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Los libros que me hicieron así 2: Hamlet

Nunca frecuenté el teatro: lo mío fueron siempre las novelas, las historietas, la TV, el cine, la música. Y sin embargo Hamlet me fascinó siempre. Todavía estaba en edad escolar cuando hice una adaptación (la recorté para darle dimensiones humanas), pensando en representarla en mi casa con amigos, para un público compuesto por nuestros padres. Imagino que por aquel entonces lo que me llamaba la atención era el prestigio y la profundidad insondable del to be or not to be. La obra de William Shakespeare era la cima del cánon occidental y yo quería ser culto desde chiquito, aun cuando no fuese más que un crío de clase media lleno de pretensiones -que es lo que sigo siendo, a fin de cuentas.

Ya era adolescente cuando vi en la Lugones una versión para TV protagonizada por Derek Jacobi que me encantó. Revisando los extras del DVD del Hamlet de Kenneth Branagh -la única adaptación al cine que incluye el texto completo, bordeando las cuatro horas y media de duración-, descubrí que Branagh se había enamorado de Hamlet viendo la misma, vieja versión. Hoy no me atrevería a verla otra vez por miedo a la decepción. Desde entonces, todos los Hamlet que presencié me decepcionaron. Aquel con Alfredo Alcón en el Teatro San Martín, el de Laurence Olivier, el de Mel Gibson (la ‘locura' del personaje se parece demasiado a la del Riggs de Lethal Weapon), la versión contemporánea de Ethan Hawke y esta enciclopédica de Branagh: ninguna me satisface del todo, algunas me resultan hasta abominables. Lo más cerca que estuve de ver un Hamlet que me conmoviese fue durante la entrevista que James Lipton le hizo por TV a Ben Kingsley. En medio de una respuesta, Kingsley se puso a decir el parlamento en que Hamlet da recomendaciones a los actores. Lo hizo tal como yo me imagino que debe hacerse: no como quien recita un texto reverenciado, sino como quien lo va creando a medida que habla -así como hablan ustedes, así como hablo yo. Siempre lamentaré no haber tenido la oportunidad de ver la interpretación de Kevin Kline y de Daniel Day Lewis -que, según cuenta la leyenda, abandonó el escenario al ver el fantasma de su propio padre, el poeta Cecil Beaton Lewis, y ya no volvió a pisarlo.

¿Quién es Hamlet? La encarnación de las potencias más sublimes a que puede aspirar un ser humano. (Este es un problema serio para los actores que lo interpretan: nada más difícil de actuar que la inteligencia verdadera y el genio creador.) Otra vez: ¿quién es Hamlet? Un gigante con pies de barro, al que todos sus dones no logran salvar de la tentación de la violencia. Pudiendo haber sido un hombre nuevo -la clase de salto cualitativo que la especie todavía no ha logrado dar, desde entonces-, terminó siendo otro hombre viejo: a la manera de su padre, el primer, brutal Hamlet, se convirtió en un guerrero más. Cuando en el acto final Fortimbrás ordena que pongan su cadáver sobre el escenario "como un soldado", y que la música militar y los ritos de guerra hablen por él, lo que está decretando es su derrota más profunda. Hamlet pudo ser más que soldado, que rey: pudo ser artista -y sacrificó su vocación en aras de la venganza.

Las ficciones que más nos moldean son aquellas que nunca dejan de interpelarnos. Como tantos otros, a sabiendas o no, yo he tratado de ser Hamlet en su gloria y también de no sucumbir donde sucumbió; supongo que seguiré intentándolo mientras viva. El resto es silencio.  

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13 de febrero de 2008
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2020: ¿Sobrevivirá la OTAN?

Un conocido de Noruega me indica que en su Ministerio de Defensa han llevado a cabo un estudio geopolítico sobre el mundo en 2020, que prevé que la OTAN se puede encontrar en serias dificultades existenciales para entonces. ¿Por qué? Pues en términos simples porque lo que dominará entonces serán tres polos: Estados Unidos, La Unión Europea y China (a la que, si se añade India da como resultado el concepto de Chindia, ampliamente difundido). Es muy posible que los europeos tengan un tipo de relación con China muy distinto que el que tendrá EE UU que ve en Pekín la posible emergencia de un polo rival. EE UU podría para entonces tener una visión confrontacional, o cuando menos rival, de China, mientras que la Unión Europea, no implicada en la carrera por el poder duro, podría tener unas relaciones mucho más constructivas con el gigante asiático. ¿Donde quedarían entonces las relaciones transatlánticas sobre las que se basa la hoy Alianza de 26 que pronto se va a ampliar a otros tres países? Es posible que estás distintas visiones sobre China acaben socavando las bases de la OTAN.

Los chinos tienen un pensamiento geopolítico sofisticado. Así, si han presionado, aparentemente con éxito, a Corea del Norte para que renuncie a su programa de armamento nuclear no es sólo porque no desea tener un vecino con armas atómicas. Sino también porque si Pyongyang lo lograra, otros países, como Japón o Corea del Norte, se verían obligados a seguir esta carrera lo que mermaría el poder chino.

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13 de febrero de 2008
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Simpatía por el asesino

No era exactamente simpatía pero no conseguí experimentar ese noble odio, desprecio y deseo de justicia que uno tenía cuando aparecía "el malo de la película". Y aquí el malo, es de lo peor. No tiene la cara de Jack Palance- que siempre fue mi malo épico, el mejor del Oeste -sino la cara de Javier Bardem.

/upload/fotos/blogs_entradas/javier_bardem_med.jpgEn la película de los Coen, No es país para viejos, Bardem interpreta a un psicópata, silencioso, desagradable, cruel y otros muchos adornos que tiene ese personaje pensado para ser odiado. Y no llegué a tener ese noble sentimiento. También me pasó con la novela de McCarthy. Es decir, no es simpatía por el español Bardem, por el primer actor español que ganará un Oscar, es extrañeza de sentimientos ante la representación del mal.

La película es tan buena como la novela. Desnuda, cruel y desolada como el paisaje de esos desiertos fronterizos de Estados Unidos. Vidas rotas, perdidas como las de aquellos soldados que volvieron de la guerra de Vietnam. Como las de esos que vuelven de esa otra guerra tan cercana y tan incomprensible como aquella, la de Irak. También con extraordinaria película y con un actor capaz de hacer verdad todo lo que interpreta, Tommy Lee Jones, el mismo que persigue sin esperanzas al malo de Bardem en No es país para viejos.

¿Quién gana al final? No desvelaré nada, aunque he tenido tentaciones.

Para entender algunas cosas del mal, la crueldad y el miedo, reflexionar con una frase de Paul Valéry que usó en otra de sus novelas el gran Cormac McCarthy:

"Vuestras ideas son terribles y vuestros corazones medrosos. Vuestra piedad, vuestra crueldad son absurdas, desprovistas de calma, por no decir irresistibles. Y al final os da miedo la sangre, cada vez más. La sangre y el tiempo"

Admitía la crueldad, el asesinato, la maldad exterminadora y me tapaba los ojos para no ver la sangre. Creo que necesito una terapia.

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12 de febrero de 2008
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Crónica espiritual de una nación

El cronista perfecto de la campaña electoral española debería renunciar a contar lo que sucede y limitarse a dar cuenta de lo que le sucede.

Esto es, describir los estados de ánimo que cada nueva noticia le impone con estruendo.

Cuando el cronista contempla la entrevista que Iñaki Gabilondo le hace a Mariano Rajoy en Cuatro, debe compartir el estupor del presentador ante las insólitas respuestas de Mariano Rajoy.

Será inolvidable la mueca de asombro que puso el periodista Gabilondo: se ve que hace lo posible por creer en su interlocutor pero a duras penas llega a vencer la tentación de llevarse las manos a la cabeza y decir: ¡pero, hombre de dios! ¿a dónde va usted con eso?

Poco después, la plana mayor del Partido Popular hace suyas las maniobras incendiarias de la extrema derecha europea, las arrastra hacia España y se pone al frente de la ignorancia popular española.

Rajoy da forma política al miedo, modula el resquemor, organiza los prejuicios y agita la cabeza del nuevo enemigo.  Para el candidato Rajoy no hay duda: el latente rechazo al emigrante galvanizará las confusas propuestas de su Partido. No le importa que su oportunismo populista inyecte virulencia a la hostilidad racista, desinhiba la agresividad clasista. Qué más le da. Lo que Rajoy quiere es la Presidencia del Gobierno.

Si los fenómenos residuales de xenofobia adquieren gracias a su decisiva intervención el rango de alarma social, si los elementos violentos de la sociedad se organizan gracias a su guiño amoral, si el desdén de los ciudadanos por los extranjeros se confunde con los motivos de la pesadumbre social (agobios económicos, incertidumbre laboral, cansancio vital en barrios maltratados por el diseño urbano), el candidato Rajoy verá de este modo confirmado el acierto que sus asesores tuvieron al recomendarle que perdiera la vergüenza.

 

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12 de febrero de 2008
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Entereza (andreia) de hombre y mujeres

En relación al tema de la andreia citaré ahora otro párrafo fundamental (en razón de que a todos, sin excepción, nos concierne) esta vez de la Política de Aristóteles:

"Se dice, con razón, que no puede mandar quien no ha obedecido. La virtud (el uno y del otro difieren, pero el buen ciudadano tiene que saber y tener capacidad, tanto de obedecer como de mandar; y la virtud del ciudadano consiste precisamente en conocer el gobierno que ha de regir a los hombres libres) tanto desde el punto de vista del que obedece como desde el punto de vista del que manda.

Las dos cosas (obedecer y mandar) son propias del hombre cabal. Y si la templanza y la justicia adoptan forma distinta en el caso del que manda y del que, aún siendo libre, obedece, es evidente que la virtud del hombre cabal, por ejemplo su justicia, no será unívoca, sino que adoptará formas distintas según que ese hombre gobierne o sea gobernado; análogamente a como son distintas la templanza (sofrosúne) y la hombría (andría) en el caso del hombre (andrós) y de la mujer (gunaikós). Pusilánime (deilòs) parecería, en efecto, el varón (anér) sí mostrará su hombría ‘en la forma que la mujer muestra la suya' (hosper gunè andreia); y la mujer parecería verbalmente incontinente (lálos) si mostrara el tipo de recato que es pertinente en el varón cabal (ho anér ho agathós)."

El término griego anthropós designa tanto a los representantes femeninos como a los masculinos de la especie humana. Para referirse al varón por oposición a la fémina, se usa el término anér apuesto a guné. De ahí que, en principio, la virtud (areté) propia del varón, la andreia o andría, en principio no debiera ser confundida con una virtud análoga expresiva de la condición femenina. Las cosas no son, sin embargo, tan claras. Para empezar, no se da en griego un término específico, forjado a partir de guné para designar la percepción o virtud femenina. Por otro lado, muchas de las características esenciales de la andría son de tal tipo que la mujer puede perfectamente reconocerse en ellas. De ahí que Aristóteles muestre en este texto una inclinación a generalizar el término andría, distinguiendo entre una andría propia del hombre y una andría propia de la mujer. Razón aristotélica que mueve a no traducir andría por virilidad, sugiriendo por el contrario lo adecuado de un término como entereza.

Andría es aquello que el hombre en general (es decir, dado ese fascinante equivoco, tanto el hombre como la mujer) revela cuando deja que su condición se abra camino, cuando asume lo que le determina y no se encharca en los problemas contingentes en los que de ordinario nos vemos sumergidos.

Esta precisión sobre el común destino de hombre y mujer no es superflua, en un momento en el que, con vistas a una pretendida interparidad se repudia el uso genérico de términos expresivos de un hecho fundamental, a saber: que la división entre hombre y mujer en el seno de la humanidad nada tiene que ver con una polaridad simétrica.

Es quizás marca, rasgo constitutivo de lo humano, el que a la vez seamos dos subclases y que una de ellas sea designativa de la clase en general. Seguro que esta equivocidad intrínseca se ha contaminado con otras perfectamente contingentes y que reflejan una subordinación social. Pero conviene hacer la criba. Y precisamente por hacerla hemos de negamos a renunciar a la expresión hombre para designar el género humano, todo el género humano, por oposición a las otras especies animales. El hombre... cuya andreia adopta en el caso del varón una modalidad y en el caso de la mujer otra modalidad. Por supuesto, ambas modalidades suponen lo esencial, entre otras cosas una disposición física, una utilización del cuerpo, animada por el juicio:

"Y Sócrates respondió: Señores, en muchas otras ocasiones también se hace evidente...que la naturaleza femenina no es inferior a la de un varón, sin embargo, necesita de juicio (gnômês) y de vigor (ischúos)." (Jenófanes, Banquete, II, 9)

Sócrates hace esta afirmación tras contemplar una audaz muchacha que toca la flauta y baila a la vez, haciendo peligrosos equilibrios entre cuchillos. La precisión "sin embargo, necesita de juicio" alude a algo obvio, a saber: que dado el estatuto de la mujer en la sociedad griega, muy poco se contaba de hecho con su parecer. De ahí la necesidad de un entrenamiento, tanto en la dimensión física como en la judicativa, lo cual explicita Sócrates en la continuación del texto: "Así que si algunos de vosotros tiene mujer, que se anime a enseñarle lo que quisiera que ella sepa utilizar".

Mi amigo el profesor Santiago Escuredo, quien me puso en la pista de estos textos, glosa de esta manera el de Jenófanes:

"La capacidad de la mujer se muestra, según esta obra, porque ha llegado a tal grado de autocontrol que coordina rítmicamente todos sus movimientos. Y eso lo ha conseguido con el baile, que es mejor entrenamiento que la gimnasia, porque ‘en la danza ninguna parte del cuerpo se mantiene inactiva sino que cuello, piernas y manos se están ejercitando al mismo tiempo' (Jenófanes II, 15). Eso lo demuestra el propio Sócrates que se pone él mismo a bailar al ritmo de la música".

El profesor Escuredo me transmite, asimismo, una nota relativa al Laques de Platón (196c10 siguientes). Además de señalar que la andreia corresponde tanto a hombres como a mujeres, el texto muestra una radical diferencia entre humanos y animales, precisamente en base al hecho de que el arrojo eventual de estos carece de toda dimensión reflexiva, lo que les separa de la andreia. Cierto es, sin embargo que, en ocasiones, hombres y mujeres también hacen gala de una temeridad propia de animales, pero cabría decir que entonces no se comportan como humanos, no responden a la andreia.

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12 de febrero de 2008
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La clandestinidad

La clandestinidad no es sólo una tópica forma de actuación política. Puede ser, sencillamente, una particular manera de vivir. De vivir en la superficie y en el subterráneo consecutivamente: con una narración a la vista de todos y otra biografía en la ocultación.

La voluptuosidad de la clandestinidad es desconocida por una amplia clase de personas mientras otras la consideran inseparable del regusto por vivir.  ¿Honestos unos y deshonestos los otros? La intimidad se halla en el corazón de la clandestinidad aunque no sean de la misma naturaleza. Gentes menos sensibles a guardar secretos pueden abrazar paradójicamente la clandestinidad porque ella no es tanto un secreto dentro de una determinada vida sino, rotundamente, una segunda vida. Segunda vida que se oculta aquí y se revela allá puesto que lo clandestino constituye una operación que encubre  la acción dentro de un sistema y, por el contrario, conlleva una activa participación en el otro. Los dos espacios o sistemas incompatibles hacen posible el movimiento clandestino, que en un ámbito se sumerge y en el otro aflora, de manera que la existencia discurre como un vaivén de inmersión y flotación casi incesante. Es decir, a la manera de los peces de donde procedemos que saltan y entran en la superficie del mar, que brincan de  la oscuridad a la claridad, de la humedad a la ventilación y  de la evidencia soleada a la camuflada transparencia.

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12 de febrero de 2008
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Hospitales (2)

En el momento en que te asignan una cama y un camisón con abertura por detrás pasas a formar parte de ese mundo. Y, aunque en menor grado, también el acompañante. El acompañante es alguien que vive la situación sentado en una silla o bien apoyado en la pared del pasillo interactuando con los que están en su misma situación. Va y viene tanto a la máquina del café o de las coca-colas, que al cabo de los días conoce la planta mejor que su barrio y a los familiares de otros pacientes mejor que a sus propios vecinos.

El olor se nota nada más entrar en el vestíbulo. Baja de los pasillos y de las habitaciones entreabiertas por las escaleras y ascensores y se queda pegado a la ropa. Es tan denso que podría ser de color verde, pero nadie sabe describirlo, todo el mundo arruga la nariz y dice: ese olor. Podría ser una mezcla de antibiótico, zumo de naranja y lejía. Al principio, aunque no queramos ser escrupulosos, revuelve el estómago y tendemos a respirar a medio gas. Parece que así no se llega a estar del todo allí, que de alguna forma una parte de los pulmones y del cuerpo continúa en la vida normal.

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12 de febrero de 2008
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Ufanas aguas negras

Lo peor de guarecerse en manías gaznápiras es tener que sacar la cara por ellas, y hacerlo hasta el extremo de enorgullecerse. Sobran quienes se ufanan de ser intolerantes compulsivos, perezosos tenaces o frígidos del alma y reflejarlo en una larga lista de tics hechos en casa, que de acuerdo a una lógica comodina y mediocre resaltan lo que llaman su individualidad. Vamos, no es que se sienta uno libre de todo ello; si consigo advertirlo con facilidad es porque soy también anfitrión de numerosas y muy cretinas supersticiones. Nada desquicia tanto de los otros como que osen tener manías similares. Cosas que uno consigue perdonarse más fácilmente luego de haberlas condenado en el prójimo.

     He conocido a tipos que se envanecen de nunca haber leído un libro. No tienen tiempo, dicen, para gastarlo en estupideces. Ya bastante se cansan pensando en el trabajo para tener que hacerlo fuera de él, como si los quehaceres neuronales fuesen un sacrificio y no un placer. Uno de ellos dejó de ser mi amigo el día que lo cité para un café en una librería. "Esos pinches lugares me agreden con su cultura", se excusó, y no pude evitar responderle qué tan beligerante me parecía su pinche ignorancia, cuando tal vez lo único procedente habría sido carcajerme en el auricular. Pero había que golpearlo, no tanto para hacerlo sentir mal como para atacar mis íntimos malestares, pues desde siempre siento que he leído y leeré menos libros de los que debería. Tachar, pues, de ignorante a mi amigo el palurdo me relevaba de la preocupación de temerme mucho menos sabihondo de lo que aquel silvestre imaginó.

     Hasta hace poco me ufanaba de beber cuando menos seis Coca-Colas diarias. De otro modo, afirmaba con vanidad vestida de resignación, no puedo ni escribir. Cuando lo único cierto es que para sentarse a empujar las ficciones no se precisa más que un par de cucharadas de osadía y varios kilos de fe en uno mismo. Aquí y ahora, en mitad de la Amazonia, he cambiado las seis Coca-Colas por dos latas al día de Guaraná Antarctica y un poderoso plato de açaí, sin que por ello se me traben los párrafos o la tinta se niegue a fluir. Solía decir, también, que la escritura de una novela me exigía la familiaridad del espacio casero, de manera que sólo en mi hogar y a una hora del día podía hacer lo mío como Dios manda, cual si la Causa Primera No Causada se entretuviera en ordenar estupideces.

     ¿Cómo he sabido que toda esa teoría de la escritura sedentaria no era más que otra de mis manías idiotas? Desde el momento en que me vi orillado a elegir entre la mujer de mi vida y la novela en turno, que era como tener que decidirse entre llevar adentro corazón o pulmones. Reinaldo Arenas debió escribir tres veces la misma novela, no en un estudio bien acondicionado sino en una mazmorra infame, donde no había pretexto para el conformismo. ¿Y qué decir de esa manía antipática de encerrarme dos horas en un cuarto de hotel antes de proceder a la presentación de un libro? Pues nada, que hasta hoy no consigo quitármela, aun si más de una vez -o más de veinte, para ser sincero- he llegado hasta el escenario sin putísima idea de qué voy a decir, y una vez sometido a la presión del momento el asunto funciona como si hubiera habido un guión escrupuloso.

     Detrás de cada manía suele ocultarse algún temor sin nombre. Nada que no sea fácil de ver en los demás y pasar totalmente por alto en uno mismo. Manías que limitan y acomplejan, que se alían con la peor parte de uno sólo para tranquilizar a sus zonas mediocres con la certeza bemba de que nunca ha podido, ni puede, ni podrá: un argumento irrebatible, según quienes envidian en secreto al maniático y prefieren que siga encariñado con sus limitaciones postizas. Claro que es imposible vencerlas a todas, pero de ahí a llevarlas por bandera existe cuando menos tanta distancia como la que separa a la compulsión del deseo. Y ahora, si no les importa, voy a empujarme la primera Coca-Cola de este mes. ¡Bebida inmunda, cuánto la extrañaba!

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12 de febrero de 2008
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II. Jesús y Lucifer

El creacionismo. Uno de sus abanderados, el pastor bautista Mike Huckabee,  ex gobernador de Arkansas, aún disputa en las elecciones primarias la candidatura a la presidencia por el Partido Republicano, lo que ha vuelto a abrir el debate sobre la influencia que las convicciones religiosas de un presidente de Estados Unidos pueden tener sobre la enseñanza pública, y el desarrollo de las investigaciones científicas; ya se ha visto como Bush se ha opuesto tajantemente a asignar fondos federales a los experimentos para la clonación de embriones humanos, aunque sea con propósitos médicos, lo que amenaza con dejar a Estados Unidos a la zaga de la vanguardia tecnológica.

El fundamentalismo religioso, con todas sus consecuencias políticas, ha estado más presente que nunca esta vez en el debate electoral. En el mismo espectro de Huckabee, pero con matices propios, y a veces contradictorios, apareció el ex gobernador de Massachussets, Mitt Romney, que pertenece a la iglesia mormona igual que sus ancestros, y de la que ha sido obispo. Al contrario de los bautistas, que forman congregaciones muy extendidas, los mormones no representan sino al 1.9% de la población creyente de Estados Unidos. El propio Huckabee y sus partidarios les niegan la condición de cristianos y los acusan de proclamar que Jesús y Lucifer son hermanos, y de rechazar la cruz como símbolo.

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12 de febrero de 2008
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Cuidado con los ricos

Hasta ahora vi tan sólo los tres primeros episodios de la temporada inicial de The Riches, pero ya me quedé enganchado. The Riches es una serie concebida por Dmitry Lipkin para FX Networks, que comenzó a exhibirse en América Latina hace un mes. La historia es simple: una familia de ‘travellers' de origen irlandés -lo que aquí llamaríamos gitanos- rompe lazos con su clan original (de una forma expeditiva: robando todos sus fondos) y se entrega a la fuga. En plena ruta es testigo de un accidente automovilístico, que resulta en la muerte de un matrimonio apellidado Rich. Al hurgar entre sus pertenencias, descubre la llave de una casa nueva y los datos de su ubicación. Se trata de una vivienda lujosa en un barrio privado de Baton Rouge, Louisiana. Después de esconderse allí durante la noche, el jefe de la familia Malloy, Wayne (Eddie Izzard), decide que es posible que se hagan pasar por los Rich de manera estable, gozando de su casa y de su fortuna.

Los Malloy están lejos de ser una familia convencional. Wayne es un estafador. Su esposa Dahlia (Minnie Driver), que acaba de salir en libertad condicional después de dos años convicta, lidia con una adicción a las drogas que adquirió en prisión. Los dos hijos mayores, Cael y Di Di, son cómplices habituales en los engaños de su padre. Y el pequeño Sam, que también trabaja en cada una de las estafas, ama vestirse de mujer.

El canal de TV que la estrenó en la Argentina la emite después de Weeds, la saga de otra familia anticonvencional, liderada por una madre viuda que trafica marihuana. Y eso que después de Six Feet Under y The Sopranos uno creía que ya lo había visto todo en materia de familias disfuncionales.

El aspecto más prometedor de The Riches pasa no tanto por su dinámica familiar, sino por la comedia infinita que promete una simple comprobación: a pesar de ser un grupo de delincuentes inveterados, los Malloy empiezan a sospechar que los Rich -y con ellos toda la comunidad de ricachones que los rodea- son los delincuentes más grandes y más peligrosos que han conocido nunca.

Delicias de la clase acomodada, aquí, allá y en todas partes. 

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12 de febrero de 2008
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