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¿Llegará el día?

Pocas novelas disfruté más en los últimos tiempos que The Given Day, la nueva de Dennis Lehane -el autor de Mystic River. Lehane es de esos escritores que utilizan los elementos del género policial (como en Mystic River, como en los guiones que escribió para la serie The Wire) con la intención de hablar de algo más profundo y más urgente: las características de la sociedad en que nos toca vivir, las profundidades del alma humana.

/upload/fotos/blogs_entradas/the_given_day_med.jpgA diferencia de sus relatos habituales, The Given Day es una novela ‘de época' -Boston, 1919- en la que de tanto en tanto aparecen personajes históricos -Babe Ruth, Louis Fraina, el futuro presidente Calvin Coolidge- y que lidia con un hecho que ocupó la plana principal de los diarios: la primera huelga policial, que derivó en un motín de proporciones. Pero al igual que en sus mejores novelas, hay una construcción del suspenso que impulsa de forma irrefrenable hacia delante y un par de personajes de esos a los que el lector se hermana de corazón y sigue hasta sus últimas consecuencias.

Danny Coughlin es hijo de uno de los más respetados policías de Boston, profesión a la que también se ha sumado. Enviado a infiltrarse en una agrupación socialista, con la excusa de prevenir ataques como los que los anarquistas solían lanzar, Danny advierte que los discursos que oye no están del todo desprovistos de razón. Y a consecuencia del vuelco que su corazón sufre, se aplica a organizar a los policías de Boston como organización gremial con la intención de mejorar su pago y las infrahumanas condiciones en las que trabajan.

Luther Laurence ha debido abandonar a su mujer y su hijo para escapar de la venganza de un malviviente. Su destino se cruza en Boston con el de los Coughlin, para quienes empieza a trabajar como sirviente -Luther, casi se torna innecesario decirlo, es negro. Lejos de sentirse a salvo en la gran ciudad, percibe cada vez más que los estamentos del poder harán lo imposible para evitar que los negros se organicen y ocupen espacios más allá de los marginales que la sociedad les depara.

Como habrán advertido, más allá del setting histórico The Given Day es una novela que resuena con fuerza en el hoy. Monumental por tamaño -700 páginas, en inglés- pero también por sus aspiraciones, The Given Day conmueve al representar dramáticamente la clase de dilema que enfrentamos a diario, vivamos donde vivamos: la crueldad con que este mundo trata al hombre honesto, y la feroz resistencia que ofrece -encarnada en otros hombres para nada honestos- a cualquier intento de convertir este lugar en un sitio mejor, más justo, más humano. 

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28 de noviembre de 2008
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V. El pasado no está muerto ni enterrado

¿Será Obama el primer negro en entender, se pregunta un escéptico Lévy, que en lugar de usar el dedo ancestral que señala la culpa del racismo, como víctima, debe usar la seducción, la esperanza en lugar del reproche? ¿Sería aquel el comienzo del fin de las ideologías basadas en la identidad racial? Las respuestas las dio el propio Obama en su campaña, al elevarse sin resentimientos sobre las disputas raciales.

No la ausencia de identidad, en lo que Lévy se equivoca, sino la búsqueda de una síntesis trascendente, escuchando primero la voz de la historia. Por eso en su discurso de Filadelfia sobre la raza cita a William Faulkner, el gran novelista blanco del profundo sur de los esclavos negros. "El pasado no está muerto ni enterrado", dice Faulkner. "De hecho, no es ni siquiera pasado". Y el mismo  Obama advierte entonces que tenemos que cargar con nuestro pasado, sin convertirnos en víctimas de ese pasado. Y que los sueños de uno no tienen que realizarse a expensas de los sueños de los demás.

Es Rosa Parks entonces, la humilde costurera negra del sur profundo, la que habla ahora, sentada por fin en las filas delanteras del autobús que recorre las calles de Montgomery.  

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28 de noviembre de 2008
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La India

Recuerdo viajes a la India. Viajes literarios. Del que guardo el mejor de los recuerdos es del "Viaje a India" de E. M Foster. También los viajes con Kipling tenían esa mezcla de exotismo y de occidente. Siempre, casi siempre, he mirado la India desde ese lado un poco nostálgico que tienen los enormes, exóticos y fascinantes países que conocieron la colonización. Y la colonización inglesa fue muy literaria.

Hoy nos llega la imagen de otra India. De un lugar de pánico, atentados, muerte e inseguridad. Fanáticos que no luchan como Ghandi, fanáticos de uno de los dioses que más veces ha sido usado para cometer atentados, para declarar guerras o justificar lo injustificable. "Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado", decía el imprescindible Rafael Sánchez Ferlosio. Creo que no es suficiente que cambien, mejor sería su desaparición. Pero nada se puede hacer por decreto. Y estamos invadidos de dioses. No tantos como en la India, pero también crecen en Occidente.

/upload/fotos/blogs_entradas/tigreblanco1_med.jpgAcabo de leer una excelente novela de un escritor nacido en India y, como otros de sus conciudadanos de castas superiores, educado entre la universidad de Oxford y la de Columbia. Se llama Aravind Adiga, era un perfecto desconocido y acaba de ganar el Broker Man Prize 2008. Su novela, "Tigre blanco", ya está traducida y publicada por la nueva colección "Miscelánea" de Roca Editorial.

Por muchas cosas hoy recuerdo al escritor y su libro. El escritor vive en Bombay y de cerca estará asistiendo a un terror que seguramente no le extraña tanto. Su novela da pistas del disparate que es la India de hoy. Lo hace desde la ironía, casi desde la picaresca de su personaje central, un poco filósofo, un poco maniobrero, un poco geta y muy listo. Un pobre que quiere dar el salto y abandonar moscas, enfermedades, pobreza y esclavismo.

El llamado "Tigre Blanco" habla sobre su país:

"Entre la gente de mi país, es una antigua y venerada tradición empezar una historia rezando a un Poder Superior.

Supongo que debería empezar besándole el culo a algún dios.

Pero, ¿a cuál? Hay tantas opciones...

Verá: los musulmanes tienen un dios.

Los cristianos tienen tres

Y nosotros, los hindúes, tenemos 36.000.000 de dioses.

Lo cual arroja un total de 36.000.004 culos divinos entre los cuales puedo escoger"

Sigue hablando de su ciudad, una ciudad de medio pelo, construida por hombres a medio hacer. Y ya desde la capital, desde Delhi, reflexiona sobre los mil millones de criados que fantasean con rebanarles la cabeza a sus jefes. O sobre los sueños que unen a los ricos y los pobres: los ricos sueñan estar delgados como los pobres.

Una buena novela sin aromas perfumados, ni palacios exóticos, ni princesas misteriosas. Un libro sobre la India. Ese país dónde viven muchos dioses, dónde mueren muchos humanos.

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28 de noviembre de 2008
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Las visiones de Barceló

El público levanta la cabeza y embelesado contempla la bóveda que desciende sobre sus cabezas. No es sólo un efecto óptico. Diremos que la obra de arte, en lugar de representar, convoca indescifrables sensaciones. ¿Qué violenta impresión lo conmueve?

Miquel Barceló saca del bolsillo de su camisa un papel y aprovechando el silencio de la audiencia, lee:

 

"Recuerdo que un día de gran calor en pleno Sahel con la vividez de los espejismos tuve la imagen del mundo goteando hacia el cielo. Arboles, dunas, asnos, gentes multicolores... Escurriéndose gota a gota. Consumiéndose también.

Todo esto puesto al revés es un mar, pero también es una cueva. La unión absoluta de contrarios. La superficie oceánica de la tierra y sus oquedades más escondidas.

En este mar agitado cabe suponer varios niveles:

El fondo de este mar y sus moradores policromos

El plano del agua

La espuma blanca de las mismas aguas revueltas en marejada

Y al final el reflejo. Lo que refleja este mar. Lo que está debajo : Nosotros".

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27 de noviembre de 2008
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Trabajadores del mar… ociosos de “La Vela”

En El Prat del Lobregat, en espacios dependientes de la administración portuaria de Barcelona, acaba de concluir la construcción de dos grandes diques, formando una nueva bocana que constituye la primera etapa de un proyecto que permitirá ampliar de manera portentosa la capacidad de los recintos, ganando al mar centenares de hectáreas, doblando así la potencia de albergar barcos de carga y contenedores. No estoy, obviamente, en condiciones de juzgar sobre la idoneidad del proyecto y lo justificado o no de las enormes cifras invertidas. En cualquier caso lo veo a priori con enorme simpatía, en razón simplemente de que Barcelona es un puerto de mar, y propio de los puertos de mar es ampliar su horizonte hacia el agua y conectarlo lo más eficazmente con la tierra firme. Cosa a lo que, con aparente eficacia, se dedican los responsables de las instalaciones.
 
Pero esto ocurre, como decía, en espacios de El Prat del Llobregat, y la imagen de barcos de carga vinculados desde la terminal por vía ferrea con diferentes destinos de Europa, la imagen simplemente seria de un puerto, no será en absoluto la que percibirá el visitante de la ciudad de Barcelona. Y no se trata de que, simplemente, el puerto quede (como en tantas grandes ciudades portuarias, Seúl, San Petersburgo...) lejos del centro urbano. Barcelona se publicita explicitamente como ciudad de mar, y el viajero es invitado a fundirse en su atmósfera marítima. Se trata, sencillamente, de que lo que se promociona es "otro" mar; mar que encontrará el que, buscando la orilla, tenga la entereza de llegar al final de la intransitable Rambla.

Hace poco menos de un año evocaba aquí mismo la escultura férrea que, en en el primer muelle al final de la Rambla se dedica al poeta Joan Salvat Papasseit, fijada la mirada en dirección de su mar. Y decía que era imposible reconocer allí la atmósfera de sus versos, decía que amante alguno podría alcanzar allí la cifra o medida de todas las cosas. ("Dona'm la mà, que anirem per la riva/ben a la vora del mar/ bategant/... tindrem la mida de totes les coses/només en dir-nos que en seguim amant).

Pues el "Moll de la fusta", dónde se ubica la escultura, cierra hoy una inmensa piscina- garaje, en la que se apiñan centenares de embarcaciones de recreo, es decir destinadas explícitamente a llenar las vidas de un complemento de vacuidad. Sobrevolando tal piscina, la mirada del poeta tropieza enfrente con el llamado Maremagnum, un templo de miseria consumista y evasión waltdissneyniana. Y a la derecha de la escultura, a fin de impedir realmente todo atisbo de mar, se encuentra la inmensa mole del Barcelona Trade Center, que pretende evocar un barco y que es de hecho un monumento al único Señor hoy universalmente reconocido y venerado, dónde, en lengua inglesa, se conjuga efectivamente la frase según la cual el negocio es el negocio. Espectacular premonición, hace ya unos años, de lo que sería una arquitectura alcahuete con el espíritu de rapiña, que ha corrompido literalmente lo que en su origen era efectivamente el núcleo de la barcelona marítima.

Si se bordea el Maremagnum, se tropieza de nuevo con un brazo de agua por todas partes cercenado, otra vez el garaje para barcos de ocio, que por este flanco exhibe asimismo una obscena muestra de lujo en forma de cruceros privados protegidos por vallas de alambre que impiden la excesiva proximidad de los curiosos. Estas vallas suelen tener como límite unos bancos de madera que allí subsisten como anacronismos, de tal manera que el que en ellos se sienta puede elegir entre estar asomándose al exterior o vislumbrando el interior de una cárcel. Cuando esto escribo, leo precisamente que un megayate llamado Pelorus, "diseñado" exterior y exteriormente mediante un presupuesto de 300 millones de dólares y perteneciente a un magnate ruso, ha encontrado amarre en estos muelles. Leo también que suele ser visto en lugares como la Costa Esmeralda, Portofino, Montecarlo o Port Antibes. Degradada compañía para una ciudad cuyo puerto -en el imaginario de muchos- tiene espejo en los de Rotterdam, Hamburgo, Vladivistok o Le Havre. Es simplemente desconsolador que más de un responsable vea con orgullo en esta indigencia estética y moral un auténtico emblema de la imagen futura de la ciudad. Sobre todo cuando perdura aun-desgraciadamente por escaso tiempo- un pequeño ámbito absolutamente contrapuesto. En efecto:

Si, al contornear el Maremagnum, el consumidor de ocio fija sus ojos en el malecón situado a unos cincuenta metros, que cierra en paralelo ese brazo del puerto, podrá contemplar, como un espejismo, un humanizado, paisaje. Hay allí un reloj de cuatro caras erigido sobre una armoniosa torreta de piedra, y en torno a lo que parece ser una lonja, se despliegan barracones irregulares, hechos de materiales diversos y antiguos, que confieren al conjunto el aire y la estética de descoordinación que caracteriza a los aledaños industriales de los pueblos. Al caer la tarde, hacia las cinco en invierno, puede verse a pescadores erguidos sobre el puente de proa, o bien en la popa, disponiendo para el desembarque las cajas donde parece depositarse la pesca lograda, pues en torno revolotea una bandada de gaviotas que seguían la embarcación desde kilómetros antes de la entrada al puerto. Esos hombres han debido estar faenando casi sin interrupción desde que se hicieron a la mar, punteando el alba.

Estoy evocando una imagen que cualquier barcelonés puede aun contemplar, no por mucho tiempo Pues este paisaje de barcos de pesca constituye un anacronismo casi provocador para los gestores del carnaval consumista, para los voceros de la reducción de una ciudad a parque temático y, desde luego, para las pirañas del espacio urbanizable, sea de titularidad pública o privada. Pues, como antes avanzaba, se cierne sobre el conjunto el fantasma de una rápida reconversión. Se dice que las amarras ampliarán la capacidad de recepción de yates o cruceros, y en torno a los actuales barracones y la lonja se erigirán bien "diseñados" inmuebles, que ampliaran a esa zona el espacio de ocio. El terreno es de propiedad pública, pero nadie duda de que se dará, una vez más, el necesario entendimiento con sectores privados. Nadie duda, en suma del triunfo de la alianza entre administración y dinero... arquitectos y diseñadores alternándose en la función de palanganeros. Y al respecto la última felonía.
 
Se ha criticado a los sucesivos gobiernos democráticos españoles por no haber elaborado nunca una eficaz ley de costas que impidiera la explotación de las riveras y playas por auténticos depredadores. Pues bien, la costa no es bastante. En armonía con esa atmósfera sin alma del "Maremagnum", pero en provocador contraste con esa "torre del reloj" a la que me refería (emblema para aquellos trabajadores y armadores que resisten al soborno, el chantaje o meramente el sentimiento de que se ha acabado "su tiempo", es decir, la forma de vida elemental que ha dado sentido a generaciones de hombres que han vivido de la pesca), se ha abierto una base, ya en el agua, para construir un aparatoso hotel de lujo, pomposamente denominado "La Vela" y al que sirve de coartada la firma de un conocido arquitecto.
 
"La Vela" como desalmado símbolo de un mar abstracto, y hasta corrompido en su esencia, arrancado a lo que el mar siempre ha significado para el hombre. Un mar cuyas riveras barcelonesas son reducidas a aparcadero (tan inmoral como estéticamente deleznable) para aparatosas embarcaciones, llamadas de lujo simplemente por su impúdico valor de coste. Embarcaciones- refugio para seres que intentan compensar la ausencia de sentido de sus vidas con el sentimiento jerárquico de pertenencia a una categoría social de ociosos.
 
Nadie se equivoca en esto. Todo el mundo sabe y siente, en un registro más o menos profundo, que la dignidad del hombre que se enfrenta al mar y que extrae de el su sustento, nada tiene que ver con la indigencia del que lo convierte en escenario ridiculamente teatral para las ficciones de su espíritu ocioso. Pase aun cuando el segundo se muestra en su impudicia sin interferir con el trabajo del primero. Mas ¡qué escándalo¡ (indisociablemente ético y estético repito), cuando emerge sobre la ruina del primero, ruina que ha contribuido a forjar.

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27 de noviembre de 2008
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Un lugar llamado Oreja de Perro

Iván Thays

Anagrama

Es una novela triste y que transcurre en un lugar oficialmente llamado Oreja de Perro, un diminuto y perdido caserío que, siempre oficialmente, pertenece al distrito de Chungui, en el departamento de Ayacucho, Perú. /upload/fotos/blogs_entradas/un_lugar_llamado_oreja_de_perro_med.jpgSin embargo, y digan lo que digan los registros catastrales oficiales, el lector sabe reconocer de inmediato que ha sido conducido mediante engaños (o al menos utilizando como señuelo esa denominación de origen tan sugerente y singular) a uno de los confines más extremos del mundo. El cual, encima, ha sido erigido tan arriba en las montañas que sus visitantes padecen invariablemente el temido soroche, con sus inevitables y asquerosas secuelas.

Sería de plena justicia que los locales, ante las quejas de los recién llegados por las molestias físicas, la falta de comodidades e incluso de una mínima oferta de ocio, preguntasen a su vez: y quién se le ocurre venir a un lugar como Oreja de Perro.

Pero no hay queja porque, dentro de su homogeneidad (me refiero a que se trata de un estado del alma asumido, cotidiano y que afecta a todos por igual, sin altibajos) en la tristeza de Oreja de Perro no hay lamento. Porque éste, el lamento, es propio de quien ha perdido algo y nota su falta, o de quien vislumbraba una promesa de futuro y ha visto cerrarse esa puerta. Como si dijéramos, la queja es propia de quien sufre una irrupción de la realidad que marca un antes y un después, casi siempre para peor. Y de ahí la protesta, el lamento.

Pero qué novedad les cabe, y por lo tanto de qué van a quejarse los habitantes de un puñado de casas perdidas en uno de los confines del mundo y que desde hace veinte años, o sea desde toda la vida, han sido víctimas de la violencia imbécil, indiscriminada, alternada y bestial por parte de las guerrillas, el ejército y los paramilitares con sus respectivos regueros de muertes, torturas, violaciones y desapariciones cuyo fin parecen ser las (también respectivas) fosas comunes en las que los cadáveres son despedazados a bombazos para evitar una identificación posterior.

La cual es una práctica tan cruel como inútil porque el ser humano, qué menos, si no justicia, si no le son dados sus derechos fundamentales, aspira al menos a enterrar a sus muertos. Y contra esa voluntad ancestral no bastan las fosas comunes ni la identidad borrada a bombazos. La memoria, lenta, callada y tenaz -lo supieron en su día los militares argentinos y chilenos, acabarán por saberlo las autoridades religiosas españolas que tanto se oponen a dar sepultura a los muertos de hace más de setenta años-, continuará exigiendo concederles la paz a sus caídos.

Contra ese fondo, en semejante escenario, un capitalino que viene con su propia memoria a cuestas, trata sin demasiado éxito de implicarse en los trabajos que la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, aquella iniciativa puesta en marcha por el presidente Toledo y que se llevó a cabo con resultados dispares. El tiempo narrativo trascurre mientras los miembros de la Comisión tratan de cerrar definitivamente veinte años, toda una vida, de crueldad y de olvido. Y al tiempo de tratar de poner en orden a su propia memoria, al capitalino trasplantado a ese confín del mundo le van saliendo al paso nuevos sucesos que se suman a los pasados, propios y ajenos, para configurarle un futuro tan incierto como no deseado. Un matrimonio con quien no debía, los agravios de antes y después de la separación, la tragedia irreparable de un niño muerto mientras todos dormían o las inoportunas llamadas de la vida para que se reincorpore ya a su devenir son como una barrera que una conciencia doliente opone a los horrores que irán saliendo junto con los cuerpos (esos perros famélicos desenterrando cadáveres para saciar su hambre) y las muestras de indiferencia, cansancio o cinismo que aquellos sucesos suscitan hoy. La vuelta a casa, la recuperación del horror cotidiano o las nuevas vejaciones, propias de toda ruptura matrimonial, no significan de hecho un cambio notorio en esa tristeza infinita que recorre esta novela desde su primera a la última página.

Nota extemporánea: la novela, fuera ya del ámbito estrictamente literario, le ha cabido un inesperado final feliz, puesto que mereció el honor de ser señalada como novela finalista del Premio Herralde. Y ya se sabe que, en ese premio, cuando el jurado da a conocer una circunstancia así está diciendo que al final de las votaciones se produjo un empate y que cualquiera de las dos, la finalmente ganadora y la finalista podrían haberse llevado el premio. Y que le cayó en suerte a la otra. Pero después de una convivencia tan intensa como la que tiene lugar en Oreja de Perro, un reconocimiento así suena a victoria. Por fin.

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27 de noviembre de 2008
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Poeta, cuentista y exiliada

Me gusta mucho ésta escritora que nunca pierde ni el humor ni el gusto por la provocación. Se llama Cristina Peri Rossi, llegó a Barcelona en los primeros años setenta, escapando de la dictadura de su entonces no tranquilo país, Uruguay. Aquí se quedó, /upload/fotos/blogs_entradas/peri_rossi_med.jpgaunque a veces confesara que "tengo un dolor aquí / del lado de la patria". Ahora acaba de ganar un importante premio de poesía, el mejor dotado de los no oficiales. La primera mujer que gana un Premio Loewe, después de veinte años. Publica con facilidad, tiene eco, trabajo, libros, colaboraciones, pero hubo un tiempo que todo era distinto. Se salvó por la escritura. Por saber hacer de sus penas, poemas.

 

"Barcelona 1976:

El exilio es gastarnos nuestras últimas

cuatro pesetas en un billete de metro para ir

a una entrevista por un empleo que después

no nos darán" 

 

Mujer que ama a las mujeres, que hace homenajes a sus queridas, también a sus "perdidas", en batallas de amor. Poeta que gusta jugar con las palabras, esas que te salvan o que te condenan.

 

 "Cansada de mujeres

de historias terribles que ellas me contaban,

cansada de la piel,

de sus estremecimientos y solicitudes,

como una ermitaña

me refugié en las palabras"

 

No es poesía lo último que de ella he leído, son unos cuentos rescatados por "Tropo editores", pequeña, exquisita y cuidada editorial que desde Zaragoza rescata libros que estaban escondidos. El de Peri Rossi es un libro de cuentos, "La tarde del dinosaurio" que se escribió antes de que Spielberg pusiera de moda a esos perdidos seres de nuestro pasado. Conocemos otros dinosaurios pero nos gustan menos. En el prólogo, Julio Cortázar, habla de los cuentos fantásticos, esos relatos que como los de Peri Rossi, son  como "una de esas casas interiores, y que cada relato propone un avance por habitaciones, galerías, patios y escaleras que absorben al lector y lo separan de su mundo previo....Y ya no hay victimas ni victimarios en esas habitaciones de la casa; el último de sus visitantes sólo alcanza a pronunciar una palabra inútil: Piedad"

Ayer, cuando la premiada tuvo que hablar, volvió a decir que una de las constantes de su vida, de su obra, estaba también en esa palabra: Piedad.

¡Que extraña la piedad! Paz, piedad, perdón, eso es lo que pidió Manuel Azaña para los perdedores de la injusta guerra. No fueron capaces de ninguna de las tres. No eran como Peri Rossi.

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27 de noviembre de 2008
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La cirugía

"Si no encuentras solución a un problema agrándalo", decía Churchill.

La Naturaleza actúa siguiendo este método pero también  instintivamente los seres sociales y la sociedad entera.

Los terremotos que reestabilizan  la Tierra en el punto en que el desequilibrio se hace insostenible, las parejas que se divorcian cuando la infelicidad ha crecido hasta hacerse inaguantable, la crisis del sistema económico cuando sus contradicciones se agigantan.

Mentes apolíneas presumen de previsiones precisas y soluciones anticipadas pero, en general, la gente es mayoritariamente dionisiaca, cada vez más dionisiaca en el seno de la orgiástica cultura de consumo y necesita, por tanto, que las circunstancias se agranden la fiesta o la agonía  llegue al colmo para que tanto el problema como su  remedio resulten espectaculares. Y esto es así porque el espectáculo compone el espíritu del tiempo y puesto que el tiempo, siempre en presente, no admite intervenciones que no respondan al mandato de la inmediatez, la urgencia y el extremo estilo terrorista.

Los importantes problemas sin resolver aún y sus hecatombes (nombre con el que los griegos designaba al sacrificio de 100 bueyes) son la medida general de nuestro tiempo. En el catolicismo conspicuo los feligreses se iban confesando y comulgando a lo largo de su vida para no toparse con la sorpresa de una muerte en pecado mortal pero las Grandes Figuras de la Historia, los seres humanos o  los hechos trascendentes, se presentan sin agendas ni cálculos preventivos, cambian los hechos reventando los  problemas como furúnculos o saltando ellos mismos en pedazos como héroes.  La exasperación del problema lleva necesariamente a la exoneración del problema, por el recurso a la cirugía para que, de una vez, el dolor desaparezca.   

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27 de noviembre de 2008
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El grado cero del 'bushismo'

No hay dos presidentes de Estados Unidos a la vez, es cierto. Lo dicen los manuales sobre la transición presidencial y lo repite, una y otra vez, el presidente electo Barack Obama. Lo que no dice es que el titular en ejercicio se está desvaneciendo del paisaje y que él es el único que cuenta, aunque todavía no haya jurado la Constitución ni pueda firmar órdenes ejecutivas. Sobre el papel, nada puede hacer el presidente electo hasta el 20 de enero y la responsabilidad de todo lo que ocurra es todavía de George W. Bush. Pero las urgencias de la crisis financiera, convertida ahora en recesión, no permiten esperar. Y menos para un Gobierno exhausto, desautorizado ante la opinión pública por los resultados electorales, lastrado por un balance que no tiene salvación alguna -por más que se esfuercen los escasos amigos que le quedan, como José María Aznar- y atado de pies y manos durante sus últimos días en la Casa Blanca.

Muy duras serán las ocho semanas que restan hasta la solemne Inauguración del 20 de enero en Washington. Lo que le está ocurriendo estos días a Bush se parece más a una sesión de refinada tortura que a la tranquilidad que corresponde a un digno final. Puede hacer muy poco o nada, pero suyas serán las culpas todavía de todo lo que suceda. De momento, la atención que recibe de los medios de comunicación es decreciente, en relación inversa a la potente atracción de Obama. Sus declaraciones e intervenciones ante los medios, para ver si se sosiegan las turbulencias bursátiles, producen el efecto contrario, mientras que los nombramientos y las comparecencias del presidente electo son las únicas que introducen algún factor de tranquilidad. La propia formación del gabinete de Obama está orientada a producir una función balsámica sobre una opinión pública alarmada hasta el pánico. Es un equipo muy experto, fuerte, en el que estarán juntos hasta cuatro candidatos a la presidencia por los demócratas (Hillary Clinton, Bill Richardson, el vicepresidente Joe Biden y el propio Barack Obama). Muchos de ellos rodados en la anterior Administración demócrata de Bill Clinton y todos más que preparados para ponerse inmediatamente manos a la obra en cuanto entren en sus despachos.

Dos de los nuevos secretarios, con carteras cruciales, están trabajando ya en la Administración de George W. Bush, aunque no cabe identificarlos con su ideología ni con la coalición conservadora. El primero es Timothy Geithner, secretario del Tesoro ya nominado y actual presidente de la Reserva Federal de Nueva York, que ha estado trabajando codo con codo con el actual titular del Tesoro, Henry Paulson, y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en los planes de salvación financiera de las entidades en dificultad y en la inyección de liquidez en la economía real. El otro es Robert Gates, secretario de Defensa con Bush que seguirá siéndolo con Obama. Fue quien sustituyó hace dos años a Donald Rumsfeld e introdujo el realismo y la sensatez en la política militar, después de participar en la elaboración de un informe del Congreso sobre la guerra de Irak fuertemente crítico con el actual presidente. Aunque a partir del 20 de enero cabe esperar nuevos paquetes de inversiones y anuncios en política de seguridad y defensa (sobre Guantánamo, Irak y Afganistán), está claro que Obama ya tiene sus cables presidenciales tendidos dentro de la actual Administración.

Con la formación del nuevo equipo, Obama no prepara tan sólo su instalación a partir del 20 de enero, sino que está llenando el éter de mensajes políticos. El primero de todos: habrá un Gobierno fuerte, preparado para gobernar y hacer sentir su mano sobre la economía y la sociedad. Desmiente así treinta años de dogma reaganiano: ahora el gobierno no es el problema, es la solución. Segundo mensaje: la economía es la prioridad absoluta. Obama ha dado desde el 11 de noviembre cuatro conferencias de prensa televisadas y un mensaje radiofónico que ha colgado en YouTube. La economía ha ocupado el lugar central, muy por delante de la casi olvidada guerra de Irak, cuestión que ahora suscita un nuevo y extraño consenso, facilitado por un Gobierno en Bagdad que decididamente quiere recuperar la plena soberanía. Tercer mensaje, sutil y a través de medios indirectos, pero comprendido por sus receptores como si hubiera anuncios en las calles: con Obama los lobbies estarán bajo vigilancia. Todos los candidatos a entrar en la franja más alta de la Administración tienen que llenar un cuestionario muy estricto, en el que se exige responder a 63 condiciones que nadie en España podría cumplir. Cuarto y último mensaje: que se prepare el Congreso, con doble mayoría demócrata y más a la izquierda que Obama, porque la Casa Blanca se está blindando para evitar que la ley del péndulo convierta al presidente en rehén del Capitolio, lo contrario de lo que Bush persiguió y obtuvo hasta 2006.

La presidencia de George W. Bush ha llegado al grado cero. La de Barack H. Obama todavía no ha empezado, pero su titular está ya al mando de la nave.

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27 de noviembre de 2008
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La jerga de los rufianes

Las trampas del lenguaje, como siempre, han desempeñado una función decisiva en lo que está ocurriendo estos días y que, ha falta de otra definición, denominamos -en una nueva trampa del lenguaje- "la crisis". Ahora, súbitamente, ha aflorado la letra pequeña de los contratos de felicidad que se habían firmado a lo largo del último decenio y esta letra pequeña, más determinante que la grande, amenaza con arruinar los sueños de bienestar que tantos habían albergado. Deslumbrados por los titulares y sus promesas, ¿a cuántos se les ocurrió examinar las cláusulas aparentemente secundarias de sus contratos?, ¿cuántos sabían lo que era una subprime en esos años de supuesta opulencia?

Soy el último en poder juzgar esta ignorancia puesto que confieso que yo también soy incapaz de leer la letra pequeña, o de escuchar con atención mientras otros leen. Las pocas veces que han intentado inducirme a operaciones más o menos financieras mis interlocutores han debido desistir ante mi evidente incapacidad para la escucha. Puedo captar expresiones como plan de pensiones o fondo de inversión, pero cuando debo sumergirme en las cláusulas sucesivas y cada vez más enrevesadas tengo la impresión de que mi mirada rebota en un muro gris e interminable. En su momento firmé un contrato de hipoteca sin, lo reconozco, saber exactamente lo que estaba firmando y únicamente movido por la necesidad de salir del despacho del director de la sucursal bancaria donde me estaban torturando con condiciones y más condiciones, todas ellas provechosas para mí.

Claro está que eso no me pasa sólo con los contratos económicos, sino con toda la literatura en la que la letra pequeña ejerce su tiranía. Odio, por ejemplo, tener que leer las instrucciones para el funcionamiento de los electrodomésticos o de los automóviles. Supongo que gracias a esta aversión me pierdo muchas cosas o, como se dice, "saco poco rendimiento" a esas máquinas; sin embargo, el lenguaje presuntamente técnico, reiterativo y estúpido de esos folletos me saca de quicio.

Al igual me sucede con las instrucciones para el buen uso de los medicamentos. Estoy dispuesto a envenenarme antes que tener que leer esta suerte de pergaminos enrollados que desde hace unos años llevan los fármacos y en los que vas avanzando fatigosamente a través de un idioma tan abstracto que cuando llegas a la posología ya estás mareado y sin ganas de saber las cápsulas que debes tomar.

No muy diferentes son los protocolos que ahora te hacen firmar antes de las pruebas médicas y las operaciones quirúrgicas para curarse en salud tanto en las clínicas como, sobre todo, las aseguradoras. Tales protocolos, que a menudo parecen verdaderas hipotecas, aunque sobre el cuerpo y no sobre el piso, llegan a exhibir redactados diabólicos en los que la letra pequeña te puede llevar a la tumba sin coste alguno por parte de los frustrados salvadores.

La dictadura de la letra pequeña se extiende y nos desarma en todos los ámbitos. Cualquiera que pretenda dominarte basta que vierta sobre ti su dialecto especializado de la manera más oscura posible. Nada podrás hacer frente a la jerga especializada y convenientemente entenebrecida del jardinero, del lampista, del científico, del profesor de filosofía. Respecto a este último, que precisamente debería aclarar el significado de las palabras, Walter Benjamin aludía a la jerga de los rufianes, repleta de conceptos impenetrables, que tan frecuentemente resuena en las aulas académicas para disuadir a enteras generaciones de estudiantes del amor a la filosofía.

No obstante, ningún lenguaje como el político para ahuyentar a los ciudadanos de la política. ¿Cuántos ciudadanos han leído, para poner un caso, el texto de la Constitución Europea, uno de los más aburridos que puedan concebirse?, ¿cuántos, por poner otro ejemplo, han examinado el redactado del Estatuto de Cataluña, uno de los peor escritos en la poco halagüeña literatura política de nuestra época?

A veces pienso en los escritores de estos documentos en los que la letra pequeña es un arma letal y siempre llego a la conclusión de que el gran maestro es el burócrata. Éste, refinado corruptor de las palabras, es el que ha inspirado al redactor de folletos de electrodomésticos y de medicamentos, al redactor de protocolos, al redactor de constituciones, al redactor de manuales de filosofía. El otro día recibí una información burocrática que en sólo dos líneas derribaba al sujeto que debía ser informado: "La desvinculación es un requisito previsto, pero no hay ninguna referencia a la no aplicación de esta desvinculación en ninguna disposición transitoria".

Touché. Den esa arma letal a los chacales y déjenles prometer felicidad. Tendrán una de las causas de "la crisis".

El País, 01/11/2008

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27 de noviembre de 2008
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