Marcelo Figueras
Uno no se olvida fácilmente de la persona con la que vio un bombardeo.
En abril, durante mi último viaje a España, destripé un ejemplar del diario El País para conservar la contratapa. Había reconocido la foto a simple vista: se trataba de una entrevista de Juan Miguel Muñoz a Gaby Lasky, a quien yo había conocido en Jerusalén a fines del año 2000, a poco de iniciada esta segunda Intifada-de-nunca-acabar. Descubrir que Gaby estaba bien, y todavía haciendo de las suyas -cuando la conocí era una de las directoras de Peace Now, una organización pacifista de origen judío; ahora, como socia fundadora del estudio de abogados Benatan-Lasky, defiende a palestinos en tribunales israelíes- me puso muy contento. Metí la doble página del diario en mi equipaje y me la llevé conmigo a través del Atlántico, con la idea de escribir sobre Gaby algún día. Siempre hay buenas razones para escribir sobre gente que, aun en medio de una circunstancia violenta, consagra su vida a erigir fundamentos para una paz verdadera.
‘Sé que hay mucha gente que nos considera traidores’, dice Muñoz que Gaby Lasky le dijo. En aquel momento del año 2000, en plena eclosión de violencia, las amenazas de muerte le llegaban a diario. A mí me dijo entonces: ‘No se puede defender lo indefendible’. La mayor parte de la gente tendería a pensar que lo verdaderamente indefendible es su posición, esto de saberse absoluta, combatida minoría en un contexto que privilegia las soluciones militares. Pero es obvio que Gaby Lasky, que aguantó los embates entonces, aguanta todavía. El reportaje de Muñoz cierra con una verdad inapelable: ‘He comprendido por mi trabajo que si hablaran todas las personas buenas que callan, se podrían cambiar muchas cosas’.
Aquella vez nos reunimos en las oficinas de Peace Now, en la Colonia Alemana de Jerusalén. Al finalizar salimos al sol y vimos pasar dos aviones israelíes de combate, rugiendo por encima de nuestras cabezas. Un par de minutos después oímos la primera bomba. Y después las otras.
Por fortuna la voz de Gaby Lasky suena todavía, para que no sean las bombas las únicas que hablen.