Javier Rioyo
Hace tiempo que comienzo mi escapada veraniega en el norte de León, en el Valle de Laciana, cerca de Babia, más cerca de Eduardo Arroyo, inevitable pintor, excelente escritor y mecenas de los encuentros que durante el último fin de semana de Julio nos permiten escuchar músicas a monte abierto. De vez en cuando Schubert se mezcla con algún mugido de vaca, Bizet con algún pájaro y en general, da igual que sean Chopin o Stravinsky, se mezclan bien con los sonidos de la naturaleza.
De vez en cuando la música nos lleva a sumergirnos en nuestros pensamientos, nos traslada a otros lugares y algunas veces nos emociona de manera casi incontenible. Y la emoción llega, te atrapa y después se va quién sabe dónde. Así me sucedió, nos sucedió el sábado pasado a algunos que tuvimos la suerte de estar cuando pasaban unos minutos de las ocho de la tarde en la plazoleta de la iglesia románica de Robles de Laciana.
Muchas veces hemos escuchado a Rosa Torres-Pardo, muchas veces la hemos aplaudido por su virtuosismo, su comunicación y su emoción. Pero esta tarde tan cercana es la que ahora recordamos. En compañía del pianista Manuel Burguesas, a dos pianos, se disponían a tocar una de las hermosas composiciones de Maurice Ravel, el Concierto en Sol, aquí con reducción de orquesta a un segundo piano.
Sonaba al aire de aquellos montes, delicado, sutil, profundo, acariciador, cercano y misterioso como la belleza. Como eso tan misterioso que no sabemos de dónde procede, ni a dónde va. Yo sentía esa emoción que es, que nos parece, tan privada. No se me había ocurrido mirar a mi lado dónde un amigo bastante "gamberro", divertido muy aficionado a la noche, la velocidad, las copas y otros placeres de rápida consumición, estaba con su gafas de sol escuchando, como todos al aire libre del valle, el concierto de Ravel. Cuando me volví, en los aplausos, para compartir esa alegría de las cosas emocionantes, me di cuenta que estaba llorando. Silenciosamente mi amigo, "tan duro", estaba llorando por la emoción de aquellos pianos contándonos las cosas tan verdaderas que un día Ravel supo imaginar. Me sorprendí un poco. Se lo comenté a su chica, no le sorprendió. Ya sabía que era un sentimental. Yo lo descubrí con la emoción compartida en un breve concierto que también estuvo a punto de hacerme soltar una lágrima. La contuve. La próxima vez la suelto.