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El vicio de la virtud / II

Por 29 de julio de 2008 Sin comentarios

Xavier Velasco

II. Aquí no vive Prudencia.

Como pasa con tantos amores impuntuales, cuando la conocí ya se había hecho tarde. Según ella jamás la he querido, y si la busco es con la sola idea de obtener un provecho a sus costillas. ¿Qué le voy a decir, si es la pura verdad? La necesito sólo en casos extremos, cuando nadie sino ella es capaz de sacarme del agujero en que me fui a meter; al día siguiente me da por esquivarla, y si se me aparece finjo no conocerla.

     A ver, me interroga más tarde con sincero despecho, ¿por qué nunca traté de esa manera a los vicios que más daño me hicieron? ¿Por qué la llamo a ella siempre al final, cuando ya me he cansado de negarla y necesito volver vivo a casa? Nunca me va a entender, aunque le explique. La gente no respeta a quien va por la vida del brazo de una dama como ella. O en todo caso yo no me respetaría, por eso en cuanto puedo le vuelvo la espalda. Es muy corta la vida para andarse paseando con personajes que lo desprestigian a uno ante sí mismo.

     Prudencia es esa clase de ninfa comprensiva a la que tantos hombres llaman sólo borrachos y a media madrugada. "Debí haberte hecho caso", le aseguran, buscando nada más que el cobijo fugaz de sus arrumacos. Pero qué va uno a hacer, si ella tampoco pone de su parte. Vamos, que he conocido armadillos con más sex-appeal que ella. Aún así la busco, a escondidas de todos y a sabiendas de que la pobre está tan sola -sus devotos la aburren- que aceptará entregárseme a cambio de no mucho más que un cumplido oportuno y mentiroso.

     Ignoro si es porque su mismo nombre no le deja otra opción, pero me maravilla que a estas alturas del jodido torneo me siga devolviendo el saludo. ¿Sería tan imprudente de su parte mandarme de una vez por donde vine? Junto a ella me siento como el perro del anuncio de Coppertone: mi misión en la vida es mortificarla, herir su vanidad, machucar sus pudores. Y ella, que al fin virtud es buena de cachonda, planta el otro cachete y pide más. En una de éstas, ya sé por qué me aguanta.

 

Mañana: III. Justa, pero no apretada. 

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Xavier Velasco

Xavier Velasco entiende la novela como un juego inocente llevado por placer hasta sus más atroces consecuencias. Sintomáticamente, dedica las mañanas a meterse en problemas por escrito y las tardes a intentar resolverlos brujuleando entre calles y avenidas de la siempre auspiciosa ciudad de México. Disfruta especialmente de la amistad perruna, el olor de la tinta y el alquiler de scooters en ciudades psicóticas. Obtuvo en 2003 el Premio Alfaguara de Novela por Diablo Guardián y es autor de Cecilia (novela), Luna llena en las rocas (crónicas de antronautas y licántropos, Alfaguara, 2005), El materialismo histérico (fábulas cutrefactas de avidez y revancha, Alfaguara, 2004) y la novela de infancia Este que ves (Alfaguara, 2007). En su blog literario La leonina faena (www.xaviervelasco.com) afirma: "Nadie puede decir que una novela es suya si antes no se le ha dado por entero".

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