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¿No hay en el mundo dinero…?

"Dinero que es mi alma", repetía a intervalos Agustín García, en un suspiro a la vez resignado y rabioso, en la Boule d'Or, café parisino que servía de refugio a una variopinta tribu de españoles en los años de la diáspora provocada por el franquismo, la miseria económica, o la miseria afectiva. La ocasión se presentaba efectivamente varias veces cada noche. Se trataba simplemente de que la inevitable analidad o racanería de cada uno debía necesariamente ser vencida (de manera inevitablemente dolorosa), a fin de contribuir a que tal o cual pudiera efectuar una inscripción que le permitiera hacerse los papeles, pagar el alquiler de la chambra, o simplemente pillar unas rayas.

Fue entonces cuando parte de la tribu se desplazó al monasterio de San Miquel de Cuixá en el Rosillón, organizando un seminario sobre El Dinero, al que se sumaron, desde Sevilla, Madrid o Barcelona, Perico Romero, Fernando Savater, Jacobo Cortines, Rafael Sánchez , Alberto González , Eugenio Trías...(fue allí donde Demetria, Rafael y Agustín hicieron un poema de despedida a Ferrán). Personas bien dispares... pero unidas por común exigencia de lucidez sobre (casi, casi) lo sagrado, es decir, aquello que cercenaba nuestros cuerpos como nuestras almas, aquello que confería a todo pensamiento una connotación de valor, y que bañaba todo vínculo afectivo en una atmósfera de bolsa, de mercado, en un sentido mucho más preciso del término que el evocado por las coplillas que entre vinos solíamos entonar ("cuan sano me fuera no ir al mercado, que no que viniera tan aquerenciado, que vengo cuitado, vencido de amor...).

Y en San Miquel de Cuixá pasamos una semana entera reflexionando sobre las fórmulas del interés simple y del interés compuesto, con el sentimiento diáfano de que, tan aficionados a filosofar como éramos en general, nos estábamos ocupando de la cuestión metafísica fundamental. Reflexionando, en suma, sobre la esencia del dinero y la amplitud de asuntos literalmente caros sobre los que el dinero proyecta su linterna corruptora. Asuntos entre los que el amor y la sexualidad no sólo cuentan, sino que cuentan de manera primordial, hasta el punto de que se hace en ocasiones imposible discernir si el dinero los ha corrompido, o si (en la modalidad en que se presentan, y que es quizás la única que unos y otros hemos conocido) constituyen la expresión adamantina del vínculo entre almas y cuerpos que la misma palabra dinero designa. De ahí la extrañeza que arriba manifestaba respecto a que los más incondicionales devotos del mercado, los que erigen la libertad del mismo en equivalente de sociedad libre, los que contemplan con estoico sentimiento de lo inevitable, como la vida cotidiana de los hombres (y con ellos lenguas, culturas, sociedades... ) son absorbidos por la voracidad de tal Saturno, los que, en suma, efectivamente, al oro se humillan, tengan aun corazoncito para considerar que no hay en el mundo dinero para comprar los ‘quereres' y que una mujer decente (mientras sólo vende su entera cotidianeidad, su capacidad productiva, su salud y sus exigencias innatas de vivir plenamente como un ser de razón y de palabra) se convierte en indecente cuando incorpora al mercado su capacidad de generar deseo.

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5 de junio de 2008
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Los jugos del otro

He asistido excepcionalmente a algunas reuniones de sociedad para experimentar, sin proponérmelo, el paladear intensas conversaciones en las que lo más sabroso de toda la velada se hallaba en el desarrollo del canibalismo sobre personajes servidos ya en la mesa o después, en la sobremesa, en el ruedo que componen los sillones y sofás de la casa.

Se trata, como todos sabemos, de una reunión no estrictamente ritualizada pero que contemplada en su totalidad con un ojo ligeramente semiológico se revela un modelo histórico tan definido como perdurable.

En esta ceremonia de devoración del ausente, empezando por una risueña insignificancia y llegando hasta el corazón de su nobleza o su dignidad, cuenta al principio con un par de intervinientes pero bastan unos minutos para que el mismo apetito homicida prenda en otros que enseguida inician y generalizan un trinchado del mismo sujeto ya seleccionado o agregan otros ejemplares para exponerlos también a la succión, la desmembración y la digestión grupal. De este modo se explica la incontenible euforia de confraternización con la que se despiden entre sí los asistentes y se prometen volverse a encontrar para reeditar la sesión excitante.

La cena y una conversación sin víctima habrían dejado insatisfechos pero exaltados por la vehemencia de las críticas, la masticación de los entresijos y la ávida degustación de la sustancia personal del ausente, la noche llega a brindar un disfrute que colma todas las expectativas y el placer se confunde con las luminosas heridas que a latigazos han ido desgarrando la integridad la identidad del sujeto hasta convertirlo en el plato principal de la velada. En esa experiencia es inexcusable la complicidad de todos los comensales pero también una elaborada inclinación a complacerse en el mal. Instrucción que requiere, como poco, veteranía en el rencor, cínico desapego y, como en las fiestas del circo romano con gladiadores, una coherencia con el hondón de la especie humana que, no interesándole ninguna otra cosa más que los seres humanos, disfrutan más de su sabor cuando la orgía del despedazamiento libera sus jugos internos y pueden sorberse en comunidad, en medio del cómodo salón y bajo el patrocinio de altos, cultos y refinados anfitriones.

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5 de junio de 2008
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Los Pájaros

¿No os habéis sentido alguna vez como Tippi Hedren cuando, en la película de Hitchcock, cientos de pájaros comienzan a llenar los cables de la luz a su espalda? El espectador observa con bastante tensión la amenaza, mientras que ella, ajena al peligro, fuma y piensa en sus cosas con cierta mirada de ensoñación. Y la verdad es que respiramos cuando por fin gira la cabeza y se da cuenta de lo peligroso de su situación.

Esta escena de Los Pájaros es el resumen de la paranoia en su estado puro. Ni miles de páginas de psiquiatría conseguirían explicarla con tanta claridad. Y también alimenta la inquietante sospecha de que cuando alguien se siente perseguido es porque alguien de verdad le persigue. Quien más quien menos a veces nota con un escalofrío cómo unas cuantas sombras le muerden la espalda, nota empujones como golpes de viento ardiendo, nota ojos acechantes. ¿Quién no ha tenido nunca la sensación de que unas cuantas pajarracas y pajarracos murmuradores se cuelan por los hilos del teléfono y por las rejillas de ventilación de esos despachos donde se podría estar dirimiendo su futuro? El gesto de mirar atrás ha quedado inmortalizado desde los tiempos bíblicos, en que la mujer de Lot fue convertida en estatua de sal por curiosa, como el peligro que encierra querer saber un poco más, no conformarse con lo que te cuentan y pretender llegar al fondo de las cosas. Uno se puede acabar volviendo loco.

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5 de junio de 2008
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La literatura como arte

"La condition humaine", René Magritte, 1935Rafael Argullol: La diferencia es que en cada momento la máscara literaria va actuando a través de esas metamorfosis.
Delfín Agudelo: Metamorfosis que, por demás, consiste en la condición humana. De allí lo importante y valioso de Todorov en su último libro: le gusta leer porque le hace ser mejor persona, y porque todo lo que ha leído le ha permitido una mejor comprensión de la condición humana. Los clásicos funcionan a manera de una gama de espejos que desde siempre nos han reflejado. Cada día nos encontramos con un tipo de Aquiles, o algún tipo de Héctor.
R.A.: Por eso es tan importante que el escritor no sea conformista. Que sea alguien que entienda la literatura no solamente como una técnica u oficio o manera de ganarse la vida, sino también como un arte. Porque así la literatura, al considerarse también como arte, intentará mantener ese equilibrio entre lo actual y lo atemporal. Expresar lo que siempre ha intentado, que es el claroscuro; pero intentará expresarlo de acuerdo con las señales de cada momento. Para hacer eso se necesita siempre recurrir a la experimentación. De lo contrario, lo que hay es una especie de creación o fabricación de simulacros, que sí pueden servir, por ejemplo, para manifestar lo sociológico de un fenómeno. Pero lo artístico no es solo los sociológico de un fenómeno. Tomemos como ejemplo El Avaro de Molière. Claro que la obra nos ayuda a entender la sociología del inicio del capitalismo, que confirma una figura como la del avaro. Pero también nos ayuda a comprender un movimiento pasional negativo o no, como se quiera, de la condición humana, que es completamente atemporal. Un escritor de nuestros días como lo es Tom Wolfe, escribe La hoguera de las vanidades. No es un favorito mío pero sí es adecuado para comprender un broker de Nueva York a finales del siglo XX. Ahora bien, si uno considera esa novela como arte, al mismo tiempo lo que allí se expresa no tiene que ser solo ese dibujo de la codicia a finales del siglo XX, sino también la expresión de la codicia en un sentido universal. De allí lo importante de continuar reivindicando siempre la literatura como arte frente a aquellos que de una manera más o menos oportunista, demagógica o pragmática quieren reducirla siempre a un oficio, una técnica o algo que se puede aprender pero que no hace falta que asuma riesgos.
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5 de junio de 2008
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IV. Renacer o morir

Pero no es una lucha fácil para los periódicos impresos a los que hemos estados acostumbrados. Los enemigos son muchos. El teléfono digital como sustituto del viejo periódico de papel, en el que leeremos las noticias a cada instante mientras van produciéndose.

/upload/fotos/blogs_entradas/sentencia_previa_med.jpgLa pantalla tamaño bolsillo del kindler, el artilugio en el que también leeremos libros. O el periódico hecho de una hoja de plástico flexible, como lo vimos ya en Sentencia previa, la película futurista de Spielberg, en manos de lectores que viajan en el autobús: la hoja estará conectada aun chip transmisor, que generará las noticias, y en lugar de fotos fijas, tendremos videos. Un periódico virtual que usará "tinta electrónica", millones de partículas capaces de moverse y acomodarse para formarse en letras, y en imágenes.

Los diarios, nuestros diarios de tinta y papel de todos los días, deberán cuidarse de no volverse prescindibles. Les está en juego la existencia misma. Tendrán que reinventarse ellos mismos para poder vivir en la nueva era digital, habiendo nacido en una era anterior, la era industrial. Es lo que pasa con todas las especies vivas, según las viejas leyes de la biología. O se adaptan a la nueva atmósfera, o perecen. 

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5 de junio de 2008
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Libros y medias

Recuerdo que en mi primera feria fue toda mi familia a verme. Mis padres, antes de acercarse, se quedaron contemplándome en la distancia como para ver mi logro en toda su dimensión, como para verme entre otros autores dentro de otras casetas y mi primera novela entre miles de libros. No sé qué pensarían, tal vez que me esperaba un camino difícil, sin embargo, recuerdo lo que pensaba yo. Estaba pensando en algo que me acababa de decir una escritora ya veterana, algo parecido a que ahora tenemos que vender los libros como quien vende medias.

Lo dijo por decir, esas cosas que se dicen en las ferias del libro, pero a mí la imagen libro-media se me quedó grabada y aun ahora me parece bastante conseguida. Creo que no hay una venta más delicada que la de las medias cuando la vendedora las saca del paquete, las desdobla, mete la mano por una de ellas y la desliza muy suavemente para que la clienta compruebe su efecto sobre la piel. En el fondo, el lector que hojea un libro, lee la contraportada y algún párrafo, lo toca, está pasando la mano por su entramado para hacerse una idea de que es lo que mejor le va a sentar a su estado de ánimo, a su carácter y a sus gustos. Así que tampoco hay que pasarse de engreídos y pensar que el libro es un mundo aparte. El libro es como todo lo demás, unos hacen medias y otros hacemos novelas, y luego todo depende de cómo le sienten a cada cual.

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4 de junio de 2008
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El trabajo dignifica

La tesis implícita del bien pensante articulista del que me ocupaba ayer es que el trabajo intrínsicamente dignifica y así que la prostitución sólo podría ser legalizada si tuviera carácter laboral, cosa que el autor niega. Señalaré de pasada que no todo el mundo está de acuerdo. Precisamente la condición de trabajadoras de las prostitutas es puesta de relieve por personas caracterizadas por una eficaz y efectiva denuncia de los abusos de los que son víctimas estas mujeres, abusos que no personifican sólo los clientes ni los alcahuetes, sino en ocasiones la misma administración. Pero hoy no me interesa tanto la cuestión particular de la prostitución como la general del trabajo:

El cliente del prostíbulo sería culpable de homologar la capacidad de la mujer de excitar su libido y entonces adquirir lo que se ofrece, mientras que el (o la) cliente de la sección de perfumería de un gran almacén no tendría responsabilidad moral alguna por su contribución a que una muchacha de 20 años consuma literalmente su juventud (y cubra sus piernas de varices) en diez horas cotidianas de obligada compostura, con prohibición de tomar asiento en un frustro taburete en razón de la mala imagen que ello produciría.

Hay algo más que farisaica moralina en todo esto. Hay una tentativa de obviar que ciertas modalidades de trabajo, por desgracia perfectamente convencionales, embrutecen a la persona que lo ejerce y envilecen al que meramente no lo combate, a fortiori al que lo facilita y obviamente al que se beneficia del mismo. Que en un mundo donde sólo el mercado es sagrado, se considere que el mercado del sexo envilece no deja de tener guasa.

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4 de junio de 2008
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Fuera esos hombres de mis calles

Hace tiempo vengo quejándome de algunas cosas que nunca cambian. Treinta años después de la llegada de la democracia en España tenemos que seguir soportando vergonzantes nombres de algunas calles. ¿Cómo es posible que una de las más hermosas, y principales, calles de Santa Cruz de Tenerife se siga llamando General Franco? Alguien podría imaginar la calle Adolf Hitler en el centro de Berlín. También pensaba poner el ejemplo de Mussollini en mi querida Roma, pero tal como están las cosas en Italia y cómo es el nuevo alcalde de Roma, todo disparate, toda regresión, es posible.

Puse el ejemplo de nombre de calle en Canarias porque siempre que voy me sorprende la cantidad y calidad de las calles que el fascismo español mantiene en Canarias. No se corresponde al pensamiento, la historia ni el carácter liberal de la mayoría de los canarios. Y que liberal nada tiene que ver con el ser liberal de Esperanza Aguirre, por ejemplo. No hay que viajar a Canarias para encontrar callejero franquista. No hace nada más que buscar en los callejeros de muchas ciudades de Castilla, Levante, Cantabria y otras muchas repartidas por casi todo el territorio español.

No todo está perdido, vengo de uno de los  primeros pueblos progresistas de España, Puerto de la Cruz. Fue el primer pueblo español que tuvo un ayuntamiento socialista, en los años 20 del pasado siglo. Ha sido uno de los pueblos más- y no necesariamente mejor- transformados por el turismo. Aunque conserva un entorno, algunas calles y una naturaleza envidiable. También una gente. Una gente que, al fin, en su mayoría se siente contenta por haber quitado el nombre de Franco en una de sus calles principales. Fuera la calle Francisco Franco, ¡viva la calle Agustín de Betancourt! Me alegro por los amigos de Puerto de la Cruz. /upload/fotos/blogs_entradas/muchas_veces_me_pediste_que_te_contara_esos_aos_med.jpgPor muchos, pero especialmente por uno de ellos: Juan Cruz. El periodista, novelista y antifranquista está contento, como lo están los del Instituto de Estudios Hispánicos, los del Museo de Arte  Contemporáneo, los concejales -menos los de Coalición Canaria- y la mayoría de los ciudadanos que no quieren seguir soportando calles con nombre de mala gente.

Juan Cruz nos ha contado muchas cosas del Puerto de la Cruz, ahora nos sigue contando desde la ficción cosas que le pasaron al chico que creció, se hizo periodista y novelista. Su última novela -no para- se llama Muchas veces me pediste que te contara esos años. Tiempo de franquismo, antifranquismo y sin franquismo. Me alegro por nosotros.

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4 de junio de 2008
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Una mujer increíble

Uno no se olvida fácilmente de la persona con la que vio un bombardeo.

En abril, durante mi último viaje a España, destripé un ejemplar del diario El País para conservar la contratapa. Había reconocido la foto a simple vista: se trataba de una entrevista de Juan Miguel Muñoz a Gaby Lasky, a quien yo había conocido en Jerusalén a fines del año 2000, a poco de iniciada esta segunda Intifada-de-nunca-acabar. Descubrir que Gaby estaba bien, y todavía haciendo de las suyas -cuando la conocí era una de las directoras de Peace Now, una organización pacifista de origen judío; ahora, como socia fundadora del estudio de abogados Benatan-Lasky, defiende a palestinos en tribunales israelíes- me puso muy contento. Metí la doble página del diario en mi equipaje y me la llevé conmigo a través del Atlántico, con la idea de escribir sobre Gaby algún día. Siempre hay buenas razones para escribir sobre gente que,  aun en medio de una circunstancia violenta, consagra su vida a erigir fundamentos para una paz verdadera.

‘Sé que hay mucha gente que nos considera traidores', dice Muñoz que Gaby Lasky le dijo. En aquel momento del año 2000, en plena eclosión de violencia, las amenazas de muerte le llegaban a diario. A mí me dijo entonces: ‘No se puede defender lo indefendible'. La mayor parte de la gente tendería a pensar que lo verdaderamente indefendible es su posición, esto de saberse absoluta, combatida minoría en un contexto que privilegia las soluciones militares. Pero es obvio que Gaby Lasky, que aguantó los embates entonces, aguanta todavía. El reportaje de Muñoz cierra con una verdad inapelable: ‘He comprendido por mi trabajo que si hablaran todas las personas buenas que callan, se podrían cambiar muchas cosas'.

Aquella vez nos reunimos en las oficinas de Peace Now, en la Colonia Alemana de Jerusalén. Al finalizar salimos al sol y vimos pasar dos aviones israelíes de combate, rugiendo por encima de nuestras cabezas. Un par de minutos después oímos la primera bomba. Y después las otras.

Por fortuna la voz de Gaby Lasky suena todavía, para que no sean las bombas las únicas que hablen.

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4 de junio de 2008
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La tabarra del artista

Los artistas, con demasiada frecuencia, no prestan más interés que a lo que se refiere inmediatamente a su quehacer.  Pintores, músicos, escritores, son a menudo pesadísimos en la tertulia, minusválidos del conocimiento personal, solitarios, misántropos o psicóticos.

Algunos, desde luego, consiguen ser accidentalmente amenos pero  incluso entre escritores se da el caso de aquellos que hablan de la literatura sobre la literatura y convierten su habla en una peroración que no se sale de las citas, los títulos, los autores, los viejos libros. Con esto suponen que han logrado establecerse satisfactoriamente en el mundo de su oficio. Tan satisfactoriamente como un enfermo crónico hallará  en sus males y sus medicinas, en su régimen y sus inquietudes, un universo blindado tan complaciente como perverso. E insoportable para los prójimos.

Un pintor debería ser la pintura, un músico la música y un escritor la literatura en cuanto vestidos que cubren y dan aroma a su condición elemental pero otra cosa es metamorfosearse progresivamente en foscos cancerberos.

En cuanto se tropieza con ese tipo de artista que no existe sino en las mazmorras de  su oficio hay que desconfiar de él y sus influencias. Este  tipo de confinamiento despide al cabo una verdosa secreción que intoxica tanto al lector como a él mismo que pronto termina desocializado,  loco o carente de destino.

La música, la literatura o la pintura sólo perviven con júbilo en la respiración abierta, abordadas como un gustoso trabajo más, gozadas como un juego, liberadas del Sacro Encargo de  liberar a la Humanidad, al espectador, el lector, el público y al mismo artista de su pesar o su muerte.

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4 de junio de 2008
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