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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Charlotte Roche en castellano

Charlotte Roche. Fuente: Celebrity Sweater Puppies En el Perú "roche" es un sinónimo de "verguenza". Ningún roche ha tenido Charlotte Roche, nacida en Inglaterra pero cuya vida y carrera como presentadora de TV transcurre en Alemania, para publicar su primera novela Feuchtgebiete, traducida como Zonas húmedas. Más de un millón y medio de ejemplares vendidos y la etiqueta de porno-literatura (ella ha dicho que no está en contra de la etiqueta, pero es mucho más que "porno") Una mujer hablando de su sexualidad sin roches, incluyendo lesión anales, afeitado púbico, hemorroides, masturbación, higiene femenina y provocación sexual. En octubre aparece la novela por Anagrama, que consiguió hacerse así con el tesoro más preciado de la Feria de Frankfurt. Dice la contratapa:Tras causarse una fisura anal por apurar su depilado íntimo, Helen, la adolescente protagonista de este relato-confesión, se encuentra en la unidad de Medicina Interna, y mientras espera analiza aquellas regiones de su cuerpo que la opinión biempensante suele considerar poco propias. Porque a Helen la mueve una indomable curiosidad por sus recovecos y orificios. En efecto, a la muchacha le gusta el sexo: en solitario o en pareja; por vía anal, oral y vaginal, menstruando o con chocolate... Y el lector se deja contagiar por la risa de esta antiheroína moderna, que elabora sus traumas infantiles con un lenguaje fresco y trufado de guindas poéticas. Una primera novela transgresora, equilibrada con humor e ironía, que ha encabezado durante meses los ránkings de venta alemanes y ha sido el primer libro del ámbito germano en alcanzar la cumbre de la lista mensual de best-sellers mundiales según Amazon, con más de un millón y medio de ejemplares vendidos y 25 traducciones. «Una incursión en los últimos tabúes de nuestra época» (Elsa Vigoureux, Nouvel Observateur); «Evoca la voz de Salinger en El guardián en el centeno, Crash y el ideario feminista de Germaine Greer en La mujer eunuco» (P. Oltermann, Granta).Aquí pueden leer una entrevista a la autora realizada por el prestigioso The Guardian. Se titula "'It should make you blush". Parece que mucho más que eso consigue Charlotte.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Otra vez septiembre

Agosto nos deja agotados, después de un junio muy húmedo y un julio achicharrante. El consumo eléctrico se eleva y para dormir nos ponemos frente al ventilador que nos arrulla -toda la madrugada- con su zumbido. El calor hace aflorar la intolerancia y emergen las críticas en cada esquina. Eso lo saben bien quienes ?desde allá arriba? le temen también al octavo mes del año. Por eso abren kioscos con ron barato en los barrios más poblados y evitan cortar la electricidad en las zonas conflictivas de la ciudad. De todas formas, la tensión se palpaba en el aire, no sólo por la temperatura sino por la crisis que disparó los temores y las estrecheces. He estado contando los días que faltaban para que terminara agosto, esperanzada de que con su final nos llegaría también el alivio. Bajo esa sensación de hartazgo ha comenzado septiembre, con su carga de rutina. Mi hijo salió temprano para la escuela y a media mañana me hice la misma pregunta que el curso anterior: ¿cómo encontrar algo para llevarle de almuerzo? La maestra les anunció que volverán las movilizaciones al campo ?en compensación, me imagino, a la paulatina extinción de las becas- y que ahora las aulas tendrán cuarenta alumnos pues no hay suficientes profesores. También se ha hecho más complicado el transporte público desde hace un par de días por todos los estudiantes y trabajadores que se reincorporan de sus vacaciones. Afortunadamente, ningún huracán ha sacudido este principio de mes, como hace un año hicieron Ike y Gustav. Todos los proyectos aplazados deberían comenzar este septiembre, incluso aquellas nuevas medidas anunciadas ?aunque no sustantivadas- durante la última sesión de la Asamblea Nacional. Como escolares aplicados así tendrían que hacer nuestros políticos: sacarle punta a los lápices, forrar las libretas y ponerse a trabajar en busca de soluciones a la montaña de problemas que nos rodean. Lástima que sepan de antemano que no tendrán que someterse a examen, que no serán calificados de mal, regular o bien, con un voto dejado en una urna. Qué pena que no podamos tomar el creyón rojo de la reprobación y hacer una enorme marca en la hoja de su gestión administrativa. Así, se han ido promoviendo ellos mismos año tras año, comenzando cada septiembre un curso donde nadie tiene derecho a suspenderlos. * Septiembre también me ha traído algunas sorpresas. Desde el pasado viernes es imposible conectarse a Voces Cubanas desde la Isla. Le han aplicado a VC el mismo filtro ralentizador que ya han usado para impedir la conexión a desdecuba.com de los usuarios que se conectan dentro de Cuba, a muy baja velocidad.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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ENTRE LA CIUDAD SI Y LA CIUDAD NO

 

HE VISTO BUDAS FELICES

 

Muy simpático ese Maitreya que va creciendo en cada salón, rodeado de guardianes celestiales, en el templo de los Lamas en Pekín. Los budistas, ya se sabe, son de dónde quieren y hacen lo que les da la gana. Incluso hacen negocio, aquí, en Los Ángeles, en el Tibet o en Sigüenza. El siguiente pachen-lama puede ser de las Alpujarras o de una aldea perdida de la China, pero será un buen negocio. Para eso están las religiones. Desde los principios hasta el fin. Terminarán, también ellas morirán, sí, pero morirán forrados.

Era curioso ver el negocio de los Lamas. Como el de los vecinos de Confucio. O los taoístas. De los "nuestros", de los occidentales no hablemos si no es en presencia de nuestras mafias. Les recomiendo una visita por cualquiera de los "lugares sagrados" desde Lourdes hasta la Virgen de Guadalupe. Del Vaticano a las sectas que dominan América de norte a sur.

En ésta ciudad de quietudes e inquietudes, de misterios y negocios, de capitalismo salvaje y comunismo cínico, en ésta república de trabajadores que están diciendo adiós a la bicicleta, uno se puede encontrar una chica guapísima, delgada como una modelo, vestida con una camiseta con la bandera americana, pasar al rezo, con mucha inclinación y quema de pachulí, en oferta posmoderna al feliz buda. Feliz por lo guapas que son algunas de sus fieles, feliz por el negocio a todo humo que no lo paran ni los nuevos chinos ni los fieles de antaño.

El conductor que me llevó a las murallas era el mismo que había llevado hace unos meses a Juan Gelman, era budista y un loco de la velocidad. Poco faltó para llevarnos a un mundo más feliz a alguna viaja campesina, a mozos paseantes por las afueras de las aldeas o algunas perros, gallinas y otros animalitos que se cruzaban en nuestro camino a la Gran Muralla. No puede hablar con él, tampoco Gelman, sino a través de interprete pero me chocó esa doble condición de acelerado y tranquilo. Un país dónde los budas- y los otros de otras cortes celestiales- están felices. Y los republicanos trabajadores o estudiantes de este comunismo llevan las barras y las estrellas.

Alguien me dijo que era como el orwelliano "1984". Yo creo que habrá que mezclar eso con otras muchas cosas, también con  viva las Vegas, con sueños imperiales, fortalezas asediadas y futuro más allá de Blade Runner.

Un lugar para no perderse. Todavía está razonablemente barato. Le quedan dos telediarios.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Berlín, Terranova (2)

Con la criba de la lista doble en mano, lo primero que hay que decir es que Terranova es fiel a sus gustos y disgustos. Lejos de Berlín arranca como un policial típico (crimen, policía experimentado y escéptico) pero ya desde el segundo capítulo va donde la lleva el viento –un viento negrísimo, por cierto. Ubicada temporalmente en 1946, revela enseguida que el protagonista no es el policía sino un ex (por fuerza, más no por voluntad) miembro de la SS llamado Bruno Ritter, que ha sido enviado a la Argentina por obra de un movimiento de inteligencia del que nada sabe, más allá de la orden de esperar órdenes ulteriores mientras finge ser otro, en este caso un fotógrafo suizo llamado Louis Danton.

         Cuando leemos sobre Ritter por vez primera, está tumbado en la cama de la pensión de Buenos Aires en la que vive, tratando de reafirmar su propia identidad. En buena medida, Lejos de Berlín es el relato de una deconstrucción (la de Bruno Ritter, el nazi) y de una construcción (la de Louis Danton, el artista de izquierdas), que dada la trayectoria que va de uno a otro, no puede menos que ocurrir mediante gran violencia –o hiper-violencia, para ponerlo como a Terranova le gusta.

          Aquí también hay cruces entre la política de alto y bajo estamento, un poco de sexo ‘animaloide’ y un (falso) fotógrafo freelance en una ciudad infestada de ratas. Hay un mundo que ya se ha derrumbado, el de la fantasía nazi de dominación mundial, dejando en su lugar la baba de aquel sueño, igualmente ponzoñosa: lo que queda es la fantasía de la impunidad en la riqueza, tan imitada por sus discípulos, los militares argentinos de los ’70. Y hay otro mundo que se está construyendo, el del peronismo que la Historia se ha encargado de crear (“Perón no generó el 17 de octubre, camarada”, dice el personaje más lúcido de la novela, “el 17 de octubre generó a Perón”), dejando con el culo al aire a las izquierdas tradicionales.

         Habrá quien patalee ante el relato del ‘nazi’ bueno. En ese caso se perderá una muy buena novela, que habla de un mundo que aunque pretérito se parece mucho al nuestro, en esto de desconfiar de las etiquetas, las filias y las nacionalidades; donde nadie está llamado a responder por su religión, su raza o su ideología, sino por sus actos; y en el que un acendrado sentido del pecado y de la expiación, que pervade hasta las piedras, se encarga de administrar justicia aun lejos de los palacios donde se la administra formalmente.

         Muy buena lectura, Lejos de Berlín. Inteligente.

         Por lo demás, sólo me resta apuntar que desacuerdo con Terranova en lo que hace a Hammett, Chandler y Bogart. Y que coincido plenamente en lo que hace a la escasa nobleza de los periodistas, a Variaciones en rojo, El sindicato de Policía Yiddish y Leonardo Oyola.

         Me cae bien, Terranova.   



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hay Segovia 2009

Alvaro Pombo se presentó en Segovia. Fuente: colegawebAyer se inauguró el Hay Festival Segovia 2009 con una presencia española en su función estelar: la de Alvaro Pombo quien dio el primer disparo con la lectura continuada de su novela Virginia o el mundo interior. Así, durante cuatro martes, en librerías distintas, irá leyendose la novela publicada por Planeta a principios del año. El evento central del Hay Festival -que incluirá una conversación entre Pombo y Juan Cruz- será entre el 24 y 27 de setiembre. Otros autores presentes en el evento serán: Claudio Magris, Ana María Matute, Isabel Fonseca, Monica Ali, Antony Beevor, Luis Mateo Díez, el célebre blogger Zena el Khalil, Leonardo Padura, Yasmina Khadra, Martin Amis, escritores jóvenes como Alberto Olmos, Ana Isabel Conejo, Vicente Álvarez y Eduardo Fraile, los cineastas Isabel Coixet, David Trueba, entre otros. La música la pondrá Philipp Glass.Para leer el programa completo, hacer clic aquí.



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¡Mamá!

 

¡Mamá!

 

El título original, Missing Mom, deja bien claro un matiz de ausencia, pérdida, falta. Ese ¡Mamá! que se ha  elegido para la versión castellana resulta mucho más ambiguo, sobre todo puesto entre admiraciones. Porque puede sugerir cariño, pero también exasperación, queja, enfrentamiento, riña, odio, lo que sea. Salvo que la Oates, a la que se puede acusar de muchas cosas pero no de carecer de oficio, se ocupa de dejar las cosas claras casi desde el principio: ella, la narradora, vuelve a la casa familiar para celebrar el Día de la madre. Está algo tensa porque su condición de oveja negra la hace susceptible de ser reconvenida pase lo que pase, y eso la pone en guardia. Y en efecto. Nada más abrir la puerta que desde el jardín da acceso a la cocina, su madre exclama a verla: "¿Qué le has hecho a tu pelo?". Quede claro, sin embargo, que suena como si la madre hubiese dicho: "¿Qué le has hecho a mi pelo?". Pequeña pero sutil diferencia, ¿no?

A poco avezado que sea el lector, ya sabe que va a asistir a una pugna sorda, inmisericorde y sin tregua, y que no se resolverá en las cuatrocientas y pico páginas que faltan. Y si  además de estar al tanto de las reglas de juego habituales en las novelas de madres e hijas (cosa bastante posible porque últimamente se publican cada año varios millones de relatos sobre el tema), el lector ya ha leído otras obras de Joyce Carol Oates, puede tener una razonable certeza de que en este caso el enfrentamiento materno filial va a llegar envuelto en brutalidades, humillaciones, agresiones físicas con posible violación sumaria y hasta asesinato, no necesariamente entre ellas dos, pero si en el entorno que se creará en el curso del relato.

                Sepa, el seguidor fiel de la Oates, que va a encontrar todo ello. Pero no de la forma habitual. La acción transcurre en Mount Ephraim, una población situada al norte del estado de Nueva York y poblada de familias de clase media. Gwen Eaton, la madre, es una mujer de casi sesenta años, viuda desde hace cuatro, madre de dos hijas y actualmente dedicada a dar sentido a su vida colaborando en labores asistenciales para la comunidad y cocinando exquisiteces para su familia y amigos. Todos ellos, por ejemplo, tienen los frigoríficos atestados del celebrado pan que hornea para ellos la infatigable Gwen. Clare, la hija mayor, es una de esas mujeres que entienden la educación de sus hijos como una misión trascendente que le ha encomendado la sociedad y todo lo que implique apartarla un milímetro de su misión recibirá una contundente y merecida respuesta. El padre, cuya presencia se deja notar de continuo por las alusiones de la narradora, fue un hombre ocupado fundamentalmente en llegar al final de su vida sin haber tenido que enfrentarse a grandes problemas y sobresaltos. O sea que se entiende la escasa popularidad de Nikki, la narradora, que a sus treinta y dos años ejerce de periodista en un diario  de pueblo, mantiene una relación sentimental con "un hombre no disponible" y, por ende, ahora que se ha emancipado y lleva la clase de vida sexual que le apetece, en su horizonte no hay ni el menor asomo de niños. Cosa que le es continuamente reprochada. Bueno. Eso, y su apariencia, pues viste como una punky y lo que le ha hecho a mi pelo incluye un severo rapado en la nuca y un corte a fondo para quedarse con cuatro pelillos de rata, encima de punta a base de gomina y por si fuera poco teñidos de un color imposible pero a juego con el color de labios y uñas, tanto de las manos como de los pies. Por lo tanto se trata de una familia perfectamente normal, con una hija menor algo rarita, pero no tanto.  Allá por la página sesenta y dos el lector avezado empieza a preguntarse cuándo va a empezar la violencia marca de la casa.

                En la página sesenta y tres. La madre es salvajemente apuñalada por un ex convicto y la narración emprende un doble camino independiente. De un lado la investigación del crimen, que a J.C. Oates parece no interesarle gran cosa y se lo despacha como por obligación. La otra línea narrativa, en cambio, está claro que la fascina, en parte porque, según  ella misma se ha encargado de airear en montones de artículos y entrevistas, es parcialmente autobiográfica. Nikki, la narradora, se transforma de pronto en una especie de Orfeo punky decidido a rescatar a la madre del infierno de la respetabilidad, el amor al prójimo o la disponibilidad de su vida en bien de los demás. Por lo tanto, la humanización de la madre, la entrada de ésta en el reino de los vivos (en contraposición a la muerta en vida que fue durante muchos años) cobra la forma de un ajuste de cuentas sordo, inmisericorde y sin tregua, como siempre que madre e hija se quitan las caretas. Aquí es donde aparecen las brutalidades, las humillaciones y los abusos marca de la casa, pero todo expuesto de deforma sutil, educada y sin perder las maneras. Pocos gritos y portazos. A ratos parece crítica social.

Quede claro que si donde dice lector se pone lectora, ésta puede tener la certeza de que se va a ver retratada de principio a fin. Y que no va a ser un espejo favorecedor.

 

¡Mamá!

Joyce Carol Oates

Alfaguara



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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Pintar en la tercera edad

Una ocupación muy socorrida para personas, en general, de la tercera edad, es la de acudir a unas clases de pintura. Estas escuelas se encuentran concurridas sobre todo por mujeres y es admirable la concentración, la paciencia y el empeño con el que se aplican. Los profesores, efectivamente, no esperan de verdad ningún resultado notable de esos pintores tan ocasionales como ínfimos  pero actúan con la misma diligencia que emplearían con prometedores alumnos niños. El futuro no está presente en el proyecto de esta docencia  pero el presente llega a ser suficiente para comportarse como si existiera. Bastará que alguna alumna, por torpe que sea, dé un paso adelante en su instrucción para que ella y el profesor, la familia y la escuela celebren ilusionadamente la circunstancia.

 ¿Cuál es el fondo de la circunstancia? Precisamente el indicio de que sigue habiendo un depósito inexplorado de vida. Una vida que florece todavía desde lo oculto y se complace en la plástica cromática de un  cuadro. Más que los aparatos propios de la clínica que indican el nivel de salud, el colesterol o los reflejos, el ascendente nivel pictórico sintetiza un crecimiento interior, más que simbólico. Crecimiento del  aprendiz, cuya categoría, por sí sola evoca un rejuvenecimiento no menos sustantivo.

La pintura opera así no sólo como una terapia ocupacional más sino como un reflejo. Un dato indesmentible de la vitalidad que todavía queda y puede extraerse de  quien se comunica con el amor a la pintura. Ni la música, la gimnasia acuática o el rezo dan cuenta tan elocuente de la pasión por vivir, aquí o a allá.  Se recurre a la pintura como un entretenimiento cualquiera  pero, a continuación, la pintura se encarga de interactuar para hacerse única. En el obsesivo bosque de sus colores, en su capacidad para objetivar el reinaugurado movimiento del cuerpo, en su potencia para asombrar con sus imprevisibles resultados,  la pintura acaba revelándose una compañía inseparable. Nadie puede soportar su yo continuadamente ni tampoco su propio yo de repetición a la tercera edad. Con la pintura, sin embargo, el yo se fuga, viaja, da un invisible rodeo, y al regresar se presenta como un segundo yo. Entre otras lecciones, esto creí aprender a lo largo de tres sesiones en un segundo  piso de la calle Espronceda.



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2 de septiembre de 2009
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Marcel Proust. Analectas (3)

La parietaria

 "¡Hiedra instantánea, flora parietaria y fugaz! La más incolora, la más triste, al juzgar de tantos, de entre todas las que pueden trepar por los muros y alcanzar la balconada; para mi la más querida desde el día en que apareció en nuestro balcón como la propia sombra de la presencia de Gilberte que estaba ya  quizás en los Campos  Elíseos (...); hiedra frágil, arrastrada por cualquier vientecillo, mas asimismo relacionada no con la estación del año, sino con la hora; promesa de felicidad inmediata que la jornada a transcurrir rechazará  o llevará a cabo, y por ello mismo de la felicidad inmediata por excelencia, la felicidad que el amor proporciona; aun mas dulce y cálida en la piedra que lo es la propia espuma; flora vivaz a la que basta un rayo de luz para nacer y hacer que la alegría se expanda, incluso en el corazón del invierno." (I, 389-390)

 

Texto 17 Ciudad y jardines

Así todas las flores de nuestro jardín y  las del parque de Monsieur Swann y las ninfeas del río Vivonne, y las buenas gentes del pueblo, y sus pequeñas casas y la iglesia y todo Combray con sus alrededores, todo ello bien formado y sólido, surgió, ciudad y jardines, de mi taza de té. (I, 47)

 

Texto 18 Sombras de huidas

¡Oh desgracia! en la avenida de las Acacias- la alameda de los mirtos- veía de nuevo  a algunas de ellas, viejas, y que no eran más que las sombras terribles de lo que habían sido, errabundas, buscando desesperadamente un no se qué en los bosques virgilianos. Habían huido desde mucho tiempo atrás, mientras yo seguía interrogando  los caminos desiertos. (I, 419)

 

  Los botones de oro. Combray

Avanzábamos en el camino de sirga que dominaba la corriente desde un terraplén de varios pies; del otro lado la orilla era baja, prolongándose hasta el pueblo y hasta la estación, distante del mismo, en amplios prados. Se hallaban sembrados de ruinas, medio sepultadas en la hierba, de castillos de los antiguos condes de Combray,  que en la Edad Media tenían de este lado el caudal del Vivonne como defensa contra los ataques de los señores de Guermantes y los abades de Martinville. No eran más que unos fragmentos de torre salpicando la pradera, apenas visibles, almenas en las que en el pasado el arcabucero lanzaba piedras y el vigila mantenía a ojo Novepont, Clairfontaine, Martinville-le-Sec, Bailleau l'Exempt, todas ellas tierras vasallas de los Guermantes, entre las cuales Combray era un enclave, hoy al raso nivel de la hierba, dominadas ahora por los niños de la escuela de los hermanos que venían allí a estudiar sus lecciones o a jugar durante los recreos- pasado casi sumergido en la tierra, acostado junto al agua como un caminante que toma el fresco, pero que provocaba mis ensoñaciones, haciéndome añadir al nombre de Combray, a la pequeña villa de hoy, una ciudad muy diferente, fijando mis pensamientos por su aspecto incomprensible y arcaico, que apenas lograba esconder bajo los botones de oro. Eran muy numerosos en este lugar al que habían escogido para sus juegos en la hierba, aislados, en parejas, por tropas, amarillos como yema de huevo, brillando tanto más, me parecía, que, no pudiendo derivar hacia veleidad alguna de degustación, el placer que su vista me causaba, lo acumulaba en su superficie dorada, hasta que se hiciera suficientemente poderoso para producir una belleza inútil; y ello desde mi primera infancia, cuando desde el sendero de sirga tendía hacia ellos los brazos, sin acertar a deletrear completamente sus hermosos nombres de Príncipes de los cuentos de hadas franceses, llegados quizás siglos atrás desde Asia, pero tomando patria para siempre en el pueblo, satisfechos en su modesto horizonte, amando el sol y la orilla del agua, fieles a la reducida vista de la estación, conservando aun, sin embargo, como en ciertas de nuestras antiguas telas pintadas, en su simplicidad popular, una poética luminosidad de Oriente."

  Ángeles

"Y el ángel que transporta un sol y una luna ya inútiles cuando ha sido dicho que la Luz de la cruz será mil veces más potente que la de los astros; y el que introduce su mano en el agua del baño de Jesús para ver si está caliente; y el que surge de las nubes para poner la corona en la frente de la Virgen; y todos aquellos que, inclinados desde la cima del cielo en los balcones de la Jerusalén celeste, alzan los brazos expresando su espanto y su alegría ante la visión del suplicio de los condenados y la felicidad de los elegidos..."       

Texto 22 La verdad  y la muerte

"...Afortunados aquellos que encontraron la primera antes que la segunda, y para quienes, por cercanas que se hallen la una de la otra,  la hora de la verdad se anunció antes que la de la muerte"

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2 de septiembre de 2009
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I.

Jorge Luis Borges dice que le empresa de leer por completo las Mil y una noches puede llevar a la locura. He probado a desmentir a Borges intentando ese ejercicio desmedido de lectura, la primera vez en la adolescencia, y lo he conseguido ya tres veces, la última hace unas pocas semanas, sin más consecuencias que un encandilado sentimiento de epifanía, como ocurre siempre que uno se halla de frente a la majestad del milagro, los pies en el aire como si levitaran encima de la superficie encrespada de un mar de ilusiones y de portentos donde no hay sentido de la mesura.

            Es un mar sin sosiego de más de tres mil páginas, si uno se atiene para este ejercicio que bien recomiendo a la traducción desde el árabe clásico al francés del doctor Mardrus, que Rubén Darío prefería por encima de la de Garland, o la de Burton, a las que mejor acude Borges. Y fue la versión francesa del doctor Mardrus la que Vicente Blasco Ibáñez, tan famoso en su tiempo como Gabriel García Márquez, y leído por igual en las barberías, utilizó para la versión en español que yo conservo desde hace medio siglo, en sus dos tomos en papel biblia, empastados en rojo maravilla.

La propuesta narrativa de Las mil y una noches es de una arquitectura perfecta, y en sí misma un acto de suprema imaginación: el califa Schahriar, engañado por su esposa con un negro entre los negros, de generosa dotación, manda decapitarla y decide, además, vengarse de las mujeres, ejecutando una tras otra a todas las jóvenes de su reino tras casarse con ellas, después de cumplida la noche nupcial.  No queda ninguna otra para ir al sacrificio sino Scheherazada, la hija del Gran Visir, quien se ofrece a correr el riesgo de la muerte con el designio de contarle al califa sanguinario una historia cada noche.

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2 de septiembre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Infaustos aniversarios

Nada tienen en común los aniversarios que se conmemoraron ayer en Gdansk y Trípoli. Pero son fechas funestas ambas: pésima la primera, la del 1 de septiembre de 1939, pues corresponde al día más aciago del siglo XX según explicó tan bien el domingo en El País mi amigo Julián Casanova; pero mala también la del golpe de Estado del 1 de septiembre de 1969 en Libia -no por el depuesto rey Idris ni por el carácter incruento del derrocamiento, sino porque llevó al poder al megalómano coronel Gadafi, que ahí sigue tan campante en su jaima de dictador.

Cada una de estas fechas puede asociarse con un estigma infame de nombre preciso: Katyn, el lugar donde Stalin ordenó fusilar a 15.000 soldados y civiles polacos, pocos meses después de la partición de la pobre Polonia; y Lockerbie, el lugar donde el 21 de diciembre de 1988 cayó un avión de Pan Am en ruta de Londres a Nueva York, con sus 270 pasajeros y tripulantes, causando la muerte de once personas más en tierra, abatido por un artefacto explosivo que habían colocado los servicios secretos libios. Ha pasado mucho más tiempo del primero que del segundo, pero las cuentas de la redención y del perdón, las morales y las políticas, están abiertas en ambas y convierten las celebraciones en momentos amargos para las víctimas y sus descendientes. Así les sucede a todos los polacos, todavía recelosos del nacionalismo ruso y de su defensa en bloque de la Gran Guerra pPtria contra Hitler, en la que diluyen y olvidan la invasión y partición de su país y el exterminio de una parte tan sustancial de su élite militar y profesional. Y lo mismo ocurre con los parientes y amigos de las victimas del terrorismo libio, la mayor parte norteamericanas, sorprendidas por la liberación del responsable condenado por el atentado y por el recibimiento jubiloso que le ha proporcionado el régimen libio. Escandaliza la indiferencia con que la matanza de Katyn ha atravesado las décadas, resguardada primero por las alianzas de la Guerra Mundial y después por la Guerra Fría y la división en bloques. Pero escandaliza también la tranquilidad con que Bush, Blair y Aznar, los maestros del antirelativismo, los látigos de apaciguadores y muniqueses, absolvieron al terrorismo libio y prepararon el camino para el recibimiento que Gadafi pudo organizarle al autor condenado del atentado y para este aniversario en el que el coronel reunirá a Hugo Chávez y a Silvio Berlusconi bajo la misma jaima de la vergüenza.



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2 de septiembre de 2009
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