritor de ficción regreso, a través de innumerables generaciones, al contador de cuentos junto al fuego de la caverna que abrigaba a los hombres del neolítico”. La rémora de esa vocación, añade, es que el cuento ha sufrido por lo general el desdén de los cultos, que no le dieron importancia, cosa que le duele, sabiéndose especialmente capacitado para el relato puro. “He tenido cierto tipo de historia que contar y me ha interesado contarla. Y para mí eso ha sido en sí mismo un objetivo suficiente”.

La ascendencia oral de Maugham no es una mera figura retórica; en estos relato traducidos se puede apreciar, como otra de las virtudes del escritor, la perfecta máquina del diálogo, un dominio derivado sin lugar a dudas de su cultivo del teatro, que fue dominante entre los años 1920-1933, logrando en una ocasión tener simultáneamente cuatro obras en cartel en el West End, record ni siquiera alcanzado por Oscar Wilde. Wilde, por lo demás, es el espejo en que él se miró con ávido provecho y muy notables dotes propias de ingenio cómico y fustigación social. En la que tal vez sea su mejor comedia para las tablas, ‘Our Betters’ (‘Nuestros superiores’), el cinismo, los dobles sentidos, la invectiva y, sobre todo, la velocidad en los intercambios verbales, características del mejor Wilde, brillan con luz propia, no apagada por cierto en la traslación cinematográfica de igual título dirigida por George Cukor e interpretada por Constance Bennett, Anita Louise y Gilbert Roland. La película, una obra magistral del período temprano del cineasta, fue realizada en 1933, un año antes de la implantación del estricto Código Hays, lo que permitió a Cukor y a sus guionistas unos atrevimientos que Hollywood tardaría mucho en pemitirse de nuevo, siendo histórica en anales y compilaciones fílmicas sobre la censura la plasmación del personaje de Ernest, el maestro de baile, de una homosexualidad evidente en la pieza teatral y aún más rampante en el film.

Pero cuando los personajes de algunos de los mejores cuentos en registro grave, como ‘La carta’ o ‘La bolsa de libros’, hablan, no lo hacen dentro del marco escénico, ni mirando o guiñando un ojo al espectador. Son sujetos narrativos que se explican, se engañan unos a otros y extienden con sus palabras la red de alusiones, a menudo de doble fondo. También en los más ligeros ese molde de oralidad novelística se mantiene con magníficos resultados. ‘El mexicano lampiño’ representa a un grupo atípico en la obra corta de Maugham, las historias de espías, situadas en la primera guerra mundial y protagonizadas, las siete que lo forman, por un mismo agente, Ashenden, nombre cifrado tras el que está Somerville, un escritor reclutado –como de hecho lo fue William Somerset-  por los servicios secretos británicos. Ante ese ‘alter ego’ del autor que es Ashenden/Somerville se presenta el general Manuel Carmona, el mexicano lampiño del título, extravagante bravucón provisto de un peluquín de estratégico quita y pon y una obsesión lasciva por las mujeres, de cualquier tipología física y edad. La labor de Ashenden, seguir al supuesto general en una misión dudosamente legal que le ha encomendado el gobierno de Su Majestad en Nápoles, y, una vez comprobado que el mexicano la ha cumplido, pagarle, da pie a una sucesión de divertidas estampas ferroviarias y hoteleras seguramente basadas en la experiencia propia del novelista. El gran y muy puntilloso crítico Edmund Wilson, que no tenía una buena opinión de Somerset Maugham como escritor, leyó por indicación de amigos suyos adictos a ‘The Ashenden Stories’ todas ellas, y las juzgó con una displicencia que a muchos lectores les serviría de elogio: “están en el mismo nivel que las de Sherlock Holmes”.

Tampoco tiene nada de teatral el procedimiento empleado en la mayoría de los cuento en este libro recogidos, la narración en primera persona, que Maugham reconoce y atribuye a dos ilustres predecesores, el Petronio Árbitro del ‘Satyricon’ y la Sherezade de ‘Las Mil y una noches’. El objetivo de ese recurso, afirma en una introducción al volumen 2 de sus ‘Collected Short Stories’, “es por supuesto conseguir la credibilidad, pues cuando alguien te dice que lo que está manifestando le sucedió a él mismo, estás más dispuesto a creer que dice la verdad que cuando te dice que eso le sucedió a otro”. Es poco probable que todo lo que nos contó Maugham en su tan dilatada carrera de escritor le pasara a él o lo viera él suceder ante sus ojos, aunque no cabe duda de su voluntad totalizadora en tanto que narrador omnisciente. ‘Lluvia’ es quizá el más famoso de sus relatos, y también uno de los más filmados de un autor frecuentadísimo por el cine, no sólo el de Hollywood. Coincidente en alguno de sus giros argumentales con ‘La nave de la ira’, ‘Lluvia’ vuelve a plantear un tema que le es muy caro: la colisión entre el puritanismo fanático y la sensualidad salvaje, inmadura, encarnada en el cuento por una de las mayores creaciones de la galería humana de Maugham, Sadie Thompson, muchacha de vida licenciosa, con un pasado turbio y un futuro que ella trata valerosa y arriesgadamente de seguir poniendo en sus libres y no inocentes manos.

Aunque Somerset Maugham se fue alejando de los conceptos esteticistas de sus lecturas de formación, este cuento tiene notables ecos de la delicuescencia del ‘fin de siècle’ decadente, por mucho que el escritor los haga resonar en un Oriente nada estilizado, sino bronco, áspero, tenso, en el que una vez más actúan los resortes de la intolerancia integrista, representada por los Davidson, un matrimonio de misioneros escandalizados por tener que compartir una vivienda con la libertina Sadie Thompson. Durante los quince días de la obligatoria escala en Pago Pago de un grupo de extranjeros que navegan por el Pacífico la lluvia no deja de caer, un contrapunto atmosférico sabiamente utilizado: mientras los misioneros enrolan en su causa justiciera a las fuerzas vivas para expulsar a la intrusa, Sadie se afirma como mujer sin trabas, respondona, altiva, reina desafiante la llama Maugham, que, con su determinación y su resistencia expone la violencia de los hipócritas y les derrota.

La comentada recopilación de cuentos que Atalanta publicó en castellano se cerraba brillantemente con ‘El P & O’, que, no estando entre los cuentos más extensos, sí es muy característico del autor: de nuevo la localización del sudeste asiático, los barcos, los viajeros de raíces europeas, en mayor o menor grado amoldados a una existencia lejos de casa, las mujeres emprendedoras en el amor y los hombres rudos pero vulnerables. Toda la acción de ‘El P & O’ trascurre a bordo de un trasatlántico de esa famosa naviera inglesa fundada en 1837 y aún hoy activa. Su protagonista, la señora Hamlyn, con 40 años cumplidos, vuelve amargada a Inglaterra en una travesía sin retorno, dejando en Yokohama a un marido de 52 enamorado súbita e irremediablemente de una vieja amiga del matrimonio, Dorothy Lacom, casada ella misma y con hijos crecidos, es decir, no el prototipo de joven que seduce a un cincuentón; esa amante, también arrebatada por el amor, tiene, a sus 48, ocho más que la esposa traicionada. Las edades se mencionan y adquieren gran importancia en este cuento que se desarrolla como un minueto danzado aladamente por un grupo de personajes maduros de físico poco agraciado o arruinado por el paso del tiempo: hombres gruesos y desfondados,  mujeres que aparecen cuando ya su belleza se marchitó y se les ensanchó el cuerpo, sin por ello perder, unos y otras, el apetito erótico, o su esperanza. También está entrado en carnes, a sus 45, el personaje del plantador irlandés Gallagher que, en una de esas fulgurantes apariciones que le gustan a Maugham, irrumpe entre el pasaje de primera clase embarcando en Singapur. Hay también pasajeros de segunda en el crucero, que cobran un relieve y un rostro: la sabiduría literaria, más quizá que la conciencia social, de un escritor que siempre supo mezclar voces y realidades opuestas.

Lo que sigue es una comedia llena de escaramuzas sentimentales y personajes ausentes, que, con una pericia narrativa de fuste, Maugham va convirtiendo en los centros motores del relato: el adúltero señor Hamlym y su nueva enamorada Dorothy, la casi cincuentona, y sobre todo la mujer nativa que, y esto se revela muy avanzada la trama, Gallagher abandonó después de un largo concubinato en la plantación donde ambos vivían, para volver a establecerse solo en Galway. Mientras que en la cubierta, los camarotes y los salones de baile del trasatlántico navegantes y tripulantes tratan de resolver sus juegos y tensiones de clase, la mujer malaya preterida  -de quien no se menciona nunca su nombre, pero sí su gordura- irradia desde el bungalow en el remoto poblado un posible maleficio que afecta a Gallagher, cuyos ataques de hipo, inexplicables a la medicina, hacen de él “el esqueleto de un gigante prehistórico”.

Podríamos hablar, al menos metafóricamente, del embrujo de Oriente, que da un hálito misterioso, no exento de sarcasmo, a un cuento en el que la traición, el conjuro, la decadencia corporal y la potencia carnal desembocan por sorpresa en una catarsis conyugal que bien podría ser la argucia maligna de un escritor travieso. ¿Es el amor realmente más fuerte que la muerte en esta historia de pasiones otoñales, formalidad y disfraz, venganzas y perdones? Lo cierto es que la señora Hamlym, la protagonista de un cuento en tercera persona, se apodera de la narración cuando escribe al final, en una carta que tardará mucho en llegar a su destinatario, la frase “Sé feliz, feliz, feliz”, repitiendo el vocablo tres veces, como hace el joven príncipe Hamlet en sus respuestas cuando menos seguro está de sí mismo.

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20 de mayo de 2024
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Artículo 25, apartado F

Uno de los apartados del título II capítulo I artículo 25 de la ley de protección animal relativo a “prohibiciones generales con respecto a los animales de compañía y silvestres en cautividad”, establece la prohibición de “utilizarlos de forma ambulante como reclamo. Sin que este precepto cuestione el derecho de las personas sin hogar a ir acompañadas de sus animales de compañía” (sic).

Al leerlo surge de inmediato la pregunta:  en lugar de hacer excepción a una regla considerada exigencia moral para, digamos, compensar por la condición de ser humano sin hogar, ¿no cabría erigir en imperativo el abolir la condición misma de “persona sin hogar”? La cuestión roza el sarcasmo: tratándose de protección de animales “domésticos”, se hace excepción para los seres privados de “domos”, es decir, de casa.

Queda lejos el Marx de los Manuscritos, y desde luego lejos el Marx que, lector de Hegel, criticaba el idealismo del maestro, pero proyectaba sobre la arena política la tensión conceptual y el ansia de confrontación que atraviesa la hegeliana Ciencia de la Lógica. La política se ve reflejada en el espejo de la prudencia. No hay peligro de caer en sueños de la razón. De hecho, el peso de la razón como singularidad está en entredicho. Tratándose de justicia, Jeremy Bentham gana a Kant la partida: el criterio para saber quién no puede ser instrumentalizado no es si es susceptible de hablar y razonar, sino meramente el ser dotado de sentidos y en consecuencia susceptible de sufrir. En las ciudades de occidente no hay rumor de niños. Los parques se llenan de ancianos y canes.

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17 de mayo de 2024

Automática Editorial, 2024

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Filip David: la imposibilidad de olvidar el ruido del horror

 

Recuerdo una videoinstalación que vi en la exposición temporal Segunda Guerra Mundial: Drama, símbolo, trauma, en el Museo de Arte Contemporáneo de Cracovia. Consistía en dos fogones encendidos proyectados contra el suelo, lo que creaba una imagen hipnótica de las llamas como un par de ojos azules en la oscuridad, acompañado del sonido del gas, un elemento familiar en muchas cocinas domésticas, pero también presente en las cámaras de exterminio. El artista, Miroslaw Balka, buscaba provocar una asociación mental perturbadora al llevar la memoria del genocidio al espacio íntimo de cualquier visitante. La pregunta implícita era cómo las generaciones sin experiencia directa del Holocausto podían interiorizar esta catástrofe histórica.

En la novela La casa del recuerdo y del olvido, su protagonista, Albert Weiss, vive atormentado desde niño por otro sonido: el chirrido y el traqueteo de las ruedas de un tren en movimiento que nunca lo abandonan. Aunque a veces parece desaparecer, siempre regresa "más fuerte, más persistente, más insoportable".

EL DOLOR DEL SUPERVIVIENTE Es tan aterrador que acude al médico, quien le confirma que sus oídos están sanos y que se trata de un tinnitus, un ruido mental interno. "Acéptelo como algo inevitable, algo con lo que tiene que vivir", concluye el médico. Pero el lector ya sabe (cap. 3) que ese ruido se trata del fantasma sonoro de una herida imposible de cicatrizar: mientras viajan hacinados en un vagón con destino a un campo de concentración, el padre de Weiss —por cuyas venas "corría la sangre del gran Houdini"— consigue abrir en la madera una vía de escape para él y su hermano pequeño.

En mitad de la noche, los dos cuerpos infantiles caerán sobre la nieve. Aunque Albert se salva gracias a la ayuda de un guardabosques alemán, pierde a su hermano y tampoco volverá a ver a sus padres. Su condición de superviviente se convierte en una zarpa que lo agarrará permanentemente por el cuello y lo mantendrá siempre con un pie fuera de la realidad, entre la depresión (la «tormenta oculta») y el insomnio, mientras se embarca en una búsqueda imposible: descubrir, como el físico Higgs hizo con la llamada "partícula de Dios", la "partícula del mal" que explique las tinieblas del alma humana.

Aunque no como Arendt, apunta Weiss en su diario, que "pudo por fin dormir tranquila con la creencia de que un crimen de la magnitud del Holocausto nunca más se iba a repetir y, de que, si ocurría, sería algo metafísico, externo a la comprensión humana".

UN MONUMENTO A LA MEMORIA El escritor y guionista Filip David (Kragujevac, Serbia, 1940) entrelaza datos de su vivencia personal del exterminio de los judíos de los Balcanes —él, hijo de madre judía sefardí y padre askenazí de ascendencia ucraniana— con una exploración literaria, filosófica y mitológica sobre el origen del mal, un saber tan opaco como inasible. Fusiona la Cábala con la física cuántica en un intento por trascender los límites de la razón y las emociones. "Cada cuarenta años se reinterpreta el pasado en la memoria colectiva —escribe en una carta otro de los personajes—. (...) Los testigos vivos desaparecen, las lecciones aprendidas dejan de estar vivas y de ser inspiradoras (...) y, desde el presente, como escribió Eric Hobsbawm, corrigen el pasado".

En esta novela galardonada con el prestigioso Premio Nin en 2015, David, uno de los últimos "testigos vivos", erige un monumento a la memoria que se alza, opino sin incurrir en la exageración, como una de las cimas de la literatura del Holocausto. Su erudición, sensibilidad y compromiso nos atraviesan como dos ojos azules de fuego en la oscuridad.

¿Olvidar o recordar?, se pregunta Weiss cuando durante un viaje a Nueva York entra en la casa a la que se alude en el título, una visión mágica al estilo de la misteriosa habitación tarkovskiana de Stalker. ¿Qué sentido tiene liberarse de ese malestar interior, si en él persiste vivo el recuerdo de sus padres y hermano? Para Weiss, ese dolor es lo que lo define; "sin él, Albert Weiss no existe".

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16 de mayo de 2024

Las Malas, de Camila Sosa Villada

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Trilogía Argentina (parte III)

 

Llego a Las malas gracias a la generosidad de mi compañera de trabajo en la librería. El ejemplar que leo es el suyo; procuro hacerlo rápido porque no me gusta retener por más tiempo del estrictamente necesario los libros ajenos, me siento como si estuviera perpetuando un secuestro. Lo primero que identifico en el relato es la clara intención demarcativa de la autora en el uso de la palabra travesti en lugar de trans - algo común en Latinoamérica, o por lo menos en Argentina, como señala Mariana Enríquez durante la presentación en Sevilla de su último libro publicado como editora, Cuerpos para odiar, de la escritora Claudia Rodríguez, una novela que bien podría ser el bebé encontrado por Camila en medio de los arbustos del Parque Sarmiento, tal vez su hija adoptiva-: utiliza travesti porque es una palabra que proyecta sombra, que pesa, llena de mugre y de costras, que trae consigo cartones de vino y tiros de cocaína cortada con escayola. Travesti no es, al menos, una palabra blanca, pues está ineludiblemente vinculada a la oscuridad.

Camila cuenta su experiencia como trabajadora sexual en la Córdoba que transita durante sus años de estudiante; la ciudad -un personaje más de la novela- y sus habitantes orbitan alrededor del centro de operaciones de un grupo de mujeres transgénero, mujeres cuarto hadas, cuarto brujas, cuarto animales, cuarto seres humanos. Es fácil vislumbrar su voluntad apenas devoradas las primeras treinta páginas: Las malas es un relato sobre la supervivencia y sus mecanismos. La actriz y escritora cordobesa ejecuta la literatura del yo no con la persistente voluntad de realizar una práctica narcisista, sino con la de forjar el filo de una arma blanca con la que cosquillear nuestras gargantas, siempre preparada para una traqueotomía de urgencia. La primera lección de este retrato de la resistencia es sin embargo la que hemos olvidado -o puede que obviado- con más facilidad y, por eso (entre otras muchas cosas) este es un libro que todas deberíamos leer: no podremos permanecer en esta hostilidad solas, por mucho que se nos empuje hacia la creencia contraria.

El gran triunfo del capitalismo ha sido el de arrebatarnos la creencia en la posibilidad bienhechora de la red y la esperanza de la comunión con tus semejantes. Nos ha desposeído del poder, del único poder al que cualquier individuo, independientemente de su estatus, raza, color, procedencia o género, indistintamente de cualquier término cortante que divida y separe, de cualquier palabra que profese la religión dicotómica del mundo, puede recurrir: el de generar un escudo común contra la basura que nos rodea, una barrera protectora construida a base de cimentaciones compartidas, del concepto participativo de familia -no necesariamente con, y a menudo sin, consanguinidad alguna-, de la generación y preservación de una comunidad. Con las luces y sombras que esto pueda traer consigo, en el caso de esta narración, traducidas a los conceptos fiesta y furia.

Una de las muchas imágenes que dibuja la novela sobre el acercamiento natural e inevitable de las heridas compartidas es la del desfile de los Hombres sin Cabeza -los soldados que emigraron a Argentina después de combatir en las guerras africanas- rindiendo tributo a la Tía Encarna, la madre de todas las travestis del Parque; ellos siempre preferirán la compañía de aquéllas mujeres leídas como una mitad a la de cualquier otro tipo de mujer: los cuerpos seccionados por la violencia se huelen y se buscan como animales en celo, conscientes tal vez de que cualquier otro tipo de unión supondría un riesgo para la supervivencia de la especie. Uno de estos Hombre sin Cabeza despierta cada día a la tía Encarna con un ‘Qué hermosa estás mi amor’ y con eso es suficiente; un sortilegio, un amuleto protector contra las desgracias, las vejaciones, los desmembramientos.

Sosa recupera el imaginario del realismo mágico latinoamericano -tendencia por otra parte muy acorde al zeitgeist-, balanceándose en un precipicio lírico que mira hacia un océano de cursilería, y lo hace sin dar ni un pequeño traspiés, con la gracilidad de una bailarina, librándose de dejarnos la boca pastosa por la sobrepasada ingesta de azúcar. Su honestidad y transparencia, su habilidad para tornar hermoso lo abominable es capaz de disipar el olor dulzón de los ramos podridos, evitando con inteligencia que se nos quede pegado al cielo del paladar. Síntoma de lo que nos quiere decir, el libro registra y recuerda como lo hacen los cuerpos; hay en él una conciencia del talle y de la culpa que sólo pueden pertenecer a una mujer -por si existe alguien que todavía dude de su mujerosidad- y que refleja magistralmente sirviéndose del uso de metáforas referidas al cuerpo y sus fragmentos. Es una historia contada en un equilibrio precario pero constante, que consigue embellecer la podredumbre y la inflamación, una capa de base de maquillaje aterciopelado y sedoso aplicada sobre una piel a punto de reventar. Una narración tan binaria como este nuestro territorio, que oscila entre los límites de la esperanza y el desasosiego, la sororidad y la natural pelea por la supervivencia, la tensión y la ternura, la violencia y el amor, y que traslada el si nos tocan a una nos tocan a todas a la realidad del fango y la lucha.

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14 de mayo de 2024
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Ensayos, poemas y ficciones en clave catalana

Residía en Barcelona, o tal vez me había mudado a las casas húmedas en la cara norte de la Collserola mucho antes de que la perforaran para llegar a Sant Cugat. Tiempo atrás de aquel gran pelotazo metropolitano, por el bar de la estación vallesana de los FFCC solía concurrir el hijo de Arturito Pomar. Empezaba la primavera de 1980, las mimosas llevaban días soltando polen y casi todas las apuestas daban por sentado que el líder del PSC –el nuevo partido fusión de los socialistas catalanes–, Joan Reventós, sería el primer president de la Generalitat restaurada.

Dos años y medio antes también presenciamos desde la misma Barcelona el regreso de Tarradellas y su célebre y emocionante balconazo. Tiempos agitados. Un mes después de la venida desde el exilio a la plaza de Sant Jaume, otra histórica, Federica Montseny, llenaba Montjuich para reclamar la tradición anarquista catalana: frente a la autonomía regional la alternativa eran los municipios libres, coreaban desde la CNT. A pesar de su apellido, la líder rojinegra pronunciaba Montjuich en un agudo castellano. Pocas semanas después se irían de fiesta al Parque Güell sus verdaderos herederos, los ajoblancos de Pepe Ribas y las vanguardias feministas.

En el mismo y movido 77, el de los grandilocuntes preámbulos, estuvimos en la manifestación que precedió al primer estatut, de los barrios a la plaza y los cielos con helicópteros; un 11S que cayó en domingo con un millón de personas en las calles. Pero la izquierda que había barrido en las generales perdió ante los nacionalistas en aquel 1980 de las primeras elecciones autonómicas. Esquerra Republicana le prestó sus votos a Jordi Pujol y éste inició un mandarinato de más de dos décadas en la Casa dels Canonges, junto a los naranjos y protegido por el gran mural, los cuatro paneles de Tàpies que vigilan la gobernanza catalana mucho mejor que TV3 o el palco del Nou Camp.

Visto con esa perspectiva que da el tiempo fugitivo, no resulta fácil llegar al meollo de la cuestión de Cataluña y con Cataluña. Ortega y Gasset se dio por vencido pese a su amplio conocimiento de la sociología historicista de Max Weber. Si le añadimos las islas de Baltasar Porcel todavía es más complejo el temario, y no digamos si cruzamos la “quinta” provincia junto al Ebro y marchamos hacia el sur valenciano, cuya explosión colorista y ruidosa es incomprensible para naturales del Pirineo o de la exotérica Montserrat.

En estas fechas, previas al domingo de Pentecostés de 2024, se anunciaba otra victoria socialdemócrata que trata de aunar rosas y cuatribarradas. Sin estrellas. Ya veremos. No solo hay que ganar, sino gobernar. Tampoco quedan demócratas cristianos en el Principado de Cataluña, aunque la heredera soldado Leonor de Borbón habla un fluido catalán y viste de camuflaje. Esperando el devenir de los pactos buceo por las tesis de la historia, ensayos, novelas, poéticas y películas que procuran explicar algo mejor a Cataluña. O tal vez para desentenderla del todo. Esta es la selección sin ánimo de adulterar escaños ni pensamientos propios.

El quadern gris

JOSEP PLA

El indiscutible prosista en catalán del siglo XX, la magnitud de cuya obra ha terminado por desarbolar a su propia y conspicua biografía como periodista al servicio del franquismo. Hasta un catalanista irredento como el valenciano Joan Fuster se rindió al idioma planiano, con el que se mimetizó incluso estéticamente bebiendo whisky en pantuflas. El cuaderno gris es una obra inenarrable, pues se trata de una pieza literaria de autoficción, llena de creatividad y alejada de la cruda realidad. Apuntes de dietario para una bildungsroman en la que se confrontan mundos epocales, el ámbito rural y el urbano, la guerra europea y un modo de narrar en una lengua tan auténtica como afinada. Un contexto más liberal hubiera convertido a Pla en el primer Nobel de la literatura catalana. Ahora estamos muy lejos del aura ampurdanesa.

Dioptria

PAU RIBA

El mejor músico y letrista catalán de los 60 y 70. Lo alternativo catalán más allá de Serrat, las marisquerías populares de la Barceloneta o el Poble Nou y los cantautores politizados. Dylaniano campestre e ibicenco que se electrificó a tiempo para abandonar el excursionismo folk. Nadie como él le dio poética actual y musicalidad rockera al catalán. Antes del slang de tevetrés, más acá incluso de la koiné fabriana, Riba es fiel a sus ancestros familiares y mantiene un idilio entre bucólico y psicodélico con su idioma. Naturalismo frente a barroco y academia. El enamoradizo cantor dels calabotins.

Barcelona, antes de que el tiempo lo borre

F. JAVIER BALADÍA

Un libro (editorial Juventud, 2003) y un documental (2010, dirigido por Mireia Ros a modo de gran collage fílmico). Extraordinario e irónico retrato del nacimiento de la burguesía industrial y comerciante catalana en el siglo XIX, su efervescencia cultural en el periodo de entresiglos, la gloriosa belle époque y su decadencia con la guerra civil y la posguerra. La antítesis del paradigma emprendedor.

La plaza del Diamante

MERCÉ RODOREDA

La novela catalana contemporánea (1962) más leída, recrea un arquetipo sobre el carácter y el destino de la clase menesterosa barcelonesa. El barrio de Gracia y su plaza del Diamante convertido en centro del mundo, al modo de la Berlin Alexanderplatz de Alfred Döblin, incluyendo monólogos interiores, aunque Rodoreda es más realista y no tan experimental. La resignación de las víctimas, la derrota de la catalanidad del pueblo frente al franquismo, incluso del incipiente feminismo emancipador ante el arcaísmo machista. Es decir, el constructo catalán procedente de las clases medias que terminará por ser dominante. Enric Juliana mediante desde la Badalona anterior a su devenir en pasodoble y en equipo de baloncesto. Traducida a numerosos idiomas. Con versión cinematográfica más que correcta a cargo de Francesc Betriu (1982) y otra teatral de aires joycianos con la flamenquísima Lolita Flores haciendo el papel protagonista. ¿Qué tiene Cataluña que atrae tanto al andalucismo y a la cultura gitana?

Furia española

FRANCESC BETRIU

Película catalana cercana al retrato de la picaresca española: el submundo del Raval barcelonés en tiempos de Johan Cruyff recién llegado al Barça (1975) cuando anunciaba en la única tele la pintura Titanlux y bautizó a su hijo como Johan Jordi. Génesis de la modernidad del barcelonismo, esa esfera donde reside el populismo identitario contemporáneo del catalanismo que, a su vez, ofrece un sistema de integración para los estamentos suburbiales y los emigrantes. El magnífico guion lo firman el mismo Betriu y José Luis García Sánchez, uno de los sólidos cineastas españoles de filiación comunista en tiempos agónicos de Franco.

Catalunya, Espanya. Acords i desacords

JOSÉ E. RUIZ-DOMÈNEC

Medievalista y políglota, de la escuela historiográfica de las mentalidades impulsada por Georges Duby, afincado en la Barcelona culta desde los años 70, Ruiz-Domènec lanza una tesis sugestiva en este opúsculo (La Magrana, 2011): la de Cataluña sería una historia territorial en permanente dialéctica de oposición entre el sustrato hispanogodo y el carolingio, siendo su relación con el resto de la Península tanto de afecto como de desafección. Puestos a encontrar actitudes antiespañolas en la genealogía catalana, se pueden señalizar, del mismo modo, preferencias proespañolas, por ejemplo, la apuesta por los Trastámara castellanos del representante del patriciado catalán, el conseller Bernat de Gualbes, en el Compromiso de Caspe en 1412, cuando cambió el curso de la historia peninsular. O la misma política matrimonial de los poderosos condes de Barcelona.

Catalanes todos

JAVIER PÉREZ ANDÚJAR

Ensayista precoz y novelista tardío, editor formal para El País y a su vez dado a la escritura satírica en medios más alternativos, Pérez Andújar, obviamente de origen charnego, ha escrito dos libros del mismo título, uno de estudio y otro de ficción. El que nos interesa es el menos conocido pero más revelador ensayo de 2002 (editorial La Tempestad), que cuenta documentalmente las quince visitas del general Franco a Cataluña. No todos fueron demócratas y se enfrentaron a la dictadura, más allá de los colaboracionistas de la etapa bélica que desveló Josep Fontana, del tercio de Nuestra Señora de Montserrat y del apoyo que Cambó ofreció a la insurrección antirrepublicana. Además de este libro donde figuran personajes relevantes como el juez-alcalde José María Porcioles o el periodista deportivo y exfalangista Juan Antonio Samaranch, la colección de huecograbado de La Vanguardia (entonces Española), da cuenta gráfica del vitoreado desfile nacional por las avenidas liberadas de la Barcelona que dejaba atrás las incautaciones libertarias. Con el periodista de radio Manuel (bautizado Imanol) Aznar entre las tropas vencedoras: hijo de periodista y embajador, padre de presidente de Gobierno.

Cataluña en la España moderna

PIERRE VILAR

El historiador marxista por excelencia se quedó prendado de Cataluña y se dedicó en cuerpo y alma a darle un supuesto sentido lógico a la lucha de clases entre el final del antiguo régimen y la guerra civil. Una obra voluminosa que empezó a publicar en los años 60. Buena parte de los mitos historiográficos modernos en Cataluña proceden de Vilar. Le fascinaba, además, el enfrentamiento entre la naciente burguesía catalana y la vieja corte castellana del XVIII y XIX. Dos conflictos mejor que uno para dar rienda suelta al materialismo histórico. Más versátil de lo que sus seguidores consideran, no es posible entender el argumentario de las generaciones de la Transición sin descifrar la aportación de Vilar, y su más que necesaria crítica y puesta al día.

El amante bilingüe

JUAN MARSÉ

Dicen los filólogos que suele ser en la periferia donde se renueva la literatura, allí donde el idioma se modula en los intersticios, en las calles extra-radiales y en los territorios abandonados por las academias unificadoras. Tal vez por eso, la narrativa en castellano de posguerra tuvo en Barcelona a sus escritores de referencia, además de una industria editorial pujante. Y quien dibujó la vida cotidiana de aquella ciudad ensanchada y dividida de norte a sur de la Diagonal en tiempos del cólera político fue Juan Marsé. La fascinación del mirón intelectual por la sensualidad burguesa y la atracción golfa por los rufianes que producía el monipodio ramblero. Esquizofrenia y sexo aparecen en la cosmovisión catalana. Tal vez solo la bipolaridad sea la única vía para copular como es debido y superar los fantasmas descritos por Freud, viene a sugerir Marsé.

La ciudad de los prodigios

EDUARDO MENDOZA

Creador de Barcelona como sujeto literario. Un ameno cóctel entre Charles Dickens, Dostoievsky y las novelas ejemplares cervantinas pasado por la modernidad para contar historias entre policíacas y moralizantes. Narrativa fluida al servicio de la reconstrucción crítica del pasado sin levantar ampollas. Barcelona ocurrió antes que Chicago según Mendoza: el nacimiento del capitalismo no es tanto familiar como gangsteril, como la América de Sergio Leone. Once upon a time. Escritura en castellano para recrear el alma catalana decimonónica, sin la dramaturgia de Mariona Rebull y con voz descreída, irónica e inteligente.

Les històries naturals

JOAN PERUCHO

El humor catalán es una cosa seria, y cuenta con una larga tradición. No es asunto de los chistes de Eugenio Jofra Bafalluy (muy solvente la película Saben aquell… de David Trueba, 2023). Esta novela de ambiente decimonónico publicada en 1960 cuando imperaba el realismo en carne viva, desborda sentido del humor y también una imaginación sin límites, en una guerra carlista que intuimos como metáfora de la guerra civil. Perucho también es juez, erudito, que pasaba el tiempo aburrido del papeleo comiendo con sentido opíparo y escribiendo sobre mundos fantásticos. Tan original que no se entiende Cataluña sin esta huida hacia los mares de la cultura y la magia. Cataluña escabullida de los compromisos políticos a bordo de una interminable y disparatada biblioteca.

Dietaris y Foc cec

PERE GIMFERRER

Cultista, metaliterato, domina las dos lenguas, un escritor ambidiestro que asombra a los dos bandos (y al tercero, neutral). El Rimbaud catalán que se transforma en gongorino, o a la inversa. Reflexivo y experimental. Brillante, muy brillante, tanto poeta como crítico, dietarista y pensador en los márgenes de la realidad. Un moderno de verdad. Todo lo que escribe es interesante, nada superfluo. Vocación en la posteridad. De los textos autobiográficos que ha publicado sorprende el que lleva por título la misma denominación de una marca de lencería francesa cuasi pornográfica. Metall fosc, núvols avars / l'estelada han conquerit, dice uno de sus versos de Foc cec. Gandul existencialista en busca de epigramas y experiencias que trastoca buena parte de la herencia literaria catalana y ha jugado un sinfín de roles, desde el cine al jazz, del surrealismo a la abstracción. Ahora es un illot, barman de las letras hispánicas en tiempos de Facebook.

Catorze ciutats comptant-hi Brooklyn

QUIM MONZÓ

Cuando todo es linealidad, orden, concierto y voluntad de construir un mundo oficial de banderas e insignias reconocibles, un universo de sardanaires y tradiciones con canelons, el joven Quim, kafkiano reeducado en las duras calles neoyorquinas, se desata como cuentista excepcional y nuevoperiodista único. Imaginativo, surrealista y muy actual. Monzó mantiene vivo el pabellón de la rauxa frente al seny, el yin y el yang del ser consciente e inconsciente catalán. Fenomenal escritor moderno del que en España no se han enterado. Vale este libro de flâneur o cualquier otra recopilación de narrativa corta que se desee.

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12 de mayo de 2024
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El jinete de bronce

Cuando en marzo de este año el camarada Vladimir Vladimirovich Putin, candidato único a la presidencia de Rusia ganó de manera abrumadora las elecciones, la presidenta de Honduras doña Xiomara Castro, simpatizante entusiasta del socialismo del siglo ventiuno a la Chávez, se apresuró a felicitarlo en nombre de todos los países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) “por su convincente victoria”. Diez de esos países, entre ellos Chile, suscribieron una declaración para desmentirla. Otros, como México y Brasil, guardaron silencio.

Sorprende la adhesión a veces ciega, a veces disimulada, que la vieja izquierda da al zar de todas las Rusias, el camarada Putin. Y no se trata sólo de la izquierda dictatorial o autoritaria, en el poder en países como Cuba, Venezuela, Nicaragua o Bolivia, sino también de cierta izquierda intelectual, refugiada en claustros donde aún el viejo leninismo tropical exuda su moho en las paredes, y en clubes de pensamiento ortodoxo de tercera edad, nostálgicos uno y otros del socialismo real, del cual es Putin el profeta destinado a revivirlo.

Cuando se dio en Nicaragua la guerra de los contras, que pertrechados por la administración Reagan trataban de derrocar a los revolucionarios sandinistas, más que como una escaramuza de la guerra fría aquella batalla era vista desde los cenáculos de la izquierda militante como una agresión descarada del viejo y protervo Goliat contra el imberbe y débil David que sólo tenía piedras en su salbeque para defender su pequeño país.

Esa misma izquierda, que ahora ya peina canas, borró del disco duro aquella imagen de la justicia que tiene el débil en toda lucha desigual, cuando en febrero de 2022 las tropas del zar Vladimir invadieron Ucrania, y dieron toda la razón a Goliat, o miraron hacia otro lado, fingiendo disimulo, o pidiendo de artera manera salomónica, contención “a ambas partes”, el invasor y el invadido. David era un corrompido fascista.

Todo podría atribuirse al síndrome antimperialista amamantado a lo largo del siglo veinte por las ocupaciones militares de Estados Unidos, y su apoyo a los golpes militares, que fija en la retina un Goliat imperecedero, que no admite copia. El Goliat que le toca en suerte a los ucranianos, si les da con el mazo en la cabeza, es por su bien.

Y, además, si Putin el justiciero, “el gran líder de la humanidad” como lo llama Maduro, está contra el perverso imperialismo norteamericano, que sigue incólume en la letra de los manuales, los fieles antimperialistas de ayer, y los reciclados de hoy, deben cerrar filas alrededor del héroe de las estepas.

Para los viejos camaradas que vuelven los ojos hacia el paraíso espeso y gris del socialismo real, más que el zar que busca restaurar las fronteras de la antigua y mítica Rus de la que Ucrania, oh destino manifiesto, es parte natural, Putin representa la resurrección de las glorias de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. ¿Los muros del Kremlin no siguen acaso allí? Y el mismísimo Stalin subido al caballo de Pedro el Grande, el jinete de bronce, vuelve a cabalgar, ahora con el torso desnudo.

Pero, vamos a ver. ¿Putin, apóstol de la izquierda? Extraño personaje que también es, a la vez, el apóstol de la más cerrada derecha, y que, como el dios romano Jano de doble rostro, puede mirar a dos lados opuestos a la vez.

Aleksandr Duguin, el ideólogo ultraconservador, es a Putin lo que Steven Bannon es espiritualmente a Donald Trump. Duguin invoca un “fascismo a la rusa”, sustentado por un nazismo esotérico capaz de dar paso a una nueva derecha europea, capaz de llevar adelante una revolución conservadora universal. ¿Dónde lo colocamos entonces? ¿Más cerca de Jair Bolsonaro, o más cerca de Nicolás Maduro? ¿O será que alguien como Ortega quiere también “un Estado fuerte y sólido…una radio y una televisión patrióticas…que expresen los intereses nacionales"?

Son amalgamas extrañas, pero ya se ve que posibles. Duguin se interesa también en satanismo, y en las manifestaciones del ocultismo. Y según el criterio de Bernard-Henry Levy, se trata de un típico racista antisemita, a lo cual habría que sumar los criterios homófobos del propio Putin, cuyas leyes prohíben cualquier tipo de matrimonio entre personas del mismo sexo, y busca establecer centros de reconversión forzada para los homosexuales. Los libros sospechosos de contener propaganda gay, aunque se trata de clásicos de la literatura rusa, son sometidos a la censura.

Es que los reinos autoritarios se parecen, igual que las familias felices. Y las familias ideológicas extremas, se parecen también. ¿Cuál es la distancia entre Duguin y Bannon? Ninguna. “El movimiento” de Bannon quiere una revolución populista de dimensión mundial, combate frontalmente las migraciones, la ideología de género, los derechos LGBT, la legalización del aborto, declara el cambio climático una leyenda absurda, y se declara en abierta lucha contra “el marxismo cultural”.

Pecata minuta esto último, que bien puede ser obviado por la izquierda ortodoxa. Para ser felices en familia, hay que saber disimular.

 

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10 de mayo de 2024
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El Boomeran(g)
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