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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Cabezas desmochadas

La lucha por el poder, en esencia, poco ha cambiado a lo largo de las épocas, como tampoco varía mucho de un país a otro. Quítate tú que me pongo yo significa en el límite un combate en el que se juega el todo por el todo, con todas las armas y sin cuartel para nadie. En épocas primitivas era un mero combate de jefes, un duelo a muerte en el que ya se sabía que habría un vencedor y un vencido. Luego, en épocas por fortuna pretéritas, era un juego de astucia y crueldad que se resolvía por el engaño y la tajante resolución final que proporcionaban el puñal o el veneno. En nuestra época todavía aparecen de vez en cuando reminiscencias: con cadáveres auténticos en países como Rusia, con asesinatos simbólicos a través de los medios en los más civilizados. Pero la esencia del negocio sigue siendo la misma: la liquidación definitiva del adversario.

También son interesantes las diferencias que podemos registrar según latitudes y países. Hay países donde todo se hace con gran elegancia, sin despeinarse ni perder en ningún momento la compostura. Es admirable, por ejemplo, el espectáculo de largueza moral que ha organizado Dominique de Villepin ante los tribunales, pasando de acusado a excusador de todos, incluso de quienes han prestado testimonio en su contra o le han perseguido. Es verdad que hay mucha ironía en su actitud, que juega sobre la eventualidad de una absolución total o parcial que le mantenga a flote y le permita desafiar de nuevo la autoridad de Sarkozy. En Italia, el berlusconismo ha conducido a la decadencia del civilizado florentinismo sustituido por la sal gruesa y por los modos agrestes de la mafia siciliana. Es la distancia que hay de Andreotti a Berlusconi y de la democracia cristiana al Polo de la Libertad. La venganza política, en todo caso, se halla inscrita como un emblema imborrable en esa forzada sonrisa odontológica del gran patrón, que exhibe al modo como lo hacen los caninos cuando se ve atacado. Si en Francia estábamos entre mosqueteros, aquí son escenas de gran bandidaje. ¿Y España? ¿Qué decir de las amenazas verbales y miradas torvas entre quienes se disputan el poder dentro del Partido Popular? La tradición que viene aquí en mente es la cuartelera, en la que se combinan largas etapas de pronunciamientos con otras de dictadura, siempre con el espadón al mando, dispuesto a cortar varias cabezas de un solo mandoble. Eso sí, lo que se valora siempre y sale triunfante no es el valor ante el combate ni las dotes militares de estos soldados que se disputan entre sí; sino el valor en la sala de banderas, la capacidad de hacerse con el cuartel y la decisión de fusilar sin piedad a quienes se opongan. Sigamos consolándonos pues y que se sigan consolando las víctimas de estos combates ahora por fortuna incruentos. Nadie desmochará sus cabezas; o sólo sucederá simbólicamente. Todos ellos vivirán para contarlo, y podrán meditar sobre lo que les habría sucedido hace apenas unas décadas cuando el castigo más probable para su ambición hubiera sido el patíbulo o un falso accidente.



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27 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Apocalypse Love (5)

¿Y qué es lo que hace de El fondo del cielo algo tan especial, más allá del hecho de tratarse de la primera novela de Fresán en seis años -Jardines de Kensington data de 2003?

         En muchos sentidos, El fondo del cielo es Fresán en estado puro. Allí están todos los matices de la voz conocida. Empezando por el aluvión de referencias pop, transplantadas desde la médula misma de la cultura (masiva y de la otra): lo que va de 2001: A Space Odissey a la cientología, y de de Dante Alighieri a Leonard Cohen, dos cronistas del infierno pero ante todo (o inevitablemente, habría que decir, ya que no hay forma de obtener las mieles sin sufrir las picaduras) del amor. Las novelas de Fresán deberían venir con un track de comentarios en simultáneo, como los buenos DVDs. O con una conexión a la Play, para que uno gane vidas a medida que va identificando citas y referencias. De alguna manera los agradecimientos que incluye rigurosamente al final funcionan siempre así; nadie, imagino, los disfruta más que aquellos que solemos quedarnos hasta el final de los créditos en las películas o buceamos en los extras de cada DVD.

         También están las menciones al resto de la galaxia Fresán: lo que va de Urkh 24 a la enésima encarnación de ese sitio llamado Canciones Tristes. (O Sad Songs, en este caso: el trío protagonista de El fondo del cielo comparte la característica de ser diligentemente judío y estadounidense.) Y esa manera de narrar tan personal, a menudo exasperante y siempre interesante. Tuve que leer la novela dos veces, lo cual incluye los agradecimientos, para darle verdadera dimensión a la cita de John Cheever que Fresán incluye allí: "Yo no trabajo con tramas. Yo trabajo con la intuición, la aprensión, los sueños, los conceptos", dijo Cheever alguna vez a alguien de The Paris Review. La definición se aplica a la prosa de Fresán, por supuesto -está puesta allí con total alevosía.

Yo no soy Cheever, por supuesto, pero diría algo más. La voz monologante y confesional que narra las novelas de Fresán es, en algún sentido, la de alguien que acaba de leer un relato (o de ver una película, o de escuchar una canción) que de momento está más allá de nuestro alcance. (Fresán confiesa, en este caso, que existió originalmente una versión de El fondo del cielo más "histórica y enciclopédica" -más convencional, se podría decir.) Lo que el lector recibe, pues, no es lo que ocurrió en verdad -la trama, por decirlo de otro modo-, sino lo que la historia original, ese texto primigenio y secreto que nunca conoceremos, le produjo y produce al narrador.

Todos hemos contado películas o novelas ante una oreja bien dispuesta, y nunca -pero nunca- las contamos tal cuál son. Narramos ante todo cuánto y cómo nos han marcado, más el efecto que la causa. Damos por sentadas cosas que no deberíamos dar por sentadas y subrayamos cosas que ya han quedado claras. Y por supuesto nos desviamos del asunto, y nos perdemos en elucubraciones, y nos preguntamos al fin dónde habíamos quedado, pero también -sobre todo- si alguien comprende lo que estamos tratando de decir.

El mismo procedimiento de Marlow, ese personaje conradiano que sabía que no conviene narrar en caliente, sino bebiendo un clarete en buena compañía. Tratándose de Fresán, no me refiero al Marlow que narra Youth ni tampoco el de Lord Jim, sino más bien aquel de Heart of Darkness -esto es, aquel que no está seguro de haber regresado del todo de su viaje.

En un pasaje de El fondo del cielo, Fresán no habla de escritores, sino de escrinautas. Sus narradores son Marlows que, en vez de lanzarse a los mares reales, han navegado por las aguas insondables de la cultura occidental, naufragando de manera tan ocasional como memorable sobre las playas de alguna isla humana.

 

(Continuará.) 

 

 



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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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NUESTRO CINE FRANCÉS

 

 

 

Una semana de cine en Valladolid. Sobre todo viendo cine documental. Viendo miradas a la realidad y sus interpretación. Películas sobre la historia reciente, el pasado que todavía nos sorprende y el presente que  no deja de sorprendernos. En otro momento, cuando los premio se hayan dado hablaré de lo mejor de ese cine en el Festival. Soy jurado y no debo hacerlo ahora.

Pero en las calles vallisoletanas, desde grandes carteles nos atraca la seducción del cine que nos hizo cambiar. Hay quién está marcado por guerras, postguerras, dramas, viajes, familia o religión; yo estoy marcado por el cine de la "Nouvelle Vague". Su cine, sus guiones, sus actores, sus fetiches, sus discursos fueron mi cine. Nuestro cine, mucho más que el español. Berlanga y Buñuel vinieron después. Antes llegó ese aire de París que nos llenó de deseos de libertad y modernidad.

Nosotros quisimos ser Jean Paul Belmondo besado por Jean Seberg. También fuimos los dos novios, Jules y Jim, de Jeanne Moreau. Y crecimos acercándonos al espíritu de nuestro amigo Antoine Doinel en el cuerpo de Jean Pierre Léaud. Somos los adolescentes que crecimos con la "Nouvelle Vague". Y éramos jóvenes y atrevidos, nos habiamos paseado por el Barrio Latino, fumábamos como si estuviéramos al final de alguna escapada. Teníamos veinte años y nuestros amores se llamaban, también, Catherine Deneuve, Francois Dorleác, Delphine Seyrig, Brigitte Bardot, Anna Karina, StéphanneAudran, Anouk Aimée y otras cuantas que no se enteraron de nada.

Por eso las tuvimos que engañar con otras. Pero esa es otra lista, otro documental.

Si alguien quiere amar el cine. Y amar los hombros, los ojos, la boca de Jean Seberg que vuelva al cine de la Nouvelle Vague. Si lo que quiere es elegir entre los pechos o los pezones de Brigitte Bardot, que vaya a la misma ola. Si lo que quiere son hombres el catálogo es plural, desde los ingenuos a los brutos como Eddy Constantine. Y que busque entre esos críticos que se pasaron a la dirección que son nuestros amigos de por vida. Gracias a Godard, Truffaut, Rohmer, Chabrol, Malle, Resnais, Vadim, Eustache, Rouch, Marker, Garrel, Rivette y otros.

Cine tan vivo, tan deseado y deseante como los labios de Jeanne Moreau.

Merci.



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26 de octubre de 2009
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Vamos a hablar (bien) de los maestros

Desde que apareció en el cosmos ese mamífero llamado "humano" fue palmario que siempre actuaba deslumbrado por algún individuo al que consideraba superior, es decir, ejemplar. Al principio era el más sano, fuerte o astuto, aunque pronto esas cualidades admirables no bastaron y los humanos admiraron a los nacidos bajo la luna de enero, a los canijos herederos de un forzudo, o a quienes decían que por su boca hablaba una divinidad.

    La historia de los Humanos Ejemplares es disparatada y muestra el desequilibrio mental de la especie, pero con el fin de la aristocracia el asunto se puso aún más feo. Para un campesino del año 1760, vidas ejemplares eran la del marqués, la del santo del pueblo y la de la señorita Adelina, hija del hacendado. La vida ejemplar estaba dirigida por el honor, el coraje, la bondad, el sacrificio del cuerpo por el bien del alma, o la belleza, que era un don divino. Para un ciudadano de 1860 esas virtudes provocaban a risa. Ahora el ciudadano ejemplar era nada menos que el más rico de la ciudad. Ni el santo, ni el héroe, ni el monje, ni el guerrero, ni el mártir, ni siquiera la virgen. Sólo el millonario. Admitirlo costó dos siglos.

    Nosotros, que lo tenemos asumido y sabemos que humanos ejemplares son ahora futbolistas, modelos de lencería, o formidables divorciadas de futbolista o de otro divorciado, seguimos impertérritos manteniendo al Maestro como último refugio de la moralidad. En efecto, durante el siglo XIX hubo que buscar a toda prisa un modelo moral que sustituyera al santo, al mártir y a la virgen. No habiendo nada mejor, se fundó el modelo del Artista. Si era santo era un Maestro, si era mártir era un Maldito, y si era virgen allá ella. El maestro ha durado hasta nuestros días aunque está casi desaparecido. El maldito se mantiene gracias al rock, al punk y al rap. Vírgenes no hay, pero si una empresa de publicidad las pone en marcha tendrá un éxito loco. Una notable cantidad de jóvenes está esperando a que la virginidad gane prestigio para ahorrarse quebraderos de cabeza anímicos y físicos.

    A la gente de mi edad aún le fue dado conocer el modelo moral del maestro. En mi caso, literario, una institución que había comenzado dos siglos atrás cuando los devotos se acercaban a la casa de Goethe con el fin de verle en gorro de dormir. Todavía ahora se califica de "maestro" a algún que otro escritor, pero sabemos que es como hinchas en taberna, que se dan sonoros espaldarazos al grito de: "¡Maestrooo!".

    Quienes hemos conocido aquella apacible sociedad que aprobaba la visita al maestro -un suceso que luego se contaba a los amigos, familiares, contertulios, viajeros de RENFE, y colegas de oficina, hasta hartarlos-, recordamos lo dificilísimo que es hablar (bien) del maestro. Aún ahora, cuando se hojea un testimonio cegado de amor por un escritor portugués, una dramaturga libanesa, un autor de novelas de policías o un prohombre, no es raro deducir que aunque el enamorado ha querido poner las más bellas flores en el altar del ídolo, lo que ha conseguido es que le odiemos. A él por bobo y al maestro por tolerar semejante discípulo. Quien haya leído dos páginas (más es imposible) del libro de Suso de Toro sobre Zapatero comprende lo que digo.

    Me asalta tan amarga reflexión tras la lectura de los "Recuerdos de Tolstói, Chéjov y Andréiev" que escribió Maxim Gorki y acaba de editar Nortesur. Aunque ya casi nadie lee a Gorki, fue éste un escritor tan admirado en su tiempo como pueda serlo hoy García Márquez, y de similar temple moral. El pobre Gorki adoraba a Tolstói y compartió con él muchos días del último tramo del maestro, cuando se retiró a su finca (Yásnaia Poliana) con el fin de practicar un humanismo cristiano-budista basado en la exaltación del labriego, el régimen vegetariano, la humildad, la misericordia, la sencillez y la solidaridad, todo un programa. Al parecer, se zurcía él mismo los apestosos calcetines. No fue la etapa más interesante del conde ya que, entre otras cosas, abominaba de la literatura y del arte en general por considerarlos alejados del amor de Dios y pecaminosos, pero parece que en la finca no faltaba el recreo ya que no había día en que no brotara un adorador balbuciente ante el maestro. Es conocida la visita de Rilke, acompañado por Lou Andreas Salomé, y el horror del maestro que los espiaba por una mirilla del portón mientras bailaban sobre la nieve con pierna de jota en plan Isadora Duncan.

    Se enfrenta Gorki al problema de cómo hablar del maestro. ¿Digo la verdad, o digo lo que conviene a su gloria eterna? Sin duda Gorki, un socialista rudimentario, eligió lo segundo. De manera que el conde Tolstói aparece como un majadero que no cesa de decir sandeces sobre El Campesino Ruso y La Mujer Rusa, se rodea de amigos idiotas porque admira su "simplicidad", y condena la literatura como cosa satánica. Y eso se lo dice a Gorki, que no dejó de escribir ni en el lecho de muerte. No merecía tanta admiración, el conde, o por lo menos una admiración cocida en olla tan grosera.

    A la vista de estos recuerdos uno se pregunta si no será una bendición que ya nadie tenga maestros, que sólo queden malditos (a quienes puedes saludar si tienes mil millones de euros), y que los y las vírgenes estén aún por estrenar.

Artículo publicado el domingo 25 de octubre.

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26 de octubre de 2009
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Resurrección y metáfora

Muerte del escritor

"Iba así enfriándose progresivamente, pequeño planeta que ofrecía una imagen anticipada de lo que serán  los últimos días del grande, cuando poco a poco el calor se retirará de la tierra, y tras el calor la vida. Entonces la resurrección se detendrá, pues por muy adelante que en las generaciones futuras alcancen a brillar las obras de los hombres, nada renace ya cuando no hay hombres." (À la Recherche du Temps Perdu, La Pléiade, Paris 1987 III, 689)

Caída

"En todos los extractos de la sociedad, una vida mundana y frívola paraliza la sensibilidad y arranca el poder de resucitar a los muertos" (IV, 158)

Los cuerpos de los muertos

"Sólo hay recuerdo doloroso de los muertos. Pero estos se descomponen rápidamente y en el entorno de sus tumbas sólo perduran la belleza de la naturaleza, el silencio y la pureza del aire" (IV, 453).

Refiriéndose a los placeres mundanos ("que causan el malestar provocado por la ingestión de  un alimento abyecto" IV, 454), el Narrador de la Recherche escribe que los que a ellos se entregan, pura y simplemente renuncian a resucitar a los muertos (segundo texto citado). A menos de renunciar a leer la Recherche, esta declaración ha de ser tomada muy en serio. Marcel Proust tiene una concepción radicalmente redentora de su tarea, y de hecho la palabra "resurrección" aparece múltiples veces en los párrafos en los que se reflexiona sobre la misma. Obviamente  resurrección no significa aquí retorno de los cuerpos a la vida y con ello abolición del dolor de los que han amado tales cuerpos, pues el destino de los cuerpos de los muertos (segundo texto citado)  es la pura corrupción.

Marcel Proust no es un negador del segundo principio de la termodinámica. La resurrección de la que nos habla es compatible con la flecha del tiempo y de hecho la presupone, como bien muestra el primer y tremendo párrafo que citaba al principio relativo a la muerte del escritor, como emblema de lo que supondrá la desaparición de la especie humana.

En la Recherche se denomina resurrección a la transformación  cualitativa de  algo que acompaña a los hombres  en todo momento, pero que en la existencia ordinaria carece de acuidad, presenta aristas ficticias, superficiales. Lo que resucita son  los contenidos de la memoria, en la medida en que ésta deja de ser una facultad asténica, es decir, en la medida en que deja de ser lo que de ordinario habitualmente designamos  por memoria:

"Estas resurrecciones del pasado, en el segundo que duran, son tan radicales que no solamente fuerzan nuestros ojos para que, dejando de ver la habitación que se halla en su entorno, contemplen la ruta bordeada de árboles o la marea que sube. Asimismo fuerzan nuestras fosas nasales a respirar el aire de lugares alejados, nuestra voluntad a escoger entre proyectos diferentes, que estas mismas resurrecciones nos proponen..." (IV, 453-454)

¿Razón de esta singular vivencia? Nada misterioso y ni siquiera nada nuevo tratándose del ser humano, del ser cabalmente humano, del humano- nos dice el Narrador- que precisamente en tales resurrecciones recupera su esencia. Pues el ser humano es portador de una prodigiosa capacidad de vincular lo que se da en la presencia y lo que está ya fuera de ella, de tal manera que "el comedor marino de Balbec (...) intentaba fragilizar la solidez del palacete de los Guermantes,  forzar sus puertas (...) pues siempre en estas resurrecciones el lugar alejado surgido en torno a la sensación común se superponía un instante, como un luchador, al lugar actual" (IV, 453)

Esta facultad del ser humano no es otra cosa que un  expediente del lenguaje, a saber concretamente lo que el Narrador de la Recherche denomina metáfora y que trasciende lo que se entiende por este concepto en lingüística, superponiéndose a otros como metonimia etcétera y a veces confundiéndose con ellos.

La cosa es en el fondo muy sencilla: si el hombre se asume como ser de lenguaje, si en éste ve lo que constituye el rasgo que le especifica en el seno de las especies animales (en términos de Steve Pinker, su naturaleza), entonces cada vez que un contenido de lo que fue nuestra vida envuelta por la palabra se vivifica... hay resurrección: no cabe esperar resurrección del  cuerpo, pero sí resurrección  del contenido del recuerdo.

En la Recherche hay casi una descripción conceptual o filosófica del mecanismo que posibilita tal afortunada vivencia para el espíritu, lo que no significa en absoluto que la comprensión de tal mecanismo suponga que éste se desencadena. La idea central se despliega en el siguiente párrafo:

"Tantas veces, en el curso de mi vida,  la realidad me había defraudado porque en el momento en el que la percibía, mi imaginación, único órgano para gozar de la belleza, no podía aplicarse a tal realidad, en virtud de la ley inevitable según la cual no cabe imaginar más que lo que está ausente. Mas he aquí que de repente el efecto de esta dura ley se hallaba neutralizado, puesto entre paréntesis por un expediente maravilloso  que había hecho resplandecer una sensación (...)  a la vez en el pasado, lo que permitía a mi imaginación aprehenderla, y en el presente, donde la real afección de mis sentidos por el ruido, el contacto de las sabanas etcétera, había añadido a los sueños de mi imaginación aquello de lo que se hallan habitualmente desprovistos, la idea de existencia.". (IV, 451).

El texto prosigue con una afirmación de tremendas implicaciones filosóficas, a saber que sólo en esta singular vivencia tendríamos acceso a la esencia del tiempo Asunto que será objeto de una ulterior reflexión: "este subterfugio había permitido a mi ser obtener, aislar, inmovilizar, algo que jamás obtiene, a saber: una brizna de tiempo en estado puro"

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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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La simetría

Uno de los importantes detalles que condicionan un cuadro es el secreto de su simetría. No sólo se trata de los pesos que la extensión o intensidad del color va repartiendo en unas y otras zonas para producir una armonía y  amenidad indispensables. La simetría del cuadro, más fácil de verificar en sus ángulos,  debe existir pero nunca existir ostensiblemente. Los cuadros son en buena medida como los cuerpos vivos, se estremecen, se vuelven alegres o adustos con apenas una pincelada de menos o de más, más allá pueden morir por su propio hastío al que contribuye decisivamente una simetría ostentosa. En la simetría final de la obra la sensibilidad se agudiza porque todo cuadro de mala factura y que se descubre acabando y empezando igual en sus cantones no es sino más tedio.

También, todo cuadro que acabe olvidándose de su referencia supuestamente inicial se comporta  como una novela absurda o sin cabeza, El sentido del cuadro abarca la compleja interacción de toda su superficie pero los extremos que marcan la simetría interna son capitales para que aquella pintura mantenga su carácter y dé a entender que vive por sí sola, al margen de nuestra vista. Todo ello porque la vinculación oculta pero fuerte entre su principio y fin lo convierten en un objeto puro. 



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26 de octubre de 2009
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Sobre el cómic 1

Antes de escribir, esta misma semana, acabado el rodaje de la película, el texto prometido a raíz de la polémica surgida por mi artículo de la revista ‘Tiempo' llamado ‘Dibujos animados', anticipo hoy la primera réplica urgente que se publicó -en un amplio dossier dedicado al asunto por la propia revista en su número del pasado 2 de octubre- a fin de que se conozcan todos mis pasos en este asunto.

Fobias y amores locos

Escribo este artículo, siguiendo la muy razonable petición de ‘Tiempo', para tratar de explicarme ante aquellas personas que, en un número sorprendentemente elevado, se han sentido ofendidas por mi artículo ‘Dibujos animados'. Y escribo, por desgracia, para una minoría, pues, junto a la legítima argumentación razonada de una queja o un rechazo a mi texto, lo predominante en esas ofendidas reacciones ha sido la expresión de un grotesco fanatismo propio de secta de iluminados. Por fortuna sé de sobra que los amantes del cómic, la historieta y el cine de animación ni mucho menos son todos de esa baja calidad. Reitero aquí que no aprecio tales formas de expresión, pero me precio de tener entre mis mejores amigos a entusiastas del cómic, como, por ejemplo, el filósofo Fernando Savater, la poeta y profesora Ana Merino o el poeta Luis Alberto de Cuenca, sin olvidarme del inolvidable Terenci Moix, autor de uno de los primeros ensayos serios sobre la materia, que leí en su día y conservo anotado, con la dedicatoria del autor, en mi biblioteca.

No me gustan las películas de animación (dediqué un capítulo de mi reciente libro ‘El cine de las sábanas húmedas' al porqué) ni tengo ‘feeling' por la historieta, que conozco (sin seguirla religiosamente al día, eso no) más de lo que piensan algunos de mis indignados replicantes. Pero ¿por qué tanta saña sobre un artículo de 40 líneas? Cuando uno escribe en periódicos, como yo lo hago regularmente desde hace 40 años, la vehemencia puede a veces ser un instrumento para iniciar una polémica; haciendo un recuento rápido, recuerdo haber escrito, sin ser yo un columnista del género ‘killer', textos más abrasivos que ‘Dibujos animados' contra, por ejemplo, el teatro del celebrado director Pandur (al que prefiero llamar ‘Pladur'), el cine del iraní Kiarostami y el flamenco, éste último en estas mismas páginas. Eran artículos que reflejaban mis gustos y trataban de expresar una disidencia sin pretender -al contrario que muchos de los que ahora me han contestado en cartas y foros- boicotear, prohibir ni atentar contra la existencia de ninguno de ellos. Mi único ‘delito' en todos estos casos está hoy por hoy amparado por la ley y es además incruento, pues no sale del campo del juicio estético; Kiarostami sigue imparable su carrera de honores internacionales y el cómic goza de excelente salud, realizado, publicado, leído masivamente y premiado.

De igual modo, cuando alguien desprecia olímpicamente, con el inevitable defecto de la generalización en que incurrí, "el cine francés", "la ópera" o "el arte conceptual", yo, deplorando esa actitud, no empuño las armas ni pido cabezas; algunas de ellas son cabezas queridas. Está, por otro lado, la escala de valores artísticos, y en ese sentido creo sinceramente que Ionesco o Boris Vian se merecen más conmemoración que Astérix, del mismo modo que pienso que la avalancha mediática a favor del mundo del cómic no tiene su correspondencia en el tratamiento de la videocreación o la música clásica contemporánea, terrenos que a mí me interesan muchísimo más.
Cuando leí el viernes 18 mi artículo ya publicado en ‘Tiempo' (lo había escrito con anticipación, para no mezclarlo con el rodaje de mi película ‘El dios de madera'), me pareció que había dos pasajes desproporcionados. Uno es la comparación filatélica, y por ella pido disculpa, pues es claramente injusta, aun como ironía. También iba a disculparme por la frase del "escaso aprovechamiento", pero ahora, al leer los comentarios más cafres (Tiempo ha publicado sólo cartas comedidas en su "Buzón" impreso) que me han llegado lo reconsidero. En gente de mucha valía intelectual (el reciente y tristemente desaparecido Juan Antonio Ramírez, cuyos estudios sobre el cómic y la arquitectura fílmica me apasionan, es uno de ellos) la frecuentación de la historieta no causa daños colaterales; en otros, por desgracia, parece fomentar la zafiedad y la tontuna.

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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Una trampa perfecta

 

 

 

Cuando el coronel Haki se encuentra con Latimer en aquella velada ofrecida en un palacio de Estambul, ruega al escritor de novela policíaca -de quien ha leído todos sus libros y es un admirador declarado- que lo visite un día en su despacho. Allí Haki, viejo sabueso de la policía secreta turca, conocedor de los bajos fondos y del ambiente criminal de aquellos años de entreguerras, le entrega al escritor inglés un dossier con un original argumento para una próxima novela. Haki es un gran lector de novela negra y confiesa no tener tiempo para escribir una. Por eso ha decidido «regalarle» a Latimer aquel esbozo de historia. Cuando este le da una rápida ojeada tiene que contener la risa: qué ingenuidad, qué trama más floja y disparatada. Sale del atolladero con vagas promesas y cuando se dispone a partir, a Haki le alcanzan un informe acerca de un criminal cuyo cadáver se encuentra en el depósito. Latimer le solicita acompañarlo: nunca ha visto el cadáver de un criminal, nunca ha estado en un depósito. En los ojos de Haki se intuye ironía: «Ah! Ahí tenemos al escritor: todo debe ser pulcro, artístico, como en un roman policier!..mire usted esto y después me dice si hay algo artístico aquí» , le dice después de leerle el historial del delincuente.

A partir del interés del novelista por el misterioso Dimitrios -el criminal cuyo cadáver ha aparecido flotando en las aguas del Bósforo- y las posteriores pesquisas por saber de su paradero, se construye una de las más inteligentes novelas de espionaje que he leído: «La máscara de Dimitrios» de Eric Ambler. Junto con algunas otras del mismo autor, es considerada como una verdadera pieza maestra del género. No en vano James Bond lleva un ejemplar del libro mientras viaja en tren, en una película cuyo título no recuerdo ahora, en este vuelo insomne que me lleva de Munich a Nueva Delhi, y que me ha traído a la memoria esta vieja novela, de la que seguramente hablaré en mi charla en la universidad. ¿Por qué?

Pues por el fragmento reseñado líneas arriba, donde asistimos sin asomo de duda a esa imposibilidad de trasvase que existe entre realidad y ficción, entre el novelista y el policía, ambos expertos en los mismos asuntos: el crimen, la mente asesina, el espionaje. Pero con una pequeña diferencia: El mundo de Latimer es el del roman policier, mientras que el de Haki es la realidad en su versión más brutal. Lo estupendo es que ambos, sin reflexionar sobre el particular más allá de unas líneas casi al descuido, intuyen que es así. El interruptor de la trama novelística es este mínimo hecho. Latimer cruza esa frontera, abandona su cómodo escritorio donde fabula con criaturas siniestras, espías y asesinos, pero no tiene idea de la realidad sobre la que se asientan sus ficciones. El resultado de sus pesquisas lo arroja a un infierno de chantajes, asesinatos por encargo y grandes intereses políticos. Una premonición del cataclismo que se avecinaba para Europa y para el mundo entero en pocos años.

Uno termina la novela mareado, confuso, sobre todo porque al cabo de un tiempo -como ahora, mientras reflexiono sobre ello- caemos en cuenta de que aun así, todo lo leído es ficción, que el gran engaño orquestado por el narrador empieza por admitir que efectivamente existe esa distancia entre la novela y la realidad, que no saberlo del todo le traerá mil problemas a Latimer... y nosotros caemos ingenuamente en la misma trampa, en el roman policier que empieza por señalar el peligro de no distinguir entre realidad y ficción y que al mismo tiempo emplea sus mejores hechizos novelísticos. ¿Acaso hay mejor trampa en una novela?



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26 de octubre de 2009
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III. Una tercera edad dorada

Mil años de vida sana parece una exageración; pero que en unas cuantas décadas más se pueda detener el envejecimiento, los científicos lo dan por cierto. Pronto se podrán controlar las enfermedades de los viejos que son aquellas de carácter neurodegenerativo y las cardiovasculares, así como las que tienen que ver con el debilitamiento muscular y la indefensión frente a las infecciones.

Y el camino para avances futuros ha sido encontrado. Se descubren drogas que ayudan a detener el proceso degenerativo de los tejidos, y se comienza desde ahora a penetrar en el misterio de los códigos genéticos que tienen que ver con la duración de la vida de las células. Ya se ha identificado un gene bautizado como Sirt1, que puede reparar los daños causados por la decadencia de las células, y capaz también de provocar la sustitución de aquellas destinadas a morir como consecuencia del abuso en el consumo de alimentos saturados de grasa, y que causan los males de nuestro tiempo: diabetes, infartos cardíacos, cáncer en el hígado.

            Hay, además, otras noticias alentadoras. Está demostrado que al menos en los países desarrollados el promedio de la expectativa de vida ha crecido espectacularmente: hoy se vive dos años más por cada década, cuando apenas hace un siglo el promedio de la existencia de un individuo no pasaba de los cincuenta años, y en el siglo diecinueve apenas a los treinta empezaba la etapa de la vejez. Dentro de tres décadas, según cálculo de los científicos reunidos en Cambridge,  habrá en el mundo dos mil millones de personas que habrán alcanzado los sesenta años de edad.

Pero no se trata de concebir un mundo poblado por seres decrépitos y achacosos, entregados al sino de padecer enfermedades de viejos. Se tratará de una tercera edad dorada, con atributos de juventud; con viejos, si es que así deberá llamárseles, sanos y vigorosos, capaces de seguir reproduciendo a la especie, como el cacique de la historia que soplaron en el oído calenturiento de Ponce de León.

 

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26 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Egocracia

Egos revueltos, los literarios que nos cuenta Juan Cruz en su libro felizmente premiado. Y egos fermentados, en metástasis e incluso podridos se diría los de la política, donde la satisfacción que exige el yo puede llegar a las mayores catástrofes. Nada que decir de los primeros, clave de la creación artística, y mucho que lamentar, en cambio, de los efectos de los segundos sobre la pérdida de calidad de la democracia y de la vida política. Cuando hay democracia y vida política, porque en caso contrario, el ego se erige en epicentro volcánico de la dictadura.

Es evidente en el caso del ego berlusconiano, a cuyo servicio se ha rendido el entero aparato del Estado, la justicia, el parlamento, los medios por supuesto, y sólo se ha podido resistir el tribunal constitucional italiano. Y a pesar del varapalo, la egocracia sigue pugnando por mantener su reinado, aunque siga dejando numerosos despojos por el camino. También lo es en el caso del ego sarkozyano, el otro ejemplar deslumbrante de esos egos inflamados de la política, aunque la fuerza de la costumbre y la sombra moderada y sensata de Carla Bruni lo presenten ahora como un ego mitigado y en vereda. Que no lo es lo demuestra el juicio por el caso Clearstream que acaba de terminar en París, un caso de libro sobre la dificultad de un proceso justo cuando una de las partes en el pleito civil es el presidente de la República, dotado de inmunidad penal y con autoridad sobre el poder judicial y la fiscalía. Sarkozy ha podido exhibir, además, su poder sin límites, realizando manifestaciones que vulneran la presunción de inocencia, al igual que prometió en su día que colgaría de un gancho de carnicero a los culpables de haber falsificado un listado informático que le convertía en sospechosos de corrupción y de poseer una cuenta en dinero negro en Luxemburgo. Todo el mundo sabe en Francia que si su acción ante la justicia se dirige a Dominique de Villepin, el rumboso ex primer ministro, ex ministro de Exteriores y ex secretario general de la presidencia de Chirac, es sólo porque este último, el verdadero rival y probablemente responsable de la maniobra para descalificar a Sarkozy, no queda ya al alcance para la venganza. Esta es una historia política que ilustra los progresos realizados por la humanidad en cuestión de peleas y ajustes de cuentas entre poderosos. No hace muchos años el desenlace no habría sido el vodevil que ha mantenido en tensión a la opinión pública francesa, sino un espectáculo dantesco de dolor y muerte. Los egos incruentos de la literatura se convierten en egos ávidos de venganzas cuando entra el poder desnudo de la política, territorio por excelencia del odio y de la liquidación del adversario, aunque hoy en día quede limitada primordialmente, al menos en Europa, al territorio de la muerte simbólica.



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26 de octubre de 2009
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El Boomeran(g)
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