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Eder. Óleo de Irene Gracia

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El año entre manos (3)

Y sin embargo -contradiciendo a Yeats, nada menos- el centro sigue sosteniéndose. Por supuesto que este centro no alude a una posición política sino al eje simbólico que vertebra el mundo, la columna que hace posible nuestra existencia. ¿Por qué seguimos aquí, pues, todavía respirando sobre esta Tierra en las primeras horas del año que despunta? Porque a pesar de la enjundia de los peores, existen millones de personas sobre este planeta -de todas las razas, de todas las confesiones, de todas las clases- que despiertan cada día con la convicción silenciosa de vivir de manera positiva, aspirando a una felicidad que no está construida sobre el malestar de los otros.

Lo que yo tengo que oponer a la portentosa malicia de mis congéneres más poderosos es muy simple, hasta nimio: la sonrisa del pequeño Bruno, mi hijo de cuatro meses. Bruno despierta cada mañana y de cada siesta con la misma, clara sonrisa que ilumina los días de nuestra familia. Por supuesto, no lo atribuyo a un mérito individual de Bruno sino a la condición de su existencia: la mayoría abrumadora de los niños del mundo que viven como él -bien alimentados, abrigados y mimados, por oposición a aquellos que, por ejemplo, son bombardeados a diario o no tienen padres o son víctimas de la violencia de la miseria- tienden a despertar con una sonrisa, en tanto identifican la vigilia con el placer elemental de vivir.

Mi madrina Sara, que en paz descanse, solía contar que le pedía a mi padre que preservase la sonrisa que al parecer yo también tenía de niño. Intuyo que lo decía ante la evidencia de que yo ya no sonreía de la misma manera que en las fotos más viejas. Mi pobre madrina debe haber sobreestimado el poder de mis padres, de cualquier padre: sólo podemos preservar la sonrisa de nuestros hijos hasta el momento en que el mundo irrumpe en nuestro mundo privado, proponiendo una dinámica infinitamente más salvaje. Pero eso no significa que debamos bajar los brazos. Este 2009, por lo pronto, me presenta el desafío de preservar la sonrisa de Bruno durante 364 días en el seno de mi hogar; y en lo que hace a la actividad que me enfrenta al resto del mundo, aun en la consciencia de lo modesto de mis posibilidades, me insta a optar por la belleza en vez de su negación, a creer en la generosidad de una especie que nació gregaria en vez de practicar -como tantos de ‘los peores' que monopolizan los titulares de los diarios- la ferocidad del predador solitario.

Como sé que no estoy solo en esta intención -ustedes están ahí, por lo pronto- me animo a pensar contra toda esperanza que este 2009 puede ser un año maravilloso.

Por lo pronto, amén.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El imperio ausente

La próxima ronda es para la paz. Las noticias atroces que llegan de Gaza parecen desmentirlo, pues son combustible para el serpentín violento que calienta la región, ese círculo vicioso que buscan los terroristas, y que lleva a descender siempre un peldaño más hacia los infiernos. Pero la guerra lanzada por el Tsahal apenas tres semanas antes de la toma de posesión de Barack Obama como presidente de Estados Unidos, se explica precisamente porque estamos en puertas de un nuevo ciclo político de obligada eficacia en la zona. A pesar de la enorme prudencia del presidente electo de Estados Unidos, que sólo ha querido pronunciar unas breves frases compadeciendo la suerte de la población civil palestina e israelí, es evidente que la política norteamericana hacia Oriente Próximo cambiará de forma sustancial a partir del 21 de enero.

El tema de discusión es el calibre de este cambio. Y no faltarán los escépticos de todos los bandos que proclamen la inmutabilidad del apoyo incondicional de Washington a Israel. Pero los israelíes saben que será imposible superar a George W. Bush en cuanto a incondicionalidad. Saben también que Obama situará a la diplomacia en el centro de su política exterior, lo que no excluye la amenaza militar o incluso la intervención si hace falta. Pero va a quedar clausurada una etapa de militarización de la política exterior y sobre todo de la lucha contra el terrorismo, conducida por los neocons, en la que los gobiernos israelíes se han movido a sus anchas. Ésta es una situación que ya no regresará: ningún otro primer ministro israelí tendrá las manos libres como la han tenido Ariel Sharon y Ehud Olmert con George W. Bush. Pero lo más importante es que Barack Obama quiere comprometerse inmediatamente en una estrategia general para toda la región, en la que la neutralización del Irán nuclear, la estabilización de Irak y de Afganistán y la paz entre Israel y Palestina son piezas de un mismo y complejo puzle. No esperará, como han hecho Clinton y Bush hijo al final de su mandato para hincar el diente al proceso de paz en Oriente Próximo. Y ya ha quedado claro de sus manifestaciones y de las de sus asesores que su compromiso puede llevarle a utilizar las negociaciones directas, sea con Hamás, sea con el régimen de Teherán.

La operación Plomo Fundido, en plena transición presidencial, está pensada precisamente para condicionar el tamaño del cambio norteamericano hacia Oriente Próximo. Para complicarle las cosas a Barack Obama, no para facilitárselas, como cínicamente han argumentado medios neocons norteamericanos. La osadía argumental llega incluso a señalar que Israel está realizando un servicio a todos los países democráticos en su guerra global contra el terror, cuando de lo que se trata es precisamente de prepararse para sentarse en la mesa de negociación en la posición más favorable posible y con las otras partes bien debilitadas. Algo en lo que hay coincidencia con Hamás, que quiere asentar su autoridad sobre los palestinos y reivindicarse como su Gobierno legítimo y lo hace intensificando la provocación a partir del 19 de diciembre, una vez rota la tregua de seis meses. Lo que saben hacer unos y otros es la guerra, matar y morir. De ahí que estén aplicándose a conciencia a su tarea, a costa de expandir el dolor entre los civiles de ambos lados de la línea de demarcación, antes de verse forzados a regresar al camino de la paz.

Esta ofensiva no tiene como objetivo desmantelar las lanzaderas de misiles palestinos. Tampoco derrocar a Hamás. Ambos son probablemente de muy difícil alcance. Es de muy corto recorrido la mera explicación electoralista. Ni siquiera el objetivo más plausible, como es rebajar la peligrosidad del partido islamista, con una buena pasada militar que debilite sus infraestructuras y diezme su militancia, constituye el centro de la invasión. El objetivo de Israel es militar ante todo, y consiste en sacarse la espina de la guerra del Líbano y restaurar, en la medida de lo posible, su prestigio como potencia en la zona y su disuasión convencional. En dos direcciones: de cara a su peligroso vecindario, y de cara a Washington. Esta vez ha escogido atacar Gaza. Pudo ir más lejos y atacar el centro de enriquecimiento nuclear de Natanz en Irán, al igual que hizo en 1981 con la central iraquí de Osirak o más recientemente en 2007 con una instalación secreta en la región siria de Deir ez-Zor. Es un mensaje de dureza ante el período que se abre: si hemos atacado Gaza, también podemos hacerlo con Irán.

De forma pacífica y encomiable también Sarkozy está aprovechando este vacío político para seguir avanzando sus peones. No hay crisis internacional en la que no aparezca el hiperpresidente francés, ocupando el vacío del imperio declinante o quizás sólo momentáneamente ausente y en transición.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Revolución en el jardín

Jorge Ibargüengoitia

Reino de redonda

La presente antología de crónicas de la vida diaria es una magnífica presentación pública  (o representación, o reintroducción o como se quiera llamar) de Jorge Ibargüengoitia, un escritor altamente apreciado en México y que sin embargo apenas ha tenido lectores en España. /upload/fotos/blogs_entradas/revolucin_en_el_jardn_med.jpgAunque sea un deseo que roza lo milagroso (pues de todos es conocida la dureza de oído del lector español) sería justo y  necesario que la presente antología se convirtiese en un éxito de ventas capaz de animar a otros editores a reeditar las restantes novelas y crónicas de este sorprendente autor.
Jorge Ibargüengoitia nació en Guanajuato en 1928 y vivió la práctica totalidad de su vida en el barrio de Coyoacán de México D.F. Tras un breve pero intenso intento de convertirse en dramaturgo, a principios de la década de 1960 reorientó su interés hacia la novela, teniendo la suerte de que la primera, Relámpagos de agosto, fuese merecedora del premio Casa de las Américas correspondiente a 1964. Cuatro años después, y mientras seguía escribiendo novelas (Maten al león (1967), La ley de Herodes (1967), etc) empezó una colaboración con el diario Excélsior que se prolongaría hasta 1976, año en que el presidente Echevarría lo cerró, harto del continuo acoso al que ese periódico le tenía sometido. Ibargüengoitia encontró acomodo en la revista Vuelta, de Octavio Paz, y continuó alternando las novelas con esas crónicas que consolidaron su prestigio y su condición de fino estilista. Salvo que él, crítico implacable de la cotidianidad, nunca se dejó atrapar por los halagos y respondía a éstos diciendo que sus colaboraciones periodísticas eran tan sólo una forma de disfrutar de una semana laboral de un solo día.

Si señalo la fecha de nacimiento y la inequívoca condición de autor sedentario (o en absoluto cosmopolita, si se prefiere) y cuyo terreno de caza favorito son sus contemporáneos y convecinos, es porque me interesa resaltar que se trata de un hombre de otra época y otro continente, y cuyos referentes vitales y culturales nada tienen que ver con los de un lector español del siglo XXI. A pesar de lo cual resulta asombrosa la cotidianidad y cercanía de lo que escribe,  firmado hace cuarenta años y centrado en personajes, costumbres y sucesos de entonces.  E invito  al  lector desconfiado a que abra el libro por la página 167 y lea esa pieza titulada "Los Caporetto ya no viven aquí". Ignoro qué pensará ese lector, pero lo que es yo estoy seguro de haber tenido no hace mucho por vecinos a los Caporetto, o bien he oído contar su historia en alguna reunión familiar, o le ha pasado a alguien que me es muy próximo. Y lo diálogos, qué prodigio. De un suceso perfectamente banal,  una pieza antológica.

Tampoco es una mala entrada leer la crónica que da título a la presente antología, Revolución en el jardín, en la que se cuenta con una sobriedad admirable el viaje del autor a Cuba para recoger el premio Casa de las Américas. No creo haber leído una crítica a la Revolución castrista tan demoledora, ni  un presagio más certero de lo que inevitablemente iba a pasar, ello a mitad de la década de 1960 y cuando el castrismo era la gran esperanza blanca de los revolucionarios  de todo el mundo. Ni una expresión malsonante, ni la menor queja o crítica, al revés, el que escribe es un hombre agradecido por haber sido premiado y que, en principio, participa de las esperanzas que tantos desheredados tenían puestas en Cuba.

Otro aspecto muy notable de estas crónicas es la variedad de sus temas.  La presente antología ha salido de siete recopilaciones ya publicadas antes, dos en vida del autor y el resto con carácter póstumo.  Y sin embargo, pese a que para él eran un medio de vida y tenían un carácter periódico, resulta difícil encontrar temas repetitivos, sonsonetes, esos recursos a los que acude todo cronista cuando le apura la fecha de entrega y anda corto de inspiración. Puede recurrir con frecuencia a la crítica cinematográfica, interesándole por lo general películas de las que nadie más hablaría, aunque tampoco le arredra enfrentarse a un supuesto tótem como Elisa vida mía, de Saura. Al igual que hace con la revolución cubana, el crítico se disfraza de espectador convencido de estar asistiendo a una proyección excepcional. Y sin levantar la voz ni recurrir a inconveniencias, la entonces tan alabada película de Saura empieza a mostrar sus incongruencias, afeites, tics y desfallecimientos. Pero lo mismo le ocurre con una frase que alguien le dice al vuelo ("Cómo sabe que lo que usted ve es lo mismo que vemos los demás"), con las vacaciones de la criada, un monumento erigido en una ciudad de provincias o los regalos navideños. Nunca sabes de qué va a tratar la crónica siguiente, pero sí sabes que puedes sumergirte en ella con la seguridad de ser el beneficiario de una inteligencia, una sensibilidad y una mirada de lince puestas a tu servicio, y todo ello ofrecido en un lenguaje limpio, directo y de una bonhomie muy de agradecer.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La ciudad como enciclopedia cultural

Rafael Argullol: Creo que deberíamos acostumbrarnos a medir lo que llamamos creación a partir de esos otros criterios, criterios mucho más vivos, que están mucho más presentes en la vida secreta de las ciudades, y en nuestra propia vida secreta cuando nos internamos en ella
Delfín Agudelo: A mí me parece muy interesante, y en el caso de París fundamental, esa vida secreta, porque los elementos digamos inherentes al mismo París, incluso en su infraestructura vial, invitan al secreto. Pienso específicamente en Montmartre, que entre muchos otros es un espacio laberíntico: hay calles que tienen una curva de noventa grados y continúan llamándose igual; hay calles que salen de esas calles y conservan el mismo nombre, en algo que uno pensaría que no es posible pero lo es.
Ahora bien, ¿cómo asumir la creatividad inherente a un tipo de estructura así? Me llama la atención de qué manera podemos refrescar la poética de las ciudades una vez caemos en cuenta de todo lo que se ha hecho. Recuerdo a Louis Sébastien Mercier, siglo XVIII, quien siempre dijo: "Yo escribo con las piernas". Escribía su caminar. Escribo acerca de lo que camino, mi verdadera labor consiste en el  caminar. Si sabemos que eso es París, si sabemos que París es caminar, ¿cómo hacemos un acercamiento a esa idea que conocemos, sin que sea viciada o repetida? No me refiero solamente a París: ¿qué poética podemos sacar de Londres, cómo la podemos variar? ¿Hay que crear una poética nueva? ¿Será posible que París en algún momento deje de ser la capital de los encuentros?
R.A.: Es que la ciudad marca su propia personalidad cultural, a través diríamos de su mapa, de su plano,  de su estructura. París ha facilitado desde el siglo XIII o XIV, y sobre todo desde el XVIII, el paseo: ha facilitado al flâneur, y ha facilitado el perderse, porque no es lo mismo un paseo en el que tienes una completa nitidez de coordenadas en todo momento, que un paseo en el que puedes llegar a naufragar, a perderte a extraviarte en el laberinto. Yo mismo, por ejemplo, en Barcelona intento en determinados barrios, como el Gótico, nunca tener una percepción muy clara de por dónde van las calles, para tener la oportunidad de eso que es un regalo de los dioses: la habilidad de perderte en tu propia ciudad. Creo también que hay un factor importante que está en el espíritu de ciudades sobre todo como París, pero también como evidentemente Roma o Praga, o como pueden ser muchas de las ciudades europeas, en relación a las ciudades americanas. A mí, la primera vez que fui a Nueva York, Manhattan me pareció una estructura fascinante, pero sin embargo me llamó mucho la atención que las calles, como en Bogotá, muchas veces están numeradas, así como en otras ciudades americanas. Eso, debo reconocer, me chocó, y me repelió: acostumbrado a Europa, donde nosotros podemos ir de la calle Einstein hasta la esquina Paul Valéry, y de allí a la Plaza Shakespeare, no es lo mismo que si tu vas de la avenida tercera o a la calle catorce y luego a la rotonda cinco. Porque primero te somete ya a una tensión simbólica que influye en tu propio viaje, en tu propia percepción.
Creo que una ciudad como Nueva York, que tiene una vitalidad extraordinaria, sin embargo tiene más condiciones de perder la centralidad cultural que una ciudad como París. Es muy cierto lo que Walter Benjamin proclamó, París como capital del XIX,  pero aún ahora es una especie de doble  muy digno de sí mismo, a pesar de que quizás está en cierto período algo crepuscular respecto a aquella época. En cambio me pregunto si Nueva York, pongamos por caso, si Estados Unidos perdiera de manera irreversible su papel de primer plano de potencia del mundo, como algunos economistas auguran para los próximos treinta años, está del todo preparada para establecerse con tal potencia como París. Aunque pueda parecer un poco naive, me preocupa la numeración de las calles; me preocupa una cierta incapacidad para el paseo con extravío tranquilo -no el paseo con el extravío que te secuestran o machacan-, ese paseo a lo parisino, en que te vas sintiendo apaciblemente perdido, o te ibas sintiendo apaciblemente perdido a medida en que ibas viendo y descubriendo cosas en la misma ciudad. Esto naturalmente llega  a su máxima expresión en la ciudad que siendo muy poco activa culturalmente en la actualidad es la ciudad más estable como capital cultural del mundo: Roma. Roma, aunque efectivamente nada de lo que es vanguardia en nuestros días está allí, te facilita por completo ese extravío a través de la historia del espíritu humano. Nosotros normalmente pecamos de demasiada exigencia de presentirnos de la realidad. Lo que realmente marca la personalidad de una ciudad es su capacidad para los encuentros, su capacidad para que el duelo con el azar sea denso, y su capacidad para hacerte atravesar tu espíritu humano, pero no su capa más reciente, sino incluso sus capas más profundas del espíritu humano: esto en Roma lo tienes privilegiado. Lo tienen otras ciudades muy antiguas que no diríamos que marcan la antigüedad cultural como pueden ser Benarés, Damasco, y luego lo tienen ciudades que equilibran mucho más y esto me parece muy mágico- lo antiguo y lo moderno, como es el caso de Londres y sobre todo de París, que es ese sutil equilibrio que es, creo, lo que facilita esa idea de que cualquier encuentro sea posible porque de lo que está muerto en unas ruinas, aparte de espectros, no se espera más; en una ciudad nueva, de planta nueva, uno por falta de digamos memoria de las sombras espera encuentros limitados. Ahora, estando en la ciudad que logra equilibrar la mirada antigua, la memoria antigua, como el presente poderoso, es cuando se posibilita el encuentro de una manera mucho más sensible y compleja.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Radiografía y cifras

  El portal Desde Cuba -donde están alojados este blog y algunos otros- saca a pasear sus estadísticas. Aunque no creo mucho en eso de los números, lo cierto es que los datos son demasiado buenos para esconderlos. Sigo pensando que buena parte de las personas que encuentro en la calle y dan muestras de leer este sitio no llegan a él desde una conexión a Internet, sino a través de copias en Cds, Memory Flash y los emails enviados por parientes y amigos desde el extranjero. Gran responsabilidad en la subida de los hits han tenido los que han bloqueado la web hacia el interior de Cuba. Con su torpe accionar, no parecen reparar en que nada es tan atractivo como lo prohibido. Disfruten las cifras, pero no se queden atrapados en las estadísticas? lo mejor que nos ha pasado no aparece reflejado en esa curva que sube y sube.



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8 de enero de 2009
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Buenos sentimientos… versus labrar una ética

En cierta ocasión en que visitaba al antropólogo Don Julio Caro para proponerle su incorporación a una facultad recientemente creada en San Sebastián, dándose la circunstancia de que había entonces elecciones, se quejaba de la indigencia de los eslóganes que colgaban de farolas  y cubrían fachadas,  señalándome con sorna que  ningún candidato  proponía  algo que chocara con los buenos deseos o las buenas intenciones, los cuales, como el valor en la milicia, a cada uno se le suponen.

He tenido ocasión de repetir por activa y por pasiva que nadie necesita clases de virtud, que la capacidad de discernir entre quien se está comportando como un caballero y quien lo está haciendo como un cerdo es inherente a la condición humana, o si se quiere que el kantiano "imperativo categórico" es efectivamente un universal del espíritu.

/upload/fotos/blogs_entradas/metafsica_de_las_costumbres_1_med.jpgCorolario de lo que precede es que los estudios de "Ética" han de consistir en todo caso en discernir las razones de Kant para afirmar tal aserto, y no en establecer un breviario de buenos comportamientos. En suma: ascética  lectura de la kantiana Metafísica de las costumbres (también, obviamente, de las objeciones que se  han hecho a este texto en idéntico registro de elevación conceptual) y no catequesis, más o menos laica.

Pues el problema del bien no consiste en discernir dónde reside, sino en asegurar las condiciones sociales de posibilidad de su eventual realización en el registro social, lo cual supondría entre otras cosas la lúcida asunción de que el bien tiene límites en nuestra condición animal o finita.

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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El móvil o celular (2)

Una tecnología tan avanzada como la de Star Trek, que permita desintegrase físicamente y volver a recomponerse en otro sitio, exigiría unas condiciones por lo menos como las de Matrix, una dimensión más virtual. Llegados al punto de vencer la antigravedad y de pode desplazase ente las estrellas disfrutando de vistas panorámicas y de todas las comodidades terrestres, parecería normal no necesitar móvil ni ningún tipo de aparato para comunicarse con la nave desde cualquier otro planeta como muchas veces se ven obligados a hacer los protagonistas de la serie, sino que sería suficiente la implantación de microchips o nanorrobots en el cuerpo, conectados por un lado con nuestras neuronas y por otro con la red, por lo que estaríamos comunicados con conocimientos de todo tipo desde una realidad virtual, que nos haría replantearnos la vida en todos los órdenes. Más o menos esto es lo que propone uno de los grandes padres de la cibernética, Raymond Kurzweil.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Masa crítica

Curiosamente no es la escasez la causa de nuestros males sino la superabundancia de la abundancia, el superbeneficio del beneficio, el extremismo (o la extremaunción) de la exageración. La crisis no procede de una falta de bienes, como las malas cosechas, como las prolongadas sequías o carestías por el estilo, sino por el superestallido de lo muy gordo, por el pinchazo de lo muy henchido, por el desinflamiento del gran festín y quién sabe si por razón precisamente de haber originado una acumulación de riqueza en un vector social que ha provocado por su peso el desequilibrio del edificio, una basculación de su apilamiento excesivo que ha conducido a vencer los pilares del sistema. O bien, que esa acumulación ha alcanzado fatalmente su masa crítica y que, en consecuencia, como en la física, ha desencadenado la desintegración.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La nieta de Hellmans

Frasco. Fuente: diariodelmaestro Mario Bellatin ha publicado en el reciente Etiqueta Negra su último cuento, titulado "La nieta de Hellmans" y misteriosamente dedicado para Para l.f.f, el verdadero autor. Como un regalo retrasado de Reyes (el atraso se debe a que no pude abrir el archivo ayer) les dejo el cuento en Moleskine Literario, enviado por el mismo Mario (quien, por cierto, cada vez tiene más fans en la Fan Page de Facebook que le creé hace unas semanas). Así empieza el relato:Ayer olvidé nuevamente regar a hellmans. Suele suceder. A pesar de que hace años, en la clase de botánica, nos dijeron que debíamos estar atentos a su cuidado, pendientes de proveer lo necesario para que hellmans continuase de manera normal con su crecimiento. Que mantuviera las condiciones adecuadas para seguir engendrando retoños. Hasta ahora sólo podemos estar seguros de que posee una hija, lo de la nieta es sólo una manera de mirar las cosas. Puede ser que sean, tanto los hijos como la nieta, sólo extensiones caprichosas de su anatomía, si es que las plantas poseen semejante conformación. ¿Se les llamará anatomía a sus estructuras? En este caso la de hellmans parece ser bastante compleja. A pesar de que el maestro en clase nos trató de explicar su conformación molecular, nunca he podido estar seguro de dónde comienza y acaba su individualidad. Lo que nos pareció sorprendente ?recuerdo que lo comentamos con otros compañeros de curso- es cómo hellmans parecía desafiar las reglas de la naturaleza que aprendimos a lo largo de aquel curso escolar. Creo que en ese periodo se sitúa el inicio de mi odio posterior a todo lo que tenga que ver con lo que suele conocerse como docencia. En ese curso de biología asistimos a una suerte de homenaje a la muerte. Todos los demás retoños que plantamos durante la primera semana de clase desaparecieron casi de inmediato. Salvo hellmans, quien me acompaña hasta ahora, en que comienzo mi propia vejez, encerrado en un frasco que conseguí de una forma que aún me causa cierto tipo de vergüenza?Para leer todo el relato, hacer clic aquí.



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8 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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De las piedras de David a los tanques de Goliat

Este artículo fue publicado por primera vez hace algunos años. Su paño de fondo es la segunda intifada palestina, en 2000. Me atrevo a pensar que el texto no ha envejecido demasiado y que su ?resurrección? está justificada por la criminal acción de Israel contra la población de Gaza. Por eso, ahí va. DE LAS PIEDRAS DE DAVID A LOS TANQUES DE GOLIAT Afirman algunas autoridades en cuestiones bíblicas que el Primer Libro de Samuel fue escrito en la época de Salomón, o en el período inmediato, en cualquier caso antes del cautiverio de Babilonia. Otros estudiosos no menos competentes argumentan que no sólo el Primero, sino también el Segundo Libro fueron redactados después del exilio de Babilonia, obedeciendo su composición a la denominada estructura histórico-político-religiosa del esquema deuteronomista, es decir, sucesivamente, la alianza de Dios con su pueblo, la infidelidad del pueblo, el castigo de Dios, la súplica del pueblo, el perdón de Dios. Si la venerable escritura procede del tiempo de Salomón, podremos decir que sobre ella han pasado, hasta hoy, en números redondos, unos tres mil años. Si el trabajo de los redactores fue realizado tras el regreso de los judíos del exilio, entonces habrá que descontar de ese número unos quinientos años, más arriba, mes abajo. Esta preocupación de exactitud temporal tiene como único propósito ofrecer a la comprensión del lector la idea de que la famosa leyenda bíblica del combate (que no llegó a producirse) entre el pequeño David y el gigante filisteo Goliat, está siendo mal contada a los niños por lo menos desde hace veinte o treinta siglos. A lo largo del tiempo, las diversas partes interesadas en el asunto elaboraran, con el consentimiento acrítico de más de cien generaciones de creyentes, tanto hebreos como cristianos, toda una engañosa mistificación sobre la desigualdad de fuerzas que separaba los bestiales cuatro metros de altura de Goliat de la frágil complexión física del rubio y delicado David. Tal desigualdad, enorme según todas las apariencias, era compensada, y luego revertida a favor del israelita, por el hacho de que David era un jovencito astuto y Goliat una estúpida masa de carne, tan astuto aquél que, antes de enfrentarse al filisteo, buscó en la orilla de un riachuelo que había por allí cerca cinco piedras lisas que se metió en la alforja, tan estúpido el otro que no se dio cuenta de que David venía armado con una pistola. Que no era una pistola, protestarán indignados los amantes de las soberanas verdades míticas, que era simplemente una honda, una humildísima honda de pastor, como ya las habían usado en inmemoriales tiempos los siervos de Abrahán que le conducían y guardaban el ganado. Sí, de hecho no parecía una pistola, no tenía cañón, no tenía barrilete, no tenía gatillo, no tenía cartuchos, lo que tenía era dos cuerdas finas y resistentes atadas por las puntas a un pequeño trozo de cuero flexible en la parte cóncava en la que la mano experta de David colocaría la piedra que, a distancia, fue lanzada, veloz y poderosa como una bala, contra la cabeza de Goliat, y lo derrumbó, dejándolo a merced del filo de su propia espada, ya empuñada por el diestro fundibulario. No por ser más astuto el israelita consiguió matar al filisteo y darle la victoria al ejército del Dios vivo y de Samuel, fue simplemente porque llevaba consigo un arma de largo alcance y la supo manejar. La verdad histórica, modesta y nada imaginativa, se contenta con enseñarnos que Goliat no tuvo siquiera la posibilidad de ponerle las manos encima a David, la verdad mítica, emérita fabricante de fantasías, nos acuna desde hace treinta siglos con el cuento maravilloso del triunfo del pequeño pastor sobre la bestialidad de un guerrero gigantesco al que, finalmente, de nada podía servirle el pesado bronce del casco, de la coraza, de las perneras y del escudo. Por lo que podemos concluir del desarrollo de este edificante episodio, David, en las muchas batallas que hicieron de él rey de Judá y de Jerusalén y extendieron su poder hasta la margen derecha del río Eufrates, nunca más volvió a usar la honda y las piedras. (Continuará)       



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8 de enero de 2009
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