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Qué supuso grabar el sonido

Cuando hace ya más de un siglo se consiguió grabar el sonido, ni siquiera cabía sustraerse al sentimiento de milagro. Una cosa, en efecto, es saber las condiciones de posibilidad de que pueda registrarse y reproducirse la voz humana (por ejemplo), y  otra muy distinta es que esta voz efectivamente se grave y resurja eventualmente tratándose incluso de una persona desaparecida. Los muertos, de alguna manera, habían dejado de guardar silencio. Una palabra enunciada en una circunstancia emotiva o jocosa perdía su singularidad y su carácter fugitivo, su aura. Este radical sentimiento de misterio (que aún nos embarga) ante la presencia de la audé griega, en ausencia de corporeidad que la sustente, se acentúa aún tratándose de la voz que canta y ello se extiende, naturalmente, a la música en general.

A diferencia de la literatura (disponible espacialmente desde el nacimiento de la escritura) de la pintura y del saber conceptual, la música era intrínsecamente irreductible a la condición de objeto, es decir, de realidad susceptible de posesión y eventualmente de intercambio. Sin duda, se daba un grado de objetividad en la transcripción simbólica. Pero obviamente, la partitura no es la música, sino una suerte de esqueleto que carece de peso sin interpretación. Ello, al menos, si se piensa la música como algo intrínsecamente compartido y fermento de cohesión social; diferente es el caso si se da peso al hecho de que alguien suficientemente entrenado pueda recrear interiormente una sombra de la música ante la sola presencia de la partitura.

Todo esto cambia, naturalmente, con la posibilidad de registrar y reproducir. Tenemos un objeto sonoro-musical, y al igual que ocurre con cualquier otro objeto, hay posibilidad de manipularlo, es decir, de perturbarlo, deformarlo (darle otra forma) y eventualmente transformarlo, conferirle una función diferente a la originaria. Baste con considerar la posibilidad de cortar aquí o allá la secuencia de una interpretación y, eventualmente, sustituir el fragmento extirpado por otro de una segunda interpretación. Truco elemental que, con niveles mayores o menores de sofisticación, otorga enorme peso a los técnicos, hoy ingenieros de sonido que, hace ya más de medio siglo, empezaron a ser importantísimos en la industria grabada (Alfredo Kraus, recuérdese, fue durante años un tenor singular porque sólo había de él grabaciones en directo, es decir, menos susceptibles de ser un producto de la manipulación técnica). En embrión está ya ahí lo que son algunas de las técnicas contemporáneas de composición musical y, desde luego, en esencia el tan traído "cortar y pegar".

Con esta transformación radical, de alguna manera se ha abierto la veda. Surgen nuevas hipótesis relativas a qué entender por música y se transforma el concepto mismo de átomo o elemento de lo musical. Éste ya no es algo dado, sino que puede ser creado en función de la tarea que el compositor mismo se propone. Naturalmente esta apertura supone una desvalorización de aquello que tenía un peso absoluto, es decir, los sonidos a los cuales, en última instancia, los compositores tenían que medirse (como el químico se mide a la tabla periódica). Ello es, en principio, interesantísimo cuando se trata de pensar sobre la esencia de la música y, cabe decir, que gran parte de la creación del siglo XX no hubiera tenido lugar sin esta subversión. Pero las cosas difícilmente se hacen sin pagar un precio. Y el precio en este caso va muy ligado a la imparable progresión de los avances tecnológicos.

El cyborg, no sólo se alimenta de música enlatada, sino que tiene posibilidad de crearla, por poco que se sienta vocacionalmente llamado. Pues al disponer de un sintetizador y, en general, de la posibilidad de recreación software de los instrumentos de creación (cosa que, en muy poco tiempo, estará al alcance de cualquiera) se dispone prácticamente de todo el ciclo que la música exige: forja de las elementos o átomos, manipulación combinatoria de los mismos, modificación de los resultados no satisfactorios, y, sobre todo, ... escucha reducida eventualmente a uno mismo.

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30 de marzo de 2009
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Mejor tener talento que talante

El pintor Eduardo Arroyo acaba de publicar unas memorias: Minuta de un testamento(Taurus), título robado a Don Gumersindo de Azcárate. Hay gente a la que el talento le sale por los poros. No contento con ser uno de los pocos pintores internacionales que quedan en este país, Arroyo, además, es escritor benemérito. Sus libros anteriores sobre Panama Al Brown y tumbas de boxeadores, entre otras aficiones, eran tan buenos que parecían ingleses. Su actual "Minuta" es aún mejor. Cuenta cosas que sólo un pintor puede apreciar, como esos despachos dedicados al maquillaje en los diarios franquistas, donde expertos en guache mejoraban las fotos según la corrección política.

No se atribuye a sí mismo, quizás por modestia, el trucaje de un retrato de Pasternak, sentado a la mesa de su cocina. Hubo que borrar una nevera cochambrosa que aparecía en la foto porque no era admisible que un ruso tuviera nevera en propiedad. El pobre Pasternak seguramente nunca supo que un artista se dedicó a ennegrecer las paredes, borrar la nevera y ponerle grietas a su modesta cocina hasta convertirla en una cueva de murciélagos. Uno imagina a Arroyo, torrencial hablador, agarrado al litro de whisky que le sirve de apoyo en este mundo cruel, contando la historia ante sus amigos. El talento es así, se siembra a puñados, como el trigo, es una bendición.

    Lo del talento es misterioso. Hay en Inglaterra tantos cabestros como en España, basta ver los sombreros de los hooligans. Y no son menos populacheros, como ha demostrado esa mujer que agonizó ante las cámaras por un montón de dinero, lo cual sólo se explica si una termitera social vive en éxtasis la pornografía tétrica. Sin embargo, el área de gente con talento sigue teniendo una densidad homérica.

En cambio, en España la capa de talento es débil y quebradiza como florecilla silvestre. Y esto viene siendo así desde que Fernando VII impuso con magnífica anticipación los planes de estudio de los sucesivos gobiernos españoles. Un proyecto que ha durado ya dos siglos. Menos mal que a veces, de puro milagro, sale gente como Eduardo Arroyo.

Artículo publicado el sábado 28 de marzo de 2009.

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30 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Desempleo juvenil

  Ciertas porfiadas estadísticas jamás se anuncian en los medios de difusión; más bien se esconden a pesar de su alta incidencia. Junto al número de suicidios, de abortos y divorcios, se escamotea también la cifra real de desempleados. Los noticiarios y las vallas quieren hacernos creer que habitamos una sociedad donde todos tienen la oportunidad de encontrar un trabajo y los desvinculados lo son por su inclinación a la vagancia. Tantos brazos sin producir apuntan, sin embargo, a la esencia de un sistema que ha convertido el trabajo en sólo apariencia y el salario en una broma de mal gusto. Hace unos días, un breve programa televisivo se acercó al tema del desempleo juvenil, pero sin mencionar el número de los actuales parados. La Habana, a las diez de la mañana de un día entre semana, es la mejor muestra de cuántos no tienen un trabajo para ganarse la vida. Los parques, las aceras y cada esquina, repletos de gente en horario laboral, resultan más confiables que los bajos índices de desocupación de los anuarios estadísticos. Para la cautelosa especialista que habló frente a las cámaras, muchos jóvenes tienen una falsa apreciación de sus potencialidades y por eso no aceptan ciertos empleos. Su frase fue seguida de una entrevista en la facultad de estudios socioculturales de la provincia Granma,  donde los recién graduados se quejaban de las plazas de ?limpia-pisos?  o de inspector de mosquitos que les habían sido asignadas. Tantos malabarismos verbales para no reconocer que mientras los sueldos sigan tan bajos, los jóvenes no se verán motivados a trabajar. No se trata de apelar a la abnegación o convocarlos a salvar la Patria con su esfuerzo diario, sino de pagarles una cantidad y en una moneda que les permita llevar una vida decente. El proyectado ?hombre nuevo? no es tan diferente del resto de los humanos: quiere emplear su tiempo y su energía en algo que redunde en prosperidad y bienestar. Eso no debería ser tan difícil de entender por los especialistas, ni tan sistemáticamente ignorado por las estadísticas.



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30 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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LA VIDA NO ERA UNA TOMBOLA

 

 

"Que la vida iba en serio, uno lo empieza a comprender más tarde", lo decía Jaime Gil cuando se dio cuenta que ya no volvería a ser joven. El año de sus "poemas póstumos"  Marisol estaba dejando de ser la niña rubia que puso color en los franquistas sesentas para ser una  joven a la que había que disimular sus relieves. El negocio de aquellas falsas moralidades consistía en que siguiera siendo la perpetua adolescente. Las curvas eran para privado disfrute de sus "inventores".

 No pudo ser. Se empeñó en crecer,  se despojó de los colorines de reina del  pop aflamencado, se borró de estrella de luz y de color, o o or. Sabía que debajo del technicolor seguía la vida en blanco y negro. Después de la película se desmontaba la tómbola. La casta guapeada que la rodeaba iba de moderna entre Marbella y Torremolinos, una Sodoma y Gomorra españoleadas. Se paraba en estas santas fechas, se disimulaba. Disfraz de negro y mantilla, dejarse ver en procesiones y pasar del rayo de luz a las sombras de las caperuzas. Del corre corre caballito a los pasos de las cofradías. De las cabriolas a las cadenas. De la voz del angelito rubio a la gravedad en saeta.

Venía de Londres, de soportar en vallas, periódicos, televisiones o pubs la presencia de la última estrella de la telebasura, Jade Goody. No estaba preparado para enfrentarme con dos capítulos televisivos sobre nuestra estrella de los sesenta. Nada tienen que ver la vida, miserias, sonrisas y lágrimas de la tragicómica historia de Jade con la de una joven que se llamó de Marisol y que consiguió ser Pepa Flores, pero su explotación televisiva, el uso del morbo, esa intención de vendernos sus vidas privadas me parecieron negocios paralelos. Jade vendía sus nadas a pedazos. Marisol fue vendida a golpes de películas y reportajes. En Inglaterra se vende la muerte de una princesa real o la de los suburbios. Aquí nos ofrecen los interiores de una niña que se hizo mujer y que nunca se quiso vender.

No mejoramos. De aquellas simpáticas banalidades folklórico-infantiles de Marisol a éstos polvos/lodos de una serie que abarata situaciones, sentimientos, músicas y letras. Para hacer una crónica sentimental de lo que fuimos hace falta un poco más de Vázquez Montalbán y un poco menos de estética de culebrón. No se lo merece Pepa Flores. Se desnudó cuando quiso, ante el envidiado César Lucas, con Mario Camus en compañía de maquis o con Antonio Gades como Pepa de día o de noche. Lleva banderas que no son las mías, dice cosas que no comparto pero mantiene el silencio más clamoroso y digno de nuestros mitos. Su voz se hizo grave, profunda, emocionante. Pasó de la vida como tómbola al desgarro de las presas. Dejó las galas de antaño se acercó a las que sueñan en las  galerías de perpetuas. Dijo adiós a todo esto. ¿Por qué seguimos sacándola en procesión?



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30 de marzo de 2009
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Ciego en la playa

Cuenta Montaigne que Alejandro Magno, al ir a acostarse, y por miedo a que el sueño le distrajera de lo esencial, dejaba siempre una mano fuera del embozo, y dentro de ella una bolita de cobre; cuando se dormía, la bola caía de la mano sobre un recipiente colocado al afecto junto al lecho, despertándole y permitiendo así que el monarca volviera a sus pensamientos. Novalis, menos aparatoso, se hacía despertar en mitad de la noche, sin bol ni bola, aunque preocupado de tener siempre en la mesilla una vela y un cuaderno donde transcribir sus sueños.

    Yo no llego a tanto, pero la edad me facilita las cosas. A mis años, el hombre suele sentir la necesidad de orinar en mitad de la noche, y ese incordio tiene su lado romántico-alemán, pues facilita la acotación de los sueños en la espesura del letargo; se recuerda (y se puede anotar, como yo hago, a lo Novalis, con luz eléctrica) la primera entrega del inconsciente y, si la vejiga vuelve a apretar, una segunda, quedando todavía el último recuento de la mañana. La fisiología al servicio de la interpretación de los sueños.

    Hoy, sin embargo, al despertar, mi sueño más patente pertenecía a otro durmiente, y ni siquiera puedo pretender originalidad. La imagen que flotaba en mi cabeza está en la secuencia que más me ha impresionado de Los abrazos rotos, aquella que sucede en Lanzarote después del accidente de automóvil que deja ciego al protagonista, Mateo Blanco (Lluís Homar), a partir de ese momento convertido en Harry Caine. Acompañado de su fiero ángel tutelar Judit (el nombre bíblico no puede ser casual) y del hijo de ella, Diego, aún un niño, Mateo/Harry hace detener el coche e insiste en que, mientras su amiga resuelve unas cuestiones de intendencia en el pueblo, desea bajar desde la carretera a la orilla. Por los ojos de Judit (Blanca Portillo) pasa una sombra mortal, la tentación de ahogarse, la que también siente una mujer herida y de nombre doble, Sylvia/Mariana (Charlize Theron), en el arranque de la excelente película de Guillermo Arriaga Lejos de la tierra quemada. Pero Judit le deja descender del coche y, guiado por la mano del niño, el hombre se adentra en una playa de surfistas y cometas. Es una escena hondamente trágica en su brevedad; de espaldas a la carretera, frente a un mar que no puede ver, Mateo/Harry es un padre ciego, un equivocado víctima de una pesadilla, como, en un episodio muy similar al borde de un acantilado, lo es otro padre engañado, cegado y con su noble nombre desvirtuado, Gloucester, el vasallo de El rey Lear de Shakespeare, una obra que he seguido sintiendo a lo largo de la mañana como fondo tal vez casual de este elocuente ensayo sobre la ceguera que es la última película de Almodóvar.

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30 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Dios y la página en blanco

Rafael Argullol: Es probable que en el primer plano el miedo y el terror se produzcan a través de las persecuciones que se dan en la película, es un primer nivel. Pero el verdadero terror de la película y su eficacia es el terror metafísico sobre el cual se apoya.

Delfín Agudelo: Estoy pensando en Deconstruyendo a Harry de Woody Allen: cuando el personaje empieza a vivir su propia creación. ¿Ves en El resplandor que la única manera de soportar el vacío es mediante la recreación total de aquello que se crea, en la medida en que el momento en el que él empieza a ver los personajes y habitar los espacios ya habitados está inmerso ya en el su más profundo vacío?
R.A.: Kubrick, que es un cineasta genuinamente artista, lo que hace en esta película de una manera muy especial es situar al artista ante su propia nada, y esto tiene sus riesgos. Cuando hablamos de la creación artística, si vamos a fondo en la palabra creación, se trata de eso: es un juego del todo o de nada. En el momento en que asumes la posibilidad de crear un mundo a través de la literatura o del cine, también asumes la posibilidad de que ese mundo no vea la luz; y al no ver la luz tú mismo te vez imbuido por la misma tiniebla a la que te has expuesto, y eso es lo que le pasa al protagonista de la película. Queda finalmente encerrado en la propia tiniebla creada por él ante su propia impotencia en el momento de la creación, y ahí se nos expone de una manera bastante espectacular los riesgos mismos de la creación, que ya no solo son la soledad, sino el vacío u lo que podíamos decir claramente, la locura: el protagonista va cayendo en una especie de esquizofrenia de un doble mundo y en ese doble mundo él se hunde en ese vacío. La diferencia con la película de Woody Allen es que él va asumiendo el propio mundo que va creando; por decirlo con palabras más clásicas, es el Homero que hace de Ulises y que generalmente es desbordado por el propio Ulises; en el caso de El resplandor es Dios quedándose encallado en el inicio del Génesis, y por tanto una situación terrorífica.



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30 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Opios

Leyendo un libro de Martin Booth llamado Opium: A History (esos volúmenes en que uno se sumerge cuando investiga para una novela, en este caso mi proyecto post-Aquarium), encontré la siguiente descripción del uso que se daba al opio y sus derivados entre los niños ingleses de la época victoriana:
    ‘Los sueldos de los trabajadores de la clase baja eran mínimos, y ambos padres solían trabajabar en puestos menores o físicamente demandantes durante largos períodos. Los bebés, un producto inevitable de la pobreza (sic), eran una complicación. El infanticidio no era una cosa rara… La mayoría de los niños, cuyas madres se desempeñaban como empleadas domésticas, en fábricas o en el campo, terminaban en manos de cuidadoras… Estas cuidadoras debían hacerse cargo de hasta doce bebés, y no sólo los supervisaban con la mayor laxitud sino que además debían hacerse cargo en simultáneo de un segundo trabajo –por ejemplo, el de lavar ropa. Para mantener tranquilos a los bebés, los alimentaban con jarabes relajadores. De esta manera, muchos niños de áreas pobres no sólo crecían habituados al opio sino que además pasaban buena parte de su tiempo en un estado semi-comatoso. Lo que complicaba aún más el problema era el hecho de que, cuando sus madres volvían a casa al cabo de una jornada agotadora, ellas también dopaban a los niños para poder tener una noche de descanso’.
    ‘Había además otro conveniente efecto secundario. El opio suprimía el apetito, razón por la cual los más pequeños se volvían menos susceptibles al hambre y colaboraban de ese modo con el ya ajustado presupuesto familiar… Cuando crecían, eran muy pocos los niños así criados que podían aprovechar la poca educación que se les ofrecía, integrándose de manera inevitable a la generación siguiente de la clase trabajadora, iletrada y condenada al ciclo de uso del opio’.
    Tenía pensado todo un párrafo sobre el aliento cíclico de la historia, la nueva crisis económica, el reemplazo del opio por sucedáneos (químicos y también electrónicos) y las barbaridades que toleramos los humanos cuando no podemos mantener la cabeza fuera del agua y dejamos que las circunstancias nos avasallen. Pero prefiero dejar que el texto de Booth resuene a solas en sus cabezas. Parafraseando al Nazareno: quien quiera oír, oirá.



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30 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Raposa do Sol

De tarde en tarde el día amanece diferente. Que lo digan los indios de la reserva indígena da Raposa do Sol en el Estado de Roraima, al norte de Brasil, a quienes el Supremo Tribunal Federal acaba de reconocerles y confirmar definitivamente su derecho a la plena posesión y al uso pleno de los mil kilómetros cuadrados de superficie de la reserva. La sentencia no deja ningún margen de dudas: los no indios deben salir inmediatamente de la Raposa do Sol, así como las empresas arroceras que durante años invadieron el territorio y en él se instalaron abusivamente. Ya en 2005 el presidente Lula había decidido la entrega de la reserva a los indígenas y la salida de las empresas arroceras, pero las autoridades del Estado de Roraima, favorables a los arroceros, recurrieron al Supremo Tribunal por considerar inconstitucional el decreto presidencial. Cuatro años después el Supremo ha decidido la cuestión y ha puesto una piedra definitiva sobre el asunto. No todo, sin embargo, son rosas en este idílico cuadro. Finalmente, la lucha de clases, tan discutida en épocas relativamente recientes y que parecía haber sido condenada al cubo de la basura de la Historia, existe de verdad. Con esta visión unilateral que tenemos nosotros, los europeos, de los problemas sociales de América Latina, tendemos a ver unanimidades donde no existen ni existieron nunca. En la Raposa do Sol, los indios adinerados, que también los hay, hicieron causa común con los no indios y con las empresas arroceras. La fiesta fue de los otros, de los pobres. Más abajo, en la Ciudad Maravillosa, la de la samba y del carnaval, la situación no está mejor. La idea, ahora, es rodear las favelas con un muro de cemento armado de tres metros de altura. Tuvimos el muro de Berlín, tenemos los muros de Palestina, ahora los de Río. Entretanto, el crimen organizado campea por todas partes, las complicidades verticales y horizontales penetran los aparatos del Estado y la sociedad en general. La corrupción parece imbatible. ¿Qué hacer?



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30 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Grand Tour

Siete días de viaje ?del 1 hasta el 7 de abril-, recepciones oficiales en tres capitales ?Londres, Praga y Ankara-, tres cumbres internacionales ?del G 20 ampliado, de la OTAN y con la Unión Europea-, dos discursos trascendentales ?sobre las relaciones transatlánticas y sobre proliferación nuclear-, encuentros bilaterales con una cuarentena de primeros ministros y jefes de Estado ?desde Isabel de Inglaterra hasta el presidente chino, Hu Jintao-, y tres toros peligrosos que hay lidiar y matar: la recesión económica global, el programa nuclear iraní y la guerra de Afganistán. Estos son los elementos que entran en el primer viaje de Barack Obama a Europa como presidente de los Estados Unidos y segunda salida al extranjero; durante unas horas el nuevo presidente estuvo en viaje oficial en el vecino Canadá. Son unas ?vacaciones europeas?, según palabras irónicas de Robert Gibbs el pasado viernes ante los periodistas en la sala de prensa de la Casa Blanca.

La nueva Administración americana ha sembrado su acción exterior de signos que hay que ir decodificando cuidadosamente. Hay un cambio en la tradición: el primer viaje del presidente no fue al gran vecino del sur, México, sino a Canadá; al igual que el primer viaje de la secretaria de Estado, Hillary Clinton, no fue a Europa, sino a Asia. Poco antes de que Obama parta hacia Londres, su vicepresidente Joe Biden habrá regresado de su viaje a Latinoamérica, donde ha participado en la cumbre progresista de Viña del Mar, en Chile, y en una cumbre centroamericana en Costa Rica para preparar la Quinta Cumbre de las Américas que se celebrará en Trinidad Tobago el 19 de abril de abril. A su vez, la señora Clinton estará también el martes en La Haya para un asunto de trascendencia como es una Cumbre sobre Afganistán, justo a los pocos días de que su presidente haya lanzado una nueva estrategia, que significa un incremento en 21.000 soldados de la presencias de fuerzas norteamericanas en el país asiático. El viaje de esta semana es, pues, la primera prueba internacional de Obama, en la que se podrá observar cómo funciona su tan admirado liderazgo a la hora de concertar políticas con otros estados soberanos, con intereses distintos y en muchos casos divergentes. Llega con el trabajo de imagen internacional más que culminado: en realidad lo consiguió ya en su anterior viaje a Europa, en agosto de 2008, cuando reunió a más de doscientos mil jóvenes en el Tiergarten de Berlín y alcanzó uno de los momentos culminantes en la obamanía. No hay que olvidar que lo pagó inmediatamente en las encuestas, en las que declinó ligeramente su ventaja, que quedó triturada poco después con el lanzamiento de la candidatura de Sarah Palin como vicepresidente por parte de John McCain. La crisis no había golpeado todavía a Wall Street, momento en que su marcha hacia la Casa Blanca se convirtió en imparable. Obama llega a Europa con necesidad de rematar alguna jugada. Si todo queda en bellas palabras, sin que sigan los hechos, su figura empezará a quedar recortada, por la desconexión entre ilusiones y realidades, esperanzas difusas y objetivos concretos, retórica y política. Esto es especialmente serio con relación a la recuperación económica: si la cumbre de Londres del G-20 ampliado no se convierte en un trallazo que haga reaccionar a todos, inversionistas, ahorradores, Gobiernos, empresas y bolsas, puede ensancharse mucho más el círculo vicioso de la frustración y del desánimo. Y además, en tal caso ya compartirá él mismo parte de las responsabilidades. Lo mismo cabe decir de los principales capítulos que ocuparán su viaje: las relaciones con Irán (en la reunión de La Haya, adonde acude una delegación de Teherán, pueden producirse contactos y noticias); el compromiso de desarme con Rusia; o la recuperación del pulso trasatlántico (a pesar de la languidez y de la desidia europeas). Habrá que atender especialmente a la parte turca del ?grand tour? de Obama: el presidente quiere reafirmar la amistad con Turquía y la importancia de su pertenencia a la Alianza Atlántica y quizás a la Unión Europea en el futuro. La Casa Blanca ya ha puntualizado que este viaje a Ankara y Estambul no es el viaje prometido en los primeros cien días a un país musulmán; siendo Turquía un país musulmán, esto significa que habrá otro y que el capítulo turco sirve para subrayar especialmente las relaciones entre Washington y Ankara y nada más. De momento. Zapatero también está haciendo su ?grand tour?, pero su periplo deberá ser objeto de otro comentario. Por hoy, ya basta.



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29 de marzo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Quién firma ahora las cartas?

Comprar un auto es una de esas aventuras a lo Indiana Jones, que lo mismo puede terminar con un infarto al miocardio o en una larga espera de diez años. Durante mucho tiempo sólo fue posible obtener un carro a partir de la distribución basada en la meritocracia. Un trabajador destacado, con miles de horas voluntarias y una misión como soldado en Angola o Etiopía, podía sentirse afortunado si le permitían adquirir un Moskovich o un Lada. Los profesionales de más alto rango se disputaban, en las universidades y los centros de estudio, las reducidas asignaciones de automóviles. Mientras, los funcionarios gubernamentales podían aspirar a modelos más modernos, que eran reparados en talleres del propio Estado. Cuando colapsó la tubería que conducía el subsidio desde el Kremlin hasta aquí, terminó la distribución por méritos de electrodomésticos y carros. Comenzó a funcionar ?otra vez? el dinero como moneda de cambio para hacerse con un vehículo. No obstante, se mantuvo un filtro selectivo para obtener el derecho a comprar los recién llegados Citröen, Peugeot o Mitsubishi. Los viejos autos adquiridos antes de 1959 sí pueden ser vendidos, pero está prohibido traspasar a otro dueño los obtenidos por cualidades laborales e ideológicas. Las regulaciones terminaron por reconocer que lo alcanzado en aquellos años del ?socialismo real? era sólo una propiedad a medias, intransferible y fácilmente confiscable. Hasta el día de hoy, aunque algunas tiendas muestran en exhibición modernos todo-terrenos y climatizados minibuses, ningún cubano puede dirigirse a ellas y comprar ?sin más requisito que el dinero? un auto. Hay que recibir antes una carta de autorización, a la que se llega después de años de papeleo. El proceso incluye una exhaustiva supervisión del origen de los fondos y la comprobación de la ?limpieza? ideológica del comprador. Por casi una década, la firma de ese salvoconducto la hacía Carlos Lage, vicepresidente del Consejo de Ministros, defenestrado hace unas semanas. De manera que en medio del estupor por su sustitución, algunos se preguntan ¿Quién firmará ahora las cartas para obtener el añorado auto?



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28 de marzo de 2009
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El Boomeran(g)
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