Edmundo Paz Soldán
En un post del pasado domingo, Gustavo Faverón eligió La boda de Rachel entre sus películas favoritas del año. Por casualidad, yo había visto la película de Jonathan Demme un par de días antes, y terminé coincidiendo una vez más con Gustavo. El director de El silencio de los inocentes parecía, con su trabajo sobre Neil Young (Heart of Gold, 2006) y Jimmy Carter (Man from Plains, 2007) haberse dedicado al género documental. Sin embargo, con La boda de Rachel, Demme vuelve por todo lo alto. Su excursión en el género documental ha influído en esta película: la historia de Kym (Anne Hathaway), una drogadicta que sale de una clínica de rehabilitación para asistir a la boda de su hermana, tiene a ratos el aire incómodo y las largas y desenfocadas escenas de una home movie. Cuando asistimos a la ceremonia pre-nupcial en la que familiares y amigos dicen palabras de elogio a los novios, pensamos, ¿cuándo acabará esta tortura? Pero la estrategia de Demme es desarmar con ese tono confesional, para que luego las escenas dramáticas tengan un efecto devastador.
Ésta es una película sobre una familia disfuncional con secretos que amenazan con explotar cualquier rato. La llegada de Kym a la boda es el catalizador para esa explosión. Anne Hathaway demuestra que es mucho más que el rostro bonito de Diario de la Princesa; en la relación con su hermana(rosemarie Dewitt) y su madre, en sus deseos de rehabilitarse y su imposibilidad de superar la culpa por una grave tragedia de la que fue responsable, Hathaway crea a un personaje tan complejo como redondo. No es casualidad que ya haya ganado premios importantes a la mejor actriz del año (National Board Review, New York Film Critics Circle Awards) y que sea finalista a un Golden Globe.