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Guerras del siglo XXI

Las de Afganistán e Irak nos parecen, de pronto, viejas guerras, muy parecidas a las que vimos en el último tercio del siglo XX. Salvadas todas las distancias, por supuesto, respecto a sus respectivas coberturas jurídicas y a los motivos reales o ficticios que llevaron a emprenderlas. La que está en curso en Darfur o el Congo es más desconcertante, más nueva en la dificultad para orientarse entre tanta matanza y tanto desorden político, pero sigue siendo dramáticamente próxima de las guerras que vienen asolando la geográfica africana desde hace años. La guerra nueva, la distinta, la que rompe con todos los esquemas que actúan en nuestra cabeza es esa contiende naval de dimensiones desconocidas que se desarrolla en el mar, frente a las costas de Somalia, donde una flota de barcos piratas, perfectamente pertrechados con las más avanzadas tecnologías, asaltan como plaga de langostas la cosecha de buques mercantes y petroleros que circulan por la principal vía marítima del planeta.

¡Atención! Nosotros también estamos. Ahí están pesqueros españoles. Por estos caminos del mar circulan mercancías que nos interesan. Probablemente de vez en cuando algún mercante habrá con tripulación, capitán, bandera o destino que en algo nos concierne. En el dispositivo aeronaval que está poniendo en marcha la Unión Europea está también la Armada española. Esa sí es una guerra, sin declaración previa, de enemigo enmascarado y difuso, aunque muy bien localizado. Y si estamos allí no es para defender a Occidente, porque nos lo piden nuestros amigos y aliados o porque la OTAN no puede ser derrotada en su primera misión fuera de zona. Es porque nos interesa, porque defendemos allí lo que es nuestro.

Nada de valores, tal como se esgrimen, al menos sobre el papel, en otras guerras: lo que está en juego son meros intereses materiales, los nuestros legítimos y legales, y los otros totalmente fuera de la ley, pero vinculados a ese estado fallido que es Somalia y a los modos de vida de su población. Los piratas quieren cobrar peajes del tráfico marítimo que circula frente a las costas donde han levantado sus campamentos y participar ellos también en los pingües beneficios del comercio internacional. Se han atrevido con todos, China incluida. Y de momento, la única potencia que ha tomado el camino de en medio, el único practicable ante esos casos, ha sido India, la sabia y plural patria de Gandhi. Sus cañonazos, que han hundido un buque nodriza de los piratas, es la advertencia que nos reafirma en el carácter de esta contienda.

Eso sí es una guerra, que merece actuaciones urgentes, la máxima resolución a la hora de tomar decisiones y presupuestos especiales. Tiene, además, una peligrosa potencialidad: puede satisfacer a quienes sólo se sienten cómodos con aquella Guerra Global contra el Terror que Bush quiso librar contra la fuerza oscura de Bin Laden. Si no se ataja bien y pronto toda esta infección pirata, tomará cuerpo muy pronto como las fuerzas navales de Al Qaeda. Hay reclutas que empiezan a guerrear antes incluso de conocer la causa y la bandera. No deberíamos esperar a que el presidente Obama decida y zanje sobre el estado de las cosas. Habrá que olvidarse desde ya de la guerra global contra el terror y empezar a librar y vencer en las guerrillas concretas que nos aprisionan como a Gulliver los liliputienses. Encaminemos con Obama, por supuesto, las guerras de Irak y de Afganistán, pero la urgencia obliga a atacar y vencer a esa flota irregular de piratas del siglo XXI que parte cada día de las costas somalíes para cobrar sus rescates del tráfico marítimo internacional.

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21 de noviembre de 2008
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Clase XXVI. El relato Hiper breve (…y II)

Decíamos en la clase anterior que la clave de una composición narrativa tan breve es su sugerencia. Así, ésta actúa como el propio motor de la historia y a menudo, aunque no siempre, su eficacia radica en el giro final, en el brusco cambio de dirección que encara el texto, iluminando como en un chispazo las líneas anteriores. Habrán observado que a más brevedad, más densidad, por lo que mientras el cuento se comprime y repliega en unas breves líneas más es el alcance de la sugerencia. No es que un cuento breve sea más ligero, superficial o rápido que uno de más páginas, nada de eso: es más compacto, por decirlo así, como un acordeón replegado. Por lo tanto podemos decir que, en el sentido inverso, mientras el cuento se expande, más abundantes pueden ser los detalles y las precisiones, mayor el ángulo de iluminación de los personajes: ahora puedo verlos en acciones más nítidas,  escuchar sus diálogos, sus reflexiones e incluso las del narrador. No es pues la extensión de un cuento lo que determina su calidad, sino el grado de «compresión» que este comporta. Por lo tanto, hay cuentos de diez páginas que pueden resultar excesivamente cortos y otros de una página a los que les sobra la mitad. Saber cuándo un cuento requiere una página, cinco o quince es una exquisita alquimia que el buen narrador debe manejar con criterio, intuición y... oficio.

Respecto a nuestro trabajo de la semana que culmina,  muchos epitafios han estado francamente bien, pero otros han sido ganados por un «toque Groucho» y, sin desmerecer el ingenio mostrado, no han  sabido dar en la diana, pues la idea del epitafio que proponíamos era que sus dos o tres líneas pudieran sugerir una vida, un oficio, una situación particular del personaje. No se trataba de un epitafio en el sentido literal sino de aprovechar su brevedad y su intensidad para encausar un micro cuento.

La Propuesta de la semana:

Por ese mismo motivo, por la necesidad de practicar y adiestrarnos en el oficio, vamos a intentar ahora acercarnos al relato breve desde otra esquina. Intentaremos construir una historia de no más de diez líneas que contenga estas tres palabras: "Aguacate", "ambición", "manos".  Pueden ponerlas en el orden que deseen, incluso repetirlas, pero no deben faltar. No olviden que un cuento, mientras más breve, más elíptico. Igual que hicimos con la clase anterior, simplemente colgaremos los cuentos. ¡Una última sugerencia!: no se apresuren a enviar lo primero que se les ocurra, pues no es éste un concurso de ingenio ni de rapidez, sino de agudeza, observación y táctica. Que diría en «El arte de la guerra» Sun Tzu.( ¿O era Bruce Lee?). Los esperamos.

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21 de noviembre de 2008
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V. Quiero que me devuelvan mi voto

Ahora el país contempla con estupor e indignación la consumación de este robo a cara descubierta. No el robo de mi voto nada más, el de mi mujer y el de mis hijos, el de mis vecinos. El de miles de nicaragüenses que votaron en contundente mayoría el contra de los candidatos de Daniel Ortega, para derrotar a Daniel Ortega, que quería esta victoria a como diera lugar, para alentar la reforma a la Constitución Política que permita su reelección, o la elección de su esposa.

/upload/fotos/blogs_entradas/quiero_que_me_devuelvan_mi_voto_med.jpgUn robo que hace retroceder la incipiente democracia nicaragüense sesenta años, al año de 1947 del siglo pasado, cuando el viejo Anastasio Somoza consumó otro fraude parecido, de carácter total, para despojar de la presidencia al candidato de la oposición, el doctor Enoc Aguado, que había ganado abrumadoramente.

Esa vez Somoza había dispuesto, como manera de intimidar a los votantes, que los de la oposición votaran en una fila, y los suyos en otra. Las filas contra Somoza daban vuelta a la cuadra, y las suyas eran esmirriadas, porque la gente no tuvo miedo, y cuando se presentó a votar, fue recibido con rechiflas; él, campeón del cinismo como era, hizo la guatusa (la higa) con los dedos, y se las mostró a todos, riendo con todo descaro. Qué le importaban las filas, de todos modos se iba a robar las elecciones, siendo como era suyo, el Consejo Supremo Electoral que contaba los votos.

Todo el mundo pregunta por su voto hoy en Nicaragua. ¿Estará en un basurero, escondido en alguna parte, roto, mutilado, quemado? Si no me devuelven mi voto para que sea debidamente contado, entonces quiere decir que están enterrando a la democracia con burlas, en un funeral bufo.  Y que después de las risas, trágica historia la nuestra, allí será el llanto y el crujir de dientes.

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21 de noviembre de 2008
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Esslingen, Tarzán y yo

Caida la noche sobre Esslingen, Alemania, me quedo en mi habitación de hotel leyendo los primeros cuatro volúmenes del Tarzán dibujado por Harlod Foster entre 1931 y 1935.

Ha sido un buen día. Por la mañana, una lectura en público de La batalla del calentamiento (Das Lied von Leben und Tod, aquí) y una conversación con Sabine Giesberg, traductora del volumen. La preciosa sala de la librería LesArts -se escribe así en efecto, todo junto- está a tope, lo que ayuda a que uno se sienta más rock star que escritor. La gente es amabilísima, y la música de un grupo alemán llamado Tango Five nos levanta a todos los espíritus. Al final, mientras firmo libros me corto con el papel y mancho un ejemplar con sangre. Lejos de ofenderse, la dueña del libro regresa a los pocos minutos con una curita que ha conseguido para mí. Así es toda la gente aquí: amabilísima.

Esslingen am Neckar -o sea, sobre el río Neckar- es una ciudad de muñecas. A diferencia de la vecina Stuttgart, que ya ha comienzo del siglo pasado se destacaba por su perfil industrial, logró sobrevivir intacta a la lluvia de bombas. Por lo demás, los vecinos se han preocupado por mantener en forma a los bellos edificios que en el resto del mundo imaginamos alpinos. En el centro de su Markplatz sigue brillando su reloj astronómico , como lo ha hecho desde 1591; y por encima suyo un glockenspiel suena varias veces al día.

/upload/fotos/blogs_entradas/edgar_rice_burroughs_med.jpgSiempre fui fan de Tarzán, desde muy pequeño. Me gustaban más los libros originales de Edgar Rice Burroughs que las películas (hoy las detesto a todas por igual, no hay una sola, ni siquiera Greystoke, que esté a la altura del original) y por supuesto las adaptaciones a historieta: Foster el primero, pero también Burne Hogarth y Russ Manning, cuyos dibujos compraba cada quincena en revistas mexicanas editadas por Novaro. Encontrar esta edición en Madrid fue una suerte. Pero esta noche, al comenzar la lectura, temo que no me sea posible el regreso al disfrute de la infancia con que contaba. La historia del primer volumen es errática, Foster persiste en ese extraño ‘traje' que su predecesor Rex Maxon y el actor Elmo Lincoln le atribuyeron a Tarzán, una suerte de malla enteriza de leopardo con un único bretel -ridícula. Para colmo, por lealtad a su amigo el francés D'Arnot, Tarzán salva a un fuerte colonial francés del ataque de los locales. ¡Tarzán imperialista! El mundo y la experiencia me están complicando el goce de la aventura...

Por fortuna enseguida Tarzán ataca un barco esclavista y libera a los prisioneros, lo cual me reconcilia con su noción de la política. Y de inmediato se hace obvio que Foster empieza a tomarse en serio el asunto. Los dibujos mejoran y los argumentos también, Tarzán pierde la malla enteriza y gana su taparrabos de rigor. Siguiendo la línea más fantástica del original de Burroughs, que mete a Tarzán en recodos de Africa que atesoran dinosaurios y civilizaciones perdidas, el Hombre Mono lidia con un pueblo que conserva las tradiciones de los egipcios imperiales y después con un enclave vikingo. Es absurdo, pero no me importa. Lo he logrado. ¡Tengo diez años otra vez!

Las callejas de piedra están desiertas en Esslingen. La CNN dice en un titular que han hallado una canción perdida de Los Beatles.

¿Cuánto más feliz puedo ser, en la ausencia de mis seres queridos? 

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21 de noviembre de 2008
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Dictador de mentiras

Se queja uno a menudo de los dictadores, hasta que un día se mira en su lugar. Dictando, pues. Buscando cimentar la validez de un mundo de mentiras por sobre cualquier otra realidad. Un trabajo cansado, durante las cuatro horas que cada día nos tocan, aun prescindiendo de esa ley espartana según la cual quien dicta debe hacerlo de pie. Sucede, aparte, al inicio del día. Las horas luminosas que durante años tan largos nos sorprendieron atados a un pupitre, tomando el dictado -qué labor fastidiosa, en ese antiguo entonces-.

     T llega por ahí de las diez de la mañana y se acomoda al mando del teclado, al tiempo que me afano en conectar la MacBook a la electricidad, las bocinas y un segundo monitor, pues al fin dictador no tolero la idea de no ver línea a línea todo cuanto las yemas de T van transcribiendo. Tenemos asimismo un teclado y un ratón extra, que equivaldría a conducir un coche con volante, palanca, controles y pedales por duplicado. Por no hablar de las papas con limón y piquín, las gomitas dulces, las agridulces y las Coca-Colas, estímulos sin cuya participación no rendiríamos igual. Aunque no mando yo, sino la historia. Presumo, sin tantita vergüenza, que con algo de suerte será ella quien me absuelva.

     Un rasgo que define al dictador, amén que lo distingue de sus imitadores menos agraciados, consiste en pretender que no está dictando. Se levanta la voz, se la modula, se cercena de un tajo la oración para cerrar el párrafo con algún rastro de épica emocional. Se es héroe de la historia, pues de lo que se trata es de salvarle la vida, y para eso hay que hacerla no nada más creíble, sino de preferencia evidente. No permitirle que se deje ignorar. A veces, cuando me gana el cansancio mental de ejercer el papel de lector-narrador-corrector-espectador, no sin cierto bochorno subrepticio me sorprendo dictando con la conmovedora entonación de un burócrata más o menos somnoliento. Mierda, maldigo, doy un trago al refresco y vuelvo a mi lugar con esa gallardía impostada que emplean los dictadores para posar delante del retratista. Igual que ellos, me digo que es preciso sacar partido máximo de este momento histriónico.

     Es la primera y última vez que leo y escribo esta historia al mismo tiempo. O al menos parte de ella. Llega un momento en que tenerlo todo expresado nomás en garrapatas negras lo deja a uno pasmado de incertidumbre. ¿Qué ha contado, qué no? Ya no lo sabe. Reina el caos, la historia no se mueve. No se ve el edificio. De pronto falta el piso, o se teme que sobre. La desmemoria crece, no quisiera uno sentirse holgazán, y al mismo tiempo todo nuevo ladrillo se anuncia redundante. Que ni qué, hay que dictar.

     Una vez que se empieza, con el miedo de un niño a asistir a un entierro, desfilan de repente los tres últimos años de obsesiones. Cuando la narración parece fuerte, la sorpresa es tan esperanzadora como un beso tenaz de la fortuna; cuando se escucha renga, es como si un fiscal enumerara, megáfono en mano, tus peores fechorías y omisiones morales. Se preocupa uno mucho, en este último caso. Debe seguir dictando mientras en su cabeza bailan los titubeos con las dudas; en un descuido siente la tentación de mejor escribirse un libro de autoayuda.

       Llevarle el ritmo a T implica no distraerse un solo instante del dictado. Está pendiente hasta de los resuellos, sus dedos van volando por el teclado y uno pretende que no está pendiente, amén del monitor y el manuscrito, de cada una de sus nuevas reacciones. Las vigilo de reojo y de reoído, me gana todo el tiempo el morbo de enterarme cuáles son los efectos de cada veneno. Quiero pensar que supe emponzoñar las líneas, me aterra en lo profundo que tal vez no sea así. ¿Será por estas y otras causas simultáneas que cuatro horas después no me queda energía para más que tirarme a mendigar calor al sol tacaño? Hoy no ha habido dictado, qué descanso. Con razón los colegas están como están.

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20 de noviembre de 2008
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La suerte de Oneguin

Tatiana unida a un viejo para escapar a lo que considera indigencia de la vida provinciana; su madre anclada en la costumbre, adicción terrible que consuela de las renuncias resultantes de la cobardía; Gremin necesitado de un espejo de juventud que parezca paliar la imagen veraz de su decrepitud; Oneguin que sólo ve la belleza en Tatiana cuando se envuelve en los oropeles del lujo... Decía ayer algo nos toca muy profundamente en esta historia terrible. La indigencia de algunas de sus razones de fondo no es óbice para que estos personajes sean un espejo de la esencial fragilidad de las construcciones humanas, de cómo lo aleatorio de un instante, puede abocarnos a la pérdida de los seres amados, al odio al amigo, la miseria y la destrucción. Hay en esta obra una secuencia particularmente punzante cuando, al amanecer, Oneguin y Lenski han de enfrentarse a duelo y entendiendo lo fortuito de lo que les ha llevado a esta situación se preguntan a la vez "¿no sería más conveniente reírse y conservar nuestra amistad que manchar nuestras manos de sangre?" La respuesta también a la par, y tres veces repetida es "niet". Así Oneguin hiere mortalmente a Lenski y abisma su propia alma simplemente por un instante de frivolidad, generador de un brutal mal entendido. Cuestión de suerte, mala en este caso, esa suerte que a un momento u otro ha sido el factor fundamental de nuestras vidas. Mala suerte también la del propio Pushkin, muerto, como Lenski, como resultado de las heridas que le produce el francés Gaston D'Anthes, a quien reta a duelo por su condición de amante de su esposa.

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20 de noviembre de 2008
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El Querandí

El día que llegué a Buenos Aires el pasado jueves, Julia Saltzman, responsable editorial de Alfaguara-Argentina e incansable a la hora de jugársela por voces nuevas de la narrativa argentina y latinoamericana, me llevó a almorzar al restaurante El Querandí, en la calle Perú. Caminamos por la histórica "Manzana de las Luces", y pasamos por el colegio Nacional, conocido por haber formado generaciones de bachilleres progresistas que luego seguirían su camino en la Universidad de Buenos Aires. En los años setenta, muchos de esos bachilleres fueron la primera línea de resistencia a la dictadura de Videla.

Al llegar al Querandí, Julia me mostró los altos del edificio situado en una esquina: ahí había vivido con humildad Rubén Dario, cuando dejó de ser cónsul a la muerte del presidente colombiano Rafael Nuñez en 1894.

Ya en el Querandí, después de pedir un ceviche de lenguado y bife de chorizo (una rara combinación, ya lo sé), Julia me contó que el Querandí era el café favorito de Gombrowicz. Fue allí cuando, la tarde del 26 de abril de 1947, Gombrowicz, que se hallaba junto al escritor cubano Virgilio Piñera y Humberto Rodríguez Tomeu, dijo, a eso de las seis de la tarde: "Vamos, Piñera, llegó el momento... Empieza la batalla del ferdydurkismo en Sudamérica". Los tres, entonces, salieron del Querandí y se fueron a la editorial Argos, situada a la vuelta, y retiraron los ejemplares recién impresos de Ferdydurke.

Viví tres años en Buenos Aires, a mediados de los ochenta, pero no sabía nada de la historia del Querandí. Por suerte para mí y mis futuros retornos, Buenos Aires es una ciudad inagotable.

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20 de noviembre de 2008
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La baronesa Thyssen

Ya sabemos por qué la gente siente tan cercana a Tita Cervera, la popular baronesa Thyssen. No sólo porque se haya encadenado con el pueblo de Madrid frente a su museo (el fabuloso museo Thyssen-Bornemisza) en protesta contra la tala de árboles del Paseo del Prado. No sólo porque en su día fuese Miss España y porque tenga un pasado de subidas y bajadas que nos la hace reconocible y humana, no sólo porque sufra ante nuestros ojos como cualquier madre y cualquier suegra (por muchas mansiones y yates que tenga), sino porque hay algo en ella que por unos segundos nos hace olvidar su muchísimo dinero: el pelo.

Da la impresión de que se lo corta y se lo tiñe ella misma, lo que la pone en sintonía con la mujer que no puede pasarse las horas muertas en la peluquería (por poner un ejemplo, yo misma). Pero hay algo más en ella que intuíamos y que se acaba de confirmar: se viste de rebajas. A pesar de su inmensa fortuna, sabe lo que vale un euro, lo que la impide olvidar de dónde viene, y esto la hace entrañable.

Mañana más... 

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20 de noviembre de 2008
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Imago mundi

P.- Si verdaderamente el conocimiento que circula por la Red es libre, fragmentario y contradictorio, ¿qué clase de "imago mundi" se puede fundamentar sobre esa base? ¿Existe un nuevo Discurso del Método, una Clave de Bóveda, un Plan, un Fin, una "Teoría"?
 
R.- No hay plan, ni proyecto a largo plazo, ni meta predeterminada. Como en los videojuegos la peripecia crea la siguiente peripecia, la interacción altera continuamente el camino y su imaginable objetivo. No hay "imago mundi". El mundo se confunde con su continua realización y, especialmente, con la incertidumbre del proceso. La incesante crisis de la crisis.

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20 de noviembre de 2008
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Sin Moisés, y en el desierto

Dura y larga se aventura la travesía del desierto de los socialistas franceses, después del congreso del pasado fin de semana en Reims, de donde salieron tan divididos o más de como entraron y con tantas incógnitas abiertas sobre su futuro como el 7 de mayo de 2007, al día siguiente de la tercera derrota consecutiva en una elección presidencial. /upload/fotos/blogs_entradas/el_eurodiputado_benot_hamon_y_la_alcaldesa_de_lille_martine_aubry_disputan_a_sgolne_royal_el_liderazgo_del_ps_francs_med.jpgHoy por la tarde sus más de 180.000 militantes tienen la palabra y pueden dar todavía la sorpresa de ofrecer la mayoría, que debe ser absoluta, a uno de los tres candidatos en liza: la ex candidata presidencial frente a Sarkozy, Ségolène Royal; la ex ministra de Trabajo, madre de la jornada de 35 horas e hija de Jacques Delors, Martine Aubry; y el tercero en discordia, el eurodiputado Benoît Hamon. Lo más probable es que sea necesaria todavía una tercera vuelta entre los dos más votados, circunstancia que todas las apuestas asocian a las dos mujeres candidatas.

Para alcanzar el poder no basta con un impulso súbito, por intenso y oportuno que sea. Hace falta iniciarlo lentamente desde la oposición, en una larga carrerilla que sirva para aclarar las ideas y concentrar las fuerzas. En la Francia presidencial de la V República, hay que contar además con un partido unido detrás, que aspire a convertirse en el partido del presidente. El modelo perfecto de esta ascensión, imitado con éxito por Sarkozy, es el de Mitterrand: siendo ajeno él mismo al socialismo clásico, consiguió primero, a partir de 1971, una síntesis política entre todas las tendencias alrededor de su liderazgo y alcanzó luego la cumbre, en 1980; fue, por cierto, la única vez en toda la historia de la V República en que el PS puso el pie en el Elíseo. Royal lo intentó en 2007 frente a Sarkozy, después de vencer en las primarias socialistas, jugando al relevo generacional y a la democracia directa, a dos pesos pesados, el actual director general del FMI, Dominique Strauss-Khan, y el ex primer ministro Laurent Fabius. Sin el partido detrás, que entonces conducía quien era y pronto dejó de ser su pareja François Hollande; con un programa nebuloso trabajado en la participación digital, pero atento a los reflejos conservadores; y una apuesta arriesgada por su personalidad femenina y su carácter combativo, llegó hasta donde podía llegar ante este Sarkozy demoledor que todavía no se conocía en toda su dimensión arrolladora.

Año y medio después de la derrota, las cosas no están mucho mejor para la briosa presidenta de la región de Poitou-Charentes. El PS está tendido y acomodado en la oposición, como bostezante partido provincial, que cuenta con las pingües rentas de una implantación municipal y regional extensa y mayoritaria. Ha sido drenado de dirigentes e intelectuales por la apertura practicada por el presidente Sarkozy, que ha colocado a ex ministros y cuadros socialistas desde el consejo de ministros hasta las comisiones especiales para estudiar las reformas. Sus ideas se hallan cercadas a derecha e izquierda: por un Sarkozy camaleónico, que pasa del thatcherismo al keynesianismo sin respiro, en función de las circunstancias; y por una izquierda radical, alrededor del fenómeno Olivier Besancenot, que muerde el hemisferio izquierdista hasta alcanzar al propio PS. Y también por el centro: François Bayrou, el ex candidato presidencial, de obligado cortejo por quien quiera alcanzar la presidencia desde la izquierda.

La señora Royal, que fue candidata sin tener el partido en la mano, ahora intenta tomar la secretaría general que abandona su ex y padre de sus cuatro hijos para poder aspirar de nuevo a la presidencia en 2012. Su primer movimiento fue bueno: consiguió llegar al congreso socialista el pasado fin de semana con su moción en cabeza. Pero ni era de síntesis ni ella fue capaz de la síntesis. Su candidatura arrastra a una mayoría, no se sabe si suficiente, de militantes, pero no federal; al contrario, divide y excita: TSF, todo salvo Ségolène, es la consigna. Había otras tres: las de Aubry y Hamon, y la del alcalde de París, Bertrand Delanoë, que luego se retiró desalentado. Los delegados socialistas al Congreso no fueron capaces de elegir a quien les dirigiera. Hoy o quizás mañana zanjarán los militantes. Pero si gana Royal tendrá que enfrentarse todavía con una dirección del partido de la que sólo controla un tercio de votos y trabajársela para alcanzar la candidatura presidencial en 2012: ardua tarea, quizás imposible.

Todas estas tribulaciones llegan además en pésimo momento. Sarkozy quería hacer en Francia, 20 años después, la revolución conservadora de la señora Thatcher y ahora se adapta al keynesianismo que nos invade. El PS nunca realizó la transformación que hicieron sus partidos hermanos en el resto de Europa, acorde con el mercado y la globalización. Hace unos meses, con la Declaración de Principios adoptada por unanimidad el pasado junio, enfiló por primera vez este camino. Pero ha llegado el cambio de ciclo y los socialistas franceses están todavía meditando en el ciclo anterior. En el desierto y sin Moisés, pueden terminar como una tribu perdida de la izquierda.

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20 de noviembre de 2008
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