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Fotos

La inspiración no es el secreto de un escritor, dijo Pamuk, sino el afán de querer expresar lo que sabemos de nosotros pero no sabemos todavía sin la turbulencia de escribirlo.

La turbulencia, la fiesta o la simple distracción. La escritura -como otro ejercicio cualquiera en que la mente se implique sentimentalmente- conduce a través de sus  llanos y pendientes a una conciencia de sí que nunca se habría producido sin esos contactos asociados al imprevisto paisaje.

Como en la pareja del amor en que, por relación feliz o infeliz, nos hacemos cargo de quienes somos a través del contraste, el rencor o el perdón, con la escritura -otra alta forma de intimidad- accedemos a imágenes de nosotros mismo que nunca antes habían sido reveladas. En el amor, como en la escritura, sin proponérnoslo, nos hacemos fotos continuas, de perfil, de frente, de cuerpo entero, en la turbulencia de conocer y reconocer lo dicho y lo no dicho. 

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17 de marzo de 2008
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Para los elegidos que sobrevivan

Las elecciones (a las que Shakespeare denomina indefectible "la fiesta de la democracia"), son muy agradables una vez han concluido. Siendo así que los políticos son irresponsables y hacen lo que les pasa por la boina según el horóscopo del día, sólo sudan tinta después de las elecciones. No porque la ciudadanía logre quitarse de encima a los más chinches, sino porque entonces comienzan a atizarse entre ellos y es una delicia.

Transcurrida una semana ya vemos a Carod y a su colega zurrándose en el patio mientras el cura mira hacia otro lado. ¿Quién de los dos acabará en Casablanca regentando un bar de tapas? ¿Y Llamazares, un hombre preparado para acabar con los Romanov y que a duras penas si ha salvado una colonia de batracios? Los espectros de Bujarin y Beria afilan navajas siberianas. No se salva ni el pobre Rajoy, ese señor que parece salido de unas elecciones de don Antonio Maura, y que recibe licores de dátil con un leve aroma Cesar Borgia. Por no hablar del así llamado "nuevo equipo de Zapatero", ergástulas que se abren con chirrido espantoso para dejar escapar un alma disecada, una faz lívida, un cráneo desdentado. ¡Ay, Montilla, qué días te esperan!

Moraleja para los elegidos: Me acerqué a la estación de Ginebra. Quería comprar un billete a Vals, en los Grisones. Está en el otro extremo del país, hay que hacer cinco transbordos, no acabas en mula porque están protegidas. El empleado me ayudó con los horarios, los cambios de tren, las estaciones, los andenes, las lenguas. Al pagar me preguntó si tenía "tarjeta de media tarifa". Al ver mi cara de idiota me entregó unos papeles para que los rellenara y les pegara una foto. Así lo hice y al día siguiente me devolvió la mitad del dinero del billete que había pagado el día anterior. Suiza es una república de ciudadanos, no de súbditos. Los políticos y los jefes de la administración ayudan a la gente. Los empleados no cobran por jorobarte. ¿Qué tal unas becas de estudio en Suiza para los nuevos Césares? ¿Cursillos sobre la diferencia entre república y aparatchik

Artículo publicado en: El Periódico, marzo de 2008.

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17 de marzo de 2008
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Materia emocional

Cuando un camión transporta dinamita, lleva invariablemente un aviso de peligro. Si en un cierto lugar de trabajo se guardan materiales radiactivos, nunca falta uno o varios letreros de advertencia. Si acaso una botella contiene veneno, la calavera en la etiqueta se encargará de hacerlo tan claro como pueda. ¿Quién alerta, no obstante, al dichoso infeliz que en mala hora le tocó hacer lo suyo con trozos de materia emocional? ¿Quién previene a cada uno de los incautos que sin más profilaxis le hacen compañía? 

     Según las estadísticas, existe una dramática incidencia de suicidios entre los dentistas, la más alta entre todas las profesiones. Por más que los villanos se rían a carcajadas en extreme close up, nadie es del todo inmune al contagio del dolor causado. ¿Qué hace un endodoncista luego de abrir canales en siete muelas, llegando cada vez al nervio traicionero cuya mera anestesia se percibe en principio como rauda estocada en la entrepierna? Si uno sale del consultorio deseando sepultar esa hora de vivencias difíciles, el dentista se queda a seguir adelante con la carnicería. A sufrir, que es lo suyo.

     Desde niño creí que ganchos, pinzas, abatelenguas y el resto la parafernalia que se juntaba sobre la charola metálica no podía ser menos que una colección de refinados instrumentos de tortura; hasta que padecí el primer dolor de muelas y me pasé dos noches añorando al dentista con los ojos llorosos. Pensaba, de igual forma, que un narrador tenía el majestuoso poder de hacer sufrir o gozar a los personajes de acuerdo a su capricho más arbitrario, y además con la mano en la cintura; hasta que descubrí que un escritor impune es un tipo aburrido hasta para sí mismo, y que sólo quien tira los dados junto a los personajes puede salvar la historia y el pellejo.

     Trabajar con materia emocional equivale a vivir en un tobogán de espirales violentas e interminables, y lo que es peor: aficionarse a ello. Intenta uno lidiar con el mundo exterior simulando que adentro no pasa nada, al tiempo que pelea cuerpo a cuerpo con los monstruos que intentan salir a empujones. Nadie cuya materia de trabajo sean las emociones intensas y constantes puede evitar que monstruos y demonios se le reproduzcan sin control ni concierto, para luego crecer hasta, eventualmente, usurpar su lugar en el momento más comprometido. Pocas cosas encuentro tan vergonzosas como verme obligado a dar la cara por lo que unos demonios hicieron en mi nombre, con frecuencia impulsados por emociones vicarias y espurias que al volver la cabeza son ya las mías.

 

     Si, tal como sospecho, los personajes de una historia en proceso tienen vida propia y existen más allá de la opinión de quien los trajo al mundo, no dudo que los míos me contemplen con una desconfianza equiparable a la que siente el niño frente al dentista. Es más, yo en su lugar me temería lo peor, miraría a la pluma y al tintero como el paciente que de lejos se asoma a la charola tapizada de tirabuzoncitos cuya misión es arrancar los nervios de cuajo. ¿Qué vas a hacerme ahora?, preguntaría con la voz temblona y las palmas mojadas, maldiciendo la suerte que me llevó vivir en ese mamotreto insoluble -toda novela lo es, mientras no está completa- bajo la férula de un incubador profesional de monstruos y demonios infumables.

     Yo no sé decir qué quiere decir lo que voy a decir, afirma la canción-romance cuya entrada parecería describir el momento en que el narrador enfrenta a los primeros demonios del día y todavía cree, conmovedoramente, que al terminar sabrá lo que estuvo haciendo, cuando los materiales propios de su trabajo apenas le permiten decir cómo se llama, no así dónde termina su existencia y comienza la de sus monstruos y demonios.

     Intenta uno dejarlos en la casa, guardados bajo trancas y cerraduras subsecuentes, pero encuentran la forma de escaparse no bien una emoción intempestiva se cruza en el camino. Y aquí están, recordándome que narrar es un acto de amor con varias endodoncias involucradas y ni una sola gota de anestesia. De aquí a que me lo arranque, pobre de quien me toque el nervio susodicho.

 

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17 de marzo de 2008
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Galería de espectros: el Cristo de Mantegna

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el del Cristo yacente de Mantegna.

Delfín Agudelo: ¿Desde qué perspectiva lo viste?

Rafael Argullol: Curiosamente lo vi desde una perspectiva que no era la que deseaba Mantegna. Lo he visto sin aceptar la complicidad de la retina que él exigía. Requería ver su Cristo desde varias decenas de metros de distancia. Lo he visto desde muy cerca, y así de cerca el Cristo yacente es como un hombre contrahecho, monstruoso, alguien que está tirado en una mesa de disección como si estuviera en manos de un médico forense. Desde esta primera mirada en la cercanía se hacía patente todo el sufrimiento de un Cristo desesperanzado y sin futuro, de un Cristo sin resurrección sobre el cual está el rostro de su madre que asimismo es una mujer vieja y desesperada. Pero luego me he ido alejando, lentamente, como en un zoom, y entonces he ido aceptando la propia complicidad de la mirada que requería el brutal escorzo pintado por Mantegna. A medida en que me iba alejando de la pintura, ésta iba perdiendo su distorsión violenta, se iba en cierto modo suavizando, dulcificando, continuaba siendo una imagen violenta, pero que cada vez poseía más grandeza. En un momento determinado, alejado ya, este Cristo monstruoso y contrahecho de antes se convertía en un Cristo sufriente, en una víctima del sacrificio, en la cual todavía era posible concebir una esperanza. Por tanto, finalmente ese ángulo con el cual he contemplado el Cristo yacente de Mantegna ha ido desde el horror y la desesperanza a un resquicio de luz, a una posibilidad de compasión y de fraternidad humanas, no sé si también a un indicio de existencia de una trascendencia, pero sí al menos de una profunda compasión que va más allá de la pura carne pragmática echada sobre una mesa de disección.

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17 de marzo de 2008
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La guerra, escamoteada

Cuando va a cumplir cinco años, pese a la tragedia diaria, la guerra de Irak se va desvaneciendo. Parecía difícil que en el III Foro de Bruselas, dedicado a las relaciones transatlánticas y a un repaso de los problemas del mundo, se pudiera prácticamente pasar de puntillas sobre este conflicto. Y sin embargo, así ha sido. De la cuestión que más ha separado a los europeos y a algunos de éstos de EE UU ha dejado políticamente de existir. Así el (aún por unos días) primer ministro belga Guy Verhofstadt -y no fue el único sino que respondió a una tónica general-, pudo hablar del conflicto entre palestinos e israelíes para saltar directamente, si acaso pasando por Irán, a Afganistán, donde supuestamente se encuentra ahora el gran  caladero de terroristas yihadistas, sin pasar casi por Irak, como si no se hubieran generado vasos comunicantes entre ambos conflictos, o como si la guerra que empezó EE UU en 2003 no hubiera cambiado profundamente la ecuación de poder en toda la región.

El German Marshall Fund, que organiza el foro, ha realizado un estudio que demuestra que por la guerra de Irak EE UU perdió gran parte de su prestigio en el mundo y especialmente en Europa, sin recuperarlo. El deterioro de la imagen de Bush ha arrastrado a la del país. Si una mayoría de los europeos (64%) consideraba en 2002 deseable el liderazgo de EE UU en los asuntos mundiales (frente a 31% que lo veían como indeseable), a finales de 2007 esta visión se había invertido (36% frente a 58%). Hay, sin embargo, una gran diferencia a este respecto entre la opinión pública y la de las élites. Quizás porque los dirigentes europeos prefieren mirar para otro lado, como si Irak no existiese.

El debate se centró más en Afganistán "una guerra en la que la OTAN no está teniendo éxito", según vino a recordar en tono algo irritado (por los constantes críticas a Rusia en este foro) Konstantin Kosachev, presidente de la Comisión de Exteriores de la Duma rusa. No hay estrategia de salida. Y cabe recordar que algunos de los males que tanto daño han hecho a la imagen de EE UU, empezaron en la guerra legal (por tener apoyo del Consejo de Seguridad de la ONU) de Afganistán, como los vuelos secretos de la CIA, la tortura a prisioneros, o Guantánamo. Mientras, redoblan las presiones, de EE UU y Canadá para que no haya diferencias en la contribución de los aliados de la OTAN a las actividades en Afganistán, pues algunos (como alemanes y españoles, entre otros) pretenden evitar entrar en misiones abiertas de combate.

La Administración Bush tiene interés en que se hable poco de Irak, para no dañar las posibilidades del candidato republicano John McCain a la Casa Blanca. Washington pretende estabilizar la situación militar y no meterse demasiado en la estabilización de la situación política pues llevaría a poner sobre la mesa la permanencia de las tropas de EE UU, y sacar la guerra de la agenda política. Y los demócratas tampoco tienen gran interés en agitarla, dados los progresos en Irak, al menos hasta hace poco.

Irak es la primera prioridad en materia exterior y de seguridad en una campaña electoral en curso en EE UU, ahora dominada, sin embargo, por la economía. Si los europeos no hablan con los americanos de Irak, estos sí lo hacen entre sí, como quedó claro en un debate entre asesores de Hillary Clinton y de McCain. Ambos campos pretenden salir de Irak (sin fecha clara) pero "sin perder". McCain defiende incluso una victoria para EE UU aunque necesite el tiempo que sea para lograr este fin.

No es sólo la Administración Bush la que ha suministrado una dosis de anestesia a la opinión pública de EE UU sobre la guerra. Según un estudio del Centro Pew sólo un 28% de los ciudadanos adultos son capaces de acertar que unos 4.000 estadounidenses han muerto en este conflicto, frente a 54% en agosto pasado. La mayor caída se da entre los republicanos. El estudio se apoya en el Índice de Noticias publicado por el Proyecto para la Excelencia en Periodismo de EE UU, según el cual, el porcentaje de noticias dedicadas a la guerra ha caído de 15% de media en julio pasado, a 3% en febrero de 2008. Hasta finales de ese mes, y desde mediados de octubre, no ha sido la noticia principal. La conclusión es que la conciencia sobre este conflicto entre el público estadounidense ha bajado tanto como la cobertura de los medios de comunicación.

Publicado en El País, 17 de marzo de 2008

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17 de marzo de 2008
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Le nouveau Magazine

Nueva fórmula de la revista mensual francesa Le Magazine Littéraire. El grupo francés Expansión ha cambiado al redactor jefe, ha añadido ocho páginas a una vieja revista de 100 páginas y por fin ha renovado por completo la maqueta (o compaginación como se dice en ciertos países) para entregar a sus lectores el "reencanto de la literatura", como lo dice el editorial.

¿Qué es una revista literaria como ésta hoy en Francia? Una institución de 56 años que funciona a la manera de una mera sucursal del semanal Marianne pues el jefe de esta última es también el responsable del Magazine. Por lo demás se nota la ineludible necesidad de ubicar la literatura en el flujo de las noticias y del comercio editorial. La vieja fórmula ofrecía el permanente cóctel de dos tercios de informe sobre un tema (un autor, una escuela literaria) por un tercio de reseñas de libros, más una corteza de inéditos. La nueva fórmula divide su contenido en cuatro partes más o menos iguales: noticias (elecciones, polémicas, etc.) a través de los libros, reseñas de libros nuevos, informes y por último noticias sobre la vida de los escritores.

El resultado es una abundancia de apellidos conocidos y de artículos cortos. La reseña de 2666 de Roberto Bolaño da una idea de la voluntad de achicar o acelerar la cobertura. No se puede comentar mucho el tema de portada (los judíos y la literatura). Por la presencia de los escritores israelíes en el salón del libro en París no hay un periódico o una revista que eluda al tema.

Con relación a Internet, el nuevo Magazine intenta una jugada clásica: limitar el contenido de la revista que se puede leer en línea. Supongo que poco a poco, al pasar los días, se van a añadir más artículos, pensando que, al estar disponible más tarde en línea la revista se va a vender mejor en el kiosco. Entonces, sabiendo que no se puede opinar sobre una creación en el momento de su primera publicación, solo voy a decir que el nuevo Magazine teme ser canibalizado por su sitio en Internet. Clásico caso de un papel incapaz de arriesgarse en el mundo digital.

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14 de marzo de 2008
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Hit me with your best shit

A lo largo de Tu rostro mañana, Javier Marías habla de tres personas que bailan. El narrador los mira desde la ventana, si bien no alcanza a escuchar su música. La escena vuelve cada tarde a mi cabeza desde que comencé a jugar con la guitarra frente a la pantalla, y de paso ante el ventanal que da a la barranca. Al otro lado hay casas, pero se ven distantes. ¿Cien metros, ciento veinte? Podrían ser menos, incluso, pero el astigmatismo no ayuda a establecerlo, menos si se apandilla con la miopía. Veo bien, según yo, pero de lejos como que se emborrona el paisaje. Veo bien las ventanas, y de repente algunas sombras detrás, pero lo cierto es que me importa poco cuanto pueda ocurrir en su interior, y ello me hace creer que a ellos tampoco les interesa lo mío.

     Uno cree, o se consuela creyendo, que los demás están por siempre lejos y en lo suyo. Que comparten incluso sus limitaciones, porque si yo no veo claramente cuanto pasa detrás de sus ventanas tampoco ellos verán tras de la mía. Serán también un poco miopes y astigmáticos, lo pensarán dos veces o cincuenta para operarse los ojos. Podría cerrar la persiana, pero la luz externa me mejora el humor y no me da la gana cerrarla. Vamos, que no tengo ni el tiempo. Miro hacia la pantalla, voy moviendo los dedos al tiempo que las piernas intentan una suerte de balance rítmico, aborrezco de pronto las distracciones. De aquí hasta que termine, maldito el que me llame por teléfono.

     ¿Pueden mirarme los distantes vecinos desde sus ventanales? No es francamente mucho lo que me preocupa, aun con esta guitarra blanca de juguete que muy difícilmente me dará galanura, o al menos gañanura, que también sirve. Los vecinos de al lado, en cambio, deben de estar podridos de escuchar durante horas el mismo sonsonete. Pero no tengo tiempo para pensar en ellos. Todo mi mundo ocurre al centro de la pantalla, donde recibo puntillosas instrucciones en una suerte de clave morse rítmica que me tiene aquí tieso, de pie frente a la tele, con los dedos corriendo tras la voz que de nuevo suplica que le dé con mi mejor golpe.

     Hit me with your best shot, insiste la canción y yo otra vez maldigo mi suerte porque me he equivocado ya más de siete veces y eso me deja una vez más por debajo de la marca de ayer. De repente me duelen las piernas, antes por la tensión que por el cansancio, pero una compulsión conocida me compele a oprimir el botón verde y arrancar otra vez con la canción. Deben de haber ya dado las seis de la tarde, tenía un par de cosas por hacer pero creo que ya no. Antes tengo que cometer menos de siete errores en las 242 notas de la canción. Aquí viene mi best shot.

     No sé si sea realmente más difícil aprender a tocar la guitarra o alcanzar un progreso sensible en el Guitar Hero III, pero entiendo que tomar clases de auténtica guitarra será por fuerza menos entretenido, o no tan compulsivo. Solían decir mis tías que quien aprende a tocar la guitarra siempre será bienvenido en las fiestas, pero es tarde para eso. En las recientes tardes he ido encariñándome con esta guitarrita ridícula cuyos cinco botones de colores me permiten subirme a la canción y me premian con la barata sensación de estar tocando los sonidos que escucho, mientras piernas y brazos se coordinan con ansiedad escrupulosa para evitar otra metida de pata. Me pregunto si no los vecinos al otro lado de la barranca me ven y se divierten haciendo chistes a mis costillas cada vez que termina la canción y levanto una pierna en ademán salvajemente triunfador. Me llamarán tal vez Onán el bárbaro.

 

     En la novela de Javier Marías, el narrador es invitado a unirse a los bailarines. "Ven", le dicen a señas. Dado que el Guitar Hero III trae su público incluido -si el guitarrista se equivoca de más, la gente lo abuchea y le obliga a bajar del escenario-, dudo que invitaría a nadie a venir hasta el escondrijo donde practico un vicio solitario que no me enorgullece, pero igual no le da la gana soltarme. Lleno el tiempo de nada, ya lo sé, pero un imperativo oscuro y terminante sube de las caderas a los dedos como la chispa de una mecha corta para excitar más de una glándula lujuriosa, en tanto el coco exige que termine el solo sin cometer otro pecado de disritmia, y de pronto ya no manejo una guitarra de juguete sino un raro vehículo de placer que me encierra entre cuatro bocinas estruendosas y por mí que se caiga el mundo, mientras tanto. Vicio de mierda, mira a lo que me orillas.

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14 de marzo de 2008
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Clase IX. En busca del lenguaje perdido (I)

Una de las características del buen escritor es su aguda capacidad de observación y la honestidad para relatar las cosas con sus propias palabras. Y es esto precisamente lo que nos lleva a buscar, en esta lección, la mejor forma de descubrir y manejar nuestro lenguaje. Para  lograr una buena historia es menester trabajar con honestidad, es decir, utilizando nuestro propio lenguaje, y no ese artificioso y falso lenguaje del  escritor que apela a las frases hechas, a los tópicos y las muletillas. Un buen escritor sabe observar la vida, esforzándose por encontrar sus propias palabras para describirla en toda su intensidad. Primero: No hay que limitarse a explicarle al lector lo que le ocurre a nuestro personaje sino que debemos pintar la situación para que él mismo saque sus conclusiones. Huyamos pues de los tópicos y apelemos a nuestra reflexión sobre el mundo que nos rodea para escribir sobre él. La impostura es el primer obstáculo que hay que vencer para que el lector pueda seguirnos sin complicaciones a lo largo de nuestra historia. Segundo: También, como ya hemos dicho en otras oportunidades, es conveniente prescindir de palabras rebuscadas y difíciles cuando los hechos relatados se pueden contar con palabras sencillas y asequibles. El escritor que dice: «el cielo estaba poblado de estratocúmulos», cuando en realidad lo único que quería decir es que en el cielo habían unas cuantas nubes está cometiendo el peor de los errores: mirar por encima del hombro a su lector. Finalmente, todo cuento o toda novela nos ofrece un cuadro -fugaz o minucioso- en el que nosotros como lectores también participamos de manera activa: somos nosotros los lectores quienes opinamos acerca de los personajes y sus situaciones, somos quienes descubrimos que detrás de aquella historia late algo más profundo y complejo. Y por eso los escritores saben que palabras como Hombre, Humanidad, Amor, Destino, etc son palabras casi siempre prohibidas en literatura, toda vez que designan los grandes temas que abordamos y que por lo tanto deben mostrarse a través de las historias que contamos. Fíjense qué distinto es decir: «Esa mañana Javier salió de su casa feliz y contento. Realmente iba pletórico de alegría», que decir: «esa mañana Javier bajó saltando las escaleras. Al llegar a la calle descubrió un cielo espléndido y azul que le invitó a silbar una canción de moda» En el primer caso hemos utilizado frases que nos invitan más que a ver a nuestro personaje, a escuchar las reflexiones del narrador. En el segundo ejemplo el narrador nos describe la actitud de Javier y de ello inferimos su estado de ánimo. Observen ahora la historia del criado del mercader y la muerte. En la historia, el tema del que se habla naturalmente es la fatalidad, el destino, la imposibilidad de escapar de éste último, ¿verdad? Pues esas palabras abstractas son precisamente las que no se han mencionado. Es la propia historia la que permite que el lector saque sus conclusiones.  Un buen narrador nunca olvida este principio: contar es siempre mostrar y sugerir. Y nada más.  

Las propuesta de la semana: 

Vamos a escribir una historia que convoca a dos personajes (Padre e hijo, pareja, amigos, amantes, abuelo y nieto...) conversando sosegadamente frente a un estanque. Al final de la charla, como si se tratara de la última escena que cierra la conversación, veremos que uno de ellos arroja una piedrecilla sobre el reflejo del rostro del otro y que este acto en apariencia trivial marca de manera profunda la charla de ambos dándole un sentido más trascendente y vital, como si ese gesto marcara una ruptura, un pacto, un silencio o un desencanto... Este es un principio metonímico que consiste en trasladar de un elemento a otro su carácter más simbólico, por ejemplo cuando en una película vemos a un niño que corre tras una pelota, escuchamos el frenazo de un coche y la cámara sigue a la pelota dándonos a entender el atropello que no vemos. En nuestro caso "la cámara" cargará de valor simbólico la piedrecilla en el reflejo y nos evitará así tener que explicar el carácter profundo de la conversación de nuestros personajes. 

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14 de marzo de 2008
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La mentira en los cuerpos

Por unos u otros vericuetos hay momentos en los que dar un sí a la vida es rigurosamente equivalente a dar un sí a la palabra. O por mejor decir: momentos en los que se da un sí a la vida (antes meramente se vivía) como consecuencia de que (separándonos irremediablemente de la condición meramente animal) dimos un sí a esa palabra tantas veces utilizada como mero instrumento y por consiguiente intrínsecamente rechazada.

En tales momentos, lo que del cuerpo se espera es meramente que responda, que responda eventualmente en la quiebra y el dolor, mas que responda. Pues el ser humano intuye en lo profundo que el sentir de la corporeidad es resultado del sentir de la pertenencia a la condición espiritual y por consiguiente, que el dolor inherente a ese sentir del cuerpo, en ningún caso es el más grave. Si el ser humano  se instala en esa tesitura, en la que meramente espera del cuerpo que no falle, es porque una exigencia de lucidez le hace situar en el lugar preponderante lo esencial y confrontarse con entereza a ello. Tiene para tal confrontación el arma imprescindible, el espíritu en la riqueza de su forma elemental, la palabra en su desnudez.

El cuerpo del que se espera meramente que responda es un cuerpo en el que todo ser humano habría de reconocerse, cuerpo en el que se perciben los rasgos de ser lo que todo ser humano debería haber sido. Pues, alejados los años de juventud,  de gloria y aún de actividad ¿qué se ha hecho de los cuerpos? Si la entereza ha acompañado el periplo, perdura incluso una frágil esbeltez, aunque un velo de nostalgia cubra, en la mirada, la gracia provocadora que constituía su principal rasgo. En todo caso los cuerpos y sobre todo la mirada de aquellos a los que el respeto a la condición de seres de palabra no abandonó en el periplo, se hallan en las antípodas del cuerpo de ese vieux canaille de la politique, ese político encanallado al que el texto de Marcel Proust hace unos días citado se refería.

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14 de marzo de 2008
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La vejez del autor

Más que admirable, parece asombroso que escritores o pintores de una edad avanzada interesen a varias generaciones más jóvenes. La cultura de consumo ha enseñado con tanta elocuencia e intensidad que la moda es el patrón y lo pasajero el modelo que permanece más allá de la temporada se opone ontológicamente a la virtud de la vigencia.

Algo es vistoso y penetrante en tanto que novedoso y deja enseguida de serlo sustituido por otro accidental elemento de innovación. ¿Cómo esperar así que el pensamiento o la estética de un autor despierten atracción más allá del inaugural intervalo que les correspondería?

La respuesta podría hallarse en la evolución paralela del pensamiento o la estética del autor, pero lo verdadero, sin embargo, es que los pintores, por ejemplo, suelen repetir sus fórmulas como una marca ya apreciada y los escritores procuran, por asiduo consejo de sus editores, no despistar a los lectores con fuertes cambios en sus temas o tratamientos. La perdurabilidad es un atributo del valor pero ¿cómo conciliar esta categoría clásica con la expectación posmoderna?

La manera de hacerlo conciliable reside exclusivamente en la conciencia coherente del productor. Alguien, sea en la moda textil o en el diseño de interiores, en la arquitectura o en la literatura, se "consagra" -se hace "conspicuo", aparte de otros factores azarosos- gracias al respeto (casi sagrado) que se profese. No hay en este respeto (casi sagrado) egolatría, narcisismo ni superioridad sino, por el contrario, servidumbre y acopio de serenidad. La agitación de seguir el raudo perfume de cada día lleva al ahogo y la única forma de mantener una relación rítmica con la actualidad es atenerse a la cierta respiración de uno mismo. Por uno mismo respiran -teniendo suerte- legiones de receptores y siempre que la fortuna provea de un aire saludable se hallará capacidad para transmitir salud. Salud en forma de gozo, de estremecimiento, de compañía. La salud es la entrega más pura de una obra de arte. Nos sanamos mediante la belleza y nos embellecemos mediante la oferta honrada o depurada del autor. Ofertas, en ocasiones, suculentas, casi inmortales.

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14 de marzo de 2008
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El Boomeran(g)
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