Marcelo Figueras
Dejé entibiar el agua de la bañera en que iba a meterme con mi hijo pequeño
para terminar The Girl with the Dragon Tattoo (o Man som Hattar Kvinnor, o Los hombres que no amaban a las mujeres), la novela con que Stieg Larsson abrió la trilogía Millennium. Suscribo, pues, todo lo que dije en el post anterior sobre el asunto. Larsson era un escritor muy sagaz, capaz de crear un par de personajes memorables (la hacker Lisbeth Salander, el periodista Mikael Blomkvist) y de mantener en el aire muchas naranjas a la vez, sin dejar que decaiga el suspenso. Además tenía una sensibilidad con la que muchos sintonizamos, en su visión del sistema económico imperante, en su defensa de los derechos de las mujeres y de las minorías… Se podría decir que en algún sentido fue demasiado sensible: su corazón terminó fallándole a los 50 años, poco antes de publicar la primera de sus novelas.
No pretenderé que The Girl with the Dragon Tattoo es James Joyce, pero en todo caso, ¿qué thriller busca serlo? La novela funciona como un relato de género impecable. El paisaje nevado de Suecia ayuda a dar un toque de exotismo a una historia de familias tan ricas como corruptas, de esas que existen en todas partes. Pero el verdadero motor del asunto son sus personajes. Resuelto el misterio central, uno sigue enganchado con Salander y Blomkvist, al punto de plantearse con la mayor seriedad (yo lo estoy haciendo) cuándo comprarse la segunda novela y cuánto falta para que se edite la tercera en un idioma que pueda leer. (Según internet saldrá en español en junio de este año, uno de esos extraños casos en que la traducción a nuestro idioma se adelanta a la inglesa –que saldrá en septiembre.)
Me pregunto si no terminará ocurriendo con la compleja e indomable Salander lo mismo que con Dr. House, donde el personaje resulta infinitamente más interesante que la serie que lo envuelve.
Cuando lea la segunda, les cuento.