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La visita

Cincuenta mil separatistas volverán a sus pueblos sin poder hinchar el pecho y consternados porque Madrid y el Estado opresor les ha tratado como ciudadanos
 

El sábado día 16 invitamos a 50.000 separatistas (según EL PAÍS) a que pasearan por Madrid. Digo que los invitamos porque, frente a lo que suelen decir, somos los españoles quienes los financiamos. Nosotros pagamos su Gobierno reaccionario, sus embajadas de pega, sus mercenarios de la televisión separatista, y así sucesivamente. Nuestros impuestos, gracias a la sumisión de los presidentes españoles, son los que los han convertido en una fuerza política adinerada, con sus altísimos sueldos, su administración familiar y sus falanges de choque. Todo pagado por las hienas españolas, como dice Torra.

Yo me alegro. He aquí 50.000 separatistas, casi todos venidos del agro, a los que un autobús, un bocadillo, unos trenes y un día precioso han permitido constatar cómo es una ciudad civilizada, europea, educada y con dirigentes no del todo chiflados. Vagaron por Recoletos, por el paseo del Prado, por Cibeles, zonas urbanas de impecable figura. Y no les tosió ni un energúmeno atragantado con una patria. Constataron, por tanto, que el Estado opresor, como lo llaman, no se parece al suyo, ni en su estado actual, ni en el que preparan con una Constitución catalana que da pavor leer. Aquí nadie los amenazó, nadie pintó dianas de muerte en la puerta de sus padres, nadie los insultó como los empleados de TV3 insultan a los españoles, nadie les lanzó excrementos, nadie les dijo que eran inferiores, de una raza desestructurada, africanos y alpargateros. Muy al contrario, ni siquiera fueron necesarios los municipales. De modo que 50.000 separatistas volverán a sus pueblos sin poder hinchar el pecho y consternados porque Madrid y el Estado opresor los ha tratado como ciudadanos. Y les ha pagado el gasto.

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19 de marzo de 2019
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Una religión para los freelance

 

El Congreso de Periodismo Digital de Huesca cumplió 20 años, y me invitaron a dar una charla sobre viajes, periodismo y freelance. Fue la ocasión ideal para hacer la primera presentación en Europa de la Religión Portátil.  

Después de Huesca, la religión de los freelance será presentada en otras ciudades de España. Además, tendrá dos actividades oficiales en Francia. 

Al finalizar mi presentación en Huesca bajé del escenario, me quité el micro, y bajé unas escaleras del centro de convenciones. Ahí se me acercó un freelance de Aragón. Me dijo que había perdido la fe en el periodismo y en los Medios, y que necesitaba recuperar esa creencia. Me lo dijo afligido. La crisis del periodismo, de los medios y de los freelance, parece estar recién comenzando. 

 

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18 de marzo de 2019
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El poder y la muerte

Abdelaziz Bouteflika, el actual presidente de Argelia, viene de un pasado de lucha que ahora parece tan remoto, sobre todo a los jóvenes. Se alistó a los 17 años de edad en la guerra de liberación contra la égida colonial francesa, y tras la independencia conquistada en 1962 entró y salió de la cúpula del poder a lo largo de las décadas. Por fin llegó a la cúspide absoluta en 1999 al ganar las elecciones, para sumar ahora cuatro periodos.

Un total de veinte años en el poder, siempre triunfador por abrumadora mayoría de votos, tan abultada que desde lejos huele a fraude y engaño, en un país que lejos de los tiempos heroicos de la independencia, sufre la carcoma de la corrupción.

Ha envejecido, pero parece que no lo sabe, o no quiere darse cuenta. Ya tiene 82 años, más que suficiente para sentarse a contemplar el pasado de la propia vida. Pero desde su lecho de enfermo en un hospital de Ginebra, ya a las puertas del fin de su cuarto periodo, anunció que se presentaría por quinta vez como candidato.

El asunto es que los jóvenes que llenan las calles en tumultuosas manifestaciones en su contra, como no se veía desde la primavera árabe de 2010, no quieren saber nada de él. Entonces, mandó decir que ya no se presenta, y que llamará a elecciones, pero sin poner un plazo. Es decir, siempre se queda.

Bouteflika sufre de una ancianidad penosa. Tras un derrame cerebral severo, ha quedado sin la posibilidad de darse a entender de voz, y lo que quiere decir debe ser explicado por los médicos que lo custodian; cuando traga la comida el bocado suele desviarse a las vías respiratorias, lo que le causa infecciones severas en los pulmones; sus funciones neurológicas están deterioradas, y debe ser movilizado en una silla de ruedas.

Pero se cree insustituible. Sufre el síndrome del poder para siempre, tan conocido entre nosotros, obcecado en su ambición aunque sea al borde de la tumba, o convertido en su propia fantasma mudo.

Y por mucho que no pueda articular palabra, y se escape de ahogar cada vez que da un bocado, aunque tenga que ser asistido para realizar sus funciones fisiológicas, y que su dormitorio haya sido convertido en un cuarto de hospital, no cede, no se rinde. Prisionero de la enfermedad no la toma en cuenta, y si lo hace sopesa entre la enfermedad, que se queda en ilusión, y el poder, que se torna la realidad. El peor de los delirios.

En su balance, cada vez que abre los ojos rodeado de aparatos, tubos y batas blancas, se impone su amor malsano al poder aunque de verdad ya no lo ejerza, y otros se lo repartan para mandar en su nombre. No se reconoce como paciente geriátrico. El dolor, la incapacidad física, son prescindibles; lo que importa es no salirse de ese cono de luz que nunca va a apagarse aunque en el escenario lo que los reflectores alumbren sea su lecho. Una puesta en escena en la que atrás suena una fanfarria militar.

Y seguramente alguien le sopla al oído: usted es imprescindible, Excelencia, volverá a recuperarse, saldrá de nuevo al balcón para escuchar ese rumor inmenso de las multitudes, ese bramido que es como el del mar. Ese es su verdadero alimento, el único que no se va a las vías respiratorias. Y todo debe ocurrir como en sueños donde no se cuelan los gritos de verdad, los que exigen su marcha.

Pero Bouteflika y sus pares, porque los ejemplos sobran, tampoco conciben la muerte como algo que pueda afectarlos a ellos, en lo personal. La muerte es algo que ocurre a los demás. Un mal ajeno. Algo que le pasa sólo a los enemigos.

Es lo que consigna Oriana Falaci en su célebre entrevista del año 1972 al emperador Haile Selassie, quien entonces ya tenía 80 años. Ella hizo una pregunta final que lo desconcertó: "¿cómo mira a la muerte? Él se mostró extrañado: "¿A qué? ¿A qué?", preguntó a su vez. "A la muerte, Majestad", insistió ella. Y eso desbordó la paciencia del soberano, que ahora sí parecía haber comprendido: "¿La muerte? ¿La muerte? ¿Quién es esta mujer? ¿De dónde viene? ¿Qué quiere de mí? ¡Fuera, basta!".

Allí, entre las paredes inexpugnables de su palacio de Addis Abeba, la periodista era para él la embajadora de la muerte, o la muerte misma que le recordaba lo indeseado, o lo que no existía del todo, o no debería insistir. Moriría tres años después, pero por supuesto no lo sabía, ni querría saberlo.

El poder para siempre, regalo de los dioses, o de la represión sangrienta y los votos falsificados, es consustancial con la idea de inmortalidad. Y se convierte en una piel que jamás se arruga, recubre el cuerpo del que lo detenta renovándose una y otra vez, como las mudas de las serpientes.

 

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18 de marzo de 2019
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Infarto

Nunca es previsible un infarto, por mucho que utilicemos el término cuando esperamos ansiosos una noticia o aguardamos un desenlace. “Una final de infarto”, dice el locutor jugueteando con el exceso de tensión contenida y la incertidumbre ante el resultado. E incluso utilizamos la adjetivación para glorificar una compra o un paisaje que sobrepasan lo imaginado.
Pero el paro cardiaco carece de poesía. Súbito, veloz, seco, se presenta allí donde no se le aguarda, siempre a deshora, sofocando el pecho y bañando las manos de un sudor helado. Las dos veces que lo he visto de cerca, en personas queridas, no hubo sombra anticipatoria. Recuerdo la conmoción que me produjo el pecho quemado y resucitado, aquel olor a chamusquina en la UVI; también la imagen mental de un corazón necrosado a medias que de repente, tras varios cateterismos, angioplastias y stents, reacciona de nuevo. Me lo enseñó hace años el doctor Valentín Fuster en el Mount Sinai, junto a unos enfermeros indios que contemplaban en el monitor cómo el órgano volvía a bombear con plenitud e iba aumentado el vigor del latido. Fue una experiencia espiritual.
Aprendimos a vivir con y sin freno ahuyentando la idea de la muerte, ese fin inexorable y al mismo tiempo ajeno, en lugar de considerar que forma parte de nuestra condición humana. No queremos intuir su reflejo, aunque los más aprensivos tememos que pretenda alternar con nuestra tos o nuestra fiebre. En España, el infarto produce menos miedo que el cáncer, las enfermedades degenerativas o el ictus, según una encuesta de la farmacéutica AstraZeneca, a pesar de que un tercio de quienes lo sufren fallecen en el acto. ¿De qué sirve tener más o menor temor si solemos vivir de espaldas al propio fin?
Hace unos días murió una compañera, la redactora jefa de S Moda, Mar Moreno, a causa de un infarto agudo de miocardio. Sólo tenía 44 años e, igual que la mayoría de los que nos dedicamos a este oficio, había trajinado con multitud de planillos y sumarios, titulares y destacados, además de remaquetar en páginas sencillas, corregir ferros y esperar el primer ejemplar horneado en la imprenta. Jornadas intensas en busca del mejor contenido para sus lectores, esa vocación que distingue a los convencidos. “La vida cambia en un instante”, escribía la mejor relatora del duelo, ­Joan Didion, aunque para muchos siga siendo la de cada día. Débora Vilaboa, experta odontóloga, me recordaba que los periodistas acostumbramos a tener mala boca y nos cargamos la dentadura con nuestra vida de infarto. Eso era antes, le digo, gente de mal vivir que bebía y fumaba al teclado, porque ahora todos corremos, bebemos zumos detox, hacemos yoga y pensamos que somos capaces de controlar nuestros días mientras el tiempo corre sin contemplaciones.
Ha muerto una periodista de una ­redacción vecina y en la nuestra nos ­hemos quitado el sombrero sintiéndonos parte del mismo todo: criaturas que indagamos sobre el futuro, excepto el nuestro.
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18 de marzo de 2019
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Contrapensamientos

Toda creación es la lucha entre una forma posible y una forma que ya existe.

 

"Imaginar es elegir", decía Jean Giono. Cierto. El problema surge cuando falta imaginación y la elección ya no es posible. La carencia de imaginación podría convertir la vida en una prisión agobiante, o en un laberinto sin salida.

 

"No me disfraces la muerte", decía un personaje de Homero. Buena propuesta. Ahora todo aparece disfrazado: la vida, la muerte, la corrupción, la avaricia, la insidia, el amor, el odio. Solo la banalidad aparece desenmascarada. Es la gran madame de nuestro carnaval.

 

"¡Ser siempre la misma!", clamaba Isabel I de Inglaterra. Eso solo lo puede decir un alma muerta. ¡Qué atrocidad, negar la mutabilidad incesante del ser!

 

"Belleza, razón, bien decir, es el mejor camino del hombre", decía Homero. Ahora hemos invertido los términos: "Fealdad, sinrazón, maldecir" es el lema de la nave de los locos en la que vamos todos.

 

"Solo instantes soporta el hombre el peso de la plenitud", decía Hölderlin, pero cabe preguntarse si alguna vez la sentimos para poder calcular su peso y el tiempo que la aguantamos. Otro problema: ¿La plenitud pesa o es tan leve e inestable que en cuanto la tocas se evapora? Hay sustancias que acusan más la fuerza de la gravedad, por ejemplo el vacío existencial. Y sin embargo, la gente de nuestra época soporta ese vacío mortal con inconsciencia, con indiferencia, con brutalidad.

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16 de marzo de 2019
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Trabajosos

Para los jóvenes recién licenciados, empezar a trabajar equivale a romper el cascarón y sentirse identificados con aquel patito feo de sus cuentos de niños, aún lejos de convertirse en cisne. No se reflejan con nitidez en la mirada de los otros, que apenas reparan en ellos cuando dejan en el suelo su mochila de ­becario y se lían un cigarrillo para bajar a fumar al sol.
Ignoran cómo podrán ganarse la vida; los que tienen un sueldo cobran apenas 400 euros por una media jornada en la que se sienten medio inútiles, conserjes sin puerta ni llaves a quienes los séniors piden un café, perpetuando bilateralmente el sistema de escalafones, pues a veces son ellos mismos quienes se ofrecen a traer unos capuchinos. Disimulan un miedo deforme, oceánico, lento. ¿Qué será de ellos en una sociedad donde la cultura del trabajo se ha devaluado como norte? El laborismo entendido como una manera de hallar sentido y músculo a la vida ha sido enterrado. Los jóvenes milénicos han visto como sus mayores ejercen de equilibristas sin dejar de repetir que están agotados. A ellos los recargaban, a su vez, de actividades extraescolares para tenerlos igual de ocupados, pero no cuajó el piano ni el ballet, delirios paternales que auguraban una sucesión de metas abandonadas.
Acaso los becarios que buscan su oportunidad no serán nadie hasta el día en que esté de baja un compañero y desempeñen su función incluso mejor que él. Un golpe de suerte. Una moneda al aire. El paro sigue golpeando a los veinteañeros –un 30% en España–, no obstante, no salen de la universidad hasta el cuello de deudas, y esa es una de las grandes victorias de la socialdemocracia respecto al despechugue neoliberal. En Estados Unidos, el déficit de los estudiantes con las financieras que subvencionan sus carreras ha crecido cerca de un billón americano. Los testimonios de los chavales que viven sin techo en alguno de los veintitrés campus de la Universidad Estatal de California tumban cualquier principio de dignidad humana. Homeless universitarios que duermen en sus coches, se duchan en el gimnasio y guardan el cepillo de dientes y las mudas en taquillas como las de la Humboldt, conocida como la universidad del hambre.
Su prioridad vital hoy, más que un amor o una familia de película, es tener un trabajo que disfruten. Los denominados salarios emocionales de empresas que acortan la brecha entre la identidad profesional y personal. Más allá de ofrecer guarderías y chill outs en la azotea, estas se rigen por la motivación, el intercambio de conocimientos y alentar el talento, la única forma –además de transformarse en cisnes– de ­aumentar la exigua productividad nacional.
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13 de marzo de 2019
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Dos que piensan


Aún hay gentes que dedican su vida a pensar y nos entregan el resultado de su viaje intelectual en el momento decisivo.

 

A veces parece que, desaparecida la filosofía, todo lo ocupa la política, es decir, la ingeniería de la sumisión. Puede ser, pero aún hay gentes que dedican su vida a pensar y nos entregan el resultado de su viaje intelectual en el momento decisivo.

Si todo es ya pura técnica de la sumisión, será porque la vieja naturaleza se fue con los dioses y de ella solo queda la explotación de sus simulacros. Nosotros ya no formamos parte del reino animal y el poder explota cada una de nuestras imágenes técnicas: contribuyentes, empleados, votantes, agraviados. Nos hemos parcelado a fin de hacer negocio con cada rincón. Tal es el asunto de los inmensos trabajos de dos filósofos españoles, ambos ocupados por igual preocupación: ¿qué significa hoy "naturaleza"?

Félix Duque (Filosofía de la técnica de la naturaleza) expone la historia del concepto: de la naturaleza primordial a la orgánica, artesanal, mecánica, cibernética o digital. Si en la primordial éramos primates, en la digital somos entes virtuales. Víctor Gómez Pin (Tras la física) expone la otra cara del asunto, la naturaleza en tanto que "cosa", la physis de los jónicos, hasta llegar a la naturaleza cuántica. Quantum y dígito se dan pues la mano.

Ambas obras, editadas por Abada, exigen estudio, pero el esfuerzo requerido es lo que merece el augusto misterio sobre el que discurren: aunque sigamos creyéndonos criaturas naturales, ¿qué pasa si ya no queda nada natural en la naturaleza? ¿Si nada nos sostiene? ¿Si no tenemos ya ningún fundamento? Dice Pin que somos lenguaje, pero ¿de quién? Dice Duque que somos animales técnicos, pero ¿humanos? ¿Acaso ya solo servimos como soporte de nuestros móviles? Con preguntas ayuda la filosofía a resistir la explotación.

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12 de marzo de 2019
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Plastic World, apud Sagrada Biblia

 

  

Vivíamos de la carne

De la carne del mar y de la tierra

¡Ay del mar y de la tierra!

Las hojas del árbol eran saludables para las naciones

Pero los tábanos ahuyentaron a la hechicera

Ahuyentaron al reo

Ahuyentaron al extranjero

Al que poseía la piedra de jaspe

Lo perturbasteis y se puso en fuga

Como los falsos doctores

Bajo la influencia de la molicie reinante

Quedaban veinticuatro ancianos

Y veinticuatro vivientes

Veinticuatro vivientes misteriosos

Que cayeron de hinojos

Fulminados.

 

Se halló la sangre de todos los degollados

La sangre que ocupaba el mar

Que ocupaba los vientres de los peces

Y los vientres de la aves

Pero las tinieblas pasan

A bordo del navío de los hombres oscuros

Negros como pelo de cabra

Hasta que el caballo bermejo

Conducido por el manco que devora la espada

Pisotea al extranjero marcado

Marcado con señales tiznadas en la puerta

En la puerta de su casa de barro

Y alguien obtiene el poder de abrir los sellos de hierro

Y el poder de no ocultarse

Ante el rostro de quien se sienta en el trono.

 

 

Ferrer Lerín, marzo 2019

 

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11 de marzo de 2019
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Ni perras ni bichas

Se acuerdan de Lorena Bobbitt y del impacto que produjo en el imaginario colectivo su cuchillo enfebrecido? Ocurría en 1993, en un apartamento humilde en el que Lorena (Gallode de soltera) soportaba a diario las borracheras de John, un exmarine que la maltrataba repetidamente. El caso fue motivo de chanza en todos los idiomas. El trozo de miembro en una bolsa de plástico, dispuesto para serle injertado, protagonizó un serial de interés público y urológico. Los hombres cerraban los ojos angustiados por lo que entrañaba aquella venganza: ¿y si las mujeres empezaban a cercenar falos con jamoneros a modo de protesta? Al principio, la opinión general se posicionó del lado del John, hasta que se conoció la terrible historia de aquella mujer –Amazon acaba de estrenar un documental sobre el caso–. Tras 45 días de ingreso psiquiátrico, ella fue absuelta. Bobbit se hizo actor porno.
Eran tiempos en los que Madonna cantaba con los pechos al aire, aunque la violencia contra las mujeres se saldaba con una multa a precio de menú del día. Al humorista Miguel Gila se le reía este chiste en los sofás tresillo: “Acabo de matar a mi mujer y no sé si he hecho bien o mal”. Un político vasco, Jesús Eguiguren, era arrestado durante 17 días por haber causado múltiples golpes y heridas en el cuero cabelludo a su mujer, quien días después lo eximía del delito asegurando que se había caído por la escalera. Los varones españoles, a la cola de Europa junto con los italianos, dedicaban 30 minutos a las tareas domésticas.
En la América de Clinton se sucedían casos de mujeres que nunca quisieron estar en el ojo del huracán, pero a las que el roce con la sexualidad poderosa las estigmatizó de por vida. Con cuánta crueldad se trató a Monica Lewinsky, que nunca levantó cabeza, mancillada y despreciada; lo último que he leído acerca de ella es que suplica el perdón de Hillary. “¿Por qué las recordamos como perras y no como víctimas del sexismo?”, se pregunta Allison Yarrok, autora de un ensayo sobre los años noventa, cuando bitch rimaba con rich y todo lo excesivo y sexualizado vendía. El marketing del poder femenino parecía halagador, sin embargo resultaba tramposo al enfundar al estereotipo de mujer ambiciosa en unos drapeados salvajes con los que difícilmente podía sentarse en una mesa de trabajo.
En estas tres décadas, las mujeres han ido despojándose de atributos simbólicos y se han calzado las zapatillas para ocupar el espacio público que les había sido negado. También han redefinido la feminidad, un concepto secuestrado por el constructo patriarcal que había envejecido muy mal. El pasado 8-M las mujeres –y muchos hombres– demostraron por segundo año consecutivo que su fuerza es determinante en el nuevo orden político-social. El feminismo ha logrado salir de los márgenes para devenir el pulmón de la sociedad, por mucho que le busquen adjetivos que amortigüen su pujanza, tan imparable como innegociable.
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11 de marzo de 2019
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El vuelo de Safo

Decía mi maestro Vidal-Naquet que las mujeres y los esclavos habían sido los héroes secretos de la antigua Grecia.

Solo los escritores (Esquilo, Sófocles, Eurípides) supieron dar voz en el teatro a los que no tenían voz en los foros, rescatándolos de las moradas del silencio.

Fascina comprobar cómo razonan las mujeres en la tragedia griega, cómo se oponen a la injusticia, la tiranía, la desfachatez, la arrogancia. Y lo hacen siempre con palabras fulminantes y ajustadas.

Son la voz clamorosa de la intrahistoria.

En la tragedia griega, representan la imagen más honda, más persuasiva y más definitiva de la humanidad. No es paradójico que tengan un papel tan señalado en la tragedia. Danzaban sobre la cuerda tensa de los más terribles conflictos, en los que se ponía en cuestionamiento su propio ser.

Parecen ángeles del abismo, lanzándose hacia un vacío de incomprensión delirante y delirante cinismo, como dicen que hizo la poeta de Lesbos en aquel acantilado donde, según la leyenda, se llevó a cabo

el

vuelo

de

Safo.

 

No me refiero a su suicidio, aunque lo parezca. Hago más bien referencia al vuelo de su lírica y su aliento. Aún nos acordamos de ella, a pesar de que solo nos quedan algunos fragmentos de su obra. Adentrémonos, con la imaginación y el deseo, en aquella noche oscura en la que Safo dijo:

 

La luna se evapora

y las Pléyades se marchan.

Es medianoche:

las horas pasan y estoy sola.


 

 

 

 

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8 de marzo de 2019
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El Boomeran(g)
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