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La armonía perdida

El regreso de Iván Thays a la ficción no podía haber sido más auspicioso. Un lugar llamado Oreja de Perro, su nueva novela, ha resultado finalista del premio Herralde. En estos años, muchas cosas han cambiado en el estilo de Iván. La prosa, que solía estar llena de florituras, de metáforas, se ha vuelto despojada, directa. Eso la hace más efectiva: "Pensamos que las fotografías, los recortes de periódico, las cartas, los videos, los testimonios, los recuerdos, sostienen la memoria. Pero no la sostienen, la reemplazan".

El narrador arrastra las heridas producidas por el fallecimiento de su hijo y el hecho de que su esposa lo haya abandonado; con el panorama personal de una crisis devastadora, acepta el encargo de su periódico, de visitar un caserio en los andes peruanos llamado Oreja de Perro, golpeado por el terrorismo en los años ochenta y donde los militares han sido causantes de violaciones a los derechos humanos. Con gran acierto, Thays convierte a Oreja de Perro, lugar de supuesta reconciliación nacional (el presidente debe lanzar allí un programa asistencialista), en una metáfora de la violencia, de la pérdida, de la descomposición, social y personal: "Imagínate, todos los días descuartizaban perros en Ayacucho. Y si lo ves en un mapa, este sitio parece un pedazo enorme cercenado de alguno de esos perros, o de todos". 

En Oreja de Perro, el narrador se verá involucrado con Jazmín (una muchacha que padece las secuelas de la violencia) y sabrá de los deseos de venganza de gente del pueblo contra los militares. Descubrirá, también, que hay ciertas tragedias que no se superan, pero que eso no implica el desaliento: hay que aprender a vivir con la armonía perdida. Los que se sorprendieron al ver que este escritor de la intimidad publicaba una novela política, descubrirán que en esta novela la política importa, pero que, como siempre en un libro de Iván Thays, el viaje que de veras cuenta es el interior (El viaje interior es el título de mi novela favorita de Iván). A los que no les haya convencido la inacción del narrador, su autismo, su incapacidad para preocuparse de veras por ese entorno desolador de injusticia social en su país, habrá que decirles que, a pesar del cambio de estilo, Thays es siempre Thays. Aunque esta vez se da incluso el lujo de un final esperanzador. 

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22 de diciembre de 2008
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Gaza

La sigla ONU, todo el mundo lo sabe, significa Organización de Naciones Unidas, es decir, a la luz de la realidad, nada o muy poco. Que lo digan los palestinos de Gaza a quienes se les están agotando los alimentos, o se les han agotado ya, porque así lo ha impuesto el bloqueo israelí, decidido, por lo vistos, a condenar al hambre a las 750 mil personas registradas allí como refugiados. Ni pan tiene ya, la harina se ha acabado, y el aceite, las lentejas y el azúcar van por el mismo camino. Desde el día 9 de diciembre los camiones de la agencia de Naciones Unidas, cargados de alimentos, aguardan a que el ejército israelí les permita la entrada en la faja de Gaza, una autorización una vez más negada o que será pospuesta hasta la última desesperación y la última exasperación de los palestinos hambrientos. ¿Naciones Unidas? ¿Unidas? Contando con la complicidad o la cobardía internacional, Israel se ríe de recomendaciones, decisiones y protestas, hace lo que viene en gana, cuando le viene en gana y como le viene en gana. Ha llegado hasta el punto de impedir la entrada de libros e instrumentos musicales como si se tratase de productos que iban a poner en riesgo la seguridad de Israel. Si el ridículo matara no quedaría de pie ni un solo político o un solo soldado israelí, esos especialistas en crueldad, esos doctorados en desprecio que miran el mundo desde lo alto de la insolencia que es la base de su educación. Comprendemos mejor a su dios bíblico cuando conocemos a sus seguidores. Jehová, o Yahvé, o como se le diga, es un dios rencoroso y feroz que los israelíes mantienen permanentemente actualizado.       

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22 de diciembre de 2008
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Un lugar llamado Oreja de perro en RdL

Guillermo Fadanelli y yo, entonces con pelo largo y no deflecado como lo tengo ahora, en nuestros pueblos fantasmas. Fuente: revistadelibros Una alegría enorme ha sido que la tapa de La Revista de Libros, del diario "El Mercurio", de hoy domingo haya sido destinada al artículo que ha escrito Patricio Jara sobre la reedición de Lodo, la novela de Guillermo Fadanelli publicada en 2002, y Un lugar llamado Oreja de perro, mi novela, ambas publicadas por Anagrama. Patricio ha encontrado un punto de unión en las novelas: las dos suceden en pueblos de apariencia espectral, y en ambas además se intentaría "escapar sin perder la memoria". Dice la nota sobre Lodo de Fadanelli:(...) Lodo cuenta la historia de Benito Torrentera, un solitario profesor de filosofía de 50 años y un metro 80 centímetros, quien está convencido, después de dos décadas en las aulas, de que el futuro de la disciplina se encuentra lejos, muy lejos, de la universidad. Acosado por los fantasmas de los padres fundadores del pensamiento clásico, Torrentera es incapaz de ver el mundo desde otro prisma que no sea la abstracción libresca. Aquello, claro, hasta cuando conoce a Eduarda, una dependiente de la cadena de almacenes Seven Eleven. Ella, 28 años menor, planea robarse la recaudación del día y verá en Torrentera a su mejor aliado. De modo que lo que comienza como una triste novela sobre el resentimiento de un profesor derrotado se transforma en una historia de pistolas y carreteras que conducen a ese "pinche pueblo en el que jamás se detendría ningún policía respetable". El relato, además, es el engranaje que faltaba para articular las otras novelas de Fadanelli, especialmente Educar a los topos y Malacara, que, como explica el propio autor a Revista de Libros, tienen una motivación clara: "A mí no me interesa contar historias, ni entretener a los lectores, sino encontrar sentido al hecho mismo de escribir: el sinsentido, el vacío, el caos están ocultos en los buenos libros, son su esencia". Galardonada con el Premio Nacional de Narrativa Colima de su país, Lodo es una patada en el trasero a la búsqueda de la erudición como fin último, total y excluyente; un corte de mangas a la academia anquilosada y empeñada en entender lo que pensaron otros y perpetuarlo con intolerancia y a rajatabla.Y en lo que respecta a mi novela, dice:Un lugar llamado Oreja de Perro, de Iván Thays, despliega como escenario las ruinas de un pueblo que ha sufrido la violencia de Sendero Luminoso y su doctrina del miedo impuesta por Abimael Guzmán, alguna vez también profesor de filosofía; y junto con ella las asoladas del narcotráfico y de la represión militar. Oreja de Perro (que existe; aún) es un caserío sembrado de fosas comunes donde ha llegado el protagonista de la historia de Thays, un hombre que lleva a cuestas una doble tragedia: la muerte de Paulo, su pequeño hijo, y un matrimonio congelado como consecuencia. Ambos acontecimientos serán prefigurados por Jazmín, una joven lugareña embarazada que oculta un terrible secreto. Un lugar llamado..., que junto con marcar el regreso del autor a la ficción tras casi una década resultó finalista del Premio Herralde, se hace cargo de la memoria personal del periodista-personaje-narrador enviado a cubrir la visita del Presidente Toledo al único lugar donde los campesinos "lograron vencer al terrorismo sin ayuda de la policía" y por lo tanto merecen ser premiados por el Estado ahora que el informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación (un símil de nuestra Rettig) los ha puesto en el inventario del horror nacional. "Para él ese lugar es tan espectral como puede serlo una ciudad fantasma o la misma Comala", comenta el novelista desde Lima. "Un lugar remoto, frío, sin sentido, donde se enferma a cada rato, una ciudad irreal llena de sombras de hombres y perros, como si fuera un set de grabación de David Lynch, que pasan por detrás del telón". Thays articula una historia sobre la soledad, sobre aquello que no se puede olvidar y se encorva en la espalda; un peso que en medio de la sierra se encarna en animales famélicos y de ojos lechosos; en campesinos desdentados que hablan quechua y soportan las burlas de los militares; la bota implacable que está allí para recordar que la violencia no ha terminado y que para que un pueblo merezca ser llamado fantasma, entonces siempre alguien tiene que morir.

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21 de diciembre de 2008
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Contagiados por las rebajas

  Bajó el precio del combustible en las gasolineras y el jueves 11 pasado  el Granma anunció que para abrir una línea de celular sólo se necesita  ahora la mitad del dinero. No es noticia frecuente que el costo de  algo descienda, así que estamos aún dudando si es sólo un regalo de  Navidad o el inicio de un extensivo reajuste de precios. He tenido el  sueño premonitorio ?e ingenuo? que quizás esta ola de rebajas se  extienda también a productos básicos como la leche, que en el mercado  en pesos convertibles tiene el abusivo precio de 2.40 cuc por un  litro. Como mi hijo ya tiene trece años, desde hace seis no le toca la cuota  racionada y los mercaderes ilegales ?con su oferta de leche en polvo?  no han tocado otra vez a mi puerta después del paso de los huracanes.  Comprar el /tetra pack/ de las tiendas en divisas es un sacrificio que  sólo pueden hacer unos pocos y tiene un sabor de estafa oficializada.  De ahí que me gustaría recomendarle al Ministerio de Precios y  Finanzas que amplíe estas rebajas a todos los productos básicos que  exhiben precios prohibitivos. Cuánto desearía que nos dieran una  verdadera sorpresa navideña y antes del 31 de diciembre con el  salario de un obrero pueda pagarse un vaso del preciado lácteo para  cada mañana.

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20 de diciembre de 2008
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La boda de Rachel

 

En un post del pasado domingo, Gustavo Faverón eligió La boda de Rachel entre sus películas favoritas del año. Por casualidad, yo había visto la película de Jonathan Demme un par de días antes, y terminé coincidiendo una vez más con Gustavo. El director de El silencio de los inocentes parecía, con su trabajo sobre Neil Young (Heart of Gold, 2006) y Jimmy Carter (Man from Plains, 2007) haberse dedicado al género documental. Sin embargo, con La boda de Rachel, Demme vuelve por todo lo alto. Su excursión en el género documental ha influído en esta película: la historia de Kym (Anne Hathaway), una drogadicta que sale de una clínica de rehabilitación para asistir a la boda de su hermana, tiene a ratos el aire incómodo y las largas y desenfocadas escenas de una home movie. Cuando asistimos a la ceremonia pre-nupcial en la que familiares y amigos dicen palabras de elogio a los novios, pensamos, ¿cuándo acabará esta tortura? Pero la estrategia de Demme es desarmar con ese tono confesional, para que luego las escenas dramáticas tengan un efecto devastador.

Ésta es una película sobre una familia disfuncional con secretos que amenazan con explotar cualquier rato. La llegada de Kym a la boda es el catalizador para esa explosión. Anne Hathaway demuestra que es mucho más que el rostro bonito de Diario de la Princesa; en la relación con su hermana(rosemarie Dewitt) y su madre, en sus deseos de rehabilitarse y su imposibilidad de superar la culpa por una grave tragedia de la que fue responsable, Hathaway crea a un personaje tan complejo como redondo. No es casualidad que ya haya ganado premios importantes a la mejor actriz del año (National Board Review, New York Film Critics Circle Awards) y que sea finalista a un Golden Globe.   

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19 de diciembre de 2008
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El editor sentenciado

El comentario que José Saramago dedica en su blog a la conferencia que dí en México me anima a publicarla antes de lo previsto.

La deseada muerte del editor

"Recordarán ustedes que hace unas semanas, con motivo de la reciente edición de la Feria del Libro de Frankfurt, el diario El País publicó una entrevista con el conocido agente literario Andrew Willie.

Además de comentar con su característica viveza aspectos de nuestra literatura contemporánea, el agente nos ofreció un impetuoso juicio sobre el mundo editorial y no quiso desaprovechar la oportunidad de ser el primero en anunciar una defunción:

"El editor no es nada, nada"

Obviamente, el diagnóstico está cargado de malas intenciones y publicita, para el que todavía no la conociera, la enemistad puesta entre los editores y este poderoso agente literario. Terrorífico entre los responsables de las editoriales de medio mundo y un verdadero ogro entre sus competidores.

Aunque la agorera sentencia de AW contra los editores no nos agrada, y de hecho la leemos con fastidio, no debemos considerarla una ofensa gratuita. A menudo la hostilidad ajena es la más eficaz ayuda que podemos esperar para enmendar nuestros errores. De ahí que nos convenga entender qué ha querido decir AW y por qué le satisface tanto sentenciar la muerte del editor.

La voluntad política que ha regido el último tercio del siglo XX hizo de la libre circulación de capitales uno de los dogmas más espectaculares de la economía de mercado. La liberalización de los activos financieros -libres sobre todo, como se ha visto, de su propio control contable- adquirió el rango, la potencia y la apariencia de los grandes principios morales de Occidente. Fue un alarde doctrinal, desde luego, pero también una oportunidad para los expertos especializados en la ingeniosa destreza de la especulación.

Hoy sabemos en qué ha acabado el feroz resurgimiento del capitalismo financiero, conocemos la envergadura del destrozo causado a la sociedad y pagamos las consecuencias de un profundo disturbio moral y político. Hoy es visible la consternación producida por el proceso de especulación permanente al que se entregaron las finanzas del primer mundo, pero mientras estuvo vigente la normativa del crecimiento incesante, todo el tejido empresarial fue sometido a un bulímico proceso de adquisiciones, absorciones y fusiones, sin que nadie pareciera estar en condiciones de negarse a participar en el gigantesco festín del capitalismo triunfante.

Las casas editoriales tradicionales -y subrayo lo que desde la Ilustración tiene una editorial de hogar para la cultura- las casas editoriales, digo, también se vieron sometidas o tentadas, invitadas u obligadas a participar en esta enloquecida carrera. Fueron arrastradas por el flujo de las leyes bancarias y obligadas a alterar el comportamiento que durante los dos últimos siglos había distinguido su función social y cultural.

El modelo de relaciones fundado por la Ilustración europea, el nacimiento del intelectual, el diálogo entre editores y autores que vimos tan bien delineado en la historia de La Enciclopedia de Diderot y D'Alembert, se veía inesperadamente alterado por una traumática colisión.

El modelo de gestión empresarial nacido de la vocación editorial, el compromiso cultural que guiaba sus desvelos, la pasión creativa de esos hombres de letras que son los editores, dispuestos a invertir su esfuerzo, sus dividendos, a veces su modesta fortuna personal, para hacer posible un catálogo puesto al servicio del proceso de evolución y educación social, estaba a punto de sufrir un colapso.

El modelo de gestión de los viejos editores consistía en hacer viable su principal propósito: que la cultura de calidad sea un negocio. Este modelo de gestión debe garantizar, como es lógico, su propia subsistencia y hacerlo sabiendo que esa es precisamente su principal obligación: existir. Existir para tener abierta la casa editorial, para ofrecer sus libros a los lectores, para garantizar a los autores que a pesar de todas las incertidumbres aquella seguirá siendo su casa, y que la misión del editor -encontrar lectores para sus obras- se cumplirá sea cual sea el resultado de los primeros esfuerzos.

Las casas editoriales ofrecían a sus propietarios unos beneficios satisfactorios. La media en Europa durante las primeras décadas del siglo XX apenas fue de un 6% anual, pero eso ya bastaba en un mundo en que el éxito se podía medir por la calidad de las novedades editoriales. Un mundo en que el éxito traducía el valor estético, narrativo, intelectual o filosófico de los libros publicados. Un mundo en que el triunfo era también sinónimo del prestigio alcanzado por el editor entre los más avezados, exigentes y preparados de los lectores.

Pero el inicio de la Era Reagan marcó una frontera con el viejo mundo y si el dinero encontraba en la Bolsa las espectaculares rentabilidades que hemos conocido ¿quién querría entretener sus bienes entre pliegos, manuscritos, correcciones, pruebas de imprenta, devoluciones y exiguas liquidaciones anuales?

Las alteraciones que introdujo el capital bursátil en nuestros equilibrios sociales erosionaron el tradicional modo de hacer las cosas y poco a poco también las editoriales se vieron tentadas por el enfebrecido estilo de perseguir a toda costa los más espectaculares rendimientos.

No soy un purista que condene la lógica del capital y creo que el beneficio en su adecuada proporción es un aliciente y un estímulo en muchas de las actividades humanas. No obstante, en contra de lo que se quiere dar por supuesto, el plan de contabilidad en el que hoy se fundamenta la gestión económica es una primitiva y rudimentaria falsificación de lo real.

En los asientos contables se constata tan solo el coste y la ganancia de la cantidad. Y queda fuera de balance el verdadero beneficio del libro: el valor de la educación intelectual que sostiene la integridad cultural de la ciudadanía y la plenitud de su bienestar espiritual.

Los economistas sauvages que se apropiaron de la legislación vigente, imponiendo sus normas contables difundiendo los anhelos de enriquecimiento veloz, no supieron, ni quisieron, elaborar el plan de negocio que contabilice la calidad. Y a esto nos han condenado: a perder de vista un rasgo fundamental de la industria editorial: la noción de beneficio implícita en la calidad de sus productos.

¿Cuántos líderes académicos, políticos, empresariales, sociales, de rotunda influencia en nuestro tiempo, han visto perfeccionada su tarea gracias a la lectura de los mejores autores, al estudio de las mejores investigaciones, a la práctica metódica del pensamiento crítico que procura el ejercicio de la lectura?

Que tales producciones del espíritu y de la inteligencia no llegaran al gran público no quiere decir que no hayan sido contribuciones decisivas al bienestar social.

El éxito de un libro no debe medirse tan solo por la cantidad de ejemplares vendidos. Hay libros que a través de la alquimia de la lectura minoritaria, a través del discernimiento de los más motivados o capaces de sus lectores, regresan a la sociedad en forma de útiles invenciones, propuestas renovadoras o contribuciones decisivas.

No hace falta detenerse a repasar la biografía de los más preparados ni el desarrollo intelectual de los mejores para entender que sus logros dependen de los buenos libros que han llegado a sus manos.

Pero el modelo dominante no está preparado para asumir la envergadura y amplitud de criterio de una contabilidad que integre en su aritmética los verdaderos beneficios de la actividad editorial.

Algunas empresas editoriales se han visto obligadas a caer en la trampa de confundir la cantidad con la calidad y se han dejado seducir por las promesas de un mercado exclusivamente monetarista.

Es en esta convulsa alteración de valores (los culturales pero también los de la economía sostenible) en dónde la figura del editor parece condenada a desaparecer. La profecía de Andrew Willie no sólo expresa el deseo malévolo de su pendenciero portavoz sino una crítica a las actuales insuficiencias del editor.

Si las editoriales producen tan solo los libros cuyas ventas devuelven la mayor ganancia, si los editores abandonan los criterios de la industria intelectual y se convierten en brokers de best sellers, si prescinden del catálogo sobre el que se cimentó su oficio, si hacen pasta de papel con los ejemplares de su fondo editorial, si acuden a las subastas multimillonarias atraídos por nombres o marcas tan famosos como desconocidos... si todo esto tiene lugar en el seno de las viejas casas editoriales, entonces ¿de qué sirve un editor?

Si el autor no puede disponer del consejero íntimo en el que apoyar una lectura consecuente de su manuscrito, si el autor no puede confiar en la autoridad del sello editorial que respalda la aparición de su obra, si el autor no puede aprovechar el contagio de los grandes nombres que figuran en el catálogo del buen editor... si nada de todo eso se puede encontrar tras la puerta de la casa editorial que antes le prestó cobijo, entonces, ¿para qué tocar esa puerta?

Una vez consumada la traumática transformación de la industria editorial, la aparición de los chacales será inevitable: en realidad el oficio de un agente como Andrew Willie se reduce a saber ser hostil y obtener del ejecutivo editorial un buen anticipo y una buena promoción.

Para este tipo de agente literario, que en realidad no consigue ser más que un astuto subastador, el directivo editorial no necesita saber nada de las materias que publica: ya es bastante con que sepa firmar un talón al portador.

Las garantías las ofrece el agente a sus representados mediante un mensaje: no importa ya qué sello editorial publique tus obras. Lo único que importa es que se mantengan en el escaparate de las librerías el mayor tiempo posible. Que aparezca en los medios de comunicación el suficiente número de veces. Que sea citada por locutores y famosos. Eso es lo que importa. Y de eso me encargo yo.

El editor fue el consejero del autor en la era de la industria cultural y el agente -(¿literario?)- quiere ser el gestor del autor en la era de la industria del entretenimiento.

Esta es la mutación que padecemos. El capital salvaje -la pretensión codiciosa de una rentabilidad desmesurada- se apodera de las editoriales y al modernizarlas, las destruye. Las transforma para satisfacer esa tendencia del consumo masivo que en lugar de querer saber, quiere divertirse; en lugar de querer aprender, quiere entretenerse.

Este proceso de mutación, sin embargo y afortunadamente, se vive con incertidumbre. Aunque los hábitos dominantes parezcan inclinarse hacia la banalidad y la estupidez, la confusión de valores y la ausencia de pensamiento crítico, no todo está perdido.

Existen casas editoriales, existen editores y existen agentes literarios y todos ellos pertenecen, con el autor, a una red de equilibrios sociales, a una estructura de relaciones económicas propias de la industria cultural. Es un tejido de compromisos, efectivamente, pues la viabilidad del negocio depende precisamente de un marco de colaboración que va más allá de lo simplemente monetarista.

El compromiso con la historia, el futuro y el presente de la alta cultura europea sigue vivo entre muchos de los que mientras se dedican al oficio de los libros -autores, editores, agentes literarios, críticos, periodistas y libreros-, trabajan para renovar una tradición imprescindible.

Por eso, precisamente, algunos agentes, fascinados por la voracidad de Wall Street, enervados y tan impacientes como descarados, desean liquidar cuanto antes los baluartes de nuestro oficio y con poca disimulada ansiedad declaran que el editor no es nada, nada.

Ciudad de México, 21 noviembre 2008

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19 de diciembre de 2008
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Lo que sofoca y abate

"Qué es lo que me sofoca y me abate? ¡Aire viciado, aire viciado! Algo indeseable se aproxima a mí. ¿He de respirar las entrañas de un alma quebrada?... ¿No es cierto que estamos dispuestos a sobrellevar un cúmulo de miserias, de privaciones, de intemperies, de enfermedades, de preocupaciones y de soledades? Somos en el fuero interno capaces de soportar todo ello, habiendo nacido para una existencia subterránea, una vida de combate. Pues en tal existencia siempre se acaba por volver a la luz, siempre se alcanza un momento dorado de victoria, y entonces uno se alza como aquello que fue en su nacimiento, infrangible, el espíritu tenso, apto a alcanzar nuevos objetivos más difíciles, más lejanos; vívido como un arco al que el esfuerzo tensa todavía más.

Mas de vez en cuando, protectoras divinas, si existís más allá del bien y del mal, otorgarme una mirada que yo pueda a la vez proyectar sobre alguien absolutamente pleno, realizado, feliz, triunfante: alguien de quien pudiera tener algo que temer. Una mirada sobre un hombre que justifique al hombre, una mirada sobre un viento de felicidad, que otorgue al hombre su complemento y su salud y gracias al cual cabría conservar la fe en el hombre... Pues he aquí la situación: la pusilanimidad y la equiparación por lo bajo del hombre europeo constituye nuestro mayor peligro: este espectáculo apaga el alma... Si, el destino fatal de Europa está ahí. Habiendo cesado de inquietarnos ante el hombre, hemos cesado de amarlo".

Expongo aquí sin comentarios este texto de Nietzsche con el que ahora tropiezo, sin saber muy bien cuando lo usé ni tener la seguridad de quien lo tradujo.

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19 de diciembre de 2008
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Músicas para torturar

Ayer  una perseguida por el pinochetismo, contaba en El País, que para torturarla la ponían Julio Iglesias. Hace días otro de aquellos famosos cantantes sentimentales recordaba aquellos chistes de Perich en los que la tortura eran canciones de José Luis Perales. Hay sádicos de todos los gustos, de todas las estéticas y de muchas músicas. Cuando a la torturada chilena le ponían canciones de Julio Iglesias- también de Nino Bravo- con la intención de acallar los gritos, ellas contraatacaban con "Palabras para Julia" de Paco Ibáñez. Yo creo que también, gustándome mucho, habiendo seguido desde muy joven sus canciones, conociendo casi todas sus canciones/poemas cantados, para mí sería una tortura estar condenado a escuchar todo el rato a Paco Ibáñez. Quizá no comparable a tener que escuchar a Julio Iglesias, Nino Bravo o Perales. Toda música impuesta acaba siendo un ruido odioso.
 
Recuerdo aquella película de Polanski, La muerte y la doncella, basada en una obra de Ariel Dorfman, con maravillosa interpretaciones de Ben Kingsley -como el torturador descubierto- y Sigourne Weaver, la chilena torturada. Allí la música de la tortura era mucho más refinada, el personaje de Kingsley escuchaba constantemente la pieza de Schubert del mismo título de la película. Una de las más intensas y hermosas músicas que se recuerden. También puede servir para torturar.
 
No tengo claro si es más torturador, más perverso, el que tiene los gustos tan populares, o tan poco refinados, como para poner a Julio Iglesias o el refinado que escucha a Shubert. Casi me da más miedo el refinado. Me recuerda a lo perverso del personaje de "Las benévolas" o al propio y muy inquietante, perverso y odioso de la obra de Dorfman.
 
En cualquier caso, éste fin de semana, volveré a escuchar a Shubert, no estoy preparado para Julio Iglesias.

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19 de diciembre de 2008
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El gran Sarko no tirará la toalla

¡Cómo le cuesta retenerse a Sarkozy!. Lo suyo es el ataque, el reproche, la polémica, la construcción de un enemigo nítido -un maniqueo- al que darle hasta el carné de identidad. Incluso cuando quiere mostrarse moderado y conciliador, sus instintos letales terminan colándose en sus palabras. Así fue el martes el Estrasburgo, ante el Parlamento Europeo, donde despidió su semestre de presidencia francesa del Consejo de la UE con sombrerazos y reverencias versallescas, la ración de autocomplacencia con que perfuma su ego y unas pocas puyas que ni sus escribanos ni su lengua acerada pudieron evitar. El resultado fue espléndido y agradecido por los parlamentarios, sobre todo en relación a otras presidencias aburridas e insulsas. Cabe pensar también que los parlamentarios se sintieron al fin liberados del hiperpresidente y de su incansable activismo y aplaudieron y elogiaron por tanto una actuación brillante pero embarazosa.

Sería totalmente injusto, en todo caso, desconocer los aciertos y las bondades de esta presidencia. Con Sarkozy, Europa ha contado con los reflejos políticos más a punto de Europa. El presidente francés es un ávido acaparador de reacciones ante los más mínimos acontecimientos, de forma que Europa y él se han hecho un enorme y valioso favor mutuo: la primera le ha dado una nutrida agenda con la que saciar su voracidad y ordenar su presidencia, en vez de andar revoloteando en busca de entuertos que resolver; el presidente le ha entregado a la UE su febril activismo, de forma que ha podido encarar dos crisis bien serias, la guerra de Georgia y la crisis financiera con un jefe de bomberos de guardia de primer orden.

De su programa inicial poco hay que decir, porque incluso en sus logros ha quedado aguado. En algunos casos, afortunadamente: es el caso de la Unión para el Mediterráneo, con la que pretendía puentear y excluir a Alemania y a los países del norte y del centro de Europa, cerrar el paso al ingreso de Turquía en la UE, quitar protagonismo a España, anular el Proceso de Barcelona y situar a Francia en el centro de una organización alternativa a la UE, todo con los dineros de esta última y por tanto de los 27. El resultado final, debidamente aguado, fue aceptable para todos y sólo cabe esperar y ver que va a hacer Sarkozy con ella ahora, cuando ya no tendrá la presidencia de la UE. Dada la ambición y la audacia del personaje, cabe sospechar que la Unión para el Mediterráneo puede servir en sus manos, junto al G-8 y el G-20, para prolongar los efectos y las intervenciones públicas como presidente in pectore de Europa.

Lo más destacable, en todo caso, es el aire paleogaullista que Sarkozy ha introducido con su presidencia. Hay una especie de reticencia permanente frente a la Unión Europea, hasta el punto de que apenas utiliza esta expresión. Prefiere hablar de Europa, y de sus naciones, que pertenecen al mundo ideológico del gaullismo más genuino. A diferencia de De Gaulle, ningún recelo tiene para la Comisión Europea: le ha limado uñas y dientes y la ha puesto a su servicio. Durao Barroso le hace de secretario. Pero es la Europa de las decisiones tomadas por unanimidad. La iniciativa es de los jefes de Estado y de Gobierno: las naciones, qué caramba.

Una Europa intergubernamental, en la que corten el bacalao los cuatro más grandes, es la idea que lleva Sarkozy en la cabeza. Sabe que es la mejor posición para Francia: con una Alemania ensimismada, sin asiento permanente ni derecho de veto en el Consejo de Seguridad, sin arma nuclear; una España sin tradición ni auténtica vocación de liderazgo europeo; sólo le queda la euroescéptica y atlántica Gran Bretaña, que le va como anillo al dedo para sus planes. De ahí que no le importe echar más agua todavía al Tratado de Lisboa: le ofrece a Irlanda un comisario por país, sabiendo que constituye un grado más en la disolución de la Comisión y en su instrumentalización por los Gobiernos.

Las reuniones de urgencia para enfrentar la crisis se han guiado por un esquema de este tipo, que margina las instituciones europeas y crea una arquitectura ad hoc, adaptada a las necesidades y ambiciones francesas. Sarkozy ha utilizado la presidencia semestral francesa de la UE para erigirse en el líder europeo del G8 y a continuación del G20, repartiendo incluso boletos de admisión para la reunión de Washington el 15 de noviembre. Ni el eurogrupo ni la Comisión ni el propio Consejo, el órgano que da sentido a la presidencia, han jugado el papel que debían jugar.

Hay que reconocer la originalidad y la astucia de este juego que diluye las instituciones y el propio concepto de Unión Europea y convierte al presidente de Francia en el presidente de Europa. L'Europe c'est moi. Cuando habla de que Europa hace o dice tal o cual cosa, todos entienden muy bien que se trata de sí mismo. El presidente, que encarna a Francia, se ha lanzado ahora a encarnar Europa, y a partir del primero de enero, cuando termina la presidencia le costará soltar esa presa simbólica. En vez de poner las instituciones, en este caso europeas, al servicio de las personas, Sarkozy las pone al servicio de las personalidades y, sobre todo, de su personalidad. La cosecha al final de la presidencia no ha podido ser mejor. Para Francia y para el soberanismo francés que se niega a diluirse en la Unión Europea y quiere conservar la excepción francesa en todos los campos.

Queda por ver, en todo caso, el camino que seguirá el gran Sarko para seguir exhibiéndose como presidente de Europa sin serlo. Lo que es seguro  es que el 1 de enero, cuando empieza la presidencia checa, no tirará la toalla.

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19 de diciembre de 2008
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Sesión XXVIII. Cuentos Comentados

El conflicto, como seguiremos viendo en próximas clases, es el motor de la narración, el elemento que aglutina a todos los demás y le da sentido a nuestro cuento.  En las narraciones cortas este el nudo, mientras que en las novelas suele haber más de uno, como si fueran pequeños eslabones de una cadena, o más bien pequeños cráteres donde bulle el magma narrativo. Quizá se trata de la diferencia sustancial entre cuento y novela: la intensidad de lo narrado. Como habrán podido observar, es pues imprescindible que el narrador conozca a fondo lo que realmente quiere contar y que procure no dejar ningún cabo suelto. A veces tenemos una idea aproximada de lo que queremos contar y sólo nos damos cuenta de lo que en realidad late en el fondo después de escribirlo. Por ello, siempre he pensando que el proceso creativo de un escritor se parece más a un descubrimiento que a una creación. Esta semana nos dedicaremos a analizar cómo han funcionado los cuentos que hemos elegido pues nos parece imprescindible que intentemos, entre todos, desentrañar los mecanismos utilizados para cumplir con la consigna.

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19 de diciembre de 2008
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El Boomeran(g)
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