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Colinas como elefantes rosados

Las colinas al otro lado del valle eran alargadas. A este lado no había sombra ni árboles, y la estación quedaba entre dos líneas férreas, al sol. El hombre y la chica que iba con él estaban en una mesa a la sombra, fuera del edificio, cerca de la puerta abierta que daba al bar.
--¿Qué bebemos? -preguntó la chica. Se había quitado el sombrero y lo había dejado encima de la mesa.
--Otro caso de pensamiento mágico, muchacha punk -dijo el hombre--. A ratos parece que seguimos estando en la misma frecuencia.  
--Pidamos una cerveza.
--Dos cervezas -dijo el hombre, dirigiéndose al bar. Al salir, se quedó contemplando la línea de las colinas. El sol hacía que adquirieran una coloración rosada, y el campo era marrón y árido.
--Parecen elefantes rosados -dijo.
--No he visto ninguno -dijo la chica, y dio un trago de cerveza.
--No, no puedes haberlos visto.
--Podría haberlos visto -dijo ella--. Que tú digas que no puedo haberlos visto no prueba nada.
--Ya no somos 24-hour party people. Ya sólo le hacemos al Clonazepam.
--Oh, basta ya.
--Has empezado tú -dijo el hombre--. Yo me estaba divirtiendo.
--Creo que estamos en nuestro período azul. Quizás sea hora de hacer el recuento de los daños.
--Mejor intentemos pasarlo bien. Yo lo intentaba. He dicho que las montañas parecían elefantes rosados. ¿No ha sido algo brillante?
--Claro que sí. Todo lo que dices es brillante.
--¡Por favor, no empieces nuevamente!
--No puedo evitarlo -dijo la chica--. Tú lo sabes todo. Ésa es la madre del cordero. Y sabes que es verdad.
--Deja de decir tonterías -dijo él--. ¿Qué te pasa, de verdad?
--We are becoming The Living Dead. Esto ya no es divertido.
Le daba miedo mirarlo a él. En aquel momento lo miró. El hombre no dijo nada. Ella siguió hablando.
--No lo sé, chico rolingo. No sé qué decir.
Él se levantó. Miró las colinas, en el lado seco del valle. Ella se quedó sentada con la cabeza entre las manos.
El hombre volvió a sentarse.
--¿Estás bien? -dijo ella.
--Me encuentro bien -dijo él--. No me pasa nada. Me encuentro bien.

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11 de septiembre de 2008
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Mi casa, mi cerebro

/upload/fotos/blogs_entradas/dietariovoluble_med.jpgLos pensamientos retocados, peinados y despeinados, conocidos y nuevos que Vila-Matas nos ofrece en su nuevo libro, Dietario voluble, una vez más están llenos de miradas a su entorno a sí mismo, pero perdiéndose, sintiéndose ajeno a sí mismo. Y, sin embargo, esencial en presencia y ausencia. Parten de artículos ya escritos que se vuelven a escribir. Un nuevo montaje con las mismas, parecidas unas y otras irreconocibles o nuevas historias. Gran contador de otros para contarse a sí mismo.

En la página 148, después de decir que piensa decir adiós a Barcelona -estás que te vas y te vas y te vas y no te has ido- comienza un punto y aparte así:

"El interior de nuestra casa tiene siempre un antiguo y obsesivo paralelismo con el de nuestro cerebro". Lo había leído en verano, en la casa del veraneo, esa que apenas es nuestra, y no me había alterado como ahora lo hace en mí casa de Madrid. Ya sabía yo que tenía problemas con mi cerebro pero no se me había ocurrido pensar que se reproducían en la casa. Miro el desorden -mi estilo de orden, quiero decir- de los libros que invaden la casa, los objetos inútiles que me gustan, el tipo de cuadros, de esculturas o de fotos. Miro los muebles, las lámparas y otros objetos de la casa y llego a la conclusión de que no me aclaro. Que soy disperso en mi casa por culpa de mi cerebro. ¿O será al revés? En el momento que ordene y unifique mi casa, se ordenará mi cerebro. Entonces no es tan grave.

¿Y cómo será el cerebro de los que han usado un decorador? O no tienen cerebro o se arriesgan a que el decorador sea un ‘cabeza loca'. Nunca utilizaré un decorador, a pesar de  lo que me gusta una amiga que se dedica a decorar casas.

Es posible que uno se termine pareciendo a su casa. O que la casa se parezca al dueño. No vivimos solos, habrá que repartir culpas. La familia o los que con nosotros viven no se tienen que librar de su cuota de responsabilidad en los interiores. Aunque seamos responsables de la mayoría de los interiores, hay espacios en que la culpa no es nuestra. Precisamente los más ordenados. Cualquier día me echan de casa y me quedo expulsado de mi cerebro./upload/fotos/blogs_entradas/casa_med.jpg

Habla Vila Matas de un autor que tendré que leer, el peruano Enrique Prochazca y de su libro llamado Casa. Hasta es posible que esté esperándome en algún lugar de mí desordenada -ma non troppo- biblioteca. Rastrearé. En ese libro hay una cita que a Vila Matas -también a mí- le parece imponente de César Vallejo: "una casa vive únicamente de hombres, como una tumba".

Hay casas que uno no quisiera nunca habitar. Seguiré en la mía, aunque tenga que ordenarla.

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11 de septiembre de 2008
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‘Déjà vu’

Déjà vu (literalmente ya visto) es una expresión francesa que se utiliza tal cual en inglés. Estoy en un rincón remoto del estado de Missouri en EE. UU. y una empleada del hotel (supongo que es una estudiante) me dice que los trastornos del sistema inalámbrico pertenecen al déjà vu cuya traducción al castellano no es tanto "ya lo hemos visto" sino "ya se sabe" o "ya se conoce". La referencia a lo que se ve no vale en un mundo hispano más prudente. "De lo que me dicen, creo muy poco; y de lo que veo, nada", me decía, hace años, Gabriel García Márquez.

¿Hay que creer lo que ocurre en América Latina y tiene perfume de déjà vu o se trata más bien de una nueva representación de una obra ideologizada y clásica? Una obra por el momento en dos partes:

1. La expulsión de un embajador de EE. UU. en Bolivia, tal como lo cuenta la BBC.

2. La presencia de bombarderos rusos estratégicos en Venezuela, según el mismo sitio inglés.

Estos acontecimientos son déjà vu: fue en los años 60, en la isla de Cuba, sí. "El tiempo no pasa, sino que da vueltas" dice la vieja Úrsula en Cien años de soledad.

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11 de septiembre de 2008
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La crisis

/upload/fotos/blogs_entradas/atraco_a_las_tres_med.jpgCon la crisis parece que retrocedemos a los tiempos de Atraco a las tres o Los tramposos. Se recicla el timo de la estampita en variadas formas, nos volvemos locos con la lotería, hay que llevar la mano en la cartera y los bolsos debajo del sobaco porque los descuideros se han echado a la calle como nunca y dan lugar a estupendos reportajes televisivos donde podemos ver cómo nos roban. Otros atracos son de puertas para adentro. Por ejemplo, si se compra una casa puede que se lleve una sorpresa cuando se entere de que los electrodomésticos que le han instalado son de segunda calidad, lo que significa que vienen con algún defectillo de fábrica. Esas pequeñas cosas en las que no cae uno. Luego están el recibo del teléfono, de la luz.

Pero la picaresca callejera ha llegado a límites pintorescos: se roba cobre en cualquier sitio. Por cierto, que dos de las instalaciones más saqueadas son las de Telefónica y las compañías eléctricas. Esperemos que no nos lo carguen en el recibo. Para qué ir a buscar el cobre a lejanas y trabajosas minas cuando lo tenemos a mano. También se roba bronce. Si nos apuramos un poco no hemos salido del Neolítico en cuanto a los metales más valorados. Por supuesto en este contexto el oro se ha puesto por las nubes. Vuelven a aparecer los carteles, que tanto me llamaron la atención cuando de pequeña vine por primera vez a Madrid, de "Compro Oro". Pensaba entonces que la persona que compraba oro tendría que ser la más rica del mundo y la más avariciosa puesto que quería más y más oro. Y no andaba desencaminada, una de las mejores inversiones ahora mismo es el oro. Su parecido con el sol y su escasez vuelven a cotizar alto.  Y la fantasía se funde con la realidad porque, incluso para el menos soñador, los lingotes, las joyas deslumbrantes y los tronos dorados remiten al mundo de los cuentos. 

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11 de septiembre de 2008
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«Un bal masqué» o «Las edades de la vida»

Muchas son las veces que he evocado y trascrito aquí páginas de la Recherhe de Marcel Proust, en algunas de las cuales he intentado encontrar el embrión de una suerte de ética. Como no debo dar por supuesto que todo el mundo ha leído este libro, auténticamente de culto, voy a hacer una corta presentación, seguida de una traducción en castellano de algunos de los párrafos más tremendos.

El primer acto de la Recherche tiene como escenario la localidad ficticia de Combray en las orillas del río Loira y los paseos del Narrador en los aledaños, hasta las postrimerías de la casa de Swann, personaje emblemático de la obra. Pero en la Recherche hay un episodio cronológicamente ulterior que posee sin embargo anterioridad lógica, constituyendo el auténtico prólogo de una hipotética puesta en escena visual. El primer cuadro de este prólogo nos presenta al narrador descendiendo las escaleras que desde la biblioteca desembocan en el salón de un palacete parisino en el que su propietario, el Príncipe de Guermantes, recibe a sus invitados. El conjunto de estos constituye el núcleo protagonista del gran relato que, junto a Combray, tiene entre los múltiples horizontes la localidad atlántica de Balbec o Venecia, pero también ese París donde la fiesta fundamental transcurre.

Es necesario avanzar algo sobre el estado de ánimo del Narrador en el momento que nos ocupa. El caso es que momentos antes había vivido una singular peripecia que se halla en el origen de la gestación de la Recherche, y que parecía llamada a determinar el contenido de la obra. Pues resulta que, por entrar distraídamente en el patio del palacete, no se había percibido de la presencia de un coche que se le echaba encima. Intentando evitar el atropello, el Narrador posa el pie sobre un adoquín desnivelado con respecto a su contiguo y, prodi­giosamente, el Narrador reconoce inmediatamente un singular tipo de vivencia psicológica, en todo punto análoga a la afección que, años atrás, le había producido la degustación de una magdalena mojada en té. De inmediato se descubre una primera modalidad de razón común entre ambos episodios, a saber, una nota de repetición: reminiscencia (anamnesis) de una peripecia de su infancia en Combray en el primer caso, reminiscencia de una impresión ligada al baptisterio de San Marco en el segundo. Obviamente he de volver más adelante sobre estos episodios tan vinculados (el primero de ellos sobre todo) a la imagen digamos popularizada de Marcel Proust. Baste por el momento señalar que este episodio genera en el Narrador un poderoso sentimiento de su destino literario y del cual habría de ser el contenido de la obra a realizar. Este sentimiento queda reforzado por la evocación de precedentes de escritores (Gerard de Nerval, Chateaubriand, Baudelaire) en los que también tendrían enorme peso vivencias análogas a la suya propia:

"Iba a intentar acordarme de las piezas de Beaudelaire en base a las cuales hay también una sensación trasportada, para acabar de inscribirme en una filiación tan noble, y obtener la seguridad de que la obra que ya no tenía duda de que emprendería merecía el esfuerzo que iba a consagrarle." (920 En adelante la numeración remite a la edición francesa de la Pléiade. Salvo que esté explicito se trata del tercer tomo.)

Y, sin embargo, algo provocará un radical viraje en el proyecto, viraje que convertirá a la Recherche en una obra descriptiva, fenomenológi­ca o literaria, lo cual no significa que, de mantenerse el impulso originario, el resultado hubiera sido una reflexión filosófica sobre la temporalidad y la per­cepción (de hecho, una de las riquezas del libro es que este aspecto reflexivo no está excluido -ocupa decenas de páginas-, sino integrado en la narración como una suerte de contrapunto del pathos propio del arte). Lo que hubiera significado la fidelidad del Narrador al proyecto originario es algo que intentaré aventurar algo más adelante, avanzando desde ahora que en lugar de una narración hubiéramos tenido quizás un largo poemario, privado de anclaje representativo.

En cualquier caso, ese cambio respecto a los contenidos de la tarea a efectuar precisamente cuanto más convencido está el Narrador de su misión, es consecuencia del estupor provocado por la visión del espectáculo que ofrecía el salón de los Guermantes. Pues resulta que las personas allí reunidas han sufrido una radical modificación, hasta el extremo de que el Narrador tiene la impresión de que la anunciada matinée constituía en realidad un baile de disfraces, carácter éste del que por error no se le ha­bía informado. Sorprendentemente, sin embargo, a nadie parece chocar lo habitual de su propia vestimenta, y ello le hace sos­pechar que, inadvertidamente, él también se ha disfrazado:

"...al llegar a la base de la escalera que descendía de la biblioteca, me encontré de repente en el gran salón y en medio de una fiesta que iba a parecerme bien diferente de aquellas a las que había asistido en otros tiempos, e iba a revestir para mí un aspecto particular y tomar un sentido nuevo. En efecto, desde que entré en el gran salón, aunque siguiera manteniendo firmemente y sin alteraciones el proyecto que acababa de realizar, se produjo un efecto escénico que conllevaba la más grave objeción que pudiera hacerse a mi proyectada empresa. Objeción que, sin duda, lograría superar, pero que, mientras continuaba reflexionando interiormente sobre las condiciones de la obra de arte, iba, por el ejemplo cien veces repetido de la consideración mayormente susceptible de hacerme vacilar, a interrumpir en todo momento mi razonamiento.

"De entrada no entendía porque me costaba reconocer al señor de la casa o a los invitados, y porque todo el mundo parecía haberse ‘arreglado el rostro', por lo general empolvándolo, de una forma que los cambiaba totalmente. El príncipe de Guermantes, en los saludos de recepción, mantenía ese aire campechano de un rey de cuento de hadas que había apercibido en él la primera vez, pero en esta ocasión, pareciendo someterse él mismo a la etiqueta que hubiera impuesto a sus invitados, se había adornado con una barba blanca (sus bigotes también eran blancos, como si hubiera permanecido en ellos el hielo del bosque de Pulgarcito; parecía que ahora molestaran en aquella boca rígida, y una vez obtenido el efecto teatral deseado hubiera debido quitárselos. *El paréntesis es una nota adjunta*) y arrastrando a sus pies, lastrados por ellas, como unas suelas de plomo, parecía que representaba el papel de una de las ‘Edades de la Vida'. A decir verdad sólo lo reconocí mediante la ayuda de un razonamiento y concluyendo a la identidad de la persona a partir de la similitud de ciertos rasgos. En cuanto al bueno de Fezenac, no se lo que se había puesto en la cara, pero mientras que otros se habían limitado a blanquear o bien la mitad de la barba, o bien tan sólo los bigotes, él, indiferente a estos matices de tinte, había encontrado el modo de cubrir su piel de arrugas, sus cejas de pelos erizados; el artificio sin embargo no parecía convenirle, su rostro parecía haberse endurecido, bronceado, mostrándose más solemne, y todo ello le envejecía de tal modo que ya en absoluto cabría referirse a él como a un joven. Mayor fue aun mi extrañeza cuando oí que trataban como duque de Chatellerault a un viejecito con bigotes plateados de embajador, en quien sólo un atisbo de la mirada me permitió reconocer al joven que había encontrado una vez en que visitaba a Madame Villeparisis. Ante la primera persona que había logrado identificar, intentando hacer abstracción del disfraz y completando los rasgos que permanecían naturales mediante un esfuerzo memorístico, mi primer pensamiento hubiera debido ser, y lo fue quizás una fracción de segundo, el de felicitarla por haberse tan maravillosamente cubierto de muecas, de tal forma que, antes de reconocerla, se tenía la sensación que los grandes actores, al mostrarse en un papel que les hace diferentes de si mismos, producen en el publico que, aunque ya prevenido por el programa, permanece un instante estupefacto, antes de estallar en aplausos.

"Pero, desde este punto de vista, el más extraordinario de todos era mi personal enemigo Monsieur d'Argencourt, el verdadero descubrimiento de la matinée. No sólo, en lugar de su barba apenas adornada, se había recubierto de una extraordinaria barba de una blancura inverosímil, sino que (hasta tal punto pequeños cambios materiales pueden rebajar o agrandar un personaje, y más aún cambiar su carácter aparente, su personalidad) sólo un viejo mendigo que no inspiraba respeto alguno era ahora este hombre, cuya solemnidad y rigidez impostada estaban aun presentes en mis recuerdos, lo que confería a su personaje de viejo gagá una verdad tal que los rasgos flácidos de su imagen, generalmente altiva, no cesaban de sonreír con una estúpida beatitud. Llevado a este extremo, el arte del travestimento se convierte en algo más, en una completa transformación de la personalidad. En efecto, detalles menores me daban testimonio de que era efectivamente Argencourt quien estaba dando este espectáculo inenarrable y pintoresco, y sin embargo ¡cuántos estados sucesivos de un rostro sería necesario atravesar si quería reencontrar el del Argencourt que yo había conocido y que era tan diferente de sí mismo, aunque no tuviera a su disposición más que su propio cuerpo! Era sin duda el punto más extremo al que este cuerpo podía conducirle sin por ello reventar; el rostro más orgulloso, el torso más desafiante, eran ahora tan sólo un harapo grasiento que el viento desplazaba de aquí y de allí..." (920-923.)

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11 de septiembre de 2008
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Una bienvenida para Bruno (3)

Lo cual nos conduce al otro aspecto en que nos diferenciamos de las demás especies. A saber: nosotros podemos hacer cosas porque sí. Por esos extraños designios del fenómeno de la vida, nos hemos convertido en la única especie capaz de practicar la gratuidad -esto es, de concebir y hacer cosas que no son estrictamente necesarias. ¿Qué otra rama del árbol vital podría producir cosas como el papel glacé, el fijador de pelo y la cera para pisos?

El resto de los seres vivos no puede actuar libremente. Todos sus actos están dirigidos a preservarse primero y después a colaborar con la prolongación de la especie. En cambio hombres y mujeres tenemos la capacidad de decidir qué hacer con nuestras vidas: si preservarlas o no, si llevarlas en esta dirección o en aquella otra o en ninguna. Podemos ir con el rebaño, o en contra del rebaño, o -mejor aún- labrar nuestro propio camino sin incurrir en violencia con los caminos ajenos.

En este sentido al menos, ser humano es maravilloso porque supone una tarea creativa. Llegamos a este mundo con una serie de elementos a nuestra disposición. (Siempre menos de los que nos gustaría tener, la insatisfacción también es una característica de nuestra especie.) De allí en más, lo que construyamos con esos elementos empleando nuestra voluntad e imaginación -que es un pálido reflejo de la imaginación con que procede la vida, por cierto-, se convierte en una responsabilidad propia de cada uno. Hay personas a las que la vida les dio migajas y sin embargo se elevaron por encima de su circunstancia, transformándose en Miguel Angeles de su propia existencia. Y hay gente a la que se le da todo y aun así lo rompe todo. Cada vida humana es una obra artística irrepetible, cada hombre y mujer es su propio autor -lo quiera o no, le guste o no, lo asuma o no.

Claro, con la libertad de que gozamos hay gente que hace lo que antes te decíamos: acopiar riquezas, declarar la guerra, cultivar la mezquindad y el desprecio por sus semejantes. Una de las formas más populares de la violencia racional (esto es, de la violencia que se justifica a sí misma como justa y necesaria) es la que convierte en enemigos a todos los que no son como uno: diferente raza o religión, sexo opuesto o sexualidad distinta, ideología, moda o tribu urbana divergente. El Otro reducido a motivo de desconfianza, adversario potencial a ser controlado, humillado -o simplemente exterminado.

El mundo está lleno de gente como ésta. No hay que deprimirse por eso, es parte del juego de la libertad. Siempre habrá personas que, puestas en la disyuntiva, prefieran ser Creso o Hitler antes que San Francisco o Rembrandt. Lo bueno, en todo caso, es que así como nuestra especie ha demostrado con creces su capacidad de hacer daño sin límite (¿qué otra especie es capaz de ponerse a sí misma en riesgo total de extinción?), también tenemos una capacidad de crear sin límite. En este sentido, y quizás sólo en éste, somos los mejores hijos de la naturaleza.

Desde que existimos sobre este planeta hemos hecho algunas cosas terribles: al inventar la guerra y la esclavitud, por ejemplo, que están tan lejos de haberse terminado. (En todo caso han adoptado otros disfraces, debajo de los cuales siguen funcionando a destajo.) Pero desde esos mismos inicios también hemos hecho maravillas, cosas que podrían no haber sido inventadas y que sin embargo inventamos y nos definen. El amor que les prodigamos a nuestros hijos, para empezar, tan distinto del cuidado elemental que se prodigan los otros animales. El lenguaje, nuestra primera ventana a la dimensión de la belleza. La música, o mejor: el arte todo. ¿Qué seríamos sin Mozart, sin Picasso, sin Visconti? En la vastedad del cosmos, en su silencio insondable, los seres humanos producimos pequeñísimos destellos de belleza, que intentan transmitir nuestro asombro y reverencia ante el misterio de la vida y la forma en que elegimos contarnos a nosotros mismos como parte de la gran saga universal; un fulgor en la noche interminable, que a la manera de las estrellas, conserva el sentido aun cuando su autor se ha extinguido.

                                                            (Continuará.)

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11 de septiembre de 2008
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Efectos especiales y verdad

Rafael Argullol: A veces no solo la televisión sino que los diarios tienen que llenar las páginas como sea, publicando noticias supuestamente espectaculares.

Delfín Agudelo: Me recuerda una noticia que no sé qué tanto tenga que ver con aquella que estás a punto de contar, pero tiene su lado carnavalesco. Apareció hace años en El Tiempo de Bogotá, y era de un campesino que había demandado a una vecina que, bruja, en la noche se había convertido en ave negra y había logrado entrar a su cuarto robándole veinte mil pesos colombianos- unos seis euros. La noticia unía tres elementos muy ricos: la legalidad en cuestiones de folklore; la evidente pregunta de qué tanto puede ser eso una noticia; y, más importante, ¿qué hacer si se fuera el abogado? Me gusta ver los tres frentes de la noticia, pero en realidad la noticia es lo inusual, carnavalesco, que pueda suceder en cualquier pueblo de tierra fría colombiana. La noticia se convierte en tal cuando el lector, evidentemente, quiere leer algo así.

R.A.: Creo que es uno de los factores de la información que siempre ha estado presente, porque ahora en nuestros días va volviéndose más barroco y con más efectos especiales. La noticia que comentas entra de lleno en aquello que antes se llamaba realismo mágico, esta vez aplicado al periodismo nuestro. Además, acompañado siempre de un supuesto rigor informativo-científico para todas estas cosas. Porque si esa noticia del campesino a la que aludes hubiera aparecido hace cincuenta años, simplemente se hubiera reflejado sin más bases científicas. Pero ahora eso lo acompañamos de toda una serie de fundamentos científicos que nos llevan a ver el tipo de sección del cerebro que hace ver que una bruja se convierta en ave negra, o el tipo de gen que despierta en nosotros el realismo mágico o la magia. En nosotros todo tiene una base supuestamente científica, de manera que las noticias que recibimos, sobre todo a través de la televisión, acostumbran a ser impunes. Si alguien sale en la televisión y explica que una campesina se ha convertido en bruja, y después de esto en ave negra, y muestra unos efectos especiales que corroboran esto, el espectador tenderá a creer que es verdad científica; no que es ese terreno magníficamente pantanoso de la imaginación mágica, sino de la científica. Esto me hace recordar algunas noticias que han salido este verano- las que te comentaba- que son muy jugosas, y todas ellas aparecidas en los suplementos o bien de ciencia o bien de salud, o en las informaciones sobre grandes acontecimientos científicos.

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11 de septiembre de 2008
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Flor de Lotto / XXVII

XXVII. ¡Lotería! 

Son dos los hombres duros apostados a la entrada de la clínica, con la única misión de asegurar que nadie conocido salga de ahí. Están ambos echados en un Chevrolet viejo con los respaldos a medio reclinar, dormitan arrullados por la lluvia y las baladas que escapan del radio a muy bajo volumen. Han detenido el coche con la trompa apuntando hacia el garage, de modo que ningún vehículo consiga salir sin tener que pasar literalmente por encima de ellos. Una idea que hasta ahora ninguno consideró, pese a la inclinación de la rampa que viene desde el sótano y permite que de forma eventual un vehículo conducido desde adentro a cuarenta o cincuenta kilómetros por hora pueda, en efecto, caerles encima. En concreto, una camioneta de la clínica, conducida por una enfermera.

     Se escucha un golpe seco, tras un abrupto rechinido de llantas que despertó a los dos ocupantes del Chevrolet, cuyos ojos se abrieron sólo para asistir al último momento de sus vidas. Tal como Carolina y Camilo calcularon, ante el escepticismo de Segismundo, el golpe es suficiente para lanzar los dos vehículos hasta media avenida, de modo que un segundo coche, con Camilo al volante y Segismundo atrás, sale esquivando los pedazos de Chevrolet y tuerce hacia la izquierda, mientras la mujer sale por la ventana lateral de la camioneta, con un hilo de sangre a media frente, y en un tris-tras alcanza la puerta del pequeño carro en marcha, un Peugeot 206 azul marino que el cuidador no tuvo más remedio que entregarles. Un minuto más tarde, los tres ya van que vuelan recorriendo las calles de Polanco, preguntándose aún cómo ha sido posible que un plan así de idiota llegase a funcionar.

     -Una cosa es salir vivos del hospital, y otra muy diferente del país -observa Segismundo, mientras lee uno a uno los nombres de las calles: Lope de Vega, Lamartine, Calderón de la Barca, nada que lo remita a referencia alguna.

     -Dése vuelta a la izquierda llegando a Molière -ordena Carolina, que es quien supuestamente sabe dónde están. Peñuelas obedece, o más exactamente finge obedecer, pues ya sobre Molière da vuelta a la derecha y después a la izquierda.

     -¡Por ahí no, señor! -le grita Carolina, pero el chofer persiste. Se diría que sabe adónde va.

     -¡Es sentido contrario! -se suma el alarido de Segismundo cuando por fin el coche tuerce hacia la derecha en Campos Elíseos y advierte que los autos estacionados miran todos de frente hacia ellos.

     -¿Cómo así? A esta hora no hay sentidos, mi hermano -sentencia y acelera el colombiano, de pronto poseído por una determinación tenaz.

     -¡Adónde crees que vas, imbécil! -estalla Carolina con el pánico impreso en los ojos, al tiempo que se pesca del volante.

     Pasado un forcejeo y sendos frenazos, dos ruedas del Peugeot trepan a la banqueta y la salpicadera derecha se incrusta en la salpicadera izquierda de una patrulla estacionada sobre la banqueta. Carolina no pierde ni un segundo: mete la mano a la funda-mochila de Camilo, saca de ahí el revólver Taurus .38 y aprovecha el aturdimiento del chofer para descerrajarle un plomo en plena sien. Lejos de adivinar que saldrá vivo de ésta, Segismundo sólo cierra los párpados y espera que la chica termine con él. Escucha un tiro, dos, tres, cuatro, ninguno para él, abre otra vez los ojos y advierte que los policías de la patrulla están no menos quietos que Camilo. Con frialdad presurosa, Carolina le quita la venda al cadáver y desvela la imagen de un Fidel reventado.

     -Ayúdame a bajarlo, antes que se aparezcan los refuerzos -la mujer ha empezado a empujar el cuerpo hacia afuera, ya con la puerta del chofer abierta. Segismundo no atina ni a moverse, pero ya Carolina lo encañona.

     -¿Dónde estamos? -susurra, como una súplica.

     -Lotería, muchacho -escupe la enfermera, sonriendo amargamente-, estás justo atrasito de la embajada cubana.

     -¡Me cago! -Andersón salta del asiento trasero, súbitamente mira hacia el cadáver caliente de Camilo como una ficha que es preciso sacar del tablero. Una ficha pesada que resbala hacia el charco tan lentamente que ya los dos mascullan vocablos sin sentido ni concierto, hasta que Carolina cambia de asiento, se hace con el volante, comprueba que el motor aún está en marcha, mete reversa, avanza medio metro hacia atrás, mete primera y finalmente arranca, derrapando al pasar por encima del cuerpo del Fidel de mentiras. Tump, tump.

     -Vámonos, Corazón, no es hora de cagar -Carolina da vuelta hacia la izquierda, luego inmediatamente a la derecha. Como un regalo de la Providencia, se abre una vía rápida frente al Peugeot. El aguacero arrecia, ya graniza. Con trabajos se ve de aquí a diez metros.

     De repente, la vida comienza de nuevo.

Mañana en FLOR DE LOTTO: XXVIII. Venus conoce a Vulcano.

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11 de septiembre de 2008
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II. La guerra de las cabezas

Desde la guerra de los Cristeros, cuando campesinos católicos se enfrentaron con las armas a las tropas del gobierno, una de las últimas secuelas de la revolución, no se registraba en México una situación de violencia de semejante magnitud.

El horror diario alcanza las páginas de los periódicos, que ante la abundancia de hechos no pueden sino resumirlos. Doce personas decapitadas en Mérida, capital del estado de Yucatán; tres de los presuntos autores fueron capturados en las cercanías de Cancún, en poder de las hachas con que habían cercenado las cabezas de sus víctimas. Se mata por rivalidades entre bandas, por venganzas organizadas, por advertencia. No pocas veces, junto a los cuerpos mutilados, o junto a las cabezas, hay mensajes para las autoridades locales y para la policía.

En Durango, las cabezas de dos mujeres fueron dejadas a pocos metros de las oficinas de la Procuraduría. En Nogales apareció otra cabeza en una hielera, y otra en una bolsa de basura, al lado una nota escrita con amenazas. Y las advertencias se expresan también en las llamadas "narcomantas", que amanecen colgadas de los puentes viales, en las que los traficantes denuncian la complicidad de las autoridades con determinadas bandas.

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11 de septiembre de 2008
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Curtido por la vida

De Joe Biden dicen todos los periódicos que, aparte de consideraciones políticas, es un hombre curtido por la vida. Este tratamiento bioquímico que la existencia procura a no pocas personas consiste fundamentalmente en bañarle en los ácidos de diferentes desgracias, alguna de las cuales especialmente cruel, lo que da a entender que se trata de alguien elegido por el ojo del destino.

A Joe Bide, que será acaso el próximo vicepresidente de Estados Unidos, la vida le proporcionó el trance de experimentar la muerte de su primera mujer y un hijo en un accidente de automóvil y, más adelante, afinando la puntería, le condujo al trance de padecer personalmente un aneurisma o dos que en varios casos llevan directamente a la muerte.

De esta supervivencia física y de aquella moral del actual candidato a la vicepresidencia, se deduce que Joe Biden puede estimarse como un ejemplar particularmente fuerte o lo que se llama curtido por la vida.

Nadie será capaz de precisar qué seña física y moral de Joe Biden nos habría indicado que tras las enunciadas adversidades este individuo hubiera salido no-curtido, pero debe suponerse que ante golpes tan fuertes cualquiera, sin excepción, sucumbe o resiste. La resistencia es la virtud que viene aparejada al curtido.

Este hombre pues resiste y ante otras eventuales encrucijadas, se supone, se verá expuesto su temple de acero. ¿Verdadero? ¿Falso? Sólo una idea mostrenca de la biografía llegaría a esta conclusión basada más en el repetido saber de los oficios artesano que en el rico conocimiento de las personas.

Una vida con tragedias surtidas ha acompañado a personajes famosos pero, simultáneamente, a millones de gentes anónimas. Lo que en este segundo caso se calificaría de penas sin más, sin fin, sin utilidad ni carácter, en los personajes famosos aparecen como heridas de guerra y como certificados o galardones de fortaleza.

Las cosas, sin embargo, son más burdas por lo general. La desgracia azota a unos u otros por obra de su descabezado azar y siempre magulla o mutila. No hay lección recibida de un golpe bajo que conduzca a una elevada instrucción. El dolor se soporta amparados por el afán de supervivencia, la desgracia va dejándose atrás de la misma manera que un animal cicatriza sus heridas sin dejar de afanarse en la selva. La idea de que los padecimientos nos perfeccionan o enaltecen forma parte de la falacia religiosa. Los golpes nos hacen daño y el sufrimiento nos perjudica más que nos beneficia. ¿Curtidos por la vida los desdichados? Los desgraciados son, sencillamente, desgraciadas víctimas del infortunio.

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11 de septiembre de 2008
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