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Policiales

Por 13 de julio de 2009 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Edmundo Paz Soldán

Hubo un tiempo en que podía leer una novela policial en uno o dos días. Eran los años de Agatha Christie, y ella era piadosa con sus lectores y escribía novelas cortas. Luego la fórmula del género se me fue haciendo predecible y dejé de leer libros con títulos como Asesinato en el Orient Express o Muerte en el Nilo. Además, en las últimas décadas, el género engordó y los libros para leer en un avión se convirtieron en gruesos volúmenes de alrededor de quinientas páginas (será para vuelos trasatlánticos, me decía). Así que me desactualicé. De vez en cuando hubo algo de Pelecanos, de Fred Vargas, de Mankell, pero no mucho.

Las últimas semanas, sin embargo, aprovechando unas vacaciones, decidí ver qué había pasado con mis queridos policiales y thrillers. Leí, uno tras otro, a algunos de los autores principales del momento: los norteamericanos Michael Connelly (El poeta) y Dennis Lehane (Shutter Island); la escocesa Val McDermid (El canto de las sirenas); el islandés Arnaldur Indridasun (La mujer de verde). La novela negra hoy es amplia y para llegar a conclusiones válidas habría que leer mucho más; el policial latinoamericano, por ejemplo, tiene sus propias coordenadas y esta atravesando un muy buen momento gracias a escritores de la talla de Élmer Mendoza y Horacio Castellanos Moya. sin embargo, si tuviera que señalar ciertas características de los autores que he leído, señalaría lo siguiente:

Los investigadores se han vuelto más complejos. Si antes lo suyo era sobre todo un compedio de fobias y filias, de manerismos y frases repetidas (las "células grises" de Poirot), ahora se trata de un hecho traumático del pasado (James McEvoy, de Connelly, arrastra la culpa de haber sido la razón por la cual su hermana pisó una delgada capa de hielo y se hundió; la mujer de Teddy Daniels, de Lehane, aparentemente murió en un incendio) o una disfunción de alto calibre (Tony Hill, de la McDermid, es impotente).  

El género arrastra la ansiedad de no ser considerado alta literatura. El éxito comercial no lo es todo; estos escritores también quieren un reconocimiento simbólico (algunos, como Pelecanos, ya lo tienen). Por ello, se dedican a tareas compensatorias y mencionan a autores clásicos cada vez que pueden. El asesino serial de Connelly comete sus crímenes siguiendo versos de Edgar Allan Poe; el título del libro de McDermid proviene de una frase de T. S. Eliot, y cada capítulo comienza con un epígrafe de De Quincey.

Hace más de medio siglo que Borges sugirió que el género ya había agotado todas las posibles permutaciones combinatorias a la hora de resolver los casos (el asesino son todos, el asesino es el detective…) y de cometer los crímenes (con una cerbatana en un avión, con veneno en un cubo de hielo que se disolvía al tomar un whisky…). Quizás por eso hoy los policiales no privilegian tanto el cómo y el quién (la francesa Fred Vargas es una excepción). En muchos casos sabemos incluso quién es el asesino desde el principio (La mujer de verde). Interesa más el por qué, con una obsesión en la patología del asesino serial (Connelly, McDermid).

No hay mucha acción. El enfoque es en el moroso, a veces incluso aburrido procedimiento para resolver el crimen, en la rutinaria vida de una comisaria, con los celos y la tensión entre los investigadores asignados al caso y las diferentes agencias. La influencia principal parece ser la de los suecos Sjowall & Wahloo y su serie de novelas dedicadas al inspector Beck.

Se agrupa a todos estos escritores en una misma bolsa genérica, pero hay jerarquías. Indridason y Lehane son excelentes a la hora de crear atmósferas evocativas y sicologías inquietantes; Connelly no escribe tan bien, pero es el más minucioso y realista para mostrarnos cómo se investiga un caso policial en las principales capitales de Occidente. McDermid es pésima y comete errores de principiante (los soliloquios de Tony Hill, los textos en los que el asesino describe sus crímenes, han sido obviamente escritos con el lector en mente), pero su éxito se debe a otra cosa: es la más excesiva y sensacionalista en las descripciones de los asesinatos. A la corta, eso es lo que cuenta: los lectores del género buscan sobre todo emociones viscerales. A la larga, claro, son otras las razones para convertirse en un clásico a la manera de Chandler.

(La Tercera, 13 de julio 2009)
 

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Edmundo Paz Soldán

Edmundo Paz Soldán (Cochacamba, Bolivia, 1967) es escritor, profesor de literatura latinoamericana en la Universidad de Cornell y columnista en medios como El País, The New York Times o Time. Se convirtió en uno de los autores más representativos de la generación latinoamericana de los 90 conocida como McOndo gracias al éxito de Días de papel, su primera novela, con la que ganó el premio Erich Guttentag. Es autor de las novelas Río Fugitivo (1998), La materia del deseo (2001), Palacio quemado (2006), Los vivos y los muertos (2009), Norte (2011), Iris (2014) y Los días de la peste (2017); así como de varios libros de cuentos: Las máscaras de la nada (1990), Desapariciones (1994) y Amores imperfectos (1988).Sus obras han sido traducidas a ocho idiomas y ha recibido galardones tan prestigiosos como el Juan Rulfo de cuento (1997) o el Naciones de Novela de Bolivia (2002).

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