Esa placa -a la que me refería hace unos días- en el malecón "Lugarteniente Schmidt" de San Petersburgo rememorando el exilio de filósofos, científicos y artistas en un año de plena efervescencia revolucionaria, ejemplifica de manera punzante lo tremendo que es intentar llevar a término aspiraciones que, sin embargo, no pueden ser erradicadas de la condición humana. La Revolución de Octubre era esencialmente un proyecto de que los idearios que animaban a la Revolución Francesa dejaran de ser retórica. Tras el trágico fracaso de la misma... ya ni siquiera son enunciados retóricamente. En el mundo que hoy nos queda, toda referencia a algún tipo de vida libre, igualitaria y fraterna suena simplemente a sarcasmo.
Y al respecto una cosa elemental: los idearios de libertad y fraternidad no son homologables al ideario de igualdad, al menos entendida en el sentido económico. Cabe decir que aquellos son los fines y este el imprescindible instrumento. Incluso me atrevo a establecer una jerarquía entre las dos primeras. Pues sólo en condiciones de libertad el hombre puede desplegar esa naturaleza que Aristóteles le atribuía y que conducía entre otras cosas a la práctica de la filosofía. Los hombres libres se sentirán inter-pares en lo esencial, en la nobleza de la condición humana, en la vocación de alcanzar la lucidez mediante el enriquecimiento del lenguaje (tarea a la que se reduce tanto el arte como la ciencia). La fraternidad sería de alguna manera un corolario del uso noble de la libertad.
Pero la libertad sin condiciones materiales de posibilidad es simplemente una ensoñación, o un ardid de los sistemas que sustituyen la libertad para realizarse como humano por la libertad de instrumentalizar a los demás humanos. Nadie puede ignorar (por universalidad del imperativo categórico kantiano) la profunda indecencia del asunto. Y es inmundo buscar una coartada en el hecho de que el objetivo auténticamente emancipador (igualdad económica como condición necesaria -no suficiente- de la libertad en la que, luchando por realizar su condición, los humanos se sentirían fraternos) desde muy pronto, en el país mismo de los soviets, se convirtiera en tragedia.

Una agonía que calca los periodos infaustos de la Humanidad, sea como efecto de las peores cosechas sea como consecuencia de enfermedades o guerras que cunden sin razón y sin límite. La peste, el cólera, la gripe se juntan con las sequías severas, el sida, la malnutrición, las guerras terribles, los jinetes del Apocalipsis, el fin de un final. Difícilmente se conjugan tantos factores aciagos contra la paz, la serenidad o el bienestar. La gravedad de la situación alcanza tal grado que transciende el tamaño de su naturaleza. ¿Disfuncionamiento del mercado financiero? ¿Avaricia de los banqueros? ¿Desajuste sistémico? ¿Fracaso de la regulación? Cualquiera de estos diagnósticos técnicos son claramente insuficientes para dar cuenta de la magnitud y durabilidad del problema. Las explicaciones de los economistas son poca cosa para abarcar la hipermasa de la catástrofe. Sólo una categoría superhumana o trashumana implicada en el origen del desastre sería proporcional a su desarrollo. La civilizada resistencia a aceptar que el mal proviene de algún Ente superior, Exterior y Ciego, es propia de la modernidad y de su lógica pero, más allá de esta cultura racional y laica, ateos o no ateos van cediendo íntimamente a la posibilidad de que todavía alguna Fuerza oculta nos define, nos apunta, nos salva o nos mata. La parte oscura del mundo todavía reticente a la luz de la ciencia, las incógnitas del cosmos aún sin revelar, la parte negra de lo real habitando la profundidad de los agujeros negros sopla sobre la vida una constante tempestad de tinieblas. El mundo negro, infinitas veces mayor al censado, aplastaría la existencia del nuestro con apenas la aproximación de su sombra. El espacio, el tiempo, el dinero, la liquidez, el capitalismo, la riqueza, la pobreza, el hambre, la avaricia, los apalancamientos, el sexo, las hipotecas subprime constituyen, a su lado un ínfimo polvo sideral o ya unas cenizas donde se confunde el bien o el mal o son carbono carbonizado Keynes, Smith, Friedman, Marx, Obama, el Banco de España y la Reserva Federal.


Rafael Argullol: Hoy, en mi galería de espectros, he visto el espectro del pensador.


Un robo que hace retroceder la incipiente democracia nicaragüense sesenta años, al año de 1947 del siglo pasado, cuando el viejo Anastasio Somoza consumó otro fraude parecido, de carácter total, para despojar de la presidencia al candidato de la oposición, el doctor Enoc Aguado, que había ganado abrumadoramente.
Siempre fui fan de Tarzán, desde muy pequeño. Me gustaban más los libros originales de Edgar Rice Burroughs que las películas (hoy las detesto a todas por igual, no hay una sola, ni siquiera Greystoke, que esté a la altura del original) y por supuesto las adaptaciones a historieta: Foster el primero, pero también Burne Hogarth y Russ Manning, cuyos dibujos compraba cada quincena en revistas mexicanas editadas por Novaro. Encontrar esta edición en Madrid fue una suerte. Pero esta noche, al comenzar la lectura, temo que no me sea posible el regreso al disfrute de la infancia con que contaba. La historia del primer volumen es errática, Foster persiste en ese extraño ‘traje' que su predecesor Rex Maxon y el actor Elmo Lincoln le atribuyeron a Tarzán, una suerte de malla enteriza de leopardo con un único bretel -ridícula. Para colmo, por lealtad a su amigo el francés D'Arnot, Tarzán salva a un fuerte colonial francés del ataque de los locales. ¡Tarzán imperialista! El mundo y la experiencia me están complicando el goce de la aventura...
