Ya dije alguna vez que de todos los ciclos de Prime Suspect, la miniserie protagonizada por Helen Mirren de la que sigo siendo fan, el tercero, estrenado en 1993, es aquel que más me conmueve. Sus episodios ponen siempre el dedo en la llaga de un tema relevante -racismo y fascismo, discriminación de género, la impunidad de los criminales de guerra-, pero Prime Suspect 3 tiene por protagonistas a las víctimas más desvalidas: los chicos de la calle. Una narrativa que se vuelve infinitamente más cruel -a extremos dickensianos, aunque sin catarsis final ni alivio alguno- dado que aquellos que abusan de estos chicos son, precisamente, las personas a quienes se les prepara y paga para cuidarlos.
Pensé de inmediato en Prime Suspect 3 cuando me enteré de un caso que destaca en estos días en diarios y noticieros de Argentina. Se trata de una banda de pedófilos que recluta adolescentes en situación de riesgo, ubicándolos en cibercafés y seduciéndolos con regalos. Sería apenas una noticia triste más (o alentadora, si se quiere, en la medida en que sus responsables habrían sido detenidos), de no ser porque uno de sus miembros más notorios sería Jorge Corsi, psicólogo, autor y director de la carrera de Violencia Familiar en la Universidad de Buenos Aires. Dicho de otro modo: un profesional de la salud mental, especializado en criaturas que resultan víctimas de abusos, que utiliza su saber y su experiencia para producir nuevas víctimas. El lobo al cuidado de las ovejas...
Este tipo de crímenes me estremece el alma. Es que a diferencia de otros delitos, estos casos en que una figura presuntamente benefactora -padre o madre, cura o psicólogo, tutor o maestro- abusan de la debilidad de quien está a su cargo o se les acerca en busca de ayuda, me parecen de una saña inenarrable. Más allá del daño puntual, le amputan a la víctima la posibilidad de creer en el bien; desde la caída en adelante, recelarán sin duda de la mano tendida de cualquier samaritano. No es casual que uno de los hombres arrestados en la causa sea una vieja víctima del mismo círculo, reconvertido en reclutador de inocentes. ¿Qué otro grupo lo aceptaría, se habrá preguntado esta pobre criatura miles de veces, después de haber sido convertido también él en monstruo?
Estaba a punto de reforzar la idea, diciendo que no existe nada más imperdonable que el sistema que por acción u omisión condona el abuso de los más débiles. Y entonces descubrí que acababa de acuñar una descripción precisa de nuestras sociedades capitalistas, que huelen la debilidad con inefable instinto carroñero y disponen del cuerpo de sus víctimas antes de que hayan muerto.




Acaba de llegar a mis manos How Fiction Works (Farrar, Strauss and Giroux) de James Wood. En un momento de reducción del espacio de la crítica literaria en la prensa, James Wood es la persona que ocupa la posición más importante: crítico literario del semanal The New Yorker. Al utilizar 248 (pequeñas) páginas para responder a la pregunta ¿cómo funciona una ficción? tiene en la mente el famoso librito de E. M. Forster Aspectos de la novela (Editorial Debate en España). Lo tiene tanto en la mente que lo cita en el segundo párrafo de su introducción: dice de manera expresa que espera superar al libro de Forster y, al terminar la lectura, no puedo negar la calidad del resultado. Wood merece un lugar al lado de Forster en el estante de la librería.
Muchas veces hemos escuchado a Rosa Torres-Pardo, muchas veces la hemos aplaudido por su virtuosismo, su comunicación y su emoción. Pero esta tarde tan cercana es la que ahora recordamos. En compañía del pianista Manuel Burguesas, a dos pianos, se disponían a tocar una de las hermosas composiciones de Maurice Ravel, el Concierto en Sol, aquí con reducción de orquesta a un segundo piano.


Giordano Bruno, un gigante en el arte de la memoria, propuso un severo y pormenorizado sistema nemotécnico no ya para recordar algo sino para comprender, recrearlo todo, y en suma para alcanzar un remedo de inmortalidad puesto que si la eternidad no se halla al alcance de los seres humanos, la memoria sin fin puede traspasar la delimitación de la muertes y generar un espacio infinito y continuo por donde pasean simuladamente el pasado y el presente, siendo el futuro la inercia de su enunciación. 
De hecho, como viene sucediendo hasta aquí, el nombre de Moore ni siquiera figura en las películas inspiradas en sus libros. Todo indica que esta tampoco será la excepción -la semana pasada leí declaraciones suyas en las que despreciaba a Snyder porque 300 le parece ‘fascista'-, pero al menos el dibujante Dave Gibbons está entusiasmadísimo. Tanto como aquellos que hemos visto las primeras imágenes, vale acotar. Es verdad que 300 es fascistoide, pero en todo caso lo es en la medida en que reproduce fielmente la historieta original de Frank Miller. Con un poco de suerte, Snyder será tan fiel a Watchmen como lo fue a 300 en su oportunidad.