Víctor Gómez Pin
“Libia era el país más exitoso de toda África, suministraron agua y convirtieron los desiertos en tierras de cultivo. Todo el mundo tenía una casa, todo el mundo tenía educación y sanidad. Y nosotros lo convertimos en un estado fallido, dirigido por terroristas, con un mercado de esclavos abierto”.
Excesivo sin duda el panegírico de la Libia previa a la caída de Muamar el Gadafí, en boca del controvertido polemista estadounidense Jimmy Dore. Aunque en general se reconoce que (al menos en el arranque de la revolución libia) los recursos económicos derivados del petróleo fueron en gran parte invertidos en educación (obligatoria para ambos sexos), salud y vivienda y que (pese a la explotación económica de la que eran víctimas) la situación de los subsaharianos que trabajaban en el país era relativamente estable. Y desde luego es absolutamente cierto que la “liberación” y asesinato de Gadafi en 2011, se tradujo en que Libia es simplemente hoy un país devastado, en el cual los inmigrantes negros, pero también los propios ciudadanos libios, sólo tienen la esperanza de escapar de la miseria, el miedo y la insalubridad alcanzando las costas de Italia.
Una precisión, sin embargo. Aunque formalmente se trató de una coalición dirigida por la OTAN, la responsabilidad mayor de la decisión de destruir el país residió quizás en el entonces presidente de Francia Sarkozy. Se ha hablado mucho de las razones personales que tenía el mandatario para deshacerse de su antiguo aliado (Gadafi habría contribuido con donaciones ilegales a la campaña electoral de la que salió presidente, y el hijo de Gadafí recordaba esa deuda), pero quisiera recordar otra razón…de peso:
El avión de combate francés Rafale construido en Francia por Dasault se hallaba en dura competencia con el llamado Eurofighter y había que mostrar su mayor eficacia. Destruir Libia en cuestión de semanas con ayuda del mismo sería sin duda una buena muestra de tal superioridad. Y efectivamente, las imágenes de los Rafale en el cielo libio encabezaron los telediarios del mundo entero. Hoy desde Egipto a Indonesia, pasando por Qatar, las fuerzas aéreas han escogido Rafale. Un intelectual francés que se autodenomina filósofo, fue el encargado de otorgar legitimidad a la acción, esgrimiendo cada día en la televisión argumentos morales y enfatizando que el coronel Gadafí era el mal absoluto. Había en el caso de Libia un “deber de injerencia”. El posterior apocalipsis sería sólo un lamentable efecto colateral. Lo esencial es que (entrevista del “filósofo” en Euronews) “hay una batalla política entre los partidarios de la democracia y aquellos que no creen en ella”. Aludiendo a las víctimas de otro conflicto armado, Bernard Henri Levi dijo que “había llorado”. Este moralista tiene la lagrima tan fácil como selectiva.