Lo que bien se aprende, no se olvida, decían en la escuela cada vez que uno argüía que algún conocimiento pertenecía a un curso anterior. El problema, entonces incipiente y hoy escandaloso, está en la cantidad de fruslerías que uno debe aprenderse si pretende seguir tuteando al mundo. Instructivos, manuales, tutoriales y cursos cuya vigencia se desvanece con el arribo del próximo invento. Me amargaría la vida calcular, sólo en el disco duro de mi computadora, cuántos manuales hay cuyo conocimiento me ahorraría esfuerzo y tiempo en el manejo de cada herramienta, aunque sólo por algún corto tiempo. Pero al cabo no sé si sea más amargo resignarse a que nunca va uno a apalabrarse bien con todos sus autómatas, o a continuar atesorando conocimientos chatarra y más pronto que tarde terminar compartiendo su obsolescencia.
Cada aparato con el que uno se entiende aspira a convertirse en una prótesis. No saber manejarlo tal como lo aconseja el instructivo equivale a ir cojeando por la vida, pero ni los usuarios más ordenados tienen el tiempo y el espacio mental para moverse con gallardía por las decenas de tableros e interfaces con los que hay que entenderse cada día. Al final, descompone uno los juguetes sin saber bien a bien qué fue lo que hizo mal, y eso desde el momento en que desconoce supinamente la utilidad de buena parte de los mandos y botones, de modo que oprimirlos equivale a sumir la tecla random y encomendarse al Espíritu Santo. Imaginemos una mano mecánica que se limita a obedecer las dos terceras partes de las órdenes de su dueño, ¿quién le asegura que cualquier día no va a mirarse abofeteando involuntariamente a un alto jerifalte siciliano?
Son legión quienes se enorgullecen de sus conocimientos chatarra. Que es como envanecerse por poseer un coche nuevo que tardará unos meses en cubrirse de herrumbre. Pero son igualmente legión los que encuentran orgullo en no saber usar un jodido teléfono. Debe entenderse, piensan, que tras esa renuncia a la destreza técnica se oculta un alma insobornablemente libertaria y no una colección de pavores atávicos, primos hermanos de la idolatría. De modo que no sé ni qué pensar, vivo con sentimientos encontrados respecto a esos tiranos electrónicos que en teoría obedecen a un amo que no acaba de gobernarlos.
Debe de haber un porcentaje importante de caos personal a partir de esta diaria randomización que tiene a buena parte de la humanidad tomando decisiones meramente fortuitas en torno a actividades elementales, que es como irse a vivir a un casino donde las reglas rara vez son las mismas y el premio máximo es la supervivencia. No poca cosa, finalmente, para quienes nos hemos pasado mañanas, tardes y madrugadas enteras oprimiendo botones diseñados para salvar princesas y masajearse el ego en cada buen intento, pues como cuando niños encontramos inmensos yacimientos de autoestima en el manejo diestro de un par de juguetes. ¿Quién no quiere escuchar de unos labios queridos que es un crack del volante, un gurú cibernáutico, un connoiseur en hi-tech, aunque no sea tan cierto y en fin, más que nada por eso?
Dreamweaver, Word, Safari, Photoshop, ImageReady, Director, iTunes, DVD Ripper, Sound Forge, TextEdit, iPhoto, Flash, Yummy FTP, Fireworks. Son los que me han venido de inmediato a la mente. Cada uno es un brazo mecánico que se mueve de acuerdo a mi colección personal de conocimientos chatarra y destrezas desechables. Nada que pueda presumir ante nadie, la mayoría de estos programas son juguetes celosos y adictivos, meras prolongaciones del gusto viejo por los videojuegos y las monomanías propias de quien ha contraído el vicio de narrar. Hay oculta una placentera impostura, similar a la de los juegos infantiles, tras el apasionado escozor por los conocimientos chatarra. Se juega y no se juega, se es y no se es, se salva a la princesa cojeando de ambas piernas y se siente uno heroico por eso, como San Juan Autista recién canonizado. To be and not to be, that is the password. *
* Escrito tras pasar a duras penas por la lección 14 del libro-curso-juguete Final Cut Express: Movie Making For Everyone (Apple Training Pro Series), por Diana Weynand.

n el hombre y el arte. Luego, a través de una secuencia absolutamente genial de la película, se nos muestra la metáfora de la recuperación de esta fe: un chico, un adolescente hijo de un constructor de campanas, es obligado por parte del duque de Moscú a fundir y construir una campana, actividad que el asegura que hará. Logra construir la campana, y al final se descubre que no conocía la técnica para poder hacerlo. A través de la propia fuerza que tiene su fe, le hace llevar a cabo la realización de algo tan difícil como es la fusión y construcción de una campana. Al contemplar eso, Rubliov recupera la fe y se lanza a la pintura de esos maravillosos iconos. Para mí, el nombre de Rubliov no solo va unido al de una extraordinaria muestra de la pintura, sino también a algo que me parece absolutamente imprescindible desde el punto de vista de la creación, que es conservar la fe. 





El supremo espíritu bíblico no ha desaparecido entre nosotros. Porque ¿qué es la democracia sino un sistema donde se representa la voluntad de Dios a través de la meticulosa descodificación de los resultados electorales? España, como otros países, ha consagrado estos últimos días al trabajo de interpretar el escrutinio del 9-M y con el fin de escrutar en él la voluntad entretejida del pueblo.
sufrido ese máximo castigo de seducirla no por sus encantos sino por compasión de la chica , Satanás le dice una frase genial: “Nunca hay castigo suficiente para quien ama.” Por tanto, el amor, que evidentemente siempre está vinculado al castigo, no deja de ser el fruto de un castigo inicial. Sin ese castigo, sin esa caída, en la vida de sonámbulo del andrógino, o en esa especie de blancura sideral del mundo de las ideas platónico, ahí no hay posibilidad de amor. El amor místico mismo, que casi siempre es un amor—en la tradición cristiana— que pasa por un cuerpo que se ha sentido escindido del dios padre como vía unitiva, como unión, es así precisamente porque es la más alta conciencia de separación y de nostalgia.