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El pasado ya no es lo que era

A punto de terminar el fatigado y oneroso espectáculo del nacimiento más distinguido de nuestra civilización, he recordado aquellos años en los que un grupo de gamberros aquejados de ideas grandemente progresistas íbamos por las calles del pueblo cantando a voz en grito un célebre villancico cuyo estribillo decía: "A la mierda los pastores, se acabó la Navidad". Creo que era invención poética del llorado Carlos Trías, uno de los hombres mejores que ha dado la ciudad de Barcelona, tan parca en los últimos decenios. Aquella canción, violenta, sí, pero algo menos radical que el himno nacional catalán con sus hoces sobre las gargantas españolas, quería manifestar una viva simpatía hacia el niño Jesús, y un feroz odio a la venta del evento y la enajenación de la clientela.

/upload/fotos/blogs_entradas/losenemigos..._med.jpgPasados los años, la izquierda catalana ha recuperado incluso Els pastorets, la comedia pía más amada durante el franquismo, y cualquier rechazo de la Navidad, o incluso de Santa Claus, ese juguete chino, es altamente impopular. Las radios, las televisiones, los diarios, no digamos las revistas sacan humo para complacer a los mercaderes que Jesús expulsó del templo, como explica con admirable erudición el último libro de Antonio Escohotado, cuyo título lo dice todo: Los enemigos del comercio (Espasa).

Se ha producido una transformación admirable y magnífica. Quienes ahora atacan los fastos navideños no son ilustrados izquierdistas, laicos luminosos que también exigen eliminar los crucifijos de las escuelas, sino hatillos de marginales que ponen en riesgo la ganancia y con ello los puestos de trabajo que genera el espectáculo sacrificial. Son hostiles al gasto chiflado y por tanto asociales. Son enemigos, no de la explotación mercantil, sino del capitalismo tout court. Son antisistema.

Magnífico retorno del cristianismo al paganismo que aplaudimos todos los que, con nuestro presidente, consideramos antipatriotas a cuantos afirmen que hay crisis económica o que la Navidad es un peñazo. ¡Otro triunfo del absolutismo de la bondad ecuménica!

Artículo publicado en: El Periódico, 27 de diciembre de 2008.

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29 de diciembre de 2008
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El hombre que no soporta al hombre

Marx anunciaba el "hombre total", el hombre que liberado del mal provocado por causas sociales contingentes, pondría  sus capacidades materiales y espirituales al servicio de lo que precisamente singulariza al hombre, esa inteligencia que marca lo exaltante y a la vez lo trágico de su destino. El problema no reside en que Marx haya errado en sus previsiones, ni siquiera en que el proyecto emancipador se haya traducido históricamente en máquina paranoica, que canalizaba sus energías en el control de los suyos y que, finalmente exhausta, acabaría rindiéndose incondicionalmente. Lo que realmente desazona, lo que realmente "sofoca y oprime" es cuando el propio espíritu se rinde a la idea nihilista de que el fracaso estaba realmente anunciado, que constituía una certeza a priori, imponiéndose el sentimiento de que nuestro destino social objetivo es el de esos seres que la nietzscheana Genealogía de la Moral  nos presenta como hijos del encubrimiento y el oscurantismo: seres amantes de la falacia y resentidos contra todo aquello que les recuerde su obligación esencial de estar por encima de la vida inmediata y de la salvación individual.

Del "hombre total" que asumiría con entereza su condición trágica, hemos pasado al hombre que antepone el ideal samaritano al ideal de justicia; hombre que diluye la dura exigencia de amar (y en consecuencia luchar por la dignidad) de los seres de su especie, en una ternura abstracta por la vida en general en la que no tendría papel privilegiado la vida del hombre. Hombre para el cual la ecología no consiste en proteger cuidar y enriquecer la naturaleza a fin de que esté en condiciones de  amamantar de manera sana al hombre (es decir, al único ser susceptible de medir las cosas, otorgarles valor y arrancarlas a su insignificancia) sino en erigir a esa naturaleza  en deidad (¡que tendría valor aun en ausencia del hombre!) y fin último de nuestra acción previsora.  Hombre que se autoproclama moral e ilustrado, y que literalmente repudia a quien presenta rasgos de veracidad moral y lucha realmente por restaurar la dignidad humana. Hombre que no quisiera haber nacido tal; hombre que, simplemente, no soporta al hombre.

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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Luz de Vísperas

Mauricio Wiesenthal

Edhasa

Objetivamente, a Luz de Vísperas no le faltan ambición, ni recursos, ni aliento (1137 páginas) para llegar a ser lo que su autor, Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) pretendía ofrecer: una epopeya de la Europa del siglo XX.

/upload/fotos/blogs_entradas/luz_med.jpgEl personaje central y  encargado de ofrecer la sensibilidad a través de la cual se irá encarnando el espíritu de la época es Gustav Mayer, un escritor de origen judío nacido en Viena a finales del siglo XIX.  La familia Mayer ha aprendido desde hace varias  generaciones que para triunfar en la sociedad centroeuropea es necesario renegar del judaísmo (empezando por el nombre, que deja de ser Mayr para convertirse en Mayer), hacerse cristiano y casarse con damas de alcurnia y apellidos cristianos, rematando todo ello con una saneada posición económica, no importa si a través de las finanzas, el comercio o la industria.

Es muy buena toda la fase de antecedentes familiares, con la abuela Regina de origen español-colonial y la madre de Gustav, Ana María Hofer, hija de un médico austríaco destacado en Venecia al servicio del ejército imperial.  Esas dos poderosas influencias femeninas y sus respectivos entornos vitales (una estancia en América del Sur parcialmente reproducida en Europa, en el caso de la abuela, y un palacio en Venecia en el caso de la madre) marcan todo el primer tercio de la narración, y corresponde a lo que en la novela tradicional eran los años de formación. El autor parece conocer bien el ambiente y los pormenores de Austria en vísperas del hundimiento imperial y se mueve con toda soltura por Praga, Viena y Berlín,  las ciudades que marcaron la infancia, la adolescencia y la primera juventud de Gustav Mayer. La progresiva inclinación de este por la escritura va haciendo entrar en escena a escritores como Stefan Zweigt, Romain Rollland, Reiner María Rilke, Thomas Mann y hasta el propio Tolstoi, al que el joven escritor en ciernes visita en su dacha para hacerle una entrevista. Es de destacar una conferencia sobre el espíritu de la Grecia clásica pronunciada en la Universidad de Berlín por el  filólogo  Ulrich von Wilamowitz- Moellendorf y que marcará decisivamente el destino del  hasta entonces desorientado estudiante Mayer.

Los primeros triunfos literarios del futuro escritor y premio Nobel quedan en suspenso con el estallido de la Primera Guerra Mundial, sin duda alguna el momento más vibrante y creativo de la novela.  El anuncio de la catástrofe que se avecina tiene lugar en paralelo con el despertar de la conciencia histórica y de los sentidos del personaje,  y esa dialéctica simbólica resulta ser un recurso literario de gran eficacia. De mero espectador y vigilante de la fortuna familiar en ausencia del hermano mayor, llamado al frente, Gustav Mayer pasa a engrosar las filas de esos ejércitos imperiales cuyas derrotas en todos los frentes son un presagio de la hecatombe que le aguarda al Imperio Austro-húngaro, encarnada aquí en el héroe por las graves heridas que recibe en el frente. Paralelamente, la relación que entabla con tres mujeres de caracteres y sensibilidades muy diferentes crean un laberinto sentimental que el herido solventa al terminar la guerra uniendo su vida a una de ellas, Carlota, madre de dos niñas y que aceptará prohijar a una huérfana de la guerra y formar entre todos una familia que refleja bastante bien la imagen de esa Europa destrozada por la catástrofe y que lucha por rehacerse y recuperar el espíritu que la llevó a crear una civilización universal.

Hasta aquí, lo que parecía ser la ambición inicial del autor se cumple sobradamente. Por lo que sé de él, Mauricio Wiesenthal es un hombre que ha viajado toda su vida, que ha ejercido toda clase de oficios en el mundo de la cultura y que posee una curiosidad intelectual que le ha llevado a centrar su atención en universos tan variados como la historia, la medicina o la enología, aparte de poseer una clara inclinación por los idiomas. Todo ello, sin duda, son armas poderosas y que le han ayudado decisivamente en la elaboración de su gran novela.

Pero en plena posguerra europea se produce un cambio de registro narrativo muy notable. El lector sabe que no van a tardar en dar señales de vida los movimientos sociales e ideológicos que acabarían  dando paso a los regímenes totalitarios comunistas y nazi-fascistas. Y sabe por tanto que toda estrategia de futuro y todos los planes que realicen unos personajes en su plenitud social van a quedar irremisiblemente marcados por el ascenso al poder de Hitler y las consecuencias posteriores del triunfo de los nacionalsocialistas.  Curiosamente, en lugar de lanzar a sus personajes contra el destino común que les cupo en suerte a todos los europeos en general (debido a la guerra) y a los judíos en particular (incluidos los renegados), Wiesenthal prefiere aislarlos en una burbuja milagrosamente intacta (Suiza) y tratar de ofrecer un reflejo del fin del mundo a partir de las vicisitudes de esos náufragos encerrados en una especie de isla cuyo centro espiritual es el pueblo de Sils Maria, tan estrechamente vinculado al Nietzsche del Eterno retorno.

Debo decir que la elección me parece desafortunada y que la tensión narrativa, la riqueza de imágenes y las metáforas culturales que tanta altura habían alcanzado en la primera mitad de Luz de Vísperas sufren un notable bajón. Y el microcosmos suizo, con los amoríos pequeño burgueses del escritor y sus vínculos con la resistencia no alcanzan ni por asomo a transmitir una pálida idea de lo que mientras tanto le estaba ocurriendo a esa Europa cuya historia parecía que se nos iba a contar.



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una luz en la tiniebla

¿Una luz en la tiniebla? Sí, la luz de la conmoción y el pavor. La blanca faz de los muertos. Los trescientos sudarios y las vendas que envuelven al millar de heridos. Esa es la única luz que nos ilumina en la oscuridad y nos conduce hacia el abismo, esa luz que es el abismo mismo en esos días peligrosos en la que nos hemos sumergido. En dos días el mundo ha revivido escenas que parecen llegadas de otra época. Una población civil indefensa, secuestrada por unos y otros, escudos humanos de los de un lado y objeto de castigo colectivo de los del otro, sin que nadie se responsabilice de su seguridad y de sus vidas frágiles. Ciudades donde un poder detestado esconde sus cuarteles y arsenales, que son bombardeadas desde el aire como escarmiento por sus enemigos. En nuestra época, precisamente en el momento en que todos acordamos que así no debe actuarse, con razón o sin ella, con razones o sin ellas. Ya no vamos a dar aval ahora a Dresde y Hamburgo, a Hiroshima y Nagasaki, a Hanoi o Grozni, a Ashkelon y Sderot, aunque sea bajo bombas rudimentarias pero de igual perversidad, ¿cómo podríamos darlo a Gaza bajo las bombas?

¿Quién responde por la vida de esos niños, de esas mujeres, de esos ancianos? ¿Quién en sus cabales considera culpables y condenados de antemano a esos pobres cadetes que juraban sus cargos en los cuarteles de policía de la franja? No es Hamas, por supuesto, que manda e impone su orden terrorista en el territorio, incapaz de resolver el dilema entre la obligación de gobernar y proteger a su población y su obsesión por matar israelíes en cualquier momento. No es el gobierno israelí, sólo faltaría, que cuenta con un ejército de poder infinito y tiene todos los apoyos internacionales para hacer y deshacer con acciones como ésta y muchas otras, pero sólo se responsabiliza de la población israelí, de su población, y nada quiere saber de su responsabilidad como fabricante de exilios y de desesperación de esa otra población con la que vive yuxtapuesta.

/upload/fotos/blogs_entradas/continan_los_rescates_med.jpg

No son ni siquiera sus vecinos árabes, que miran hacia otro lado o incluso coordinan sus militares y sus servicios secretos: Hosni Mubarak estaba perfectamente enterado de lo que se llevaban entre manos los israelíes; también Jordania y Arabia Saudita estaban en el ajo: nada les preocupa más que el poder creciente de Hamas y su disposición a convertirse en servomecanismo del fundamentalismo chiíta e iraní. La propia ministra de Exteriores Tzipi Livni informó personalmente al rais egipcio en un viaje de urgencia pocas horas antes del ataque. Tampoco se responsabilizan la primera potencia mundial y la comunidad internacional, con la Unión Europea al frente y Naciones Unidas en el vértice. ¿Dónde queda la responsabilidad de proteger? ¿Dónde la nueva política de Obama hacia las poblaciones indefensas?

Esa operación ha sido preparada minuciosamente por los políticos israelíes, unánimes y apoyados por un amplio consenso social y político interno, desde hace seis meses, según informa Haaretz. Con el propósito de rebajar los humos de Hamas y degradar su poder sobre la franja. Están los objetivos militares: 40 túneles que comunican con Egipto, donde pasan mercancías y armas y se cobran impuestos oficiosos; los cuarteles e instalaciones militares; las prisiones y los estudios de televisión; algunas mezquitas. Pero está sobre todo el objetivo central: esa conmoción y ese espanto que había que difundir entre sus dirigentes y sus bases sociales para que se persuadieran de que con Israel no se juega.

El debilitado y dimisionario Ehud Olmert, procesado por supuesta corrupción política y denostado por su mala conducción de la guerra del Líbano, ha querido quitarse esa gran espina clavada antes de irse. El ejército de Israel debía recuperar su capacidad disuasiva y su imagen invencible fuertemente dañadas en aquel trágico verano de 2006. Nada más claro que buscar un enfrentamiento bien medido con Hamas que condujera al partido fundamentalista a una derrota nítida. Por difícil y miserable que sea vivir en Gaza bajo la férula de los fundamentalistas islámicos, éstos vienen apuntándose tantos ante su población desde hace tres años.

En verano de 2005 Israel desalojó las colonias de la franja con sus 2.000 habitantes. En enero de 2006 Hamas ganó las elecciones legislativas palestinas, superando en el día a día el boicot internacional contra un Gobierno que juega a la vez a las urnas y al terrorismo. En junio de 2007 Hamas arrebató el poder con las armas a Fatah en Gaza y un año después accedió a declarar este alto el fuego, a instancias de Egipto, ahora roto. Para los extremistas islámicos cada uno de estos pasos eran premios y estímulos a seguir en el camino violento, que iban acompañados de mayor rearme y reclutamiento.

Por eso la operación empezó a prepararse justo cuando Egipto consiguió arrancar la tregua de seis meses: Israel los ha utilizado para organizar esta guerra de fin de año, localizar y fijar los objetivos, buscar las complicidades internacionales, echar las redes de espionaje... Sabía que al terminar la tregua sería imposible que Hamas siguiera conteniéndose: la provocación estaba asegurada. Y así fue: 300 cohetes en apenas seis días, un muerto y varios heridos, la población fronteriza aterrorizada y una fuerte presión sobre el Gobierno para una respuesta rápida y dura. El siguiente paso fue la desinformación: dar a entender que todavía no se había decidido atacar, mientras empezaban a funcionar los canales internacionales oficiosos para preparar el ataque.

Todo ha salido, hasta ahora, a pedir de boca. Sólo falla el factor humano. Esas molestas víctimas cuyas fotos revuelven las conciencias, esas historias de muerte y dolor que quiebran los ánimos y enajenan las simpatías. El escritor israelí Amos Oz ha reivindicado el derecho de Israel a defenderse; pero también ha asegurado que estos bombardeos son un crimen de guerra y un crimen contra la humanidad. Un destello de luz rasga la oscuridad, y esta vez no viene de una explosión sino de una voz honesta y libre.



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Galería de espectros: el bufón Don Sebastián

Rafael Argullol: Hoy en mi galería de espectros he visto el espectro del bufón Don Sebastián
Delfín Agudelo: Te refieres sin duda al bufón de cara ambigua retratado por Velázquez.
R.A.: Sí, me refiero a este cuadro de Velázquez y a la obsesión que tuvo Velázquez por pintar bufones. Ahora no recuerdo la proporción exacta pero Velázquez, que fue un pintor no muy prolífico, tiene unos diez o doce bufones; es decir, tiene una proporción dedicada a retratos de bufones bastante impresionante. Es equiparable a la misma importancia que se da a la figura del bufón en la obra de Shakespeare: mientras que Velázquez los pintaba, Shakespeare los poetizaba en sus dramas. Creo que en los dos casos, y concretamente en el de Velázquez, lo que hay en el caso de bufón y bufones se entiende como una contrafigura del poder, como alguien que vive el ambiente de la monarquía absoluta, el ambiente del poder absoluto. Velázquez es perfectamente consciente de que el único gran contrapunto al poder del rey es el bufón del rey; el único gran contrapunto al señor absoluto es el bufón. De manera que el bufón, en cierto modo, encarna y arrastra una sustancia de libertad que muchas veces en la vida diaria de un rey o de una sociedad no se puede dar. Por eso todos sabemos que en los medios de extrema censura, por ejemplo en las dictaduras, sólo la ironía escapa a la red de la censura, y a las redes del totalitarismo. El bufón era un personaje muy libre, y eso debía seducir mucho a Velázquez; esta libertad se debía a que era el portador monstruoso del único espacio de real libertad bajo los poderes absolutos.



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La voz cantante

No pude evitar la tentación de husmear en la lista de los 100 mejores cantantes de todos los tiempos de la Rolling Stone. Al tiempo que estaba seguro de que los primeros puestos iban a estar ocupados por cantantes negros (Aretha figura en el número 1, Ray Charles en el 2, Sam Cooke en el 4, James Brown en el 10), mi impulso fue buscar qué puesto le habían otorgado a John Lennon. Y lo que encontré en el quinto lugar, lo cual -diría el protagonista de High Fidelity- lo ubica al filo pero todavía dentro del círculo áulico del Top Five.

¿Por qué buscaba a Lennon? Supongo que porque para mí encarna todo lo que busco en una voz cantante: verdad. A veces la verdad en cuestión es de las que sólo pueden pronunciarse en un susurro -como en Julia y en Oh My Love-, a veces es la confesión de la propia confusión -como en I'm So Tired-, a veces es de esas verdades descarnadas que salen cortando -como en Instant Karma-, a veces es la verdad propia de la imaginación -como en Strawberry Fields- y a menudo es de esas verdades que, lo sabemos, nos usan tan sólo como vehículo para trascendernos -como en A Day in the Life.

/upload/fotos/blogs_entradas/give_me_some_truth_med.jpgLa de Lennon es la voz de alguien tan fuerte, y tan seguro de su búsqueda, que no teme exhibirse en su más pavorosa debilidad. Pocas canciones más desgarradoras que Mother, pocas súplicas más conmovedoras (y angustiantes a la vez) que Give Me Some Truth. Tengo la sensación de que si escuchase todas estas canciones una detrás de la otra (sin olvidarme de Norwegian Wood, de Lucy in the Sky With Diamonds, de Revolution, de Imagine...) estaría en presencia del más perfecto testimonio vocal de los diversos estados de ánimo que experimenta un hombre a través de toda su existencia. Y todavía más. Siempre me digo que algún día voy a jugar con esas canciones para ordenarlas de tal modo que, más allá de la simple expresión del fenómeno humano, comuniquen además los grados de lucidez a que podemos acceder. Porque más allá de las inevitables marchas y contramarchas de su vida, la música fue para (la voz de) Lennon el vehículo privilegiado de su búsqueda. Sin cuyo sonido, por cierto, todos seríamos hoy infinitamente más pobres.

Así que Top Five. Nada mal para un rústico muchachón de Liverpool... 



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El no

Las manifestaciones y saqueos en Grecia, como en tantos otros países que irán contagiándose, se mueven en torno a la ideología del "No". El "no" decía Simmel es el término que pone a mayor número de gentes de acuerdo. Porque si el "sí" -sentimos nosotros- va seguido de algún compromiso pegajoso y pringa, el "no" establece un contacto aséptico, apenas perceptible en los cuerpos.  

Nos unimos por el "no" sin compenetrarnos, sencillamente juntándonos. De este modo, si los contagios del sí son, a menudo, repugnantes la epidemia  del "no" de un confín al otro del mundo rechaza este  mundo pero sin involucrarnos los unos con los otros en el que venga después. ¿Qué otra invención pues sería más exacta para la condición actual de lo político?



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Y además saben pintar

La editorial Maeva ha tenido la gentileza de enviarme un estupendo regalo de Navidad: el libro de Donald Friedman Y además saben pintar. En él podemos contemplar los dibujos y cuadros más o menos conseguidos de escritores que van desde Dostoievski y Proust hasta García Lorca y Sylvia Plath. Por lo general en las pinturas se reconoce muy bien el mundo imaginario de los escritores como, por ejemplo, el tono lúgubre de Patricia Highsmith, o el mucho más colorido y desenfadado de Bukowski. Sin embargo me han despistado Joseph Conrad y el estilizado William Faulkner. Y me ha parecido que Proust dibujaba casi tan mal como yo.

Es un libro muy interesante, que completa la visión que tenían del mundo creadores que admiramos profundamente. Se trata de una faceta muy conocida en Alberti, García Lorca o Günter Grass, pero que en otros casos es una auténtica sorpresa. Es como abrir una ventana y pillar alguien entregado a su pasión secreta. Se permite cotillear.



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29 de diciembre de 2008

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entrevistado en El Comercio

Pagina de El Comercio con entrevista. Hacer clic para que vena la bonita foto. Fuente: el comercio El narrador y periodista cultural Enrique Planas me entrevistó hace unas semanas en la Galería Lucía de la Puente, delante del cuadro de Luz Letts (que él dice que se llama "la visita" pero yo pensé que se llamaba "al día siguiente") que inspiró no solo la carátula de mi libro, sino incluso el tono y una escena concreta. En la entrevista, Quique me confesó que se iba a poner de "abogado del diablo" y soltar todas las tonterías que se dicen por ahí sobre mí. Y lo hizo, en buena onda además porque me permitió aclarar malentendidos. Por otra parte, gelizmente no salieron un par de preguntas que me hizo Quique ésas sí con una maldad extrema ("¿No crees que a los personajes de tus novelas los dejan sus mujeres porque son muy hermosas?" preguntó, y miré en sus ojos un brillo de malicia). Pero a pesar de lo gentil y buena de la entrevista, con lo que me quedo es con la sensación de haber tenido entre mis manos el cuadro de Luz: Fue como si por un momento el triste cuento de hadas de mi novela se hiciera realidad. Les dejo algunas preguntas:¿Un escritor peruano ya no puede ganar un premio o publicar en España si no escribe sobre la violencia interna?Eso es mentira. Enrique Prochazka ha publicado últimamente en España y no escribe sobre la violencia. Tampoco Jorge Eduardo Benavides, ni Fernando Iwasaki. No se trata de eso...¿Escribir sobre Ayacucho y las cicatrices dejadas por la guerra no fue motivado por la presión de un agente literario que te invita a escribir sobre un tema de moda?Jamás. Guillermo Schavelzon, mi agente, me presionaba pero para entregarle algo, lo que sea. De hecho, nunca pensé que esta novela sería publicada por un sello tan grande como Anagrama. Yo, personalmente, no creo que pueda ganar algo alguna vez. Creo que siempre voy a quedar segundo. Esta novela ha tenido muchas reescrituras. En una primera versión, no aparecía para nada el tema de la violencia. Era la historia de un hombre que estaba todo el tiempo encerrado en su casa, recordando a la mujer que se había ido y al hijo que había muerto. Pero justo en el momento que estaba escribiendo, ocurría la investigación de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (CVR). Y me di cuenta de que había una comunión entre lo que le pasaba a mi personaje y lo que le pasaba al país.El reflejo del dolor íntimo en el dolor social...El mayor problema al escribir la novela fue descubrir cómo hacer que un personaje tan melancólico, tan abandonado, se interesase en lo que sucede en el país. Necesitaba unir ambas historias. Como esta novela tiene mucho que ver con mi vida, recordé lo que hice cuando tuve mi propia pérdida. Yo perdí a mi hijo cuando mi esposa se fue y se lo llevó. No verlo todos los días es mi pérdida. Y por eso me encerré a ver videos. Una rutina en que agotaba todas las películas de cada director que me interesaba. Cuando ya estaba cansado de ver películas, prendía la televisión. Y entre las cosas que veía estaban los testimonios recogidos por la CVR. Las miraba como un loco observando el desfile de Año Nuevo. Me asombraba muchísimo ser parte de todo eso, pero desde fuera. Recordando eso pensé que mi personaje en algún momento recogería de forma parecida la fibra del dolor. Allí se me ocurrió que fuera periodista.¿Recordar la pérdida también te hizo cambiar la forma de escribir?A mí me encantan los escritores que en la primera frase de una novela dicen: "Hoy murió mi mamá. Tuve que sacar el auto del taller y peleé con el mecánico". Así, lateralmente, el lector tiene que descubrir que si el protagonista patea las llantas y discute con el mecánico se debe a la tristeza por la muerte de su madre, aunque todo el tiempo hable del carro para mostrar su dolor. Pero también me fascinan las novelas en las que uno escribe sacando cosas de dentro, cuando dicen: sufro, lloro, me muero de miedo, tengo pánico de que mi hijo se muera. Me encanta un escritor como Raymond Carver, pero también el diario de Cesare Pavese. Hay momentos en la vida de un escritor que tiene que escribir su expiación. Y en esa expiación no puede haber lirismo. Quería una novela en que tuviera que decir algo concreto. Ofrecer un mensaje literario que se puede subrayar y llevar. Será porque es una novela que escribí para mi hijo.(...)¿Y cómo eras?He tratado de pasar por la vida como el hombre invisible. Todas las cosas que veía me parecían ajenas. La violencia senderista, las relaciones sentimentales, las historias con mi hijo. Como si las personas fueran actores y yo los mirase desde lejos. Y cuando alguien me señalaba, me escondía. Por ejemplo, puedo tener una idea sobre el dolor o la pena, sentirme acongojado cuando leo el informe o reviso los videos de la CVR, pero si en un momento me preguntan qué puedo hacer yo para apoyar, me escondo. Igual, puedo estar muy enamorado de una persona y amarla intensamente, pero cuando me confrontan, cuando me piden que luche por ella, si una novia mía empieza a sentir algo por otra persona, yo no lucho sino que me alejo.(...)¿Cuánta investigación fue necesaria para dar cuenta en tu novela de la violencia que se vivió en un escenario tan difícil como Oreja de Perro?No he ido a Oreja de Perro. Lo que más me interesaba del lugar era el nombre. Tampoco he investigado nada. No sé si habrá luz eléctrica en el pueblo. Eso no me interesaba para escribir. Lo que me interesaba era que la novela sucediera en un lugar que hubiera sufrido mucho; podía haber sido cualquier sitio. Pero el nombre de Oreja de Perro es un regalo. Un perro cuando escucha levanta la oreja, pero no se mueve. Igual que mi personaje, que percibe lo que pasa, pero es incapaz de actuar.(...)¿No crees que la visión mediática de nuestra literatura en España aún nos percibe como algo exótico?Los escritores latinoamericanos estamos siempre en una 'liga' distinta de los españoles. Es como si ellos jugaran en primera división y nosotros en segunda. Y así lo entienden los lectores allá, las editoriales, las librerías y, por supuesto, los periodistas. A mí me molestó una vez en un encuentro en España que un reportero nos preguntara: "¿Por qué no aparece otro García Márquez en América Latina?". Recuerdo que respondí: "Y cuándo aparece otro Cervantes entre ustedes?".



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29 de diciembre de 2008
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Ay, los libreros

Búsquelo entre las novelas policiacas. Fuente: boomerang Todos hemos tenido experiencias como ésta: encontrar libros fuera de lugar en las grandes librerías. Cuando nos sucede resulta indignante, después simplemente cómico. Y a veces es una delicia porque, de no haberse equivocado el librero, jamás hubiéramos encontrado una novela inhallable "protegida por el error". Esto cuenta Jean Francoise Fogel:Tenía que ocurrir : en la mesa de New Crime (nuevas novelas policíacas) de la librería Smith en la calle de Rivoli, la librería más grande para los libros en inglés de París, se ofrece, entre The Butcher of Smithfield ("El carnicero de Smithfield") de Susanna Gregory y The roar of the butterflies ("El gruñido de las mariposas") de Reginald Hill, la edición en bolsillo de una nueva novela: The savage detectives ("Los detectives salvajes") de Roberto Bolaño.Todo me parece claro: buscare La velocidad de la luz de Javier Cercas en ciencias físicas, pero no se por donde buscar Los girasoles ciegos: ¿botánica o patología?

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29 de diciembre de 2008
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