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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lokomotiv

  Comenzó con un pico y una pala, sembrando los pesados travesaños que soportan las líneas de los trenes. Su padre había sido también ferroviario y un tío logró incluso conducir los vagones, cargados de cañas, hasta el central. Era muy joven y ya su vida estaba unida al itinerario de una locomotora, con su hilera de coches estridentes y repletos. Pasados algunos años, logró tener ?finalmente- un timón entre sus manos y llevar la serpiente metálica por los campos cubanos. Mi padre se hizo maquinista, cumpliendo con una larga estirpe familiar, que llevaba décadas unida al ferrocarril. Más de una vez, yo misma manejé una de esas máquinas en algún tramo tranquilo, mientras él supervisaba mis movimientos y me enseñaba a tocar el silbato. ?Tuvimos trenes antes que España? decía mi abuelo paterno, siempre que alguien le preguntaba sobre su trabajo. Así crecí, oliendo el metal de los frenos que chirriaban en cada parada y dándole cuerda a mi trencito de juguete, rodeado de arbolitos de plástico y vacas en miniatura. La caída del socialismo en Europa hizo que se descarrilara la profesión familiar. Muchas locomotoras se pararon por falta de piezas, los viajes se hicieron más espaciados y las tardanzas habituales. Salir de La Habana con rumbo a Santiago podía demorar lo mismo veinte horas que tres días. En algunos pueblos pequeños, los vagones eran asaltados por campesinos necesitados que robaban parte de la mercancía transportada. Los altavoces de la estación central repetían sin cesar: ?La salida del tren con destino a? ha sido cancelada?. Mi padre se quedó sin trabajo y sus colegas comenzaron a ganarse la vida en diversas labores ilegales. De ese accidente no se ha recuperado el ferrocarril en Cuba. Líneas envejecidas, largas colas para comprar un boleto y la caída en desgracia de toda una profesión, han hecho que este medio de transporte goce de la peor de las reputaciones. ?Al ritmo que vamos, dejaremos de tener ferrocarril antes que en la Península? dice mi padre con sorna. Su mirada no está fija en la rueda que comienza a desmontar ?en su nueva profesión de ponchero de bicicletas- sino que mira a un punto más allá, a esa mole de hierro que él guió por esta  Isla larga y estrecha.



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28 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rodham

El atrevimiento no ha tenido otra consecuencia que el (in)esperado interés que despertó el blog de ayer sobre Hillary Clinton y la sugerencia de que recupere su auténtico apellido, Rodham. No hubo queja diplomática, la Secretaría de Estado no emitió ningún comunicado ni consta que The New York Times se haya hecho eco de mi texto. Mañana cambiaré de asunto. Entretanto, descanso y contemplo. ¿Clinton? ¿Qué Clinton? ¿El marido, que ya ha pasado a la historia? ¿O la mujer, cuya historia, en mi opinión, sólo ahora va a comenzar, por muy senadora que haya sido? Quedémonos con la mujer. Invitada por Barack Obama para la Secretaría de Estado, tendrá, por primera vez, una gran oportunidad para mostrarle al mundo y a sí misma lo que realmente vale. Obviamente también la tendría, y con más razones, si hubiese ganado las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. No ganó. En todo caso, como se dice en mi tierra, quien no tiene perro, caza con gato, y creo que todos estaremos de acuerdo en que la secretaria de Estado norte-americana, gato no es, sino tigre, felinos uno y otro. A pesar de que la persona nunca me ha caído especialmente simpática, le deseo a Hillary Diane Rohdam los mayores triunfos, y el primero de todos es que se mantenga siempre a la altura de sus responsabilidades y de la dignidad que la función, por principio, exige. Lo dicho hasta aquí no es nada más que una introducción al tema que he decidido tratar hoy. El lector atento se habrá dado cuenta de que escribí el nombre completo de la nueva secretaria de Estado, es decir, Hillary Diane Rodham. No ha sido por casualidad. Lo he hecho para dejar claro que el apellido Clinton no le vino dado por nacimiento, para mostrar que su apellido no es Clinton y que haberlo adoptado, ya sea por convención social, ya sea por conveniencia política, en nada altera la verdad de las cosas: se llama Hillary Diane Rodham o, en caso de que prefiera abreviarlo, Hillary Rodham, mucho más atractivo que el gastado y cansado Clinton. Ni uno ni otro me conocen, nunca han leído una línea mía, pero me permito dejar aquí un consejo, no al ex presidente, que nunca les ha prestado gran atención a los consejos, sobre todo si eran buenos. Le hablo directamente a la secretaria de Estado. Deje el apellido Clinton, que se parece mucho a una chaqueta rozada y con los codos rotos, recupere su apellido, Rodham, que supongo que será el de su padre. Si él todavía vive ¿ha pensado en el orgullo que sentiría? Sea una buena hija, dé esa alegría a la familia. Y ya de paso, a todas las mujeres que consideran que la obligación de llevar el apellido del marido fue y sigue siendo una forma más, y no la menos importante, de disminución de identidad personal y de acentuar la sumisión que de las mujeres siempre se ha esperado.       



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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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John Updike (1932-2009): La radiante desesperanza

El concepto de "hombre de letras" ha quedado algo anacrónico para nuestros tiempos, pero si había alguien que lo ejemplificaba mejor que nadie en los Estados Unidos, ese escritor se llamaba John Updike. En el New Yorker o en el New York Review of Book, aparecían regularmente sus ensayos, en los que el imperativo era transformar en prosa precisa, detallada y elegante los pensamientos y conjeturas de un hombre en relación con el arte, la política, los deportes, la vida. Nada de lo humano le estaba vedado a Updike. También, con regularidad digna de un notable representante de la ética del trabajo, se publicaban las novelas, los libros de cuentos y poesía, las antologías de su obra crítica. Updike estaba en todas partes; era una industria editorial de un solo hombre.

Lo más conocido de Updike está en su ciclo de cuatro novelas sobre Harry "Rabbit" Angstrom, que muestran la grandeza y la desolación del "sueño americano" -"angst" tiene que ver con angustia"--, sobre todo en su versión más clase media y WASP. Para algunos críticos, ya no es necesario escribir la "gran novela americana" porque Updike lo ha hecho en las mil quinientas páginas de la tetralogía; para otros escritores, la admiración ha llevado a aceptar la influencia y a tratar de darle un toque más contemporáneo (Richard Ford en su trilogía sobre Bascombe).

Updike se especializó en un "realismo doméstico" muy norteamericano. A él le interesaban las ciudades y los pueblos "por los que pasa la gente cuando está yendo a otra parte". Allí vivían, se casaban, tenían muchos affaires y se divorciaban sus personajes, que crecían desinteresados de lo que ocurría en el resto del mundo y creyendo que su país era "una vasta conspiración para hacerte feliz". Una vez en la vida adulta, no tardaban en encontrar la desolación y múltiples frustraciones. La prosa que describe esa desesperanza, sin embargo, es siempre radiante, y tiene algo religioso en la manera en que celebra todos los detalles con que se presenta el mundo. En el cuento "The Music School", el narrador lo dice de la mejor manera posible: "El mundo es la hostia; debe ser masticado".

En los últimos años, Updike fue criticado por el preciosismo de su escritura ("su detallismo se ha vuelto un culto en sí mismo", escribió James Wood) y por su incapacidad para comprender al Estados Unidos multicultural (en su novela Terrorista, le cuesta meterse en la cabeza de su personaje central, musulmán). Lo cierto es que si el cierre no estuvo a la altura, lo mejor de Updike es harto más que suficiente para considerarlo un clásico.  

(La Tercera, 28 de enero 2009)



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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Somos lo que leemos

Muchas veces me gustaría escribir como soy. ¿Y cómo soy? No lo tengo claro. Así que tampoco puedo decir que sea como escribo. Es decir, que soy manifiestamente mejorable, al menos hipotéticamente mejorable. Me gustan las mujeres claras y los escritores oscuros. Me gusta Góngora, incluso cuando se le entiende.

Siempre me he sentido cerca de Woody Allen. A los que leemos, a los que seguimos, les sentimos cerca. Es mucho más exacto decir que somos lo que leemos. Aunque tampoco pueda ser verdad. Y a pesar de mi cabreo temporal, puntual, español y barcelonés con Woody Allen, me gusta volver a sus películas y a sus escritos. Hoy me ha llegado en edición de bolsillo su obra incompleta, pero suficiente, que han llamado Cuentos sin plumas, ese homenaje a Emily Dickinson. Allí dice:

"He decidido romper mi compromiso con W. No comprende lo que escribo, y la pasada noche declaró que mi 'Crítica de la realidad metafísica' le recordaba 'Aeropuerto'. Nos peleamos y volvió a tocar el tema de los niños, pero la convencí de que resultarían demasiado jóvenes."

De verdad, contra los coñazos, Woody Allen es un buen refugio. Aunque su mujer no comprenda lo que escribe. Hay otras mujeres. Hay otras lecturas.



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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Una nueva era tecnológica y política?

La llegada de Franklin Delano Roosevelt a la Casa Blanca revolucionó muchas cosas. Algunas fueron absorbidas por la normalidad muy de prisa, hasta convertirse en parte del paisaje y ya nadie retiene en la memoria que su origen está en aquellos días graves y trepidantes de la Gran Depresión. Una de ellas fueron los nuevos hábitos presidenciales en relación a las formas de comunicarse con los ciudadanos. Todos los presidentes siguieron después su estela, de forma que un aspecto fundamental del New Deal se instaló en las prácticas de la Casa Blanca a partir de aquel momento. Algo muy parecido está sucediendo ahora con la llegada de Obama, como continuación de una campaña electoral de fuerte componente tecnológico en la que ya se anunció una nueva forma distinta de hacer política y de organizar la vida pública. A estas cuestiones, que a veces pasan desapercibidas a los observadores políticos, preocupados de los ‘contenidos', de la acción política y de la legislación, se le va a prestar una especial atención en el Foro de Davos, tanto en alguna sesiones de debate como en las propias prácticas comunicativas del WEF, muy próximas en algunos aspectos a la propia organización electoral de Obama en cuanto a tecnologías de la información y de la comunicación.

Roosevelt cambio el estilo presidencial y se propuso y obtuvo una mayor cercanía con los ciudadanos. La figura del presidente hasta su llegada a la Casa Blanca, el 4 de marzo de 1933, quedaba muy alejada de la calle; apenas había contactos con la prensa; y sus comunicaciones públicas eran muy reducidas. Roosevelt no se propuso comunicar más y mejor, sino que tenía una auténtica necesidad política de hacerlo para resolver los problemas acuciantes que tenía ante sí.

El país entero había perdido toda confianza en su sistema bancario e incluso monetario. Lo primero que hizo después de tomar posesión fue decretar vacaciones bancarias y paralizar el comercio del oro, que aprovechó para legislar un paquete de medidas de control y supervisión de los bancos. La jornada de reapertura quedó fijada nueve días después de su Inauguration, el lunes 13 de marzo. El día anterior, domingo, mantuvo la primera Charla junto a la Chimenea, en la que se dirigió directamente al país por radio desde la Casa Blanca, una práctica que se convirtió en costumbre y que luego ha quedado convertido en el hábito presidencial de dirigirse al país por radio todos los sábados; Obama lo ha sustituido por un vídeo que cuelga en Youtube, con un éxito de audiencia todavía mayor.

Pocos días antes, Roosevelt había revolucionado otras costumbres de la mansión presidencial. Su antecesor, Herbert Hoover se reunió con un grupo de periodistas quizá en un par de ocasiones en toda su presidencia. Roosevelt convocó a la prensa en el Despacho Oval, anunció que iba a recibirles dos veces a la semana y estableció el código de conducta que se instaló ya para siempre entre la prensa: habría unas declaraciones presidenciales destinadas a ser reproducidas (on the record), otras destinadas meramente a ilustrar y fundamentar los conocimientos de los periodistas (background) y otras que los periodistas debían conocer pero nunca atribuir al presidente (off the record).

La Casa Blanca de Roosevelt organizó también un eficaz departamento de correspondencia para garantizar que los millares de cartas que llegaban cada día recibían cumplida respuesta presidencial. En resumen, puede decirse que el primer mandatario democrático que hizo un uso realmente a fondo de los medios de comunicación fue Roosevelt. En la otra orilla del Atlántico había otro mandatario, éste totalitario, que también estaba haciendo un uso intensivo y extensivo de los medios, pero para la propaganda de su régimen de partido único y para aplastar y perseguir a la oposición y a la población alemana de religión judía.

Obama llega en un momento en que se produce un nuevo cambio de época en cuanto a  los usos de los medios. También él quiere conectar directamente con los ciudadanos, saltándose en su caso a los medios tradicionales a través de portales y blogs en Internet, sms, móviles y redes sociales (social media). Su uso durante la campaña para organizar, financiar y difundir mensajes ha sido prodigioso, pero ahora viene la fase del poder, en la que quiere utilizar las nuevas tecnologías para cambiar la forma de hacer política.

Va a tranformar las comunicaciones de la Casa Blanca, va a cambiar los métodos de trabajo y de militancia del Partido Demócrata y también de las instituciones parlamentarias. Todo esto tiene aspectos muy positivos, pero también otros preocupantes, pues los ciudadanos que le han seguido en la campaña, una lista de 13 millones con sus direcciones e mail,  "pueden convertirse en una red de información exclusivamente alimentada por un punto de vista gubernamental sin concurrencia", según señala un artículo de The New York Times.

Los sistemas de comunicación de Obama serán objeto de debate y también de uso práctico en Davos. Me atrevería a decir que se puede seguir la Cumbre perfectamente desde cualquier punto del planeta donde haya banda ancha y un ordenador. Ya dije ayer que una de las cosas excelentes de esta reunión es que sirve para ponerse al día en lo que refiere a las tecnologías de la información y de la comunicación. Ahí van las direcciones del World Economic Forum que permiten seguir sus reuniones, contactos y debates y a la vez ver cómo funcionan estos nuevos medios e imaginar cómo se podrán utilizar por parte de los partidos políticos y de los gobernantes. El programa puede consultarse aquí. El Open Forum o foro abierto, que se celebra en el exterior, organizado por las iglesias protestantes suizas, tiene su propia dirección. Las ruedas de prensa se podrán seguir en directo a través de estas dos direcciones (1 y 2). Las fotos se podrán ver, naturalmente, en Flickr. Las propias sesiones abiertas serán retransmitidas. Y estarán también en YouTube. En cuanto a redes sociales, el WEF está en Facebook; en MySpace; y en Twitter. Hay también agregadores de blogs como FriendFeed y Davos Universe. Así como la posibilidad de suscribirse a través de RSS feed



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27 de enero de 2009
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El último Marai

"Estoy esperando el llamamiento a filas; no doy prisa, pero tampoco quiero aplazar nada por culpa de mis dudas. Ha llegado la hora", escribe Sandor Márai en su diario, el 15 de enero de 1989. Seis días después, el autor húngaro se mata de un tiro en la cabeza, rematando a la vez un interminable exilio empezado en 1948. ¿Qué más se puede decir del fin de un genio? El último diario del autor, que abarca los años 1984-1989 (editorial Salamandra), es para mí la confirmación de que tenemos en Márai uno de los grandes escritores del siglo XX.

Desde el éxito de la reedición de su novela El último encuentro, los libros de Márai no se van de las mesas en las librerías del mundo hispanohablante. Se traduce poco a poco toda su obra y nunca nos decepciona. Temía la lectura de estos diarios cuya publicación empieza por el fin. Creía encontrar la amargura de una derrotada historia: irse de Budapest para terminar su vida en San Diego, al sur de California, no es -no puede ser- un sueño para Márai. Pero la lectura entrega un Márai monumental, un hombre que no se detiene en los detalles y camina hacia su muerte como un caballero y un filósofo. Márai elude a los temores elementales y cita a Gide quien escribió "Paul Claudel piensa que se puede llegar al cielo en coche-cama". Márai no tiene coche y poco duerme en la cama; camina por la calle con un bastón, compra una pistola para ser el dueño de su propia salida y asume su vida de exiliado: lecturas, cartas desde Hungría y, por supuesto, el peso de los recuerdos.

¿Qué más hace Márai en sus últimos años? Cuida a su esposa, Lola, y su hijo adoptivo, Janos. Ambos lo adelantan en la muerte. Entonces, sólo queda Márai y el misterio de la vida. No intenta entregar un mensaje definitivo. Lee por la noche Gyula Krudy, poco conocido fuera de Hungría a pesar de ser el monumento literario de Budapest. Abre Don Quijote, "la novela más hermosa de la literatura mundial". Se pregunta quién tiene la razón entre los filósofos presocráticos: "los que consideraban que el universo era la inmutabilidad y los que creían que el universo era el cambio permanente".

"La muerte no constituye un problema. El hecho de morir sí" apunta Márai. Tenemos un gran testimonio de un caminar digno hacia aquel hecho.

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27 de enero de 2009
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La lectura y la verdad interior (sobre el prefacio a ‘Sésamo y lirios’ de John Ruskin)

En estos textos he venido presentando una concepción casi heroica de la tarea del escritor, y en general del artista, sustentándome sobre todo en la enorme tensión literaria de la Recherche de Marcel Proust, mas también en las reflexiones explícitas del Narrador, principal protagonista de la obra. Párrafos como el que tantas veces he evocado relativo a la prueba del fuego, al "verdadero juicio final", que el arte constituiría, son suficientemente probatorios de esta radicalidad:

 "En cuanto al libro interior de signos desconocidos, para la lectura  de los cuales nadie podía ayudarme brindándome un método, esta lectura consistía en un acto de creación en el que nadie puede sustituirnos, ni siquiera colaborar con nosotros.  Por ello, ¡cuántos eluden el escribirlo! ¿Qué tarea no están dispuestos a asumir, con tal de escapar a ésta? Cada acontecimiento, ya sea el affaire Dreyfus, ya sea la guerra, proporciona la excusa oportuna para no descifrar dicho li­bro. Pretendían asegurar el triunfo del Derecho y la justi­cia, rehacer la unidad moral de la nación... se trataba sólo de excusas... excusas que en el arte no constan, pues en éste las intenciones no cuentan... el arte, lo más absolutamente real, la escuela más sobria de vida y el verdadero Juicio Fi­nal...."

Ya he señalado la necesidad de una prudencia a la hora de identificar personajes de la Recherche, empezando por el del principal protagonista, cuyas opiniones no pueden sin más ser confundidas con las de Marcel Proust. Sería sin embargo artificioso ignorar que el autor de la Recherche ha escrito múltiples páginas explícitamente reflexivas o ensayísticas sobre la función de la literatura y sobre las razones de sus efectos sobre el lector. Las más célebres son sin duda las que recoge el volumen titulado Contre Sainte Beuve, en el cual se esfuerza en demoler el método propugnado por el célebre crítico, métodos  consistentes, en la síntesis del propio Proust, "en no separar al hombre de la obra", lo cual obligaría al que intenta explicar esta última a  procurarse "todas las informaciones posibles sobre el autor, coleccionar su correspondencia ,interrogar a las personas que lo han conocido, hablando con ellas si están aun vivas, leyendo lo que han escrito al respecto si están muertas".

Pero en otros lugares Proust aborda la cuestión digamos con más cariño, en razón simplemente de que -aun no coincidiendo propiamente en la opinión respecto al tema- tiene por la persona de que habla enorme respecto y admiración. Tal es el caso del Prefacio [Versión española de Manuel Arranz, Pre-textos, Valencia 1996] que escribe para su propia traducción de Sésamo y lirios, de John Ruskin. Prosguiré mañana esta reflexión.

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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Corto Maltés y la aventura de hoy (2)

En el principio, el Corto busca lo mismo que tantos otros aventureros profesionales: tesoros hundidos, dinero, rarezas arqueológicas. Pero con el correr del tiempo su búsqueda se vuelve más mística que material. Es verdad que siempre tuvo una raíz mística: el Corto buscaba tesoros no tanto por su valor en metálico, sino por un amor a la búsqueda en sí misma-y a lo que representa en tanto desentrañamiento de lo oculto. Aun así, su evolución lo ayuda a desprenderse del componente material de esta persecución para concentrarse más bien en su aspecto quimérico: la entrada al mundo oculto de Mu se convierte en un saber más preciado que aquel cifrado en el mapa del mejor tesoro.

Particularmente en sus últimas aventuras -Las Helvéticas, Mu-, las peripecias del Corto son ante todo travesías del alma. Alguno dirá: pero los mejores libros del Corto Maltés no son esos, sino aquellos en que la aventura más tradicional está al frente, desde La balada del mar salado hasta Corto Maltés en Siberia. En todo caso se trata de aquellos relatos en los que el balance entre lo mundano y lo trascendente está mejor logrado. Para tratarse de un aventurero hecho y derecho, el Corto exhibe desde el comienzo un apego más que tenue a las ganancias materiales. En la mayor parte de sus historias pierde tesoros tan pronto los encuentra, sin mostrar contrariedad alguna; es como si el Corto evaluase la cuestión de acuerdo a la calidad del juego que entrañó hallarlos, antes que por su valor en efectivo. Más aun: el Corto parece siempre extrañamente dispuesto a sacrificarlo todo -las coordenadas del tesoro, el tesoro mismo- a cambio de bienes inmateriales como el amor de Pandora Groovesnore o la amistad de Rasputín. (Uno de los mejores personajes de la ficción mundial, dicho sea de paso: la capacidad de Pratt para hacer que Ras sea siempre tan cruel e impredecible como entrañable es -créanle a un escritor- un verdadero acto de equilibrio en las alturas.)

Cuando los sabios con que el Corto se cruza en el camino le dicen que busca algo que nunca encontrará, están predicando para un converso: el Corto sabe bien que no le hablan de tesoros. Por eso su derrotero se parece cada vez más a lo que los medievalistas llaman quest, una aventura-búsqueda con un objetivo no material sino místico -quest, por ejemplo, es la persecución del Santo Grial. Lo que el Corto intuye, y empieza a practicar de inmediato, es que en este mundo ya no queda lugar para las aventuras que no transitan por la avenida central del alma.

 

(Continuará.)



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27 de enero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Clinton?

¿Qué Clinton? ¿El marido, que ya ha pasado a la historia? ¿O la mujer, cuya historia, en mi opinión, sólo ahora va a comenzar, por muy senadora que haya sido? Quedémonos con la mujer. Invitada por Barack Obama para la Secretaría de Estado, tendrá, por primera vez, una gran oportunidad para mostrarle al mundo y a sí misma lo que realmente vale. Obviamente también la tendría, y con más razones, si hubiese ganado las elecciones a la presidencia de Estados Unidos. No ganó. En todo caso, como se dice en mi tierra, quien no tiene perro, caza con gato, y creo que todos estaremos de acuerdo en que la secretaria de Estado norte-americana, gato no es, sino tigre, felinos uno y otro. A pesar de que la persona nunca me ha caído especialmente simpática, le deseo a Hillary Diane Rodham los mayores triunfos, y el primero de todos es que se mantenga siempre a la altura de sus responsabilidades y de la dignidad que la función, por principio, exige. Lo dicho hasta aquí no es nada más que una introducción al tema que he decidido tratar hoy. El lector atento se habrá dado cuenta de que escribí el nombre completo de la nueva secretaria de Estado, es decir, Hillary Diane Rodham. No ha sido por casualidad. Lo he hecho para dejar claro que el apellido Clinton no le vino dado por nacimiento, para mostrar que su apellido no es Clinton y que haberlo adoptado, ya sea por convención social, ya sea por conveniencia política, en nada altera la verdad de las cosas: se llama Hillary Diane Rodham o, en caso de que prefiera abreviarlo, Hillary Rodham, mucho más atractivo que el gastado y cansado Clinton. Ni uno ni otro me conocen, nunca han leído una línea mía, pero me permito dejar aquí un consejo, no al ex presidente, que nunca les ha prestado gran atención a los consejos, sobre todo si eran buenos. Le hablo directamente a la secretaria de Estado. Deje el apellido Clinton, que se parece mucho a una chaqueta rozada y con los codos rotos, recupere su apellido, Rodham, que supongo que será el de su padre. Si él todavía vive ¿ha pensado en el orgullo que sentiría? Sea una buena hija, dé esa alegría a la familia. Y ya de paso, a todas las mujeres que consideran que la obligación de llevar el apellido del marido fue y sigue siendo una forma más, y no la menos importante, de disminución de identidad personal y de acentuar la sumisión que de las mujeres siempre se ha esperado.       



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26 de enero de 2009
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El Boomeran(g)
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