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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Castril

El río que pasa por Lisboa no se llama Lisboa, se llama Tajo, el río que pasa por Roma no se llama Roma, se llama Tíber, y aquel otro que pasa por Sevilla tampoco se llama Sevilla, se llama Guadalquivir? Pero el río que pasa por Castril, ése, se llama Castril. Cualquier lugar habitado recibirá enseguida el nombre por el que acabará siendo conocido, no así los ríos. Durante miles y miles de años, pacientemente, todos los ríos del mundo tuvieron que esperar a que apareciera alguien por allí y los bautizara para poder figuarar después en los mapas como algo más que un trazo sinuoso y anónimo. Durante siglos y siglos las aguas de un río hasta entonces sin nombre pasaron tumultuosas por el lugar donde un día tendría que levantarse Castril y, mientras iban pasando, miraban hacia arriba, a la peña, y se decían unas a las otras: ?Todavía no está?. Y seguían su camino hasta el mar pensando, con la misma paciencia, que tras el tiempo, tiempo viene, y que nuevas aguas llegarán que ya encontrarán mujeres lavando la ropa en las piedras, niños inventando la natación, hombres pescando truchas y lo demás que acuda al anzuelo. En ese momento las aguas sabrán que les ha sido dado un nombre, que de ahí en adelante serán, no el río Castril, sino el río de Castril, tan fuerte será el pacto de vida que unirá a la gente que está levantando sus primeras y rústicas casas en los escalones de la ladera, y que después construirá segundas y terceras moradas, una al lado de otras, unas sobre los restos de otras, generaciones tras generaciones, hasta hoy. Amansadas, retenidas por el muro gigantesco que hace de ellas un lago, las aguas del río de Castril ya no saltan furiosas sobre las piedras, ya no rugen como antes entre las altas y apretadas paredes de roca con que, durante milenios, la peña, inútilmente, quiso estrangularlas. El mismo desarrollo que haría crecer y prosperar a Castril domesticó la corriente. Las cuentas entre lo que se habrá ganado y lo que se habrá perdido, las harán mejor que nadie los castrileños de pura cepa, yo solo soy ese portugués callado y discreto que un día apareció por allí de la mano de la persona que más quiero en el mundo y que, desde entonces, honrado algún tiempo después con el título de hijo adoptivo de la tierra, sube baja del pueblo al río y del río al pueblo, pasea a lo largo de las orillas y por senderos arcaicos que aún conservan la memoria de los pies descalzos que los pisaron, como si estuviese recorriendo otra vez, descalzo él también, los caminos de su propia infancia vivida en tierras diferentes a éstas, no de montañas y con un río capaz de cabalgar rocas, sino de planicies y de cursos de agua vagarosos, el Tajo, el Almonda, sábanas de agua que reflejaban durante un breve momento las nubes que pasaban por el cielo y luego las dejaban porque otras venían. A pesar del tiempo, tanto, tanto, el viejo que hoy soy contempla con los mismos ojos inocentes las montañas y el río de Castril, las calles estrechas y empinadas del pueblo, las casas bajas, los olivos que le recuerdan a otros bajo cuya sombra se acogió en el pasado y cuyos frutos recogió, los caminos entre hierbas y flores, algún bicho asustado que corre a esconderse, dejando atrás el rápido estremecimiento de una planta rozada con el pasar. Algunas personas se pasan la vida buscando la infancia que perdieron. Creo que soy una de ellas.



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8 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El blog de Mariano José de Larra, 1

Tiempos de crisis Probablemente no sea éste el mejor momento para realizar una seria reflexión sobre los medios de comunicación y su función social en el siglo XXI. Estamos quizás en el punto más sombrío y difícil de una recesión mundial, desencadenada por el estallido de una crisis financiera en Estados Unidos, que pronto se convirtió en un colapso de la liquidez global, alcanzó al conjunto del sistema financiero mundial y a la vez, en una u otra medida, a todas las economías, en muchos casos a través de sus problemas específicos, como es el estallido de la burbuja inmobiliaria en España o la caída del consumo y de los precios de la energía en el caso de Rusia y los grandes productores de gas y petróleo. También alcanza a todos los sectores, aunque en este caso hay que señalar que algunos por su centralidad, como el financiero, y otros por su fragilidad, como la automoción o la comunicación, han recibido un impacto especialmente intenso, además de ofrecer especiales incógnitas sobre su futuro.

Los mejores momentos para reflexionar sobre una crisis son los anteriores, cuando todavía no ha sucedido y aún hay tiempo para intentar prepararse para encajarla en buenas condiciones, o después, cuando ya todo ha pasado y nos sirve para extraer las lecciones correspondientes. Pero las crisis suelen llegar de improviso, sin mucho tiempo ni márgenes para reaccionar. Y ésta además no es una crisis como las otras. Por su origen, en el mismo centro del sistema. Por su carácter global. Por la dificultad para calibrar su profundidad y prever su duración. Por su imbricación con el agotamiento de un modelo de política económica, quizás incluso de unos modelos productivos y de las pautas de crecimiento comúnmente adoptadas, y por la obsolescencia de los conceptos que han actuado como dogmas de fe durante los últimos 30 años: el gobierno era el problema, no la solución; las bajadas de impuestos debían producir aumentos de competitividad; la desregulación y la privatización debían ser las claves de unas economías prósperas y saneadas. Y tampoco es una crisis como las otras porque afecta a los medios de comunicación de forma muy especial. Estamos en sociedades mediáticas, en las que la función de los medios ha dejado de ser hace ya mucho tiempo la mera comunicación y se han convertido en el escenario donde actúan todos los agentes sociales, políticos y económicos, un escenario que es a su vez protagonista él mismo. Los medios son un negocio, pero también instituciones desde donde se organiza el acceso a la información y el pluralismo. Pero no son un mero espejo que refleja, sino un actor social y político e incluso en muchas ocasiones el principal actor social y político. Y en la evolución económica que estamos comentando po¬demos pensar que, como en cualquier otro proceso, han actuado también como agentes de la crisis, como reflejo de la crisis y como sujetos y por tanto víctimas ellos mismos de la crisis, de forma que el acceso a la información y la organización del pluralismo pueden sufrir como efecto de las circunstancias económicas. Quizás no es el mejor momento, pues, para hacer la necesaria reflexión sobre el rumbo de los medios de comunicación en el siglo XXI, pero no hay más remedio, no tenemos otro, no hay mucho tiempo más que perder. Los periodistas hemos mirado el mundo con frecuencia excesiva como lo que les sucede a los otros. No suele gustarnos ni nos conviene el protagonismo; y si lo adoptamos es como una licencia literaria, un truco o técnica más para mejor narrar lo que está sucediendo. Salvo excepciones notables y con frecuencia penosas, solemos resguardar nuestro narcisismo de la mirada lectora. Desde hace un tiempo, sin embargo, nosotros mismos y los medios de comunicación que utilizamos para expresarnos nos hemos convertido en protagonistas. Y tiene toda la lógica que así sea. (Este texto es la primera entrega que publico en el blog del artículo que aparece en el número de julio-agosto de la revista Claves de la Razón Práctica. Se trata de la adaptación de la conferencia pronunciada en Ávila. el 25 de mayo de 2009, dentro del ciclo ?Los medios de comunicación al servicio del siglo XXI?, con motivo de los actos del bicentenario de Mariano José de Larra).



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Falleció Enrique Congrains Martin

Enrique Congrains Martin. Fuente: zonadenoticias Después de 50 años sin publicar, hace unos años regresó Enrique Congrains Martin de su exilio voluntario para editar un trío de libros: Gallinita portahuevos, El narrador de historias y 999 palabras para el planeta Tierra. Fue el prolífico canto de cisne. Ayer por la tarde, en Cochabamba, falleció el autor peruano vinculado a los primeros años del llamado neorrealismo urbano donde también se ubican Julio Ramón Ribeyro, Mario Vargas Llosa y Oswaldo Reynoso, entre otros miembros de las generación del 50. Dice la escueta nota: El escritor y editor peruano Enrique Congrains Martins falleció la tarde de ayer en Cochabamba a la edad de 77 años. Fue su hijo Alfredo quien brindó la lamentable noticia. Nacido en Lima en 1932, es sin duda una de las figuras representativas de la generación del 50. Autor de cuentos, novelas y de una grandiosa labor como editor, son No una, sino muchas muertes y Lima, hora cero, sus títulos más conocidos, en los que abordó las temáticas sociales, étnicas y humanas que preocuparon a toda su generación



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El misterio bufo

 

En los jardines de Sabatini el actor italiano parece uno de aquellos bufones contratados por la Corte para matar el aburrimiento de los cortesanos. Es un prodigio de locuacidad desbordada y no deja de zaherir a los mandatarios de nuestro tiempo. Unos gerifaltes que, curiosamente, no soportan  el atrevimiento de los cómicos.

Cuando vemos a Berlusconi arrugar el ceño y blasfemar contra los actores que ridiculizan sus modos de galán napolitano, nos extraña la mutación que los ha hecho tan susceptibles. A diferencia del monarca dueño de tierras y hombres, que se rodeaba de cáusticos y burlones personajes, los actuales poderosos de la tierra exigen respeto. ¡Ese protocolo! No dejan de hacer el payaso, por otro lado, pero reclaman ser tratados con veneración.

Roberto Benigni dedica la primera parte de su espectáculo a las orgías sexuales que consuma Berlusconi y hace reír a un auditorio que no siempre capta los giros de la sutil lengua italiana. Cuando interrumpe la festiva e insidiosa difamación -un consuelo espiritual para los escandalizados- su número teatral cambia de registro y del sarcasmo denigrante pasa al admirable legado de la alta cultura italiana, acentuando con su voz temblorosa la grave y monumental grandeza del gran Dante. El contraste sentencia la verdadera intención de la obra: la actualidad manoseada por mediocres individuos se arruga ante el sublime don de la palabra.

El patetismo veraz del actor es una intensa evocación emocional, consternada por la belleza y majestuosa profundidad de unos versos escritos y recitados como visiones creadoras de hombres y revelaciones sobre la geografía del alma. El entusiasmo de Benigni por el Dante es un homenaje conmovedor. Sus comentarios escénicos al Canto V del Infierno -amor, sexo y lujuria- edifican una interpretación tan profunda como la de Auerbach y nos llevan hacia la verdad del misterio bufo.



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El laberinto Borges

Héctor Abad presentado los hechos en Bogotá. Foto: Luis Emiro Mejía - Festival MalpensanteAunque el poeta colombiano Harold Alvarado Tenorio, acusado en una crónica de Héctor Abad Facciolince de autoproclamarse autor apócrifo de unos poemas que sí pertenecerían a Jorge Luis Borges, envíe cartas y amigos a defender su honor con insultos y no con pruebas, el laberinto armado con los cinco poemas atribuidos a Borges (el más célebre de ellos se inicia con la frase "Somos el olvido que seremos" que dio título a un estupendo libro de Héctor Abad Facciolince) parece estar resuelto. Apareció el testimonio de un protagonista clave: Guillermo Roux. Dice: "Debería comenzar por el principio", postula Beer y aclara que todo se inició con un pedido de su amigo Jean Dominique Rey, el poeta, crítico de arte y periodista francés que tras una temporada en Buenos Aires, durante la cual trabajó en la obra de Roux para lo que serían los textos de un libro sobre el artista que publicó La Rizzoli de Nueva York en 1986, les manifestó a sus amigos el deseo de ver a Borges. "Nosotros que conocíamos a Borges desde hacía tiempo le pedimos una entrevista a la accedió sin problemas. Arreglamos un día y fuimos los tres", explica Beer.En el encuentro, Rey conversó con el poeta mientras Roux le realizó un retrato -que aquí se reproduce por primera vez- y Beer hizo algunas fotos. Antes de retirarse, según cuentan, el francés le pidió a Borges algunos poemas para publicar junto a la entrevista, y éste accedió diciendo que buscaría algunos y se los daría al día siguiente. Pero aquel 29 de septiembre de 1985, era él último día de Rey en Buenos Aires por lo que la encargada de pasar por los poemas, para remitírselos al francés, fue Beer."Cuando llegué a su casa, al otro día, Borges me dijo que no había buscado aún los poemas pero que yo podía ayudarlo. Me pidió que fuera a su dormitorio, a un cajón en el que había varios papeles sueltos y se los leyera. Yo estaba emocionada y leía de corrido así que él me frenó y me dijo: 'No, no. Así, no. Los poemas se leen haciendo una pausa después de cada verso, sino no se alcanza a percibir su ritmo'. Volví a intentarlo. Leímos varios y él me iba diciendo cuál tomar y cual no", cuenta Beer. Hace algunos silencios, busca entre las imágenes de aquel encuentro y agrega: "En un momento di con un poema que no tenía título y se lo comenté. El escuchó mi lectura y preguntó: '¿Y qué titulo le ponemos?'. Dije un título obvio, que a él no le gustó, así que lo descartó y me dictó otro".La misma María Kodama, viuda célebre, que se mostró tajante al principio diciendo que no existe ningún poema de Borges que ella desconozca, ahora retrocede y da el beneficio de la duda:Al momento, María Kodama no arriesga un juicio: "No quiero decir que son ni que no son de Borges. En lo que respecta a Roux puede ser... ellos tenían una relación. Aunque Borges no era una persona de dejar cosas sueltas, todo lo contrario. En este caso tendría que ver bien los textos y hablar con Roux, con Beer y Rey", dijo a Clarín el viernes, tras exponer en el Foro Internacional de Traducción "Borges, entre el escritor y el traductor".



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Algo se logra

¿Recuerdan el diploma de séptimo grado de mi hijo Teo? Pues hoy ha llegado con uno nuevo del curso que recién termina y éste lleva el rostro de José Martí. No dejo de preguntarme si mis críticas al diseño del anterior certificado, influyeron ?aunque sea un mínimo? en la sustitución de la imagen que acompaña a la frase ?A: ______________________ por haber concluido satisfactoriamente los estudios correspondientes al octavo grado?. Casualidad o intencionalidad, no importa, sólo sé que el Maestro está mucho más cerca del modelo que quiero para mi hijo. Espero ver su rostro, que aglutina y no excluye, también en el próximo diploma.



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Vuelta al ruedo con Cocteau

 

 

 

Me gustaría decir que "estos son mis principios, si no le gustan tengo otros". No me cuesta cambiar de casi nada. No me importa mentir, disimular, ser diplomático, fingir. No valoro a los estrictos de ideas, gustos, principios o finales. Aunque todavía no entiendo tener que pedir perdón- ni perder amigos, que muchas veces me duele y otras me libera- por no ocultar que me gustan los toros. Más estrictamente, me gustaban. Ahora tengo que tener mucha fe, mucha suerte o una entrada para José Tomás para vivir aquella excitación, aquella emoción de cuando fuimos muy aficionados. No discuto sobre legitimidad, barbarie, razón, brutalidad u otras condiciones que para muchos tiene esa fiesta. Hoy vuelvo, como tantas veces en éste misterioso arte, por el lado intelectual. Por el lado de los escritores y los toros. Sin ellos, sin la estirpe de Bergamín, sin su diabólica elegancia, su misticismo terrenal, su amor por la vida y sus bellezas yo no hubiera sido "aficionado". No me trago la parafernalia patriotera, ni sus símbolos, ni su olor, ni a la mayoría de los asistentes.

Vuelvo al ruedo por un libro incalificable y extraordinario. Un libro de una empeñada y pequeña editorial que rescata unos textos inteligentes y directos, como unas confesiones paganas, de Jean Cocteau. Se llama "La corrida del 1 de mayo" y se acompaña de otros textos sobre Lorca, Manolete y Picasso. Tres maneras taurinas de ser españoles. Y de cualquier parte. Es un libro sobre España, sobre ese país injusto- quizá nunca deje de serlo, y no será el único- de esta tierra en los años cincuenta. Ese "país pobre, pero rico" cómo lo llamaba el escritor francés que amaba los toros. N o hace falta ser taurino para leer con placer los textos, casi dichos en un bar, entre amigos, con unas copas y después de una buena corrida.

Así empieza este inclasificable libro:

 

"Sería completamente ridículo considerar a España como un lugar poético y pintoresco. No es ni lo uno ni lo otro. Es mucho más. Es un poeta. Y citaría la frase de Max Jacob que es algo más que una simple ocurrencia: "¿Cayó el viajero fulminado, golpeado por lo pintoresco?". Pongamos a los turistas las trampas de los pintoresco y veneremos a esa España que, de vez en cuando, prende fuego a aquello que adora, ese Fénix que se autoinmola para vivir"

 

Y termina:

"Nada cambia. Un inmenso arco, que se adhiere a su paso a las bóvedas de una capilla romana, y lutos y luchas y ruinas y vacíos que son mis cicatrices de gloria, puede terminar cerrando el círculo del terrible cero de una serpiente de orgullo mordiéndose la cola, del cero del ruedo, en cuyo centro, esperándonos a todos, reina inmóvil hasta dar miedo, ese insecto andrógino de alas blancas"

 

Me gustan. No lo siento. Ni me arrepiento. ¡Pobre de mí!



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La creatividad de la escasez

Mañana, 9 de julio, celebramos en la Fundación Miró de Palma de Mallorca un seminario titulado "La creatividad de la escasez".

 "El hambre aguza el ingenio" se piensa de inmediato pero no es sólo el ingenio el que se aguza con la necesidad y concibe a través de esa carencia otros modos de sobrevivir. La escasez de por sí puede ser sólo mísera y desmoralizadora, el hambre a secas diseca la imaginación cuando no la  vida entera.

La "escasez" o esta actual crisis económica promoverá o no el ingenio en la medida en que su condición se comporte como una circunstancia propia y nueva, no como un subproducto de lo anterior. Tras la circunstancia de la superproducción, la especulación, el delirio o la orgía, aparece la circunstancia del paro, la austeridad, los precios rebajados pero también el ascenso de una realidad nueva cuya misma novedad puede actuar como un estímulo del conocimiento. La escasez tras la abundancia puede tomarse sólo como desdicha, pero el cambio mismo, el cambio  profundo, puede ser el abono de una insólita creación. Y así ha venido sucediendo en otros periodos parecidos de la historia ¿Una creación nueva y mejor? ¿Una creación desvalida y peor? Una creación, en principio, de otro orden que por el mismo hecho de serlo provoca excitación, curiosidad, ocasión para  pensar y diseñar de otra manera. De otro modo aún en ciernes y en  consonancia con los nuevos fenómenos que al presentarse con firmeza requieren tratamientos distintos y en la dialéctica con ellos, generan fuerzas y estilos diferentes, sea en el arte, en la estrategia empresarial, en la organización social, en la ética y en la vida sexual.  De esta  consternación tan importante como la colosal magnitud de la Crisis presente se deriva indefectiblemente el nacimiento de otra época.

Hay acontecimientos, percances, accidentes históricos  que matizan el tiempo y otros, más decisivos por su oportunidad y su relevancia, que cambian la época. De esta categoría viene a ser cuanto está sucediendo a hora y partir de la Gran Crisis. Crisis no sólo del sistema financiero cuya reparación dejaría inalteradas las cuestiones más importantes sino crisis de un modelo de crecimiento y convivencia. Crisis no de las regulaciones económicas o de la competencia de los bancos y sus supervisores centrales ,sino crisis, a la vez, de componentes emocionales, desiderativos, morales y culturales que conjugándose forman el sistema capitalista completo.

  Esta es una crisis "sistémica" declaran los economistas pero tan sólo para referirse a la crisis del sistema económico. Sólo para explorar la hecatombe como un fallo economicista, sólo para revelar la banalidad de este análisis que se fija apenas en una parcela del conflicto. Porque ¿cómo pensar, cómo concebir aún someramente, a estas alturas, que el sistema económico actúa como un órgano autónomo? La enfermedad "sistémica" indica no un malfuncionamiento del sistema económico mismo sino un síntoma del organismo general donde vivimos, amamos, compramos, deseamos o morimos. Una señal tan poderosa ya que nos advierte sobre la presencia de una patología no acantonada en una parcela del conjunto sino que, expresada su gran magnitud, constatada su  infernal profundidad y declarada su incalculable duración, afecta a la totalidad del sistema general por el que pensamos, tasamos, deseamos o nos compadecemos.

En los tiempos de la física newtoniana y el imperio del mecanicismo una avería del cuerpo (en cuanto metáfora del motor) parecía posible resolverla cambiando el órgano o la pieza concreta.  En los tiempos de la teoría de la complejidad y el saber de la sociedad compleja cada parte de ella acaba siendo mucho menos importante que las relaciones de las partes entre sí. Loo mismo que en el cerebro o en la genética no son tan importantes las neuronas o los genes singularizados como las interconexiones que se despliegan entre ellos. No hay pues reparación cabal y duradera sustituyendo la pieza que se cree afectada singularmente. El diagnóstico de cualquier crisis debe referirse a la totalidad interactiva y, en consecuencia, cualquier posible solución requiere tanto una aproximación integral y un cuestionamiento general del funcionamiento como un progresivo entendimiento del inesperado caos sobrevenido. Como no  hay enfermedad de un solo órgano sino enfermedad del individuo integral, no hay un defecto aislable que perfeccionado permita recobrar su antiguo ser.

Los fallos de la red, son fallos de conexiones y, en su extremo, cuando el sistema se desploma no bastará ya con cambiar sus plomos. Será otro diseño y otros materiales, otro funcionamiento innovador el que permita con su excitada creatividad superar los problemas y propiciar a una realidad todavía inédita. La escasez, en suma, no es la simple falta de lo que antes se tenía, sino la señal de lo que ahora hace falta crear para conseguir un porvenir de mayor valía.



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Entre simpatías y antipatías

Rafael Argullol: En ese sentido aspectos fundamentales de la crítica, que es contextualizar el texto y contextualizar la obra, muchas veces se olvidan. Es entonces cuando evidentemente entramos en un tipo de crítica que tiene mucho de a priori y a veces ya directamente mucho de energumenismo, de lenguaje de energúmeno o de matón, en el cual hay una división maniquea y muy pasional de lo que le cae con esa expresión, lo que le cae bien o le cae mal al crítico, sin un intento mediano de contextualizar la obra.

Delífn Agudelo:Sin más, es precisamente el momento en el cual encontramos que el crítico deja de serlo para convertirse en un lector pasional que olvida las reglas de su quehacer, convirtiéndose así en uno más que opina sobre un autor o director en particular. Al hacer prevalecer su sentimiento frente al creador, ha dejado de ser crítico.

R.A.: En concreto, en la polémica o enfrentamiento Almodóvar-Boyero, evidentemente uno puede encontrar empatías en un bando y en el otro. Lo que es evidente es que Almodóvar se queja de una especie de esquematismo matón por parte del crítico Boyero, y los partidarios de Boyero se quejan de que un autor como Almodóvar haya estado tan mimado desde el punto de vista de los medios de comunicación que incluso pueda olvidarse de que pueda existir un discurso crítico sobre su obra. A mí lo que me preocupa especialmente en estos momentos es que ha entrado en crisis la tradicional prensa escrita y la tradicional forma de expresarse de los medios de comunicación, y el resultado es que esto se aproveche para ir a una especie de juicio crítico cada vez más lapidario, cada vez más inquisitorial, y cada vez menos justificado. Incluso alegando razones de espacio, parece que todo ahora tenga que ser sintético y breve, y sintéticos y breves también tengan que ser los razonamientos de la crítica. Si esto ses así evidentemente cada vez nos encontramos más a críticos que se apoderan de ese lenguaje energuménico, sin ninguna justificación racional, y que se guían puramente por las simpatías y antipatías.



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7 de julio de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Rara avis (3)

Señalaré dos últimas osadías.
    El viajero del siglo es una novela que habla, y donde se habla, de cosas que para Neuman importan de verdad. Lo cual resulta inusual en una cultura que privilegia las bajas calorías.
Puede que Europa como posibilidad, la filosofía y los pros y contras de la traducción no sean temas esenciales para el común de sus lectores. Pero lo que no podemos negarle a Neuman es que ha sido fiel a preocupaciones que encuentra esenciales.
Como argentino que vive en Europa, y más precisamente en Granada, desde hace tantos años, Neuman es lo que la novela define como un poeta viajero, esto es un poeta que no está del todo en ninguna parte –como Hans, como la misma Wandernburgo.  
    Por eso mismo, la conversación sobre el alma del migrante que la novela pinta en una tertulia resulta conmovedora. Porque al poner puntos de vista contradictorios en voces variopintas, Neuman revela que no precede desde la complacencia, sino que por el contrario, se cuestiona su circunstancia.
    Un escritor que se cuestiona. He aquí una expresión que en otros tiempos era natural y últimamente se parece cada vez más al anacronismo.
    El hecho de que Neuman no se proponga como el reservorio máximo de la sabiduría sino que la busque, y hasta la encuentre en otro, también resulta sorprendente. Neuman no tiene prurito alguno en zanjar esa discusión citando a otro escritor, Chretien de Troyes, que dijo lo siguiente. Los que creen que el lugar donde nacieron es su patria, sufren. Los que creen que cualquier lugar podría ser su patria, sufren menos. Y los que saben que ningún lugar será su patria, esos son invulnerables.
    Finalmente, El viajero del siglo es una historia de amor. No insistiré aquí en la falta de propiedad que entraña el afecto en los escritores de hoy y sus obras. Sin embargo Neuman insiste con el tema, y deja que Hans y Sophie creen un romance que aunque transcurre entre libros tiene poco de libresco. Un amor que se cuestiona a sí mismo, del mismo modo en que los traductores se cuestionan si su menester es traición o recreación, y que emerge de todas las pruebas lleno de salud, abrazando lo humano con todas sus imperfecciones. (Esta es una novela que deja claro en sus primeras páginas que los peditos pueden ser encantadores.)
    Como tiene la manía de sentir, a Neuman le consta que el amor es una efusión original, pero que amar al otro significa traducir, recrear para el amado con signos nuevos aquello que nuestro corazón tiene por claro y evidente. Es decir que entiende no sólo que el amor entraña un viaje, sino que además ese viaje es imprescindible para definirnos como personas.
    Los hombres respetables le temen más a una revolución en la cama que a la anarquía política, dice Sophie. Y ella, como su nombre lo indica, sabe de lo que habla.
    El viajero del siglo es, por último, una novela que se niega a terminar sin plantearse aquello que todas las novelas deberían plantear. ‘¿De dónde sale la belleza?’, pregunta Sophie en una carta. Y Hans le responde: ‘De la fugacidad y la alegría’.
    Esta novela pasa fugaz a pesar de su extensión, y se lee tal como fue escrita: con alegría.
    Como lector, le estoy profundamente agradecido a este escritor que logró el objetivo de parecerse en algo a Goethe: ser como él ‘un lector eterno, hablar un montón de idiomas, conocer todos los países, estudiar todas las épocas’.
    Hay algo de invulnerable en Andrés Neuman.



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7 de julio de 2009
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El Boomeran(g)
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