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II. Las voces de los antepasados

/upload/fotos/blogs_entradas/barco1_med.jpgCuando a comienzos del siglo veinte Madruga, el personaje de La república de los sueños, se escapa a los trece años de su hogar campesino en Sobreira, una olvidada aldea de Galicia, para subir en el puerto de Vigo a un barco que lo llevará al Brasil, está iniciando la aventura de un transplante que nunca se dejará consumar.  Y desde el principio habrá de acompañarlo Venancio, otro emigrante adolescente que a lo largo de la narración actuará como la propia conciencia del ambicioso Madruga: mientras Madruga despliega su ingenio e hinca su garra para hacerse rico, y cumplir su parte del sueño americano, Venancio desprecia la riqueza, y coloca siempre a su inesperable amigo de toda la vida frente al espejo moral.

Las raíces de Madruga, escalando sin tregua en medio de los avatares de la vida política del Brasil, son demasiado profundas y poderosas como para que permitan ser arrancadas, y lo que empieza como una huida terminar siendo un regreso constante. Del otro lado del mar Atlántico lo estarán llamando todo el tiempo los antepasados en la voz del abuelo que sigue en la distancia contándole las historias que componen la tradición gallega, una tradición de siglos. Y sin esas historias no se puede ser, ni se puede vivir.

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1 de abril de 2008
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Pensando en voz alta sobre el policial (3)

Escribir hoy un policial hispanoamericano no debería ser difícil. Al mejor estilo de la narrativa negra americana, el crimen en cuestión debería revelar cuán profunda es la corrupción no sólo del criminal, sino de la sociedad que lo ha criado y formado, dado que este criminal, tal como ya hemos dicho, no es la excepción al sistema sino su medida, su norma. (Esta es una de las explicaciones de la popularidad de las historias de asesinos seriales en USA: el asesino serial, considerado un psicótico, un enajenado, es la única clase de criminal que permite conservar la ilusión de que el sistema está bien y de que lo único reprobable es su excepción, la manzana podrida.) Sólo que en el caso del policial hispanoamericano debería estar garantizado el unhappy ending, un final que no podría sino ser infeliz al menos en lo social, en lo institucional, aunque pudiese reservarse alguna satisfacción personal para el (los) protagonista(s). Entre nosotros el crimen paga, eso está claro. La única garantía de que conservaremos la dignidad no pasa lamentablemente por la obtención de justicia objetiva -juicio, condena y esas cosas-, sino por nuestra negativa a ser cómplices de lo ocurrido, a participar de la cadena de pagos con que el sistema premia a los que contribuyen a su perpetuación.

En cualquiera de nuestros países abundan los casos reales que podrían servir de excusa a un relato así. Financistas que se ‘ahorcan' y traficantes de armas que se ‘suicidan', magnicidios, secuestros, abuso infantil a manos de sacerdotes, adulteración de medicinas al mejor estilo de El tercer hombre, niñitas que desaparecen en medio de un frenesí mediático, atentados atribuidos a organizaciones equivocadas, sobornos en el Senado... Lo más difícil, el desafío más grande, pasa por la invención de un personaje recurrente, el protagonista de una serie al estilo Holmes, Wallander o Montalbano. Dado que un investigador a la usanza convencional es prácticamente inviable, ¿qué clase de personaje podría atravesar todos estos fuegos sin quemarse? Se me ocurren dos pistas al respecto.

/upload/fotos/blogs_entradas/thetalentedmrripleyposters_med.jpgLa primera pasa por la serie de Ripley creada por Patricia Highsmith. Lejos de ser un detective, Ripley es un estafador y un asesino. Highsmith invierte el esquema, adecuándolo a la sociedad que le tocó en suerte: la norma no está representada por el hombre que valora y preserva la ley, sino por aquel que la vulnera. Lo que nos seduce no es la búsqueda de la verdad, sino los esfuerzos de Ripley por no ser atrapado. Tom Ripley es un espejo oscuro, en la medida en que hace aquello que todos nosotros soñamos hacer alguna vez sin terminar de atrevernos: mentir, llegar a extremos con tal de guardar secretos, quitarnos de encima a aquellos que nos perjudican, enriquecernos sin trabajar en el sentido convencional, huir permanentemente de la necesidad de autocriticarnos, de asumir quiénes somos en realidad. Highsmith invirtió por completo el esquema habitual del policial, colocando al villano en el sitial narrativo que suele dedicarse al héroe, al detective. Al hacerlo, le devolvió al género su capacidad de hablar sobre el mundo que nos tocó en suerte -y por ende, renovó su capacidad de transformarlo.

La otra pista remite a los orígenes del género. El Auguste Dupin de Edgar Allan Poe no era un investigador en el sentido convencional, porque por entonces no existía nada parecido. (Ahora tampoco, aunque por motivos que hemos sobrevolado en los últimos días.) En esencia era un intelectual, lo que Ricardo Piglia define como un lector. Sin experiencia policial ni técnica alguna, lo que Dupin entendía era la esencia del asunto: que un crimen irresuelto es igual a una historia incompleta, y que aquel que se dispone a cerrarla debe enfrentarse a un texto abigarrado y confuso (sobreescrito en algunos párrafos, lleno de blancos en algunas páginas) para separar paja de trigo y quedarse con la versión del relato que contenga más puntos de contacto con la verdad objetiva -es decir, aquel relato que contenga la realidad.

Para decirlo de otro modo: aquel que se propone arribar a la verdad debe ser un experto en narrativa, para no dejarse engañar por las versiones inconducentes de la misma historia (los testimonios, lo que las pistas parecen probar) y llegar en cambio a su expresión más simple e inapelable. En este sentido las historias estilo C.S.I. representan un retroceso, en tanto apuestan a que la ciencia llenará los vacíos que el criterio humano se niega hoy a llenar: una suerte de positivismo a destiempo, dado que las pruebas científicas deben ser evaluadas por un juez y un jurado que siguen siendo pasibles de ser engañados, o en el peor caso corrompidos. Lo que marcaría la diferencia, en todo caso, sería la voluntad de un hombre de contar la historia adecuada, a pesar de vivir en un mundo en que nadie quiere escucharlo -porque no le conviene.

Umm. Intuyo un policial en mi futuro...

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1 de abril de 2008
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Hombres y dioses

Rafael Argullol: Esta es la paradoja: cuando nosotros sentimos nostalgia del paraíso, queremos crear un paraíso, pero quisiéramos que este paraíso fuera tan perfecto que no incorporara nuestras propias contradicciones. Pero inevitablemente, como en un juego de contagio, se lo damos; es una rueda cósmica que parece que rige toda la vida.

Delfín Agudelo: Así como en estos ejemplos de ciencia ficción la criatura quiere eliminar al hombre, también el hombre ha querido eliminar a dios. De la misma manera podemos contemplar las veces que los dioses han querido eliminar a los hombres.

Rafael Argullol: En los mitos antiguos sucedía exactamente lo mismo: los dioses creaban a los hombres, pero cuando éstos se volvían insolentes, los querían eliminar. Con Hesíodo, los hombres se hacen con el fuego gracias a Prometeo, y lo primero que quieren hacer los dioses es liquidar a los hombres. En la Biblia son innumerables las veces en que dios se plantea liquidar a los hombres. En un proceso absolutamente similar al que ha recogido la ciencia ficción moderna. Y es un poco la situación en que estamos nosotros ahora, cuando manejamos más o menos frívolamente mitos como la inmortalidad, eterna juventud, en nuestra idea de perfección nuestras cosas perfectas siempre son contaminadas por nosotros de imperfección, para que tengan vida. Porque lo perfecto no tiene vida, que es lo que decíamos antes del dios autocreativo: no tiene vida. Yahvé no tiene vida, es una lama, un halo; Dios tiene vida en el cristianismo porque se encarna en Cristo: a partir de allí empieza todo el juego dramático del cristianismo, pero de lo contrario no tiene vida. Los dioses griegos cobran vida una vez incorporan esa imperfección.

D.A.: Me recuerda una frase de Terra Nostra de Carlos Fuentes; Dios, llorando, dice: “Soy el más Viejo entre los viejos. No existe nadie que me conociese joven.”

R.A.: No solamente el más viejo, sino también el más solo: no tiene con quién pensar y no tiene nadie a quién amar. En cambio, en toda la tradición bíblica cristiana, esa soledad y ese amor le lleva a exigir unas dosis sobrenaturales de amor hacia él.

 

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1 de abril de 2008
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Presidencia de transición

Estados Unidos está en cambio, como reza el lema de Barack Obama. Parece estar viviendo el final de una etapa, la que empezó con Ronald Reagan y que se definió como revolución conservadora, con su política económica neoliberal y su visión social. Algunos ven las raíces de esta situación en Administraciones anteriores, como la de Nixon. Es verdad que la guerra de Vietnam fue responsabilidad primera de los demócratas y abrió paso a los neocons. Pero, en realidad, el ideario de este conservadurismo revolucionario (aunque parezca contradictorio unir estos términos) empezó a calar políticamente en 1981 con la llegada de Reagan a la Casa Blanca. (...)

Esta nueva embestida conservadora fue, sobre todo, un ataque desde la política contra el Estado, un intento de socavar la política desde la política. Sus bases doctrinales esenciales están en un interesante libro publicado en 1974 en defensa del Estado mínimo, que  sigue imprimiéndose y vendiéndose: Anarquía, Estado y utopía, del filósofo de la política Robert Nozick, fallecido en 2002. Se trataba de jibarizar lo público. (....) Puede considerarse que la época de Clinton fue un paréntesis, pero en realidad continuó en esta línea, entre otras razones porque los demócratas perdieron el control del Congreso a los dos años y el presidente tuvo que navegar pactando con una mayoría republicana, cada vez más neoliberal y neoconservadora.

Clinton fue un globalizador. Bush ha intentado ser un emperador. Pero si el final de la guerra fría sirvió de acicate a los neocons, el conflicto de Irak ha frenado las ansias imperiales. Los ciudadanos estadounidenses descubrieron una realidad social escondida en el centro de Nueva Orleans, que el huracán Katrina sacó a la luz, y quieren un cambio. ¿En qué sentido? Previsiblemente hacia una mayor política social, más gasto público en infraestructuras, más multilateralismo, pero también proteccionismo. Un cambio, unas variaciones, más que una ruptura.

Pues el conservadurismo y el neoliberalismo en Estados Unidos han dado pruebas de agotamiento. Por eso el próximo presidente puede ser de transición. El republicano John McCain es una cara de esa posible transición; Hillary Clinton, otra. Barack Obama también, aunque es de otra generación, más participativa, más Web 2.0. (...) De hecho, Obama no se presenta como un liberal (en sentido americano, de izquierdas). Incluso ha llegado a considerar que Reagan respondió al deseo de orden y sentido de dirección de su país, que los liberales no aportaban. (...)

La transición en la Presidencia del país más poderoso de la Tierra coincide con la que tiene lugar a escala mundial, cuyo comienzo suele fecharse en 1989 con la caída del muro de Berlín y el posterior fin de la Unión Soviética y la guerra fría. Esta transición durará en total tres décadas, como otras anteriores. La última y decisiva empieza en 2009 con un nuevo inquilino en la Casa Blanca, aunque el nuevo mundo ya no se forje sólo en Washington, sino también en Chindia (China más India), Europa y lo que Parag Khanna llama Segundo Mundo. Este último va a resultar crucial en la fase final -junto a una sociedad civil global mucho más poderosa (con sus lados oscuros)- a medida que sus países vayan decantándose hacia unos y otros polos. (...)

El texto completo de este artículo ha sido publicado en el número de abril-mayo de 2008 de Foreign Policy Edición Española.

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1 de abril de 2008
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El activismo de los monjes tibetanos

En el interior de los monasterios tibetanos, en la penumbra y después de acallar el ruido que suena en sus cabezas, el único empeño de los monjes es sentarse en el suelo de una tierra invisible y transparente, y contemplar una realidad tan huidiza como el aliento de un moribundo; una tierra sutil, surcada por vientos levísimos, innombrable y en verdad incomprensible. Es una experiencia inaprensible, pero ellos perseveran en dar consistencia razonable, gramatical, a las intuiciones que cultivan con los ojos cerrados desde hace milenios.

La ocupación militar de su país por las tropas chinas los sacó de su ensimismamiento medieval y los empujó al exilio. Dispersos por el mundo exterior, padeciendo las trágicas soledades de su Éxodo, aprendieron los modos de un siglo ajeno y extraño. Pero adoptaron inmediatamente las instituciones extranjeras: fundaron su parlamento, convocaron elecciones entre los exiliados y eligieron a sus representantes. Como una especie de ensayo general de lo que harán el día en que puedan regresen al Tíbet. De este modo no sólo legitiman su presencia en el mundo de hoy sino que resuelven lo que por su cuenta no habían descubierto: una versión política del budismo. Libertad, igualdad y tolerancia.

Aún así, su activismo pacifista no ha sido debidamente ponderado por Occidente -aunque se le concediera el Premio Nobel de la Paz al Dalai Lama- ni sagazmente temido por China hasta hoy: cuando un atleta con la antorcha en la mano corre el riesgo de tropezar y caer al suelo ante las cámaras de todo el mundo.

Las autoridades chinas van descubriendo el poder de la cultura mediática global desde el día en que reclamaron para Pekín la sede de los Juegos Olímpicos: la imagen de monjes golpeados y detenidos no solo revela el origen y destino del régimen chino sino la incongruencia de un espectáculo deportivo organizado para ensalzar la competencia pacífica de los ciudadanos.

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31 de marzo de 2008
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Ser bueno, ser malo

/upload/fotos/blogs_entradas/juan_ramn_jimnez_med.jpgCada día me interesa más Juan Ramón Jiménez. Ahora otra vez vigente por un libro- que todavía no conozco- en el que se cuentan las zancadillas oficiales, el silencio de muchos y la ayuda de pocos para conseguir su Nobel. Una historia de hace 52 años, de la vida en el franquismo, pero revelador de las cobardías, las maldades, las envidias y, también de los pocos buenos y valientes. Lo leeré, lo comentaremos. Pero hoy el Juan Ramón que me es cercano, querido es de los aforismos. Los tengo cerca, los abro al azar y siempre encuentro "intelijencia" como diría el Nobel. Encuentro reflexiones de vida que son atemporales. Y confesiones sobre su persona que sirven para conocer lo mucho que nos distancia- talento aparte- y lo imposible que hubiera sido ser amigos. No hubiéramos sido admitidos por él.

Me hubiese encantado conocerlo pero al hacer confesión de sus gustos ya pone difícil el encuentro: "no fumo, no bebo vino, odio el café y los toros, la relijión y el militarismo, el acordeón y la pena de muerte. Vivo únicamente por y para la Belleza. Amo el orden en lo esterior, la inquietud  en el espíritu".

Y el caso es que si quitamos el vino, el café, los toros- cada vez menos- y  eso de escribir la Belleza con mayúscula, no me siento lejos de sus otros valores. Bueno, el acordeón me gusta para acompañar a la canción francesa. Y amo el bandoneón. El orden "esterior" me gustaría pero estoy lejos. La inquietud interior, esa sí, esa siempre va conmigo. Así como el odio a la relijión -me gusta escribirlo a su manera- el militarismo y la pena de muerte me hacen sentirme su semejante. El tabaco me acompañó una vida y ahora lo tengo aparcado. En fin, que soy más o menos un ser en las antípodas de mi admirado Juan Ramón Jiménez y, sin embargo, lo siento tan cercano.

Le agradezco a Andrés Trapiello el regalo de esa edición de los aforismos de Juan Ramón -en la editorial La Veleta- y prometo que otro día hablaremos de sus pasos perdidos. Esos diarios en que parece darse esa dualidad juanramoniana: "un día parece que el ideal de la vida consiste en ser bueno; otro en ser malo". Yo también tengo esas veleidades. Aunque, también como el maestro: "a veces me hago el malo para que ellos no tengan tanto remordimiento". Eso en los días en que soy más bueno.  

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31 de marzo de 2008
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Ondas cubanas

En las fotografías por satélite de Google Earth hay poca distancia entre la casa de Fidel Castro Ruiz y la de su hermano Raúl Castro Ruiz. Ambas se ubican al oeste de la capital cubana, en la zona del country club. Es imposible equivocarse en la búsqueda de la casa de Fidel pues los maestros de Google pusieron en su fotografía de Cuba una bolita plateada con un cartel: "Punto cero (casa de Fidel)". Como ven estamos precisamente en latitud 23° 04' 50,51" Norte y 82° 29' 07,84" Oeste de longitud. No hay que desplazarse mucho, hasta latitud 23° 03' 55,37" Norte y 82° 28' 23,24" Oeste de longitud, para encontrar el hogar de su hermano Raúl. Esta casa con un edificio doble, un entorno con muchos árboles cítricos, una piscina, un campo de béisbol y una entrada muy discreta en la calle 222, es el centro de la finca La Niña. El cambio de mando en Cuba se resume en este movimiento de pocos kilómetros al oeste de la capital cubana: se pasa del punto cero a la finca La Niña.

Raúl Castro, que no es un cabezón estúpido, sabe que en el mundo real de Cuba, el mundo de los que mandan y viven en la zona del country club, no vale la pena buscar un cambio. Y por el momento se dedica a trabajar en lo virtual, en el desplazamiento de la información digital. Más allá de permitir a los cubanos la entrada a los hoteles que cobran en dólares, promueve una serie de medidas que van todas no al protocolo de las casas country club sino al protocolo de transmisión de datos. El derecho para todos de tener un ordenador, el derecho de utilizar un teléfono celular  son pasos muy significativos para los cubanos. Por el momento, no hay más: ordenadores y teléfonos. Del acceso de todos a la red, que sería un paso lógico dentro del mismo paquete de medidas no se dice nada. Raúl Castro abre el mundo virtual, pero no con gran preocupación por la vigilancia.

Es interesante leer lo que tiene que ver con el teléfono tal como se publicó en el diario Granma. Se habla expresamente de la posibilidad de conseguir un contrato para utilizar un teléfono celular, pero se añade algo sobre la regularización de los cubanos que ya tienen este mismo teléfono por "vía indirecta". La "vía indirecta" es un teléfono pagado por un extranjero o un cubano con acceso a divisas y entregado para su uso a otra persona. Es el teléfono que la prostituta recibe de sus amantes extranjeros, el teléfono que uno consigue en el mercado negro, el teléfono prestado por un pincho (un jefe) grande a su familia, es el teléfono que corresponde a recursos ilícitos. En otras palabras: la medida de Raúl Castro tendrá que revelar la disidencia económica. Es una buena medida pues facilita la vida de los cubanos, pero obliga el que quiere conseguir un teléfono a demostrar que tiene acceso a divisas por su trabajo o por remesas de su familia en el exterior. Control a través del uso de las ondas.

La tarjeta de prepago del teléfono (única manera de pagar) más barata vale diez pesos convertibles, lo que son 240 pesos, es decir, un sueldo mensual. Basta citar el precio para entender que lo más difícil para Raúl Castro será hacer compartir entre los cubanos los privilegios de la élite del poder político y económico (en Cuba es lo mismo). Una solución sería permitir el acceso de todos a Internet, territorio digital que tiene la gratuidad como rey, pero este territorio queda muy controlado. Francis Pisani, en su blog hospedado por Le Monde ha hecho una revisión de la situación. Cita a los blogueros de Cuba que actúan como pioneros de la libertad: Yoani Sánchez, Potro salvaje y en general Desde Cuba. No se pueden leer desde Cuba. En las nuevas ondas de la vida cubana, Internet es el factor clave: si se abre, la partida dice mucho sobre la voluntad de Raúl Castro. Si no se abre, lo que es el caso, dice mucho también. Por el momento es imprescindible leer un manual de lucha contra la censura en la red.

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31 de marzo de 2008
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I. Placeres tardíos

/upload/fotos/blogs_entradas/la_repblica_de_los_sueos_med.jpgHay libros que aguardan en los estantes quizás por años, y siempre pasamos frente a ellos sin recordar que están allí, o pasamos con el propósito siempre pospuesto de que alguna vez vamos a leerlos. A veces es que nos asusta su grosor, y otras que conocemos a ese autor, y la confianza nos lleva a pedirle que espere, ya empezaremos, no hay que apresurarse con los amigos. Y uno no sabe que está perdiéndose del milagro.

Me ocurrió con la novela La república de los sueños de Nélida Piñón, que ahora pueden hallar en Alfaguara. Nélida, escritora brasileña de Río de Janeiro, hija de inmigrantes gallegos, es ganadora del Premio Camoens (que es el Premio Cervantes de la lengua portuguesa) y también del Premio Príncipe de Asturias, pero todo eso sería lo de menos sino se tratara de la novelista que es, con un registro a profundidad de la percepción de la compleja historia del Brasil, que ella sabe llevar, sin que se pierda nada de esa complejidad, a los escenarios de la imaginación.

El Brasil de los inmigrantes, en primer lugar. Los gallegos que en el siglo diecinueve atravesaron el mar en busca del sueño americano, pero no embarcándose hacia Nueva York o hacia Buenos Aires, las tierras socorridas de las corrientes migratorias incesantes de entonces, sino hacia Río de Janeiro, donde ese sueño se teñía de colores misteriosos.

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31 de marzo de 2008
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Del lunes y los otros

La tarde del domingo seduce a los suicidas y ensombrece a los niños que detestan la escuela. Por oscuros motivos emparentados con el equilibrio cósmico, la mañana del lunes tiene un peso específico mayor sobre los hombros del terrícola promedio. La del jueves es noche de cómplices, nadie quiere contar lo que hizo en esas horas de hedonismo traidor. En un miércoles cabe cualquier cosa, los buenos viernes comienzan en miércoles. Ni el mediodía de un lunes asfixiante pesa tanto como una noche de sábado a solas. El primer lunes de cada año se llega hasta la noche con piolet o muletas. Contra lo que los tristes prefieren asumir, la del domingo suele ser la mejor noche de la semana, sólo que uno la desperdicia durmiendo. Ciertos martes el universo amanece inflado de una rara ligereza. El jueves tiene un magnetismo especial sobre los malamados intrépidos. Aun si nadie lo cree, hay pervertidos que van al supermercado en plena madrugada del sábado. Pocas fiestas ocurren durante la noche del lunes al martes; si alguna se prolonga, nadie la olvidará. Cada tarde de viernes se parece a una fuga masiva, sólo un sino fatal explica que estén todos de vuelta para el lunes. Morir durante el fin de semana supone una salida triunfal, aunque estorbosa para el elenco vivo. Hay quienes creen que las personas felices son aquellas que se desvelan en miércoles. Existe cierta dosis de vanidad hedionda en esa extravagante propensión de los virtuosos a desmañanarse cada día festivo. Por regla general, los lunes de diciembre contienen más pimienta que los viernes de enero. El encuentro casual entre un domingo y un lunes feriado produce la impresión de doble o triple domingo seguida por un martes con sabor de lunes. Los licántropos tímidos experimentan culpa cuando vuelven a casa al comienzo de un martes y encuentran al vecino realizando ejercicios matutinos: Se me murió una tía, declaran con las gafas recién puestas. Si la revisa uno escrupulosamente, descubrirá que en la mañana del viernes caben varios minutos de quince segundos. Matemáticamente es improbable que un lunes pueda ser el mejor día en la vida de nadie, pero a más de uno le ha sucedido y cuentan que creían flotar en uno de esos sábados jupiterianos cuyas noche se extienden igual que las caricias de un fantasma invocado intensamente. Por lo demás, las matemáticas trabajan poco en lunes: las variables tienen su día de asueto y las constantes no se dan abasto (¿será que aquella rara luminosidad que tienen ciertos martes se explica solamente a partir del retorno de las variables a las horas hábiles?). Un suicida que llega vivo al martes probablemente sea un chantajista. Un niño que se finge muy enfermo para no ir a la escuela tiene el poder de transformar al lunes en unas vacaciones de verano. Que los días de la semana tengan su nombre propio e intransferible nos hace inevitablemente supersticiosos. Puede uno llegar lejos con una mujer a la que conoció en viernes, pero sólo hasta ciertas alturas del sábado. Es decir que de haberse conocido en la aridez oceánica de un lunes, seguramente nunca se habrían dejado.

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31 de marzo de 2008
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Se otorga el derecho a morir… a quien carece de razón para vivir

/upload/fotos/blogs_entradas/eutanasia1_med.jpgCuando esto escribo perduran en los periódicos retazos de la noticia relativa a una mujer que, aquejada por una aterradora y singular enfermedad, ha aparecido muerta en su domicilio, días después de que las autoridades francesas le hubieran denegado el recurso legal a la eutanasia. Cuando surgió la noticia reapareció una vez más la ya estereotipada polémica sobre si el derecho a la muerte digna ha de primar o no sobre un pretendido deber de subordinar la vida a lo que la colectividad en general, la patria, o una eventual fuerza creadora determine.

"Jesús no tuvo paliativos y su muerte fue digna" dijo al parecer el obispo de Pamplona en un Sermón de las siete palabras, pronunciado en vísperas del Domingo de Resurrección. El prelado asevera que la dignidad de tal muerte residiría en primer lugar en que "la miró cara a cara con confianza", disposición por la cual Cristo habría respondido a esa andreia, templanza o entereza, que Aristóteles nos presentaba precisamente como ausencia de fóbos (es decir miedo sin pudicia) ante la inminencia de la muerte.

Desgraciadamente, sin embargo, (aunque de hecho no podía ser de otra manera) el prelado se ve forzado a añadir que tal confianza ante la muerte se debería a que Cristo "la aceptó con amor, porque la vivió descansando en los brazos del padre celestial".

Así cualquiera, cabría de entrada pensar. Pues obviamente no es lo mismo contar con el abrazo del padre celestial que enfrentarse pura y simplemente a la inminencia de que desaparece el hecho mismo de seguir siendo testigo de que algo se da, modalidades empíricas de la muerte (muerte de otro o muerte de animales o plantas) incluidas. Lo segundo sí es, desde luego, "mirar la muerte cara a cara", mientras que lo primero parece más bien buscar un derivativo para no hacer tal cosa.

Pero más deprimentes que las consideraciones que pueda hacer un prelado de la iglesia en relación a la muerte voluntaria, son las proclamas de instituciones defensoras de la democrática laicidad en estas materias, pero que limitan el derecho a morir dignamente prácticamente a quien no tiene ya razón alguna para vivir. Así la asociación suiza Dignitas acepta asistir a personas procedentes de países en los que toda forma de eutanasia está prohibida, pero dejando bien claro que tan sólo si se trata de casos límite. Más cerca de nosotros, el bienintencionado, aconfesional y progresista Comité Consultivo de Bioética de Cataluña solicitó en 2006 que se despenalizara la eutanasia, y hasta se ayudara al suicidio, en los casos en los casos de gravísimo sufrimiento, causado por una enfermedad incurable. ¿Es a esto a donde llega la libertad? ¿Qué pasa con aquel que quiere morir aun sin enfermedad incurable y eventualmente en situación de euforia? Pues que en todo caso no busque ayuda de instituciones asistenciales se responderá. Totalmente de acuerdo, si el ciudadano estuviera en condiciones de hacerse con los instrumentos necesarios para llevar a cabo su propósito de poner fin a sus días, cosa que desde luego no ocurre.

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31 de marzo de 2008
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