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Algunos paisajes sin rostro

De un día para otro subimos la máxima de cuatro grados a veintisiete. Por la mañana decenas de conejos daban saltos lascivos entre los piornales y los cuatro perros de Paloma ladraban furiosos. Cuando por fin les dio la suelta, salieron disparados tras una joven liebre, pero con la resignación de quien emprende una tarea en la que ya ha fracasado cien veces.

    Aquí arriba, a mil trescientos metros, en la Dehesa del Cid, un pedazo de sierra abulense cercano a Sanchorreja, explotó ante mis ojos una vida que llevaba meses congelada. De la noche a la mañana el tilo echó hoja, los prados se tapizaron de ranúnculos, las grajillas comenzaron su pelea por los más altos nidos de los álamos. Sobre las culebras de la charca caían plumas de viejos machos derrotados.

    Esta parte de la sierra abulense está tachonada por las rocas desintegradas. Entre enebros y espinos apenas se alza una encina o, por milagro, un olmo pertinaz. Ni siquiera se le podría llamar "paisaje" de no ser por algunos caminantes antiguos que han dejado páginas capaces de dar alma al pedregal, los pastos, los arroyos, las reses negras que se recortan contra los roquedales. Un panorama inadmisible para la Guía Michelin. Quizás por ello lo tengo por uno de los rincones más soberbios de mi país.

    Podría decirse que es un paisaje que se siente cautivo, aunque no ufano, de su identidad y por lo mismo es áspero, severo, dramático. Un Catón de paisaje con incuestionables incitaciones al escepticismo. Todo lo contrario del País Vasco, pongamos por caso, tan proclive a la mística. Y lo digo porque he recibido el cambio de régimen de aquellas provincias norteñas en estas serranías donde nada recuerda la domesticada escenografía de los señoritos vascongados. También allí de un día para otro parece haber llegado el deshielo. Se van los tristes vascos humillados ante Dios. Llegan los vascos normales, aquellos a quienes no humilla ni dios. Se oye el aullido de la jauría feudal sedienta de sangre.

    Buena suerte Patxi, que te sea leve. Y si te largan de Álava, piensa en Ávila. A veces una sola letra puede salvarte la vida.

Artículo publicado el sábado 9 de mayo de 2009.

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11 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Torturas

Que yo sepa (y sé muy poco) ningún animal tortura a otro animal y menos a un semejante suyo. Es cierto que se dice que el gato siente placer y se divierte a lo grande, atormentando al ratón que acaba de caer en sus garras y que solo devorará después de haberle molido bien las carnes en una forma particular de maceración, pero los entendidos en estas materias (no sé si los entendidos en gatos o en ratones) afirman que el felino, como un finísimo ?gourmet? siempre en busca de las cinco estrellas cinco, está simplemente mejorando el sabor del manjar a partir de una inevitable ruptura de la vesícula biliar del roedor. Siendo la naturaleza tan varia y diversa, todo es posible. Menos diversa y varia, al contrario de lo que generalmente se cree, es la naturaleza humana. Torturó en el pasado, tortura hoy y, no nos queden dudas, continuará torturando en todos los tiempos futuros, comenzando por los animales, a todos, estén domesticados o no, y terminando en su propia especie, con cuyas agonías especialmente se deleita. Para quienes se empeñan en la existencia de algo a que, con los ojos en blanco, se atreven a llamar bondad humana, la lección es dura y muy capaz de hacerles perder algunas de sus queridas ilusiones. Acaba de exponerse al conocimiento de la opinión pública uno de los más demenciales casos de tortura que podríamos imaginar. El torturador es un hermano del emir de Abu Darbi y presidente de los Emiratos Árabes Unidos, uno de los países más ricos del mundo, gran exportador de petróleo. El infeliz torturado era un comerciante afgano acusado de haber perdido un cargamento de cereales valorado en 4000 euros que el jeque Al Nayan (este es el nombre de la bestia) había adquirido. O que pasó se cuenta en pocas palabras, aunque un relato completo exigiría un libro de muchas páginas. La grabación del video, de 45 minutos, muestra a un hombre de chilaba blanca golpeando los testículos de la víctima con un aguijón eléctrico, de esos que se usan para arrear al gado, que después le introdujo en el ano. A continuación le vertió sobre los testículos el contenido de un encendedor y le prendió fuego, echando luego sal sobre la carne quemada. Para rematar, atropella varias veces al desgraciado con un coche todo terreno. En el video se pueden oír los huesos partiéndose. Como se ve, un simple capítulo más de la ilimitada crueldad humana. Si Alá no se ocupa de su gente, esto acabará mal. Ya teníamos la Biblia como manual para el perfecto criminal, ahora le toca el turno al Corán, que por el que el jeque Al Nayan reza todos os días.



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11 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Música para ver

La revista inglesa de cine Empire cumplió veinte años y lo celebró con un número especial, editado por –nada más y nada menos que- Steven Spielberg. Con semejante padrino, a esta edición debe haberle resultado fácil conseguir las entrevistas a Coppola, Jack Nicholson, Tom Hanks, James Cameron y muchos otros número uno que enriquecen sus páginas.
    Más allá de las producciones especiales (fotos que reúnen a protagonistas de éxitos como Anthony Hopkins y Jodie Foster en The Silence of the Lambs, el reencuentro de todo el elenco de The Goonies), lo que me divirtió fue una doble página que le encargaron a Cameron Crowe, el director de Jerry Maguire y Almost Famous. Como ex periodista estrella de la Rolling Stone y melómano irredento, Crowe seleccionó sus momentos musicales favoritos en materia de películas. La idea era buscar aquellas escenas en las que un director utilizó una canción preexistente para realzar la narrativa del film.
    Con muchas de sus elecciones coincido: Don’t Be Shy de Cat Stevens al comienzo de Harold and Maude, Tubular Bells de Mike Olfield en The Exorcist, Everybody’s Talking de Harry Nilsson en Midnight Cowboy… Crowe llega a introducir dentro de su Top Ten a Cucurrucucú Paloma, tal como la usa Almodóvar en Hable con ella. Pero por supuesto, toda lista similar es subjetivísima; el mismo Crowe admite que escribiría una distinta cada día, de acuerdo al humor del momento.
    ‘Una gran película no necesita música para existir, y una canción maravillosa ya es una película perfecta en nuestra imaginación. Pero a veces el matrimonio funciona y el resultado es una explosión que ensalza a ambas obras y arrulla nuestras almas en el camino’, dice Crowe.
    ¿Qué momentos de fusión cine-canción elegirían ustedes? Yo creo que el uso que Kubrick hizo de Singing in the Rain en La naranja mecánica es particularmente inolvidable, así como el modo en que empleó música de Richard Strauss para 2001. Pienso en The End de The Doors al comienzo de Apocalypse Now: sublime. Y como Crowe se ve impedido de decirlo por lógica modestia, aprovecho para decir que sus películas suelen incluir esos momentos mágicos: con canciones de Springsteen y Tom Petty en Jerry Maguire, con Tiny Dancer de Elton John en Almost Famous, y muy especialmente con In Your Eyes de Peter Gabriel en Say Anything.
    ¿Quieren más? Moonriver por Audrey Hepburn en Breakfast at Tiffany’s. Las canciones de Aimee Mann en Magnolia (una de las cuales Crowe hizo jugar de manera magnífica en Maguire). Tarantino tampoco es manco en este rubro, empezando por la forma en que usó Stuck in the Middle with You en Reservoir Dogs.
    En fin: los escucho.



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10 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Los secretos del cerdo

Nadie me ha contado todavía por qué las autoridades rusas prohibieron durante unos días la entrada de carne de cerdo de origen español, con la excusa de la gripe mexicana de origen porcino. En muchos lugares han aprovechado que el Pisuerga de la gripe pasa por el Valladolid del cerdo para cerrar fronteras, ajustar cuentas con sus fantasmas religiosos o sencillamente fastidiar al vecino, afición que prolifera en situaciones de crisis, cuando sale más a cuenta esconder el polvo de los errores propios bajo la alfombra de las responsabilidades del prójimo más próximo.

Debo decir que ya empiezo acostumbrarme a que no me cuenten muchas cosas que se me antojan imprescindibles para comprender la realidad que me rodea. Escucho en una radio que el único cerdo vivo y reconocido que hay Afganistán, en el zoo de Kabul concretamente, ha sido aislado y alejado del contacto con los visitantes para evitar el contagio gripal. La verdad es que no daría ni un euro por la vida de este cerdo, un regalo sin duda malintencionado del Gobierno chino, animal apestado en el país de los talibanes. En Egipto los pobres cerditos, criados por campesinos cristianos, han sido también objeto de persecución masiva, ordenada por el Gobierno al calor del islamismo más conservador. En otros lugares, las autoridades han actuado con crueldad también con los seres humanos: en China los mexicanos de larga residencia en el país han sido expulsados. ¿Pero a qué viene entonces la reacción rusa? ¿Nadie les ha contado que la gripe no se transmite por la ingestión? La explicación me la ha proporcionado, discretamente, sin identificarse, un buen conocedor de los secretos del comercio agropecuario europeo. Al parecer algo ha fallado en los mecanismos habituales de persuasión de las autoridades aduaneras rusas, de forma que decidieron cerrar el país a la carne de cerdo español como represalia a tanta desmemoria y tanta descortesía con los buenos funcionarios. Los mencionados mecanismos fueron engrasados rápidamente y en cuestión de horas o días todo ha vuelto a la normalidad. Este es el país de Putin y de lo que Misha Glenny llamaMcMafia, donde la delincuencia globalizada se ha convertido en la oligarquía dirigente. Pero no hay que olvidar que entenderse con Rusia es uno de los problemas mayores que tiene ahora mismo la Unión Europea.



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10 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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En el Meliá Cohiba?

Ayer sábado 9 de mayo, me fui al hotel Meliá Cohiba para comprobar si siguen las limitaciones de acceso a Internet para cubanos. Varios amigos me habían dicho que la medida limitadora se había echado atrás… pero quería comprobarlo por mí misma. De manera que Reinaldo y yo fuimos e hicimos este pequeño video. La “turista” que aparenta leer el Granma soy yo. Click here to view the embedded video.



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10 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Malas madres literarias

Regalo del día de la madre. A quien le calce. Fuente: flickr. Como una extraña y antipática manera de celebrar el Día de las Madres, BookFinder Journal ha elaborado la lista de las 10 peores madres de la literatura universal. Antipática y extraña es también mi decisión de publicar esa lista en Moleskine Literario. Pero no se crean que soy tan descreído. Hoy, que la madre de mi hijo está desayunando con él y mi madre está acompañando a mi padre en el hospital, yo, en mi casa, abro el libro El libro de mi madre de Albert Cohen y leo. Un enorme abrazo a todas. Aquí la lista en orden descendente:10. Jeanettes Mother from Oranges Are Not the Only Fruit by Jeanette WintersonThe main character is a young girl named Jeanette, who is adopted into a fundamentalist religious community. As Jeanette grows up she discovers that she is a lesbian and finds love and happiness with another local girl. When her psychotic mother finds out she publicly condemns the girl in front of their church/town and proceeds to tie the girl down and attempt two lengthy exorcisms, one via a 14 hour beating and another 36 hours locked in a parlor without food.9. Sarah from Little Children by Tom PerrottaSarah joins the ranks of the litany of literary mothers who neglect their children to focus the self gratification of an affair. While defiantly not the only woman in literature to commit this motherly sin she is getting singled out, I can only have ten on the list.8. Gertrude from Hamlet by ShakespeareThe fact that she marries her brother in law, who killed her husband, is proof that she`s nuts but what really makes Gertrude a certifiable psycho is that despite all the adultery and killing she tries a little too hard to show compassion to Hamlet giving the kid a serious Oedipus complex.7. Jocasta from Oedipus the King by SophoclesSpeaking of Oedipus... Everyone in this story is too stupid and selfish for words and Jocasta is no exception. Too proud to kill her child to protect her kingdom, too stupid to not sleep with someone who is half her age when the gods have proclaimed she will commit incest, and soulless enough not to track down who killed her husband; she and the rest of her family are the perfect pawns to entertain the Greek gods.6. Sophie Portnoy from Portnoy`s Complaint by Philip RothAlexander Portnoy is a deranged neurotic mess who, unable to enjoy sex, continues to seek release with more bizarre and deviant acts. To Find the root of Alexander`s issues one doesn?t have to look to far beyond his smothering, flirting, fussing mother who wouldn?t even let him use the bathroom without overseeing what he had accomplished.5. The mother/stepmother in Hansel and Gretel by Brothers GrimmShe convinces her woodcutter husband to leave their kids out in the forest to die. The children display intelligence and cunning to make it back to the house when the woman gets her husband to trudge them off even deeper into the forest. Child labor would even have been a more motherly option, I mean it was practically fashionable in the 19th century. Abandonment = bad mothering, at least she snuffs it in the end.4. Norma Bates from Psycho by Robert BlochWhile most of her emotional abuse and tirades about the evils of women and sex go on behind the scenes in this novel, the emotionally crippled murderous fruits of her labor take center stage. Norma Bates defines the role of the psychotic mother in fiction3. Margaret White from Carrie by Stephen KingMother of Carrie White, Margaret was religious fanatic who believed nearly everything was sin and became physically and emotionally abusive to her daughter in an effort to get her to conform to her devout lifestyle, usually by locking her in a closet until she prayed for forgiveness. That kind of mother would send anyone into a telekinetic fury.2. Petal from The Shipping News by E. Annie ProulxShe leaves her husband shortly after his parents commit suicide and runs off with her lover, but not before selling her daughters to a black market adoption agency... her only redeeming quality is that she gets killed off in a car crash so early in the book.1. Corinne Dollanganger from Flowers in the Attic by V.C. AndrewsAfter Marrying her father?s half-brother Corinne Dollanganger is widowed, and forced to return to her astringed family home with her four children. Her mother agrees to her moving back on the condition that Corinne hides the (illegitimate) children from Malcolm, her husband and Corinne?s father, until he dies. Instead of working it out on her own she stuffs the children into an attic for years where they are generally ignored and become malnourished, delusional, incestuous and develop every social abnormality in the book. Oh yeah she also tries to kill them off.



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10 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La improbable entrevista de Gianni Minà

Toda una retórica ?tan extendida en los años sesenta del siglo pasado- da sus coletazos moribundos en este milenio que recién comienza. Es una forma de discutir que me recuerda a las ?barricadas?, en eso de parapetarse y lanzarle al oponente ?desde un lugar seguro- insultos en lugar de argumentos. Gianni Minà ha desempolvado un poco esa gastada artillería. El arsenal que ha arrojado sobre mí se compone de las acusaciones de que soy fabricada desde el Norte y que he olvidado mencionar ?premeditadamente-  las ventajas del actual sistema cubano. Para concluir, me repite el estribillo de que soy una ?desconocida? en Cuba, olvidando que siempre he alardeado de mi pequeñez y mi insignificancia. Minà, sin embargo, sí tiene un historial de grandes acciones. Logró entrevistar a quien ha regido los destinos de mi país por cinco décadas, cuando los propios cubanos no hemos podido cuestionarlo o responderle con una boleta dejada en la urna. El libro resultante de aquel encuentro estuvo en las librerías durante los años en que yo pensaba abandonar el preuniversitario, por no tener zapatos que ponerme. Del lado de acá y lejos de las vitrinas donde se exhibía la extensa entrevista en una edición de lujo, algo muy diferente ocurría: los bolsillos se vaciaban, la frustración crecía y el miedo campeaba. Ninguno de esos puntos aparecía en las alabadoras frases de aquella publicación y el autor no ha querido hacer una segunda entrega para reparar esos olvidos. Me gustaría sugerirle un par de preguntas para un nuevo encuentro entre él y Fidel Castro, que probablemente jamás ocurrirá. Indague usted señor Minà ?usted que puede hablar con Él- por qué no decreta una amnistía para Adolfo Fernández Saínz y sus colegas, que ya cumplieron seis años de prisión por delitos de opinión. Anote en su agenda, por favor, las dudas que tiene mi vecina sobre la negativa para que su hermano entre a Cuba, después de ?desertar? en medio de un congreso en el extranjero. Transmítale la interrogante de mi hijo Teo, quien  no entiende que para estudiar en el nivel superior deba cumplir con una serie de requisitos ideológicos. Si usted puede acercarse a Él -más de lo que cualquiera de nosotros lograría- pídale que deje a estos ?desconocidos? ciudadanos asociarse, fundar un periódico, crear una emisora de radio, postular a un presidente o disfrutar de ese derecho -que usted ejerce a plenitud- de escribir públicamente opiniones muy diferentes a las del gobierno de su país. Le aseguro que esa entrevista ?la que usted nunca hará- será un bestseller en esta Isla.



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9 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Fresán sobre Mad Men

Serie de televisión e íconos literarios. Fuente: filmica.com Dran Dreper, el protagonista de la serie Mad Men, podría ser un personaje creado por algunos mad men literarios (en este caso, sin la doble acepción "Hombres de Manhattan" y "Hombres locos" sino solo quedándose con la segunda). Al menos así lo cree Rodrigo Fresán quien se aprovecha de la serie -que va por su segunda temporada- para hacer semblanzas de algunos mad men culurales norteamericanos: John Cheever, Richard Yates, John O´Hara, John Upidke, Miles Davis. Dejo aquí, por ser extraordinarias, las semblanzas de John Cheever y de Richard Yates. Y -como me sucede con todas las recomendaciones de Fresán- voy corriendo a buscar la primera temporada de Mad Men, que no he visto:JOHN CHEEVEREra alguien que se ocupaba de contar las historias de hombres como Dan Draper. Hombres enloquecidos por la idea de que, se supone, tienen todo para ser felices y sin embargo hay algo que falla en el teóricamente perfecto producto de sus vidas. Eso que algún publicista tan astuto como Draper bautizó como el Sueño Americano pero que cada vez se confundía y se fundía más con la pesadilla del insomnio. ?No nací en una verdadera clase social, y desde muy pronto tomé la decisión de infiltrarme en la clase media como un espía para poder atacar desde una posición ventajosa, sólo que a veces me parece que he olvidado y tomo mis disfraces demasiado en serio?, escribió Cheever en una entrada de sus Diarios. Y, de algún modo, todavía sigue allí. Nunca se ha ido y siempre vuelve: John Cheever (1912-1982) entró en marzo, por fin, en la canónica Library of America coincidiendo con la publicación de una nueva biografía firmada por Blake Bailey, que ya había publicado un perfecto y demoledor retrato de Richard Yates en el 2003: Tragic Honesty: The Life and Work of Richard Yates. Pero a no confundirse: para los antihéroes de Cheever ?-para los nadadores, los maridos rurales o los hermanos siempre en discordia? existe, siempre, la posibilidad cierta de una redención epifánica con resabios de antiguas y divinas mitologías. Dan Draper, creo, no goza de ese privilegio.RICHARD YATESY, mucho menos, los muy tristes personajes del tristísimo Richard Yates (1926-1992), a quien tan poco han comprendido el director Sam Mendes y la actriz Kate Winslet y el actor Leonardo Di Caprio. Entro a ver ilusionado la adaptación fílmica de Revolutionary Road y a los diez minutos comprendo que hay algo ?mucho? que no funciona. La adaptación de Mendes es, paradójicamente, tan mal teatro como la obrita amateur con que arranca la película. Lo que en las novelas de Yates es una prosa seca y de dientes apretados aquí se convierte en alarido melodramático y, claro, Di Caprio está condenado a lucir, siempre, como si se hubiera puesto la ropa de su padre y jugara a ser mayor. Di Caprio es, apenas, un hombrecito loquito; y no puedo evitar imaginarme lo bien que habría estado alguien como Edward Norton ?o, ya que estamos, Jon Hamm? en el rol de Frank Wheeler. Winslet no hace mal lo suyo pero, otra vez, la misma incómoda sensación que uno ya tuvo en Titanic: la de ver a una mujer aprovechándose de un niño. Tal vez deban filmar juntos ?Winslet sería una magnífica Mrs. Robinson y Di Caprio un perfecto Benjamin Braddock? una remake de El graduado, otra de hombres locos. Así que salgo del cine y entro en una librería y no puedo resistirme a la flamante edición conjunta de las novelas Revolutionary Road (1961) y The Easter Parade (1976, mi favorita entre las suyas) y el legendario volumen de relatos Eleven Kinds of Loneliness (1962) que le ha dedicado la Everyman?s Library al ahora súbitamente hot y cool Yates. Las dos primeras han sido recientemente publicadas por Alfaguara con los títulos de Vía revolucionaria y Las hermanas Grimes, el tercero fue publicado hace unos años por Emecé Argentina, y yo ya tengo todos por separado. Pero hay un placer raro en comprarse libros que ya se tienen. Y el prólogo de Richard Price justifica la inversión. Allí se lee: ?El territorio de Yates se ubica ligeramente al Sur de Cheever, al Oeste del de O?Hara, al Este de Carver y al norte de Tobias Wolff y Richard Ford?. Price cuenta cómo conoció al entonces perdedor y olvidado Yates y lo define así: ?Se nutría de rencores, era una incubadora de desaires. Sus dioses personales eran Hemingway y Fitzgerald. Estaba amargado. Tenía todo el derecho del mundo para estar amargado. Estaba realmente amargado?.



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8 de mayo de 2009
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Sin tapabocas

Cuidado con la vida. No es sencillo vivir en el mero epicentro de la histeria y conservarse ajeno a su dinámica, pero un asceta al menos debería intentarlo. Para el caso, llevo meses en cuarentena, tal vez en previsión de que la realidad me infecte la ficción en proceso. Ahora, con la ciudad medio dormida, salgo por ratos cortos, de mañana, sin deshacerme de las sandalias ni cambiar el bermudas por el pantalón largo. Un outfit decididamente motivacional, en el reino de las bocas tapadas.

     De pronto ni siquiera voy de compras. Vago sin rumbo por el puro deleite de recorrer las calles más temidas del mundo y hacer burla secreta de tanta paranoia planetaria. Ir y venir por la avenida de los Insurgentes a ochenta o cien kilómetros por hora deja los nervios flojos y maleables como una viborilla de grenetina. En otras circunstancias, con más de treinta grados a la sombra y en mitad de Insurgentes embotellado, vendría blasfemando como un condenado. Hoy me siento tentado a bajar el cristal y decirle a este monstruo de ciudad lo linda que se ve, de repente. Da trabajo pensar que hay por ahí neuróticos que lo imaginan a uno nadando en microbios.

     Mentiría si dijera que no estoy preparado para estas contingencias. Tengo siete bermudas de diversos colores y diseños de gran efecto anímico; los llevo como medida preventiva previa al tapabocas (la primera y última vez que me puse uno estaba de visita en una sala de terapia intensiva). Si me diera por asumir posturas al respecto, imprimiría una playera, en fuente Arial Bold de 96 puntos, con la siguiente provocación:

 

Antes morir de bermudas que vivir con tapabocas.

 

     Hoy he escogido entre un bermudas impreso con pericos multicolores y otro más sobrio, con palmeras escasas sobre la tela blanca. Como era de esperarse en una cuarentena tan severa, ganó el de los pericos por un amplio margen. Si ya me van a ver con desconfianza porque no traigo máscara antigases, mínimo que les quede clara mi alegría. Qué palabra curiosa, alegría. Mueves dos letras y se vuelve alergia.

     Llego al banco pasadas las diez de la mañana. Bajo del coche con el aire frío en el número dos hacia el calor del estacionamiento, y de ahí una vez más al clima artificial. Me viene, en consecuencia, una cierta la cosquilla a la nariz, pero me niego a ver las caras de terror de los presentes si me atrevo a soltar el estornudo. No acabo de creer que aun en medio de esta mañana esplendorosa cause menos temor la lepra que el catarro. Vamos, que ya el primer amago de tosido lo convierte a uno en apestado instantáneo.

     Vuelvo a la madriguera, donde llegado el caso estornudo cuanto me da la gana sin que nadie me plante la señal de la cruz. Enciendo el aparato, suelto un par de tosidos sólo por darme gusto y oprimo play sin más preocupaciones. Transfusión de magia pura para el corazón, arranca una romanza con palabras que hace ya días se me ha metido en la cabeza como uno de esos virus cariñosos que te llevan flotando de la mañana a la tarde a la mañana a la tarde, horas y horas que van y vienen plácidas, mientras afuera el mundo continúa temiendo que un catarro termine con el mundo.

     Cuidado con la vida, insisto, que es mortal.

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8 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Lucía Puenzo: El niño pez

"Más falsa que un billete de tres dólares", comento a la salida del cine. El niño pez es la historia de un amor entre dos chicas de diferentes clases sociales -Lala, la argentina de clase alta, y la Guayi, la sirvienta paraguaya- visita los territorios de lo inverosímil apenas iniciada, y no vuelve a recuperarse. Esta película tiene el corazón melodramático de una telenovela mexicana (pero al menos las telenovelas no tienen pretensiones de gran arte): la Guayi, después de una relación incestuosa con su padre, tiene un hijo de él y luego se fuga a la Argentina; allí entra a trabajar a la casa de la Lala, y pasa a tener amores con Lala y con su padre; la Lala mata a su padre por celos, pensando que luego se fugará al Paraguay y se encontrará allí con la Guayi...

Nada es creíble en la película de Puenzo: el glamour de la Guayi no va con su papel de sirvienta, los actores son flojos (el guión no ayuda), y la Lala, toda una asesina, se desplaza libremente como si la policía no existiera (ahora que lo pienso, no hay una sola escena en que aparezca la policía). Lo que pudo haber sido una fascinante exploración en la forma en que se crean los mitos se convierte en una desafortuniada serie de pasos en falso. En la última hora, la incomodad inicial da paso a la risa franca: una vez asumido su fracaso, se puede disfrutar de El niño pez.

La argentina Lucía Puenzo se ganó cierto crédito con su anterior película, XXY, una sugerente exploración sobre el hermafroditismo; el tema daba para una mirada sensacionalista, pero Puenzo se mostró contenida y madura; ahora, uno sospecha que la atracción de Puenzo por ciertos temas controversiales puede ser un gesto tan estridente como vacío. 



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8 de mayo de 2009
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El Boomeran(g)
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