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Lo que debería haber dicho Zapatero

Se encienden los focos, se conectan los micrófonos y desde su podio el Presidente anuncia las medidas que deben paliar los efectos de la crisis financiera internacional en la economía española.

Un fondo de 50.000 millones de euros para inyectar liquidez al sector y una garantía pública de 100.000 euros a los ahorros bancarios.

¿Eso es todo?

La izquierda tartamuda vuelve a hacer de las suyas.

Además de padecer su tradicional parálisis de ideas ante el espectáculo organizado por los insensatos avariciosos de Wall Street, la izquierda imita las ocurrencias del capitalismo salvaje. Acepta sin rechistar que la única salida al expolio de los grandes directivos sin escrúpulos es... reponer con el dinero de los contribuyentes lo que aquellos han perdido en su última jugada.

La codicia infatigable de los especuladores ha llevado al mundo al borde del colapso y la izquierda se limita a compartir la preocupación con gestos compungidos. La misma liturgia en todos los países.

He aquí lo que ayer estaba obligado a decir Zapatero a los ciudadanos españoles:

"Además de las medidas monetarias de urgencia que acabo de anunciar, he ordenado al Banco de España y al Ministro de Economía la realización de una amplia auditoría que nos permita conocer el diámetro del agujero al que estamos siendo arrastrados y el alcance de la crisis que afecta a nuestro país. La investigación identificará a los agentes económicos que hayan burlado las reglas del sistema financiero y provocado la situación que hoy padecemos.

Además, he convocado una comisión gubernamental que elaborará las nuevas normas de control a las que, de ahora en adelante, estarán sometidos los operadores bancarios y bursátiles, especialmente aquellos que hagan uso de los fondos públicos puestos en circulación.

La era de la impunidad ha acabado. A partir de ahora el libre mercado será un instrumento de crecimiento y prosperidad regulado, como el resto de las actividades ciudadanas, por la ley y la justicia".

Esto es lo que debería habernos contado Zapatero.

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8 de octubre de 2008
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Manos blancas no ofenden

Después de haberse estrenado en el último Festival de Teatro de Almagro y de haber recorrido los festivales de Olmedo, Niebla, Olite y Sagunto, se representa estos días en Madrid por la Compañía Nacional de Teatro Clásico la obra de Calderón de la Barca, Manos blancas no ofenden. Calderón de la Barca es uno de los dramaturgos más universales de nuestra historia y en su dramaturgia tienen cabida asuntos filosóficos, teológicos, históricos, mitológicos y otros derivados de materiales populares como canciones o refranes. Precisamente un refrán popular parece estar en el origen de esta obra. Los asuntos de tipo popular se apuntan siempre cuando se habla de dramaturgia de Lope de Vega, pero con menos frecuencia cuando se analiza la de Calderón, y sin embargo, este autor también echa mano del arte que viene del pueblo.

Esta raíz popular le da a la obra ese tono festivo, esa entonación lúdica, con los que se abordan las relaciones amorosas en una pieza destinada inicialmente a ser estrenada en palacio pero que conoció igualmente numerosas representaciones fuera de ese ámbito. Como destacaron hace ya tiempo algunos especialistas, la obra Manos blancas no ofenden gira en torno al mito de la "princesa cortejada" y utiliza entre otros afortunados recursos el de la máscara o el disfraz. La máscara está en el origen del teatro clásico y el disfraz es una de las armas más poderosas que se han utilizado siempre en el teatro y en la vida. Les animo a que  vean esta representación en el Teatro Pavón y a lo mejor se descubren detrás de algunos de esos disfraces.

 

         

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8 de octubre de 2008
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Ancianos emocionados

Veinte mil personas llenan un recinto en el centro de una gran ciudad, pertenecen a muy distintas clases sociales y, excepto niños, las hay de todas las edades. Durante hora y media todo, para un potencial observador exterior, transcurre con normalidad. Algunos de vez en cuando hacen gestos de protesta, otras veces aplauden, en ocasiones parecen ser presas del tedio y a menudo manifiestan disconformidad entre ellos. Se diría, a juzgar por estas reacciones, que se asiste a un espectáculo deportivo, y que la disparidad de comportamientos se debe a lo aleatorio de los resultados. De repente, sin embargo, todos los reunidos parecen armonizados, responden al unísono, a intervalos se alzan de sus asientos, profieren exclamaciones de júbilo, se congratulan mutuamente y todo ello de manera casi ininterrumpida, durante un tiempo que su propia emoción dilata. Una mujer de sesenta años (pre-jubilada de un trabajo que soportó siempre como una condena y cuya vida cotidiana parece dejar poco espacio para expansiones líricas) manifiesta una emoción cercana al trauma y dice a su compañero de asiento unos años mayor y posiblemente su marido, que nunca creyó llegar a vivir una cosa así.
 
Alguna vez he aludido aquí a la tesis kantiana relativa a la posibilidad de que los humanos se encuentren compartiendo un juicio que no tiene soporte en ningún tipo de referencia objetiva. Tal situación la provocaría tan sólo aquello que es susceptible de emoción estética y la mayor riqueza reside en la señalada posibilidad de estar de acuerdo en ausencia de base objetiva. Kant sostiene que sólo en tales momentos el otro como ser de razón y de juicio es plenamente reconocido. No nos conmueve que otra persona esté de acuerdo con nosotros en que cuando llueve las calles se mojan, ni nos conmueve el que esté de acuerdo en que tres y cuatro suman siete, pero sí nos conmueve el que comparta con nosotros el juicio de que aquello que se nos presenta es simplemente bello, y eventualmente traumáticamente bello.
 
Dedico estas líneas a esta mujer que, hace unos días en Barcelona, descubría con emoción que los triviales, cuando no sórdidos, avatares de una vida sin luz, no habían extirpado en ella simplemente su humanidad, humanidad que se manifestaba en un acto de reconocimiento en el que se ponía de relieve una suerte de unidad trascendental de veracidad y bondad. Esta mujer nada sabe de guiños eruditos a la historia de la estética, pero tuvo la inmensa suerte de encontrarse en una situación en la que lo esencial prima y que su capacidad de estupor, ese estupor que pone de relieve la mirada de un niño, no estaba perdida
 
 Esta mujer (o su hipotético marido) no fue probablemente felicitada por su entorno familiar o de amigos, empezando por sus hijos, pues el espectáculo que tal emoción le produjo es para, estos últimos, objeto de repudio, de tal forma que mantiene esa devoción de manera casi clandestina, como si fueran presa de un vicio poco confesable. Y posiblemente carece ya de fuerzas para estériles defensas contra opiniones a favor de corriente relativas a las motivaciones que le llevan a mantener su fidelidad a lo que ella considera un rito y que para sus detractores es como mínimo un anacronismo que las costumbres ilustradas, sino la legislación, acabarán por desterrar. Sabe que prácticamente no hay nada que hacer y ni siquiera que decir, que una universalizada ideología (heredera del poder movilizador de las religiones) relativa a la relación del hombre con la naturaleza y con las demás especies animales condena a priori sus argumentos y que no será escuchada cuando intente expresar la desinteresada emoción (provocada por la confrontación capital de un hombre consigo mismo) que experimentó. Sabe, en suma, con profundo sentimiento a la vez de injusticia y desarraigo, que los que dan gracias a algún tipo dios por estar situados del buen lado en el registro de los valores con los que comulgan (y como renunciar a este consuelo en una cotidianeidad marcada por un trabajo sin sentido, que proyecta una sombra negra sobre los momentos lúdicos y los propios lazos afectivos) no se preguntaran siquiera qué ocurrió en un lugar de Barcelona ese domingo de septiembre.

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8 de octubre de 2008
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Seria serie

En el último suplemento semanal de El País (lo que los periodistas del diario llaman el "colorín") un artículo de Alex Martínez Roig empieza con una afirmación contundente:

"¿Quiere usted disfrutar de una buena historia? Cierre el libro, póngase cómodo y encienda la televisión. Sí, la televisión." Alex Martínez Roig, autor de este artículo, "La caja tonta es más lista", explica que la ficción televisiva vive su época dorada. Tan dorada que el autor opina de manera contundente: las series de calidad muestran la mejor narrativa que se hace en el mundo hoy en día.

Es una opinión que se puede aceptar. Todavía está disponible en línea el larguísimo artículo dedicado por The New York Review of Books, la revista mundial de los intelectuales, al despide definitivo de la serie Los Sopranos. Sabemos que el novelista japonés Haruki Murakami es tan aficionado a Perdidos (Lost en la versión original) que compró la casa de Hawai utilizada en la primera parte de la serie. Una serie de televisión es una ficción seria. Y podría ser una ficción de verdad en caso de entrar Barack Obama a la Casa Blanca, un acontecimiento de la vida real que sería el mero despliegue en la vida real de un presidente negro imaginado en 24 horas.

/upload/fotos/blogs_entradas/seinfeld_med.jpgPara mí, lo que habrá que entender por fin, si las series se confirman como la ficción más conmovedora del siglo, es su arquitectura emocional. Ya sabemos, desde Seinfeld (hace ya más de diez años), que una serie eficiente mezcla por lo menos tres argumentos simultáneos, implicando a cada figura en al menos dos historias hasta crear una tela de araña que satura la narración. Los Sopranos, Perdidos, Doctor House, Mad Men, Mujeres desesperadas son ficciones de alto nivel que no siempre alcanzan esta densidad, pero que trabajan muy a fondo la definición psicológica de los personajes. Ellos actúan como actúan no tanto bajo la presión de los hechos sino por idiosincrasia, hasta en las serie de expertos/científicos/investigadores/perritos en Las Vegas, Miami o Nueva York. Por eso, creo que la caja tonta no es más lista sino más humana en las series. Va al fondo del adulterio, del cinismo, de la maldad, etc. No pretende entregar emociones. No, va al grano para mostrarnos hasta qué punto el ser humano es imposible, irracional y contradictorio. Las series no pertenecen al mundo de la televisión. Sus héroes no ven televisión, o muy poco, y no le hacen caso. No se interesan en las emociones baratas de los otros programas (como el deporte, los programas como el Gran Hermano o los documentales). Para mí es un síntoma importante. Ver televisión no es ver una serie en televisión. Como dice el joven filósofo Bart Simpson (citado en el artículo del suplemento EPS): "¡Maldita televisión! Ha arruinado mi imaginación y mi habilidad, para uuhhh, para uummm, bueno, eehhh, ya sabes..."

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8 de octubre de 2008
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El segundo

Anoche tuvo lugar en Nashville, Tenesí el segundo de los tres debates entre McCain y Obama. Es el único con un formato diferente. Se presentaba como una reunión de los candidatos rodeados por unos 80 votantes indecisos que los interrogaban. Los indecisos eran en su enorme mayoría blancos y, naturalmente, había pocos hispanos y negros, pues, de éstos, muy pocos siguen aún sin decidirse.
 
El moderador fue Tom Brokaw, el conocido ex presentador de noticias de la cadena nacional de televisión NBC. Se decía que, en este formato, McCain poseía ventaja, pues se encuentra más a gusto en contacto directo con el público.
 
Y es cierto, McCain tuvo un deje más cálido, siempre se dirigía a la gente por su nombre de pila y parecía identificarse con el que interrogaba. Obama lucía, aunque señorial y distinguido, también más distante, con un tono estilo conferenciante. Y estas impresiones cuentan mucho en el país de las relaciones públicas y del gran populismo.
 
En muchas de sus intervenciones, McCain intentó presentarse como un reformista, un rebelde y un bipartidista experimentado.
 
Los comentaristas de los diarios y la televisión estaban convencidos de que McCain atacaría a Obama por el lado de sus amistades y frecuentaciones, como el pastor Wright. Se creía que quería seguir sembrando la duda sobre ¿quién es el verdadero Obama?
 
Desde hace unos días, McCain y Palin le han estado atacando por ese flanco y era de esperarse que McCain continuara machacándolo este martes por la noche.
 
Sin embargo, fue, esencialmente, la crisis financiera que se vive en estos días la que dominó la primera parte del debate. Por ese lado llegaban las preguntas y me pareció que las respuestas favorecían a Obama.
 
A McCain no le convenía que se hablase de la economía, pero a Obama sí, pues el caos reciente se debe, en gran parte, a la política desreguladora de Bush que McCain ha apoyado fiel y consecuentemente.
 
A un mes de las elecciones, McCain se vio obligado a inventar una nueva solución para el derrumbe financiero. Inesperada fue su declaración que el gobierno federal tendría que comprar las hipotecas impagadas y renegociarlas. Nadie había escuchado la propuesta anteriormente; y a la hora en la que escribo no se conocen más detalles.
 
En un ambiente aburridísimo, los dos explicaron, también, sus políticas energéticas. McCain favorece una extensa explotación nacional de petróleo sumada a un mayor uso de energía nuclear, mientras que Obama apoya el uso de una gama más amplia de recursos, como la energía eólica y la solar.
 
De política exterior se habló de Irak, de Israel e Irán, de Pakistán y del reciente encontronazo con Rusia.
 
Nadie preguntó sobre la inmigración, ya que no es un tema que  interese mucho en esta campaña a los votantes indecisos; aunque, sí se habló de las hipotecas y del mejor acceso a la educación, dos temas que sí importan a los hispanos.  
 
De Obama se esperaba que, como se dice aquí en la patria de los negocios, que cerrase el trato con los electores indecisos, que lo concluyese ya.
 
Pero, a pesar de que lució bien a lo largo del debate, no creo que lo haya logrado. Lo mismo le ocurrió en las primarias con Hillary, en las que no acababa de sacarle una delantera clara y segura a la senadora por Nueva York.
 
El tercero y último de los debates será la noche del 15 de octubre, en un formato tradicional con su atril cada uno y un sólo moderador que lanzará las preguntas. Obama domina mejor debates de ese tipo.

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8 de octubre de 2008
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Londres victoriano

/upload/fotos/blogs_entradas/londres_victoriano_med.jpgJuan Benet

Ed. Herce
 
Quien se vaya para casa con un ejemplar del Londres victoriano, de Juan Benet, creyendo haber comprado una guía turística se va a llevar un chasco. Porque no me atrevo a decir que sea una novela, pero sí un relato concebido y realizado desde una mentalidad profundamente narrativa.
 
Los personajes y los acontecimientos fundamentales ocurridos en Inglaterra entre el 20 de junio de 1837 (coronación de Alejandrina Victoria de Kent como reina de Inglaterra a los dieciocho años de edad) y el 22 de enero de 1901 (fecha de la muerte de la soberana, a los 82 años de edad) reciben un tratamiento más literario que histórico o de descripción urbana. Así Charles Dickens, que en el año de la coronación de Victoria ya estaba publicando en el Monthly Magazine unos Sketches bajo el seudónimo de Boz y que luego se harían universalmente famosos bajo el título de Los papeles póstumos del Club Pickwick. Dickens, lógicamente, recibe un trato especial porque fue el testigo y mejor relator de cómo era el Londres que heredó la joven Victoria, y de cómo fue evolucionando esa ciudad a lo largo de la vida de ambos.
 
Otras veces la narración avanza en forma coral, y ahí está ese espléndido capítulo titulado "Los bajos fondos" y en el que Juan Benet saca lo mejor de su oficio de novelista para contar lo que estaba ocurriendo en la inmensa conurbación que rodeaba, y casi duplicaba en número a los dos millones de habitantes de la capital, e íntegramente formada por los suburbios construidos por los obreros venidos a trabajar en las esplendorosas mansiones y edificios oficiales de El Strand, Belgravia, Westminster, Mayfair o Bloomsbury. Unos barrios cuya magnificencia estaba cimentada en el dolor, la explotación y el embrutecimiento de millones de desheredados, Pero en medio del horror sale de pronto el ingeniero de caminos que era Juan Benet y se demora en la descripción de los navvies, trabajadores de las obras públicas que nacieron con la excavación de canales durante los dos siglos anteriores y que debido a la decadencia de éstos por culpa del ferrocarril se especializaron en el tendido de líneas férreas. Formaban grupos de entre 500 y 1.000 individuos que avanzaban por las campiñas acompañados de una abigarrada muchedumbre de taberneros, buhoneros, lavanderas, prostitutas y jugadores de naipes. Cabe imaginar lo que debía de suponer para una aldea de la campiña inglesa la llegada de semejante turba armada de dinero fresco (salarios) y que algún tiempo después seguía su camino en dirección a la ciudad de destino, donde pasaban a engrosar las filas de los desheredados habitantes de los suburbios.
 
Curiosamente, de todos los magníficos edificios londinenses sólo merecen una minuciosa descripción por parte del autor el monumento en memoria del príncipe Alberto, el llorado esposo de la reina Victoria (una pequeña capilla que todavía hoy se alza en los Kenskignton Gardens) y el Crystal Palace, el asombroso pabellón de 92.000 metros cuadrados de superficie útil construido en acero y cristal por Joseph Paxton para la Exposición Universal de 1851 y que desapareció tras un incendio en 1935.
 
El otro capítulo muy celebrado en su día (quiero decir tras la primera edición del libro, hace ahora casi 20 años) es el dedicado al "Ocio", con las carreras de caballos, los combates de perros contra ratas (sic) o las zonas de esparcimiento en ambas orillas de un río aún no convertido en una cloaca y en el que incluso de podía nadar. Pero el momento mejor es cuando les llega el turno a los pubs, esa institución popular que todavía hoy es uno de los más sólidos cimientos sociales de Inglaterra, y su versión elegante, los gin and beer palaces, de los que todavía pueden visitarse el Red Lion, en Duke of York Street, y el Prince Alfred, en Maida Vale.
 
Si el Londres victoriano se abría con Dickens, se cierra con dos escritores muy distintos, pero que marcan justamente el cambio de mentalidad y de época que mientras tanto ha tenido lugar. Sir Arthur Conan Doyle, todavía hoy glorificado, y Oscar Wilde, todavía hoy denostado. La muerte de éste último, arruinado, proscrito y destruido casi coincidió con la de la propia reina Victoria (el 30 de noviembre de 1900 el primero, el 22 de enero de 1901 la segunda) y su desaparición marcó el inicio del Londres eduardiano.

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8 de octubre de 2008
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I. Dictadores con alas

Los dictadores, presidentes perpetuos y hombres fuertes de los países más pobres del mundo, tienen por lujo preferido los aviones privados. Sobre los edificios decrépitos de las capitales desprovistas de todo, rodeadas por las villas miserias que se adentran en la selva o en el desierto, vuelan majestuosas las naves gigantes compradas de fábrica, que aterrizan o despegan llevando a los sátrapas y a sus séquitos íntimos y a sus familias, tíos, hermanos, suegras, primos lejanos, para que prueban un poquito de los lujos gratis de que disponen.

El Sha de Irán tenía una flota familiar de esos aviones equipados como hoteles de seis estrellas, y su hermana utilizaba un Boeing 737 con las manijas de los lavabos de oro puro; cuadros de Degas y Picasso lucían en los paneles, y sus pisos los cubrían alfombras persas hechas a mano, de esas que costaba la vida entera de una persona terminarlas, o la vida de varias generaciones.

Derrocado el Sha, la historia continúa. El dictador de Guinea Ecuatorial, Teodoro Obiang, estrenó en 1995 un Boeing BBJ con camas de agua y luces de cabaret, y el presidente Umaru Yar´Ardua de Nigeria tiene un Boeing 737-700 equipado con salones de recepción, dormitorios, un gimnasio, y un comedor con un chef francés siempre a bordo. La lista se extiende, como se extienden los abismos de la pobreza en los países que gobiernan. 

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8 de octubre de 2008
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Escribir para el cine (3)

Corresponde aquí que realicemos la inversión de la pregunta: ¿tiene el cine algo que aportarnos a los novelistas, además de cheques abultados?

El cine es un maravilloso horizonte creativo para cualquier escritor. Cuando escribo una novela procedo como si fuese no sólo su ‘guionista' (la analogía más natural entre ambas redacciones), sino también su productor, director, actores, fotógrafo, musicalizador y experto en efectos especiales. Esto me pone en una situación donde no existe más límite que el de mi talento: puedo concederme un presupuesto ilimitado y escribir y editar durante años, cosa que un director de cine real no suele estar en condiciones de hacer. Soy libre. Soy feliz. Nadie se mete conmigo. (Salvo la familia, por cierto, cuando reclama que baje de mi nube.)

/upload/fotos/blogs_entradas/mickey_en_fantasa_med.jpgCuando hago cine debo realizar los hechizos cuya fórmula me había limitado a escribir sobre las páginas. A pronunciar los conjuros en voz alta, modificando el mundo real. Todo lo que había indicado debe volverse visible, encarnararse en formas, colores, sonidos. De la mezcla entre mis condiciones y mi suerte depende que mi destino sea el del aprendiz de brujo, que pierde el control de todo como Mickey en Fantasía... o el del brujo mismo. ¿Qué escritor puede resistir la tentación de convertirse en Primer Motor de un universo hasta entonces inmóvil? Es obvio que yo no.

Claro: mientras intento hacerlo, a diferencia de lo que ocurre cuando escribo una novela, todo el mundo se mete conmigo. El productor, para empezar. El director, si es que escribo para otro. Y los actores, y los técnicos, y los músicos, y los diseñadores... Esto significa no uno sino docenas de rompederos de cabeza. Pero yo siento que todos y cada uno de ellos valen la pena. ¿Por qué, si crear a solas es tanto más relajado? Tan sólo por lo siguiente: porque crear con otros me enriquece.

Si se tiene el tino de rodearse de colaboradores más talentosos que uno mismo, lo que resulta de presentarles nuestra visión y recibir su feedback es más rico que lo que uno había imaginado por las suyas. Me encanta crear un mundo a partir de la nada; pero disfruto tanto o más cuando la gente con quien me asocio ve cosas de ese mundo en las que yo mismo no había reparado, o me propone instancias superadoras. La idea original se espesa a punto de caramelo, adquiere texturas y sonoridades impensadas. Ya no se trata de una fantasía solipsista, sino de un universo compartido. Y ese juego es, al menos para mí, un placer irrenunciable. Jugar solo está muy bien, pero jugar con otros es simplemente genial.

Eso es lo que el cine aportó a este escritor, más allá de otro continente para sus historias: la sensación del proyecto colectivo. Ahora entiendo el sentido del brevísimo poema de Muhammad Ali: me, we. Yo, nosotros. Gracias al cielo: de no ser por el cine, quizás habría caido en la tentación de esta ‘literatura del yo' que está de moda entre tantos escritores... Pero habiendo crecido en un país estrangulado por una dictadura, salir de la burbuja donde me habían confinado se convirtió en una necesidad. Durante décadas, la dictadura y los gobiernos democráticos que la sucedieron aplicaron un plan de concentración de la riqueza y exclusión de las mayorías que requería, como condición sine qua non, desalentar toda iniciativa colectiva, toda intención de crear algo -empresa, política, medio de comunicación, obra de arte- en compañía de otros. El cine me enseñó que una creación a varias voces era, además de deseable, posible. Y hoy es más posible que nunca, gracias a la difusión de la tecnología digital. 

                                                                     (Continuará.)

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8 de octubre de 2008
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La talla de un presidente

 

Por una noche salieron del barro en el que se ha metido de pronto la campaña electoral. Los 500 puntos esfumados en la última jornada en Wall Street no daba para bromas ni repeticiones de los penosos argumentos cruzados en los últimos días a través de vídeos de propaganda para ensuciarse mutuamente. Ante la escapada de Obama en las encuestas de la última semana, la campaña de McCain había desenterrado viejos argumentos ya usados sobre la biografía y el carácter de Obama y este último en respuesta apeló también a un viejo escándalo financiero en el que estuvo envuelto el veterano senador. Ninguno de estos hilos argumentales tuvo seguimiento en el debate de esta madrugada, cuyo formato, parecido a ‘Tengo una pregunta para usted', permitió un espectáculo aceptable sobre los dos temas centrales de la campaña: la situación económica y el papel de Estados Unidos en el mundo. En el punto en que se encuentra la campaña, el debate clarificó al menos una cosa: Obama ofrece un creciente perfil presidencial y va saltando un obstáculo tras otro sin descomponer su figura ni dejar una arruga en su imagen, mientras que McCain no consigue añadir la punta de velocidad que necesita para alcanzar al corredor que va en cabeza y ha empezado a incurrir en fallos que pueden llegar a ser relevantes.

En todo caso, no ha habido grandes novedades respecto a los principales elementos que conforman el debate electoral. Nada de lo que se ha oído esta madrugada suena desconocido a oídos de los norteamericanos. Incluso hay una especie de repetición como un sonsonete del temario y los argumentos del primer debate. Alrededor del estado maltrecho de la economía y de los desafíos del cambiante panorama internacional, las respuestas sólo variaron en intensidad, quizás incluso en dramatismo, a fin de cuentas obligado dada la persistencia de las turbulencias bursátiles. Los intercambios fueron más vivos y contundentes, pero sin aportaciones sustanciales que permitan introducir nuevos factores desconocidos en la campaña. Buena parte de los golpes han sonado a estereotipados y conocidos, salidos directamente de los cuadernos de guiones de los equipos de campaña. Los dos se han comportado como buenos actores para este tipo de espectáculo televisivo, pero Obama aparece como más natural y sincero frente a un McCain más forzado e incluso impostado en sus respuestas.

La gestualidad y el comportamiento de los candidatos sobre un escenario muy dinámico han tenido en algunos aspectos mayor interés que las propias palabras pronunciadas. La diferencia entre ambos candidatos no pudo ser más viva, acentuada por el braceo dificultoso de McCain al acompañar sus intervenciones. La juventud y dinamismo de uno y la rigidez y la edad que se acerca a la ancianidad del otro es el principal contraste del desafío dialéctico entre las dos personalidades. En el caso de McCain este contraste se ve acentuado por su insistencia en acudir al pasado y a su experiencia: el abuelo cebolleta que regresa siempre a sus batallitas levanta muchas simpatías y suscita respeto y afecto entre sus conciudadanos, pero difícilmente proporciona la seguridad y la autoridad que se requiere para conducir a Estados Unidos en una situación tan difícil. McCain cometió además un error, que puede amplificarse en los próximos días, al hablar de forma despreciativa y descortés de su adversario, al que nombró como "ese de ahí", algo que fue inmediatamente percibido como muy negativo por todos los comentaristas.

El núcleo argumental de este debate, y probablemente del último tramo de campaña, es muy sencillo: el principal argumento de McCain se llama McCain y el de Obama trata sobre el desastre de Bush que obliga a un cambio radical. Ante cualquier interrogante el veterano senador se ofrece a sí mismo, con su biografía de héroe militar y su currículo de ‘maverick' político (alguien a quien le gusta jugar por cuenta propia), como garantía de que habrá un cambio en la Casa Blanca y en Washington. Obama, por su parte, tiene en los ocho años desastrosos de Bush y en el apoyo recibido en gran parte de sus políticas por parte de McCain el argumento definitivo para presentarse como la auténtica opción de un giro drástico. Esto es especialmente eficaz cuando se proyecta sobre el terremoto financiero, fácilmente identificable con la filosofía política anti regulación y anti intervencionista republicana. El guión de McCain le ha conducido a insistir en los grandes temas económicos conservadores, como la reducción de impuestos, sin percibir que profundiza en la identificación con la política que ha conducido a la actual crisis y le cubre de un manto de insensibilidad ante las dificultades que atraviesan las clases medias norteamericanas.

La mejor oportunidad para Obama, aprovechada plenamente, se produjo al cierre del programa. "¿Qué es lo que usted no sabe y cómo lo va aprender?", preguntó Tom Brokaw, el experimentado periodista encargado de moderar el debate. Obama respondió que su mujer Michelle respondería mejor a esta pregunta y evocó emotivamente los nuevos retos a los que se enfrentará el nuevo presidente para conseguir que el sueño americano prosiga en las nuevas generaciones. McCain, en cambio, apelando de nuevo a su biografía y a su pasado, consiguió que los telespectadores mantuvieran la atención todavía en la frescura y la espontaneidad de Obama, vencedor del debate según las primeras encuestas y cada vez más cerca de alcanzar la presidencia del país más poderoso del planeta.

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8 de octubre de 2008
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El alma reducida

Rafael Argullol: Sólo un uno por ciento es cultural; el resto es evidentemente natural animal. Eso nos vincula más bien a nuestro afines mamíferos superiores, los cuales como sabemos muy bien tienen una cierta tendencia a la poligamia y a la infidelidad en sus relaciones eróticas y sexuales.

Delfín Agudelo: Prácticamente un fármaco que intente restituir aún más la condición humana. Me llama la atención cómo surge un fármaco para una necesidad biológica, si se contempla la infidelidad como un deseo que va más allá del cuerpo; pero consideraría que es un elemento sobre todo de la consciencia: es moral. Pero es una vuelta en la que a lo moral se llama biológico y se llega  a una solución química.

R.A.: Es el mismo error al intentar entender que la llamada alma humana, esa metáfora que ha funcionado de distintas maneras, tiene que reducirse al mapa del cerebro. Aunque hubiera dos individuos con el mismo cerebro perfectamente descifrado, su experiencia es completamente distinta. E intentar de alguna manera la promesa de lastrar o de controlar la infidelidad a través de elementos genético-médicos es castrar un aspecto fundamental del ser humano que es la imaginación, la pluralidad y la libertad. La fidelidad tiene valor como acto de elección libre propia, no porque somos invitados a la fidelidad por una religión, o somos tratados químicamente para que seamos fieles. En esos dos casos no tiene ningún valor la fidelidad, y nos adentramos en un terreno en el cual, en cierto modo, el mundo contemporáneo tiene riesgos de totalitarismo, incluso en lo más íntimo de la vida cotidiana, incluso más que en los tres o cuatro últimos siglos, a pesar de restricciones políticas y morales aparentemente más fuertes que en nuestros días.

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8 de octubre de 2008
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