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(Un paréntesis)

Imre Kertész y Péter Esterházy relatan su accidental encuentro con una popular figura literaria. Hoy parece inevitable que la alusión nos remita al modelo que sólo Kafka supo llevar a su más alta perfección teológica e ineludible que leyendo a los escritores húngaros nos resulte fácil imaginar al autoritario y sombrío funcionario. Cuando los autores reconstruyen el miedo que impone el aduanero, nos impresiona la vigencia de esta maquinaria de humillación espiritual. (Una historia: dos relatos. Galaxia Gutenberg).

/upload/fotos/blogs_entradas/diario_de_un_genio_med.jpgAntes de su desagradable tropiezo con el revisor, sentado en el vagón del tren que lo conduce a Viena, Kertész lee el Diario de un genio y medita el vínculo que Salvador Dalí dice haber descubierto entre el oro y las heces. Kertész sigue con dificultad el razonamiento del artista ampurdanés pero cree intuir el alcance de su hallazgo. Y es justo en el preciso momento en que el autor menciona a Dalí cuando siento un desagradable malestar, como si el nombre del pintor removiera antiguas aprensiones.

Y es en verdad muy extraño pues siempre he sentido simpatía por la avezada familia de los surrealistas. ¿A qué debo atribuir un rechazo que va en aumento hasta aflorar como declarada hostilidad? Lo cierto es que la inesperada reacción de mi organismo me produce al mismo tiempo un placentero alivio. Como si me hubiera quitado de encima un estorbo insufrible.

Molesto por haber ignorado durante quién sabe cuánto tiempo mi secreta aversión por Dalí, no me queda más remedio que averiguar de dónde procede tan furiosa manía. Aunque hace años organicé una exposición con grabados y pinturas de Dalí, no recuerdo haberlo hecho a regañadientes. ¿Tan hábil puede llegar a ser nuestra diligencia profesional?

Siguiendo la pista de mi animosidad me remonto, ¡nada menos!, a mis lejanos tiempos de estudiante en la universidad de Barcelona, cuando además de empeñarme en mil tareas me ganaba unas pesetas dando clases a obreros en paro. No necesariamente debía entusiasmarles escuchar mis disertaciones pero era un requisito de obligado cumplimiento que asistieran pues de otro modo no cobraban el exiguo subsidio que el Ministerio de turno les proporcionaba.

Entre los aburridos alumnos, todos ellos emigrantes procedentes de Andalucía, camareros y albañiles sometidos al capricho de la contratación temporal, había un catalán malcarado con gafas de aumento y cristales oscuros, un tipo alto de mejillas rosadas, un pagés del Pirineo.

Aquellos hombres curtidos, ridículamente sentados en pupitres de escuela primaria, me contemplaban con una sonrisa sardónica mientras yo me devanaba los sesos haciendo interesantes unas estúpidas lecciones de alfabetización obligatoria.

Yo firmaba las cartillas que cada semana los alumnos entregaban en la oficina de empleo, por irregular que hubiera sido su asistencia o escaso su interés por la cultura general. Pero mi buena disposición a engañar a los burócratas del Sindicato Vertical -causa de mi posterior despido- no fomentaba la complicidad que un joven lector de Gorki consideraba inherente a la condición humana. En realidad, a los contratados eventuales les parecía muy bien que yo cumpliera mi verdadera obligación. Algo que no merecía ningún comentario.

El único que demostró tener suficiente sentido del humor para detectar mi desconcierto fue el corpulento campesino pirenaico. Mientras tomamos una cerveza en el bar de la esquina, me contó afablemente su vida y los enrevesados episodios de un lamentable drama familiar. Revivió con lánguida resignación la pérdida de sus tierras de labranza y la apenada subsistencia que desde entonces llevaban él y su hermano gemelo. Iban tirando mientras se ganaban los garbanzos trabajando en la industria hotelera de la costa catalana.

En cierta ocasión, durante una de sus frecuentes temporadas sin empleo, se encontraron junto a la casa de Dalí en Figueras y decidieron probar suerte y entrar a pedir limosna. Tocaron la puerta y le explicaron al mayordomo su intención. Dalí les hizo pasar al salón y escuchó la desdichada historia de los gemelos haciendo divertidos comentarios sobre la precisión geométrica de sus rostros. Expresaba su admiración con entusiasmo y le maravillaba la sincronía cósmica que creía reconocer en la accidental aparición de los dos mendigos, a los que consideró como la encarnación de los extraviados Cástor y Pólux. Con fruición les explicó el significado del origen onírico del dinero que imploraban y la razón por la que no merecían recibir pura mierda. Esto es lo que dijo Dalí mientras los sacaba a la calle sin darles un duro.

El encuentro había tenido lugar un par de días antes. Los gemelos hacían auto stop por las carreteras de la comarca catalana cuando un coche atropelló por despiste al hermano y lo mató.

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9 de marzo de 2008
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Odio de perdedor

Dice el proverbio que a los amigos se les conoce en la cárcel y en la cama, pero la sola idea tiene un tufo de chantaje evangélico. Porque estuve en la lona y no me levantásteis. Lo cierto es que uno puede perdonarle al amigo que lo deje a su suerte en el pabellón o la crujía, pero no que le enseñe su lado más oscuro por quítame estas pajas. Me explico: antes que en la desgracia suya o mía, he conocido a mis peores amigos en la mesa de juego. Frecuentemente los ajedrecistas se jactan de ser especialmente inteligentes, pero vale la pena preguntarse si es siquiera prudente, ya no digamos hábil, dar tanta información sobre uno mismo. El que lee al jugador lee a la persona. Uno juega y devela su estrategia vital, además de sus fobias, caprichos y complejos menos presentables.

     De niño nunca me interesó ganar, me bastaba con que me hicieran caso. Afortunadamente, no puede uno perder todos los días y seguir lamentándose como si fuera la primera vez, o como si no fuera la constante. Uno va acostumbrándose, hasta desarrollar algún cinismo redentor que le permite sobrellevar derrotas grandes y pequeñas con la resignación del niño acorralado. Después, cuando aprendí a ganar en ciertos juegos propios de los vagos -el poker, la ruleta, el billar, el boliche-, lo hice de todas formas protegido por la cachaza de perdedor indiferente que había desarrollado desde la infancia. Casi diría que perder me divierte tanto como ganar, acaso porque mientras algunos de los otros sacan su lado oscuro, uso mi despreocupación como una atalaya desde la cual me asomo a esos abismos con la fascinación de un entomólogo y el pasmo de un ex amigo en ciernes.

     Los he visto gritar, amenazar y dar patadas al aire por una pinchurrienta mano de poker. Lanzar tablero y piezas al suelo después de un jaque mate. Agujerar la mesa a raquetazos y romper la raqueta contra la pared para vengar un punto de ping-pong. Y ojo: sólo en el primer caso se jugaba dinero, casi siempre poco. Uno empieza a sacar el lado oscuro cuando planta en la mesa una apuesta privada y secreta. El amor propio, por ejemplo. A la gente le gusta poner el amor propio en los dados. Juran que los controlan, mentalmente. Lo echan en cara del perdedor, como parte del pitorreo fanfarrón del que gana y precisa proclamarlo. Insisto en que la gente da mucha información de sí misma cuando juega y apuesta lo que no debe.

     A nadie simpatizan las recriminaciones fáciles de los acomplejados con piel de seda, pero de ellas se aprende lo que ninguna escuela nos enseña. El juego tiene la dudosa virtud de exponer las entrañas de la envidia, el rencor, la desconfianza, el narcisismo y las múltiples clases de mala leche de quienes no lo saben pero juegan a perder, aun si ganan. Pues cada vez lo que está en juego es tanto que no hay manera de cobrar las ganancias. Basta un juego de trivia entre ignorantes fatuos para que el ganador sea en adelante despreciado tanto como los perdedores menospreciados. Por nada, se diría, si al jugar no se hubieran delatado como pastores de tantos demonios.

     Hay un resabio de niñez podrida en esa propensión a tomarse los juegos de mesa o de salón como un indicador de las capacidades personales de cada cual. Hay, también, grandes oportunidades para dar nuevo aliento a las viejas antipatías que resucitan al calor de unos dados adversos. "Siempre me cayó mal el estúpido ése", dirá uno al salir. "Te dije que no sabe ni jugar, el pobre idiota", dirá el otro, a su vez. Y eso lo sé muy bien porque mi juego íntimo, que ahora y aquí ejerzo, suele acarrearme toda suerte de frustraciones, pues como tantos en este oficio temo que si no puedo escribir la novela no sirvo para nada en esta vida. Me odio entonces, como aborrecería uno al tramposo que le quita su casa con cartas marcadas. Me odio tanto que compro un nuevo lote de fichas y pido cartas, listo para perder quinientas veces antes de la primera victoria (igual que perdí un año escolar por jugar al billar, sin por ello aprender bien a bien cómo hacer una carambola de tres bandas).

     Me consuelo pensando que nadie va a enterarse.

 

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7 de marzo de 2008
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A Isaías, que en el 2009 no cumplirá los 43 años

El pistolero vasco que campa ejecutando las órdenes recibidas vive bajo la protección de una autoridad ancestral.

El pistolero no teme por su piel y no le afecta la incertidumbre del futuro. Por duras que sean las condenas recibidas en el caso de ser detenido y juzgado, y por larga que parezca la pena de reclusión, las tiene todas consigo: es miembro de una comunidad solidaria que le ofrece calor humano y reconocimiento social.

Al pistolero vasco no sólo se le garantiza el salario de subsistencia que lo exime de preocupaciones mundanas, sino que recibe algo muchísimo más importante: la absolución. Una absolución religiosa y civil.

Al caer en acto de servicio, la comunidad patriótica sacraliza al pistolero en el panteón de los héroes nacionales.

De ahí procede la osadía criminal del pistolero, pues para la comunidad patriótica religiosamente unida por el yugo sacramental del más antiguo de los mandamientos, matar no es pecado.

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7 de marzo de 2008
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Viejos, ancianos, abuelos (2)

Un poco de respeto para todos, en primer lugar para quienes han perdido la fuerza y ahora son vulnerables y se sienten indefensos. Sus personas, sus profundas arrugas y sus limitaciones físicas son dignas y no tienen por qué estar sujetos a la compasión, sino en todo caso a la comprensión. Nadie está obligado a quererles. No todos son unos viejecitos simpáticos y bonachones, algunos son tan insoportables como eran de jóvenes. Sencillamente tienen derecho a ser atendidos y protegidos por nuestro sistema, que para eso está. Más inversión en buenas residencias y en atención del tipo que sea para que la pérdida de facultades sea lo menos trágica posible para él y su entorno. Porque según están las cosas, ya no se trata de ahorrar para las vacaciones o para hacer un máster en el extranjero, sino para la vejez, para esa residencia privada que nos costará un ojo de la cara si no queremos dejarles el marrón a los hijos. Ahora entiendo a mi abuela cuando decía refiriéndose al dinero, "esto para la vejez", como si la vejez fuera el monstruo de las galletas.

Lamentablemente estos días hemos asistido al "ahorro" que el director de una residencia de la tercera edad de la Comunidad de Madrid quería imponer sobre los productos de primera calidad de los ancianos. Ha sido destituido, como correspondía. Lo que ya es más difícil de destituir es la indiferencia general hacia ellos. 

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7 de marzo de 2008
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Desesperación

La nueva jefa de campaña de Hillary Clinton ha sustituido a la anterior, recientemente despedida, con una fulgurante puesta en escena: rechaza que las insidias lanzadas contra Obama sean parte de la guerra sucia. Para Maggie Williams las aparentemente malévolas insinuaciones no pretenden manchar la reputación de su adversario sino aportar a los votantes "nuevos elementos de decisión".

El jefe de campaña de Mariano Rajoy podría decir algo parecido: si el líder del Partido Popular insulta a Zapatero y denigra su imagen pública, si reitera sus zafias y groseras imputaciones, si insiste recitando sus desagradables ofensas, y divulga sin cesar su hosca difamación contra el Presidente del gobierno, es para informar al ciudadano y ayudarle a entender mejor el plan de Rajoy: conquistar el poder sin respetar las normas de la decencia.

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7 de marzo de 2008
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Sesión VIII. Cuentos comentados

Como suele ocurrir cada semana, en esta ocasión también hemos recibido un buen número de textos, «de comentarios críticos» sobre esas películas inexistentes de las cuales todos los participantes han propuesto únicamente sus títulos, títulos jocosos, intensos, emotivos, ingeniosos y en algunos casos muy sugerentes que han actuado como disparador para recrear un argumento que en algunos casos ha resultado complejo, como podrán observar en los ejemplos que colgamos esta semana, y muy bien resuelto, además, toda vez que el ejercicio consistía en imaginar que esa película era real y que nuestra labor se limitaba a comentarla.  Creemos que es una buena fórmula si no para estimular la creación -que también- al menos para entender que los argumentos para la ficción (cualquier tipo de ficción) resultan en su génesis bastante menos difíciles de aparecer de lo que habitualmente pensamos y que esto tiene que ver más con una disposición creativa alerta y siempre estimulada, que con la fortuna de «encontrarnos» con una buena historia o con la más romántica idea de que la inspiración es un proceso arbitrario y antojadizo que golpea delicada - o contundentemente- con su varita en la cabeza del  creador afortunado. Nada de eso, como podemos deducir de los textos que colgamos hoy viernes y también de aquellos que durante la semana estaremos enviando a los demás participantes; un simple título, una frase, una imagen, pueden resultar el disparador perfecto para quien sabe leer en lo cotidiano.

Ahora bien,  a nadie se le escapa que la propuesta tenía además la exigencia formal del tinte periodístico o informativo con que se suele escribir este tipo de reseñas o críticas cinematográficas, así como que un texto de estas características no es un cuento, ni muchos menos una novela... pero sí puede ser el germen del primero, el embrión apenas visible de la segunda, pues a la hora de elaborar sus argumentos «cinematográficos», aunque sea de esa manera un tanto a vuela pluma y tangencial con que les solicitamos que lo hicieran (apenas un comentario, una reseña) seguramente en más de un caso ustedes han sido capaces de vislumbrar algo más, algo que podría incluso servir como argumento para un relato... y por eso en esta ocasión nos limitaremos a colgar los textos con un comentario general a todos ellos, para que ustedes puedan leerlos y escudriñar si en los mismos se cumple el lenguaje «periodístico» requerido en su elaboración pero sobre todo si  en ellos hay un argumento para un cuento o incluso para una novela. Como dijo Alicia en el blog « Cuando elaboré los títulos de películas inevitablemente se disparó el proceso creativo de su correspondiente historia. Al principio sólo esbozos, y luego fueron tomando forma, individual y/o colectiva. O sea podían ser tres cuentos o podía ser uno solo que abarcara los tres títulos. Luego me encariñé con uno, le fui dando forma...» ¿A ustedes no les ocurre lo mismo con alguna de las reseñas que colgamos? Si lo ven, si creen que hay algún buen punto de partida para un cuento, escríbanlo, explínquelo en el  blog. NO los cuentos, sólo el argumento que creen atisbar en alguna de las críticas... Naturalmente se trata de un simple ejercicio sobre un ejercicio, pero insistimos en que nos parece muy interesante que todos ustedes observen que la génesis de una ficción puede resultar más asequible de lo que pensamos. Y que la eficacia de ésta, su posterior elaboración y eficacia, dependen de la perseverancia puesta en desentrañar sus propias claves. A veces suelen estar allí, escondidas, «en el corazón mismo de la rutina», como advertía Conrad. 

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7 de marzo de 2008
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No soy Kafka

Hay un viento ligero en Alicante. Estoy cruzando lecturas de Enrique Vila-Matas con otras de las que hablaré. Siempre que leo a Vila-Matas tengo ganas de leer otras cosas, Gombrowicz, Walser, Beckett... y siempre me dan ganas de salir de casa, de moverme por la ciudad con tranquilidad. En muchos paseos acabo tropezando con una librería de viejo. Un viento ligero me lleva hasta ellas. Aquí se llama "Raíces", muy entretenida y con algunas sorpresas. Estoy tranquilo y contento. Es el momento de desplegar los pequeños tesoros de libros rescatados de esa cueva dónde me estaban esperando.

/upload/fotos/blogs_entradas/el_viento_ligero_en_parma_med.jpgDespués vuelvo a Vila-Matas, su último libro, El viento ligero en Parma, me recuerda que hubo un tiempo que me sentí muy cercano a Kafka. Había cosas en mi vida que me acercaban a Kafka. Hace tiempo que se muy bien que no soy Kafka, aunque quiera mucho a una Milena. Que nunca seré Kafka. Entre otras cosas porque el domingo votaré. No me imagino a Kafka preocupado con ese pequeño ejercicio de ilusión democrática. No lo imagino votando. Kafka es aquél de sus diarios, el que en agosto de 1914 escribía: "Hoy Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar"

No soy Kafka. Yo, por la tarde iré a votar.

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7 de marzo de 2008
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Galería de espectros: Dorian Gray

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el de Dorian Gray.

Delfín Agudelo: ¿Pero a cuál de los dos?

R.A.: Los veo a los dos. Se hallan entremezclado de una manera que no se pueden separar. Por un lado, cuando pienso en Dorian Gray, pienso en esa imagen brutal del final de la novela en la cual Dorian aparece viejo, repulsivo, arrugado, como una muestra de toda la posibilidad de fealdad. Y ese otro Dorian, que se mantiene a lo largo de la trama eternamente joven, con esa especie de pureza prerrafaelista con que ha sido pintado originalmente en el retrato. Creo que es un texto de desigual fortuna y que debería ser reivindicado en nuestra época. Nos traslada a uno de los grandes conflictos modernos entre el arte y la vida. Hay allí también un juego, esgrima o duelo muy interesante: al principio Dorian Gray permanece joven porque es el cuadro el que envejece, y por tanto se modifica la función fundamental o tradicional del arte. Hemos tendido a depositar en el arte nuestros sueños de inmortalidad porque nosotros somos mortales. Pero allí se invierte el sueño, y lo que es inmortal es el hombre mientras que y lo que es mortal y sometido a lo efímero es el arte. En la escena final se recupera la antigua función del arte de ser el sueño de inmortalidad del hombre mientras que el hombre acaba sometido a su fugacidad, a su mortalidad.

Toda la novela está llena de ese maravilloso sentido del humor de Wilde, ese humor cargado de sabiduría aforística y paradójica. Hay un choque entre lo estético y lo ético, entre el mundo de los sentidos y el mundo del alma, un intercambio continuo de posiciones que a mí me resulta muy atractivo. Recientemente releí la novela y me quedó claro que hay un circuito que es como una especie de recorrido interminable: por un lado nos encontramos a Basil, el pintor del retrato, un hombre completamente inspirado por la idea del arte por le arte, pregonado por los prerrafaelistas; luego Lord Henry, esa especie de personaje mefistofélico, mundano, en el que se refleja muy bien esos personajes decadentistas aristocráticos de Wilde; y por otro lado está Dorian Gray, que no deja de representar nuestra figura actual del adolescente perpetuo. Lo que es muy llamativo es que los tres vértices de ese triángulo no dejan de ser alter egos de Oscar Wilde, el cual, por un lado, se identifica con la pureza esteticista del pintor, con el demonismo mundano, dandy y decadente de Lord Henry, y por último con ese adolescente que significaría el triunfo de la belleza sobre cualquier consideración moral. Ocurre que si uno relee la novela se da cuenta de que en cierto modo Dorian Gray es el producto de todo este juego y es también un reflejo más de esa tensión que ha dado tantos frutos modernos entre el creador y al criatura. Es una cierta versión del mito fáustico, como también lo puede ser Frankenstein o Doctor Jekyll y Mister Hyde, con la diferencia de que Hyde acaba comiéndose o tragándose a Jekyll, quien lo ha utilizado para poder verter sus sueños.

El retrato de Dorian Gray me hace recordar algo que leí una vez en Platón, pero no sabría decir en qué obra: la diferencia entre un pecador y un virtuoso es que el pecador lleva a la práctica aquello que el virtuoso sólo sueña.

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7 de marzo de 2008
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España interesa menos

España interesa menos a los medios de comunicación internacionales. Y a la vez la política exterior interesa menos en España. Es una situación paradójica. Pero la campaña electoral la ha puesto de relieve. De política exterior se ha hablado, pero en ámbitos muy reducidos que han tenido poco eco mediático (lo que sería otro motivo de reflexión). Los debates no han traspasado esa barrera, y en los directos entre Zapatero y Rajoy, casi se ha pasado de refilón sobre esta materia. Es una paradoja que en la era de la globalización, cuando lo de fuera influye tanto sobre lo de dentro -como desgraciadamente se vio los atentados del 11 de marzo de hace cuatro años- , parezca interesar tan poco. La política sigue siendo esencialmente local.

España interesa menos quizás porque la política exterior no ha sido una de las prioridades del Gobierno de Zapatero. Quizás porque desde fuera ya no se vea ningún drama español. Pero quizás también porque, como otros en los que pasa lo mismo,  somos un país europeo, y la dimensión europea domina, aunque tenga aún grandes lagunas en el campo de la política exterior común. Pero en esta campaña electoral se podía haber hablado más de EE UU, de Afganistán,  Líbano, Bosnia y Kosovo (en los cuatro lugares España tiene soldados desplegados en misiones internacionales), de Cuba después de la retirada formal, que no se sabe si de hecho, de Fidel Castro, o en general de América Latina. Y, desde luego mucho más de la Unión Europea en todas sus dimensiones, desde la labor del Banco Central a la marcha de la economía, pues es, junto a la globalización en sí, la que nos marca en buena parte los márgenes de maniobra política.

Gane quien gane, previsiblemente la política exterior recuperará una mayor centralidad, entre otras razones porque le toca a España en la primera mitad  de 2010 la presidencia de la UE, si bien ya con un presidente fijo del Consejo Europeo. Ese semestre concluirá con el informe del Grupo de Reflexión sobre el futuro de Europa, presidido por Felipe González. En fin es lamentable que tanto nos juguemos fuera y tan poco lo hablemos dentro.

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7 de marzo de 2008
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‘Yo sé leer’

/upload/fotos/blogs_entradas/el_ltimo_lector_med.jpgEn mitad de El último lector, de Ricardo Piglia, me encontré con una anécdota sobre el Che Guevara que me dejó obsesionado. Historia personal de la lectura, como modo de definir la invención de la conciencia moderna (Hamlet y el Quijote son ante todo lectores, y dan a luz en simultáneo al hombre contemporáneo), El último lector se detiene en Ernesto Guevara de la Serna concibiéndolo como Aquel Que Nunca Habría Sido el Che Guevara -de no ser por la influencia transformadora de la lectura.

Cuando el Che es detenido en Bolivia en sus horas finales lo ha perdido todo. No lleva ni zapatos en plena marcha, pero tiene anudado a la cintura un maletín con su diario de campaña... y sus libros. La negativa a desprenderse de sus volúmenes aun en la más abyecta de las derrotas es la última de las resistencias del Che Guevara, el más grande de los revolucionarios. Piglia destaca además que en plena campaña en territorio cubano, mientras impulsaba una marcha forzada que casi nadie resistía -salvo él, a pesar de estar jaqueado por el asma-, Guevara se hacía siempre un hueco a diario para leer los libros que acarreaba sin quejas por la jungla. Mientras los demás desfallecían, abandonándose a un sueño que nunca era suficiente, Guevara leía. Y no de cualquier manera: se subía a un árbol para hacerlo, como si necesitase de esa mínima distancia, la que va del suelo a las ramas, para subrayar la separación (¿el aire?) que resulta indispensable para la ceremonia de la lectura -esto es, de la alimentación de su conciencia más íntima.

Leer es un acto que requiere de soledad profunda. Kafka escribió que ni siquiera la noche era lo suficientemente nocturna como para proporcionarnos la soledad perfecta que reclama el acto de leer. Piglia sugiere que el Robinson Crusoe de Daniel Defoe es en alguna medida el lector perfecto, en tanto está solo por completo, en una isla que el árbol de Guevara representa a escala. En este mundo escandaloso al que hemos venido a dar, el hombre que quiere mantener viva su conciencia -o para ponerlo en los términos del libro de Piglia: el hombre que quiere leer- debe trabajar a brazo partido para no perder su isla, su árbol, su interioridad. Todo conspira para arrancarnos nuestra rendición. Pero allí está el ejemplo del Che Guevara: el hombre que marchaba sin quejas, el revolucionario que exigía de su físico esfuerzos sobrehumanos, sabía que toda su energía no serviría de nada si no actuaba iluminado por esa conciencia alimentada a base de libros. Acción, pero también lectura. Dos instantes irreemplazables y complementarios, como sístole y diástole, como inspiración y expiración, como la especie que necesita de dos configuraciones genitales para perpetuarse.

/upload/fotos/blogs_entradas/che_guevara_med.jpgEl gesto final del Che es revelador. La noche previa a su fusilamiento la maestra de La Higuera, Julia Cortés, le lleva un plato de guiso. Las últimas palabras de Guevara son para señalar un error en la frase escrita en el pizarrón del aula. "Le falta el acento", dice el Che. Una vez corregida, la frase expresa al fin el mensaje que Guevara quiere dejar, que deja delante de las narices de sus victimarios sin que lo adviertan, como ocurre en La carta robada de Edgar Allan Poe.

Yo sé leer, dice al fin el pizarrón.

He ahí su secreto, el mismo secreto que tantos de nosotros compartimos en secreto, comunidad casi clandestina: nosotros también podríamos llamarnos Aquellos Que No Seríamos Quienes Somos -de no ser por los libros.

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7 de marzo de 2008
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El Boomeran(g)
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