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De tetas, paraísos e infiernos

"Seríamos ladrones de senos. Entraríamos por los balcones sigilosos, con una linterna sorda, y llegaríamos descalzos a los lechos en que ellas duermen con su seno fuera...". Ése era uno de los muchos homenajes que Ramón, en libro memorable, hizo a los senos. No tetas, como dice el colombiano Gustavo Bolívar. En su novela sobre ese falso paraíso con el que sueñan pobres chicas de tetas pequeñas, fabricado de mal gusto y dinero del narcotráfico, no hay lugar para la literatura de Gómez de la Serna, para esos senos que "sobre las balaustradas de los balcones se asoman como niños curiosos". Ni siquiera lo habría para otra mirada, juvenil literaria, que un día escribió el católico y sentimental Juan Manuel de Prada sobre los "coños" y su pluralidad. No estaba el autor de Coños en esa comida que el editor Quique Polanco organiza en tiempos de Feria, pero sí estaba el autor de Sin tetas... Decenas de miles de ejemplares y series televisivas le contemplan.

/upload/fotos/blogs_entradas/ana_garca_obregn_med.jpgAllí se habló de todo, de tetas, tamaños, paraísos e infiernos. De machos y hembras. Cosas de escritores. Elevadas conversaciones como la verdad del físico de Ana García Obregón. Todo porque en otra comida -¡así estamos!- con un empeñado editor gallego de libros en español, como un vendaval, en la mesa de enfrente se sentó la auténtica Obregón. Con nuestras discretas miradas pudimos observar que mantiene unos equilibrios corporales impropios de su edad. Hicimos una porra sobre cirugía y realidad, verdad y ficción. No diremos más. Tenemos la intención de mantener a salvo lo que queda de nuestro maltratado, nocturno y bien bebido físico.

Con ese cuerpo nos fuimos de nocturnidad a un islote -escondido paraíso lleno de olivos, almendros, lirios, rodeado de rascacielos- llamado El Olivar de Castillejo. Además de la casa del fundador, José Castillejo, por allí siguen las casas de Menéndez Pidal, Dámaso Alonso o Ignacio Bolívar. Aquellos españoles que supieron vivir bien, entre la ciudad y el campo, sin olvidar músicas y poesías. Flamencos y poetas para pasar el frío de la primavera. Aute, Benítez Reyes, García Montero para las voces de Arcángel, Carmen Linares o Morente.

Con Morente, como con Lorca, no hace ni frío ni calor: hace Morente. Un paso más, ahora canta a Picasso. Otro amante de las mujeres -de todos los tamaños, edades y formas- y de sus senos. Picasso habría sido amigo de Morente y admirador de su cante. Y de su hija. Antes de cantar juntos, Morente se acerca al Guernica. Y a Gernika. El cuadro en Madrid, cerca del Prado, donde quiso el artista que estuviera. Y Gernika, el pueblo, en el recuerdo de todos, en los que no olvidan que el 26 de abril de 1937 el miedo y la muerte cayeron sobre un pueblo. Que se vayan.

Artículo publicado en: El País, 15 de junio de 2008.

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16 de junio de 2008
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De la pretendida sublimación del político

Dice el tópico que los políticos tienen la libido canalizada hacia el poder, y alguno de ellos como el cínico (y canalla) Kiessinger llegó en una ocasión a afirmar que, al menos en su caso, así era efectivamente. Así pues los políticos habrían dejado de experimentar la diferencia sexual como polaridad clave; a fortiori se sentirían completamente ajenos a esas personas para las que la sexualidad juega en sus vidas casi el papel de una causa final.

Conviene precisar que la tesis no es puesta en entredicho por los casos frecuentes en los que un político ejerce su poder para mejor encontrar partenaires, o incluso traiciona sus pretendidos idearios puritanos acudiendo a un lupanar. Se diría que se trata de políticos falsos, como falso banquero sería aquel que creyera poder utilizar el dinero para algún tipo de personal beneficio: el banquero que no tuviera en el capital y su reproducción la causa final de su actividad; el banquero, en suma, que no tuviera en el dinero su Dios. Al respecto me viene siempre a la cabeza el caso del Père Grandet, personaje de Balzac al que un sacerdote cree convertido porque, al administrarle la extremaunción, se alza a besar la imagen de Cristo... se trataba simplemente de que el crucifijo era de oro.

/upload/fotos/blogs_entradas/politico1_med.jpgEl político de raza amaría el poder por si mismo, al igual que el banquero digno del nombre sólo hace genuflexión ante el oro. Propio de pequeños burgueses sería querer tener dinero para usarlo, y de espíritus mediocres querer el poder para obtener beneficios en algún registro parcial.

Mientras escribía las líneas anteriores me preguntaba si debía referirme al político en general o los políticos del género masculino. Me preguntaba, en suma, si la concepción imperante de la política no hace de ella algo intrínsicamente masculino. Ciertamente hay mujeres profesionales de la política, pero también hay mujeres soldado, mujeres policía o mujeres banquero, sin que desaparezcan las razones para afirmar que (en el estado actual de cosas) la entrega de una mujer a una de estas profesiones responde a una suerte de deslizamiento hacia actitudes miméticas de las que, desde niños, interiorizan los hombres.

Habrá otro momento para discutir este asunto, preguntándose si a través de todo ello se consigue realmente algún tipo de homologación entre los sexos, o si más bien se trata de una nueva superchería, otra artimaña para blindar la relación de fuerzas imperante en el mundo, otro mecanismo que sería urgente desmontar. Para no entrar de momento en este berenjenal me limitaré a decir: los políticos del sexo masculino dejarían, según el tópico, de tener la polaridad sexual como referente último y ello les permitiría canalizar su libido hacia el poder.

La pregunta puede entonces formularse con toda precisión: ¿puede un político realmente realizar plenamente estas modificaciones de las funciones de la libido? Y de manera más precisa: ¿puede realmente la libido masculina tener otro objetivo que la mujer? ¿Hay algún hombre para quien la mujer no sea, en lo profundo, la referencia final?

Sin duda alguien respondería que la mera constatación de la homosexualidad masculina da testimonio de que efectivamente la libido de los hombres puede ser objeto de toda clase de transformaciones, puede cambiar de objeto y puede ser sublimada en abstracciones como las relaciones de poder económico o la política. Pero esta apoyatura en la homosexualidad no es excesivamente convincente. Pues una cosa es constatar el fenómeno de la atracción que un hombre ejerce en otro hombre y otra muy diferente es concluir que esta atracción ha sustituido pura y simplemente a la atracción (o repulsión, como patológica degeneración de la anterior) que inevitablemente ejerce, en el origen, la mujer. Hay más de una razón para suponer que la homosexualidad masculina se superpone (quizás enmascarándola) a la sexualidad masculina propiamente dicha, la cual no tiene siquiera sentido sin referencia al sexo correlativo.

Sospecha que se extiende asimismo a la pretendida derivación de la libido hacia el poder. ¿Consigue realmente el político derivar la sexualidad, o simplemente enmascarar el radical e inevitable anclaje de la misma en la mujer? La impresión de falacia que, tan a menudo, el discurso de los políticos produce encuentra posiblemente aquí un elemento de explicación.

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16 de junio de 2008
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Rondeau

No siempre los lectores de traducciones son los últimos en tener acceso a una obra. Las tres puertas del mediterráneo del escritor francés Daniel Rondeau (editorial Almed en España) ofrece a los hispanohablantes algo que no se puede conseguir en Francia: un libro inédito de más de 500 páginas. Están disponibles en francés tres libros de Rondeau sobre Tánger, Alejandría y Estambul. Pero no existe reunidos así, en un solo volumen, el texto de los tres libros, más otros textos sobre Marruecos, lo que provoca la sensación física de encontrarse frente a un intento de geografía cultural.

/upload/fotos/blogs_entradas/rondeau.1jpg_med.jpgRondeau es un novelista (que se enfrenta con la historia contemporánea), un crítico literario (muy preocupado por Camus, Malraux, Soljenitsin, por los escritores que escriben con la conciencia continua de vivir en una civilización) y un ensayista (sobre Líbano, sobre la política francesa en la época de Mitterrand, sobre el cantante Johnny Halliday). Rondeau tiene más de 50 años, ha hecho un montón de viajes que le dan una visión amplia, mundial de las tragedias, pero mira al mundo desde el mar Mediterráneo.  Lleva en el corazón algo extraño: "una extraña inclinación, dice, me empuja desde la infancia hacia los países que siempre parecen vacilar con el viento de la historia, entre Oriente y Occidente, como si yo mismo hubiese tenido el corazón dividido". De manera obvia, se comprometió con los que pasó en los Balcanes, dedicó mucho tiempo a Sarajevo, lo que le ha dado un estatuto extraño de intelectual comprometido con causas aunque nunca entró en la población de los eternos invitados de tertulias mediáticas. Rondeau vive aparte, y cerca del mar mediterráneo.

Como es un autor, no se puede negar una dimensión de su interés: mira al mundo que creó el libro (la Odisea como la Biblia) y a la biblioteca (Alejandría). Su aporte a este mundo es el testimonio culto de un paseante preocupado por la eternidad. Rondeau sabe que no quedará nada de sus pasos, y sabe también que algo se queda siempre. Cita a René Char en el prólogo de su libro "español": "la eternidad no es apenas más duradera que la vida". De esto se trata en lo que es un gran libro sobre la civilización: ¿qué es lo que tiene el Mediterráneo para producir tanta cultura y arte de vivir?

La pregunta queda pendiente, pero Rondeau sigue buscando la respuesta: acaba de publicar en francés un ensayo/recorrido sobre Cartago, en Tunisia, y ya se puede adivinar lo que será su próximo libro pues, en uno de estos movimientos extraños del ‘sarkozismo', este hombre que nada tiene que ver con la derecha y el mundo de la diplomacia acaba -tremenda sorpresa suya- de ser nombrado embajador de Francia en Malta. Habrá más puertas en el Mediterráneo.

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16 de junio de 2008
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Extremos a que ha llegado el talante

Lo venía observando desde la cafetería donde cada mañana leo la prensa. Era un mendigo gentil que pedía con mirada virginal y sonrisa leve a la puerta de una oficina de La Caixa, lugar idóneo para agobiar conciencias. Sin embargo, un desagüe de aire acondicionado dejaba caer sobre su cabeza una gota cruel e implacable cada cuarenta o cincuenta segundos. Cuando la gota rompía en su cráneo, fruncía el ceño, cerraba un ojo y dirigía el otro a lo alto. De inmediato recuperaba el aplomo y seguía impertérrito pidiendo el favor de la gente. Una vez concluido el diario de la burguesía catalana, que es el que más voluptuosidad me produce, le abordé movido por una curiosidad irresistible. "Perdone, caballero, le dije, ¿no se sentiría usted algo aliviado si diera un paso a la izquierda o a la derecha?" Al principio se hizo el sueco y siguió sonriendo con aquel rictus y aquellos ojos que helaban el alma. Insistí. "¿No sería razonable que la gota no le cayera en picado sobre la cabeza?"

Dada su elegancia casi atildada no puedo decir que contestara mal, pero sí con un deje de impaciencia, como si hablara con un chiquillo. "¿Qué gota?, dijo. Haga el favor de apartarse, que me espanta a la gente de buen corazón". Dejé un euro en la caja de tabacos forrada de seda azul celeste y me fui a mis cosas.

Por la tarde, de regreso en el barrio, pasé de nuevo ante el mendigo y me asombró verle impávido, escultural y totalmente empapado. La gota había ya mojado por completo su chaqueta, modesta pero de buen corte, y la mancha de humedad se escurría del cuello al cinto. No pude contenerme y fui hacia él con un euro en los dedos para no levantar recelos. "Le veo a usted francamente calado, buen hombre. Como siga debajo de la gota acabará por enfermar y ¿a quién le daremos limosna?", imploré. Fue peor. "¡Pero qué manía con la gota! ¡Le reconozco e identifico! ¡Es usted el que ya trató de infundir desánimo, desmoralización y pesimismo esta mañana! ¡Como siga por ese camino va a incurrir en alarma social!" Me fui muy abatido. Daba espanto verle y los niños rompían a llorar al divisarlo. 

Artículo publicado en: El Periódico, 14 de junio de 2008.

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16 de junio de 2008
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Intriga en Madrid

Durante estos días, en el transcurso de la Feria del Libro de Madrid, que hoy termina, han llegado a mis manos dos novelas que tratan de esta ciudad de muy distinta manera, lo que significa que Madrid sigue construyéndose a través de la literatura y que la narrativa encuentra aquí mundos suficientes de los que hablar para contar la vida en general de cualquiera en cualquier parte.

/upload/fotos/blogs_entradas/dorn_benatar_y_el_libro_de_los_nombres_muertos_med.jpgParticipé en la presentación de ambos libros en uno de nuestros lugares más concurridos en cuanto a actos culturales se refiere, El Círculo de Bellas Artes, cuya agradable cafetería es punto de encuentro y de charla antes, después o durante dichos actos, y que tiene mucho que ver con una de las novelas que digo. Se titula Dorón Benatar y el libro de los nombres muertos (publicado por la editorial El tercer nombre), de la autora mexicana Aída Berliavsky. Una escritora mexicana que conoce a fondo Madrid y que crea un detective atractivo, joven, y "existencial" según se llama a sí mismo el propio Dorón Benatar.

Dorón instala su oficina precisamente en una mesa de la cafetería del Círculo de Bellas Artes, con la entusiasta complicidad de un camarero llamado Rodolfo. Allí recibe a sus clientes y despacha sus asuntos, recuperando de este modo la autora el auténtico espíritu de los cafés madrileños de antaño que funcionaban como un anexo de la propia casa, en que no se iba tan de paso como ahora, sino que se iba a estar, a escribirse una novela, a leerse otra, a hacer negocios o a hablar durante horas y horas. Aunque lo más importante es que estamos ante una novela de intriga muy bien construida, muy entretenida. Su acción gira en torno a un libro de magia llamado Necronomicón, que contiene la Clave Gematría, con cuyo conocimiento se puede acceder a vislumbrar el futuro y controlar el mundo. Así que se comprende que la desaparición del libro, en posesión de la familia Toledano desde el siglo XVII, desencadene la lucha de sectas, sociedades secretas y bandas callejeras por hacerse con él, y que al mismo tiempo ponga en marcha a Dorón, que en búsqueda del libro se encontrará con sorpresas que no esperaba.

El Necronomicón simboliza el deseo de poder, de control, es un arma psíquica, mental, por llamarla de alguna manera, a la que nos gustaría recurrir cuando las cosas no nos salen o la vida no nos responde como queremos. Digamos que siempre ha habido gente dispuesta a matar por un Necronomicón, cuando es tan fácil inventarlo uno mismo como ha hecho Aída Berliavsky.

Supone un gran acierto narrativo colocar un objeto completamente intemporal como un libro mágico en una realidad reconocible por todos, actual y palpable como la descrita en esta novela en lugar de hacerlo en un mundo fantástico. Porque en esta realidad, que todos nosotros pateamos a diario yendo y viniendo del trabajo o de donde sea, ese objeto brillará aún más, se hará más deseable, más tentador. La autora nos ancla muy bien en el suelo a través de un torrente de detalles que nos hacen ver la ropa de los personajes, que nos sitúa en un plano perfectamente trazado de Madrid, en lugares en que hemos estado alguna vez, por lo que uno no tiene más remedio que creerse que la trepidante y arriesgada aventura de Dorón en busca del libro es verdad. Y lo más importante, está escrito con naturalidad, recoge el habla de la calle sin forzarla ni subrayarla. Incluso en el primer capítulo centrado en el siglo XVII en Toledo ("En 1647 Toledo era el centro del saber mágico, incluso a la magia se la llamaba ciencia toledana"), los personajes no tratan de imitar el lenguaje de la época sino que se da la sensación de cómo se hablaba entonces. Pero también a través de los detalles nos zambullimos en las costumbres de una familia judía, en la historia del judaísmo y en sus ritos religiosos. Porque en el fondo es una historia sobre la identidad, la represión, la censura y sobre la perversión humana, que no conoce fronteras espaciales ni temporales.

Y desde luego es una novela muy de Madrid escrita por una mexicana que nos ve así: "A los madrileños les encanta el sol, no pueden negarlo, aun en los días fríos si tienen luz se convierten en seres radiantes, aparecen las corbatas de colores llamativos y brotan los chaquetones rojo fuerte, verde prado. Este año se llevaban con el cuello levantado al más puro estilo Audrey Hepburn." O: "Madrid es una ciudad donde la semana tiene siete días y diez noches, un lugar donde pueden conjugarse y llevarse en armonía desde el ambiente más cool, hasta el más freaky."

Escribiendo, escribiendo, me doy cuenta de que ya no hay espacio para hablar de la otra novela, lo haré el próximo día. 

Artículo publicado en: El País el 15 de junio de 2008.

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16 de junio de 2008
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Quedarse en casa

A las ganas de salir por ahí, se opone la delectación de permanecer encerrado en casa. Al gusto por ser visto se opone el delirio de la anhelante desaparición.

No será posible dilucidar con precisión qué clase de tendencia o elección proporcionarían mayor placer. Salir es exponerse tanto como probar un catálogo de probables experiencias que nutrirían el caudal de la vida. Encerrarse es, por el contrario, arriesgarse a la aminoración relacional pero también abrazarse a la sabrosa densidad de la vida estanca.

De cualquier opción, como no podía ser de otro modo, la vida se remueve en su seno, se conturba más o menos y evoluciona hacia una u otra alteración.

Contra lo que pueda parecer la vida no se desmaya al aislarla o agitarla: se fortalece o enferma, engorda o pierde peso, canta o piensa en silencio, sin que esto conlleve su menoscabo de su valor.

Porque lo ideal, no cabe duda, sería la posibilidad de regular en más o en menos la intensidad y el valor de la vida que circunstancialmente se está en condiciones de aguantar. De aguantar, de revolver o de transgredir.

El resorte que acomodara la presencia de la vida a los cambiantes estados de ánimo conseguiría, nada menos, que el ánimo determinara la vida y no que la vida determinara nuestro ánimo. Siendo así, la vida se hace dominante y, con frecuencia, incómoda porque su conducta evoca la acción de un animal que desde su ignorancia, su narcisismo o su veleidad, nos estorba o nos lame, nos regala una caricia o se cobra un bocado.

Regular el volumen de la vida ha sido una aspiración central de los estoicos y, en general, de todos los autores que se benefician hoy de los libros amarillos destinados a la autoayuda.

Los resultados, como resulta cabal, suelen ser decepcionantes. No es el ánimo quien orienta la vida sino que las pompas de la vida, en forma de salud, de fortuna, de amor o de ilusiones, decide la conformación del conjunto animado y nosotros, como partículas en su seno, somos afectados, queridos o desdeñados.

Para protegerse de este azar vital, tan despiadado a veces, ¿vale la pena encerrarse en el hogar? La pena tiende a encerrarnos entre muros y en el encierro, comúnmente, la pena, como en las mazmorras, crece. Pero ¿podría tramarse acaso un confinamiento de tal especie que no dejando resquicio a la ventilación consiguiera que la pena se amustiara y, al cabo, fuera arrugándose o reviniéndose como una uva?

La pena traducida en lágrima o en gota de penitencia ¿permanecería indemne a la desecación del recinto sellado? ¿Podría la pena matar desde esa celda hermética y transmutarse en un elemento todavía peor, impulsado a la devoración y al crimen instintivo, ineluctable, salobre, extremo?

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16 de junio de 2008
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Galería de espectros: Kris Kelvin

Fotograma de Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, me ha parecido ver el acuoso espectro de Kris Kelvin.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres a Kelvin, protagonista de Solaris de Tarkovsky?

R.A.: Sí, he pensado en Kelvin y en general en todo el planteamiento de la película de Tarkovsky que se desarrolla paralelamente a la novela escrita por Stanislaw Lem. Se me han venido a la cabeza durante estos días al ver determinadas imágenes de la sonda fénix que ha amerizado en Marte a la búsqueda de rastros de placas heladas; es decir, a la búsqueda de agua. Y he pensado que en realidad esa desesperada búsqueda exterior de la vida que ha llevado a cabo siempre el ser humano ha tenido un símbolo fundamental que es el del agua, la condición misma de la vida. En ese sentido, qué maravilla de imaginación ese diálogo que se establece en Solaris de Tarkovsky entre estos cosmonautas que desde la nave están esperando un indicio, una señal que proceda del exterior como signo de que no estamos radicalmente solos en el universo; y ese planeta de agua, ese cuerpo celeste que es enteramente agua con el cual la nave quiere dialogar o estar esperando el acontecimiento de esa señal. Este me parece un planteamiento extremadamente interesante porque junto con la búsqueda del agua como mediadora cósmica simbólica, se establece el hecho de que Solaris sea en realidad el espejo mismo e la humanidad, de la propia condición del hombre. Y que en definitiva lo que aglutina Solaris, la vida que hay en Solaris es la vida de nuestros sentimientos, de nuestros pensamientos, la vida de nuestros recuerdos, estableciendo una especie de juego de espejos cósmicos entre X, la nave, que nos representan a nosotros en nuestra condición de continua espera, y la otredad que nosotros muchas veces buscamos como un mundo desconocido pero que frecuentemente encontramos como un mundo en el que habitan precisamente nuestras propias emociones, pensamientos y recuerdos.

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16 de junio de 2008
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Me gustan los mafiosos

Hoy están deteniendo en varias ciudades de España a supuestos integrantes de la "mafia rusa". Los tipos tienen un aspecto bastante vulgar. Nada que ver con los mafiosos del cine o de la televisión. Nada que ver con los modelos que implantaron James Cagney, Humphrey Bogart, Marlon Brandon, Al Pacino o Tony Soprano, por citar unos cuantos que han dado forma en nuestro imaginario a los tipos duros, a los fuera de la ley, a los que construyeron su propio reino, sus propias reglas, sus normas y su peculiar sentido del honor en la ficción. Fueron los arquetipos de los gánsters en algunas de las mejores películas de nuestra vida. Simpáticos y mafiosos. Algo así como Frank Sinatra cuando se ponía duro.

/upload/fotos/blogs_entradas/tim_adler_med.jpgEstoy leyendo un interesante libro titulado Hollywood y la mafia. Una documentada historia obre las conexiones, negocios e influencias de ida y vuelta en esos dos mundos. Hollywood fue un buen lugar para el dinero negro, para blanquear dinero que se ganó con métodos mafiosos. Lo escribió Tim Adler, que de pequeño de sorprendió en su primera visita a Nueva York como un mafioso en un hotel de lujo era recibido como una estrella Y, a la vez, Hollywood supo crear un modelo para que esos tipos, los gánsters, que eran incultos, toscos y mal vestidos, mejoraran su estilo. El cine imita a la vida. Y la vida imita al cine.

Hollywood enseña a los gánsters cómo vestirse, como comportarse. La mafia, el gángster de verdad, sirven de argumento a los guionistas, directores y actores. Se necesitan, se retroalimentan. Como recuerda Adler, magnates, gangster y estrellas a menudo provienen de los mismos lugares y han vivido en los mismos barrios. El abuelo de Sinatra era del mismo pueblo siciliano que Lucky Luciano. Hay muchos ejemplos, pero ese es bueno. El bueno, guapo, elegante de Frank, una de las mejores voces del mundo. El marido de Ava Gadner y de una muy joven Mía Farrow, entre otras, siempre dijo que hubiera preferido ser un "don"-un jefe de la mafia- antes que presidente de Estados Unidos. Cuando se encontró a Mario Puzo, el autor de El Padrino en un restaurante, alguien los quiso presentar porque Puzo se había basado en su figura para la creación del cantante, Johnny Fontano de la película de Coppola. Se equivocaron quiénes pensaron que la ficción no molestaría a Sinatra. Le insultó, le amenazó con romperle las piernas y le llamó "mierda de paloma y soplón del FBI". Puzo se fue con sus piernas a otra parte.

¡Que bien dan los mafiosos en el cine, en la literatura!... Nada que ver con esta tropa que hoy están siendo detenidos por nuestro juez más famoso. Un juez real que parece sacado de alguna ficción.

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13 de junio de 2008
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Grandes Hits

Me traje de México Grandes Hits, volumen uno, una antología de nuevos narradores méxicanos (nacidos en los setenta) editada por Tryno Maldonado y publicada por Almadía. La comencé a leer en el avión de regreso a Madrid y la terminé en el aeropuerto de Amsterdam después de visitar la galería que el Rijksmuseum tiene allí mismo (¡vi ocho Van Goghs en un aeropuerto! ¿Se acuerdan de cuando los aeropuertos sólo servían para la llegada y el despegue de aviones? Al lado del museo también había un casino...)

En una muy lúcida introducción, Tryno -me encanta escribir este nombre- Maldonado sitúa a los escritores de esta nueva generación (algunos de los cuales ya son conocidos fuera de México: Nettel, Ortuño, Solares): son huérfanos y dispersos, lo cual no es nuevo en la narrativa latinoamericana del último cuarto de siglo (eso mismo se dijo de los autores chilenos de los noventa: El abordaje de los huérfanos, se titula el libro de Rodrigo Canovas, clave para entender a la generación de Fuguet y compañía); están desencantados y lo aceptan, "pero por dentro se mueren de angustia"; no se toman muy en serio, pero tampoco son rebeldes o contestatarios; de hecho, "han optado por resguardarse en las formas tradicionales"; aunque radicalizan la propuesta del Crack y México no es ni tema ni factor de discusión, se trata de lo que "promete ser una generación conservadora". Está bien que así sea, me digo: en literatura, no es necesario inventar la pólvora todos los días.

Si en la narrativa mexicana nueva no hay la renovación formal que experimenta hoy la española o la argentina, sí hay, en cambio, un ávido deseo de nuevos paisajes y temáticas. Aquí, los padres tutelares no son ni Rulfo ni Fuentes, sino Philip Dick, Ballard, William Gibson. De hecho, sorprende la presencia central de elementos de la ciencia ficción en muchos de estos relatos: "Next (mex) world", de Heriberto Yepez; "El planeta Clorálex", de Martín Solares; "BalSac versión 1.0", de Jorge Harmodio; "Bajo un cielo ajeno", de Bernardo Fernández. Todos estos cuentos son dignos de destacar, pero, para mí gusto, el de Fernández es un clásico instantáneo. La historia de unos inmigrantes oaxaqueños en Marte recuerda a un cuento de Cory Doctorow en la forma en que se muestra cómo, incluso en la colonización de otros planetas, aparecen las desigualdades, las relaciones asimétricas de fuerza: a Marte llegan primero los gringos, luego más europeos y asiáticos, al final "los habitantes del tercer mundo... a limpiar el mugrero de todos los demás y hacer las tareas que ni los robots aceptaban". El cuento funciona no sólo por la irónica crítica social, sino por el cúmulo de nostalgia que cargan estos inmigrantes. Parece que cuando lleguemos a Marte seguiremos siendo los mismos: gente que extraña mucho su hogar.

Hay otros cuentos muy buenos (Nettel, Raphael) y uno sobresaliente: "Ameising", de Alain-Paul Mallard. Mallard no sucumbe a la tentación de las nuevas influencias, y deja que su relato dialogue con Borges y con el Joyce de Borges. Una generación capaz de producir a un prosista como Mallard puede darse por tranquila; ya está más que justificada.

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13 de junio de 2008
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Clase XVI. El tono narrativo

La sesión pasada hablamos un poco de sesgo acerca de los tonos narrativos y por ello esta clase tratará precisamente sobre dicho aspecto. Un aspecto de la narrativa algo elusivo y quizá difícil de explicar, pero no obstante fácil de comprender cuando alguien se refiere a él. Probablemente porque sus connotaciones musicales lo hacen manejable a un nivel más intuitivo, es que resulta algo más arduo tratan de desentrañar su misterio. ¿A qué nos referimos pues cuando hablamos del tono narrativo?

Cuando un escritor empieza su relato elige la persona gramatical desde donde va a contarlo, y que pueden ser tres, como bien sabemos: primera, segunda o tercera. Elige a veces un focalizador, es decir un ángulo desde donde cuenta, un personaje particular desde donde se observa. E incluso, como veremos más adelante, opta también por un estilo o discurso: directo, indirecto, libre directo o indirecto libre. Pero también, y acaso de manera menos consciente se inclina por un tono, un sentimiento desde donde nace su voz para contar el relato. Ese sentimiento que requiere para que el texto se impregne de una cierta atmósfera vital o apagada, árida o muy cálida, pedante o burda no acompaña sólo a la voz de los personajes sino a toda la narración. Naturalmente el tono elegido puede cambiar según el ángulo desde donde se cuenta y el personaje que va apareciendo y hablando requiere que el buen escritor se esfuerce en «imitar» la voz de la niña rica, el acento áspero del camionero, la dicción engolada del profesor universitario... y no obstante, la propia narración debe mantener un tono común que admita esas pequeñas alteraciones tonales de cada personaje sin que se modifique por completo. El tono es pues la postura emocional que adopta el narrador para que sus frases se encabalguen según el ritmo que encuentre más adecuado. Un tono legendario por ejemplo podemos rastrearlo al leer una frase de este tipo: «En aquel tiempo remoto...» o bien: « dicen en aquel pueblo que...» La propia bruma temporal de esas frases nos predispone a escuchar algo que no sabemos si ocurrió o no, si debemos o no fiarnos del todo de ese narrador que parece hablar desde la más pura evocación. Pero si leemos el inicio de La Metamorfosis, veremos que la impavidez que asume el narrador frente al sorprendente hecho de que Gregorio Samsa despierte convertido en un bicho nos hace pensar en el tono imperturbable con que se cuenta aquella magistral obra.  Un cuento lleno de preguntas puede marcarnos la pauta de un tono misterioso o angustioso, como la minucia de ciertos datos nos puede conducir a un tono científico o quizá policíaco... o meramente dubitativo. Y es que el narrador tiene que suplir la ausencia de su propia voz y su entonación con la elección de otros indicativos como el registro de ciertas palabras (los campos semánticos, ¿recuerdan?) y la extensión de las frases: con frases largas y demoradas no pueden contar, por ejemplo, una persecución porque esta acabaría en cuatro frases. Para ello casi siempre se eligen frases cortas, nerviosas, por así decirlo, que trasmitan una sensación de vértigo. O el transcurso lento del tiempo en una sala de espera en un hospital resultaría también difícil de contar con frases cortas, casi telegráficas...Y es que el tono narrativo, con toda la connotación musical que le es inherente, consiste en una cierta cadencia que debemos hallar para que lo que contamos se contamine de nuestra voz, de la manera en que leeríamos el cuento si tuviéramos que hacerlo en voz alta.  

La propuesta de la semana:

Y esta semana les vamos a proponer un tema cualquiera, un tema que aborde algún asunto cotidiano, por ejemplo, pero que se cuente con un tono legendario o con un tono policíaco, precisamente por ser dos de los tonos narrativos más fácilmente identificables. Naturalmente si elegimos un tono legendario NO contaremos una leyenda y si elegimos un tono policíaco NO contaremos una historia de detectives. La cuestión es buscar que una historia se impregne de un tono determinado, aunque el tema sea otro. ¿Podemos contar un día rutinario de oficina en tono legendario? ¿Podemos contar una historia que ocurra en una comida campestre en tono policíaco? Veamos que ocurre. Y por cierto: no puedo dejar de recomendarles una estupenda novela de género negro que acaba de aparecer y me resultó de gratísima lectura: Matar y guardar la ropa, de Carlos Salem. En Salto de Página editorial.  

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13 de junio de 2008
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