El escritor siente pánico ante la página en blanco, se dice de continuo. Contrariamente, el pintor se experimenta invitado o recibido por el lienzo blanco que, desde el principio, le empuja a pintar. La diferencia es capital puesto que mientras la escritura es un complejo código, la pintura es un sentido elemental. Con código posterior y de segundo grado, si se quiere, pero con la sensación en primer lugar.
El escritor se impresiona ante el vacío de la página blanca mientras el blanco en pintura constituye de por sí una obra impresa. La página vacía es una nada pero el cuadro, aún sin manipular, es anticipadamente parte del cuadro. No será de ningún modo posible reducir la pintura a la nada porque incluso la invisibilidad o la transparencia le pertenecen como elemento o efecto plástico. Lo no escrito, el signo no grabado remite a una incertidumbre agotadora pero el blanco en la pintura regala ya un color y con él se inicia toda la conversación pictórica. Cualquier pintor tiene mucho adelantado con el lienzo impoluto, su matizado cromatismo, su textura, sus haces de luz, sus proporciones, su inclinación, forman la obra. Considerado de este modo, la pintura se halla siempre prepintada. Tan condicionada por sí misma y el autor como por la materia y sus fabricantes, tan dependiente del gesto del artista como de la impregnación, la iluminación, la refracción, la simulación intrínseca. Se advierte pues fácilmente que la pintura vive y habita entre nosotros mientras la escritura, a su lado, viene a ser un extraño artefacto introducido ingeniosamente en la existencia y su comunicación. La pintura parte del alma y llega a ella sin mediación puesto que compone su paisaje originario, patria natural e ineludible. La escritura, sin embargo, no pertenece a la patria humana y debe pasar antes por la mente y su dispositivo lector para lograr alcanzar a nuestros sensores. La imagen pintada es la emoción dispuesta para ser degustada; la escritura exige, en cambio, un enrevesado ejercicio de traducción que, con razón, se desbarata a poco que la atención del lector se debilite.
