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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Carapacho duro

La tolerancia hacia quienes ejercían -sin licencia- como transportistas privados había durado demasiado. Durante dos años esta fue la flexibilización más notoria y extendida del gobierno de Raúl Castro, aunque la prensa extranjera prestara mayor atención a la posibilidad de comprar una computadora, abrir un contrato de celular, alquilarse en un hotel o usufructuar por diez años un trozo de tierra. La permisibilidad con los ?boteros? incidió más en nuestra cotidianidad que estos nuevos servicios en moneda convertible o que la zozobrada reforma agraria. El pasado viernes las calles de mi ciudad amanecieron con pocos taxis colectivos, pues nuevas regulaciones les exigen contar con una licencia. Entiendo que las actividades económicas tengan gravamen e inspecciones que las regulen, pero tengo el temor de que esta medida reduzca la movilidad de miles de personas. No estoy hablando de una élite que puede pagar diez pesos cubanos ?el salario de una jornada- para ir de Centro Habana al municipio Playa, pues en esos viejos autos se mueven personas de todos los estratos sociales. Desde el estudiante que debe llegar puntual a clases, hasta el jubilado que va a visitar a sus nietos a Mantilla o el músico que da un concierto en un club nocturno. Los ?almendrones? exhiben cualidades de las que el transporte público carece: constancia, una buena frecuencia y acceso a todas las zonas del país. Estos destartalados autos han sido testigos de sucesivos planes para rehabilitar los ómnibus estatales y también han visto como estos parches momentáneos se descosen. Tienen el mérito de haber resistido los estrictos controles, la ?mordida? obligatoria que le hacen pagar algunos policías, las limitaciones para comprar piezas de repuesto y el alto precio del combustible. A pesar de todo eso, estos ovalados  vehículos mantienen su duro carapacho rodando por la ciudad. Esperamos que su obstinada armazón sea a prueba de choques y de estas nuevas limitaciones.



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22 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Poner la tapa (2)

La batalla del calentamiento hizo honor a su nombre y presentó dificultades a la hora de encontrarle un rostro. Se trataba de una historia complicada, aunque llena de elementos icónicos: un gigante, un lobo, una niña con poderes paranormales… Buscamos por todas partes. A mí me tentaban los coloridos dibujos que reproducían las ‘visiones’ de Hildegarda de Bingen (1098-1180), que además de monja y confidente de Dios era una gran compositora. Pero no di con ninguno que me convenciera del todo.
    Creo que fue Julia Saltzmann quien me contactó con la obra de Remedios Varo. La pintura que terminó en la tapa original se llama El juglar y data de 1956. Me gustó por la forma en que combinaba elementos neoclásicos con la presencia de un personaje que produce magia. Si bien no era una ilustración literal de la historia, estaba en conexión con su espíritu –igualmente neoclásico y juguetón.
    (Mayté querida: la tapa de La batalla está reproducida en este blog, en una entrada que dice Obras asociadas. No incluí las otras porque en un momento también figuraban aquí, hasta las de las traducciones. Pero creo que esa ventana ya no existe más… o bien olvidé cómo encontrarla.)
    Lo cual nos lleva a Aquarium.
    Existen dos elementos en la novela que me parecían esenciales a la hora de comunicar. El primero es que se trata de una novela de amor. (Entre el argentino Ulises y la israelita Irit, que ni siquiera comparten idioma.) El segundo es que esa historia transcurre entre Israel y Palestina en un momento particularmente complicado: el comienzo de la segunda Intifada. (Esto es, fines del año 2000.)
    Con Gabriela Franco, Julia Saltzmann y el Departamento de Arte de Alfaguara buscamos mil variantes. Dado que la novela se llama Aquarium y existe un narval que juega un rol clave, también probamos con imágenes ad hoc. Pero la intención era no redundar, tratar de que el título y la imagen no se anulasen mutuamente.
    Persiguiendo la imagen del romance contrariado recurrimos a la serie de Los amantes de Magritte. La tapa quedaba muy bonita, pero me parecía que transmitía una angustia (seguramente conocen la imagen, se trata de ese hombre y esa mujer que se besan a pesar de que tienen sus rostros encapuchados) que me perturbaba un poco. ¿Resabios de la experiencia de la dictadura, tal vez?
    En un momento propuse a la Drowning Girl de Roy Lichtenstein, que se menciona durante la novela. Tenía sentido: la chica que evidentemente sufre, rodeada por olas… Pero el editor Fernando Cittadini me la tiró abajo. ‘¡La gente va a creer que es una novela pop!’, nos dijo. Quizás haya tenido razón. En todo caso, se trataba de un motivo más para no optar por Magritte -¡Aquarium tampoco es una novela surrealista!
    Lo cual nos dejaba con las imágenes que sugerían Medio Oriente, guerra, violencia… Alguna de esas opciones pintaba muy bien, pero todos teníamos la sensación de que sesgaban la comunicación hacia un punto equívoco: si bien transcurría con la Intifada como telón de fondo, Aquarium tampoco era una novela sobre ese enfrentamiento-de-nunca-acabar.
    …Y entonces apareció ‘la’ foto.
    Pertenece a un artista llamado Kazuyoshi Nomachi y se llama Nomad Woman and Sand Dunes, o sea Mujer nómade y dunas.
    Lo nuestro fue amor a primera vista.
    Más allá de su belleza intrínseca, creo que transmite aquello que yo no quería perder: un sentido del misterio (¿quién es esa mujer que atraviesa las arenas?), del romance concebido como fuerza gravitacional, de una épica que no por personal es menos épica. Además me gustaba la contradicción: ¿una novela llamada Aquarium, ostentando una tapa que es puro desierto?
    Yo sé que lo importante es lo de adentro, querido Jan Nadir. Pero la tapa es la puerta de entrada –a un libro, a una película, a un disco, a un alma.
    Y uno trata de que la puerta sea bonita, funcione como debe y esté bien pintada, porque una obra no está completa hasta que alguien acepta la invitación para entrar a jugar.



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22 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Mayores

En portugués diríamos personas de edad. En un caso y en otro se trata de eufemismos para huir a la aborrecida palabra ?viejos?, que pudiendo y debiendo ser tomada como una afirmación vital (?Viví y estoy vivo?), es, con demasiada frecuencia, tirada a la cara del mayor como una especie de descalificación moral. Y, pese a todo, por lo menos en mi país, se usaba (¿se usará todavía?) una respuesta definitiva, fulminante, de esas que tapan la boca al interlocutor: ?Viejos son los trapos?, respondían los viejos de mi tiempo a quienes se atreviesen a llamarles viejos. Y seguían con su trabajo, sin dar más atención a las voces del mundo. Viejos serían, claro, pero no inútiles, no incapaces de meter la sovela en el lugar cierto del zapato o de guiar a relha del arado con el que anduviese labrando. La vida tenía una cosa mala: era dura. Y tenía una cosa buena: era sencilla. Hoy sigue siendo dura, pero perdió la sencillez. Tal vez haya sido esta percepción, formulada así o de otra manera, lo que hizo nacer la idea de crear una universidad para personas de edad en Castilla-La Mancha, ésa que precisamente se llama Universidad para Mayores y de la que tengo el honor de ser patrono. Personas a quienes la edad obligó a dejar su trabajo ¿qué facer con ellas? Otras en las que la edad hizo nacer curiosidades que hasta entonces no se habían experimentado ¿qué hacer con ellas? La respuesta no tardó: crear una universidad para las generaciones de canas y arrugas en la cara, un lugar donde pudiesen estudiar y descubrir mundos del conocimiento ocultos o mal sabidos. Cada una de esas personas, cada una de esas mujeres, cada uno de esos hombres, puede decir cuando abre un libro o escribe la respuesta a un cuestionario: ?No me he rendido?. En ese momento un aura de juventud rediviva les cruza por el rostro, en espíritu es como si estuviesen sentados al lado de los nietos, o fueran ellos quienes vinieron a sentarse al lado de sus mayores. El conocimiento une a cada uno consigo mismo y a todos con todos. Cualquier edad es buena para aprender. Mucho de lo que sé lo he aprendido ya en la edad madura y hoy, con 86 años, sigo aprendiendo con el mismo apetito. No frecuento la Universidad para Mayores Castilla-La Mancha (espero ir un día), pero comparto la alegría (diría incluso la felicidad) de los que allí estudian, esos a quienes me dirijo con estas palabras simples: Queridos Colegas.



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22 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Shakespeare sonetos, 400 años

Carátula original de los sonetos. Fuente: papercuts Ayer 20 de mayo se cumplieron 400 años desde que los Sonetos de William Shakespeare fueran publicados. Una nota en Paper Cuts se pregunta: "What is new, or even fairly new, or at least not too well known, to say about this work? What is there to say to commemorate this occasion that Shakespeare scholars, editors and biographers have not said and re-said?" En The Times también comentan el aniversario resaltando su vigencia. En Moleskine Literario nos aunamos a la celebración dedicándoles a los lectores uno de los más bellos sonetos de William Shakespeare: XXXIThy bosom is endeared with all hearts,Which I by lacking have supposed dead;And there reigns Love, and all Love's loving parts,And all those friends which I thought buried.How many a holy and obsequious tearHath dear religious love stol'n from mine eye,As interest of the dead, which now appearBut things remov'd that hidden in thee lie!Thou art the grave where buried love doth live,Hung with the trophies of my lovers gone,Who all their parts of me to thee did give,That due of many now is thine alone:Their images I lov'd, I view in thee,And thou (all they) hast all the all of me.



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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Las voces de Kolimá

 

El suplemento Culturas de La Vanguardia reproduce unos textos inéditos del escritor Varlam Shalámov traducidos y comentados por Ricardo San Vicente, profesor de literatura rusa de la Universidad de Barcelona. Para el que no recuerde la infernal epopeya vivida por Shalámov en los gulag soviéticos será muy recomendable la lectura de los fragmentos elegidos por el traductor e imprescindible detenerse a meditar el significado de su acusación. ¿A quién acusa el escritor condenado a trabajos forzados? ¿A sus verdugos? ¿A sus delatores? ¿A los guardias de los campos de concentración? Todos ellos aparecen maniatados en su violenta diatriba y todos acarrean el peso de su complicidad. Los prisioneros que sobrevivían perdiendo su naturaleza de hombres también reciben su dosis de desprecio. Quizá debamos incluirnos entre los destinatarios de un reproche que delata la insuficiencia de nuestra comprensión. En su relato hay destellos de inteligencia, ira y promesas de venganza eterna. Pero también reveladores testimonios: "He visto que las mujeres son más correctas, más entregadas, que los hombres; en Kolimá no se ha conocido ningún caso de un varón que acompañara a su mujer. En cambio, las esposas los acompañaban y en muchas ocasiones".



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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Un paseo entre duendes

Una noche de invierno -como en el relato de Italo Calvino- en el salón de un hotel sin apenas huéspedes escuché en una pianola automática piezas de Schumann, Chopin y Satie. Aunque heredera de los organillos la pianola era en realidad un moderno Yamaha en el que las teclas se iban hundiendo al ritmo preciso del pianista invisible que las tocaba. Como nunca había visto hasta entonces un artefacto de este tipo me quedé escuchando hipnotizado, sobre todo las Gymnopédies de Erik Satie que parecían, no sabría decir por qué, especialmente adecuadas para ser interpretadas por dedos invisibles.

El magnífico concierto, algo espectral a decir verdad, me hizo pensar por primera vez en la música desde el punto de vista de los instrumentos y no, como es habitual, del de los compositores y ejecutores. En el gran duelo, y en el gran juego, entre el músico y el instrumento no han faltado intérpretes que a la caza de la perfección total han soñado con llegar a prescindir del aparentemente imprescindible compañero: Glenn Gould, sin ir más lejos, afirmaba que en el concierto perfecto el pianista debería prescindir del piano para teclear en el interior de su mente. Algo semejante a lo que opinaba Adrian Leverkhün, el compositor ideado por Thomas Mann en su novela Doktor Faustus, un hombre que en sus composiciones finales deja de lado el piano para que el alma, sin condicionamientos sensoriales, trabaje con la mayor libertad. Las posiciones de Glenn Gould y Adrian Leverkhün -éste desde la ficción- representan adecuadamente, creo, una de las fantasías del músico: emanciparse del instrumento que tan perentoriamente necesita. Como el pintor que quiere olvidarse de los pinceles para ver bien la obra en su interior; como el escritor que quisiera escribir todo su libro sin mover un músculo sobre el papel; como el arquitecto que, siguiendo a Leon Battista Alberti, contempla con mayor gozo el edificio en forma de idea que sometido a la servidumbre de la realidad.

Claro que igualmente legítima, como sugerían los divertimentos nocturnos de la pianola automática, es la emancipación en el sentido contrario. Cuando observamos un edificio podemos eliminar tranquilamente al arquitecto que hace años o siglos lo construyó y quedarnos con el mundo que lo vio nacer y con los mundos que lo han recorrido desde entonces; y algo semejante ocurre con un cuadro, que ya no es el del pintor que lo pintó, sino de quienes una y otra vez han puesto sus ojos sobre él, o con un libro, objeto que muy pronto deja de ser propiedad de su autor -diríamos casi desde que abandona el estado de manuscrito- para convertirse en cautivo de las sucesivas generaciones de lectores que pueden, si quieren, moldeando a su placer. De ahí el carácter evocador de las grandes bibliotecas o de los museos que, como los Uffizi de Florencia, atrapan en su caos el poder del arte y el estupor que ese poder ha provocado en miles de retinas.

Con todo debo confesar que quizá la emancipación más fascinante se produce con los instrumentos de música cuando, liberados de sus constructores e intérpretes, se presentan ante nuestros ojos, ante nuestros oídos, como poseedores secretos de tesoros que nunca, nadie, podrá admirar en un solo concierto. Cada instrumento musical es el testimonio callado de un sinfín de conciertos y es precisamente en ese silencio en el que reconocemos el desfile incesante de sonidos y las emociones que se arremolinan alrededor de ellos. En ese oboe que tenemos delante escuchamos a Mozart y los latidos de la época de Mozart y las sugestiones que entre esa época y la nuestra se han esparcido en el aire. Y ese violín, ¿cuántos mundos, individuales y colectivos, ha visto desvanecerse y renacer?

El paseo por los vericuetos de una gran colección de instrumentos musicales ofrece una experiencia única. De ahí que el otro día me alegrara al leer en el último número de Diapasón, la prestigiosa revista de música francesa, que el Museo de la Música, inaugurado no hace mucho en Barcelona, era considerado uno de los mejores de Europa. Con toda justicia, me parece. Gracias al talento y al tesón de su director, Romà Escalas, la vieja colección depositada en el Palau Quadras ha resurgido en todo su esplendor en el espacio del Auditori permitiendo, por primera vez, una auténtica propuesta museográfica. El visitante, el paseante más bien, se mueve entre los instrumentos musicales como si estuviera recorriendo un vasto pedazo de la historia de Europa, ya no únicamente musical sino, por así decirlo, vital. Ve y, si quiere, oye; y al oír vuelve a ver lo que sucedió aquí y allá y, si quiere, siente de nuevo lo que otros sintieron o sencillamente siente por primera vez y se convierte en dueño absoluto de este instante. Es un paseo entre duendes.

Un lugar que ofrece algo así reconocerán que no es poca cosa en comparación a tantos lugares suntuosos que nos rodean sin ofrecer nada.

El País, 25/04/2009


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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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David y Goliat, diplomáticos

El silencio no puede ser más espeso. Llegó el día señalado, se produjo el largo encuentro, todos pudieron reconocer los signos esperados de un desacuerdo sideral, adornado por el ritual de gestos y palabras amables. Pero poco ha trascendido de lo que hablaron los dos hombres durante las cuatro horas en que estuvieron reunidos y sobre todo en la hora y media larga en que conversaron a solas. No es osado pensar que en esta parte de la reunión se pronunciaron palabras graves y se transmitieron informaciones reservadas. De momento, no han trascendido y con los indicios recogidos en la breve conferencia de prensa, la interpretación de su lenguaje corporal (al parecer, más distante y tenso de lo habitual, y tanto más importante cuanto menor es la información) y el reguero de declaraciones posteriores se ha podido trenzar el fraseo de los desacuerdos.

Obama exige a Netanyahu que congele los asentamientos de colonos judíos en Jerusalén y Cisjordania y se comprometa en la creación del Estado palestino. A Netanyahu sólo le interesa de Obama que abrevie lo más posible su negociación con Teherán, para proceder, cuando fracase, a realizar un ataque a las instalaciones nucleares iraníes. Si Netanyahu piensa que Irán es la única y auténtica amenaza existencial para su país, Obama considera que lo que amenaza el futuro de Israel, su auténtica amenaza existencial, es la imposibilidad de hacer la paz con todos sus vecinos y con los palestinos. Ambos vinculan directamente la paz entre palestinos e israelíes y el problema que significa un Irán con el arma nuclear; pero la discrepancia, radical, es la dirección de este vínculo: con la paz, piensa Obama, será más fácil aislar y convencer a Irán; atacando a Irán, dice Netanyahu, será más fácil la paz con los palestinos. Lo primero es difícil y puede ser un espejismo fruto del voluntarismo de Obama, que se ha metido en el avispero de Oriente Próximo sólo cruzar la barrera de los cien días. Pero lo segundo es totalmente improbable: un ataque contra las instalaciones nucleares iraníes no tan sólo no serviría para sentar en la mesa a los vecinos árabes y a los palestinos, sino que incendiaría la región entera y tensaría las relaciones entre todo el mundo musulmán y Estados Unidos. Obama podría dar por terminada su presidencia. Netanyahu no va de farol. El ataque a Irán sería una forma de restaurar el sistema de disuasión que Israel ha arruinado en sus dos últimas guerras (Líbano y Gaza) y, sobre todo, compraría tiempo. Aunque sólo aplazaría la carrera nuclear de Irán, permitiría a Israel seguir actuando a sus anchas sin que sus enemigos próximos contaran con la cobertura de un paraguas nuclear islámico. Con un objetivo: diferir los compromisos de paz y persistir en la política de colonización hasta cuartear el territorio palestino de forma tan irreversible que dejara de tener sentido la creación de un Estado. Pero Obama tampoco va de farol. El giro que ha significado su llegada a la Casa Blanca no había tenido todavía una escenificación tan nítida respecto a Oriente Próximo. El despliegue de la agenda diplomática de mayo ha permitido observar hasta qué punto han cambiado las cosas. Washington ha regresado a una posición equilibrada entre las dos partes, después del apoyo incondicional de Bush a Israel, tal como se deduce de las advertencias del presidente sobre los incumplimientos de los compromisos por parte de todos: no son los palestinos los únicos culpables. En contraste con un Bush que inauguró el diálogo de Annapolis pero se quedó mirando los toros desde la barrera, Obama ha decidido arremangarse y comprometerse. También han cambiado las cosas dentro de la Casa Blanca, donde con Bush y Condoleezza Rice, su secretaria de Estado, había compromisos y visiones distintas sobre el conflicto, lo que permitía al primer ministro israelí obtener del presidente la desautorización de las propuestas que no le gustaban; con Obama, la Casa Blanca es un ejército diplomático disciplinado, sin filtraciones ni voces discordantes. Nadie piensa ya en procesos largos y en incrementalismos: se trata de poner un plan de paz sobre la mesa, que contemple a todos los actores de la región, y consiga rápidamente un cambio radical del mapa político ahora enquistado. La opinión norteamericana también está virando: los grupos de presión israelíes conservadores pierden fuelle en Washington, a favor de otros lobbies más progresistas y favorables al acuerdo con los palestinos. Por no hablar de cómo están las cosas en Europa, donde el ministro de Exteriores israelí, Avigdor Lieberman, debe buscar en su primer viaje un itinerario que evite los desaires. David y Goliat son dos prototipos volátiles. Lo saben los israelíes: empezaron como el primero y se convirtieron en seguida en el segundo. En el plano militar, sin duda alguna; pero también en el diplomático. Ahora deberán cuidar que no vuelvan a girar las tornas.



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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Poner la tapa

Volviendo al asunto de la edición de Aquarium, mi nueva novela, puedo anunciar después de larga búsqueda y no pocos requiebros: ¡habemus tapa!
    La de la portada de un libro es una cuestión delicada. Es verdad que los autores la sobredimensionamos, otorgándole una importancia que el tiempo reducirá a sus justas proporciones: ¿cuántos libros maravillosos salieron al mundo con tapas detestables? Pero en la ansiedad del parto, la imagen se asimila en efecto al rostro del proyecto –y uno siempre quiere que su hijo sea lo más bonito posible.
    Si fuese apenas una cuestión de belleza, bastaría con recurrir a la imagen más preciosa del mejor libro de arte. Pero el quid del asunto pasa por otro lado. Lo que uno pretende es que ese rostro no sea equívoco respecto del contenido. Que más allá de su valor estético comunique algo que informe no sólo sobre el tema o la anécdota de la historia, sino también sobre su espíritu.
    A este respecto mi experiencia es variadísima. No recuerdo quién sugirió la tapa de El muchacho peronista (1992): ¡yo estaba tan ansioso por editar que hubiese aceptado cualquier cosa! Finalmente apareció ese rostro infantil, que me parecía potable como imagen del protagonista, el niño Roberto Hilaire Calabert, que fugaba un día de su casa para buscar aventuras y encontraba a cambio algo más parecido al Infierno. Algo bastante parecido a mi propia experiencia con la novela…
    El espía del tiempo tuvo una cara elegida en España. Como se trataba de algo que se me ocurrió describir como thriller metafísico, la opción no era mala: aire de misterio, sombras… La tapa de la edición hardcover de Drood, de Dan Simmons, me trajo recuerdos del asunto. Me pregunto qué portada elegirán en Alemania, donde está por editarse. Pero no me preocupa: mi experiencia con la gente de Nagel & Kimche ha sido más que buena hasta el momento.
    Kamchatka no costó nada: la idea del tablero del TEG y las manos de padre e hijo estaba casi cantada. Algunas ediciones utilizaron después imágenes de la película de Marcelo Piñeyro. Pero mi favorita es la versión holandesa, la foto de un niño que está de espaldas espiando algo oscuro. Me produce escalofríos porque podría ser un retrato del niño que fui, precisamente en aquella época que narra la historia: las mismas zapatillas, el mismo corte de pelo… Tiempo más tarde, la editora Nelleke Geel me informó que se trataba de una foto tomada durante los años 70 en Buenos Aires. ¡Pero nunca sabré si era yo en verdad o no!

            (Continuará.)



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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Soborno

Me había jurado a mí mismo no volver a escribir sobre este figurón en los tiempos más próximos, pero, otra vez, la fuerza de los hechos puede más que mi voluntad. En este caso no se trata de mises, modelos y bailarinas elegidas a dedo (o con dedos) para el Parlamento Europeo ni de joyas como regalo de aniversario a jovenes ?ragazze? poco más que adolescentes que tratan al primer ministro italiano por ?papi?, término que no sé exactamente lo que quiere decir (mi fuerte no es el italiano hablado por las lolitas de allí), aunque prometiera mucho hasta para el menos atento de los exámenes. Tampoco se trata del pregonado divorcio del que, personalmente, dudo mucho que se acabe consumando porque los intereses materiales mutuos pesan y es grande el riesgo de que la comedia (si lo es) acabe en reconciliación y muchas horas de transmisión televisiva. Lo que me sacó de mi relativo sosiego en relación al ?padrone? Berlusconi es una sentencia del Tribunal de Milán que condena al abogado británico David Mills a cuatro años y medio de prisión por corrupción en acto judicial. Se afirma en la sentencia que Berlusc (así me ha salido, así lo dejo) sobornó en 1997, nada menos que con 600 mil dólares, a dicho abogado y que éste incurrió en ?falso testimonio? con el objetivo de ?proporcionar impunidad a Berlusconi y al grupo Fininvest?. La reacción de Berlusc es típica: ?Es una sentencia absolutamente escandalosa, contraria a la realidad?. Y más: ?Habrá recurso, habrá otro juez, y yo estoy tranquilo?. El lector notará esa referencia a ?otro juez? que, por lo menos así lo leo yo, no pasa de un acto fallido que me permitiré interpretar de esta manera: ?Habrá otro juez, al que yo trataré de sobornar?. Como sobornó otros antes, añado. Me gustaría pensar que el fin de Berlusc se aproxima. Aunque para eso será necesario que el electorado italiano salga de su apatía, sea involuntaria o cómplice, y retome la frase de Cicerón que hace días recordé. Que la digan una vez y que se oiga en todo el mundo: ?Demasiado abusaste de nosotros, Berlusc, la puerta está allí, desaparece?. Y si esa puerta es la de la prisión, entonces podremos decir que habrá sido hecha justicia. Finalmente.



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21 de mayo de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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maria ostiz y la ironia

 

 

 

Pensaba escribir algo sobre Montevideo. La ciudad que contó Benedetti. La ciudad que contaron otros poetas, una de las ciudades que quiero- soy promiscuo con límites- y la ciudad de Onetti...pero Ellis, ¿puedo decir yo también la dulce Ellis?, me lleva reflexionar sobre los gustos, los disgustos y las mentiras. Con sus verdades sueltas y absueltas. ¿De verdad me gusta Leo Dann? No creo. No fue de mis cursis cercanos, lejanos. Y con eso tranquilizo a la, también dulce, ET, lo de Leo Dann era un guiño al raro, cursi, intenso, complejo, irónico y demasiado peronista para mis tragaderas, llamado Leonardo Favio. Ese sí me gustó con todas sus "cursiladas". Siempre quise hacer un corto sobre una deliciosa- y cursi/irónica- canción que se llama "Ding, dong, son las cosas del amor" La historia de amor interclasista, el obrero y la niña pija, se termina como un corto de Chaplin, los dos enamorados confesando sus acuerdos tiernos unidos por la música de Leo Dann. No recuerdo a Leo Dann. Eso quiere decir que no me gusta, al menos no tanto como María Ostiz. Me gustó, ¡incluso físicamente!, en esos tiempos de chicas de toque entre intelectual, monjil y con secretos. Y me gustó no por eso de "un pueblo es, un pueblo es", que nunca llegaba a ninguna parte; me gustó, entre otras cantigas de amiga, por culpa de Aute. María Ostiz cantaba "a la manera" de Aute. La diferencia es que Aute era descreído, amigo de diablos queridos y sus aleluyas estaban en las antípodas del estilo "opusino" de María. Pero sí, confieso que me sabía, y que aún recuerdo canciones como "Yo me vi rodeando el mundo", "Mi amiga Catalina", "Un pueblo es" y otras inconfesables músicas y letras de cuando fuimos jóvenes, tan jóvenes. Tan cursis. Hoy me siguen gustando cursis, pero más malas, más irónicas. Hoy me gusta "La Shica", "La bien querida" o Vega. Hay gustos que nunca se arreglan.



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20 de mayo de 2009
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