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Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hacemos en Caosistán?

Librar una guerra, no hay duda alguna. Pero una guerra que no quiere decir su nombre, aunque vaya creciendo el número de bajas, también españolas. España tiene allí sus tropas, en teoría, para ayudar a la estabilización del país afgano, como las tienen todos los países incluidos en la ISAF, la misión de Naciones Unidas bajo mando de la OTAN. Pero la labor que tiene encomendada es imposible: no se estabiliza lo que es inestable por definición. Y Afganistán, en guerra y sin gobierno que controle el territorio, es la inestabilidad misma. La labor de la ISAF es el tejido de Penélope: se construye a la vez que la guerra destruye. Al final, lo único que cuenta es protegerse de las adversidades y de los atentados.

Ocho años dura ya esta guerra, en la que las tropas norteamericanas y británicas son las que se encargan de la parte más cruenta, aunque la extensión de las acciones guerrilleras de los talibanes y la creciente inseguridad esté produciendo una convergencia entre las dos tareas: la bélica y la de mantenimiento de la paz. Hasta tal punto es así que hace pocas semanas cambiaron las tornas: una orden de bombardeo aéreo lanzada por el mando alemán de las tropas de estabilización produjo más de 70 muertos civiles. El gobierno instalado por Washington en Kabul en 2001 está corroído por la corrupción y el fraude electoral. Hay señores de la guerra integrados en el ejército afgano sospechosos de horribles crímenes de guerra, como es la muerte por asfixia de dos mil prisioneros encerrados en contenedores. Una prisión norteamericana, la de Bagram, es un Guantánamo sin apenas denuncia ni escándalo. Y es creciente la desafección de la población civil en un país donde la presencia de tropas extranjeras no sirve para proteger a los civiles sino para incrementar la inseguridad. Algunos dirigentes políticos todavía se atreven a decir que las tropas europeas defienden en Afganistán nuestras libertades y nuestras democracias. Rajoy lo hizo ayer al conocerse la noticia del atentado que costó la vida a un soldado español. Pueden tener razón, sobre el papel naturalmente, como todo en esta guerra. Pero la realidad es que las opiniones públicas europeas y buena parte de la americana no lo ven así. Los gobiernos europeos van a pedir pronto plazos y fechas para terminar el trabajo y devolver sus tropas a casa o, quizás, a otras misiones tanto o más importantes, como podría ser asegurar sobre el terreno la aplicación de un futuro plan de paz en Oriente Próximo. A pesar de todo, el desastre actual no es peor de lo que sería un Afganistán en el que los talibanes amigos de Al Qaeda regresaran al poder y pusieran en peligro la estabilidad en Pakistán o se propusieran tomar el poder en el país vecino y acceder con ello a su ejército y a su arma nuclear. Conseguir un plan de salida sin abrir las puertas a Bin Laden es el reto que tiene Obama ante sí. Las ideas del nuevo presidente acerca de Afganistán no son malas, pero por lo que se está viendo son todavía muy insuficientes. Veamos. La seguridad de Afganistán deben garantizarla los propios afganos. No puede Estados Unidos, y la OTAN detrás, cargar con la responsabilidad de crear un sistema democrático según nuestros parámetros y gustos en suelo afgano y probablemente contra la voluntad de los nacionales. Las alianzas y la participación de los vecinos más influyentes -Rusia, China e Irán- son fundamentales para terminar más pronto que tarde con Al Qaeda. Hay que tratar al país afgano en un paquete con Pakistán. Pero todo esto ni vale ni tiene traducción práctica alguna si no hay mejoras sobre el terreno, que es exactamente lo contrario de lo que está pasando. De ahí que ahora haya llegado la hora de la verdad para Obama. El debate en el que están comprometidos la Casa Blanca y los mandos militares sobre la nueva estrategia para Afganistán será el tercer cambio de planes en apenas nueve meses. Cuando Obama llegó a la presidencia estaba vigente todavía la estrategia minimalista de Bush. En marzo el nuevo presidente amplió el número de tropas en 21.000 soldados más y pidió un mayor compromiso europeo (que en el caso de España acaba de hacerse realidad con el incremento en 200 soldados). Y ahora deberá zanjar sobre la estrategia definitiva, después de recibir unas presiones del jefe militar sobre el terreno, el general McChrystal, para que de nuevo incremente las tropas ahora en 40.000 hombres, que demuestran una consideración muy escasa tanto hacia el presidente como hacia la supremacía del poder civil sobre el militar. En una cosa lleva razón el atrevido general e inventor del neologismo: esto es Caosistán, denominación que vale para Afganistán y para la heteróclita y desordenada alianza que ha intentado, hasta ahora sin éxito alguno, poner orden y reconstruir el país del Hindukush.



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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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IgnacioEchevarría: Fresán y los 90

Rodrigo Fresán. Fuente: radarlibros Dentro de la colección "Otra vuelta de tuerca" que lanzó Anagrama, como parte de sus celebraciones por los 40 años, está la reedición del único libro -creo- que Rodrigo Fresán editó con ese sello: Historias argentinas. La nueva edición trae, además de un nuevo cuento, textos celebratorios de Ray Loriga e Ignacio Echevarría. De este último, Radar Libros ha publicado un fragmento extenso. Cito aquí, porque tiene especial interés, lo que dice Echevarría sobre la Generación del 90, aquella que según Jorge Volpi empezó en el encuentro de Líneas Aéreas (Lengua de Trapo) y en la cual Rodrigo Fresán es indiscutible cabeza de grupo:La narrativa de los ?90 fue prisionera, en todo el ámbito hispánico, de una equívoca consigna: la de la juventud. Todo empezó por un desplazamiento que, por sí solo, parecía inocuo: donde hasta entonces se venía hablando periódicamente de nueva narrativa, se pasó a hablar ?precisamente a partir del imprevisto éxito obtenido por un libro como Historia argentina? de joven narrativa. De pronto, empezó a contar la edad de los nuevos narradores por encima de su novedad. A condición, eso sí, de que discurrieran precisamente sobre eso: sobre su juventud, esa categoría tan imprecisa y tan intrigante, sobre todo para quienes han sido excluidos de ella. Lo malo es que la juventud no suele tener una idea demasiado consistente de sí misma, así que para satisfacer las expectativas generadas hubo de recurrir a lo que más al alcance tenía: estribillos de canciones, eslóganes publicitarios, lemas para camisetas, todo ello servido con ademanes épatantes y una jerga más o menos actualizada con la que, en definitiva, se rumiaba la misma cantilena de siempre: sexo, drogas y rocanrollo. Como ya se ha dicho, aquello duró poco. La joven narrativa de los ?90 envejeció más deprisa todavía que los narradores que la protagonizaron. Aquella fiesta tan concurrida en la que todos bailaban terminó casi de golpe y la casa donde se celebraba se quedó desierta. ¿Desierta? No del todo. En el piso de arriba, en el cuarto de los niños, sentado al escritorio, frente al ordenador, estaba Rodrigo Fresán. No es que ignorara que la fiesta se había acabado: es que no sabía siquiera que se celebraba una fiesta. Y ahí sigue, después de todos estos años.



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo

Todos aquellos que disfrutan de los relatos (y con esto me refiero a usted, señora, y a usted señor; y a tí y también a vos que me mirás con desconfianza, porque no conozco a nadie que se resista al encanto de una buena historia sea cual fuere su formato: novela, artículo de periódico, serie de TV o chisme colgado de internet) deberían leer El arte de la distorsión, el nuevo libro de ensayos de Juan Gabriel Vásquez. Porque bajo su disfraz gentil de volumen para especialistas, el libro intenta responder un par de cuestiones que son importantes no sólo para el ghetto literario, sino para cada uno de nosotros -lo cual incluye, por cierto, a aquellos que no tocan un libro ni con un palo.

La primera es la siguiente: ¿para qué leemos? Y aquí me atrevo a ampliar el sentido de lo que Vásquez (autor, dicho sea de paso, de dos novelas magníficas: Los informantes e Historia secreta de Costaguana, y de una colección de cuentos, Los amantes de Todos los Santos) pretende decir. Yo entiendo que la expresión 'leer relatos' no debe restringirse ya a la tradición del libro, sino extenderse a todas las maneras en que registramos historias que no son la nuestra propia. Se suele decir, por ejemplo, que 'vemos' TV, y que 'vemos' cine, cuando lo preciso sería decir que leemos TV y leemos cine, puesto que uno ve aun lo que no quiere y enfrentarse a un relato audiovisual implica un gesto voluntario y un trabajo de decodificación de signos -equivalente al de la lectura convencional, del principio al fin.

Vásquez define al escritor como aquel que se dedica a "contar las tribulaciones de gente que nunca ha existido". Así puesta, se trata de efecto de una ocupación extraña, no muy distinta a la de aquel que conversa en voz alta con fantasmas, o a la del lunático que no distingue entre fantasía y realidad. Pero como el escritor no escribe para sí mismo sino para otros (pocos o muchos, pero otros), la definición torna imprescindible que expresemos su contraparte: esto es, la segunda parte de la ecuación, aquella que se aparta de la cifra aislada para definir un sistema que viene funcionando maravillosamente desde el fondo de los tiempos. 

A saber: a todos nosotros, escribamos o no, nos interesan las tribulaciones ajenas. Las historias de otra gente nos atraen como la miel al oso. Lo han hecho desde el comienzo de los tiempos, y lo harán hasta el fin de ellos: ¿a alguien le cabe duda de que el Apocalipsis será transmitido en directo? El hecho de que las historias a las que somos adictos sean reales o imaginarias es una consideración secundaria, ya que incluso las historias que se nos venden como verídicas pueden no serlo; la mayor parte del tiempo las damos por verdaderas mediante un salto de fe, depositando nuestra confianza en el narrador de turno, se trate de un medio periodístico, de un documentalista o de un historiador. Lo que nos interesa, pues, son las tribulaciones de la gente en general, de aquella que nunca ha existido pero también de aquella que existe, aunque probablemente no del modo en que nos lo cuentan.

Por eso creo que la pregunta inicial que Vásquez plantea con su modestia y rigor de siempre, ese ¿para qué leemos?, debería resonar mucho más allá de las filas de los lectores convencionales de ficción, ese grupo que adquiere cada vez más, dice Juan Gabriel, "el cariz de una secta". Lo que subyace a la pregunta es la cuestión de los otros, la tendencia irrefrenable a salir de lo que Vásquez, siguiendo a Philip Roth, define como nuestras vidas "sofocantemente estrechas", para interesarnos del modo más profundo, en primer lugar mediante el intelecto, en aquellos que no son yo ni tú ni usted. 

La segunda pregunta surgirá inevitable: dado que la tendencia a interesarnos en las tribulaciones ajenas es inseparable de la cultura humana y ha adquirido visos particulares en cada circunstancia histórica, ¿qué historias deberíamos narrar y leer hoy?

Pero me estoy adelantando.

 

(Continuará.)

 



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nancy Huston entrevistada

Nancy Huston. Foto: Daniel Mordzinski. El País Si Marcas de nacimiento, (Salamandra) de la canadiense Nancy Huston, fue un éxito de crítica al ser traducida al castellano, se espera que con la traducción de una novela anterior pero de tema similar, La huella del ángel, tambipen con Salamandra, se tenga el mismo suceso. En "Babelia" la entrevistan y habla sobre el abandono de su madre, el inicio de la ambición literaria y sobre todo acusa a la literatura francesa contemporánea de ser demasiado intelectual. Siendo la esposa de Todorov, pues, habrá que entender que algo sabe de intelectuales auténticos y de intelectualizantes:Usted es bilingüe. ¿Cómo elige la lengua de sus novelas?Depende de los personajes. La huella del ángel la escribí en francés porque discurre en Francia y los personajes hablan en francés. Marcas de nacimiento la escribí en inglés por la misma razón: los personajes hablan en inglés.En las dos novelas la Historia es determinante y aniquila no sólo a los que la viven sino a sus descendientes.Es la vida. Es parte de la vida. En los dos libros se habla del impacto de las opiniones políticas sobre la infancia. El hecho de haber vivido un momento político traumatizante a través de los padres predispone a tener tal o cual postura después. Por ejemplo, Saffie, la protagonista de La huella del Ángel, ha vivido un episodio estremecedor: ser testigo de la violación de su madre y su propia violación por las tropas rusas. No fue algo excepcional, como se sabe: hubo 300.000 mujeres violadas en Berlín. El hecho de haber vivido eso, más el hecho de haber conocido a un profesor que culpa de todo a los alemanes hace que crezca un muro entre ella y el resto del mundo, entre ella y su identidad alemana. Además, otro de los personajes de la novela, que de niño fue salvado por los comunistas, siente el impulso casi automático, en plena guerra de Argelia, de ayudar, por su parte, a los oprimidos, a los que él considera oprimidos.Más que la infancia, el tema de La huella del ángel es el de la inocencia.R. No creo en la inocencia.¿Es imposible la inocencia del niño?Desde que habla de culpables, desde que a él le meten en ese lenguaje, es imposible.¿Es cierto que el hecho de que su madre la abandonara cuando era niña le hizo novelista?¿Y eso le extraña?Algo.Para mí es evidente. Tal vez lo que diga suene a banalidad: una infancia traumatizada fomenta la vocación literaria. Porque crea un misterio. Para un niño, los padres son como dioses. Si los dioses discuten entre ellos, eso se convierte en algo extraordinariamente impresionante, y si uno de ellos se va pegando un portazo (que no fue mi caso), pues después el niño tiene que saber por qué y recabar la versión de tal y de cual y las sucesivas hipótesis... El niño no deja de reescribir esa historia, que es infinita e inagotable, porque un hecho así, para el mundo de un niño, es inextricable por definición. Así que no hace más que darle vueltas a la cabeza, inventando, adornando la historia. Y de esa invención a la novela no hay sino un paso. En mi caso concreto, además, hay otra razón: el único contacto que yo tenía con mi madre eran las cartas que, con frecuencia, me escribía. Ella, que hasta ese momento era la presencia misma en mi vida, de pronto se volvió sólo escritura: letras, letras...P. ¿Por qué mantiene que es mejor novelista desde que es madre?R. Me hice infinitamente mejor. Las Variaciones Goldberg es un libro bonito, un poco cartesiano, es, en el fondo, una idea bonita, pero un libro escrito con la cabeza; los niños te meten en el corazón de las cosas. Y la novela nace del corazón, no de la cabeza, porque habla de la vida material, de cosas muy concretas. La escritora Flannery O'Connor sostenía que la gente que tiene miedo a ensuciarse no debe meterse a escribir novelas. La vida material te ensucia. Además, hay que estar fascinado por los detalles, y lo repito: en relación estrecha con la vida material. Y al contrario, la vida intelectual es la catástrofe de la literatura. Ésa es una de las razones de que no me interese mucho la literatura francesa contemporánea.P. ¿Por qué? ¿Por ser demasiado intelectual?R. Piensan demasiado. Son agotadores. Se han convertido en gente muy inteligente. Y la inteligencia es catastrófica para la literatura. Hacen falta también tonterías. Hay que ser un poco tonto. Para mí, escribir dentro de la piel de los niños fue un poco un ejercicio de tontería. No podía utilizar mi inteligencia. Yo soy muy inteligente, pero no podía utilizar mi inteligencia en esa novela. Los niños no podían tener ningún discurso teórico, ni emplear ninguna palabra de más de tres sílabas, ni servirse de la ironía, no se trataba de teorizar, sino de vivir la historia...



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Aerotuteo

Este pasado verano contraté un billete de Iberia, con precio de Iberia, para volar al otro extremo de Europa. Luego resultó que el vuelo de Iberia sería operado por Clickair, compañía de low cost. El día en que debía emprender el viaje me trasladé a los mostradores de Iberia, en la terminal 2 del aeropuerto, dado que los carteles de Clickair no aparecían por ninguna parte. Pero los mostradores de Iberia también parecían clausurados, a excepción de uno en el que un empleado informaba, con bastante fastidio, de que Clickair, filial de Iberia, acababa de fusionarse con Vueling, otra compañía low cost, y que por tanto había que hacer la facturación en los mostradores de esta última empresa. Como en los cuatro mostradores de Vueling había decenas de personas aguardando y, además, las máquinas de autofacturación estaban estropeadas o fuera de servicio, tuve que esperar cerca de una hora para obtener el billete de Iberia que había pasado sucesivamente a Clickair y a Vueling.

Todo eso podía soportarse más o menos estoicamente dado los actuales niveles de confortabilidad, esmero y educación en los aeropuertos, sobre todo en verano. Uno ya sabe que tiene que estar dispuesto a viajar en condiciones de extrema penuria, con dos palmos como espacio vital y con gritos de alegres compañeros de viaje que aprovecharán la ocasión para sacar sus cámaras digitales y hacer fotos sumamente originales. Todo eso se sabe. Más incomprensible es que por la megafonía los tripulantes te tuteen: "Ponte el cinturón, no fumes", y las cosas de rigor. El piloto también te tutea, indicándote que te lo pasarás muy bien, aunque luego cierre el pico durante una inacabable zona de turbulencias. Le pregunté a una azafata por qué nos tuteaban si realmente no parecíamos amigos tan íntimos unos y otros. Me contestó que era política de Vueling para hacer más agradable el viaje. El tuteo relajaba mucho. Era un trato moderno. Buen vueling.

Entonces cayó una maleta del sobrecargadísimo maletero y fue a dar directamente a la cabeza de una señora que tenía enfrente. Ésta exclamó: "¡Eso no pasaba ni en los autocares aquellos con gallinas!".

 El País, 19/09/2009

 



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7 de octubre de 2009
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Diario de rodaje 10. Hitchcock y el austrohúngaro

Todos los directores que hacen un cameo o una pequeña aparición en sus películas imitan a Hitchcock, que hizo de ello un rito infalible, tanto como el de Berlanga al introducir en algún diálogo o parlamento de sus films la palabra "austro-húngaro". Otra cosa son, claro, los directores-actores o con aspiraciones a serlo: Truffaut, que tan mal papel hacía en ‘Encuentros en la tercera fase' (y hasta en ‘El niño salvaje'), Pialat, Joao Cesar Monteiro o, por citar dos casos más próximos y aún en galopante actividad, Fernando Colomo y Antonio Hernández.

Estas cosas suelen iniciarse, y lo sé porque lo he oído de la boca de varios de sus protagonistas, como un juego dentro del aburrimiento obligatorio que -mezclado con los incomparables ‘chutes' de adrenalina- un rodaje implica en las largas esperas del maquillaje o la iluminación.

Cuando el director de ‘El dios de madera' se embarcó en el rodaje de ‘Sagitario' dos queridos amigos más cinéfilos que él, Guillermo Cabrera Infante y su mujer Miriam Gómez, le preguntaron medio en broma si él iba a salir de refilón en el film, como Hitchcock en los suyos; para los tres amigos, Hitchcock ha sido el más grande director de cine de la historia, y la cita o recuerdo parecía un memento debido al maestro. El director de ‘Sagitario' les contestó en serio que no.

Pero luego llegó el rodaje mismo, las esperas, los momentos muertos, la viveza del juego de sus actores, y el director escéptico (o temeroso) de ese juego de auto-homenajes cambió de idea, y una noche, rodando una plano en que Eusebio Poncela y Héctor Alterio salían comentando una película francesa que acababan de ver en una sesión de filmoteca o cine-club, decidió meterse él mismo en el plano, del brazo de María Ruiz, amiga de muchos años y directora de casting de ‘Sagitario'. Sólo unos pocos espectadores minuciosos le descubrieron, fundido entre la figuración.

Al empezar el rodaje de ‘El dios de madera', el director, dado que en el film hay mucha presencia de imágenes secundarias (fotos, filmaciones antiguas, ‘chats' y fragmentos de vídeo casero), jugó con la idea de introducirse trucadamente en una foto de boda significativa en la trama, haciéndose pasar por un hombre autoritario y santurrón: la figura de un ser más odiado que amado. Luego cambió de idea, y una mañana en que le pareció que había pocos figurantes en una escena de salida de misa se disfrazó. Pidió "ropa de derechas" a su formidable equipo de vestuario y, tomando del brazo a una figurante contratada, se mezcló entre los feligreses de la iglesia de San Nicolás, algo lejos del grupo de amigas que también salían de la parroquia, María Luisa (Marisa Paredes), Reme (Lola Moltó) y Chon (Ángela Castilla).

La figuranta desconocida a la que llevaba por el brazo resultó ser una culta, progresista y muy simpática profesora que hacía ese trabajo "for fun" (enseña inglés), y por tanto el director y su pareja representaron en su ligero cameo lo que no eran. Casi fueron actores un minuto.
 

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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Hacia la subversión

A la manera de la  corrupción política española (caso  Gürtel) que durante meses ocupa una buena parte de periódicos, micrófonos o pantallas, otros países sufren regularmente una tabarra igual. La consecuencia, la paradoja, la ignominia consiste en que estos representantes políticos elegidos para mejorar a la comunidad no hacen sino empeorar las cosas y ofuscar el interés efectivo de la población.

 Afortunadamente, los sondeos van indicando una creciente disposición ciudadana hacia la abstención porque votar estos ejemplares no sería sino celebrar sus estafas, su desvergüenza y su  improductividad. No se trata de  derechas o de izquierdas, en las encuestas recientes, el presidente del Gobierno español, Zapatero y socialista, aparece descalificado por un 61% de la población. ¿Respuesta del partido? Aún quedan dos años y pico para las elecciones y ya se verá después. Pero ya no hay  nada que ver puesto que todo queda resuelto y revelado. Aún reduciendo el Gobierno su flagrante incompetencia en la segunda fase del mandato, no tendrían derecho alguno a ser eximidos de la incompetencia en la mitad anterior. Simplemente, si una gestión (¡de dos años!) se desaprueba por más del 60% del electorado lo consecuente es que desaparezca el  gestor. No es preciso que dimita, basta con que la ley disponga su cese cuando se llega a este nivel de perjuicio general. No sólo no contribuyen estos tipos a mejorar las circunstancias sino que además actúan empeorándolas ¿en nombre de qué deberíamos por tanto soportar su perniciosa continuidad? En nombre de la democracia se dice. De una democracia caduca y anacrónica será, que no sólo no se aviene con los apremios propios de la situación actual sino que encima  opera como el vivero de corrupciones en cadena.

 Políticos de cualquier país e ideología son ya declarados culpables de prevaricación o abuso de poder con insólita frecuencia y, además, condenados a menudo por una justicia que hoy dicta una sentencia y mañana la contraria según las presiones que provengan del poder gubernamental. ¿Puede seguir de este modo un mes, un año, una legislatura más? ¿Se necesita algo más para la subversión?



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7 de octubre de 2009
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III. El viejo olor de la tinta

He pensado más de una vez en una escena que me llena de nostalgia anticipada. El último periódico impreso se ha dejado de publicar en alguna parte del mundo hace ya tiempos. El viejo papel de imprenta ha desaparecido, su tersa textura, el ruido familiar que produce cuando pasamos las páginas, lo mismo que el olor de la tinta. La imagen de un ejemplar descuaderno que arrastra el viento por una calle solitaria. Y los libros, tersos y amables, que se acarician con sensualidad antes de entrar en ellos, idos también.

Y si ya no leeremos los periódicos y los libros de papel, debemos entonces advertir que se trata también de un cambio en los conceptos filosóficos, que tiene que ver con la materia misma, que se gasta, envejece y desaparece, o se recicla,  y con el sentido que tiene la palabra copia, nuestra copia del diario, nuestra copia del libro, que nos pertenece y pertenece a nuestra biblioteca. Se trata de un periódico y de un libro que pueden apagarse, y lo que tenemos en la mano es un receptor flexible conectado de manera inalámbrica a un gran cerebro distante.

Ha ido desapareciendo ya, por otro lado, la diferencia entre original y copia, lo cual viene a ser también un cambio de conceptos filosóficos. Cuando sacamos un documento de la impresora, se trata de un original. Todos son originales, todo se repite con la misma virtud primaria, distinto a aquellas copias borrosas obtenidas gracias al papel carbón, más borrosas mientras más hojas metíamos en el carro de la máquina de escribir, ahora otro artilugio de museo.

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7 de octubre de 2009
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La suerte

"En razón de lo específico de su naturaleza, todos los humanes aspiran al conocimiento". Versión algo libre pero no sesgada, de una célebre frase de Aristóteles mil veces citada, y sobre la cual ahora pregunto: ¿realmente se trata de todos los humanos?  Recuerdo un día de invierno en París en mis años de estudiante. En realidad se trataba del año en el que se decidía mi futuro precisamente como estudiante. Mi principal preocupación  era entonces conseguir sobrevivir y mis incipientes  estudios de filosofía se alternaban con  horas de limpieza de oficinas, encuestas de opinión sobre asuntos tan excitantes como la eficacia de un fertilizante de plantas llamado Valmorin, y esporádicas visitas a un centro oficial ubicado en la  Rue de Valence en el cual- lejos aun los fantasmas del SIDA- sin ningún tipo de control compraban sangre  destinada a transfusiones. Completaban mis jornadas las horas de militancia política, en primer lugar la asistencia a las reuniones de célula en un sombrío local del barrio latino, separado por una estrecha pared del teatrillo dónde entonces se interpretaba una obra de Arrabal, lo que hacía que antiguos militantes comunistas  del campo de Mathausen y en aquellos años parisinos trabajadores de la Renault de Glignancourt, se hallaran familiarizados con textos, ya que no con imágenes, del llamado "Teatro Pánico". 

En el mes de noviembre tuve un examen parcial muy importante, intuyendo que del mismo dependía mi eventual inserción en el mundo del espíritu. Cuando comprobé que la nota era favorable me apresuré a organizar una reunión de celebración con Anne Desbordes, una de mis compañeras de facultad, profundamente devota de la filosofía alemana, pero sobre todo rigurosísima lectora de Nietzsche y de Heidegger. La celebración consistió en una noche de borrachera en  Les Halles, entonces núcleo de la vida popular de París, en cuyos bares- como en el barcelonés Amaya- se entremezclaban trabajadores, golfos, policías y putas. Anne Desbordes  no sólo era melómana,  sino  que tocaba el órgano, de tal manera que la noche  acabó en un anexo de L'Ecole Normale Supérieure, dónde había uno de esos instrumentos, más bien eclesiásticos.

Salí de allí al amanecer y lloviznaba. La noche que acababa de pasar me producía un sentimiento de privilegio. Era casi un milagro que Aristóteles, Nietzsche y la música de órgano hubieran llegado a ser ingredientes normales de una de mis borracheras. No sentí el frío hasta que, caminando sin dirección por el barrio latino, percibí a unos obreros magrebíes, trabajando en lo alto de un andamio. Me di cuenta entonces de que lo que caía era agua-nieve... y que aquellos hombres parecían  tener como destino  exclusivo el trabajar en lugares como aquel, esperando como máximo que las condiciones climáticas mejoraran, o al menos no empeoraran. Lejos quedaba la frase con la que Aristóteles arranca su Metafísica, lejos de aquel andamio en un noviembre brumoso; a sarcasmo podía allí sonar la afirmación según la cual inscrita está en la naturaleza de los seres humanos el deseo de ser lúcidos.

Tantos años después, leo que nos dirigimos hacia una situación social en la que el número crónico de  personas sin empleo se acercaría al treinta por ciento. En la Francia que acabo de evocar apenas alcanzaba el cinco por ciento. Los magrebíes que entonces  se exponían al agua-nieve treinta y cinco horas por semana, se sentirían hoy quizás afortunadas si se renovaran sus contratos en estas condiciones. La vida del espíritu queda aun más lejos...

Y sin embargo, ¿qué otra cosa podemos hacer sino apostar al pensamiento? Sólo este permite que se muestren en toda su ignominia las circunstancias sociales que parecen hacer del arte,  la filosofía y aun de la ciencia (al menos de la ciencia que se niega a ser mero instrumento  de una técnica a su vez al servicio de la economía) una especie de ocioso complemento de la vida seria. Me digo que sólo en la vida del espíritu subsiste algún rescoldo de dignidad y hasta de alegría, pero a la vez retorna como un fantasma la idea de que sólo circunstancias fortuitas, cargadas de buena suerte (aquel examen parisino que podía perfectamente  no haber superado) me han situado en disposición, sino de plantearme estos interrogantes, sí al menos de que tengan el peso decisivo que ahora en mi vida tienen.

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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Se va el caimán?

Parece que el caimán se va. Parece que no aguanta más. Parece que los jueces van a mandar al fin mucho más que la amenaza afilada de sus dientes y de su cola. Parece que la ley debe ser finalmente igual para todos y no admite esa excepción que el malbicho viene reclamando indignado para sí desde siempre. Yo no me lo creo. Si el caimán se va es porque le conviene. Se irá, si es que se va, para que no le metan en la jaula, donde moriría corroído por el rencor y la lujuria. Si se va, además, será porque su país, como todo sabíamos, vale mucho más que él y no digamos sus paisanos, uno a uno, velinas y scorts incluidas. El peor de todos, el más sucio, el más corrupto, el más ladrón, se había hecho con el cetro y con el trono. No es la primera vez que sucede en la historia. Ni la última.

Lo peor del caimán, se vaya o siga haciendo de las suyas en el lodazal, es cómo cunde el ejemplo. Sin ir muy lejos, aquí, entre nosotros, donde el lavado por el voto, el derecho a la ocultación y al silencio, o alternativamente la exhibición de la impunidad si se tercia, pueden más que las pruebas, las confesiones e incluso las condenas. Son muchos (partidos políticos sobre todo, pero no sólo: también la dichosa e incivil ?sociedad civil?) los afectados por este berlusconeo indecente, al que acompaña el presagio de reconocimientos y victorias electorales para quien más y mejor ha robado. Tan grave es la inversión moral sucedida, que constituye por si sola una incitación al robo y al delito: cuanto más roben los partidos y cuanto más se salten las leyes más fáciles serán las victorias electorales, por más que dejen algunos pelos de sus bigotes en esta gatera. Quizás se irá el caimán, y si se va respiraremos de alivio y respirarán sobre todo los italianos. Pero su época caimanesca queda, es toda suya.



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7 de octubre de 2009
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