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Dónde se inserta un niño: El mundo de Euclides

La emergencia del hombre es indisociable de ese radical momento de discontinuidad en la historia evolutiva que supone la aparición de una especie cuyos miembros se vinculan mediante un sistema de signos que tiene una estructura y una función irreductibles a las de un mero código de señales. Cabe, pues, decir que cada vez que un niño se inscribe en el orden lingüístico (gracias a la actualización por la cultura de sus capacidades innatas) está de alguna manera rehaciendo el proceso que condujo a la aparición de la humanidad.

Pero la inmersión en el lenguaje no significa sólo añadir a la relación de un ser animado con el entorno natural una relación autónoma con el universo de los signos. Significa también que la primera inserción queda radicalmente perturbada por la segunda, es decir, que la naturaleza se hace ya indisociable de su simbolización.

Muchas son las consecuencias de esta imbricación entre percepción del entorno natural y vivencia simbólica. Sin vincular el problema explícitamente a la cuestión del lenguaje, la filosofía kantiana enfatizaba el hecho de que la percepción por el sujeto humano de su entorno empírico se halla sometida a una intuición a priori que determina la naturaleza del propio sujeto. Kant afirmaba que tal marco no era otra cosa que el tiempo y el espacio. Ese marco del que el hombre sería portador, y al cual todo objeto empírico habría de plegarse a fin de poder ser percibido, obedece estrictamente a una rigurosa ley interna, y ésta ley no es otra que la que mueve los hilos de la geometría euclidiana.

Es un lugar común de la divulgación científica contemporánea la afirmación de que la geometría euclidiana ha perdido su prioridad a la hora de dar cuenta del universo. Ello en razón de que el espacio newtoniano en el cual las leyes de tal geometría se cumplirían (a saber, un espacio de curvatura nula) carecería de objetividad física.

Y sin embargo, la geometría aprendida en la escuela sirve al hombre y ordena su mundo. Sirve la geometría euclidiana, porque sella nuestra mirada desde que abrimos unos ojos propiamente humanos (es decir, unos ojos exhaustivamente permeables al lenguaje y a los símbolos). Por ello, la geometría es enormemente valorada por los niños en el aprendizaje escolar, y toda quiebra en la capacidad de simbolización que representa el aprendizaje geométrico es vivida como mutilación dolorosísima.

El niño ama la geometría porque su pulsión por ubicar las cosas en el entorno, midiendo y sondeando las distancias entre ellas, es una operación indisociable de su capacidad misma de reconocer e identificar tales cosas. Este vínculo entre la identidad misma de las cosas y su caracterización geométrica, supone que la debilidad en la capacidad de discernimiento en el registro geométrico se traduzca en astenia de la capacidad perceptiva general.

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22 de julio de 2008
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Giovanna Rivero

Si Giovanna Rivero fuera una escritora mexicana, hace rato que estuviera publicando en Anagrama o Tusquets; si una argentina, hace rato que hubiera ganado un par de premios importantes y habría sido traducida al francés o al alemán. Como no lo es, las cosas tardan más de lo que deberían. No importa: los que conocemos el secreto sabemos que es cuestión de tiempo para que los lectores fuera de Bolivia se enteren de que Giovanna ya es una escritora latinoamericana de primer nivel.

El último libro de Giovanna, Tukzon: historias colaterales, acaba de ser publicado por La Hoguera, una emprendedora editorial de Santa Cruz que en poco tiempo se ha convertido en un referente imprescindible de la narrativa boliviana contemporánea. Giovanna ha logrado esa rareza: reiventarse por completo de un libro a otro, y dar, a la vez, un salto cualitativo admirable. Los cuentos de Tukzon van, de a poco, armando una novela: la historia de una periodista de una revista freak, a la que se le ha pedido escribir una reportaje sobre los "coyotes". Tukzon transcurre en un Estados Unidos en el que el futuro ya es el presente: no es un libro de ciencia ficción, pero sí uno sobre, entre otras cosas, el impacto del imaginario de la ciencia ficción en la vida cotidiana.

Nada en este libro de choques de culturas es casual. El título, por ejemplo, tiene una explicación rebelde: "Escribo Tukzón para no olvidar cómo no se pronuncia. Las extranjeras tenemos líos con esa pronunciación. De hecho, quieren que nos comamos la K. Por eso mismo escupo la K". Los textos se desplazan por algunos de los paisajes más emblemáticos de los Estados Unidos -Miami, New York, el Sur, el Midwest--, y aparecen, en frecuente colisión, policías y polizontes, presidentes e inmigrantes ilegales, escritoras becadas y jóvenes extraviadas. Los personajes extrañisimos se suceden sin descanso, y todos tienen una razón de existir más que justificada: el agente H., Ariadna Némesis, o la adolescente que muere en el atentado a las Torres Gemelas y luego, desde otra vida, nos cuenta cómo fue que ocurrió lo que ocurrió: "Mientras volaba pensaba en mamá y en cómo ella no quería que yo fuese con Sue o Amber a tocar el saxo o la guitarra, según cómo se iba rasgando el día, en la azotea de la Torre Sur, donde nos turnábamos con un par de argentinos que bailaban tango, una música tristísima que quizás fue lo que atrajo tanta mala suerte".

"Nieve", "Desierto", "Noche", "Other Voices", "Viaje a Broaway": estos cinco relatos son de antología. Estoy seguro que otros lectores descubrirán más.

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21 de julio de 2008
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Cantantes para tiempos de crisis

Estuvimos allí. Vimos que Tom Waits es mucho más que un misterioso rumor. Es uno de los nuestros. El más ronco, más teatral y el más parecido a los ogros que poblaban los cuentos de nuestra infancia de los cantantes de nuestra vida. Con él viajan muchos: el buhonero, el saltimbanqui, el artista bajo la carpa de un circo popular, el buscavidas que se escapará del pueblo con la chica del bar. /upload/fotos/blogs_entradas/tom_waits_en_el_concierto_de_barcelona_1_med.jpgY un explorador de borracheras, un vagabundo que canta por un nickel, un andarríos, un trotamundos y un vagamundeador que supo llegar a nuestro corazón que no estaba helado. Y es otros: un hombre rico disfrazado de estéticos harapos o un marido controlado por su mujer, una ex monja que llegó al show business. Es el buen padre que ayuda a que sus hijos justifiquen su herencia. Es el amigo de Bukowski que come en Arzak. El que da de beber a su piano hasta emborracharlo. El que recorrió el camino salvaje y el que dio la vuelta. Y el que apenas recuerda los tiempos en que declaraba: "La gente que no puede con las drogas se entrega a la realidad". Todos esos Tom Waits hemos compartido en un mejorable escenario en Barcelona, ciudad que supo cantar en tiempos difíciles.

Tom Waits es el amigo de Bukowski que come en Arzak. El que da de beber a su piano hasta emborracharlo.

Recordamos a su estirpe, que hace entre nosotros su verano no sangriento. A los que hicieron canciones para escapar de un país que soportaba himnos y folclores de los ganadores de una guerra. A su amigo que navegó por parecidos ríos, Bruce Springsteen. Al sobrio, elegante, tan esencial en su poesía, seguidor de Lorca, Leonard Cohen. O al judío creyente y descreído, el primero de la estirpe, al que hizo que nuestras misas civiles llevaran las letras de sus canciones, Bob Dylan. Todos cantaron contra las guerras, contra aquella de Vietnam, contra éstas de Bush y su tropa. Cantantes, compañeros de nuestros viajes como Raimon o Paco Ibáñez, como Sisa o Aute. Con ellos, con muchos más, tomamos las playas de Canet, los campus universitarios, los estadios atléticos, las plazas de toros o los garitos ciudadanos donde escuchamos unas músicas que cambiaron nuestro mundo.

El estrafalario Tom Waits se ha estrenado en esta vieja tierra, bien conocida por sus amigos americanos. Pero sabía de sus músicas, de sus guerras. En sus años de clubes de jazz conoció a un viejo pianista manco que tocaba una canción que le gustaba a Dylan: "Sin una canción, la carretera jamás se curva". El viejo pianista, manco y de Chicago, había estado luchando y cantando en Madrid, en España, era un voluntario de las Brigadas Internacionales. Volvió a Madrid, grabó para Basilio Martín Patino. Y el extraño melancólico Tom Waits, con su voz de clamor, de profundidades de una ciudad bombardeada, nos pareció uno de ellos. De esos que nos salvan cantando canciones para después de una guerra.

Artículo publicado en: El País, 20 de julio de 2008.

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21 de julio de 2008
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La narración (2)

La versatilidad, flexibilidad y creatividad del lenguaje a las que me venía refiriendo, no serían sencillamente posibles si el lenguaje no tuviera en su interna estructura ese doble rasgo generador de libertad que es la dualidad interna y la arbitrariedad del significante. Nunca se insistirá demasiado en que esta arbitrariedad, precisamente por suponer un grado de inadecuación respecto al entorno natural y respecto a la interna vivencia psicológica, abre un horizonte de creativa construcción y, en definitiva, de independencia respecto de lo dado.

Supongamos, en efecto, que todo en el orden de la designación de las cosas naturales funcionara al modo de las onomatopeyas, ¿cómo podría entonces el lenguaje suponer grado alguno de distancia respecto a la inmediatez del orden natural?; ¿cómo podría darse esa versatilidad que, por ejemplo, en la percepción de un paisaje pone de relieve un narrador?

Esta distanciación es tanto más de agradecer cuanto que la ausencia de lazo natural no supone en absoluto sujetiva y contingente elección de individuos. Dada la forma, es imposible prever el significado y viceversa, mas ello no significa que cualquier forma vale, ni que el capricho (o el intercambio de subjetivas decisiones) impera. Arbitrariedad sin sujeto caprichoso que la impone: tal es el meollo de la cuestión.

Decir que Shakespeare denotó convencionalmente tales o tales hechos por tales o tales palabras, no significa que se puso de acuerdo con otros individuos para tal denotación. En este sentido, cabe decir que en su tarea fertilizadora y creativa del lenguaje (se sabe que fraguó miles de vocablos), Shakespeare estaba más allá de la individualidad y la subjetividad (ésta última expresa esencialmente el lazo, de acuerdo o de conflicto, con otros individuos). Shakespeare es como el significante del hecho mismo de que la subjetividad se sacrifica, precisamente como condición de que el lenguaje se despliegue y se exprese libremente, aunque no gratuitamente.

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21 de julio de 2008
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El nuevo nomadismo

Estos son los rascacielos giratorios de los que hablaba el viernes. De todas las construcciones hechas o por hacer en esa pasarela Cibeles de la arquitectura en que se ha convertido Dubai, este proyecto me parece algo más que una audacia arquitectónica, me parece que propone un concepto nuevo que movería un poco nuestra sedentaria vida. Porque en cuanto nos metemos en el despacho o en la casa tenemos la sensación de que el mundo se ha paralizado. De ahí el famoso dicho de "se me cae la casa encima" o "como fuera de casa en ningún lado".

Hay que pensar que alguna vez fuimos nómadas y que nos íbamos moviendo de un lado a otro en busca de caza. Seguramente aún conservamos en los genes la necesidad de seguir adelante en busca de nuevos horizontes, y el hecho de ver siempre el mismo paisaje desde la ventana nos ha vuelto melancólicos. Y tal vez este nuevo concepto de vivienda que cambia de orientación a voluntad sea un reflejo de una nueva sociedad que ya no aguanta en la misma casa, con los mismos muebles y en el mismo barrio toda la vida, ni siquiera con la misma pareja. La gente viaja sin parar. La gente se lanza al mar en balsas de plástico en busca de horizontes a riesgo de morir como, desgraciadamente, ocurre muchas veces. El mundo está lleno de seres errantes. Es el nuevo nomadismo.

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21 de julio de 2008
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Senilidad

"Quizás la misantropía contenga un germen de senilidad", se decía para sí mismo Paul Valéry. Lo cierto que es que aquí o allá, especialmente en los hombres, la edad va generando un entorno crecientemente vacío. No sería propiamente una misantropía que parte de la acción del sujeto sino de su pasividad coaligada con una necesidad de autoproteger la mayor fragilidad del yo. Un yo que paradójicamente no va poblándose de otros con el paso del tiempo sino que como saturado de relación mundana reclama ayunar de la provisión exterior.

Estar a solas como necesidad de visión, a solas como necesidad de pensamiento y memoria, a solas como necesidad de pudor.

El viejo desea envejecer en solitario y mientras afuera la escena bulle, adentro, en silencio, a fuego lento, prepara el caldo de sí.

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21 de julio de 2008
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Veinte apuntes sobre Haruki Murakami

En el Times de Londres, Stephen Armstrong publica la lista de las "diez cosas que hay que saber a propósito de Haruki Murakami". Para él, el novelista japonés es el autor que más influencia tiene y también el que más éxito tiene con sus traducciones a 40 idiomas. No hay sorpresas en la lista de los diez puntos:

1. Murakami divide a la gente (los que aman y los que no lo soportan).

2. Murakami tiene tremenda influencia.

3. Sus libros no ofrecen un guión obvio para el cine.

4. Murakami tiene visiones contradictorias sobre su país.

5. Murakami fue el dueño de un club de jazz.

6. Murakami lo debe todo al base-ball (al mirar un partido de pelota en el estadio Jingu, que se ve en la fotografía, tomó la decisión de ser novelista).

7. A Murakami le gustan los gatos.

8. Murakami tiene verdadera afición por la música.

9. A Murakami le gusta correr.

10. Murakami pertenece al romanticismo.

Esto es lo que sabe una persona cualquiera sobre Murakami, pero no explica nada sobre Murakami. Haruki Murakami ha escrito una obra mucho más grande que su persona. Más importantes son los diez puntos sobre lo que una persona aprende al leer Murakami. Me acuerdo de un intento excelente firmado por Javier Aparicio Maydeu, en El País. Es un "decálogo murakamiano apócrifo" añadido a una reseña del libro de cuentos Sauce ciego, mujer dormida. Viene así:

1. Silogismo: la ficción es imaginación y la imaginación es real, luego ¿la ficción es real?

2. Ante la duda, jamás desprecies la ficción de género: Raymond Chandler o J. G. Ballard también valen su peso en oro.

3. Lleva razón Roland Barthes: el que habla (en el relato) no es el que escribe (en la vida) y el que escribe no es el que es.

4. Pulp fiction y Cult fiction conviven en la novela sin necesidad de cuidados especiales.

5. Una fórmula para la felicidad: un vaso de Wild Turkey leyendo cuentos de Carver mientras suena la Suite francesa de Poulenc (o cualquier tema de Bill Evans o Bird Parker, de cualquier grande del jazz, mejor).

6. Un cóctel que nunca falla en narrativa: 1/3 de ambigüedad, 1/3 de humor y 1/3 de memoria inventada.

7. No existe la ficción americana, rusa o japonesa. Existe la ficción (que será global o no será).

8. Kafka en el altar: "Explica lo más extraño como si fuese lo más natural".

9. Balzac y Gauguin discutiendo sobre si Star Trek es mejor que Fort Apache mientras Hitchcock les espera en Starbucks tomando un café.

10. Goyesca japonesa: "El sueño de la ficción produce monstruos".

Esto es una lectura de Murakami, es decir, un viaje sumamente subjetivo en la frontera entre ficción y realidad, con una visita nueva y completa de toda la cultura contemporánea. Me gusta sobre todo el punto nueve, lo de Hitchcock esperando a Balzac y Gauguin.

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21 de julio de 2008
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La cuestión de la bondad

Me salió del alma. ‘Si tuviese que definir qué es lo más difícil en este mundo', le dije a mi pobre hija, que no sabía de qué estaba hablando, ‘no dudaría: no hay nada más difícil que ser buena gente'. Las razones que inspiraron el exabrupto distaban de ser trágicas, pero su naturaleza cotidiana y además privada no contradice el argumento: vivimos en sociedades que desconocen cada vez más la noción de bondad, un concepto sospechado de arcaico y por ende de inoperante, al que no puede definirse más que por aproximación en virtud de su rareza -una perla negra por la cual, oportunamente, nadie pagaría un centavo.

Me pregunto cuándo, dónde y cómo habrá aparecido la noción por vez primera. Durante los albores de la especie, imagino que lo bueno debe haber coincido con aquello que convenía al sujeto, y tal vez a su comunidad, del mismo modo en que opera en el contexto de una manada animal: bueno lo que nos cobija en invierno, bueno lo que los alimenta, bueno lo que nos protege de los predadores. Pero en algún momento debe haber irrumpido la duda, propiciando el cuestionamiento. Cuando el hecho de que los más fuertes se quedasen con el abrigo o al reparo, condenando a los más débiles a la muerte, sugirió que el poder quizás no fuese el único de los criterios de discriminación. Cuando algo repugnó a aquellos que estaban comiéndose a sus congéneres. Cuando el arma que hasta entonces había servido para protegerse del tigre fue utilizada contra el hermano, o para robar una mujer ajena. Imagino que estos planteamientos deben haber coincidido con el origen de las religiones, ya no en su carácter de mitos fundantes y explicaciones del mundo natural, sino en su etapa ulterior como propulsoras de una ética individual y comunal. Si algunos de ustedes saben algo específico sobre el origen de la bondad como concepto, o conoce bibliografía ad hoc, sean buenos y compártanlo. No todo es Google en este mundo.

Por supuesto, cuando mi hija preguntó de qué estaba hablando no me remonté a la Edad de Piedra, esas consideraciones surgieron después. En el momento me limité a hablar de nuestra circunstancia, de esta ¿civilización? de la que formamos parte remisa pero parte al fin, y que no sólo desconoce la noción de bondad, sino que además la persigue consecuentemente. Un mundo que lo mide todo en términos monetarios, y que por ende propicia el provecho personal, no encuentra en la bondad utilidad alguna. La bondad no cotiza en nuestras sociedades, en tanto se da de narices con la fuerza propulsora del capitalismo.

Como no todos tenemos dinero suficiente, el dinero es el objeto y la razón del privilegio, y el privilegio es aceite en conjunción con el agua de la bondad. No llegaré al extremo de decir que tener y ser (bueno) son opciones contradictorias, pero creo que la cuestión del tener es en buena medida responsable de la reducción de la bondad al anacronismo, en tanto determina un porcentaje enorme de nuestros actos. Cuanto más tengo, menos quiero perder. Cuanto menos tengo, más necesito. Y cuando tengo suficiente, vivo con tanto miedo de perder lo que tengo que sobreactúo el miedo de los que más tienen. En este mundo angustiado por los alimentos escasos, las hipotecas impagables y la espada de Damocles del agua, el imperativo del tener oblitera la consumación de ser (bueno), quizás más que en cualquier otra época.

Esto se está poniendo interesante. Si no les molesta, la seguimos mañana.

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21 de julio de 2008
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Barcelona, tres de julio del año 2025

Al oír el chirrido del frenazo me volví alarmado, pero era el Ferrari propulsado por energía láctea de Jaume Destrals, un amigo de la infancia. Subió a la nube artificial y se vino hacia mí luciendo una sonrisa gloriosa: "¡Ya lo habrás visto! ¡Estoy pagando veinte veces más que tú!". En efecto, el nuevo gobierno de extrema derecha había publicado las declaraciones de Hacienda para poner de manifiesto la alta aportación de las empresas y la muy escasa de los labriegos, pescadores, artesanos, obreros manuales y funcionarios, población a extinguir. Jaume, dueño de una cadena de hoteles y otra de prostíbulos, fulguraba: "¡Y a cambio recibo lo mismo que tú! ¿Cuánto me cuesta la autopista, cuánto me cuesta un sello? ¡Lo mismo que a ti, pero tú pagas veinte veces menos que yo!".

Le agradecí su solidaridad y traté de escapar a tanto entusiasmo, pero no iba a ser fácil. Desde el colegio le había estado yo sermoneando con mi marxismo prehistórico y ahora se tomaba la revancha. Insistió:

"¿Y mi barrio? Durante años he visto cómo el dinero del Ayuntamiento se iba a los barrios pobres. Los han saneado, urbanizado, modernizado. ¡Tienen incluso bibliotecas y colegios! Pero en Pedralbes, donde vivimos quienes más aportamos, ¡ni un monumento a Cambó, nada, no han hecho absolutamente nada! ¿Te parece justo? Los que más pagamos para el bienestar común somos los que menos recibimos a cambio. ¿Quieres un habano?"

Acepté el cigarro y de nuevo le di las gracias humildemente por su largueza, su desprendimiento, su generosidad, su capacidad de sacrificio, le dije cómo admiraba el método científico que utilizaba para hacer trabajar a los demás por muy poco dinero y así contribuir más solidariamente a Hacienda. Luego, avergonzado, traté de escapar. No hubo modo. Se acercó para encenderme el puro con su teléfono biónico y me guiñó un ojo.

"Y eso que sólo declaro una parte ridícula. Si hiciera una declaración verdadera, besarías la tierra que piso". Plegó la nube, volvió al Ferrari y salió disparado agitando el puro. Me sentí asquerosamente egoísta...

Artículo publicado en: El Periódico, 19 de julio de 2008.

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21 de julio de 2008
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Galería de espectros: Giovanni Drogo

Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el espectro de Giovanni Drogo asomándose a las almenas del castillo.

Delfín Agudelo: ¿Te refieres al protagonista de El desierto de los tártaros de Buzzatti?

R.A.: Sí, me refiero al protagonista ya mayor y viejo, después de pasar tantos años en esta fortaleza esperando una invasión que nunca se ha producido ni nunca se producirá. Imagino a Giovanni Drogo rememorando lo que han sido estos años en el castillo, rememorando aquél día situado muchos decenios atrás en que llegó por primera vez a la fortaleza como un joven oficial lleno de ilusiones, y que había sido destinado a ese fortín fronterizo, decisivo para su país porque allá podía producirse la invasión de los enemigos, de los bárbaros, de los tártaros. Drogo y sus compañeros se organizan desde el primer momento para esperar esta invasión; la fortaleza está en máxima tensión, en máxima crispación militar, pero primero pasan unos días y no hay invasión; luego de meses, tampoco hay invasión; pasan años, y tampoco. Las relaciones internas de ese microcosmos se van convirtieron en autosuficientes, lo que era en principio un lugar de la frontera asume su posición de lugar, un fragmento del mundo se convierte en el mundo. En ese esperar a los tártaros por parte de Giovanni Drogo vemos que se va cristalizando el propio esperar de la vida. No solo de la vida suya, sino de la vida humana. En su caso estáticamente encerrado, libremente encerrado en esa fortaleza, en el caso de la mayoría de los hombres quizás moviéndose pero siempre a la espera de algo que nunca acaba de llegar. Por eso la literatura -y especialmente la literatura moderna-, nos ha deparado tantas situaciones de espera. Esperando a Godot, esperando a los tártaros de Buzzatti, a los bárbaros de Cavafis. Quizás estamos siempre esperando un acontecimiento exterior que llegue y nos reviva.

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21 de julio de 2008
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