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Eder. Óleo de Irene Gracia

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Barack Obama

Se habló mucho de Barack Obama en este blog, algunos dirán que demasiado. Cuando una esperanza nace hay que saludarla conforme a su merecimiento, y éste parecía no tener límites. Cabe la posibilidad de que comience a decirse que el Premio Nobel de la Paz ha sido prematuro, pero no lo es si lo tomamos como una inversión… Gracias a él talvez Obama gane aún mayor conciencia de cuánto le necesitamos. Donde?, texto publicado n’O Caderno a 20 de Janeiro de 2009 Barack Obama, Prémio Nobel da Paz 2009



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9 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Blair no puede ni debe ser presidente de Europa

Tony Blair está jugando fuerte para convertirse en el primer presidente de la Unión Europea, una vez entré en vigor el Tratado de Lisboa. El ex premier británico está muy calladito, pero otros hablan por él: y no hay duda de que va a por el puesto. Tiene ya el apoyo de su Gobierno. También el de Nicolas Sarkozy, que a cambio quiere el apoyo británico para que Francia se quede con el sillón que ahora ocupa Javier Solana. El último en defenderlo ha sido Charles Grant, director del influyente Center for European Reform, que firma un artículo en el FT donde argumenta que son más los puntos a favor de Blair que en contra. No es, sin embargo, lo más interesante de su alegato. A fin de cuentas, el papel de Blair en la guerra de Irak, su colaboración con las mentiras de Bush e incluso en la fabricación de las falsas pruebas sobre las armas de destrucción masiva y luego su impenitente defensa de su trayectoria de neocon sobrevenido constituyen puntos de suficiente peso como para dejarle fuera de la competición. Lo más curioso es lo que Grant escribe acerca de Felipe González, a quien considera el único candidato capaz de competir con Blair.

El ex presidente español tiene, según Grant, la envergadura política necesaria para el cargo, y su nombre es suficientemente conocido en todo el mundo como para representar dignamente a los europeos y hacerse escuchar. Pero?Los peros no son ninguno de los que pudieran imaginar los españoles. Primero: ya hay un ibérico, Jose Manuel Durao Barroso, un argumento tan burdo como inconsistente. Estamos hablando de personalidades políticas que pertenecen a países soberanos. Portugal tiene tanto que ver con España como con el Reino Unido a efectos de cuotas europeas. Pero el peor es el segundo argumento: González no habla inglés con suficiente fluidez: ?handicapped by his lack of fluent English?. O sea, que hay una nueva condición para ocupar altos cargos en la Unión Europea. No basta con hablar el inglés globalizado de aeropuerto que cualquiera sabe mascullar hoy en día sino que es necesario contar con el proficiency como mínimo. Esta condición tiene gran interés si viene de más allá del canal, de donde han llegado muchas más cosas en estos últimos años, además del apoyo a la guerra de Bush. Por ejemplo: los obstáculos y las promesas incumplidas respecto al euro. Por ejemplo: las dificultades para cualquier avance político o cualquier profundización en las instituciones en el mismo momento en que se producía la ampliación. Por ejemplo: el boicot a cualquier presidente de la Comisión que tuviera la más mínima vocación federalista. Por ejemplo: la candidatura de Barroso. Éstos, y no el fluent English, son los auténticos obstáculos para que Blair sea presidente. Aceptar a Blair, además de premiar la foto de las Azores, es colgar un peso muerto del cuello de la UE, justo cuando termina el calvario del Tratado de Lisboa. El problema es que para evitar a Blair hay que conseguir que alguien de suficiente peso político sea candidato. Todos los otros que se están barajando hasta ahora, excepto González, no sirven para frenar al ex premier británico. La tentación de los jefes de Estado y de Gobierno de los 27 es obtener una cúpula de la UE debilitada ya desde el primer día. Es la forma más simple de contar ellos con la máxima fuerza, una tentación cortoplacista y miope que perjudica a los europeos en su conjunto. La reelección de Barroso como presidente de la Comisión ya va en este sentido. Si luego colocan a la vedette internacional que es hoy en día Tony Blair conseguirán reforzar su propósito. Al igual que si colocan un presidente débil. Lleva razón Grant en una cosa y es que González es la auténtica alternativa, aunque el ex presidente español ya ha dicho por activa y por pasiva que ni es candidato ni quiere serlo. Quizás debieran empezar a meditar sobre todo esto los dirigentes de su partido, el PSOE, el Gobierno, el propio Zapatero por supuesto, y los europeístas con capacidad de influencia. Por supuesto, para convencer a González y lanzar inmediatamente y con toda seriedad su candidatura. (Enlaces: con el artículo de Grant y con el blog Coulisses de Bruxelles) 



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9 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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El Nobel: legitimidad en crisis

Hubo un tiempo en que el premio Nobel de Literatura tenía una vocación decididamente universal. Pero en los últimos quince años los miembros de la academia sueca han decidido convertirlo en una suerte de premio para escritores europeos. Es cierto que en esos años lo ganaron Coetzee, Naipaul, Cao Xingjian y Pamuk (Turquía es una nación euroasiática), pero los otros once han sido europeos. De esos, algunos han sido nombres acertados, como Szymborska, Grass o Heaney; otros, sin embargo, son escritores de rango más limitado, como Le Clézio o Fo. Europa ha dado origen a muchas de las mejores páginas de la literatura universal, y hoy varios de sus escritores mantienen el listón muy alto; eso, sin embargo, eso no debería hacer pensar a los que otorgan el Nobel que en los otros continentes ocurre poco o nada.

En sus mejores momentos, el Nobel nos descubre a un escritor minoritario, incluso a una literatura de la que no sabíamos mucho. Pero, cuando uno ve sus últimas tendencias, parecería que, más allá del talento individual de sus escritores, con el Nobel de literatura Europa se premia a Europa. Esto quizás debería no sorprendernos; si el Nobel lo diera la academia de la lengua de Corea del Sur, sería muy probable que abundaran los asiáticos entre sus ganadores. Pero igual sorprende, lo cual muestra que el Nobel, pese a sus equívocos y omisiones a lo largo del siglo veinte, se había forjado una legitimidad universalista que está comenzando a resquebrajarse.

Está bien que un premio pequeño aspire a convertirse en referente; más raro es lo del Nobel: un gran premio que decide empequeñecerse por cuenta propia. Puestos a hablar de europeos, la literatura universal no pasa hoy por Kertész o Jelinek, escritores que le hablan a una parroquia limitada, sino por, entre otros, Marías y Kadaré y Lobo Antunes, cuyas propuestas estéticas son renovadoras y abren puertas para la literatura de este siglo.

De lo que se trata es de abrir el mapa, de ampliar la mirada. No es necesario premiar a escritores muy conocidos como Murakami, Roth o Vargas Llosa. Si le dieran el premio a Adonis o Assia Djebar, también estaríamos felices. Nos haría sentir que el Nobel puede acertar en grande, y no sólo mirándose a su propio ombligo.

(La Tercera, 9 de octubre 2009)



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9 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Herta Müller, esa desconocida.

 

 

 

Madrid, cerca del Retiro. Doce, quizá trece, personas en una mesa. La mayoría periodistas "culturales". Convocados por los barceloneses, tan nuestros, tan suyos, de la editorial Tusquets. Sin prisas, pero sin pausas, tal como lo deseó el recordado Toni Lamadrid- y como lo quiere Beatriz de Moura, alma, corazón, presente y pasado de la editorial - nos presentaban al nuevo Director General: Pantaleón Bruguera.  Un apellido que está unido a nuestras vidas, nuestros primeros pasos como lectores. El mismo apellido de la editorial dónde leímos nuestros primeros "tebeos", nuestros primeros libros ilustrados. Y un nombre que nos traslada a la evocación de una de las novelas más populares de Vargas Llosa. Placentera cita para hablar de libros, escritores, futuro editorial y convivencia con el libro electrónico, sus bondades y sus incertidumbres.

Y nos enteramos del nuevo premio Nóbel de Literatura. La sorpresa de cada año, precedido por el paseo  por los habituales candidatos perdedores, la sorpresa de una liebre que nos despista y la confirmación de la imprevisible- o casi- de los ganadores de éste premio tan importante, tan discutible. Alegrías literarias, como el año que premiaron a Coetzee, que conviven con sorpresas "extra literarias" como el año que premiaron a Darío Fo. La historia del premio tiene luces y sombras mucho más sorprendentes. Y llegó el nombre de Herta Müller. Ninguno, ni uno de mis queridos compañeros, de los máximos responsables, madrileños, de la difusión cultural había leído ningún libro de Müller. Estaba perdida en ediciones de hace años, descatalogada y apenas viva en dos de sus libros editados por Siruela: "El hombre es un gran faisán en el mundo" y "En tierras lejanas".

Nos reconocimos en nuestra ignorancia, nos congratulamos en el cercano placer de poder acercarnos a territorios imprevistos, ignorados, olvidados y seguramente muy enriquecedores. El año pasado el premio fue para la excelencia de un escritor francés: Le Clézio. Novelista con mucho más "foco" que Müller, editado por Tusquets entre otros, y que consiguió pasar de la casi nada a tener unos miles de lectores. Gracias al Nóbel.

Después de la reunión, de nuestro reconocimiento público de la ignorancia literaria de la escritora rumana/alemana, me propuse comenzar la lectura de alguna obra de Müller. Inútil intento, no tuve suerte. Descatalogada, olvidada, perdida en las nebulosas de un mundo tan complicado como la es la vida de un libro en nuestras editoriales, en nuestras librerías. En algunas parece que quedaba algún libro que desapareció por algún lector más rápido que yo. Nada raro. Mañana, hoy, intentaré hacerme con algún libro de Herta Müller. Me gusta que los premios sirvan para descubrirnos parte de nuestras ignorancias. Son muchas y no tienen fondo.

 



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9 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo (2)

La primera respuesta al ¿para qué leer? que consigna Juan Gabriel Vásquez en su libro El arte de la distorsión es prácticamente una no-respuesta. "Leer novelas -dice Philip Roth- es un placer profundo y singular, una apasionante y misteriosa actividad humana que no necesita más justificación moral o política que el sexo". El hecho de que constituya un placer que conecta con una necesidad humana profunda debería, según Roth lo insinúa, eximirnos de buscar mayores explicaciones: se trata, tal como dice, de un misterio, y los mejores misterios, o por lo menos los más duraderos, son los que nunca se develan del todo. 

Pero poco más adelante, Vásquez recurre a una explicación que el mismísimo Roth -aquel que no quería ahondar en la cuestión de las justificaciones- le provee también: "Leo ficción para liberarme de mi perspectiva sofocantemente estrecha de lo que es la vida y para entrar en simpatía imaginativa con un punto de vista narrativo distinto del mío. Es la misma razón por la cual escribo". A continuación de lo cual Vásquez dice: "El lector de ficciones es un inconforme, un rebelde, y la razón de su rebeldía y su inconformismo es la insoportable camisa de fuerza de la vida humana: el hecho de que esta vida sea sólo una -es decir, que no haya otra después de la muerte-, y además sea sólo una -es decir, que no podamos ser más de un hombre al mismo tiempo".

Es decir que, en esencia, leer (y por supuesto escribir) es una diversión, un vertirse, volcarse en un odre distinto del propio. ¿Para distraerse de "la insoportable camisa de fuerza de la vida humana"? Probablemente. El simple hecho de ausentarse de la realidad por un rato produce alivio, sin duda alguna. Pero la persistencia del recurso a lo largo de la historia (de las pinturas rupestres y el relato oral a Dr. House y el Kindle), y el hecho de que haya prestado servicios en circunstancias y culturas tan pero tan diversas, parece insinuar que las narraciones le conceden a la especie algo más hondo, y por lo tanto más entrañable, que un simple divertimento.

Roth habla de "simpatía imaginativa". Ponerse en la piel de otro de un modo tan confortable como el que provee la ficción (con un libro en la mano o delante de la TV, podemos exponernos a los peligros más grandes sin sufrir desventura más seria que un calambre) cumple una función inestimable. Como dice Vásquez, no tenemos más vida que esta y no contamos con otro invento mejor que la ficción para experimentar mil vidas aunque sólo vivamos una. (Por lo menos hasta que la tecnología no encuentre otra manera de vendernos existencias vicarias.) Las ficciones nos han permitido acumular una currícula que no cabría en ninguna solapa de libro: todos hemos sido piratas, reyes, magos, semidioses, conquistadores, superhéroes, santos, detectives, sex-symbols, guerreros medievales -y sigue la lista.

Pero a cambio de esta posibilidad de probarnos tantas pieles sin sufrir daño físico en el proceso, ¿no pagamos un precio? O para ponerlo de otro modo: ¿podemos ser todos esos Otros imaginarios sin cambiar un ápice, o no será más bien que el ejercicio de "simpatía imaginativa" tiene consecuencias sobre sus practicantes? Shakespeare es grande por muchas razones, pero una de las más importantes es, precisamente, su capacidad de "ser" todos sus personajes del modo más convincente. La mayoría de los escritores logra "ser" a fondo tan sólo un personaje, o un tipo de personajes, al que rodea de comparsas de poco espesor que lo ayudan a llevar la trama adelante. En cambio Shakespeare era tan convicente en su representación de los héroes como de los villanos, de las mujeres como de los hombres, de los viejos como de los adolescentes. ¡Pocos sirvientes, nodrizas y personajes secundarios más vívidos se han escrito, que aquellos que entran y salen constantemente de sus obras! 

Volviendo al meollo: la mayoría de las ficciones que hemos leído,

tanto literarias como audiovisuales, no nos hacen gran mella. Se olvidan tan pronto las terminamos. Pero todos podríamos dar cuenta de cuentos, novelas, películas y series que nos han marcado de por vida -que, sin exageración alguna, han contribuido a hacer de nosotros quienes somos.

Leer de verdad, pues, tanto como escribir a fondo, son actividades que suponen abrirse a la posibilidad de ser transformados. Como dice Vásquez, la razón profunda de nuestra adicción a los relatos pasa por la imposibilidad de conformarnos con nuestra piel. Esto no significa necesariamente que no queramos ser quienes somos; más bien quiere decir que queremos ser quienes somos, pero de otra manera. Le demandamos al relato que nos conceda la misma bendición que Jacob le arrancó al Angel, y que Harold Bloom traduce de este modo: más vida. Lo cual tampoco significa una vida más larga, sino una vida más intensa.

 

(Continuará.) 




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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Tuve una pañoleta ¿y qué?

En todas las escuelas del país se hace hoy una ceremonia para que los niños de primer grado entren en la organización pioneril. El matutino dura más que de costumbre, los padres acompañan a sus hijos mientras les ponen las pañoletas y gritan ?por primera vez? la consigna de ?Pioneros por el comunismo, seremos como el Che?. Yo también pasé por eso en dos ocasiones, una cuando me tocó alistarme en la OPJM* y otra aquel día en que presencié como se iniciaba Teo. De las dos guardo recuerdos tan diferentes que parecen haber ocurrido en dimensiones totalmente opuestas. En mi caso eran los años del fervor ideológico y con apenas 93 centímetros de estatura, yo estaba dispuesta a dar la vida por la pañoleta que acababan de colocarme. Me sentía tocada por la mano de la Patria, aunque en realidad sólo estaba siendo sumada a las filas de una ideología. El lema de la organización a la que acababa de entrar parecía el santo y seña que me abriría todas las puertas, aunque en ese entonces ni siquiera sabía que el sufijo ?-ismo? forma sustantivos que significan ?doctrina, secta, sistema?. Lo menos que me hubiera gustado es que me apartaran como a Lybna, que por ser Testigo de Jehová no había hecho ?los votos? junto al resto de los niños del aula. Sobre ella planeaba una sombra que se hacía más oscura ?precisamente? por no llevar atada al cuello aquella tela azul. Pasaron veinte años y estuve con mi hijo una mañana de octubre para verlo entrar en ese movimiento pioneril en el que ya yo no creía. La maestra recorrió la fila y pidió a los niños que repitieran el slogan sobre el Che Guevara. Teo se quedó en silencio y proyectó un puchero que no escapó a los ágiles ojos de la directora. Cuando le cuestionaron el por qué no decía la consigna, como el resto de los estudiantes, apuntó con su simpleza infantil: ?Porque el Che está muerto y yo no quiero estar muerto?. Supuse que mi hijo acababa de ser etiquetado en el catálogo ideológico con la peor de las letras, la ?C? de contrarrevolucionario. Pero no, la maestra se rió y le dio su primera lección de oportunismo ?Ay, Teo, repite la consigna y ya, para qué te vas a meter en problemas?. · OPJM: Organización de Pioneros José Martí.



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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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¿Qué hacemos en Caosistán?

Librar una guerra, no hay duda alguna. Pero una guerra que no quiere decir su nombre, aunque vaya creciendo el número de bajas, también españolas. España tiene allí sus tropas, en teoría, para ayudar a la estabilización del país afgano, como las tienen todos los países incluidos en la ISAF, la misión de Naciones Unidas bajo mando de la OTAN. Pero la labor que tiene encomendada es imposible: no se estabiliza lo que es inestable por definición. Y Afganistán, en guerra y sin gobierno que controle el territorio, es la inestabilidad misma. La labor de la ISAF es el tejido de Penélope: se construye a la vez que la guerra destruye. Al final, lo único que cuenta es protegerse de las adversidades y de los atentados.

Ocho años dura ya esta guerra, en la que las tropas norteamericanas y británicas son las que se encargan de la parte más cruenta, aunque la extensión de las acciones guerrilleras de los talibanes y la creciente inseguridad esté produciendo una convergencia entre las dos tareas: la bélica y la de mantenimiento de la paz. Hasta tal punto es así que hace pocas semanas cambiaron las tornas: una orden de bombardeo aéreo lanzada por el mando alemán de las tropas de estabilización produjo más de 70 muertos civiles. El gobierno instalado por Washington en Kabul en 2001 está corroído por la corrupción y el fraude electoral. Hay señores de la guerra integrados en el ejército afgano sospechosos de horribles crímenes de guerra, como es la muerte por asfixia de dos mil prisioneros encerrados en contenedores. Una prisión norteamericana, la de Bagram, es un Guantánamo sin apenas denuncia ni escándalo. Y es creciente la desafección de la población civil en un país donde la presencia de tropas extranjeras no sirve para proteger a los civiles sino para incrementar la inseguridad. Algunos dirigentes políticos todavía se atreven a decir que las tropas europeas defienden en Afganistán nuestras libertades y nuestras democracias. Rajoy lo hizo ayer al conocerse la noticia del atentado que costó la vida a un soldado español. Pueden tener razón, sobre el papel naturalmente, como todo en esta guerra. Pero la realidad es que las opiniones públicas europeas y buena parte de la americana no lo ven así. Los gobiernos europeos van a pedir pronto plazos y fechas para terminar el trabajo y devolver sus tropas a casa o, quizás, a otras misiones tanto o más importantes, como podría ser asegurar sobre el terreno la aplicación de un futuro plan de paz en Oriente Próximo. A pesar de todo, el desastre actual no es peor de lo que sería un Afganistán en el que los talibanes amigos de Al Qaeda regresaran al poder y pusieran en peligro la estabilidad en Pakistán o se propusieran tomar el poder en el país vecino y acceder con ello a su ejército y a su arma nuclear. Conseguir un plan de salida sin abrir las puertas a Bin Laden es el reto que tiene Obama ante sí. Las ideas del nuevo presidente acerca de Afganistán no son malas, pero por lo que se está viendo son todavía muy insuficientes. Veamos. La seguridad de Afganistán deben garantizarla los propios afganos. No puede Estados Unidos, y la OTAN detrás, cargar con la responsabilidad de crear un sistema democrático según nuestros parámetros y gustos en suelo afgano y probablemente contra la voluntad de los nacionales. Las alianzas y la participación de los vecinos más influyentes -Rusia, China e Irán- son fundamentales para terminar más pronto que tarde con Al Qaeda. Hay que tratar al país afgano en un paquete con Pakistán. Pero todo esto ni vale ni tiene traducción práctica alguna si no hay mejoras sobre el terreno, que es exactamente lo contrario de lo que está pasando. De ahí que ahora haya llegado la hora de la verdad para Obama. El debate en el que están comprometidos la Casa Blanca y los mandos militares sobre la nueva estrategia para Afganistán será el tercer cambio de planes en apenas nueve meses. Cuando Obama llegó a la presidencia estaba vigente todavía la estrategia minimalista de Bush. En marzo el nuevo presidente amplió el número de tropas en 21.000 soldados más y pidió un mayor compromiso europeo (que en el caso de España acaba de hacerse realidad con el incremento en 200 soldados). Y ahora deberá zanjar sobre la estrategia definitiva, después de recibir unas presiones del jefe militar sobre el terreno, el general McChrystal, para que de nuevo incremente las tropas ahora en 40.000 hombres, que demuestran una consideración muy escasa tanto hacia el presidente como hacia la supremacía del poder civil sobre el militar. En una cosa lleva razón el atrevido general e inventor del neologismo: esto es Caosistán, denominación que vale para Afganistán y para la heteróclita y desordenada alianza que ha intentado, hasta ahora sin éxito alguno, poner orden y reconstruir el país del Hindukush.



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8 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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IgnacioEchevarría: Fresán y los 90

Rodrigo Fresán. Fuente: radarlibros Dentro de la colección "Otra vuelta de tuerca" que lanzó Anagrama, como parte de sus celebraciones por los 40 años, está la reedición del único libro -creo- que Rodrigo Fresán editó con ese sello: Historias argentinas. La nueva edición trae, además de un nuevo cuento, textos celebratorios de Ray Loriga e Ignacio Echevarría. De este último, Radar Libros ha publicado un fragmento extenso. Cito aquí, porque tiene especial interés, lo que dice Echevarría sobre la Generación del 90, aquella que según Jorge Volpi empezó en el encuentro de Líneas Aéreas (Lengua de Trapo) y en la cual Rodrigo Fresán es indiscutible cabeza de grupo:La narrativa de los ?90 fue prisionera, en todo el ámbito hispánico, de una equívoca consigna: la de la juventud. Todo empezó por un desplazamiento que, por sí solo, parecía inocuo: donde hasta entonces se venía hablando periódicamente de nueva narrativa, se pasó a hablar ?precisamente a partir del imprevisto éxito obtenido por un libro como Historia argentina? de joven narrativa. De pronto, empezó a contar la edad de los nuevos narradores por encima de su novedad. A condición, eso sí, de que discurrieran precisamente sobre eso: sobre su juventud, esa categoría tan imprecisa y tan intrigante, sobre todo para quienes han sido excluidos de ella. Lo malo es que la juventud no suele tener una idea demasiado consistente de sí misma, así que para satisfacer las expectativas generadas hubo de recurrir a lo que más al alcance tenía: estribillos de canciones, eslóganes publicitarios, lemas para camisetas, todo ello servido con ademanes épatantes y una jerga más o menos actualizada con la que, en definitiva, se rumiaba la misma cantilena de siempre: sexo, drogas y rocanrollo. Como ya se ha dicho, aquello duró poco. La joven narrativa de los ?90 envejeció más deprisa todavía que los narradores que la protagonizaron. Aquella fiesta tan concurrida en la que todos bailaban terminó casi de golpe y la casa donde se celebraba se quedó desierta. ¿Desierta? No del todo. En el piso de arriba, en el cuarto de los niños, sentado al escritorio, frente al ordenador, estaba Rodrigo Fresán. No es que ignorara que la fiesta se había acabado: es que no sabía siquiera que se celebraba una fiesta. Y ahí sigue, después de todos estos años.



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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A través del espejo

Todos aquellos que disfrutan de los relatos (y con esto me refiero a usted, señora, y a usted señor; y a tí y también a vos que me mirás con desconfianza, porque no conozco a nadie que se resista al encanto de una buena historia sea cual fuere su formato: novela, artículo de periódico, serie de TV o chisme colgado de internet) deberían leer El arte de la distorsión, el nuevo libro de ensayos de Juan Gabriel Vásquez. Porque bajo su disfraz gentil de volumen para especialistas, el libro intenta responder un par de cuestiones que son importantes no sólo para el ghetto literario, sino para cada uno de nosotros -lo cual incluye, por cierto, a aquellos que no tocan un libro ni con un palo.

La primera es la siguiente: ¿para qué leemos? Y aquí me atrevo a ampliar el sentido de lo que Vásquez (autor, dicho sea de paso, de dos novelas magníficas: Los informantes e Historia secreta de Costaguana, y de una colección de cuentos, Los amantes de Todos los Santos) pretende decir. Yo entiendo que la expresión 'leer relatos' no debe restringirse ya a la tradición del libro, sino extenderse a todas las maneras en que registramos historias que no son la nuestra propia. Se suele decir, por ejemplo, que 'vemos' TV, y que 'vemos' cine, cuando lo preciso sería decir que leemos TV y leemos cine, puesto que uno ve aun lo que no quiere y enfrentarse a un relato audiovisual implica un gesto voluntario y un trabajo de decodificación de signos -equivalente al de la lectura convencional, del principio al fin.

Vásquez define al escritor como aquel que se dedica a "contar las tribulaciones de gente que nunca ha existido". Así puesta, se trata de efecto de una ocupación extraña, no muy distinta a la de aquel que conversa en voz alta con fantasmas, o a la del lunático que no distingue entre fantasía y realidad. Pero como el escritor no escribe para sí mismo sino para otros (pocos o muchos, pero otros), la definición torna imprescindible que expresemos su contraparte: esto es, la segunda parte de la ecuación, aquella que se aparta de la cifra aislada para definir un sistema que viene funcionando maravillosamente desde el fondo de los tiempos. 

A saber: a todos nosotros, escribamos o no, nos interesan las tribulaciones ajenas. Las historias de otra gente nos atraen como la miel al oso. Lo han hecho desde el comienzo de los tiempos, y lo harán hasta el fin de ellos: ¿a alguien le cabe duda de que el Apocalipsis será transmitido en directo? El hecho de que las historias a las que somos adictos sean reales o imaginarias es una consideración secundaria, ya que incluso las historias que se nos venden como verídicas pueden no serlo; la mayor parte del tiempo las damos por verdaderas mediante un salto de fe, depositando nuestra confianza en el narrador de turno, se trate de un medio periodístico, de un documentalista o de un historiador. Lo que nos interesa, pues, son las tribulaciones de la gente en general, de aquella que nunca ha existido pero también de aquella que existe, aunque probablemente no del modo en que nos lo cuentan.

Por eso creo que la pregunta inicial que Vásquez plantea con su modestia y rigor de siempre, ese ¿para qué leemos?, debería resonar mucho más allá de las filas de los lectores convencionales de ficción, ese grupo que adquiere cada vez más, dice Juan Gabriel, "el cariz de una secta". Lo que subyace a la pregunta es la cuestión de los otros, la tendencia irrefrenable a salir de lo que Vásquez, siguiendo a Philip Roth, define como nuestras vidas "sofocantemente estrechas", para interesarnos del modo más profundo, en primer lugar mediante el intelecto, en aquellos que no son yo ni tú ni usted. 

La segunda pregunta surgirá inevitable: dado que la tendencia a interesarnos en las tribulaciones ajenas es inseparable de la cultura humana y ha adquirido visos particulares en cada circunstancia histórica, ¿qué historias deberíamos narrar y leer hoy?

Pero me estoy adelantando.

 

(Continuará.)

 



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7 de octubre de 2009

Eder. Óleo de Irene Gracia

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Nancy Huston entrevistada

Nancy Huston. Foto: Daniel Mordzinski. El País Si Marcas de nacimiento, (Salamandra) de la canadiense Nancy Huston, fue un éxito de crítica al ser traducida al castellano, se espera que con la traducción de una novela anterior pero de tema similar, La huella del ángel, tambipen con Salamandra, se tenga el mismo suceso. En "Babelia" la entrevistan y habla sobre el abandono de su madre, el inicio de la ambición literaria y sobre todo acusa a la literatura francesa contemporánea de ser demasiado intelectual. Siendo la esposa de Todorov, pues, habrá que entender que algo sabe de intelectuales auténticos y de intelectualizantes:Usted es bilingüe. ¿Cómo elige la lengua de sus novelas?Depende de los personajes. La huella del ángel la escribí en francés porque discurre en Francia y los personajes hablan en francés. Marcas de nacimiento la escribí en inglés por la misma razón: los personajes hablan en inglés.En las dos novelas la Historia es determinante y aniquila no sólo a los que la viven sino a sus descendientes.Es la vida. Es parte de la vida. En los dos libros se habla del impacto de las opiniones políticas sobre la infancia. El hecho de haber vivido un momento político traumatizante a través de los padres predispone a tener tal o cual postura después. Por ejemplo, Saffie, la protagonista de La huella del Ángel, ha vivido un episodio estremecedor: ser testigo de la violación de su madre y su propia violación por las tropas rusas. No fue algo excepcional, como se sabe: hubo 300.000 mujeres violadas en Berlín. El hecho de haber vivido eso, más el hecho de haber conocido a un profesor que culpa de todo a los alemanes hace que crezca un muro entre ella y el resto del mundo, entre ella y su identidad alemana. Además, otro de los personajes de la novela, que de niño fue salvado por los comunistas, siente el impulso casi automático, en plena guerra de Argelia, de ayudar, por su parte, a los oprimidos, a los que él considera oprimidos.Más que la infancia, el tema de La huella del ángel es el de la inocencia.R. No creo en la inocencia.¿Es imposible la inocencia del niño?Desde que habla de culpables, desde que a él le meten en ese lenguaje, es imposible.¿Es cierto que el hecho de que su madre la abandonara cuando era niña le hizo novelista?¿Y eso le extraña?Algo.Para mí es evidente. Tal vez lo que diga suene a banalidad: una infancia traumatizada fomenta la vocación literaria. Porque crea un misterio. Para un niño, los padres son como dioses. Si los dioses discuten entre ellos, eso se convierte en algo extraordinariamente impresionante, y si uno de ellos se va pegando un portazo (que no fue mi caso), pues después el niño tiene que saber por qué y recabar la versión de tal y de cual y las sucesivas hipótesis... El niño no deja de reescribir esa historia, que es infinita e inagotable, porque un hecho así, para el mundo de un niño, es inextricable por definición. Así que no hace más que darle vueltas a la cabeza, inventando, adornando la historia. Y de esa invención a la novela no hay sino un paso. En mi caso concreto, además, hay otra razón: el único contacto que yo tenía con mi madre eran las cartas que, con frecuencia, me escribía. Ella, que hasta ese momento era la presencia misma en mi vida, de pronto se volvió sólo escritura: letras, letras...P. ¿Por qué mantiene que es mejor novelista desde que es madre?R. Me hice infinitamente mejor. Las Variaciones Goldberg es un libro bonito, un poco cartesiano, es, en el fondo, una idea bonita, pero un libro escrito con la cabeza; los niños te meten en el corazón de las cosas. Y la novela nace del corazón, no de la cabeza, porque habla de la vida material, de cosas muy concretas. La escritora Flannery O'Connor sostenía que la gente que tiene miedo a ensuciarse no debe meterse a escribir novelas. La vida material te ensucia. Además, hay que estar fascinado por los detalles, y lo repito: en relación estrecha con la vida material. Y al contrario, la vida intelectual es la catástrofe de la literatura. Ésa es una de las razones de que no me interese mucho la literatura francesa contemporánea.P. ¿Por qué? ¿Por ser demasiado intelectual?R. Piensan demasiado. Son agotadores. Se han convertido en gente muy inteligente. Y la inteligencia es catastrófica para la literatura. Hacen falta también tonterías. Hay que ser un poco tonto. Para mí, escribir dentro de la piel de los niños fue un poco un ejercicio de tontería. No podía utilizar mi inteligencia. Yo soy muy inteligente, pero no podía utilizar mi inteligencia en esa novela. Los niños no podían tener ningún discurso teórico, ni emplear ninguna palabra de más de tres sílabas, ni servirse de la ironía, no se trataba de teorizar, sino de vivir la historia...



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7 de octubre de 2009
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