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Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Una nueva era tecnológica y política?

La llegada de Franklin Delano Roosevelt a la Casa Blanca revolucionó muchas cosas. Algunas fueron absorbidas por la normalidad muy de prisa, hasta convertirse en parte del paisaje y ya nadie retiene en la memoria que su origen está en aquellos días graves y trepidantes de la Gran Depresión. Una de ellas fueron los nuevos hábitos presidenciales en relación a las formas de comunicarse con los ciudadanos. Todos los presidentes siguieron después su estela, de forma que un aspecto fundamental del New Deal se instaló en las prácticas de la Casa Blanca a partir de aquel momento. Algo muy parecido está sucediendo ahora con la llegada de Obama, como continuación de una campaña electoral de fuerte componente tecnológico en la que ya se anunció una nueva forma distinta de hacer política y de organizar la vida pública. A estas cuestiones, que a veces pasan desapercibidas a los observadores políticos, preocupados de los ‘contenidos', de la acción política y de la legislación, se le va a prestar una especial atención en el Foro de Davos, tanto en alguna sesiones de debate como en las propias prácticas comunicativas del WEF, muy próximas en algunos aspectos a la propia organización electoral de Obama en cuanto a tecnologías de la información y de la comunicación.

Roosevelt cambio el estilo presidencial y se propuso y obtuvo una mayor cercanía con los ciudadanos. La figura del presidente hasta su llegada a la Casa Blanca, el 4 de marzo de 1933, quedaba muy alejada de la calle; apenas había contactos con la prensa; y sus comunicaciones públicas eran muy reducidas. Roosevelt no se propuso comunicar más y mejor, sino que tenía una auténtica necesidad política de hacerlo para resolver los problemas acuciantes que tenía ante sí.

El país entero había perdido toda confianza en su sistema bancario e incluso monetario. Lo primero que hizo después de tomar posesión fue decretar vacaciones bancarias y paralizar el comercio del oro, que aprovechó para legislar un paquete de medidas de control y supervisión de los bancos. La jornada de reapertura quedó fijada nueve días después de su Inauguration, el lunes 13 de marzo. El día anterior, domingo, mantuvo la primera Charla junto a la Chimenea, en la que se dirigió directamente al país por radio desde la Casa Blanca, una práctica que se convirtió en costumbre y que luego ha quedado convertido en el hábito presidencial de dirigirse al país por radio todos los sábados; Obama lo ha sustituido por un vídeo que cuelga en Youtube, con un éxito de audiencia todavía mayor.

Pocos días antes, Roosevelt había revolucionado otras costumbres de la mansión presidencial. Su antecesor, Herbert Hoover se reunió con un grupo de periodistas quizá en un par de ocasiones en toda su presidencia. Roosevelt convocó a la prensa en el Despacho Oval, anunció que iba a recibirles dos veces a la semana y estableció el código de conducta que se instaló ya para siempre entre la prensa: habría unas declaraciones presidenciales destinadas a ser reproducidas (on the record), otras destinadas meramente a ilustrar y fundamentar los conocimientos de los periodistas (background) y otras que los periodistas debían conocer pero nunca atribuir al presidente (off the record).

La Casa Blanca de Roosevelt organizó también un eficaz departamento de correspondencia para garantizar que los millares de cartas que llegaban cada día recibían cumplida respuesta presidencial. En resumen, puede decirse que el primer mandatario democrático que hizo un uso realmente a fondo de los medios de comunicación fue Roosevelt. En la otra orilla del Atlántico había otro mandatario, éste totalitario, que también estaba haciendo un uso intensivo y extensivo de los medios, pero para la propaganda de su régimen de partido único y para aplastar y perseguir a la oposición y a la población alemana de religión judía.

Obama llega en un momento en que se produce un nuevo cambio de época en cuanto a  los usos de los medios. También él quiere conectar directamente con los ciudadanos, saltándose en su caso a los medios tradicionales a través de portales y blogs en Internet, sms, móviles y redes sociales (social media). Su uso durante la campaña para organizar, financiar y difundir mensajes ha sido prodigioso, pero ahora viene la fase del poder, en la que quiere utilizar las nuevas tecnologías para cambiar la forma de hacer política.

Va a tranformar las comunicaciones de la Casa Blanca, va a cambiar los métodos de trabajo y de militancia del Partido Demócrata y también de las instituciones parlamentarias. Todo esto tiene aspectos muy positivos, pero también otros preocupantes, pues los ciudadanos que le han seguido en la campaña, una lista de 13 millones con sus direcciones e mail,  "pueden convertirse en una red de información exclusivamente alimentada por un punto de vista gubernamental sin concurrencia", según señala un artículo de The New York Times.

Los sistemas de comunicación de Obama serán objeto de debate y también de uso práctico en Davos. Me atrevería a decir que se puede seguir la Cumbre perfectamente desde cualquier punto del planeta donde haya banda ancha y un ordenador. Ya dije ayer que una de las cosas excelentes de esta reunión es que sirve para ponerse al día en lo que refiere a las tecnologías de la información y de la comunicación. Ahí van las direcciones del World Economic Forum que permiten seguir sus reuniones, contactos y debates y a la vez ver cómo funcionan estos nuevos medios e imaginar cómo se podrán utilizar por parte de los partidos políticos y de los gobernantes. El programa puede consultarse aquí. El Open Forum o foro abierto, que se celebra en el exterior, organizado por las iglesias protestantes suizas, tiene su propia dirección. Las ruedas de prensa se podrán seguir en directo a través de estas dos direcciones (1 y 2). Las fotos se podrán ver, naturalmente, en Flickr. Las propias sesiones abiertas serán retransmitidas. Y estarán también en YouTube. En cuanto a redes sociales, el WEF está en Facebook; en MySpace; y en Twitter. Hay también agregadores de blogs como FriendFeed y Davos Universe. Así como la posibilidad de suscribirse a través de RSS feed



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27 de enero de 2009
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El último Marai

"Estoy esperando el llamamiento a filas; no doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora", escribe Sandor Márai en su diario, el 15 de enero de 1989. Seis días después, el autor húngaro se mata de un tiro en la cabeza, rematando a la vez un interminable exilio empezado en 1948. ¿Qué más se puede decir del fin de un genio? El último diario del autor, que abarca los años 1984-1989 (editorial Salamandra), es para mí la confirmación de que tenemos en Márai uno de los grandes escritores del siglo XX.

Desde el éxito de la reedición de su novela El último encuentro, los libros de Márai no se van de las mesas en las librerías del mundo hispanohablante. Se traduce poco a poco toda su obra y nunca nos decepciona. Temía la lectura de estos diarios cuya publicación empieza por el fin. Creía encontrar la amargura de una derrotada historia: irse de Budapest para terminar su vida en San Diego, al sur de California, no es -no puede ser- un sueño para Márai. Pero la lectura entrega un Márai monumental, un hombre que no se detiene en los detalles y camina hacia su muerte como un caballero y un filósofo. Márai elude a los temores elementales y cita a Gide quien escribió "Paul Claudel piensa que se puede llegar al cielo en coche-cama". Márai no tiene coche y poco duerme en la cama; camina por la calle con un bastón, compra una pistola para ser el dueño de su propia salida y asume su vida de exiliado: lecturas, cartas desde Hungría y, por supuesto, el peso de los recuerdos.

¿Qué más hace Márai en sus últimos años? Cuida a su esposa, Lola, y su hijo adoptivo, Janos. Ambos lo adelantan en la muerte. Entonces, sólo queda Márai y el misterio de la vida. No intenta entregar un mensaje definitivo. Lee por la noche Gyula Krudy, poco conocido fuera de Hungría a pesar de ser el monumento literario de Budapest. Abre Don Quijote, "la novela más hermosa de la literatura mundial". Se pregunta quién tiene la razón entre los filósofos presocráticos: "los que consideraban que el universo era la inmutabilidad y los que creían que el universo era el cambio permanente".

"La muerte no constituye un problema. El hecho de morir sí" apunta Márai. Tenemos un gran testimonio de un caminar digno hacia aquel hecho.

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27 de enero de 2009
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La lectura y la verdad interior (sobre el prefacio a ‘Sésamo y lirios’ de John Ruskin)

En estos textos he venido presentando una concepción casi heroica de la tarea del escritor, y en general del artista, sustentándome sobre todo en la enorme tensión literaria de la Recherche de Marcel Proust, mas también en las reflexiones explícitas del Narrador, principal protagonista de la obra. Párrafos como el que tantas veces he evocado relativo a la prueba del fuego, al "verdadero juicio final", que el arte constituiría, son suficientemente probatorios de esta radicalidad:

 "En cuanto al libro interior de signos desconocidos, para la lectura  de los cuales nadie podía ayudarme brindándome un método, esta lectura consistía en un acto de creación en el que nadie puede sustituirnos, ni siquiera colaborar con nosotros.  Por ello, ¡cuántos eluden el escribirlo! ¿Qué tarea no están dispuestos a asumir, con tal de escapar a ésta? Cada acontecimiento, ya sea el affaire Dreyfus, ya sea la guerra, proporciona la excusa oportuna para no descifrar dicho li­bro. Pretendían asegurar el triunfo del Derecho y la justi­cia, rehacer la unidad moral de la nación... se trataba sólo de excusas... excusas que en el arte no constan, pues en éste las intenciones no cuentan... el arte, lo más absolutamente real, la escuela más sobria de vida y el verdadero Juicio Fi­nal...."

Ya he señalado la necesidad de una prudencia a la hora de identificar personajes de la Recherche, empezando por el del principal protagonista, cuyas opiniones no pueden sin más ser confundidas con las de Marcel Proust. Sería sin embargo artificioso ignorar que el autor de la Recherche ha escrito múltiples páginas explícitamente reflexivas o ensayísticas sobre la función de la literatura y sobre las razones de sus efectos sobre el lector. Las más célebres son sin duda las que recoge el volumen titulado Contre Sainte Beuve, en el cual se esfuerza en demoler el método propugnado por el célebre crítico, métodos  consistentes, en la síntesis del propio Proust, "en no separar al hombre de la obra", lo cual obligaría al que intenta explicar esta última a  procurarse "todas las informaciones posibles sobre el autor, coleccionar su correspondencia ,interrogar a las personas que lo han conocido, hablando con ellas si están aun vivas, leyendo lo que han escrito al respecto si están muertas".

Pero en otros lugares Proust aborda la cuestión digamos con más cariño, en razón simplemente de que -aun no coincidiendo propiamente en la opinión respecto al tema- tiene por la persona de que habla enorme respecto y admiración. Tal es el caso del Prefacio [Versión española de Manuel Arranz, Pre-textos, Valencia 1996] que escribe para su propia traducción de Sésamo y lirios, de John Ruskin. Prosguiré mañana esta reflexión.

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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Corto Maltés y la aventura de hoy (2)

En el principio, el Corto busca lo mismo que tantos otros aventureros profesionales: tesoros hundidos, dinero, rarezas arqueológicas. Pero con el correr del tiempo su búsqueda se vuelve más mística que material. Es verdad que siempre tuvo una raíz mística: el Corto buscaba tesoros no tanto por su valor en metálico, sino por un amor a la búsqueda en sí misma-y a lo que representa en tanto desentrañamiento de lo oculto. Aun así, su evolución lo ayuda a desprenderse del componente material de esta persecución para concentrarse más bien en su aspecto quimérico: la entrada al mundo oculto de Mu se convierte en un saber más preciado que aquel cifrado en el mapa del mejor tesoro.

Particularmente en sus últimas aventuras -Las Helvéticas, Mu-, las peripecias del Corto son ante todo travesías del alma. Alguno dirá: pero los mejores libros del Corto Maltés no son esos, sino aquellos en que la aventura más tradicional está al frente, desde La balada del mar salado hasta Corto Maltés en Siberia. En todo caso se trata de aquellos relatos en los que el balance entre lo mundano y lo trascendente está mejor logrado. Para tratarse de un aventurero hecho y derecho, el Corto exhibe desde el comienzo un apego más que tenue a las ganancias materiales. En la mayor parte de sus historias pierde tesoros tan pronto los encuentra, sin mostrar contrariedad alguna; es como si el Corto evaluase la cuestión de acuerdo a la calidad del juego que entrañó hallarlos, antes que por su valor en efectivo. Más aun: el Corto parece siempre extrañamente dispuesto a sacrificarlo todo -las coordenadas del tesoro, el tesoro mismo- a cambio de bienes inmateriales como el amor de Pandora Groovesnore o la amistad de Rasputín. (Uno de los mejores personajes de la ficción mundial, dicho sea de paso: la capacidad de Pratt para hacer que Ras sea siempre tan cruel e impredecible como entrañable es -créanle a un escritor- un verdadero acto de equilibrio en las alturas.)

Cuando los sabios con que el Corto se cruza en el camino le dicen que busca algo que nunca encontrará, están predicando para un converso: el Corto sabe bien que no le hablan de tesoros. Por eso su derrotero se parece cada vez más a lo que los medievalistas llaman quest, una aventura-búsqueda con un objetivo no material sino místico -quest, por ejemplo, es la persecución del Santo Grial. Lo que el Corto intuye, y empieza a practicar de inmediato, es que en este mundo ya no queda lugar para las aventuras que no transitan por la avenida central del alma.

 

(Continuará.)



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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Clinton?

¿Qué Clinton? ¿El marido, que ya ha pasado a la historia? ¿O la mujer, cuya historia, en mi opinión, sólo ahora va a comenzar, por muy senadora que haya sido? Quedémonos con la mujer. Invitada por Barack Obama para la Secretaría de Estado, tendrá, por primera vez, una gran oportunidad para mostrarle al mundo y a sí misma lo que realmente vale. Obviamente también la tendría, y con más razones, si hubiese ganado las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. No ganó. En todo caso, como se dice en mi tierra, quien no tiene perro, caza con gato, y creo que todos estaremos de acuerdo en que la secretaria de Estado norte-americana, gato no es, sino tigre, felinos uno y otro. A pesar de que la persona nunca me ha caído especialmente simpática, le deseo a Hillary Diane Rodham los mayores triunfos, y el primero de todos es que se mantenga siempre a la altura de sus responsabilidades y de la dignidad que la función, por principio, exige. Lo dicho hasta aquí no es nada más que una introducción al tema que he decidido tratar hoy. El lector atento se habrá dado cuenta de que escribí el nombre completo de la nueva secretaria de Estado, es decir, Hillary Diane Rodham. No ha sido por casualidad. Lo he hecho para dejar claro que el apellido Clinton no le vino dado por nacimiento, para mostrar que su apellido no es Clinton y que haberlo adoptado, ya sea por convención social, ya sea por conveniencia política, en nada altera la verdad de las cosas: se llama Hillary Diane Rodham o, en caso de que prefiera abreviarlo, Hillary Rodham, mucho más atractivo que el gastado y cansado Clinton. Ni uno ni otro me conocen, nunca han leído una línea mía, pero me permito dejar aquí un consejo, no al ex presidente, que nunca les ha prestado gran atención a los consejos, sobre todo si eran buenos. Le hablo directamente a la secretaria de Estado. Deje el apellido Clinton, que se parece mucho a una chaqueta rozada y con los codos rotos, recupere su apellido, Rodham, que supongo que será el de su padre. Si él todavía vive ¿ha pensado en el orgullo que sentiría? Sea una buena hija, dé esa alegría a la familia. Y ya de paso, a todas las mujeres que consideran que la obligación de llevar el apellido del marido fue y sigue siendo una forma más, y no la menos importante, de disminución de identidad personal y de acentuar la sumisión que de las mujeres siempre se ha esperado.       



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26 de enero de 2009
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Animal de papel

Nada hay más divertido para un niño que reinventar el mundo a la medida de sus ocurrencias. Poco importa si luego de conseguirlo no siente ya deseos de habitarlo, pues al fin se trataba nada más de creérserlo. Se siente uno orgulloso de sus métodos, les pone nombre, implementa palabras novedosas a la medida de cada invención. Cree, y no se equivoca, que jugar con las palabras es dar vuelo a los dichos más allá de los hechos, y en tanto retorcer unos y otros. Jugar a perpetrar realidades alternas supone a largo plazo la tentación triunfante de verse dentro de ellas y hacer del horizonte una elección. Estar en todas partes menos donde se debe (o como se decía entre las abuelas, menos en misa) implica contraer deudas distintas y tornar impagables las precedentes.

Ahora mismo debería estar encerrado en la habitación contigua, en cuyo piso yacen aproximadamente ciento veinte metros de líneas horizontales en tiras de diez páginas engomadas. Algo remotamente similar al tórax y las piernas de una novela. Pero si cada engrane de ficción es una fechoría funcional, hay que ver el festín de trastadas secretas que se van revelando no bien se miran juntas en un solo cuerpo. Hasta antes de imprimir el primer borrador -incompleto, tullido, cuchipando y no obstante de pie- el libro era una idea celosamente oculta; desde hace una semana, me asomo a la recámara y creo incluso que lo oigo respirar. Es, no me cabe duda, un animal. Si cuando niño no logré sonsacar a nadie para que jugara al circo de papel conmigo -los niños me miraban con extrañeza, nunca supe explicar cómo lo haríamos-, ahora la fiera acepta sola el reto. Quiere jugar conmigo, me conoce de cerca y en detalle; no en balde lleva su existencia entera parasitando mis obsesiones mayores. Me gustaría decir que me prefiere, pero si eso parece es sólo porque a nadie más puede morder.

Decir que soy su amo sería tanto como encarnar en pato y querer apuntarle a la escopeta. Desde que duerme en tiras de papel de dos y medio metros cada una -me he pasado diez horas pegándolas-, esperando a que llegue con las tijeras a practicarle la primera de sabrá el diablo cuántas cirugías mayores, me escurro ante su puerta prometiéndome que lo haré mañana, aunque no cualquier día esté uno listo para meter las garras en las entrañas del animal. Lo cierto es que no sé cuándo lo haré, ni cómo. Es posible que esté escribiendo estas líneas sólo para perderle el respeto al animal.

Pergeñar criaturas ficticias de papel buscando que después vayan y vengan solas y muerdan por su cuenta es un oficio apenas compatible con la salud mental, repleto de obsesiones enfermizas que no explican del todo la necesidad de dar vida al ficticio adefesio. Pienso en aquella escena de Posesión, donde Isabelle Adjani es mancillada vísceras adentro, en un andén del metro, por el embrión maligno que la habita. No puede uno enseñar al monstruo como está, hace falta peinarlo, equiparlo con ojos, boca y nariz, ponerle los bracitos, afilarle los dientes. Construirlo con el celo del vecino callado que inventa una granada de fragmentación.

Llega la hora de entrar, al mando de plumiles y tijeras. En lenguaje infantil, es algo así como animarse a armar una Scalextric de quinientos tramos, alimentando la fantasía extrema de que un corto circuito incendie la casa y rostice completo al animal. Puedo oírlo roncar, huelo su aliento a azufre desde acá. En resumidas cuentas, nada me tranquiliza más en este mundo que tenerle este miedo a mi engendro y esperar que una noche me coma vivo. Todo es cuestión de hacerle una buena dentadura.

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26 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Madrid espía

Hay webs y tiendas a pie de calle especializadas en todo tipo de artilugios de espionaje que podemos comprar usted y yo, personas que sólo hemos visto detectives y micrófonos ocultos en las películas. Bien, pues a raíz del rocambolesco entramado de espionaje montado en Madrid en torno a políticos del PP y cuya apasionante investigación nos ha ido entregando EL PAÍS, hemos caído en la cuenta de que hoy día espía puede ser cualquiera, sólo hay que tener ganas y falta de escrúpulos. La oferta está ahí, al alcance de todos y con aplicaciones de lo más cotidianas, desde el pinganillo-chuleta publicitada con una nota que dice "por favor, no utilice una chuleta electrónica o un pinganillo para copiar en un examen, no es ético", hasta el móvil espía "ideal para el control de los hijos menores". Por supuesto, este sofisticado mercado también se encarga de vendernos chips para la encriptación de móviles. Que se quieren cámaras ocultas, las hay de corbata, de botón, mirilla, en un libro para vigilar si la asistenta quita bien el polvo, en un osito para controlar a la niñera, en el detector de humos (ya no podré volver a desnudarme inocentemente delante de ninguno), en unas gafas de sol y en la gorra de visera. En el reloj, en un espejo, en el ambientador del WC, en el televisor, en una cinta de vídeo, en un bolígrafo. También se puede uno hacer con un kit de ganzúas, y en el apartado micrófonos, lo que quieras. De pared, de teléfono, direccionales. Y puestos ya, ¿a quién no le tienta un cambiador de voz?

Pero si no queremos mancharnos las manos directamente, podemos contratar un detective privado, como en las legendarias novelas de Hammett y Chandler, sólo que con menos épica, para que siga al cónyuge y así enterarnos de lo que no hemos sido capaces de averiguar por nuestra cuenta con la convivencia y el roce. No sé qué puede ser más sórdido, si lo que se descubra o el hecho de pagar porque un desconocido husmee en tu propia vida. O en la de los hijos. En el capítulo de los hijos se está ensayando de todo y no se le hace ascos a nada, porque la privacidad de los hijos se convierte en un capricho en cuanto puede repercutir en nuestros dolores de cabeza. De forma que hay padres que para saber si el niño se droga o tiene malas compañías lo hacen seguir, lo que sin duda resulta bastante más cómodo que echar horas y horas de charla con el hijo, tener que conquistárselo, personarse en los sitios que frecuenta y que se consideran dudosos... Cuando hay que recurrir a estas artimañas puede que sea porque no se le ha mirado de frente y abiertamente, porque no se le ha hablado con claridad y por una grandísima falta de confianza y por vaguería. ¿No empeorará más la relación investigarlo, sobre todo si el chico se entera?

Para meterse en una faena así hay que ser de una pasta especial porque cuando uno se pone a mirar por el ojo de una cerradura se puede encontrar con algo escabroso que habría preferido no ver y porque saber de las vidas de los demás algo que ni los mismos protagonistas conocen puede llevar a una especie de aislamiento como le ocurre a Harry Paul (Gene Hackman) en la película La conversación, de Francis Ford Coppola. Después de tantos años aún produce melancolía la soledad de ese hombre que acaba obsesionado por las conversaciones grabadas a una pareja, cuya suerte de alguna manera él ha torcido. El clima de la historia fue muy bien entendido por una sociedad atacada por la psicosis del caso Watergate. Paranoia, remordimientos, sentimiento de culpa. Harry tiene bastante que ver con el oficial de la Stasi de esa otra estupenda película (de hace un par de años) La vida de los otros, en que se dedica a husmear en los entresijos de una pareja, el matrimonio Dreyman. Una historia mucho más esperanzadora y candorosa que la anterior, porque aquí el oficial de la Stasi eleva su pobre y rancia existencia a través de la vida de esos otros que le enseñan nuevos paisajes del alma y una cierta inocencia que conviene preservar por el bien de todos. Me pregunto cuántos escuchadores, espías, detectives habrán ido a ver esta película y habrán querido sentirse identificados con su heroicidad. En La conversación, Harry acaba desmoronado, tocando el saxófono completamente solo; en La vida de los otros, el oficial también acaba solo, aunque investido de ángel de la guarda. Al final son de la misma pasta.

Publicado el domingo 24 de enero de 2009.



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26 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Isaac Babel: Los desastres de la guerra

Quizás por el hecho de que hace unas semanas escribí sobre Bruno Schulz, me puse a pensar en el ruso Isaac Babel, otro autor judío de entreguerras relacionado con Polonia. Babel pertenece a una categoría importante en mi biblioteca: los clásicos que, por haber escuchado tanto de ellos, siento que he leído, pero que todavía tengo que descubrir por mi cuenta. Allí están Broch, Crane, Tanizaki, Yañez. Babel estaba en ese grupo hasta hace poco; ahora ha dejado, por fin, de pertenecer a esa selecta compañía. Faltan muchas maravillas por descubrir en mi propia casa: suena algo mágico, saber que hay tesoros enterrados en el mismo espacio donde uno pasa la mayor parte de sus días.

Babel nació en 1894 en Odessa. Quiso ser comerciante, como su padre, pero la vocación literaria lo ganó: a los quince años, ya comenzaba a enviar sus primeros cuentos a los periódicos rusos, y estudiaba francés y memorizaba los cuentos de Maupassant, que influirían tanto en su obra. Se graduó en derecho y en 1916 se mudó a San Petersburgo, donde conocería a su admirado Gorki, que publicaría los primeros cuentos de Babel en la revista literaria que dirigía. Debido a su origen judío y algunos textos satíricos contra el régimen zarista, la policía lo puso en su lista de indeseados y le hizo la vida imposible. Por recomendación de Gorki, Babel dejó de escribir un tiempo y se dedicó a otras cosas. Entre 1917 y 1923, militó en el ejército comunista Rojo, siendo su experiencia en la guerra de 1920 contra Polonia la que inspiraría su clásico Caballería roja (1926). Ese libro lo llevó a tener problemas con las autoridades estalinistas (estaba destinado a ser un escritor incómodo para el poder, fuera éste zarista o soviético). En 1934, los "realistas socialistas" que dominaban el Congreso de Escritores de la Unión Soviética, rechazaron la obra de Babel. Vinieron años de acoso estalinista, hasta que en 1939 fue arrestado y condenado falsamente por participar en una organización terrorista. En enero del 1940, fue ejecutado en la prisión de Butyrka. Tuvo que esperarse hasta la muerte de Stalin en 1953 para que se iniciara su rehabilitación.

Hay coincidencias en las biografías de Schulz y Babel, pero sus obras son muy diferentes. Si Schulz tiene algo surrealista, Babel es siempre un realista; si Schulz está constantemente utilizando la fantasía para evadirse de la opresión de la cotidianeidad, Babel lo que muestra son pesadillas. Los cuentos de Caballería roja le ocasionaron problemas porque mostraba una visión descarnada de la guerra en la que su bando, el soviético oficialista, no era idealizado. En un cuento, "Mi primer ganso", el narrador, un soldado judío en un regimiento de cosacos, recibe la burla de sus compañeros por ser un "niño bonito" con gafas. Para mostrar que es digno de pertenecer al regimiento, el narrador aplasta a un ganso con sus botas, "hasta que el blanco cuello quedó extendido sobre el estiércol". El precio a pagar por esa muestra obligada de valor es que las consecuencias de la guerra se cuelan en el inconsciente del narrador: esa noche, ya aceptado por sus compañeros, sueña con mujeres, pero su corazón, "manchado por el asesinato, crujía y sangraba".

Los efectos de la guerra aparecen en casi todos los cuentos: un soldado pierde la cordura al serle arrebatado su hermoso caballo blanco ("Historia de un caballo"); otro mata por la espalda a una mujer que contrabandea sal ("La sal"); las poblaciones judías de Polonia son saqueadas sin misericordia ("Guedali"). El narrador, alter ego de Babel, sabe que todo es inútil: "Con un tiro -lo declaro-sólo conseguimos librarnos de una persona: un tiro es una gracia para él y una asquerosa facilidad para nosotros. Con un tiro no se llega al alma, ni al lugar que ésta ocupa ni a la forma de manifestarse". Lo protegen, no del todo, su ironía y la escritura.

Terminada la guerra, la escritura será para Babel como el pharmakon de Platón: su salvación y su condena. Ya sabemos cómo terminó todo: triunfó Stalin por un tiempo, pero a la larga ganó Babel.

 (La Tercera, 26 de enero 2009)



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26 de enero de 2009
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Saúl Antonio Martínez Gutiérrez

Era subdirector del diario El Imparcial de Matamoros, Tamaulipas. Lo ejecutaron el 24 de marzo de 2001. Su cuerpo apareció en el asiento trasero de su camioneta con evidentes muestras de tortura y cuatro disparos en la cabeza. Había publicado una serie de reportaje sobre el tráfico de inmigrantes y el nexo de los "polleros" (traficantes de seres humanos) y la policía local en la frontera México-estadounidense. Fue amenazado en varias ocasiones, pero se negó a llevar escolta. El asesinato sigue impune.

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26 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Obama y Tom Paine

 

Una usuaria de este blog (¿Amalia?) rubrica mi texto anterior con una irónica sentencia: "Amén".

La estaba esperando. Tampoco yo me siento cómodo reproduciendo las buenas intenciones de los demás. "El gobierno servirá a la comunidad, etc..." La política es la eclosión ordenada de un conflicto perpetuo y sería ingenuo creer que vamos a conciliar con armonía la hostilidad de los contrarios. Y sin embargo, las Constituciones son el instrumento jurídico del que nos dotamos para saber qué queremos. Si se leen en voz alta -la nuestra, incluso- acabará por sonar una marcha trufada de emociones épicas. ¿Debe darse por agotado este capítulo? Decíamos que los españoles asisten con mal disimulado enfado a estos excesos retóricos: no obstante, se recibe con beneplácito el feroz sarcasmo contra el adversario. Ahí es dónde la política adquiere para nosotros la razón tribal que nos conmueve. A diferencia de los discursos como el de Obama en Washington, las diatribas hirientes no necesitan ser refrendadas por la verdad. Excitan nuestros instintos de lucha y eso basta. Es lo que más se parece a un partido de fútbol, siempre tan gratificante. Pero nuestro rubor hispánico no debe impedirnos comprender la singularidad de Obama: no es el ángel redentor ni la bondad hecha carne ni el afán de perfección que sus críticos le imputarán. Ha formulado un modelo de acción política y ahora veremos qué obstáculos le impedirán cumplir la máxima que el Presidente Jefferson anotaba en su carta a Tom Paine: "la única tarea de un gobierno es garantizar los Derechos del Hombre..."

 



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26 de enero de 2009
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