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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Clase XXXII

El tiempo y la estructura narrativa (I)

 

El tiempo, como hemos estado viendo hasta ahora, es el primer elemento de una estructura narrativa, después del lenguaje. Así, los acontecimientos de una narración, temporalmente hablando, pueden presentarse de múltiples formas, atendiendo a la elección que hagamos de nuestro tiempo cronológico y de nuestro tiempo narrativo o estructural. De manera que una  historia puede escribirse de manera alternada, gracias a la técnica del contrapunto, que nos va contando dos historias intercaladas y por lo general diferenciadas entre sí gracias al uso de episodios o capítulos alternos. También puede presentarse fracturando su tiempo, intercalando fragmentos de la historia sin seguir un orden cronológico, como si fuera un collage temporal. Tan pronto vemos una escena del presente, como una del pasado remoto u otra del pasado inmediato, generando en el lector la necesidad de reorganizar cronológicamente los hechos.  De igual modo, podemos contar la historia desde una múltiple perspectiva temporal, en la que cada personaje es seguido desde un tiempo distinto a  fin de que sea el lector, nuevamente, el que organice la secuencia cronológica de los acontecimientos... Naturalmente estas organizaciones temporales se dan más bien en las novelas, cuya extensión permite este tipo de desenvolvimientos narrativos, pero sobre todo atienden a una estructura mucho más compleja habida cuenta de la participación de más personajes y tramas más arborescentes.  Y a veces, esta perspectiva modifica también la apreciación de los hechos ocurridos o la de los propios personajes, pues alterando el ángulo desde donde se observan las cosas, estas pueden no parecer las mismas... Por ello, creemos necesario recomendar la lectura de La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, Mientras agonizo, de William Faulkner y Quién de nosotros, de Mario Benedetti.

 

La propuesta de la semana:

 

Dos personajes coinciden en un funeral. Cada uno de ellos ha conocido al difunto en ámbitos diferentes de su vida, pero no se conocen entre sí.  X es amigo del club de tenis y Z es compañero del trabajo, por ejemplo. X y Z charlan acerca del amigo muerto y van entendiendo que su apreciación del mismo es distinta, pues -y esto es lo importante para el ejercicio- los mismos hechos son presentados de manera distinta por cada uno de ellos. Así por ejemplo, si el difunto le ha dicho a X que su matrimonio va estupendamente, por las mismas fechas Z se entera de que el difunto estaba a punto de divorciarse.  Vamos pues a «reconstruir» la vida del personaje a través de dos puntos de vista distintos.



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tema: invisible. 'Sobre el anarquismo', Noam Chomski

Es conocido que Keynes oscureció deliberadamente su famosa obra -mítica estos días- Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero para que sus colegas y la anciana institución académica, en general, le reconocieran autoridad intelectual y apropiado nivel científico.

A este propósito, escribe Noam Chomsky en Sobre el anarquismo estas consideraciones que han de espantar tanto al público alfabetizado como al radiante estilo de nuestro mundo. Dice Chomsky: "Es muy natural que los intelectuales intenten que las cosas sencillas parezcan difíciles. Es como cuando la iglesia medieval creaba misterios para preservar su importancia. Lea El gran inquisidor, de Dostovyeski, que lo cuenta de manera muy hermosa. El gran inquisidor explica que es necesario crear misterios, pues, de lo contrario, la gente corriente podría entender las cosas. Hay que mantenerla en un estado de sumisión, para lo cual se precisa que las cosas parezcan misteriosas y complicadas. Ésta es la prueba del intelectual. Además se trata de algo bueno para esta clase de personas: el intelectual es alguien importante que habla con palabras rimbombantes que nadie comprende. A veces, la situación se vuelve cómica, por ejemplo en el discurso posmoderno. En el ambiente parisino, en especial, la situación es de tebeo; quiero decir, que todo es un galimatías. Pero se hincha por demás, con muchas cámaras de televisión y mucha pose. Esa gente se esfuerza por descodificar y ver cuál es el sentido real detrás de ciertas cosas que se podrían explicar a un niño de ocho años. Todo se reduce a una vaciedad. Pero es la manera que tienen los intelectuales contemporáneos, incluidos los de izquierdas, de crearse grandes carreras, conseguir poder, excluir a la gente, intimidarla, etc. En Estados Unidos, por ejemplo, y desde luego, en una gran parte del Tercer Mundo, numerosos activistas radicales se sienten, sencillamente intimidados por el incomprensible galimatías generado por movimientos intelectuales de izquierdas".



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuenta regresiva para el Oscar (2)

Dos de las candidatas a mejor película son relatos sumamente estilizados, que apuntan a una épica de lo personal: The Curious Case of Benjamin Button, de David Fincher, y Slumdog Millionaire, de Danny Boyle.

          Con Button me pasó una cosa curiosa. Durante la primera media hora sentí un entusiasmo enorme: me parecía que el guión de Eric Roth (uno de los escribas más respetados de Hollywood, a quien suele recordarse por Forrest Gump) se había liberado de toda atadura y prejuicio y narraba con aliento y recursos que sólo puedo describir, intentando elogiarlos, como literarios. Después empecé a verle costuras, a disfrutar menos de algunos episodios y a encontrarle defectos estructurales. Pero cuando terminó -y sólo cuando términó, mientras rodaban los créditos- la película me arrasó como una ola.

          David Fincher me parece uno de los pocos autores del cine americano de hoy: Seven, Fight Club y Zodiac son películas que me gustan mucho. Creo que la crítica no le perdonó Button porque tiene elementos emocionales que hasta ahora estaban ausentes de su cine. Durante muchos años el guión de Button circuló por Hollywood con la doble leyenda de que era genial y a la vez infilmable. Inspirado en una narración breve de F. Scott Fitzgerald, Button narra la historia de un hombre que nace viejo y rejuvenece año tras año, rumbo a una muerte que sólo lo encontrará cuando llegue a bebé. Fincher se hizo cargo de la dificultad de filmar lo imposible, utilizando la tecnología digital para tornar verosímiles las distintas edades del personaje interpretado por Brad Pitt. Pero se acobardó con los elementos emocionales, que trató de limitar al máximo. La elipsis que nos roba la reacción de Button ante la muerte de su madre nos roba, también, una posibilidad importante de aproximarnos al interior de un personaje que ya resulta distante por la peculiaridad que define su vida.

          De todos modos, más allá de lo que yo entendí como defectos, la película me conmovió. ¿Habrá influido el hecho de tener la edad que tengo a la vez que soy padre de un niño de meses? Seguramente: estoy muy sensible a la velocidad con que transcurre la vida y a lo efímero de (casi) todo. Siento, como Button, que los días se me escurren entre las manos como agua; pero creo como Daisy (una Cate Blanchett más bella que nunca) que algunas de las cosas que he vivido y estoy viviendo -las más esenciales, qué duda cabe- seguirán latiendo aun cuando yo ya no esté.

          En cambio Slumdog Millionaire nunca escapa a la emocionalidad. Historia de un niño de la calle de Mumbai, India, que llega a competir por 20 millones de rupias en el programa televisivo ¿Quién quiere ser un millonario?, Slumdog es un vendaval que arrastra al espectador, llevándolo de paseo por todas las emociones y apelando a todos sus sentidos; pocas películas he visto más llenas de color y sonidos inolvidables -casi juraría que hubo secuencias en las que pude oler los perfumes del lugar.

          Muchos han dicho que la película tiene un aire dickensiano, no porque haya sido editada por Chris Dickens -que dicho sea de paso, se merece su Oscar- sino por su mirada a la crueldad en que crecen tantos niños y su sentimentalidad desembozada, tan propia del autor de David Copperfield. Yo creo que antes que eso es cine puro: un relato que hace uso de casi todos los recursos lícitos del medio, nos cuenta un mundo que hasta entonces desconocíamos, pone a funcionar todas nuestras emociones y nos hace pensar mientras avanza como un tren que nunca deja de ser una fiesta. Quizás no sea genial, pero es todo lo que yo busco en una película cada vez que voy al cine. De todas las candidatas al Oscar que vi me parece la más perfecta, porque no sucumbe a ningún prejuicio -como creo que hizo Fincher- y porque al igual que su protagonista, el delicioso Jamal, hace todo lo que es necesario para ganar.

           Si Wall-E y The Dark Knight compitiesen en esta categoría, tal vez dudaría. Pero como a una la mandaron a Cine Animado y la otra no figuró, mi corazón -siempre dickensiano, qué duda cabe- está con Slumdog.



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Paco

Ibáñez, claro. Esta voz la reconocería en cualquier circunstancia y en cualquier lugar donde me rozara los oídos. Esta voz la conozco desde que, a principio de los años 70, un amigo me envió desde Paris un disco suyo, un vinilo que el tiempo y el progreso tecnológico pusieron materialmente fuera de moda, pero que guardo como un tesoro sin precio. No exagero, para mí, en aquellos años todavía de opresión en Portugal, ese disco que me pareció mágico, casi transcendente, me trajo el resplandor sonoro de la mejor poesía española y la voz (esa inconfundible voz de Paco) el vehículo perfecto, el vehículo por excelencia de la más profunda fraternidad humana. Hoy, cuando trabajaba en la biblioteca, Pilar puso la última grabación de los poetas andaluces. Interrumpí lo que estaba escribiendo y me entregué al placer del instante y al recuerdo de aquel inolvidable descubrimiento. Con la edad (que alguna cosa tiene que tener, y tiene, de bueno) la voz de Paco ha ido ganando un aterciopelado particular, capacidades expresivas nuevas y una calidez que llega al corazón. Mañana, sábado, Paco Ibáñez cantará en Argelès-sur-mer, en la costa de la Provenza, en homenaje a la memoria de los republicanos españoles, entre ellos su padre, que sufrieron allí tormentos, humillaciones, malos tratos de todo tipo, en el campo de concentración montado por las autoridades francesas. La douce France fue para ellos tan amarga como el peor de los enemigos. Que la voz de Paco pueda pacificar el eco de aquellos sufrimientos, que sea capaz de abrir caminos de fraternidad autentica en el espirito de quienes lo escuchen. Bien lo necesitamos todos. http://www.aflordetiempo.com/argeles.htm



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20 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Estas ruinas que ves

Jorge Ibargüengoitia
Seix Barral

 

Ganadora del premio México correspondiente a 1974, Estas ruinas que ves es una es una novelita sencilla, entrañable, divertida y diabólicamente bien escrita. Ya lo dije cuando dí noticia de  la aparición en editorial Redonda de una selección de sus trabajos periodísticos: Jorge Ibargüengoitia parece mantener con el lenguaje una suerte de pacto contra natural ( léase no muy normal, o, como se decía antes, nada católico)  que le permite crear universos de ficción sin el menor esfuerzo aparente, de la misma forma que puede destruir una Revolución como la cubana o cargarse  a un personaje molesto sin necesidad de exabruptos ni términos altisonantes. Pongo dos ejemplos minúsculos pero muy significativos, ya que los más brillantes el lector los sabrá degustar por sí solo.

                Recién llegado a su pueblo natal de Cuévano, el narrador, Francisco Aldebarán, está siendo objeto de toda clase de confidencias y deferencias por parte del esposo/amigo al que está traicionando gracias a la eficaz y entusiasta ayuda de Sarita,  la ardorosa esposa de aquél. Cuanto más afable se muestra el esposo traicionado mayor es la irritación del amigo traidor. Hasta que, llegado un momento determinado, el narrador ya no puede más y decide reducir a escombros a su insignificante rival, recurriendo para ello a su admirable técnica de demolición sin aspavientos:

"Seguimos caminando y el sol empezó a pegar con fuerza. Espinoza [que así se llama el afable cornudo] sacó el pañuelo y se lo puso en la cabeza sujetándolo con cuatro nudos en las esquinas.

-Ese árbol que ves allí - me dijo señalando un eucalipto- es un cedro".

                Unas vez retratado el personaje ya no vuelve a insistir. ¿Para qué?.

Ejemplo segundo. El joven Angarilla es el clásico alumno destacado y pedante, alma y motor de la publicación universitaria local. El tal Angarilla se empeña en hacerle una entrevista al recién llegado profesor Aldebarán. El cual, una vez comprobado que el alumno  es un pelmazo, se lo despacha en apenas dos líneas:

"El joven Angarilla es experto en preguntas inhibitorias:

-Sabemos que es usted un cuevanense destacado. ¿Quiere explicar a qué se dedica?, etcétera".

                Todo el rato es así, pues la trama no puede ser más sencilla: tras pasar unos años en la capital, el profesor Aldebarán regresa a Cuévano, "la Atenas de por aquí", para ocupar una cátedra de literatura en la universidad de su pueblo natal.  En el mismo tren de llegada, llamado General Zaragoza, ya establecemos el primer contacto con algunos de los personajes que le acompañarán en esa vuelta al origen. Los primeros, el matrimonio Espinoza. Del marido, también profesor en la universidad,  ya conocemos su ojo infalible para las especies arbóreas. Y de la esposa, Sarita, no tardaremos en conocer su amoroso comportamiento extramatrimonial. Y en el tren viaja  un tercer personaje, el ingeniero Rocafuerte, al que el narrador identifica de inmediato como "un joven de porvenir" y que resulta ser el llamado a casarse con la chica más guapa de Cuévano, la llamada Gloria Revirado, una divinidad de muchacha que podría buscarle la ruina al recién llegado con sólo un gesto de complicidad que, ¡ay!,  nunca se producirá.  Luego irán apareciendo Ricardo Pórtico y su esposa Justine, que pese al nombre no es francesa sino venezolana; el doctor Revirado y su esposa Elvira Rapacejo, padres de la incomparable Gloria. Isidro Malagón, el historiador, y Carlitos Mendieta, el pintor más famoso de Cuévano, y los antros donde matan todos ellos las noches a fuerza de mezcal y cubalibres,  o los jardines de recreo y las casas de unos y otros.

                Pasar, la verdad es que no pasa gran cosa, pero a las pocas páginas empiezas a sentir una  extraña familiaridad con ese pueblón cuyos habitantes ( a los cuales también tienes de inmediato  la sensación de conocer de toda la vida) no hacen gran cosa por recuperar el esplendor de antaño. Y como ocurre con todo relato que no tiene nudo ni desenlace, el final llega porque sí, de forma tan arbitraria como empezó, y cierras el libro con cierto pesar porque te gustaría saber cómo se las van a apañar con su amor la encantadora Gloria y el joven de porvenir, si Carlitos Mendieta logrará el reconocimiento que reclama, si el rector Sebastián Montaña logrará comprarles su biblioteca a precio de saldo a las hermanas Begonia, o si el propio narrador se decidirá a escribir su libro sobre unas asesinas seriales locales.

                Cuando Javier Marías publicó Revolución en el jardín, yo hice votos por el éxito de ese libro con la esperanza de que en vista de lo sustancioso de sus ventas  algún otro editor se decidiera a publicar los restantes libros de Jorge Ibargüengoitia, hoy por hoy  inencontrables . Pues bien. Con independencia de ese posible éxito en Redonda, Seix Barral anuncia ahora el inicio de la Biblioteca Ibargüengoitia, en la que irán saliendo las restantes novelas de este excelente escritor mexicano prematuramente muerto hace ya casi veinticinco años.



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19 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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'Ínsula' y Machado

Una revista que sigue siendo una rara "ínsula" desde hace décadas, muchas veces dada por hundida y sin embargo flotando, renaciendo y a veces tan viva, tan necesaria como en éste último número de recuerdo y homenaje a Machado. Dentro de unos días, el 22 de Febrero, recordaremos su muerte tan simbólica, tan digna, triste y emocionante en Colliure, en Francia, al lado de miles de refugiados republicanos que supervivían en los tristemente famosos "campos".

El número de la revista se llama Colliure, 1959. Una fecha que tiene una importancia esencial para la poesía española. Hacía veinte años de la muerte del poeta y hasta su último pueblo, hasta aquellos "días azules y este sol de la infancia" cómo escribió el poeta, se escaparon de una España áspera y amarga, algunos de los "jóvenes" poetas que allí decidieron andar muchos caminos juntos. Un grupo que desde su personalidad individual, sus formas y modos diferentes, estuvieron unidos en el reconocimiento de una ética y una estética machadiana. Allí se creó una mítica colección poética, "Colliure", y allí se confirmaron amistades personales y literarias que conocerían muchos encuentros, muchas noches, bastantes libros y muchas bebidas.

Hay una foto, una de las fotos "míticas" de nuestra poesía. Abre el número de Ínsula y en ella están Blas de Otero, J.A. Goytisolo, Ángel González, J.A. Valente, Jaime Gil de Biedma, Alfonso Costafreda, Carlos Barral y José Manuel Caballero Bonald. La foto la hizo José María Castellet, el "mestre" como dice Carmen Riera. Y con Caballero Bonald- tan vivo, tan querido- el último superviviente de ese tiempo, de ese país.

La revista no tiene desperdicio. Los artículos de Araceli Iravedra, Gonzalo Soberano, Laura Scararo, Álvaro Salvador, Caballero Bonald o García Montero, entre otros, hacen que sean un número que hay que conservar. Al menos si os interesa la poesía, Machado, la historia y la intrahistoria de cuando entonces. De hace setenta años, cincuenta años, veinte años, y de ayer, sin más lejos. También recomendable para los seguidores de Sabina. O para los que pasan de él.

Hace años, bastantes años, y en amable compañía, estuve ante la tumba de Machado. Nunca lo olvidaré. Hay emociones que te acompañan una vida. Ya había visitado su modesto hotel, recorrido las playas y los caminos dónde se refugiaron los perdedores, los tan queridos, tan cercanos, tan nuestros exiliados de aquella miseria moral de los vencedores, pero al llegar a aquél cementerio, a esa pequeña, humilde tumba, sentí que lo mejor de esa tierra tan rara, tan nuestra, que llamamos España estaba allí enterrado.

Mañana me voy a Baeza, uno de sus pueblos. Seguiré con Machado, espero.



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19 de febrero de 2009
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La propia infancia en Venecia

"...La punta del campanario de Saint Hilaire, tan delgada y rosa,  parecía tan sólo un rasgo sobre el cielo trazado por una uña que hubiera querido insertar en este paisaje,  en este cuadro de  naturaleza pura, esta pequeña marca de obra de arte, esta única indicación humana. Al acercarse, pudiendo ya percibir la torre cuadrada y semidestruida que, menos alta, subsistía junto a él, sorprendía sobre todo la tonalidad rojiza y sombría de las piedras; y en una mañana brumosa de otoño, parecería una ruina  de  púrpura, un color de viña virgen, destacando sobre el violeta intenso de las cepas...Era el campanario de Saint- Hilaire que confería a todas las ocupaciones, a todas las horas, a todos los lugares del pueblo, su figura, su coronación y su consagración. Desde mi habitación sólo podía percibir su base, que había sido recubierta de pizarras; mas cuando, en verano, las veía, resplandecer como un sol negro, me decía:'Dios mío, son las nueve, y yo sabía exactamente el color del sol en la plaza, el calor y el polvo del mercado, la sombra que hacía el toldo de la tienda..." (Marcel Proust, Du coté de chez Swann)

He tenido muchas ocasiones de señalar que la universalidad de Venecia reside en que el que ha tenido la fortuna de topar  con ella tiene el extraño sentimiento de reencuentro. De  ahí que la nostalgia de Venecia (que arranca con el temor- al irse- de que el alejamiento sea definitivo) sea nostalgia del propio origen, de la propia matriz, mas bien que de  la propia patria. Pues bien, el Narrador de La Recherche, ese ser afortunado al que Venecia habla,  no es en absoluto ajeno a este sentimiento. Y así las pequeñas cosas que configuran su fugitiva  cotidianeidad  en unos  días  venecianos le hacen revivir las impresiones de su infancia en Combray.

"Cuando a las diez de la mañana venían a abrir mis persianas, veía brillar, en  lugar del mármol negro en que se convertían resplandecientes las pizarras de Saint-Hilaire, el Angel de oro del campanile de San Marco. Reflejando un sol que hacía casi imposible fijar en él la mirada, sus brazos abiertos prefiguraban, para cuando media hora más tarde me encontrara en la Piazzetta, una promesa de felicidad más certera que la que fue un día encargado de anunciar a los hombres de buena voluntad. Mientras estaba acostado sólo él me era visible, mas como el mundo no es sino un vasto reloj de sol en el que un único segmento iluminado nos permite ver la hora, desde el arranque de la mañana  yo pensaba en las pequeñas tiendas de Combray, en la plaza de la iglesia que el domingo estaban ya a punto de cerrar cuando yo llegaba a la iglesia, mientras que la paja del mercado desprendía un fuerte olor bajo el sol ya caliente. Mas desde el segundo día, lo que pude ver  al despertar, y que me animó a levantarme (pues sustituía  en mi memoria y en mis deseos a los recuerdos de Combray) fueron las impresiones de la primera salida en Venecia, esa Venecia dónde la vida cotidiana no era menos real que en Combray: al igual que en Combray, en la mañana del domingo cabía el placer de pasearse por una ciudad en fiesta, aunque esta calle bañaba en una agua de zafiro, refrescada por ráfagas de aire templado...Como lo hacían en Combray las buenas gentes de la rue de l'Oiseau, en esta nueva ciudad los habitantes salían también de casas alineadas a lo largo de la calle; mas este papel de casas proyectando un espacio de sombra a sus pies, era confiado en Venecia a palacios de porfirio y de jaspe, encima de cuyas puertas la cabeza de un dios barbudo(sobresaliendo de la línea de fachada, como en Combray el aldabón de la puerta) hacía  más oscuro el reflejo no del tono marrón del sol, sino del azul esplendoroso del agua. En la Piazza, la sombra que en Combray hubieran desplegado  la lona del almacén de novedades y el distintivo del barbero, venía dada  aquí por las florecillas azules que siembra a sus pies, sobre el desierto del  enlosado, el relieve de una fechada renacentista... Sí, los humildes detalles que individualizaban la ventana de la habitación de mi tía Léonie en la rue de l'Oiseau, su asimetría, en razón de la desigual distancia que separaba de las ventanas próximas, la altura excesiva de su armadura, la barra plegable que servía para abrir las persianas...todo ello existía también en este hotel de Venecia, en el cual podía escuchar estas palabras tan singulares y elocuentes que nos hacen reconocer la casa en la que entramos para almorzar, y más adelante permanecen en nuestro recuerdo como un testimonio de que, por un tiempo, esta casa fue la nuestra; pero en Venecia, el cuidado de decir estas palabras, era confiado no, como en Combray y casi en todas partes, a las cosas más humildes y a veces a las más feas, sino a la ojiva, en parte árabe de una fachada...obra maestra de la arquitectura doméstica de la edad media." ( Marcel Proust, Le Temps retrouvé).

 

 

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19 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cuenta regresiva para el Oscar

No se rían de mí, pero la entrega de los Oscars me produce un entusiasmo infantil que debe parecerse, imagino, a lo que sienten los futboleros en la inminencia de un match importantísimo. Por supuesto que soy consciente del relativo valor del premio, pero no puedo dejar de involucrarme en la lidia con ese espíritu -nuevamente infantil, adjetivo que para mí dista de lo peyorativo- de quien se hace cruces y reza para que salgan victoriosos aquellos que en verdad merecen alguna gloria -por efímera, por superficial que sea.

          De las películas candidatas, ayer vi las dos con un trasfondo más claramente político: Milk, de Gus Van Sandt, y Frost / Nixon, de Ron Howard. Ambas están basadas en historias reales: Milk recrea la vida del primer funcionario electo abiertamente gay de la historia de los Estados Unidos, que resultó asesinado por un colega con pasado de policía e innegable homofobia. Frost / Nixon lleva al cine la obra original de Peter Morgan -el guionista de The Queen- sobre la célebre entrevista que Nixon concedió al animador televisivo David Frost luego del escándalo de Watergate. Las dos cuentan además con la fortaleza de sus protagonistas: Sean Penn como Harvey Milk y Frank Langella como Nixon. (Aunque es una pena que no hayan seleccionado también a Michael Sheen, que está perfecto como Frost -apenas una entre las tantas injusticias de cada edición del Oscar.)

          Milk me decepcionó un poco. Me gusta la historia, Penn está magnífico como es su costumbre en la más que adecuada compañía de, entre otros, Emile Hirsch y Josh Brolin, y todo transcurre de la más correcta de las maneras. Pero en esencia es lo que suele llamarse una biopic, esto es la convencional biografía cinematográfica de un personaje histórico, a pesar de haber sido dirigida por Gus van Sandt, que en otro momento ha puesto su firma a films tan intensos como personales, desde Drugstore Cowboy a Elephant. Sus defectos son los mismos de cualquier biopic, empezando por la dificultad de reducir una vida real a un desarrollo dramático efectivo: por lo general estas películas se convierten en una sucesión de anécdotas que cuentan momentos de la vida del personaje -una suma que siempre es inferior a la suma de sus partes. Yo nunca encontré a Milk en Milk.

          Frost / Nixon, y dicho esto a conciencia del desprecio que suele inspirarme el softie de Ron Howard, funciona mucho mejor: tensa como la cuerda de un buen arco. Aquí también había un desafío narrativo innegable: ¿cómo convertir la grabación de una entrevista televisiva en un relato que no induzca nadie a una siesta fuera de lugar? Pivoteando entre la intimidad de Frost y la de Nixon, la obra-guión de Morgan consigue pintar a dos personajes que se están jugando el todo por el todo: Frost se arriesga a hundir su carrera en el olvido si la entrevista fracasa, y Nixon ansía reivindicarse ante el mundo después del abismo en que Watergate lo hundió.

          Lo llamativo es que los motivos que alientan a ambos hombres son igualmente egoístas, y por eso venales tratándose de cuestiones de Estado. Y lo más llamativo aun (o no tanto, tratándose de Howard: no sé si la obra original pone los mismos acentos) es que Frost / Nixon termina haciendo lo que las entrevistas originales no pudieron: aunque no exonera al Presidente indigno, lo muestra como un ser falible y por ende merecedor de piedad. De los dos personajes, Nixon es el único que tiene un momento de profunda sinceridad. Frost, en cambio, es un ser frívolo que humilla al ex hombre más poderoso de la Tierra tan sólo para recuperar su mesa en Sardi's.  

          Mañana les cuento de las otras películas que vi.



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19 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Poseídos por la memoria

Rafael Argullol: Evidentemente se está abriendo un mundo ficcional completamente distinto pero también completamente igual al anterior: distinto en cuanto a que hay una variación de las coordenadas parecidas a cuando se abandonó la geometría euclidiana de tres dimensiones por toda la geometría multidimensional por el relativismo o por la cuántica, pero que esto va a afectar de una manera decisiva a la construcción de la ficción.
Delfín Agudelo: ¿De qué manera veremos este cambio en tradiciones de creación? ¿Estaremos ante una complicidad entre ciencia y arte?
R.A.: Me atrevo a hacer dos pronósticos en dos terrenos muy claros, uno que tiene que ver con lo que hemos llamado cinematografía y otro con el que hemos llamado literatura, En ambos casos nosotros vamos a construir ficciones que siempre tendrán que ver con las viejas preguntas del hombre, de esto no hay ninguna duda, las viejas preguntas y angustias y genes del hombre. Ahora bien, las construcciones que vamos a hacer van a ser construcciones mucho más pluridimensionales, más cuánticas, más relativistas. Por ejemplo cuando digo cuánticas quiero decir que vamos a aplicar a nuestros propios experimentos literarios los avances que hemos realizado en el terreno de la memoria, y es un campo que me interesa mucho, y desde hace años vengo escribiendo un libro centrado en esta función. Pero a la memoria ya no es solo aquello que habían intuido los viejos literatos, que la poesía y literatura era la maestra de la memoria, sino que la literatura deberá convertirse en discípula de la memoria y en aquello que iremos averiguando acerca de la memoria. Es como el sueño; quizá en un momento determinado deberemos decir que estamos más poseídos por el sueño en lugar de estar soñando. En otro sentido igual nosotros debemos decir que estamos poseídos por la memoria en vez de decir que recordamos. Estamos poseídos por las imágenes que no vemos en lugar de solo por la punta del iceberg que es lo que vemos. Y en ese sentido, en cierto modo,  las nuevas construcciones ficcionales incorporarán aquello que no veíamos. Y probablemente ahí también nos va a llevar a replanteamientos radicales de la vieja cuestión maravillosa pero siempre oscura entre lo que hemos llamado cuerpo y alma. Porque el alma, que era el radical extramuros del cuerpo, quizás ya no será comprendida así, porque en la medida en que seamos capaces de entrar en una especie de lo que antes considerábamos tierras movedizas o tierra de nadie, en la que incorporamos en nuestras ficciones lo que no vemos en nuestra realidad cotidiana pero que somos capaces de extenderlo a través de nuestros propios descubrimientos, en esa misma medida iremos avanzando en terrenos que antes cortábamos radicalmente. No digo que vayamos a descubrir lo que es el alma. Tengo formación porque estudié medicina aunque no la he ejercido, y cuando uno llega al último recoveco no encuentra el alma, y el médico dice "Aquí no está". Pero cuado llegamos al último recoveco no es que no encontremos el alma, pero estamos llegando al otro lado de nosotros mismos que es lo que hemos llamado "alma". En la medida en que seamos capaces de establecer puentes con nosotros mismos, mucho más poderosos que los que teníamos sensorialmente, en esa medida también la relación cuerpo/alma o cuerpo/espíritu o materia/espíritu sufrirá una poderosa transformación.



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19 de febrero de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Reloj de arena

  Cada día me topo con alguien que se ha desilusionado y le ha retirado su apoyo al proceso cubano. Hay quienes entregan el carnet del partido comunista, emigran con sus hijas casadas en Italia o se concentran en la plácida labor de atender a sus nietos y hacer la cola del pan. Pasan de delatar a conspirar, de vigilar a corromperse y hasta cambian sus gustos radiales de Radio Rebelde a Radio Martí. Toda esa conversión ?lenta en unos, vertiginosa en otros- la percibo a mi alrededor, como si bajo el sol isleño, a miles les hubiera dado por mudar la piel. Sin embargo, ese proceso de metamorfosis sólo ocurre en una dirección. No me he topado con nadie ?y mira que conozco gente- que haya pasado del descreimiento a la lealtad, que comenzara a confiar en los discursos después de años de criticarlos. Las matemáticas nos confrontan con ciertas verdades infalibles: el número de los insatisfechos aumenta, pero el grupo de los que aplauden no gana nuevas ?almas?. Como un reloj de arena, cada día cientos de pequeñas partículas de desengañados va a parar justo al sitio contrario donde una vez estuvieron. Caen hacia el montículo que formamos los escépticos, los excluidos y el coro inmenso de los indiferentes. Ya no hay retorno al lado de la confianza, porque ninguna mano podrá darle vuelta al reloj, poner arriba lo que hoy está definitivamente abajo. El tiempo de multiplicar o sumar pasó hace rato, ahora los ábacos operan siempre con restas, marcan la interminable fuga en un solo sentido.



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19 de febrero de 2009
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