Guillermo Cabrera Infante
Galaxia Gutenberg/
Círculo de Lectores
La noticia urgente, lo que se impone antes de cualquier consideración, es que Guillermo Cabrera Infante ha vuelto. Cuando sus seguidores ya se creían condenados a releer con la esperanza de olvidar cuanto antes para volver leerle otra vez, hete aquí que de pronto resurgen la voz, la cadencia y el espíritu lúdico del Guillermo Cabrera Infante de toda la vida. Increíble.
La ninfa inconstante engloba tres historias simultáneas que en realidad son una porque, si bien cada cual tiene su propia entidad, ninguna podría existir por separado. Pero no sigo por este camino porque lleva derecho a la metafísica y es preferible el método enumerativo, que resulta algo premioso pero más asequible.
La primera historia de la trilogía es el lenguaje. Por descontado que están ahí los celebrados juegos de palabras (sicut era fornicando), y también las citas y las no-citas, las alusiones a lecturas, el recuento de películas o el son de las canciones, así como el fraseo corto, rápido y certero, el diálogo vivaz y las situaciones absurdas, todo al más puro estilo Cabrera Infante. Sin embargo, a mi entender, lo de verdad importante es la cuidadosa labor de construcción que el narrador va llevando a cabo, similar a la del hacedor de mosaicos cuando avanza pieza a pieza sabiendo que si de momento las formas y los colores no acaban de entenderse, de pronto adquirirán su pleno sentido y el lector/espectador podrá captar en toda su dimensión la obra que tan laboriosamente se ha ido construyendo. Y esa paciente obra de construcción, el punto en el que se funden las dos primeras historias de la trilogía, tiene su encarnación en La Habana. Faltaría más.
Qué sería de Cabrera Infante sin La Habana, esa ciudad amada, recordada, soñada, añorada y odiada al cabo de tantos años de ausencia. Se desvive por dar la dirección justa, el detalle exacto, la descripción dolorosamente precisa de aquellos comercios y hoteles, aquellos bares hasta las tantas de la madrugada, la ciudad canalla que vive el periodista todavía intoxicado por los efluvios del plomo de las linotipias, todo para vestir de perifollos a un cadáver. Porque esa ciudad tan amorosa y pacientemente construida se derrumba al mismo tiempo que es erigida porque ya no existe. La historia se la tragó y la actual capital de Cuba apenas tiene nada que ver con la fantasmagórica reconstrucción de Cabrera Infante. El café Vienés, copia del Sacher; el club Picasso, sólo para lesbianas; el antiguo teatro Trotcha con sus jardines en forma de laberinto, o aquellos restaurantes, el Camagüey, al costado de la facultad de Medicina, y El Jardín o el Carmelo, ninguno de los cuales ha perdido nada de su encanto. En algún momento el narrador ya no puede más y proclama: "La Habana parece -aparece- indestructible en el recuerdo: eso la hace inmortal", y en ello la opinión del narrador coincide con la del tenaz tejedor de historias desde su forzado exilio en Londres.
El tercer tronco de esa enredadera que se enrosca sobre sí misma para elevarse y medrar en un medio tan precario como es la memoria resulta ser la propia ninfa inconstante, es decir, la novela misma, en la que se narra la huida hacia ningún sitio de un hombre mayor y casado ("mal casado") con una criatura de 15 quince años ("casi 16") y con la cual va a vivir una historia trágica y cansada, exaltante y desengañada, triste y al mismo tiempo vivificadora, tejida con engaños, infidelidades y desamores, pero también con momentos tan sublimes como el de la piel color miel de la amada impúber mostrándose en todo su esplendor. O sea, una historia de amor, tal cual, hecha desde un lenguaje que se encarna en una ciudad que ya no es y en la que el narrador, en primera persona, se vale de la pluma como el ciego se vale de las yemas de los dedos para prefigurar algo que nunca verá. Y, a todas estas, sin dejar de jugar. Casi al final, cuando ya se han usado todas las bazas, surge la pregunta desesperada: "¿Habrá alguien pensado algo alguna vez?". Y la respuesta:"Tal vez Dante. Al dente". Y eso es lo que yo decía: un juego.