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El otro Robin

Ayer Página 12 me dio una alegría, al dedicar su tapa de Cultura & Espectáculos a uno de mis ídolos de la infancia: el guionista Robin Wood, creador de historietas como Nippur de Lagash, Dennis Martin y Jackaroe, entre tantas otras. Durante muchos pero muchos años conservé unas páginas que por aquel entonces la revista Gente -qué se le va a hacer, mis padres la compraban- le dedicó a Wood. Seguro que esos recortes andan todavía por algún rincón de casa. Lo que recuerdo vívidamente es la foto en que un Wood sin canas practicaba tae kwon do: la clase de información que yo atesoraba desde muy niño, en la medida en que siempre admiré a los escritores de aventuras que no se contentaban con escribirlas. Y Wood, condenado a ello desde que le endilgaron ese nombre que parece seudónimo y no lo es, pertenecía sin dudas a aquella cofradía.

Paraguayo de nacimiento, irlandés por sangre y trotamundos por vocación, hizo de todo un poco -trabajar en obrajes, o de camionero- hasta que la argentina Editorial Columba, que publicaba las revistas D'Artagnan, El Tony y Fantasía, le permitió dedicarse al oficio de narrador. Lo cual no equivalía necesariamente a establecerse: durante cinco años viajó por el mundo con una mochila y una máquina de escribir portátil, confiando sus guiones al correo. Imagino que, tal como lo sugiere el autor de la nota, Facundo García, ese andar habrá tenido algo que ver con la creación de su personaje más célebre.

/upload/fotos/blogs_entradas/nippur_de_lagash_med.jpgNippur de Lagash era un guerrero que iba de aquí para allá desfaciendo entuertos, sin otra ambición que la de algo que comer, un odre de vino, un fuego oportuno y -cómo no- la ternura de una mujer. Le decían El Errante, pero estoy seguro de que su otro apodo, aquel de Incorruptible, le quedaba mejor. Dice Wood que lo imaginó a semejanza de Charlton Heston, el actor de Ben Hur, de El Cid, de 55 días en Pekín, de Sed de mal, de El planeta de los simios, que para tantos -yo incluido- era por aquel entonces sinónimo de aventura. ¡Si habré dibujado Nippurs en mil y una hojas! También me gustaba Dennis Martin, aquel agente secreto que era como Bond pero decontracté: pelilargo, afecto a los pantalones de botamanga ancha y a las pelirrojas, me contagió para siempre su debilidad por las rosas amarillas.

Wood pretende que ignora por qué Nippur sigue vigente. Yo tengo una explicación muy simple. En aquel momento, para todos los que éramos niños o jóvenes, Nippur era un héroe por su coraje y su destreza con la espada. Hoy en día es un Héroe -sí, con mayúscula- porque el apodo de Incorruptible le hacía justicia. Si algo nos consta en estos tiempos es que es más difícil ser honesto que blandir bien una espada.

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28 de mayo de 2008
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Platón "Low Cost"

El otro día un profesor de filosofía me comentó que proyectaba fragmentos de los Diálogos de Platón en la pantalla, a través del power point, con el propósito de que los estudiantes, confundiéndolos con imágenes, se entretuvieran leyéndolos. El pobre profesor, disculpándose, justificó el método: "Sólo se fijan en las imágenes". Naturalmente a él mismo le parecía aberrante. Primero, porque así se descartaba la lectura directa de los libros y, en segundo lugar, porque como profesor de filosofía sabía a la perfección que si algo iba directamente en contra del pensamiento platónico era la desecación de los conceptos en imágenes.

No tenía, por tanto, duda dicho profesor de que un redivivo Platón se pondría las manos en la cabeza al ver sus clases, si es que no la emprendía a bastonazos con el proyector de ídolos. De todos modos, hablando con más calma de esta innovadora didáctica, quedó claro que había otras razones que impulsaban al profesor, además de la confesa idolatría de los estudiantes, que no hacen si no trasladar a la Universidad la idolatría general.

Este profesor, joven y necesitado de promoción profesional, había advertido que su método encajaba con las tendencias y requisitos de la universidad actual. Me dio detalladas explicaciones que ayudan a comprender el perfil del profesor en el inmediato futuro. Me enseñó, por ejemplo, unos formularios dedicados a la evaluación del profesorado en los que aparentemente el mérito mayor radicaba en la capacidad del docente para la renovación tecnológica, sin que la publicación de libros, y cosas así, pareciera tener la menor importancia. Nuestro profesor se había renovado tecnológicamente y soltaba pedazos del Fedro en la pantalla para ver si pillaba a los estudiantes.

Pero era evidente que, para sobrevivir en la universidad, además de la renovación tecnológica, era necesario acumular grandes conocimientos sobre el lenguaje administrativo. La comprensión de los requisitos exigidos por las distintas administraciones -estatales, autonómicas y universitarias- ofrecía más obstáculos que los textos de Kant o Heidegger. Ningún ser ajeno a la universidad podría entender el galimatías de validaciones, acreditaciones, habilitaciones y demás jerga que forma parte del universo mental del profesorado.

Supongo que obligado por las circunstancias el profesor de filosofía había luchado con los sucesivos boletines oficiales y se había convertido en un gran experto en galimatías. No sé si esta lucha a brazo partido con los textos sagrados de la burocracia había ido en detrimento de sus obligaciones para con Aristóteles o Nietzsche. Ni siquiera tuve que preguntárselo porque enseguida me aclaró que en el momento de ser valorados sus méritos el saber burocrático tendría tanta importancia, si no más, que el saber intelectual. Él no estaba de acuerdo pero "las cosas eran así".

Tampoco era un gran amante de las reuniones y sin embargo iba a todas -"a todas", remarcaba- porque no podía permitirse el lujo de quedarse al margen del engranaje. Cierto que había un exceso de las reuniones en las que a menudo las disquisiciones eran mucho más oscuras y complejas que las de las teologías bizantinas. Pero no había más remedio que asistir porque las cosas eran así y, además, podían contar para el currículum.

No se detenían aquí las tribulaciones del joven profesor de filosofía, quien tenía poco tiempo para adentrarse en los vericuetos de Hegel o Kierkegaard porque tenía que buscar afanosamente revistas de impacto donde publicar papers. ¿Qué diablos es todo eso?, preguntarán las almas poco avezadas en el actual espíritu universitario. Un paper es un escrito -valioso o no, depende- que un profesor escribe para que lo lean cuatro gatos de su gremio y, si puede ser, nadie más. Una revista de impacto es una revista especializada que puede tener o no valor científico -depende- y que con frecuencia, sobre todo en el ámbito de las humanidades, es un puro portavoz gremial. Publicar papers en revistas de impacto es el paraíso de quien aspira a hacer carrera universitaria. El aludido profesor de filosofía proclama que le gustaría escribir ensayos de otro tipo, más creativos, pero éstos contarían escasamente para el currículum. "Las cosas son así".

Como en los mejores relatos kafkianos hay algo fatal en esta afirmación. ¿Quiénes son los que hacen que las cosas sean así? ¿Los políticos?, ¿los pedagogos? ¿Cerebros perezosos y agazapados bajo el no menos kafkiano Proceso Bolonia? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Y menos este esforzado profesor de filosofía que corre inquieto de un lado para otro sin horas para dedicar a sus filósofos. Ahora una reunión; ahora un análisis hermenéutico del boletín oficial; ahora la persecución de revistas de impacto; ahora un toque de renovación tecnológica. Y al llegar a clase se pondrá a explicar el mito de la caverna con el power point, a sabiendas de que Platón lo hubiera suspendido sólo con verle hacer eso.

 

El País, 03/05/2008
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28 de mayo de 2008
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El corazón de la oscuridad

La violencia xenófoba que está ocurriendo en África del Sur viene a corregir los conceptos que uno generalmente tiene sobre este fenómeno de intolerancia, que generalmente se asocia a las sociedades de los países ricos donde se rechaza la inmigración de los inmigrantes provenientes de los países pobres. Ahora se trata de pobres muy pobres, afectados por el desempleo masivo, que rechazan a otros tan pobres como ellos, que llegan a las ciudades sudafricanas desde Zimbabwe y Mozambique, principalmente, en busca de trabajo y de oportunidades.

Y cuando se piensa en la xenofobia, uno la asocia a la discriminación racial. Ahora se trata de negros persiguiendo y asesinando a otros negros. Pero las turbas de exaltados que palos y machetes en manos llegan a las chabolas de los inmigrantes para agredirlos o amenazarlos, buscan identificarlos por el tono más oscuro de su piel. Los más negros que ellos son sus enemigos.

Es una tragedia doble. Primero por todo lo que la xenofobia tiene de maligno, y luego porque la lucha de los negros sudafricanos encabezados por Nelson Mándela, tuvo de heroico para el mundo. Resistir el apartheid, la discriminación racial que tenía todo el peso del estado, un estado blanco y opresor que al fin fue derribado. Hoy son las víctimas del apartheid los que salen a cazar inmigrantes.

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28 de mayo de 2008
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La hora de la venganza ha llegado

 

Estamos tan acostumbrados a ver en la política la mera puesta en escena de un discurso, que ya no sabemos reconocer la vida cuando ésta aparece envuelta en sus más puras pasiones de furia, engaño y traición.

Al principio parecía la tímida disensión de los sectores descontentos con el resultado de las recientes elecciones generales pero inmediatamente la pugna adquirió proporciones grandiosas. La lucha en el seno del Partido Popular por conquistar la sede del aparato pasará a la historia española como una de las más cruentas batallas entabladas a cielo abierto por una clase política inclinada a dirimir en privado, y en secreto, sus pleitos.

De hecho, el dramático enfrentamiento entre Mariano Rajoy y sus feroces adversarios libera fuerzas que hasta ahora permanecían ocultas y sometidas a la disciplina profesional de la casta gobernante. No es que las puñaladas traperas no tuvieran lugar, sino que el odio de los contrincantes discurría por los cauces reglamentarios.

Esta es una de las fuerzas que ahora se han confabulado para estallar. El odio. Cuando José María Aznar nombró con su dedo caprichoso a los tres hombres que podían sucederle al frente del Partido Popular -Mayor Oreja, Rodrigo Rato y Mariano Rajoy-, cuando los tuvo a la intemperie, pendientes del veredicto que sádicamente rumiaba, cuando les permitió imaginarse como posibles presidentes del gobierno que en aquél tiempo creían tener en sus manos -antes de la derrota electoral del 2004-, cuando les obligó a pasar ante la opinión pública como aspirantes al gracioso capricho de un líder displicente -sometiéndoles a una humillación que no han olvidado-, parecía que todos aceptaban religiosamente la elección del heredero, pero en realidad se estaba gestando el insondable resentimiento que hoy toma la revancha.

Ninguno de los enemigos declarados de Rajoy -más allá de unas vagas impugnaciones formales- ha sabido explicar de un modo aceptable lo que se le está reprochando a Rajoy. El verdadero motivo del ensañamiento es inconfesable.

 

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27 de mayo de 2008
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Examen de inconsciencia

Nunca fui escrupuloso para ese engorro del examen de conciencia. Por fortuna ya había descubierto el paquete de pecados multiformes que reúne a los malos pensamientos, de cuya comisión inminente y periódica no había que pomernorizar ante el cura. Cada vez que, de acuerdo a las cuentas de mi madre, me tocaba formarme ante el confesionario, llevaba a cabo el tal examen como quien cumple con algún requisito burocrático obsoleto. Reunía tres pecados regulares, como decir mentiras, repetir palabrotas y desobedecer a mis padres, sumaba el comodín de los malos pensamientos y así tenía listo el póker de la absolución. Armado ya con el salvoconducto del perdón fresco, dábame una vez más a la oficiosa exploración de la inconsciencia, quehacer que comúnmente no requiere otra prueba que la de fuego.

     Escribir una historia es, lo quiera uno o no, realizar una larga prueba de inconsciencia. Reinventar el pecado hace años cometido según se empeña en traerlo de vuelta la nostalgia. Si, como cuenta Zeca Baleiro, la saudade es una película pálida "que el corazón quiere ver colorida", las confesiones del inconsciente contienen cada una de las tonalidades precisas para que la nostalgia por lo no vivido sea tan honda y nítida como el origen del déjà vu. Ciertas noches transcurren solamente a la caza de esas carnadas. La canción adhesiva que desde el primer día alebrestó más de un campanario recóndito. Aquel coro románticón que brochazos mediante podía servir para inspirar los pasos de un personaje trágico. Esa videoantigualla que te deja mirarte de regreso con las muñecas tiesas y las yemas dolientes y las uñas punzantes de tantos y tan raudos nintendos.

     A partir de este punto cualquier cosa se vale, e incluso se diría que de muy poco vale el recuerdo dorado frente al poder morboso del bochorno traumático. No escribe uno para ir tras los mejores recuerdos, sino para tratar de reinventar los que menos espera, y de repente peor rememora. Los necesarios, que con cierta frecuencia prefieren adherirse a la canción que entonces no aceptaste apreciar porque te parecía imperdonablemente cursi, y hoy resulta que tiene más trozos de memoria pegados que las que te gustaban y por tanto empalmaron los bastantes recuerdos para ya no aspirar a singularidades mayores. Pocos deleites encuentro tan gozosamente clandestinos como exprimir el tuétano de una cierta canción que oficialmente no me gusta, con la coartada de que a mi personaje le emociona hasta las lágrimas. He de hacer lo que él hace, en lo posible, y a menudo ello empieza por escuchar su música.

     ¿Tan fácil soy de olvidar?, me pregunta Engelbert desde la zona tórrida del iTunes, entre la incomprendida Delilah de Tom Jones y la versión gloriosamente Vegas de There's a Kind of Hush. Que conste que esto último no es que lo diga yo, sino la señora N., que en los años sesenta, antes aún de alumbrar al protagonista de la historia, comparte con sus mismas enemigas la pasión por Jones y la debilidad por Humperdinck. A Delilah se le supone una balada querendona, a pesar de esos acordes melodramáticos que no permiten predecir final feliz alguno, mientras la letra cuenta en primera persona la historia de un asesinato pasional, a cuchilladas. ¿Por qué tiene que estar Delilah en mi historia? Porque sin ella se me caería la historia, y eso tanto consciente como inconscientemente me enciende cada una de las alarmas, y ya no queda allí más que correr en pos del primer astro de casino que prometa sacarlo a uno del apuro.

     Cada vez que se cumple el gusto húmedo de escuchar a su Engelbert interpretando There's a Kind of Hush, la señora N. experimenta unas agridulces ganas de llorar, pero el día que muera su marido es probable que baile sola escuchando Release Me a todo volumen.

     Mi madre no logró que ya en la edad adulta siguiera visitando al sacerdote, pero he aquí que contra mi voluntad me heredó religiones paganas que no puedo más que endosar a personas ajenas, como la señora N. y su hijo J., inoculados ambos asimismo del virus Jones & Humperdinck. Nada que sea visible durante un chato examen de conciencia.

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27 de mayo de 2008
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Operación futuro

Fui a ver Cordero de Dios, debut en el largometraje de Lucía Cedrón. Supongo que hacer abstracción de la identidad de Lucía es un imposible: ella es la hija de Jorge Cedrón, el hombre que llevó al cine uno de los libros más -terriblemente- memorables de la cultura argentina, Operación masacre de Rodolfo Walsh, y que terminó asesinado en París en 1980, donde vivía como exiliado político, en circunstancias aún misteriosas. A nadie sorprende, pues, que la película de Lucía tenga que ver con la terrible experiencia de la dictadura. En Cordero de Dios, Mercedes Morán interpreta a Teresa, una mujer que vive en París desde que su marido, periodista y militante político, fue asesinado por un grupo de tareas en plena calle. Pero lo que sí sorprende, y gratamente, es que Cordero de Dios no se limite a ser un ajuste de cuentas con el pasado. La sabiduría de Lucía, con apenas 33 años que -imagino- a veces se sentirán como 80, subraya las sutiles, pero no por ello menos abrumadoras, maneras en que el pasado condiciona por completo la experiencia del presente. Lo que parece obsesionarla es el hoy, en tanto esclavo de un pasado que, mientras siga irresuelto, seguirá tiranizando a tirios y troyanos.

/upload/fotos/blogs_entradas/corderodedios1_med.jpg

La maquinaria de Cordero de Dios se pone en funcionamiento en el año 2002, en pleno auge de los secuestros extorsivos. El rapto de Arturo (Jorge Marrale, efectivo como siempre) determina el regreso de su hija Teresa (Morán), que vive en París desde hace décadas, habiendo armado lo que imagina una nueva vida. Mientras lidia con la angustia y busca dinero para el rescate, Teresa revive los hechos que condujeron a la muerte de su marido, al tiempo que vuelve a cuestionarse el rol de Arturo en esa tragedia: veterinario ligado por trabajo y afectos a los militares, Arturo bien puede haber entregado la vida de su yerno a cambio de salvar a Teresa.

Con mano firme y dominio de las elipsis, Lucía Cedrón describe las formas en que el tiempo practica su perversa circularidad. Sin dar mayores detalles, sugiere que Arturo ha sido secuestrado por una banda vinculada a la policía, que seguramente recluta a lo que un eufemismo muy usado aquí denomina ‘mano de obra desocupada'; esto es, ex militares y ex policías que han sido dados de baja por delitos de lesa humanidad y / o simple corrupción, pero que siguen vinculados a la trama mafiosa del poder. Y al tiempo que asimila al marido asesinado, Paco, con un corderito de juguete -la tradición judeocristiana tiene al cordero por bestia de sacrificio-, introduce la figura del otro padre puesto en situación de ser sacrificado, esto es Arturo. ‘Ojalá se muera', le dice Teresa a una amiga en uno de sus arrebatos de bronca. Teresa también coquetea con la idea del sacrificio: ¿acaso no merece la muerte su padre, en su condición de probable entregador de Paco? ¿No sería el suyo un sacrificio justo y necesario?

Teresa evita ser condenada al tiempo circular al negarse, finalmente, a entregar a Arturo. Quizás no pueda perdonarlo nunca, pero en cualquier caso no propiciará su sacrificio. Hay que tener un alma muy grande para llegar a una decisión semejante. Por fortuna Teresa, y a través de ella Lucía, han tenido muchas maestras -casi todas ellas mujeres, madres y abuelas- en la historia reciente de nuestro país.

Nos vienen bien las historias que invitan a nuestra sociedad, tan adicta a la negación, a enfrentarse con su enfermedad. Mientras sigamos dando la espalda a nuestras responsabilidades, la Operación futuro no será sino una quimera.

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27 de mayo de 2008
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«Formas postreras y poco envidiables…»

Si la pintura negra de Goya muestra la vejez exclusivamente bajo el aspecto de la postración, si la luz sólo revela, paradójicamente, el aspecto sombrío del cambio, la porosidad de las capas del cuerpo y la enajenación de los espíritus... ¿por qué entonces los humanos se anclan a la subsistencia? Pregunta sin respuesta propiamente dicha, al menos en el registro de lo verificable u objetivizable, pero tan imposible de obviar como esas otras preguntas calificadas de metafísicas, a las que Kant se refiere en su Crítica de la Razón Pura, obra dedicada en gran parte a mostrar la imposibilidad de darles respuesta.

Y es que si las representaciones de la vejez no dejan resquicio a la ilusión, basta cambiar de sala en ese mismo recinto del Prado para apercibirse de que no son menos abrumadoras las representaciones de la muerte. Y digo representaciones refiriéndome a la muerte misma ya que no otra cosa que representación cabe de la que lo es cabalmente, a saber la muerte propia. Como la muerte misma no se da, la pre-visión es importantísima y todo sería fácil si tal figuración pudiera ser asociada a imágenes de reposo. La conciencia quizás lo consigue, pero la conciencia y la voluntad valen lo que valen y tienen el peso que tienen. Y se introduce la sospecha de que la postrera representación, sometida más bien a la construcción inconsciente, exponga un panorama en el que el reposo poco papel juega. /upload/fotos/blogs_entradas/el_jardin_de_las_delicias_med.bmpSe introduce la sospecha de que las imágenes mutiladas del Triunfo de la Muerte y las apocalípticas de los márgenes superiores de El jardín de las delicias sean las que cieguen nuestro espíritu, en una situación que ni siquiera cabe llamar temporal (y por ende pasajera) precisamente por su carácter postrero.

Así, pese a su intrínseca complicidad, las imágenes del instante postrero neutralizan en nosotros lo brutal de las imágenes del cambio corruptor, hasta el punto de que decidimos perdurar aun a costa de -literalmente- encarnarlas, aun a costa de darles paupérrima vida:

"Tales son las formas postreras y poco envidiables de la supervivencia" sentencia que aquí me ha servido para describir la condición de seres humanos -aun- vivos, pero que el Narrador aplica a nuestra manera de hacer perdurar, con la finalidad de instrumentalizarlos, a los muertos:

"Y es que largo tiempo después de que los pobres muertos hayan salido de nuestros corazones, su ceniza indiferente sigue aun mezclándose, sigue sirviendo de argamasa para las circunstancias del pasado .Y así, ya sin amarlos, ocurre que en una habitación, una alameda, un camino, dónde un momento estuvieron presentes, a fin de que el lugar que ocupaban deje de estar vacío, nos sintamos obligados a evocarlos, sin siquiera echarles de menos, incluso sin nombrarlos, y hasta tolerando que no se les identifique... tales son las formas postreras y poco envidiables de la supervivencia."

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27 de mayo de 2008
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Dios no es bueno, ni malo

Soy de la generación de los adolescentes del mayo del 68. Es decir, soy de los que no se enteraron de nada. Después hice un máster sobre los millones que estuvieron en el concierto de Raimon de la Complu que venían directamente de las barricadas parisinas. Aprendí mucho de la verdad de las mentiras. De la imaginación que se subió al poder de nuestras ilusiones. Pronto fui descreído y me chocó cantar aquello de "buscant a déu, al vent del món". Mi pandilla ya no buscaba a Dios. Ni esperaba su llegada. No es que creyéramos que el Mesías no iba a venir... sino que ¡ni iba a llamar! Y así sigue, sin dar señales, ni sms.

/upload/fotos/blogs_entradas/dios_no_es_bueno_med.jpgEl otro día, camino de Huesca y Monzón, en un taxi con la emisora de los obispos a toda mecha, comprendí que nunca me caería de ningún caballo. Que nunca sería Pablo. Ni de Tarso. Aquellos hombres de Dios soltaban todos los demonios radiados y amplificados. Desconecté, decidí sumergirme en mi lectura: Dios no es bueno, de Christopher Hitchens, escritor inglés, disidente y ateo al que tenemos muchas simpatías desde que hace años nos acercó un poco más la figura libre, crítica e independiente de George Orwell. El mejor de los escritores combatientes en el bando que no se apropió del nombre de Dios para matar en vano.

El libro de los sin Dios que ha escrito este ateo, gracias a Dios, es un libro sobre la gente buena, ética y solidaria. Gente que nunca denigrará, condenará ni quemará a nadie por su religión. Ateos que se descalzan en una mezquita, se cubren la cabeza en una sinagoga y entran con respeto en todas las iglesias. Amigo de Ian McEwan, de Rushdie, buen tipo que se conforma con vivir sólo una vez, escribe: "Dejo para los creyentes lo de quemar las iglesias, mezquitas y sinagogas de los demás, cosa que siempre se puede estar seguro de que acabarán haciendo".

/upload/fotos/blogs_entradas/pajaritashuesca_med.jpg

Estoy en Huesca, en el parque Miguel Servet -aragonés, "herético" y quemado lentamente en una picota con húmedos haces de leña- visito las esculturas de las "pajaritas". Un espacio para los niños que construyó un hombre bueno, Ramón Acín. Pintor, escultor, intelectual y ácrata, nunca quemó ninguna iglesia; amigo de Buñuel -pagó con dinero de la lotería su documental de las Hurdes- y ateo. Llegaron los que luchaban en nombre de Dios y lo fusilaron. Para no dejarle solo, también mataron a su mujer. Hoy la escultura de las pajaritas es el emblema de la ciudad. De la ciudad de todos. Con Dios o sin Dios.

Vuelvo y me tropiezo con dos buenas personas sin Dios: Gaspar Llamazares, que busca renovación del púlpito laico, y, ¡ay!, con Ana Belén. Mañana vuelve al cante. Con Ana siempre pienso aquello de Raquel Meller: ¿dónde habrá aprendido este ángel tanta diablura? Dios y el diablo en la voz de Ana.

Artículo publicado en: El País, 25 de mayo de 2008.

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27 de mayo de 2008
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Malos tiempos

/upload/fotos/blogs_entradas/pesame_med.jpgLo bueno de los malos momentos en la vida es la expectativa de que, probablemente, la fase siguiente será mejor e incluso óptima, dado el dolor. ¿O no?

Podría, efectivamente, llegarse a una respuesta negativa puesto que nada impide que a la calamidad siga otro revés y que en adelante, hasta el fin, todo sea un collar de menoscabos.

La edad deja de entregar bienes y empieza a restarlos, dice un amigo pesimista, pero ¿es seguro que, a partir de un punto crítico, la serie desventurada tenderá ineludiblemente a lo peor?

Tampoco es seguro. Ni siquiera relativamente probable. La felicidad nunca es absoluta y ni un solo de los años de nuestra vida ha de producirse patinando sobre una superficie lisa, imperfectible y luminosa. Y no siendo así, no llegando jamás a un cenit estable  ¿cómo no volver a esperanzarse dentro de una circunstancia adversa respecto a la posibilidad de que un azar cualquiera impulse hacia un estado mejor? En esta inocente confianza se va hilando una y otra vez la vida y en la prolongada ausencia de esa fe se forma, de otro lado, el nudo fatal que lleva al delirio, el crimen o la destrucción.

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27 de mayo de 2008
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El Proteo futuro

"Proteo", Andrea Alciato, 1531Rafael Argullol: Se irá a una especie de nuevo helenismo de carácter universal, en el que conviven distintas estructuras de tradición y de ideología, de religión y lengua, y esa convivencia es lo que llamaremos arte y literatura en el futuro.

D.A.: Las duplas nativo/extranjero y lengua/literatura se verán, por lo tanto, desbordadas. La literatura se promulgará por encima de la lengua en la cual ha sido escrita. Se vaciará para convertirse en un elemento inherente a todas naciones.

R.A.: La idea herderiana, romántica, de la identificación extrema entre la lengua y la literatura ya está desapareciendo. Pero hay muchísimos chicos jóvenes que empiezan a escribir no en la lengua materna, sino en la lengua que han elegido. Ya hay muchos escritores indios, paquistaníes que escriben en inglés, y muestra que cada vez habrá un traspase mayor. Lo importante es que no será la lengua como el lugar o como el escenario patriótico inicial, sino la lengua como el lugar de comunicación entre esos mundos que conviven en la megápolis. Eso será difícil de aceptar. En otras artes ya se ha aceptado, pero en literatura será difícil, porque hay una enorme asimilación literatura-lengua. Incluso nuestras universidades están organizadas así. En el siglo XVIII no era así, y en el XXI tampoco. Sólo en el XIX y en parte del XX se ha producido esa identificación. Uno podrá tener dos o tres lenguas. Lo habitual será que uno tenga dos o tres lenguas. Ya no solo pragmáticas, sino literarias. A algunos nos ocurre, o al menos a mí me ha ocurrido, que generalmente la lengua del amor era la lengua de la mujer con la que estaba en aquél momento, si mínimamente podía conocerlo. Si hablaba francés era el francés, si era italiana era el italiano. Era una especie de Proteo que me adaptaba a la mujer a la que quería. Tenemos que acostumbrarnos a aceptar ese proteísmo para comunicarnos con el mundo que nos rodea, esa especie de orgullo o soberbia más bien romántico-patriótica del español con el español, del catalán con el catalán, o del inglés que camina por el mundo creyendo que no hace falta saber más lenguas que la propia: eso forma parte de una especie de lengua imperial estéril. El futuro estará en el poliglotismo. Habrá policentrismo, politeísmo y poliglotismo.

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27 de mayo de 2008
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