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2020. Diario del confinamiento (5) Llamando a la Tierra

El confinamiento erosiona mi sentido de la realidad. A veces la casa se agranda y otras veces se achica. El espacio se torna tan elástico como el tiempo y empiezo a sentirme a años luz de mi más inmediato pasado mientras escucho Llamando a la Tierra, la versión que hace MClan de Serenade from the stars de Steve Miller Band. En contra de lo habitual, los versos de MClan son mucho mejores que los de la canción original:

He visto una luz, hace tiempo

Venus se apagó.

He visto morir

una estrella en el cielo de Orión.

El confinamiento crea una frontera temporal, parecida a la que puede crear una guerra. Estamos jugando con fuego, tal vez estamos perpetrando una locura, donde el remedio podría ser mucho peor que la enfermedad, pienso, mientras prosigue la canción:

No hay señal, no hay señal

de vida humana y yo

perdido en el tiempo,

vivo en otra dimensión.

Todo se hizo mal desde el principio. No haber jugado bien las cartas en su momento nos ha llevado a esta pesadilla sin sentido y sin fundamento. O con un sentido y un fundamento de naturaleza abominable. Estamos entrando en la dimensión china. ¡Es inaudito!”, me digo a mi mismo. La canción continúa:

Soy el capitán

de la nave, tengo el control.

Llamando a la Tierra,

esperando

contestación.

Soy un cowboy

del espacio azul

eléctrico.

A dos millones de años luz

de mi casa estoy.

Esto podría acabar muy mal, algunos lo presienten, aunque no lo digan. Esto podría estallar como una bomba de relojería, y los minutos pasan, y las horas, y los días. Circulan muchas palabras, pero bajo ellas discurre el denso silencio de lo que no se puede decir, de lo que ni siquiera se puede nombrar”, le digo a la pared mientras sigue la canción:

Quisiera volver,

no termina nunca esta misión.

Me acuerdo de ti como un cuento

de ciencia-ficción.

No estoy mal, juego al póquer

con mi ordenador.

Se pasan los días,

no hay noticias desde la estación.

Como el viajero interestelar, no estoy mal, o al menos eso quiero pensar, si bien se trata de un pensamiento demasiado fugaz. Juego al ajedrez con una sombra y ya ni siquiera llamo a la estación que me permitiría volver a la realidad. ¿A qué realidad? ¿A que mundo? ¿Aún existe el mundo? ¿Dónde está? Estoy demasiado lejos de mi propio ser. Mi casa ya no es mi casa, está llena de fantasmas, de consignas, de órdenes, de mordazas. De pronto me doy cuenta de que el país se ha militarizado. Al fin conozco la alienación: la emergencia de algo ajeno al yo, difícil de controlar, el deslizamiento de la individualidad hacia una dimensión extraña ”, me digo a mi mismo sumido en el estupor.

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31 de marzo de 2020
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Esos molestos viejos vulnerables

El personaje del cuento Una historia aburrida de Antón Chéjov, ostenta el alto rango de consejero privado en la nomenclatura imperial, y ha sido honrado con todas las condecoraciones deseables. Se trata de anciano de sesenta años de edad.
 

Todavía a inicios del siglo pasado, el que llegaba a los cuarenta años se dejaba crecer la barba, y dejaba atrás sus impulsos y ardores juveniles. Ya no se diga una mujer que a los treinta no se hubiera casado, era declarada oficialmente solterona.

Una de las grandes proclamas humanitarias de la civilización moderna, ha sido la conquista de índices cada vez más altos de longevidad, sobre todo en los países del primer mundo. En Estados Unidos la esperanza de vida en 1900 era de 47 años, cuando hoy es de ochenta; y España, en el mismo periodo, pasó de 32 a 83 años. En medio siglo, aún América Latina ha ganado 25 años en expectativa promedio de vida, para situarse en 75 años.

El concepto de vejez temprana, entendida como senilidad, duró por muy largo tiempo en la historia, salvo si aceptamos como válidas las copiosas edades que se mencionan en el Antiguo Testamento, que deberíamos atribuir mejor a un error en las cuentas de los escribas.

A la misma edad del ilustre viejo de Chéjov, que a los sesenta siente que ha llegado el fin de su vida, fue que Cicerón escribió, veinte siglos atrás, su canto de cisne en De senectute. A ese anciano que mira reflexivo hacia el pasado como una forma de prepararse ante la inminencia de la muerte, desahuciado por sí mismo, se le encuentra hoy en el gimnasio. 

Atlético, bien bronceado, puede servir como modelo de ropa deportiva, con un palo de golf en la mano. La gloria de la tercera edad empieza a parecer tan inmarcesible, que hay quienes piensan necesario inventar una cuarta. Y también las parejas felices de ochenta están en la publicidad, anunciando el Viagra, porque el sexo entra también en el catálogo de derechos restituidos.

Norberto Bobbio, el gran pensador italiano, quien osó acercarse a la centena con plena lucidez creativa, y escribió también su propio De senectute, habla de la inserción de los viejos en el mercado, porque son una clientela, y son cortejados como portadores de nuevas demandas de mercancías. 

Pero la pandemia del corona virus, que saca filo al sentido de supervivencia, hace que se establezcan nuevos parámetros para medir a los viejos, que se convierten, de pronto, en una piedra en el zapato. Es el grupo de riesgo por excelencia, y de allí se tiende a extraer las más variadas y coloridas conclusiones. 

O sacrificamos la economía, o sacrificamos a los viejos, se proclama. El vicegobernador republicano del estado de Texas, Dan Patrick, lo dice sin andarse por las ramas: "mi mensaje es este: volvamos al trabajo, volvamos a la vida, seamos inteligentes, y aquellos de nosotros que tenemos más de 70 años, ya nos cuidaremos de nosotros. No sacrifiquemos el país". Al menos, por lo que puede verse, Míster Patrick ofrece voluntario su pescuezo.

Este reclamo de que los viejos se sacrifiquen para salvar el todo a costas de una parte, responde a una premisa general, tal como la enuncia Lloyd Blankfein, antiguo presidente de Goldman Sachs: "las medidas extremas para rebajar la curva del virus son adecuadas durante un tiempo para reducir la carga sobre la infraestructura sanitaria. Pero destruir la economía, los empleos y la moral es también un asunto sanitario y afecta a muchas más cosas".

Viene en respaldo suyo Dick Kovacevich, expresidente del Wells Fargo, quien propone dejar el encierro de la cuarentena: "algunos enfermarán, algunos incluso puede que mueran, no lo sé"... ¿quieres sufrir las consecuencias económicas o el riesgo de tener síntomas parecidos a los de la gripe o una experiencia como la de gripe? Tienes que elegir".

Algunos morirán. Los viejos, ya sus cartas están marcadas. A los jóvenes no les pasará nada, les dará un simple resfrío. Y si toda la población se contamina, mejor, pues todo el mundo quedará inmunizado.

Salvo los viejos. A esos, ya les tocaba de todos modos, es la ley de la selección natural; sólo los más fuertes sobreviven. De allí que los apóstoles defensores de la religión de la economía, no tardarán en enlistar también a otros seres humanos desechables, de los que se puede prescindir en aras del bien común.

Y eso me trae a la mente también esas armas de destrucción masiva, tan inteligentes como para matar gente, pero que preservan, intacta, la economía; es decir, la infraestructura productiva y los templos del consumo. Para que nos demos cuenta que la economía, deidad abstracta hecha de cifras y curvas estadísticas, es una cosa, y la gente otra. 

¿Y la longevidad? ¿Y las nuevas cotas de esperanza de vida? Hay que olvidarse, y entregarnos todos, cuanto antes, a la normalidad de la muerte.

Mientras tanto, los viejos a escondernos.

 

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30 de marzo de 2020
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La causa de la naturaleza y la causa del animal de razón (VI): la animalidad perdida

El "Rousseaunismo" da hoy un paso más: nostalgia no ya de una condición primitiva del ser hablante (pretendidamente marcada por la armonía con el entorno), sino nostalgia de una condición previa: nostalgia no de "nuestra humanidad" (título de un libro de Francis Wolff ) sino de nuestra animalidad. 
 
Y desde luego si se reivindica en primer término nuestra genérica pertenencia al mundo animal, hay razones para estar nostálgicos, pues desde que en la historia evolutiva emergió el lenguaje, esta animalidad se halla en gran parte perdida para nosotros. Por ello la buscamos en los animales "puros"; buscamos una imagen imposible de nosotros mismos. De ahí que además de la cuestión de los animales dañinos, surja en nuestro tiempo con gran fuerza un interrogante sobre la legitimidad de la utilización mecánica de los animales, de su consumo como alimento y desde luego de su instrumentalización en ritos y juegos. 
 

Creo que este movimiento responde a una real carencia de nuestra civilización. De alguna manera se trata de una protesta: las razones para no estar satisfechos con nuestra humanidad se traducen, no tanto en proyecto de mejorarla como en repudio de la misma, bajo forma de negación de su singularidad. Precisamente porque responde a causas profundas, por el momento este movimiento no parece que vaya a ser contenido: estamos ante una movilizadora causa urbana clamando contra la urbanización de nuestra existencia. Hay en esta actitud, una evolución que refleja una paradoja. Un tiempo la visión idílica de la naturaleza podía sintetizarse en la clásica "nostalgia de aldea y menosprecio de corte". Al respecto el siguiente párrafo con el que se cierra el libro de Guevara:

"Quédate adiós, mundo, pues en ti no hay gozo sin sobresalto, no hay paz sin discordia, no hay amor sin sospecha, no hay reposo sin miedo, no hay abundancia sin falta, no hay honra sin mácula, no hay hacienda sin conciencia, ni aun hay estado sin queja, ni amistad sin malicia(...) ¡Oh, mundo inmundo!, yo que fui mundano conjuro a ti, mundo, requiero a ti, mundo, ruego a ti, mundo, y protesto contra ti, mundo, no tengas ya más parte en mí; pues yo no quiero ya nada de ti ni quiero más esperar en ti, pues sabes tú mi determinación, y es que: Posui finem curis; spes et fortuna, valete (Puse fin a mis cuitas ; esperanza y fortuna, adiós).

Aquí se acaba el libro llamado Menosprecio de corte y alabanza de aldea, en el cual se tocan muchas y muy buenas doctrinas para los hombres que aman el reposo de sus casas y aborrecen el bullicio de las cortes". (Antonio de Guevara. "Menosprecio de corte y alabanza de aldea" Valladolid 1539 Capítulo XX.)

En la disposición que esta obra refleja, las gentes del mundo rural (campesinos, cazadores, pastores, pescadores) eran contemplados no ya como garantes de la alimentación sino como conservadores naturales, por así decirlo, del ambiente.

Basta considerar el hecho de que, en la vecina Francia, ganaderos y agricultores sufren continuos ataques en sus instalaciones (incendios incluidos) por parte de grupos ecologistas, urbanos generalmente, para medir hasta qué extremo las cosas han cambiado: acusados de depredadores, los campesinos franceses caen en la depresión, hasta el punto de ser uno de los colectivos de Europa en el que se da índice mayor de suicidios.

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30 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (4) Metamorfosis

Un perro empieza a ladrar

en mitad de la calle desierta.

 

Es la única voz que cuartea los muros de la noche.

 

Las farolas vomitan su luz enferma

sobre las aceras sin gente.

 

Al perro le asusta tanta inmovilidad,

tanto silencio.

 

La noche le parece demasiado oscura

a pesar de que la luna es un disco rojo.

 

De pronto,

los ladridos se trasforman en aullidos:

el perro acaba de convertirse en lobo.

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29 de marzo de 2020
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Escritores enclaustrados

Estamos encerrados. ¿De qué podemos escribir? ¿Podemos escribir? ¿Queremos? Me acaba de llamar una amiga a quien en un taller de escritura le encargaron salir a la calle a mirar la vida, hablar con la gente, oler y tocar y comerse el mundo más allá de las puertas de su casa. Claro, era un ejercicio de antes, de antes del coronavirus y nuestro estado actual. Le recomendé mirar por la ventana. Hablar con los vecinos. Hablar por teléfono con sus familiares, mirar redes sociales, pero sobre todo viajar por su casa, hacerle preguntas a los objetos que nos rodean. Encontrar lo extraño, curioso, nuevo, en lo que considerábamos doméstico.

Terminó la charla y me quedé pensando. Tenemos que reinventarnos como viajeros de la imaginación, la memoria, lo ínfimo. Poner la lupa, el microscopio, la linterna, en el mundo que se cierra en nuestro encierro y en el que se abre en los recuerdos, sueños e ideas que estaban arrinconadas por las necesidades y rutinas del día a día.

Yo empecé por recordar a mis escritores preferidos que eligieron o fueron obligados a escribir desde el encierro. Hay muchos. Hoy voy a recordar cinco historias, las cinco primeras que me vienen a la mente.

Antes que nada, los presos.

Fernando Savater recuerda en un capítulo luminoso de su viaje por novelas y cuentos para niños y adolescentes, La infancia recuperada, una novela de Jack London en la que un preso encerrado en un sarcófago, atado de pies y manos, torturado a la inmovilidad, suelta los pájaros de su imaginación y vuela a territorios lejanos, personajes fantásticos e historias sorprendentes. En su mente, que era lo único que podía mover, este personaje era libre.

Muchos escritores, pensadores y luchadores sociales fueron encarcelados para que sus voces no llegaran a alborotar las conciencias. Por eso es tan potente este escapar del encierro físico viviendo la libertad de la mente y del espíritu.

Los primeros que llegan a mi recuerdo en estos días de encierro son un poeta y un filósofo.

“Y las cárceles vuelan”, dice en un poema del presidio donde murió joven y enfermo el pastor poeta Miguel Hernández. En la cárcel gélida y enferma donde murió de tuberculosis a los 31 años en 1942 el gran vate de la generación del 27 creó algunos de los más hermosos poemas de amor, de dolor, de lucha del pueblo, de añoranza.

El cantautor argentino Alberto Cortez le puso música al más angustiante de sus poemas de la cárcel, Nanas de la cebolla. La mayoría lo conoce en la versión de Joan Manuel Serrat. El poeta encerrado escribe en una servilleta, seguramente sucia y arrugada, a su hijo pequeño, que no tiene más que cebollas para comer en el hambre de la posguerra y el revanchismo franquista. La delicadeza del encerrado en medio de la brutalidad.  

En la Italia de Mussolini, para la misma época de luchas populares, dictadores y represión, Antonio Gramsci escribió sus Cuadernos de la cárcel, subrayados con saña en fotocopias descoloridas por los alumnos de ciencias sociales de mi generación. En su celda, donde murió a los 46 en 1937, Gramsci pensaba en una revolución que incluyera la cultura popular, la sensibilidad de las clases subalternas y de unos de los conceptos que más me ayudaron en mi carrera periodística: la de los intelectuales orgánicos de la burguesía y el proletariado.

En los ochenta, recuerdo que nos impactaba mucho esta idea de leer para las clases a un sabio encerrado, que citaba de memoria textos, autores y debates. ¿Cómo no íbamos a poder escribir nuestros trabajos universitarios en libertad, en casa, con la biblioteca a nuestra disposición?

Miguel de Cervantes también fue preso y también escribió en el presidio. En la comedia musical El hombre de La Mancha, se conjetura que fue allí, encerrado, donde encontró su voz.

Otros se encerraron por su propia voluntad. La que primero me viene a la mente es Emily Dickinson. Encerrada en casa de sus padres, con la ventaja de tener suficiente espacio, no tener hijos y no tener que preocuparse por el sustento, en su encierro elegido escribió algunos de los más sutilmente dramáticos, misteriosos poemas cortos. Maestra de la síntesis, hay algunos de sus mínimos epigramas que siguen resonando en mi cabeza. “I’m nobody. Who are you? Are you nobody too?”

Soy nadie. ¿Quién eres? ¿También eres nadie? Qué belleza concentrada en diez palabras. O podría decir encerrada en su brevedad.

Por alguna razón, me surgen más poetas que narradores. ¿Por qué será? Pero hay algo propio de la labor solitaria y concentrada de la escritora, del escritor. Sin pandemia y sin cuarentena, nos encerramos a escribir. Los que aspiran a producir una “obra” deben pasar mucho encerrados y sin ver a casi nadie.

Quiero terminar con Jorge Luis Borges. Encerrado en su ceguera. Creador de mundos cerrados – el laberinto, la biblioteca, las páginas de los libros, la cárcel de los recuerdos.

Podía salir de su casa. Pero como la araña que trajina su red sutil, construyó una prisión de palabras para encerrarse y habitar. Atrapados en su red vivimos hoy los que tratamos de escribir en este encierro.

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28 de marzo de 2020
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Casa del rey

Yo también me sumo a los vítores, y como son a la hora en que preparo la cena me quito antes los guantes con los que estoy poniendo a remojo la espinaca o considerando un precocinado. A estas alturas se sabe: el látex protector es una lata amortiguadora, y nosotros queremos que nuestras manos, ya que está suspendido el tacto ajeno, se rompan los dedos a aplausos. A las 9, la baraúnda de las cacerolas, y ahí, sin gustarme el discurso del rey, no se me oye: en zonas altas de las grandes ciudades al perol le acompañaban los cánticos, los insultos, el ondear de banderas que maldita la falta que hacen cuando lo que hace falta son mascarillas. Olla podrida.

La oratoria es un arte difícil, que no está reñido con la emoción; Felipe VI afrontaba una situación inédita y no dio el tono. La arenga era lo lógico ("ánimo y adelante"), así como llamar a la unidad, que nunca sobra ante el peligro. La voz aguerrida que indudablemente convenía tras la baladronada de Puigdemont aquí debía calmar, sin hacerse meliflua. Calmar y galvanizar. De eso se trataba. Pero los reyes de países democráticos no son políticos, solo actores. Y como no dictan leyes sino que representan, sus guionistas, además de ocurrentes, han de mostrarse extremadamente cautelosos y muy mandones, como lo han sido en un reinado de casi 70 años lleno de percances los secretarios privados de Isabel II (aún se recuerda al legendario y temido Lord Charteris). Sus equivalentes españoles, los jefes de la Casa del Rey, permitieron, bajo el monarca anterior, la pernocta gratis de un imputado y su señora en el palacio de Marivent, o, en un libro de Pilar Urbano, los comentarios homófobos y antiabortistas de Doña Sofía. Y alguna cosa más. Aprovechando la crisis del Covid19 no estaría mal una limpieza a fondo de esa casa. De que rueden cabezas coronadas no es el momento, creo. Hay coronas que infectan -y también cetros- mucho peores.

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26 de marzo de 2020
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Infectos


Leyendo, pensando, iremos cebando el antivirus que se ha de merendar a nuestros parásitos.
 

No puedo entender cómo un Gobierno que es incapaz de dar mascarillas a su personal sanitario vaya a ser capaz de cualquier otra cosa. La inutilidad de estos rancios ideólogos del chavismo, del peronismo y del nacionalismo pone en peligro incluso a la gente que les votó. Tomen nota. Aún es posible que haya otras elecciones en este siglo.

Tiempo tendremos para apretar las tuercas a los responsables de tanta miseria, pero de momento sepa usted que su casa es el único Gobierno que le protege. Leí el otro día el caso de una familia con 12 hijos, una especie de familia J. S. Bach, aunque sin instrumentos musicales, por suerte para los vecinos. Aparte de los muertos, estas son las verdaderas víctimas de la epidemia. Los demás la pasaremos con nuestra ocupación favorita. Por ejemplo, la lectura.

Como es mi obligación, les recomiendo una novela aparecida estos mismos días y que les puede entretener una semana entera. Hay que ayudar a los editores. Se trata de La gran fortuna (Asteroide), escrita por Olivia Manning a partir de sus recuerdos como residente de la Bucarest anterior a la guerra mundial, junto a su marido funcionario del British Council, en los meses previos a la victoria nazi. Un relato muy británico, un Graham Greene sin soplo teológico, o lo que es igual, lúcido, ácido, pero comprensivo hacia un país arrasado tras los crímenes de la Guardia de Hierro y de los comunistas. Es un veraz retrato de personajes atrapados en un rincón de Europa bajo una amenaza bastante más macabra que la nuestra.

Y para cavilar, añádanle, por favor, Sobrevivir al naufragio, de Félix Ovejero (Pagina Indómita), la voz más inteligente de la izquierda verdadera. Así iremos cebando el antivirus que se ha de merendar a nuestros parásitos.

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24 de marzo de 2020
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La causa de la naturaleza y la causa del animal de razón (V): la polémica Voltaire -Rousseau

Rousseau deplora la desigualdad entre los hombres y cree percibir el origen de la misma en la desviación respecto a un estado natural original. Voltaire ve en esta tesis esencialmente un resentimiento contra la propia sociedad, es decir, contra la matriz misma de la existencia humana. Voltaire es perfectamente consciente del dolor que los hombres son susceptibles de infringirse, pero (como su queja amarga por el terremoto de Lisboa testimonia) no cree en absoluto que la naturaleza sea potencialmente menos violenta que la ambición o la miseria humanas, y desde luego abomina de la nostalgia de un estado pretérito en el que supuestamente estábamos plenamente reconciliados entre nosotros y con la naturaleza. Nada más significativo al respecto de esta polémica que la acerba ironía con la que, el 30 de agosto 1755. Voltaire agradece la recepción del libro de Rousseau Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres:
"He recibido su nuevo libro contra el género humano. Se lo agradezco (...) Pinta usted con colores verídicos los horrores de la sociedad humana que por ignorancia y debilidad se pliega a las dulzuras de la vida. Nunca realmente se había utilizado tal cantidad de talento para la causa de intentar bestializarnos (nous rendre Bêtes). Al leer su obra surgen ganas de marchar a cuatro patas. Sin embargo como hace más de sesenta años que he perdido ese hábito desgraciadamente creo que me será difícil retomarlo (...)"
 
Si la carta de Voltaire no tiene desperdicio la réplica de Rousseau muestra perfectamente la radical incompatibilidad entre ambos pensadores. 
 
"Soy yo quien ha de estarle reconocido. Al ofrecerle el esbozo de mis tristes ensoñaciones, no he creído en ningún momento hacer un presente que fuera digno de usted, sino cumplir con el deber de rendir homenaje a quien todos consideramos como jefe (...)El gusto de las ciencias y las artes nace en un pueblo de un vicio interior que ese gusto a su vez incrementa; y si es verdad que todos los progresos humanos son perniciosos para la especie, los del espíritu y el conocimiento, que aumentan nuestro orgullo y multiplican nuestras desviaciones, aceleran pronto nuestras desgracias(...)En lo que a mí concierne, si hubiera seguido mi primera vocación y que no hubiera aprendido ni a leer ni a escribir hubiera sin duda sido más feliz"

Quiero subrayar la última frase, que nunca un campesino iletrado escribiría, buscando una analogía: Los pastores de Córcega cantaban a Dante sin saberlo, y probablemente sin ser capaces de leerlo, pero obviamente no tenían nostalgia de ese estado que era el suyo y desde luego no les pasaba por la cabeza que tal estado era jerárquicamente superior al de quien, además de recitarlo, se recrea en la lectura del poeta. Quizás los cantos de Homero (o simplemente los del Romancero) pierden peso al pasar a la escritura, pero esta reflexión sólo se hace desde la escritura misma. La "primera vocación" de Rousseau (no aprender a leer ni a escribir) se entiende perfectamente...desde la escritura, no previamente a ella.

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24 de marzo de 2020
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2020. Diario del confinamiento (3) Prepárense

Leo en la prensa francesa que se multiplican los ciberataques a los hospitales y centros de salud y que algunos escritores se dedican a reírse de los más desdichados, a la vez que exhiben el más lamentable narcisismo. Supongo que estos momentos sacan lo mejor y lo peor de nosotros mismos.

Leo en la prensa italiana que el alcalde de Messina, Cateno de Luca, recorre la ciudad en automóvil mientras clama sirviéndose de un megáfono: “¡Te ordeno no salir de casa!”

Leo en la prensa canadiense que las farmacias inflan el precio de los medicamentos y que algunos establecimientos niegan el paso a personas de más de setenta años.

Leo en la prensa portuguesa que desde Italia llega un mensaje: “Prepárense.”

Leo la prensa americana. En un alarde metafísico, un periódico afirma que el coronavirus nos está demostrando que el ser humano ni es el centro del mundo, ni es el centro del cosmos.

Cada loco con su tema, cada tema con su loco.

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22 de marzo de 2020
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Tifus

Navidades. (...) Tendría 5 ó 6 años. En aquella vivienda soleada, en aquella estancia amplia que llamaban la galería, en un sillón, en una silla grande de rejilla, sentado, casi tumbado, el abuelito Pablo, permanecía inmóvil con el brazo derecho colgante, remangado, con la mano metida en un cubo de hojalata lleno de agua y lejía. Qué imagen. Y la mezcla de olores, dominando la Colonia Añeja. Me cuesta recuperar todo aquello. El tifus. Cuando fuera niño. Una terrible epidemia que le dejó el miedo al contagio, el miedo a cualquier contacto. Siempre llevaba un pedacito de papel higiénico, y con él daba y apagaba la luz ¡en su propia casa! (...) Ocupado el servicio en la preparación de comida y mesa, el mismo día 25 de diciembre, suena el timbre de la puerta, nadie puede ir, vuelven a llamar, y es la abuelita Carmen quien, desde el peinador, el saloncito contiguo al cuarto de baño, en una desventurada decisión, pide a su esposo, que está en el despacho leyendo “La Vanguardia”, que por favor abra; seguramente nunca lo había hecho, pero era Navidad y con soltura, casi con desparpajo, sale al recibidor y abre la puerta de la calle sin el papel higiénico. Debió de ser todo muy rápido: un hombretón que se identifica como el basurero le felicita las fiestas le entrega con la mano izquierda la hojita recordatorio y con la derecha agarra la de mi petrificado abuelo para estrechársela. Fueron unas malas fiestas. 


Níquel, Zaragoza, Mira Editores, 2005, 2006 

Familias como la mía, Barcelona, Tusquets, 2011 

Francisco Ferrer Lerín 

 

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21 de marzo de 2020
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