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La luz (1)

La luz es la noticia. Todos estamos formados de corrientes eléctricas y la identidad se sintetiza en un hálito que posee una luz central.

De esta  iluminación procede la personalidad crucial y su capacidad para repeler o mezclarse con otros instintos luminosos.

El temperamento que es anterior y primordial está compuesto por haces de luz que, anudándose en composiciones distintas, determina el centro de mayor aproximación al mundo.

El carácter proporciona gradualmente, a través del devenir biográfico, el tallado de la luz fisiológica o temperamental y en el carácter se reúnen y transforman los humores y las partículas gaseosas con las que salimos al mundo. El mundo nos recibe en un ámbito a la vez vivo o iluminado. Nacemos de un alumbramiento y evolucionamos mediante una sucesiva secuencia de claroscuros. Esta carrera biográfica se cose como una narración y se teje, a la vez, como un lienzo donde la plasmación de los diferentes colores y su particular distribución es la consecuencia de los golpes o galopes por cuyo efecto se modifica la luz.

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19 de diciembre de 2007
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La otra patria

Rafael Argullol: El viaje exterior sin reelaboración interna se convierte en puro deslizamiento por la superficie.

Delfín Agudelo: Todo viaje implica desciframiento, tanto personal como exterior. También es posible que nuestros viajes interiores terminen siendo un juego de rastrear el viaje de algún otro. Siempre seduce descubrir el sendero del otro viajero.  Pero, en muchos casos, el verdadero enigma es nuestra casa, nuestra ciudad y nuestro país.

R.A.: Juega un papel importante la sensación que tuve desde muy joven de que la patria no era nada de lo que nos decían los historiadores, políticos o educadores, sino que la patria, si podemos utilizar esta palabra, era algo que siempre estaba delante nuestro, buscando un origen. Yo lo relacionaría con la sombra: uno de los grandes descubrimientos cuando eres niño es que tienes sombra, que está detrás de ti. Con respecto a la sombra, hay un segundo descubrimiento que tenemos en la edad adulta y es que no hay sólo una sombra detrás, sino que también hay una sombra delante. A mí lo que me ha pasado es que siempre he perseguido esta sombra que está delante pero buscando en esa sombra también lo que dejaba atrás, lo que estaba en el origen. A partir de aquí siempre he visto la vida y la literatura como un viaje, como una especie de juego de espejos ilimitados. Yo me reflejo y me voy reflejando en paisajes futuros, pero al final de todo este juego de espejos lo que espero encontrar es el paisaje original, que no me pueden entregar ni los políticos ni los historiadores, ni me pueden otorgar conceptos geopolíticos. Es más bien, valga la contradicción, una sensación espiritual. Por eso pienso que la mejor muerte que alguien puede tener es aquella en la cual la sombra que tienes delante y la sombra que tienes detrás lleguen a coincidir, se superpongan. Deberíamos morir exactamente en aquél momento en que llegamos a ese paisaje del futuro, que sentimos al mismo tiempo como paisaje del origen.

D.A.: Pero la patria que conoces, ¿es sombra venidera o sombra del pasado?

R.A.: Esto solo indirectamente puede tener que ver con ciudades natales. La ciudad natal te proporciona algunos de estos espejos fundamentales en ese juego, pero no creo que te proporcione el espejo último y esencial. Esa superposición entre la sombra que dejamos atrás y la sombra que tenemos delante se puede producir en la ciudad en la que has nacido, pero también se puede producir en cualquier lado. Lo importante no es el lugar físico, sino que llegue  a producirse esa sensación. En el momento en que se produjera esa sensación sobraría todo arte y toda literatura porque creo que todo lo que hemos llamado literatura, absolutamente todo, es un intento de buscar ese momento en que se superpongan las sombras que tenemos delante y detrás. Es decir, en que se superponga lo que buscamos y aquello que hemos dejado detrás nuestro, en un lugar indeterminado de nosotros mismos. Toda la literatura es eso. Por eso es tan distinto el tiempo de la ciencia al tiempo de la literatura: el de la ciencia es acumulativo, siempre busca dar nuevas respuestas para viejos enigmas; y el tiempo de la literatura es formular nuevos enigmas como equilibrio o contraposición de los viejos enigmas. Pero si llegáramos a revelar el enigma por antonomasia, sobraría toda literatura.

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19 de diciembre de 2007
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Socorro

Bienvenida sea la nueva edición en DVD de Help!, la película de Richard Lester que marcó su segunda colaboración con The Beatles después de A Hard Days' Night. El paquete es perfecto: incluye un segundo disco con extras, entre los que destacan documentales que permiten reconstruir el delirio que imperaba durante la filmación, un booklet con un texto de Martin Scorsese ("The Beatles sostenían la película, juntos y por separado, del mismo modo en que lo habían hecho los Hermanos Marx 30 años antes") y la posibilidad de ver tan sólo las secuencias musicales una tras otra...

Pero el paquete más perfecto es la película misma. Pudiendo haberse contentado con ser un bodrio (es verdad que a A Hard Day's Night, a la que el crítico Andrew Sarris definió como "el Citizen Kane de los musicales de rockola", marcaba un desafío a superar), Help! es una maravillosa amalgama de todo aquello que amábamos en The Beatles: las canciones, claro, pero también la anarquía, los juegos de palabras, el sentido del humor, los colores saturados del pop y la sensación de que las barreras de todo tipo -geográficas, culturales- habían sido derribadas como los muros de Jericó -pero a causa de mejor música, por cierto. En Help! se pueden anticipar algunas de las direcciones que The Beatles habrían de tomar de allí en más. La excusa argumental, un disparate que imagina a seguidores de la diosa Kali persiguiendo a Ringo, los acercó a los sonidos de la India que empezarían a explorar en su siguiente álbum, Revolver. La escena en la barbería en que John se prueba una barba larga y gafas de lentes redondas es casi un ensayo de aquel que se convertiría en su look más conocido.

Quizás lo más notable sea la manera en que el director Richard Lester y sus guionistas abrieron para Lennon una puerta que ya nunca habría de cerrarse. La idea de llamar Help! a la película es anterior a la composición de la canción homónima. John y Paul se encerraron a escribirla la noche previa a la grabación. Dos días después ya habían filmado la secuencia de títulos que la incluye. Seguramente influido por Bob Dylan -cuya marca más evidente está en otra canción inolvidable, You've Got to Hide Your Love Away-, Lennon aprovechó la excusa del pedido de ayuda explicitado en el título para expresar un dolor que estaba empezando a padecer: el de la pérdida de su independencia, el de la soledad absoluta que puede sentir alguien que nunca deja de estar rodeado. La música, todavía infecciosa y llena de energía, empezaba a ponerse al servicio de una necesidad expresiva inescapable. Con el tiempo esa misma música se convertiría en un grito, que el Lennon ya solista profirió en canciones como Mother y Well well well.

Ocurre a veces que, para comprender que necesitamos ayuda, sólo hace falta articular la palabra socorro. El resto se da por añadidura, como el agua que corre una vez abierto el grifo.

Una palabra necesaria, socorro. En estos días se asoma a menudo al balcón de mi boca.

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18 de diciembre de 2007
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Aparentar/ser

Tengo de fondo la dulce voz de Carla Bruni. Esta hermosa tiene muchas caras y mucho fondo de armario. Tiene bonitas canciones. Y otras cosas bonitas, al menos hasta donde yo he podido ver. Ahora la veo de otra manera, casi con sus últimos discos me pareció una musa de algo así como un post-existencialismo. Ahora, con otros amigos, otros trajes, otras fotos, la veo distinta. 

El querido Joubert decía que "el pudor inventó los ornamentos". Es posible que por pudor nos vistamos, disfracemos, cambiemos de ropa, de aspecto y así creamos ser otros. Seamos lo que parecemos.  

¿Somos lo que vestimos? Me he sorprendido con una foto de Víctor Manuel -en compañía de José Ramón de la Morena y Alonso- en una mina y disfrazado de minero. De repente ese que conozco, ese tan cuidadoso de que sus ropas se parezcan a sus maneras de estar en el mundo, de cantar, el sobrio y elegante Víctor Manuel, ese cantante que casi siempre sabe combinar bien los negros y grises; ahora, vestido de minero, podría parecerse a cualquier minero. A ese abuelo que fue picador allá en la mina. Una vez más me daba cuenta de lo importante que son nuestros hábitos. Somos lo que aparentemos, lo que parecemos, lo que vestimos. Para ver de verdad a la persona hay que mirar mucho, mirar el rostro, despojarlo de los vestidos. Incluso de los desnudos. Vuelvo y cierro con otro pensamiento prestado, robado a Joubert:

"Es casi exclusivamente a través del rostro cuando somos nosotros mismos; el cuerpo desnudo muestra el sexo más que la persona: no se piensa en el rostro de alguien cuando vemos su cuerpo desnudo; el vestido, pues, hace destacar el rostro. 

La persona está propiamente en el rostro; sólo la especie está en el resto" 

Así será. Muchas veces me cuesta distinguirnos de las especies.

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18 de diciembre de 2007
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IV. En busca de respuestas

Pero no hay que equivocarse. Estos jóvenes que dejan la discoteca un sábado por la noche para hacer fila en la taquilla de un teatro donde se va a leer poesía, no han cambiado poesía por novela; no es esa la escogencia. Buscan un significado más allá de lo que la sociedad de consumo depara todos los días, y buscan repuestas. Empiezan a creer que los poetas pueden dárselas. Hay un vacío espiritual evidente en este comienzo de siglo, cuando todas las respuestas parecen haberse agotado, y no es escandaloso decir que esas repuestas están, otra vez en la obra misma del espíritu, la poesía quizás la mejor de ellas.

/upload/fotos/blogs_entradas/juan_gelman.jpgLo que me apasiona es que sean jóvenes los actores de esta búsqueda, que es, a fin de cuentas, filosófica. No existe decadencia eterna, ni vacíos a largo plazo. Este nuevo siglo dará paso a una nueva dimensión de valores, en el retorno del péndulo alejado ahora hacia el páramo. Y esa vuelta será una vuelta ética. La poesía, llena de significados, no solamente el amatorio, puede encarnarla.

Por eso es que el Premio Cervantes concedido a Juan Gelmán, el admirable poeta argentino, es un aviso de que ese momento de la resurrección de los símbolos trascendentales de la poesía, está llegando.

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18 de diciembre de 2007
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Pensamiento virtual

Desde hace casi aproximadamente un siglo se admite la existencia de un pensamiento visual. Las nuevas generaciones, dicen los viejos, parece que no piensan y sólo actúan ligeramente pero la idea del pensamiento profundo corresponde a la cultura escrita y el nuevo pensamiento será necesariamente superficial. Así se va generando una nueva cultura del mundo plano.

El lenguaje escrito demuestra pronto las limitaciones para difundirse con fluidez más allá de una nación o una comunidad. El lenguaje visual, por el contrario, se caracteriza por su universalidad.

A los tiempos de los cantones y fronteras corresponde el texto, a los de la globalidad la imagen. ¿Cómo seguir aceptando pues que en las escuelas se lamenten tan obsesivamente de que los alumnos no lean cuando el pensamiento del mundo tiende más hacia la iconografía que a la grafía, más a la voluptuosa ondulación de los píxeles que a la del querido lomo del libro?

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18 de diciembre de 2007
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Un sueño griego

En múltiples foros he tenido ocasión de evocar la reflexión del Premio Nobel de Física Erwing Schrodinger relativa a la singularidad de la civilización griega.

/upload/fotos/blogs_entradas/schroedinger.jpgSchrodinger se encontraba en Dublín ejerciendo docencia en el Trinity College en un curso de Doctorado para físicos. Un día sin embargo interrumpió las clases, sorprendiendo a sus alumnos con la reflexión de que antes de seguir avanzando en meandros perdidos de la física había que interrogarse sobre la palabra misma que daba origen a la disciplina, a saber, Physis, que solemos traducir en castellano por naturaleza. A fin de efectuar tal cosa Schrodinger se volcó sobre el pensamiento griego, muy especialmente el presocrático. Resultado de sus reflexiones fueron unos apuntes, más tarde ordenados en un libro titulado Nature and the Greeks, que yo mismo (veinte años después de que lo hiciera, sin yo saberlo, el poeta Gabriel Ferrater) tuve la satisfacción de traducir para Tusquets al castellano. La primera interrogación de Schrodinger concernía la cuestión del llamado "milagro griego". Tópico tanto más reiterado cuanto que nadie sabe muy bien en qué consiste precisamente. Pues bien, para el eminente físico el milagro griego residiría fundamentalmente en los dos rasgos siguientes:

1)Grecia sería la primera civilización profundamente marcada por el postulado según el cual la naturaleza es en su esencia transparente a la razón, inteligible, susceptible -en suma-  de ser conocida. Ha de señalarse que esta percepción de la singularidad griega no implica en absoluto algún tipo de jerarquización de las civilizaciones. Pues cabe perfectamente que una gran civilización tenga un lazo con la naturaleza que no privilegia su transparencia al conocimiento; una refinadísima civilización puede sentir, por ejemplo, que sobre todo la naturaleza es sagrada, misteriosa y objeto de culto.

2)El hecho de conocer modifica nuestra relación con la naturaleza, con los demás humanos y con nosotros mismos, pero la naturaleza misma sería totalmente indiferente a estos cambios .En suma: la naturaleza es cognoscible, pero el conocimiento por sí mismo no modifica la naturaleza. Nótese que esta tesis implica ya una concepción del conocimiento que abre la puerta a una radical diferencia entre conocimiento y tecnología, pues esencia a la idea de tecnología es la potencialidad de modificar todo aquello que se convierte en su objetivo.

No es en absoluto casual que la creencia en la indiferencia de la naturaleza por el hecho de ser conocida sorprendiera al hombre al que se hallan asociadas algunas de las fórmulas determinantes de la Mecánica Quántica, es decir, la disciplina que mostró la imposibilidad de disociar objetividad y conocimiento a la par que ponía en entredicho el consenso (mantenido desde Aristóteles a Einstein) sobre los rasgos mínimos a los que habría de responder algo que se presenta para ser considerado natural , para poder decir que es una entidad fìsica.

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18 de diciembre de 2007
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Bares, tabernas y baretos (2)

Creo que estamos de acuerdo en que el bar aborrece las atmósferas envolventes y las florituras porque ahí se va a lo que se va, a tomarse el vino con la tapa a codazos con otros parroquianos pongamos un domingo al mediodía. De todos modos Madrid ha ido perdiendo ese realismo del pulpo pintado en el cristal, y en los restaurantes van desapareciendo los escaparates con el cochinillo mirando a los transeúntes y el chuletón tal cual ha sido cortado. Estos bodegones de tan realistas casi eran surrealistas y ahora en su lugar no hay nada, la pared o la hornacina con la carta. No sé, es todo muy soso, menos mal que el bar continúa siendo el local estrella de esta ciudad.

En cada esquina, en cada calle hay uno o varios, muchos en general. La presencia del bar es abrumadora, y cuando servidora era más tiquismiquis, el bar me parecía muy basto y populachero con los huesos y los palillos por el suelo y ese aire de tierra de nadie, hasta que leí en una guía para extranjeros que en los bares de Madrid después de limpiarlos a conciencia cada mañana se esparcen por el suelo huesos y palillos para dar la sensación de trasiego y atraer a la gente, lo que de ser verdad merecería una reflexión aparte, y de ser mentira, también. Cada bar dispone de una clientela más o menos fija entre los vecinos de los alrededores que acuden a sus entrañas a ver algún partido importante, a distraerse un rato y sobre todo para no estar en casa. Lamentablemente con las franquicias se están perdiendo los familiares nombres de Bar Flori, Bar La Escalera, o esos otros que contrariamente a su aspecto, que no es precisamente versallesco, parecen salidos de un joyero: El brillante, El diamante, La perla. Es lo que menos ha cambiado desde que tengo uso de razón tanto en la forma como en el fondo, salvo que ya no se juega al dominó ni a las cartas, pero eso no quita para que el bar de abajo siga siendo una alternativa, por lo que se puede decir que cumple una función social y terapéutica de primer orden. Además tiene la ventaja de estar muy a mano, frente al café que siempre pilla más lejos y que requiere una cierta planificación...

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18 de diciembre de 2007
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Al aire libre

Rafael Argullol: Nos describimos a nosotros mismos a través del mundo, pero no describimos tanto al mundo a través de nuestro yo.

Delfín Agudelo: Hay una clara simbiosis entre el yo y el mundo, y este proceso, que es reflejo opaco o luminoso, se traduce en literatura. Imagino que habrás tenido cientos de experiencias como éstas en tus viajes.

R.A.: Muchas. Entiendo y comparto la expresión de Novalis al decir que todo viaje es a través del interior. Pero yo diría que todo viaje es a través del interior si tú estás en condiciones de hacer un viaje exterior. En ese sentido, el puro viaje interior que queda en el interior puede desembocar en un solipsismo. El viaje exterior, que es la experiencia del contraste con el mundo, con lo que tienes alrededor, proporciona la materia prima que reelaboras como experiencia interior. En ese sentido, el viaje sucede continuamente. No quizá de la manera que tú prevés. Uno de los grandes atractivos del viaje es que lo que te proporciona no es tanto lo que habías previsto, sino aquello que se presenta, o que quizá tú estás predispuesto; pero no exactamente aquello que habías pensado. Esa dislocación de la experiencia me parece muy importante en todos los sentidos. Recuerdo lo que decía Van Gogh cuando estaba en Provenza: que él no podía pintar si no era sintiendo el mistral que le azotaba la cara. O lo que decía Nietzsche: todo pensamiento que no se produzca al aire libre se convierte rápidamente en un pensamiento venenoso.  

Uno de los grandes defectos del arte contemporáneo o incluso de la pintura en la segunda mitad del siglo XX es que el artista se fue encerrando en su estudio, en lugar de salir a ese aire libre que decía Van Gogh; y el pensador o sabio se quedó encerrado en su universidad, en su despacho o en su estudio, en lugar de ser un paseante, o asumir la figura del caminante. El pensador tiene que ser un caminante. En ese sentido, contrastarse con el mundo siempre proporciona una materia prima, aunque sea inesperada- incluso lo que podamos ver en un paseo que hacemos en nuestra ciudad siempre será inesperado. El Viajero debe evitar que su viaje sea puramente un interior. El viaje interior es la consecuencia y matriz de ese viaje exterior, es un circuito que se va alimentando. El uno alimenta al otro. El viaje exterior sin reelaboración interna se convierte en puro deslizamiento por la superficie.

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18 de diciembre de 2007
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Brújula perdida, estrella encontrada

¡Qué desilusión es La brújula dorada! Como fan de la trilogía del escritor Philip Pullman, esperé con ansiedad el estreno de su adaptación cinematográfica. El elenco me llenaba de esperanzas: Daniel Craig, Nicole Kidman, Derek Jacobi, Tom Courtenay y Eva Green como la bruja Serafina Pekkala. (Ah, qué mujer. Si todas las brujas fuesen como ella...) El diseño de producción, que había ido espiando durante meses en internet, también me alentaba: realmente era bello y en sintonía con el mundo paralelo que Pullman describe, una suerte de Inglaterra detenida en el tiempo en la que sigue habiendo carruajes -aunque propulsados a motor- y dirigibles surcando los aires. La responsabilidad del fracaso le cabe sin duda alguna a Chris Weitz, director y guionista, a quien le extendí crédito a pesar de que su currículum no era ninguna garantía. Weitz dirigió American Pie y la adaptación de la novela de Nick Hornby About a Boy, comedias realistas y a menudo zafias, pero yo siempre apuesto unas fichas a aquel que se juega por algo distinto. En este caso -ay- perdí. Los problemas de la película La brújula dorada son ante todo narrativos. El film procede acumulando explicaciones farragosas y escenas de acción sin preocuparse nunca por generar empatía con sus personajes y con el nudo de la historia. Cuando un relato que incluye niños esclavizados no logra retorcerme el alma, es que algo esta funcionando muy mal. En algún sitio, el fantasma de Charles Dickens se revuelve indignado.

/upload/fotos/blogs_entradas/stardust.jpgLo que me devolvió el alma al cuerpo fue la visión de otra película que conseguí en DVD el mismo fin de semana: Stardust, dirigida por Matthew Vaughn (autor de la entretenida Layer Cake), basada en la historia original de Neil Gaiman. Stardust también tiene un elénco mayúsculo (Michelle Pfeiffer, Robert De Niro, Peter O'Toole, Claire Danes) y una anécdota fantástica, en la que también hay brujas y mundos paralelos, como en La brújula dorada. Pero todo lo que la película de Weitz hace mal, Stardust lo hace bien. Uno se involucra con sus personajes, acepta las reglas que rigen su universo (alternativas a las del nuestro, pero de lógica inapelable) y no deja de sorprenderse hasta el final. Pero claro, Stardust fue realizada con un presupuesto infinitamente menor y tuvo una promoción minúscula al lado de La brújula, por lo que terminó pasando casi desapercibida. La vida no es justa. Es buena, como dice Lou Reed, pero de justa ni hablar.

Qué lástima que una historia tan bien hecha y a la vez tan revulsiva como la de la trilogía de Pullman (que responde al título genérico de His Dark Materials y presenta una relectura revolucionaria del relato cristiano de la Creación) haya sido asesinada por una versión cinematográfica tan desangelada. Chris Weitz debería regresar a American Pie V y dejar esta clase de relatos a gente que sabe cómo manejarlos: el obvio Peter Jackson, y ahora también Matthew Vaughn. Jackson & Co. tienen claro que no hay que dejarse marear por enanos, elfos, brujas y efectos digitales. Para que un relato así funcione las reglas son las mismas que en el resto de los géneros, de El graduado a El gatopardo: es preciso contar la historia de la forma más dramática y emocional posible, seduciendo al espectador para que se involucre en el destino de sus personajes. El público no hace distingos entre un príncipe encantado y un alumno de Harvard: lo único que quiere es que el director lo convenza de que vale la pena dedicar dos horas a acompañarlos en la persecución de sus destinos.

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17 de diciembre de 2007
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